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Esta época de competitividad global, como todos los momentos de crisis económica, está
produciendo un pánico moral inmenso ante la forma de preparar a las generaciones del
futuro en nuestras respectivas naciones. Pocas personas desean hacer algo respecto a la
economía, pero todo el mundo ---políticos, medios de comunicación y público en
general—quiere hacer algo con la educación.
En esta dinámica, se cargan sobre los sistemas escolares y sus profesores onerosas tareas
de regeneración económica. Se les empuja a hacer mayor hincapié en las matemáticas, la
ciencia y la tecnología, a mejorar la actuación en el ámbito de las destrezas básicas y a
restaurar los niveles académicos tradicionales hasta ponerse a la par o superar a las
economías competidoras. Esto sin contar con que además de la regeneración económica
en muchos países se prevé que los profesores contribuyan a reconstruir las culturas e
identidades nacionales –en muchas zonas del planeta, los efectos de estas realidades se
hacen patentes en una multiplicidad de reformas e innovaciones que tienen que afrontar
los profesores.
La construcción de las actuales pautas de cambio educativo está promovido por una
poderosa y dinámica confrontación entre dos inmensas fuerzas sociales: las de la
modernidad y las de la postmodernidad.
Los roles y las funciones cambian constantemente en redes dinámicas con capacidad de
respuesta cooperativa ante los sucesivos e imprevisibles problemas y oportunidades.
Este mundo postmoderno reestructurado puede dar lugar a una creciente potenciación
personal, pero su falta de permanencia y de estabilidad también puede provocar crisis en
las relaciones interpersonales, dado que estas relaciones carecen de anclajes fuera de
ellas mismas, de tradiciones u obligaciones, que garanticen su seguridad y continuidad.
El proceso de cambio.
Los cambios pueden proclamarse en la política oficial o publicarse en papel con fuerza de
ley. El cambio puede parecer impresionante cuando se representa en los diagramas de
flujo que adornan los despachos de los administradores. Pero son superficiales; tampoco
suponen mucho los cambios de libros de texto, a menos que se preste una profunda
atención a los procesos de desarrollo del profesorado.
No basta con que los educadores adquieran nuevos conocimientos sobre los contenidos
curriculares o nuevas técnicas de enseñanza. Los profesores no son simples aprendices
técnicos, también son aprendices sociales; si comprendemos sus deseo de cambio y de
conservación, sí como las condiciones que fortalecen o debilitan esos deseos,
conseguiremos una valiosa perspectiva desde las raíces de la profesión.
Trabajo.
La imagen popular del trabajo de los maestros radica en el que se realiza en el aula con los
niños. Sin embargo, el trabajo de los docentes encierra otros muchos aspectos: la
preparación de las clases, las reuniones con los padres de familia, el corregir cuadernos en
casa, etcétera. Todas ellas, actividades invisibles que siempre han estado ahí, pero, en la
actualidad estos aspectos del trabajo de los profesores que van más allá del aula se han
hecho más complejos, numerosos y significativos: la planificación cooperativa, sentarse el
comisiones de revisión para comentar casos individuales de alumnos con necesidades
especiales, conversaciones telefónicas con los padres y extensos informes escritos,
etcétera.
La carencia de tiempo es una de las quejas perennes de los docentes; argumentan que es
uno de los principales problemas que atañen a la implementación de la curricula. En la
enseñanza, el tiempo está cada vez más comprimido, lo que tiene unas consecuencias
lastimosas. Los profesores pueden estar especialmente inclinados a sentirse culpables
cuando creen que están lesionando a sus alumnos, a causa de unas exigencias excesivas y
contradictorias, de expectativas interminables y de criterios inseguros de realización
profesional en el puesto de trabajo.
Cultura.
En la enseñanza, el trabajo no se acaba nunca, siempre puede hacerse más, todo puede
mejorarse. En estas condiciones y por definición, el profesorado nunca hace bastante. Si la
incertidumbre ha sido siempre una cualidad omnipresente de la enseñanza, el colapso de
la certeza científica lleva a exagerar aún más su influencia.
