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1/28/2018 La fábrica de seguidores – Español

Ilustración fotográfica por Adam Ferriss

Por NICHOLAS CONFESSORE, GABRIEL J.X. DANCE, RICHARD HARRIS and MARK HANSEN 27 de enero de 2018

A VERDADERA JESSI CA RY CHLY es una adolescente de

L
Minnesota que tiene una amplia sonrisa y el cabello ondulado. Le
gusta leer y escuchar las canciones del rapero Post Malone. Cuando
usa Facebook o Twitter, a veces comenta sobre las cosas que la
aburren o hace bromas con sus amigos. Ocasionalmente, como muchos
adolescentes y jóvenes, publica una selfi.

Pero en Twitter existe una versión de Jessica que ninguno de sus amigos o
familiares podría reconocer. Aunque las dos cuentas comparten su nombre,
retrato y la misma biografía de una sola línea (“Tengo problemas”), la otra
Jessica ha promocionado cuentas de inversiones inmobiliarias canadienses,
criptomonedas y una estación de radio en Ghana. La cuenta falsa siguió o
retuiteó cuentas en árabe e indonesio, idiomas que Jessica no habla. Mientras
ella tenía 17 años y estaba en el último año del colegio, su contraparte falsa
frecuentemente promovía pornografía gráfica, al retuitear cuentas como
Squirtamania y Porno Dan.

Todas esas cuentas pertenecen a clientes de una oscura empresa


estadounidense llamada Devumi que ha recaudado millones de dólares en el
mercado global del fraude en las redes sociales. Devumi vende seguidores de
Twitter y retuits a celebridades, negocios y cualquier persona que quiera ser
más popular o ejercer influencia en internet. Usando un conjunto de al menos

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3,5 millones de cuentas automatizadas —cada una de ellas ha sido vendida


muchas veces— la compañía le ha proporcionado a sus clientes más de 200
millones de seguidores en Twitter, según reveló una investigación de The New
York Times.

Las cuentas que más se parecen a las personas reales, como la de Rychly,
muestran el patrón de una especie de robo de identidad social a gran escala. Al
menos 55.000 cuentas de Devumi usan los nombres, fotos de perfil, lugares de
origen y otros detalles personales de usuarios reales de Twitter, incluidos
menores de edad, según un análisis de datos realizado por el Times.

“No quiero que mi foto esté relacionada a esa cuenta, ni mi nombre”, dijo
Rychly, quien ahora tiene 19 años. “No puedo creer que alguien pague por eso.
Es simplemente horrible”.

Estas cuentas son monedas falsas en la floreciente economía de la influencia en


internet, que toca prácticamente cualquier industria en la que una audiencia
masiva —o la ilusión de que la hay— pueda ser monetizada. En la actualidad las
cuentas falsas que han sido creadas por gobiernos, delincuentes y empresarios
infestan las redes sociales. Según algunos cálculos, hasta 48 millones de los
usuarios activos de Twitter, casi el 15 por ciento, son cuentas automatizadas
diseñadas para simular ser personas reales, aunque la compañía afirma que ese
número es mucho menor.

En noviembre, Facebook reveló a sus inversores que tenía al menos el doble de


usuarios falsos que los estimados anteriormente, lo que indica que existen unas
60 millones de cuentas automatizadas en la plataforma de medios sociales más
grande del mundo. Estas cuentas falsas, conocidas como bots, pueden ayudar a
influenciar a las audiencias publicitarias y replantear los debates políticos.

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Pueden afectar negocios y arruinar reputaciones. Sin embargo, desde el punto


de vista legal, su creación y venta están en una zona gris.

“La continua viabilidad de cuentas fraudulentas e interacciones en las


plataformas de redes sociales, y la profesionalización de estos servicios
fraudulentos, es muestra de que todavía hay mucho trabajo por hacer”, dijo el
senador demócrata de Virginia Mark Warner, quien también es miembro del
Comité de Inteligencia del Senado de Estados Unidos, que ha estado
investigando la propagación de cuentas falsas en Facebook, Twitter y otras
plataformas.

A pesar de las crecientes críticas a las compañías de medios sociales y el mayor


escrutinio de los funcionarios electos, el comercio de seguidores falsos sigue
siendo opaco en gran medida. Si bien Twitter y otras plataformas prohíben
comprar seguidores, Devumi y docenas de otros sitios los venden abiertamente.
Y las compañías de redes sociales, cuyo valor de mercado está estrechamente
vinculado al número de personas que usan sus servicios, establecen sus propias
reglas para detectar y eliminar cuentas falsas.

