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entiende a partir de la relación de cada uno con el mundo, del yo con la circunstancia. Esta
idea es central: el objeto del conocer es circunstancial. Nuestras historias como individuos,
nuestros programas vitales, y la historia de los hombres como especie, son contingencia y
desarrollo en la circunstancia. Hacerse cargo de la circunstancia conlleva asumir conceptos
y adaptarse a un «esquema de atenimiento», (Ortega, 1992: 164). No disponemos de una
verdad inamovible como referencia sino de perspectivas que se originan en un interés
concreto. Dios o los animales, por ejemplo, no necesitan conocer, preguntarse por el ser de
las cosas. Por eso la cuestión del conocimiento es genuinamente humana, porque su
voluntad, su interés, le hace al hombre intentar aprehender el objeto.
La meditación sobre la técnica, el interés por el artefacto, se puede situar en este
contexto de conocimiento, en tanto que la naturaleza es un mito, porque el mundo que
habitamos, el espacio donde se desarrollan nuestras vidas es un espacio mediado por los
artefactos y por la técnica.
Al ser humano no le basta con adaptarse a su entorno como a los demás seres vivos, el
humano quiere transformar el medio para adaptarlo a sus necesidades. Nuestras
necesidades no son solo biológicas, para vivir necesitamos también lo superfluo. En sus
cursos explica Ortega que la aspiración del hombre es vivir bien, antes incluso que vivir
meramente, buscar el confort a partir de los productos de su propia creación. Estar en el
mundo debe ser «bienestar», por eso el hombre es el técnico de lo superfluo, el artífice de
las tecnologías de la felicidad. Y en esta actitud, que se ha mantenido desde la prehistoria,
hay algunos componentes constantes en medio de las cambiantes ideas de bienestar que se
puedan tener en cada momento o lugar: (1) la ley del mínimo esfuerzo, y (2) la constante
innovación en busca de lo que la naturaleza no produce. Así sucede que el hombre trabaja
para no trabajar, «que la técnica es, […], el esfuerzo para ahorrar el esfuerzo» (Ortega,
1935: 13), y este ahorro de esfuerzo permite dedicarse a otros quehaceres, al otium antes
que al nec-otium:
«En el hueco que la superación de su vida animal deja, vaca el hombre a una serie de quehaceres no
biológicos, que no le son impuestos por la naturaleza, que él se inventa a si mismo. Y precisamente a
esa vida inventada, inventada como se inventa una novela o una obra de teatro, es a lo que el hombre
llama vida humana, bienestar. La vida humana, pues, trasciende de la realidad natural, no le es dada
como le es dado a la piedra caer y al animal el repertorio rígido de sus actos orgánicos —comer, huir,
nidificar, etcétera—, sino que se la hace él, y este hacérsela comienza por ser la invención de ella»,
(Ortega, 1935: 13).
El hombre existe pero además tiene que ganárselo, «combatir incesantemente con las
dificultades que el contorno le ofrece; […] hacerse en cada momento su propia existencia»,
(Ortega, 1935: 15). Su ser es una aspiración, una pretensión, un proyecto, un programa
diferente en cada época, distinto para cada pueblo y para cada individuo, para cada
circunstancia. La realización práctica del programa vital, el self-made humano, requiere
para hacerse posible de unos medios que son los que la técnica proporciona. Y en eso
consiste la vida, en la búsqueda, adquisición y manejo de tales medios, y por eso el hombre
es un técnico de si mismo.
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El programa actual del hombre lo anticipó, con claridad, el Ortega de principio de la
década de los treinta del siglo pasado: «[u]no de los temas que en los próximos años se va a
debatir con mayor brío es el del sentido, ventajas, daños y límites de la técnica», (Ortega,
1935: 4). Entre los tres estadios que distingue en la evolución de la técnica: el del azar, el
del artesano y el del técnico, este tercero, que corresponde a los siglos XIX y XX, es el que
mejor representa la situación actual. Un desbordado crecimiento tecnológico y la absoluta
dependencia, casi sometimiento, a los actos y consecuencias de la técnica. Las maquinas
que nos rodean ya no son instrumentos a nuestro servicio, cada vez más las maquinas
actúan por su cuenta y nosotros estamos a su servicio. Hay un selecto y reducido grupo de
conocedores del funcionamiento de la técnica, los ingenieros, alejados de quienes la usan y
la padecen. Estamos cada vez más convencidos del poder sin limites de nuestras
invenciones y somos cada vez más ignorantes del «complicado plan de su maquinaria».
Hemos nacido rodeados de objetos que requieren instrucciones de manejo, pero estamos
tan acostumbrados a ellos que nos parecen naturales. Lo cierto es que estamos ignorando
la capacidad de programar la propia vida, que, llena de cachivaches se nos vacía de
contenido, ya no sabemos bien quienes somos. Volvemos a la pregunta por el ser cuando
las cosas devienen problemáticas, cuando dejan de funcionar o de sernos de utilidad, de
manera que tras el ser de las cosas aparece el conflicto. La desorientación y
desmoralización colectivas de Occidente, personificadas en el «hombre-masa», de las que
habló Ortega parece que vinieron para quedarse:
«[…] al hombre medio se le ha hecho hoy su propia vida menos transparente que lo que la suya era al
hombre en otros tiempos. La técnica cuya misión es resolverle al hombre problemas se le ha
convertido de pronto en un nuevo y gigantesco problema», (Ortega, 1935: 3).
Referencias:
MITCHAM, Carl. ¿Qué es la filosofía de la tecnología?. Barcelona, Anthropos, 1989.
ORTEGA Y GASSET, José. Meditación de la técnica. [1935]. Recurso electrónico de:
<https://francescllorens.files.wordpress.com/2013/02/ortega_meditacion_tecnica.pdf>.
ORTEGA Y GASSET, José. Meditación de la técnica. [1939]. Madrid, Espasa-Calpe, 1965.
ORTEGA Y GASSET, José. ¿Qué es conocimiento?. [1931]. Madrid, Alianza, 1992.