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lirismo e impecable factura narrativa.I. AMBROSE BIERCE.

Leyenda y realidad se funden en una figura


últimamente reivindicada para la historia literaria: Ambrose Bierce (1842-¿1914?), ese «gringo viejo» —citando
el título de Carlos Fuentes— que, dicen, fue a Méjico a buscar la muerte con la excusa de luchar junto a Pancho
Villa. Desde sus inicios en el mundo del periodismo, Bierce destacó como uno de los más agrios, polémicos y
coherentes críticos de la sociedad norteamericana y, en general, de todo el género humano cuando éste se comporta
estúpidamente. Aunque compuso algunas narraciones y cuentos al estilo de Poe, cultivando la imaginación, el
misterio y el terror, a Bierce debe considerársele más bien un prosista que supo servirse literariamente en sus
brevísimos relatos de registros demasiado libres y heterodoxos como para ser considerados estrictamente
narrativos. Característicos de Bierce serán tanto cierto sentidmes: como éste, Edith Wharton se instaló en Europa
(en concreto, en Francia), donde compuso buena parte de su obra; también como él, dirigió su atención hacia los
ambientes más refinados y selectos socialmente; pero, a diferencia del maestro, obvió en su producción la realidad
europea y se centró casi exclusivamente en el estudio de la alta sociedad neoyorquina, aceptando como propia —a
veces, no sin trágica resistencia— la estricta y conservadora moral dominante de la aristocracia financiera
norteamericana (a la cual pertenecía la escritora por su matrimonio con Edward Wharton, banquero bostoniano
del que obtuvo el divorcio por enfermedad mental).
El entre finales y principios de siglo. Destaquemos entre su obra la novela Ethan Frome (1911),
narración de gran poder dramático, argumental y estilísticamente directa, vigorosa en el trazo descriptivo y
caracteriológico; de innegable raigambre naturalista, en ella domina ese primitivo y efectivo sentimiento pasional
ta considerarla como una escritora naturalista cuya visión de la realidad —realidad social,
fundamentalmente— proviene en gran medida del magisterio y la sensibilidad impuestos por Henry Janarrativo,
y esta diversidad malogró sus posibilidades. Deben recordarse hoy día sus capaces imitaciones y parodias de
autores famosos, tanto europeos como norteamericanos y, sobre todo, algunos de sus cuentos, entre los que
podemos destacar El talismán de Roaring Camp (The luck of Roaring Camp, 1868) y Los réprobos de Pocker Flat
(The outcasts of Pocker Flat, 1869), ambos de acendrado n característico de la mejor novela estadounidense. Pero
Wharton sobresale, más que por la narración larga, por el relato breve, del cual nos ha dejado dos excelentes
muestras: La casa de la alegría (The house of mirth, 1905) y La edad de la inocencia (The age of innocence, 1920);
en ambos los protagonistas renuncian consciente pero también trágicamente a su propia felicidad, sacrificando
sus sentimientos —como es usual en la obra de Wharton— en aras de una posición social que el orden y la moral
establecid

Otro de los escritores norteamericanos que pasó buena parte de su vida fuera de Norteamérica fue Bret
Harte (1836-1902), quien, atraído por la cultura europea, residió en Londres desde 1878 hasta su muerte. Poco
conocido fuera de su país, Harte era, sin embargo, un esc análisis de la moral puritana característica de la
oligarquía económica de Nueva Inglaterra, a cargo de la cual corre la defensa del afán de éxito y del capitalismo
emprendedor, es el tema predominante, casi obsesivo, de su obra narrativa, gracias a la cual conservamos algunos
de los mejores cuadros de la vida del capitalismo norteamericano ritor bien dotado que gozó de amplio magisterio
en su época —así lo reconoció, por ejemplo, Mark Twain—; quizás a raíz de sus excelencias creadoras, fue incapaz
de centrar su interés en un solo aspecto del arte

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