El fundador de Devumi, German Calas, negó que su compañía vendiera


seguidores falsos y dijo que no sabía nada sobre las identidades sociales
robadas a los usuarios reales. “Las acusaciones son falsas y no tenemos
conocimiento de ninguna de esas actividades”, afirmó Calas en un intercambio
de correos electrónicos en noviembre.

The New York Times revisó los registros comerciales y judiciales que evidencian
que Devumi tiene más de 200.000 clientes, incluyendo estrellas de reality
shows, atletas profesionales, comediantes, oradores de TED, pastores y
modelos. En la mayoría de los casos, según muestran los registros, esos clientes
compraron sus propios seguidores. En otros, sus empleados, agentes,

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compañías de relaciones públicas, familiares o amigos hicieron la compra. Por


solo unos centavos de dólar por cada uno, a veces incluso por menos, Devumi
ofrece seguidores de Twitter, visitas en YouTube, reproducciones en
SoundCloud y recomendaciones en LinkedIn.

El actor John Leguizamo tiene seguidores de Devumi. También los tienen


Michael Dell, el multimillonario de la informática, y Ray Lewis, el comentarista
de fútbol americano y antiguo jugador de los Ravens de Baltimore. Kathy
Ireland, quien inició su carrera como modelo y hoy preside un imperio de
licencias de 500 millones de dólares, tiene cientos de miles de seguidores falsos
de Devumi, al igual que Akbar Gbajabiamila, el presentador del programa
American Ninja Warrior. Incluso una integrante de la junta de Twitter,
Martha Lane Fox, tiene algunos de esos seguidores.

En momentos en que Facebook, Twitter y Google se enfrentan a una epidemia


de manipulación política y noticias falsas, los seguidores falsos de Devumi
fungen como la infantería de las batallas políticas en línea. Los clientes de esa
empresa incluyen tanto a partidarios acérrimos de Donald Trump como a
comentaristas liberales y conservadores de la televisión estadounidense.

Los productos de Devumi también atienden las necesidades de políticos y


gobiernos del resto del mundo. Un editor de Xinhua, la agencia noticiosa china,
le pagó a la compañía estadounidense para conseguir cientos de miles de
seguidores y retuits en Twitter, una plataforma que está prohibida por el
gobierno chino pero que es vista como un foro para la propaganda al exterior.
El año pasado, un asesor del presidente ecuatoriano Lenín Moreno adquirió
decenas de miles de seguidores y de retuits para las cuentas de la campaña
electoral de Moreno.

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Kristin Binns, una portavoz de Twitter, dijo que la empresa no suele suspender
a usuarios bajo sospecha de adquirir bots, en parte porque es difícil saber quién
es el responsable de una compra determinada. Twitter no quiso revelar si un
muestreo de cuentas falsas proporcionado por el Times —cuentas hechas a
partir de la información de usuarios reales— violaban las políticas de la
empresa en contra de la suplantación de identidad.

“Seguimos luchando para responder a cualquier automatización maliciosa en


nuestra plataforma, así como cuentas falsas o de spam”, dijo Binns.

A diferencia de algunas empresas de redes sociales, Twitter no exige que sus


cuentas estén vinculadas a una persona real. También permite un mayor acceso
automatizado a su plataforma que otras compañías, lo que facilita la creación y
el control de grandes cantidades de cuentas.

“Las redes sociales son un mundo virtual en el que la mitad son bots y el resto es
gente real”, dijo Rami Essaid, fundador de Distil Networks, una empresa de
ciberseguridad que se especializa en erradicar redes de bots. “No puedes
aceptar sin más lo que dice un tuit. Y no todo es lo que parece”.

Resulta que eso incluye a Devumi.

La economía de la influencia

El año pasado, tres mil millones de personas iniciaron sesión en redes como
Facebook, WhatsApp o la china Sina Weibo. El anhelo colectivo del mundo por

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establecer una conexión no solo ha cambiado la composición de la lista de las


500 empresas con mayor valuación de Fortune y reformulado el mundo de la
publicidad, sino que ha creado un nuevo indicador de estatus: la cantidad de
personas que te siguen, te dan me gusta o te agregan como “amigo”. Para
algunos artistas o empresarios, ese estatus virtual es un factor de influencia en
el mundo real. Los conteos de seguidores en redes sociales pueden determinar
quiénes los contratan, cuánto les pagan por patrocinios o compromisos e,
incluso, cómo los clientes potenciales evalúan sus productos o negocios.