Cuando se habla de escuela, suelen surgir las analogías con la empresa: una gran cantidad
de personal, jerarquías muy bien delineadas, división de responsabilidad especializadas,
demarcación de tareas y papeles, y problemas para conseguir coherencia y coordinación.
Aunque éstas no son absolutamente diferentes, las escuelas no son empresas, los niños
no son productos. Pero, cuando el mundo empresarial entra en crisis y sufre transiciones
profundas, las organizaciones de servicios humanitarios, como los hospitales y las
escuelas, deben prestar mucha atención, porque pronto les afectarán crisis semejantes.
El malestar de la modernidad.
En lo político, la estructura del Estado se ha hecho cada vez más fuerte, centralizada e
intervencionista. Mediante la aplicación de la economía Keynesiana, se ha ido haciendo
cargo de apoyar, coordinar e intervenir en las condiciones de la producción económica y
de garantizar el progreso social mediante las reformas orientadas al bienestar. En nombre
de la eficiencia social y tecnológica, por una parte, y del perfeccionamiento humano
planificado, por otra, el Estado moderno protege, y, a la vez, vigila a la plebe mediante
redes de reglamentación, control e intervención en continua expansión. Esto también se
aplica a la educación.
La educación de masas es un derecho conquistado por la plebe, cada vez más liberada y
organizada políticamente. Por otra parte, la educación de masas preparó a la futura mano
de obra y mantuvo el orden y el control sociales; constituyó nada menos que un “aparato
ideológico” del Estado.
La escuela procesaba alumnos por lotes, segregándolos por grupos de edad, denominados
“clases o niveles”, a los que se impartía un currículum estandarizado a través de unos
métodos de conferencias, cuyo protagonista era el maestro. Estos sistemas de educación
elemental tenían el complemento de unos sistemas de educación secundaria, más
selectivos, dirigidos a las élites mercantiles y sociales.
Las escuelas actuales han hecho esfuerzos denodados por dar oportunidad de estudiar a
un gran número de jóvenes, pero a un coste significativo. Lo han conseguido provocando
la impersonalidad y la alienación de sus alumnos, y la inflexibilidad burocrática y la falta de
sensibilidad ante el cambio de sus profesores. Como organizaciones grandes, las escuelas
no satisfacen las necesidades académicas, personales y sociales de sus alumnos, ni las del
fructífero desarrollo profesional, aprendizaje permanente y decisión flexible de sus
profesores.
En las escuelas modernistas, los docentes se han visto constantemente obstruidos, han
sostenido una lucha constante para mantenerse y realizarse; entre el “yo sustancial” (que
trata de realizar sus propios objetivos) y el “yo situacional” (comprometido por los límites
impuestos por las circunstancias).
La crisis de la modernidad.
Economías flexibles.
Estas nuevas economías flexibles, exigen nuevas cualificaciones y destrezas a los futuros
trabajadores y a quienes los forman. Cuando la economía esté más basada en la
información y la forma de trabajo pase de la actividad manual a la del conocimiento,
aumente la preocupación por el continuo progreso y aprendizaje de los ciudadanos y
empleados, las condiciones laborales requerirán que se aprenda a funcionar bien en
grupos, ejercitar la autodisciplina considerable, mostrar lealtad al tiempo que se
mantienen las facultades críticas, respetar los derechos de los demás, y a la vez, esperar
que le respeten a uno. Esta lista de características podría ser también la de las virtudes del
ciudadano en una democracia.
