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Por NICHOLAS CONFESSORE, GABRIEL J.X. DANCE, RICHARD HARRIS and MARK HANSEN 27 de enero de 2018
L
Minnesota que tiene una amplia sonrisa y el cabello ondulado. Le
gusta leer y escuchar las canciones del rapero Post Malone. Cuando
usa Facebook o Twitter, a veces comenta sobre las cosas que la
aburren o hace bromas con sus amigos. Ocasionalmente, como muchos
adolescentes y jóvenes, publica una selfi.
Pero en Twitter existe una versión de Jessica que ninguno de sus amigos o
familiares podría reconocer. Aunque las dos cuentas comparten su nombre,
retrato y la misma biografía de una sola línea (“Tengo problemas”), la otra
Jessica ha promocionado cuentas de inversiones inmobiliarias canadienses,
criptomonedas y una estación de radio en Ghana. La cuenta falsa siguió o
retuiteó cuentas en árabe e indonesio, idiomas que Jessica no habla. Mientras
ella tenía 17 años y estaba en el último año del colegio, su contraparte falsa
frecuentemente promovía pornografía gráfica, al retuitear cuentas como
Squirtamania y Porno Dan.
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Las cuentas que más se parecen a las personas reales, como la de Rychly,
muestran el patrón de una especie de robo de identidad social a gran escala. Al
menos 55.000 cuentas de Devumi usan los nombres, fotos de perfil, lugares de
origen y otros detalles personales de usuarios reales de Twitter, incluidos
menores de edad, según un análisis de datos realizado por el Times.
“No quiero que mi foto esté relacionada a esa cuenta, ni mi nombre”, dijo
Rychly, quien ahora tiene 19 años. “No puedo creer que alguien pague por eso.
Es simplemente horrible”.
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The New York Times revisó los registros comerciales y judiciales que evidencian
que Devumi tiene más de 200.000 clientes, incluyendo estrellas de reality
shows, atletas profesionales, comediantes, oradores de TED, pastores y
modelos. En la mayoría de los casos, según muestran los registros, esos clientes
compraron sus propios seguidores. En otros, sus empleados, agentes,
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Kristin Binns, una portavoz de Twitter, dijo que la empresa no suele suspender
a usuarios bajo sospecha de adquirir bots, en parte porque es difícil saber quién
es el responsable de una compra determinada. Twitter no quiso revelar si un
muestreo de cuentas falsas proporcionado por el Times —cuentas hechas a
partir de la información de usuarios reales— violaban las políticas de la
empresa en contra de la suplantación de identidad.
“Las redes sociales son un mundo virtual en el que la mitad son bots y el resto es
gente real”, dijo Rami Essaid, fundador de Distil Networks, una empresa de
ciberseguridad que se especializa en erradicar redes de bots. “No puedes
aceptar sin más lo que dice un tuit. Y no todo es lo que parece”.
La economía de la influencia
El año pasado, tres mil millones de personas iniciaron sesión en redes como
Facebook, WhatsApp o la china Sina Weibo. El anhelo colectivo del mundo por
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Una cantidad alta de seguidores también es clave para los influenciadores que
aspiran a marcar tendencia o para las estrellas de YouTube a quienes las
empresas les dan miles de millones de dólares al año para patrocinar sus
productos. Mientras más alcance tengan esas personalidades, más dinero
ganan. De acuerdo con datos de Captiv8, una empresa que vincula a los
influenciadores con las marcas, alguien con 100.000 seguidores puede ganar
hasta 2000 dólares por un solo tuit promocionado, mientras que alguien con un
millón de seguidores podría cobrar hasta 20.000 dólares.
La fama genuina a veces conlleva una influencia real en redes sociales, con los
fanáticos que siguen a sus estrellas de cine favoritas, a cocineros célebres y
modelos. Pero también hay atajos disponibles: en sitios como Social Envy y
DIYLikes.com tan solo se requiere dar un número de tarjeta para comprar un
ejército de seguidores en cualquier plataforma social en línea.
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Pero vistas más de cerca había detalles extraños. Los nombres de las cuentas
tenían letras de más o usaban guion bajo o sustituían letras tan similares que el
cambio era casi imperceptible, como una ele minúscula en vez de una i
mayúscula.