Una cantidad alta de seguidores también es clave para los influenciadores que
aspiran a marcar tendencia o para las estrellas de YouTube a quienes las
empresas les dan miles de millones de dólares al año para patrocinar sus
productos. Mientras más alcance tengan esas personalidades, más dinero
ganan. De acuerdo con datos de Captiv8, una empresa que vincula a los
influenciadores con las marcas, alguien con 100.000 seguidores puede ganar
hasta 2000 dólares por un solo tuit promocionado, mientras que alguien con un
millón de seguidores podría cobrar hasta 20.000 dólares.

La fama genuina a veces conlleva una influencia real en redes sociales, con los
fanáticos que siguen a sus estrellas de cine favoritas, a cocineros célebres y
modelos. Pero también hay atajos disponibles: en sitios como Social Envy y
DIYLikes.com tan solo se requiere dar un número de tarjeta para comprar un
ejército de seguidores en cualquier plataforma social en línea.

“Ves a un número de seguidores más alto o una mayor cantidad de retuits y


supones que esa persona es importante o que a ese tuit le fue bien”, dijo Rand
Fishkin, fundador de Moz, compañía que desarrolla software de optimización y
posicionamiento en motores de búsquedas. “Como resultado, es más probable
que tú también lo amplifiques, lo compartas o que sigas a esa persona”.

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Twitter y Facebook pueden ser influenciadas de manera similar. “Las


plataformas sociales quieren recomendarte cosas y dicen: ‘¿Lo que estamos
recomendando es popular?’”, dijo Julian Tempelsman, cofundador de Smyte,
firma de ciberseguridad que ayuda a empresas a combatir el fraude y abuso en
línea y a los bots. “La cantidad de seguidores es uno de los factores que toman
en cuenta”.

Si haces una búsqueda en Google sobre cómo conseguir más seguidores,


Devumi estará entre los principales resultados. Su sitio se nota pulido y destaca
sus oficinas en Manhattan, testimonios de clientes y una garantía de reembolso.
Lo mejor de todo, según promete Devumi, es que los productos de la empresa
tienen el visto bueno de la plataforma para la cual venden seguidores. “Solo
utilizamos técnicas de promoción que han sido aprobadas por Twitter para que
nunca corras el riesgo de que suspendan o penalicen tu cuenta”, asegura.

Para entender mejor el negocio de Devumi, contratamos sus servicios. En abril,


el Times creó una cuenta de prueba en Twitter y le pagó a Devumi 225 dólares
por 25.000 seguidores; alrededor de un centavo de dólar por cada uno. Como se
promete, los primeros 10.000 parecían ser personas reales. Tenían fotografías y
nombres completos, la ciudad en la que se encontraban y biografías que
parecían ser auténticas. Una cuenta se asemejaba a la de Rychly, la joven de
Minnesota.

Pero vistas más de cerca había detalles extraños. Los nombres de las cuentas
tenían letras de más o usaban guion bajo o sustituían letras tan similares que el
cambio era casi imperceptible, como una ele minúscula en vez de una i
mayúscula.

Los siguientes 15.000 seguidores de Devumi eran más claramente sospechosos:


no tenían imágenes de perfil y en vez de nombres tenían una mezcla de letras,

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números y fragmentos de palabras.

En agosto, un reportero del Times le envió un correo a Calas para pedirle que
contestara algunas preguntas sobre Devumi; Calas no respondió al correo.
Twitter prohíbe vender o comprar seguidores o retuits mientras que Devumi le
promete a su clientela discreción absoluta. “Tu información siempre se
mantiene confidencial” dice el sitio web de la empresa. “Nuestros seguidores se
ven igual que otros seguidores y siempre llegan de manera natural. La única
manera en la que alguien va a saber es si le dices”.

La compra de bots

Pero los registros de la empresa revisados por el Times revelan mucho de lo que
Devumi y sus clientes prefieren ocultar.

La mayoría de los compradores mejor conocidos de Devumi venden productos,


servicios o a sí mismos en las redes. En entrevistas dieron explicaciones
variadas: compraron a los seguidores porque tenían curiosidad sobre cómo
funcionaba o se sintieron presionados para tener un número de seguidores más
altos para ellos mismos o para sus clientes. “Todos lo hacen”, dijo la actriz
Deirdre Lovejoy, clienta de Devumi.

Aunque algunos dijeron que creían que Devumi les daba fanáticos potenciales o
clientes reales, otros admitieron que sabían o sospechaban que las cuentas eran
falsas. Varios dijeron arrepentirse de haber hecho la compra.