Es evidente que un objetivo importante de los profesores y las escuelas en una sociedad
postindustrial es educar a los jóvenes en destrezas y cualidades como la adaptabilidad, la
responsabilidad, la flexibilidad y la capacidad para trabajar con otros. Lo mismo ocurre
respecto a la familiarización con las nuevas tecnologías que caracterizan cada vez más
muchos ambientes laborales. Todo esto pone de manifiesto la necesidad de ambientes
escolares que puedan generar el aprendizaje autónomo, individualizado y
significativamente cooperativo; pero, la escuela secundaria, con sus formatos de clase
única, aula única, profesor único, no está preparada para satisfacer esas necesidades.
La paradoja de la globalización.
En estas pautas cambiantes, las fronteras nacionales y las tradiciones locales tienen cada
vez menos significación para la actividad económica e, incluso, para las monedas con las
que se realizan las transacciones. La flexibilidad económica se ha elevado por encima de la
identidad nacional. Paradójicamente, las identidades nacionales, puestas en peligro por la
globalización económica, se están reconstruyendo frenéticamente, asistimos al
resurgimiento de las identidades étnicas, religiosas y lingüísticas de carácter más local.
No cabe duda que es importante reconstruir y reflexionar sobre las culturas étnicas o las
culturas nacionales. Pero también lo es enseñar a los jóvenes a tomar conciencia y a
responsabilizarse de las dimensiones globales de su mundo. La educación global no es una
asignatura más, sino una perspectiva que se opone al potencial etnocentrismo de todas
las asignaturas. El futuro del trabajo de los profesores y de las estructuras en la que se
desarrolla depende, en gran parte, de la solución que se dé a esta paradoja.
La ciencia ya no parece capaz de mostrarnos cómo vivir, al menos con cierta certeza y
estabilidad. La duda está en todas partes, la tradición se muestra en retirada y las certezas
moral y científica han perdido su credibilidad (ejemplo: el alcohol es perjudicial para la
salud; ahora, el consumo en pequeñas cantidades de vino tinto reduce el colesterol.
Ejemplo: los héroes de la historia de México).
Algunos enfoques nuevos del desarrollo del profesorado respetan el criterio de los
profesores en vez de imponer formulas estandarizadas, reconocen que el conocimiento
básico de la enseñanza tiene carácter de provisional y dependiente del contexto, respetan
y dejan espacio a los juicios discrecionales de los profesores en sus aulas.
El mosaico móvil.
El yo ilimitado.
Simulación segura.
La juventud hoy está rodeada y envuelta por las imágenes. Los libros de texto, las fichas
de trabajo y los proyectores poco tienen que hacer frente a estas otras modalidades de
experiencia de aprendizaje, más complejas, instantáneas, y a veces, espectaculares. Esto
hace un tanto irrelevantes las exposiciones tradicionales de interés práctico y local, en
cuanto a fuentes para la enseñanza y la motivación de alumnos de bajo rendimiento.
Existe el peligro real de que el espectáculo y la superficialidad de una cultura visual
instantánea suplante e impida el necesario discurso moral y la estudiada reflexión de otra
cultura más oral. El debate lingüístico y el análisis crítico verbal constituyen la trama de
una cultura moral más reflexiva y, en consecuencia, también es importante que los
profesores descubran modos de proteger, promover y validar su aportación. El desafío al
que los profesores tienen que hacer frente en sus clases consiste en cómo comprometerse
de verdad con las imágenes y las tecnologías del mundo postmoderno sin rechazar el
análisis cultural, el juicio moral y la reflexión serena, que aquéllas amenazan con
suplantar.
La estética puede alzarse sobre la ética: ¡la apariencia de las cosas sobre su esencia!
Ejemplo: con su sonrisa, Reagan obtiene un consenso mucho mayor que el que pudiera
lograr Kennedy con la simple razón o la inteligencia política.
Uno de los factores que más impulsa a las personas hacia las soluciones superficiales y al
mantenimiento de las simples apariencias es la falta de tiempo. Desde los primeros días
de la revolución industrial, con la invención del reloj mecánico, merced a sus vínculos con
la productividad y la rentabilidad, el tiempo es oro. Ahorra tiempo y también ahorrarás
dinero.