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En agosto, un reportero del Times le envió un correo a Calas para pedirle que
contestara algunas preguntas sobre Devumi; Calas no respondió al correo.
Twitter prohíbe vender o comprar seguidores o retuits mientras que Devumi le
promete a su clientela discreción absoluta. “Tu información siempre se
mantiene confidencial” dice el sitio web de la empresa. “Nuestros seguidores se
ven igual que otros seguidores y siempre llegan de manera natural. La única
manera en la que alguien va a saber es si le dices”.
La compra de bots
Pero los registros de la empresa revisados por el Times revelan mucho de lo que
Devumi y sus clientes prefieren ocultar.
Aunque algunos dijeron que creían que Devumi les daba fanáticos potenciales o
clientes reales, otros admitieron que sabían o sospechaban que las cuentas eran
falsas. Varios dijeron arrepentirse de haber hecho la compra.
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Una portavoz dijo que ese empleado actuó sin la autorización de Ireland y que
había sido suspendido después de que el Times preguntó al respecto. “Estoy
segura de que pensó que estaba cumpliendo con sus responsabilidades, pero no
es algo que debería haber hecho”, dijo la vocera, Rona Menashe.
Algunos negaron haber hecho compras a Devumi. Entre ellos está Ashley
Knight, la asistente personal de Ray Lewis, el futbolista, cuyo correo electrónico
era el listado en una orden para 250.000 seguidores. La cuenta personal de
Twitter de Paul Hollywood, panadero célebre y juez de The Great British Bake-
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off, fue eliminada después de que el Times le envió preguntas por correo.
Hollywood respondió así: “La cuenta no existe”.
Otros clientes dijeron que se habían sentido presionados por sus empleadores
para tener más seguidores. Marcus Holmlund era el encargado de redes
sociales de la agencia de modelaje Wilhemina. Poco después de haber llegado al
puesto, un supervisor le dijo que no estaba consiguiendo suficientes seguidores
y que debía o comprarlos o encontrar otro empleo. Holmlund terminó pagando
él mismo por las cuentas a Devumi antes de dejar la empresa en 2015 (una
portavoz de Wilhemina se negó a hacer comentarios).
“Me sentí pasmado por la amenaza de ser despedido o, lo que es peor, nunca
poder volver a trabajar en la industria de la moda”, dijo Holmlund. “Desde
entonces le digo a quienes me preguntan que es un engaño”.
Varios clientes de Devumi reconocieron que habían comprado bots porque sus
carreras dependían, en parte, de aparentar tener influencia en redes sociales.
“Nadie te toma en serio si no tienes una presencia notoria”, dijo Jason
Schenker, economista que se especializa en pronósticos económicos y que ha
comprado unos 260.000 seguidores.
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La empresa también le vende bots a estrellas de reality shows, que utilizan esa
fama para cobrar por hacer actos de aparición o patrocinios. Sonja Morgan, del
programa The Real Housewives of New York City, usa su cuenta de Twitter
impulsada por Devumi para promover su línea de moda, una aplicación para
compras y un sitio web en el que vende saludos personalizados en video.
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Las cuentas de los hermanos, según los registros de Devumi, son potenciadas
por miles de retuits que compró su madre y mánager, Shadia Daho. (Quien no
respondió a varios intentos de contactarla por correo y vía una empresa de
relaciones públicas).
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Robado y vendido
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últimos años y es uno de al menos doce clientes de esa empresa que son parte de
la industria del entretenimiento adulto.
Devumi ha vendido decenas de miles de bots de alta calidad que son similares,
de acuerdo con un análisis del Times. En algunos casos un solo usuario real de
Twitter fue transformado en cientos de diferentes bots; cada uno una variante
con cambios mínimos respecto al original.
Sam Dodd, ahora estudiante de universidad y quien aspira a ser cineasta, creó
su cuenta en su segundo año del colegio preparatorio en Maryland. Antes de
graduarse ya habían sido copiados sus detalles de Twitter a una cuenta bot.
Esta no tuvo actividad sino hasta el año pasado, cuando comenzó a retuitear de
manera continua a clientes de Devumi.