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“Es un fraude”, dijo James Cracknell, remador británico y medallista de oro


olímpico que le compró 50.000 seguidores a Devumi. “La gente que juzga según
cuántos me gusta o cuántos seguidores… no es algo saludable”.

Kathy Ireland tiene más de un millón de seguidores en Twitter, que usa


frecuentemente para promocionar empresas con las que tiene acuerdos de
patrocinio. Pero en enero del año pasado Ireland solo tenía unos 160.000
seguidores. El mes siguiente, un empleado de su agencia de licencias de marca,
Sterling/Winters, gastó unos 2000 dólares para conseguir 300.000 seguidores
más, de acuerdo con los registros de Devumi. El empleado después hizo más
adquisiciones, según reconoció en una entrevista. Un análisis del Times halló
que la mayoría de los seguidores de Ireland parecen ser bots.

Una portavoz dijo que ese empleado actuó sin la autorización de Ireland y que
había sido suspendido después de que el Times preguntó al respecto. “Estoy
segura de que pensó que estaba cumpliendo con sus responsabilidades, pero no
es algo que debería haber hecho”, dijo la vocera, Rona Menashe.

De manera similar, Lane Fox, pionera en el comercio electrónico, integrante del


parlamento británico y de la junta de Twitter, culpó a un empleado que habría
actuado por cuenta propia por una serie de compras a Devumi hechas a lo largo
de un año. Se negó a decir qué empleado lo habría hecho.

Varios clientes de Devumi o sus representantes contactados por el Times se


negaron a hacer comentarios. Muchos otros no respondieron a intentos
reiterados para contactarlos.

Algunos negaron haber hecho compras a Devumi. Entre ellos está Ashley
Knight, la asistente personal de Ray Lewis, el futbolista, cuyo correo electrónico
era el listado en una orden para 250.000 seguidores. La cuenta personal de
Twitter de Paul Hollywood, panadero célebre y juez de The Great British Bake-

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off, fue eliminada después de que el Times le envió preguntas por correo.
Hollywood respondió así: “La cuenta no existe”.

Hillary Rosen, consultora en relaciones públicas y colaboradora de CNN,


compró más de medio millón de seguidores falsos a Devumi en dos años. En
una entrevista, dijo que esas compras fueron hechas “como experimento” para
ver “cómo funcionaba”. Hizo más de una decena de adquisiciones entre 2015 y
2017, de acuerdo con los registros de Devumi.

Otros clientes dijeron que se habían sentido presionados por sus empleadores
para tener más seguidores. Marcus Holmlund era el encargado de redes
sociales de la agencia de modelaje Wilhemina. Poco después de haber llegado al
puesto, un supervisor le dijo que no estaba consiguiendo suficientes seguidores
y que debía o comprarlos o encontrar otro empleo. Holmlund terminó pagando
él mismo por las cuentas a Devumi antes de dejar la empresa en 2015 (una
portavoz de Wilhemina se negó a hacer comentarios).

“Me sentí pasmado por la amenaza de ser despedido o, lo que es peor, nunca
poder volver a trabajar en la industria de la moda”, dijo Holmlund. “Desde
entonces le digo a quienes me preguntan que es un engaño”.

Varios clientes de Devumi reconocieron que habían comprado bots porque sus
carreras dependían, en parte, de aparentar tener influencia en redes sociales.
“Nadie te toma en serio si no tienes una presencia notoria”, dijo Jason
Schenker, economista que se especializa en pronósticos económicos y que ha
comprado unos 260.000 seguidores.

No es de sorprenderse que Devumi también ha vendido millones de seguidores y


retuits a personas en el mundo del entretenimiento que son apenas
medianamente conocidos, como el actor Ryan Hurst, de la serie Sons of

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Anarchy. En 2016 y 2017, compró un total de 750.000 seguidores,


aproximadamente tres cuartos de los que tiene ahora. El costo fue menor a
4000 dólares, de acuerdo con los registros de Devumi. (Hurst no respondió a
solicitudes de comentario).

La empresa también le vende bots a estrellas de reality shows, que utilizan esa
fama para cobrar por hacer actos de aparición o patrocinios. Sonja Morgan, del
programa The Real Housewives of New York City, usa su cuenta de Twitter
impulsada por Devumi para promover su línea de moda, una aplicación para
compras y un sitio web en el que vende saludos personalizados en video.

Un antiguo concursante de American Idol, Clay Aiken, incluso le pagó a


Devumi para hacerle eco a una queja contra Volvo. Los bots de Devumi le
dieron retuit más de cinco mil veces. Ni Aiken ni Morgan respondieron a
solicitudes de comentario.

Más de cien personas que se describen a sí mismas como influenciadores –cuya


valía en términos monetarios está aun más vinculada a la cantidad de
seguidores– han comprado las cuentas falsas de Devumi. Justin Blau, un
popular DJ cuyo nombre artístico es 3LAU, adquirió 50.000 seguidores y miles
de retuits. En un correo electrónico, Blau dijo que un exmiembro de su equipo
de administración los compró sin su aprobación.

Al menos cinco personas que le han comprado seguidores a Devumi también


son contratistas de HelloSociety, una agencia para influencers de la que es
dueña The New York Times (una portavoz del Times dijo que la compañía
intentó verificar que la audiencia de cada contratista fuera legítima y que no
hicieran negocios con nadie que violara ese estándar). Lucas Peterson,
periodista independiente que colabora con la sección de viajes del Times,
también ha comprado seguidores de Devumi.

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Los influenciadores no necesitan ser ampliamente conocidos para hacerse con


dinero de patrocinios. De acuerdo con un reportaje reciente en el tabloide
británico The Sun, los hermanos adolescentes Arabella y Jaadn Daho ganaron
100.000 dólares trabajando con marcas como Amazon, Disney, Louis Vuitton y
Nintendo. Arabella, quien tiene 14 años, tuitea con el nombre de Amazing
Arabella.

Las cuentas de los hermanos, según los registros de Devumi, son potenciadas
por miles de retuits que compró su madre y mánager, Shadia Daho. (Quien no
respondió a varios intentos de contactarla por correo y vía una empresa de
relaciones públicas).

Mientras Devumi vende millones de seguidores de manera directa a


celebridades e influenciadores, cuenta también entre sus clientes a agencias de
publicidad y relaciones públicas que compran los bots para sus propios
clientes. Phil Pallen, estratega para marcas en Los Ángeles, le ofrece a sus
clientes “campañas de crecimiento y publicidad” en redes sociales. De acuerdo
con los registros de Devumi, Pallen le ha pagado varias veces a la empresa para
cumplir con esas promesas. A inicios de 2014, por ejemplo, adquirió decenas de
miles de seguidores para Lori Greiner, coconductora del programa Shark Tank.

Al principio, Pallen negó haber adquirido esos seguidores. Después de que el


Times contactó a Greiner, Pallen afirmó que había “experimentado” con la
empresa pero que “dejó de hacerlo hace mucho tiempo”. Un abogado de
Greiner dijo que ella le pidió que dejara de hacerlo cuando se enteró de las
primeras compras. Sin embargo, los registros muestran que Pallen le compró
más seguidores a Greiner en 2016.

Los consultores de mercadotecnia también compran a seguidores para sí


mismos, como si compraran la evidencia para respaldar su supuesta pericia. En

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el 2015, Jeetendr Sehdev, exprofesor de la Universidad de California del Sur


que se autodenomina “la autoridad líder del mundo en marcas de
celebridades”, comenzó a comprar cientos de miles de seguidores falsos a
Devumi.

No respondió a solicitudes de comentario, pero en su reciente libro éxito en


ventas, The Kim Kardashian Principle: Why Shameless Sells (el principio de
Kim Kardashian: por qué vende ser descarado), explicó de otra manera el alza
en sus seguidores. Dijo que su “seguimiento en cuenta de redes sociales se
disparó” porque descubrió el verdadero secreto de la influencia de las
celebridades: “La clave es la autenticidad”.

Robado y vendido

Entre los seguidores de Sehdev estaba Rychly… o, al menos, la copia de la


cuenta de la joven. La cuenta falsa de Rychly, creada en 2014, fue incluida en
las órdenes de compra de cientos de clientes de Devumi. Ha retuiteado a
Schenker, el econimista, y a Arabella Daho, la influenciadora adolescente. La
Rychly falsa terminó entre los seguidores de Hollywood, el panadero, del disc-
jockey francés DJ Snake y de Ireland. (Los seguidores comprados de DJ Snake
fueron adquiridos por un antiguo mánager y Standen no respondió a
solicitudes de comentario).

La Rychly falsa también retuiteó por lo menos cinco cuentas vinculadas al


pornógrafo estadounidense Dan Leal, quien vive en Hungría y usa la cuenta
@PornoDan. Leal ha comprado unos 150.000 seguidores a Devumi en los

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últimos años y es uno de al menos doce clientes de esa empresa que son parte de
la industria del entretenimiento adulto.