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Esas identidades sociales robadas son claves para la marca Devumi. Los bots de
alta calidad son los que usualmente llegan primero a los clientes, seguidos por
unos de baja calidad; como si entregaran queso parmesano rallado junto con
aserrín.
Otras víctimas seguían siendo activas en Twitter cuando los bots de Devumi
empezaron a suplantar su identidad. Salle Ingle, ingeniera de 40 años que vive
en Colorado, dijo que le preocupaba que un posible empleador se topara con la
versión falsa si revisaba su actividad en redes sociales como parte del proceso de
contratación. Cuando el Times le avisó sobre la cuenta, ella contactó a Twitter y
logró que fuera desactivada.
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Calas, quien tiene 27 años, creció en el sur de Florida. Cuando era adolescente
aprendió diseño web y construyó los sitios de varias compañías locales, de
acuerdo con versiones anteriores de su página web personal que están
guardadas en el Internet Archive.
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“Inicié esta compañía con mil dólares en el banco, sin inversores, y solo con una
ardiente pasión por el éxito”, escribió Calas en el sitio de listados laborales
Glassdoor.
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Calas acusó que Boado usó un nombre muy similar, DevumiBoost, y el mismo
diseño del sitio web, con todo y la dirección en Manhattan. (Boado no
respondió a correos solicitándole respuesta a las acusaciones de Calas). Durante
julio pasado, Boado –haciéndose pasar por un empleado de Devumi– le
escribió a cientos de clientes de esta empresa para decirles que sus órdenes iban
a ser procesadas por DevumiBoost. Luego también se hizo pasar por los clientes
enviando correos a Devumi con diversos alias para pedir cancelar órdenes.
La demanda de Calas también reveló algo más: parece que Devumi no hace sus
propios bots. En cambio, los compra al mayoreo como parte de un mercado
global de cuentas falsas en redes sociales.
Esparcidos por todo el internet hay diversos sitios web con los que fabricantes
anónimos de bots se conectan con minoristas como Devumi. Mientras que los
clientes individuales llegan a comprar directo de estos sitios –Peakerr,
CheapPanel o YTbot, entre otros– son menos amigables para un usuario
directo. Algunas, por ejemplo, no aceptan pagos con tarjeta, solo Bitcoin.
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Cada sitio vende seguidores, me gusta y compartir al por mayor para diversas
redes sociales en diferentes idiomas. Las cuentas que venden llegan a cambiar
de manos en varias ocasiones y a ser comercializadas por más de un vendedor.
En diciembre, Calas pidió que el Times le diera ejemplos de bots que habían
copiado información de usuarios reales. Después de recibir los nombres de diez
cuentas, Calas, quien había aceptado dar una entrevista, pidió más tiempo para
analizarlas y después dejó de responder a los correos.
Todas las cuentas falsas que le mostró el Times está en violación de las políticas
antispam de Twitter y fueron eliminadas, dijo Binns. “Nos tomamos muy en
serio la acción de suspender una cuenta en la plataforma”, dijo. “Al mismo
tiempo, queremos combatir el spam de manera agresiva en la plataforma”.
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Algunos críticos creen que hay un incentivo de negocios para Twitter en contra
de reprimir más agresivamente a los bots. Durante los últimos dos años, la
empresa ha batallado para generar el crecimiento de usuarios que han tenido
rivales como Facebook o Snapchat e investigadores externos han puesto en tela
de duda los estimados de la compañía sobre cuántos de sus usuarios activos son
en realidad bots.
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Sin embargo, la verdadera Rychly ya planea salirse para siempre de esa red
social.
Contribuyeron al reportaje Manuela Andreoni, Jeremy Ashkenas, Laurent Bastien Corbeil, Nic
Dias, Elise Hansen, Michael Keller, Manuel Villa y Felipe Villamor. Colaboraron con
investigación Susan C. Beachy, Doris Burke y Alain Delaquérière.
Diseño y desarrollo por Danny DeBelius y Richard Harris. Dirección artística por Antonio De
Luca y Jason Fujikuni. Fotos usadas en la ilustración: Ireland, Rodin Eckenroth/Getty
Images; Lewis, D Dipasupil/FilmMagic; Leguizamo, Amanda Edwards/WireImage, vía Getty
Images; Ingle, Morgan Rachel Levy para The New York Times
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