En un correo, Leal dijo que la compra de seguidores para su negocio le ha


generado más que suficientes ganancias para compensar el gasto. Añadió que
no le preocupa ser penalizado por Twitter. “Un sinfín de figuras públicas,
empresas, bandas musicales, etc., compran seguidores”, escribió. “Si Twitter
tuviera que sacar a todos los que lo hacen no quedaría prácticamente ninguno
de ellos”.

Devumi ha vendido decenas de miles de bots de alta calidad que son similares,
de acuerdo con un análisis del Times. En algunos casos un solo usuario real de
Twitter fue transformado en cientos de diferentes bots; cada uno una variante
con cambios mínimos respecto al original.

Las cuentas falsas utilizaron identidades sociales de usuarios de Twitter


registrados en los cincuenta estados que componen Estados Unidos y en
decenas de países que eran tanto adultos como menores de edad; replicaron la
información de usuarios muy activos y de quienes no habían iniciado sesión en
meses o hasta en años.

Sam Dodd, ahora estudiante de universidad y quien aspira a ser cineasta, creó
su cuenta en su segundo año del colegio preparatorio en Maryland. Antes de
graduarse ya habían sido copiados sus detalles de Twitter a una cuenta bot.

Esta no tuvo actividad sino hasta el año pasado, cuando comenzó a retuitear de
manera continua a clientes de Devumi.

“No sé por qué replicaron mi identidad; soy un estudiante universitario de 20


años”, dijo Dodd. “No soy alguien conocido”. Pero incluso así la identidad social

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de Dodd tiene valor en la economía de la influencia. De acuerdo con los precios


publicados en diciembre, Duvemi vendía a seguidores de alta calidad por
menos de dos centavos. Si la identidad social de Dodd es vendida a unos dos mil
clientes –el número promedio que siguen las cuentas bots de Devumi– esta
empresa se haría con unos 30 dólares.

Esas identidades sociales robadas son claves para la marca Devumi. Los bots de
alta calidad son los que usualmente llegan primero a los clientes, seguidos por
unos de baja calidad; como si entregaran queso parmesano rallado junto con
aserrín.

Algunos de los bots de alta calidad de Devumi de hecho remplazan a una


cuenta inactiva –alguien que dejó de usar el servicio– con una falsa. Whitney
Wolfe, asistente ejecutiva que vive en Florida, abrió una cuenta de Twitter en
2008, cuando ayudaba en la planeación de bodas. Para cuando dejó de usarla
en 2014 ya había sido creada una cuenta falsa con su información personal, que
ha retuiteado las publicaciones de actrices de la industria pornográfica y a
varios influenciadores.

“Ese contenido –de mujeres en tanga y fotografías de los pechos de mujeres– no


es para nada lo que quiero que se asocie a mi fe, a mi nombre o a donde vivo”,
dijo Wolfe, quien es parte de una congregación baptista.

Otras víctimas seguían siendo activas en Twitter cuando los bots de Devumi
empezaron a suplantar su identidad. Salle Ingle, ingeniera de 40 años que vive
en Colorado, dijo que le preocupaba que un posible empleador se topara con la
versión falsa si revisaba su actividad en redes sociales como parte del proceso de
contratación. Cuando el Times le avisó sobre la cuenta, ella contactó a Twitter y
logró que fuera desactivada.

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Después de enviarle el correo a Calas el año pasado, un reportero del Times


visitó la dirección en Manhattan que lista el sitio web de Devumi. En el edificio
rentan decenas de oficinas, pero Devumi y su empresa matriz, Bytion, no
parecen estar entre los arrendatarios. Un portavoz del dueño del edificio dijo
que ni Devumi ni Bytion han rentado espacios ahí.

Como los seguidores que vende, la oficina de Devumi es una ilusión.

Un hombre lleno de misterio

En la vida real, Devumi tiene su sede en un edificio de oficinas arriba de un


restaurante de comida mexicana en West Palm Beach, Florida, y frente a un
callejón repleto de basureros. Calas vive cerca en un penthouse.

En su perfil de LinkedIn, Calas se describe como un “empresario serial” con


antecedentes en la industria de la tecnología y un posgrado del Instituto
Tecnológico de Massachusetts (MIT). Pero la imagen pública de Calas también
es una mezcla de fantasía y realidad.

Calas, quien tiene 27 años, creció en el sur de Florida. Cuando era adolescente
aprendió diseño web y construyó los sitios de varias compañías locales, de
acuerdo con versiones anteriores de su página web personal que están
guardadas en el Internet Archive.

Con el tiempo se autoenseñó técnicas de optimización de búsquedas: el arte de


lograr que una página web termine más arriba al usar Google u otro motor de
búsqueda. En el colegio comenzó a tomar clases en la universidad Palm Beach

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State, donde consiguió un título técnico en 2012, según una portavoz de la


escuela. Pocos años después, Calas afirmaba haber construido decenas de
empresas web con más de diez millones de clientes como parte de Bytion.

“Inicié esta compañía con mil dólares en el banco, sin inversores, y solo con una
ardiente pasión por el éxito”, escribió Calas en el sitio de listados laborales
Glassdoor.

Conforme crecieron sus ambiciones también lo hizo su supuesto historial. Una


copia de su CV publicada en línea en 2014 dice que consiguió una licenciatura
en Física de la Universidad de Princeton en el 2000, cuando habría tenido unos
10 años, y un doctorado en ciencias computacionales del MIT. Representantes
de ambas escuelas dijeron que no tienen registro alguno de que Calas haya
estado inscrito. Su página actual de LinkedIn dice que tiene una maestría en
“negocios internacionales” por MIT, pese a que no es un posgrado que exista en
esa institución.

De acuerdo con exempleados de Devumi entrevistados por el Times, había una


rotación constante del personal y Calais fragmentaba mucho las operaciones.
Los empleados a veces no tenían idea de qué estaban haciendo sus colegas,
hasta con los que compartían proyectos. Aunque estos empleados pidieron
mantenerse anónimos por temor a demandas o porque firmaron acuerdos de
confidencialidad, en el sitio Glassdoor hay comentarios muy similares de otros
antiguos trabajadores, que dicen que Calas era poco comunicativo y exigió que
instalaran software de monitoreo en sus dispositivos personales.

Buena parte del personal de atención al cliente de Devumi está basado en


Filipinas, lo que quizá le haya ayudado a Calas a reducir costos, pero también
lo expuso a él mismo ser víctima del robo de su identidad social.

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En agosto, Calas presentó una demanda contra Ronwaldo Boado, contratista


filipino que había trabajado como asistente de soporte en atención al cliente.
Después de ser despedido por pelearse con otros integrantes del equipo, Boado
tomó el control de un correo de Devumi en el que había más de 170.000
solicitudes de órdenes de clientes, según dice Calas en los documentos legales.
Luego Boado creó un Devumi falso.

Calas acusó que Boado usó un nombre muy similar, DevumiBoost, y el mismo
diseño del sitio web, con todo y la dirección en Manhattan. (Boado no
respondió a correos solicitándole respuesta a las acusaciones de Calas). Durante
julio pasado, Boado –haciéndose pasar por un empleado de Devumi– le
escribió a cientos de clientes de esta empresa para decirles que sus órdenes iban
a ser procesadas por DevumiBoost. Luego también se hizo pasar por los clientes
enviando correos a Devumi con diversos alias para pedir cancelar órdenes.

La demanda de Calas también reveló algo más: parece que Devumi no hace sus
propios bots. En cambio, los compra al mayoreo como parte de un mercado
global de cuentas falsas en redes sociales.

La cadena de suministro social

Esparcidos por todo el internet hay diversos sitios web con los que fabricantes
anónimos de bots se conectan con minoristas como Devumi. Mientras que los
clientes individuales llegan a comprar directo de estos sitios –Peakerr,
CheapPanel o YTbot, entre otros– son menos amigables para un usuario
directo. Algunas, por ejemplo, no aceptan pagos con tarjeta, solo Bitcoin.

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Cada sitio vende seguidores, me gusta y compartir al por mayor para diversas
redes sociales en diferentes idiomas. Las cuentas que venden llegan a cambiar
de manos en varias ocasiones y a ser comercializadas por más de un vendedor.

Devumi, según un exempleado, utilizaba bots de diferentes fabricantes según el


precio, la calidad y la confiabilidad. En Peakerr, por ejemplo, mil bots en inglés
de alta calidad con fotografías de perfil cuestan poco más de un dólar. Devumi
cobra 17 dólares por la misma cantidad.

Ese margen de ganancia le ha permitido a Calas construir una pequeña


fortuna, de acuerdo con los registros de la empresa. En tan solo unos años,
Devumi vendió alrededor de 200 millones de seguidores de Twitter a por lo
menos 39.000 clientes, lo que representa un tercio o más de los 6 millones de
dólares en ventas durante ese periodo.

En diciembre, Calas pidió que el Times le diera ejemplos de bots que habían
copiado información de usuarios reales. Después de recibir los nombres de diez
cuentas, Calas, quien había aceptado dar una entrevista, pidió más tiempo para
analizarlas y después dejó de responder a los correos.

Binns, la portavoz de Twitter, dijo que la empresa no revisa de manera


proactiva las cuentas para ver si son suplantación de otros usuarios. En vez,
añadió, los esfuerzos de la compañía se enfocan en identificar y suspender
cuentas que violan las políticas de correo basura de Twitter. Binns dijo que en
diciembre, por ejemplo, la compañía identificó en promedio unas 6,4 millones
de cuentas sospechosas por semana.

Todas las cuentas falsas que le mostró el Times está en violación de las políticas
antispam de Twitter y fueron eliminadas, dijo Binns. “Nos tomamos muy en
serio la acción de suspender una cuenta en la plataforma”, dijo. “Al mismo
tiempo, queremos combatir el spam de manera agresiva en la plataforma”.

https://www.nytimes.com/es/interactive/redes-sociales-bots/ 19/22
1/28/2018 La fábrica de seguidores – Español

Sin embargo, Twitter no ha impuesto salvaguardias aparentemente sencillas


que ayudarían a coartar a los fabricantes de bots, como requerir que quien se
registre para una cuenta nueva haga una prueba contra spam, como la que
hacen muchos sitios comerciales. Como tal, Twitter ahora alberga una cantidad
enorme de cuentas inactivas que incluyen cuentas probablemente controladas
por fabricantes de bots.

Antiguos empleados de la red social dijeron que el equipo de seguridad se


enfocó por muchos años más bien en posibles casos de abuso contra usuarios,
como el contenido racista y misógino, y en campañas antiacoso. Dijeron que fue
hasta hace poco, entre revelaciones como el uso de bots por parte de hackers
vinculados al gobierno ruso para promover noticias basura, que Twitter se
enfocó más en deshacerse de las cuentas falsas.

Leslie Miley, ingeniera que trabajó en la unidad de seguridad de la empresa y


de sus usuarios hasta finales de 2015, dijo: “Twitter, como red social, fue
desarrollada prácticamente sin prever rendición de cuentas”.

Algunos críticos creen que hay un incentivo de negocios para Twitter en contra
de reprimir más agresivamente a los bots. Durante los últimos dos años, la
empresa ha batallado para generar el crecimiento de usuarios que han tenido
rivales como Facebook o Snapchat e investigadores externos han puesto en tela
de duda los estimados de la compañía sobre cuántos de sus usuarios activos son
en realidad bots.

“Trabajamos con ecosistemas no regulados y cerrados por completo que no


reportan estas cosas. Tienen un incentivo perverso para dejar que pase esto”,
dijo Essaid, el experto en ciberseguridad. “Quieren controlar esto hasta el punto
en el que no sea tan obvio que existe pero que [Twitter] siga sacando dinero de
ello”.

https://www.nytimes.com/es/interactive/redes-sociales-bots/ 20/22
1/28/2018 La fábrica de seguidores – Español

En enero, después de unos dos años de promover cientos de cuentas de clientes


de Devumi, la Jessica Rychly falsa por fin fue identificada por los algoritmos de
seguridad de Twitter y la cuenta fue suspendida.

Sin embargo, la verdadera Rychly ya planea salirse para siempre de esa red
social.

“Probablemente voy a borrar mi cuenta de Twitter”, dijo.

Contribuyeron al reportaje Manuela Andreoni, Jeremy Ashkenas, Laurent Bastien Corbeil, Nic
Dias, Elise Hansen, Michael Keller, Manuel Villa y Felipe Villamor. Colaboraron con
investigación Susan C. Beachy, Doris Burke y Alain Delaquérière.

Diseño y desarrollo por Danny DeBelius y Richard Harris. Dirección artística por Antonio De
Luca y Jason Fujikuni. Fotos usadas en la ilustración: Ireland, Rodin Eckenroth/Getty
Images; Lewis, D Dipasupil/FilmMagic; Leguizamo, Amanda Edwards/WireImage, vía Getty
Images; Ingle, Morgan Rachel Levy para The New York Times

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https://www.nytimes.com/es/interactive/redes-sociales-bots/ 21/22
1/28/2018 La fábrica de seguidores – Español

© 2018 The New York Times Company

https://www.nytimes.com/es/interactive/redes-sociales-bots/ 22/22

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