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Las barras bravas de la política en Colombia

Colombia está tomada por fuerzas internas que la estrujan cotidianamente


de un lado para otro. Un ataque de nervios permanente provoca una opinión
pública vociferante, espoleada por mediocridades institucionalizadas sin
proyecto diferente que promover intereses privados propios o de terceros. El
país se llena de falsos dirigentes que a punta de “posverdades” o verdades a
medias, arman cada uno su propia barra brava, y al igual que en el mundo
sórdido del fútbol rentado, dan la espalda al campo de juego para saltar,
insultar y amenazar a sus adversarios, sin otro argumento que su número, su
bandera o su poder de intimidación.

1.

La más reciente de esas formaciones energúmenas, es la del gobernador Luis


Pérez Gutiérrez, para desconocer el veredicto adoptado en derecho según el
cual Belén de Bajirá, no es un corregimiento antioqueño sino chocoano. La
barra brava de Pérez, está encabezada por la Asamblea Departamental, la
misma que quiso condecorar y adoptar como hijo de Antioquia al corrupto
exprocurador Alejandro Ordóñez. Esa corporación se trasladó al municipio
disputado para celebrar una sesión “descentralizada”, cantar el himno e izar
la bandera antioqueños; un acto de provocación y desafío a las autoridades
nacionales que está siendo aplaudido por el resto de la barra, en la cual se
han filado el expresidente Uribe, el alcalde Fico y las élites empresariales que
desde la década de los ochentas lanzaron la consigna colonialista de “la
conquista del trópico antioqueño”.

La manipulación ha sido burda. Ya hasta “Los del sur”, la gran barra futbolera
del Atlético Nacional, exhibió una gigantesca pancarta en el estadio con la
leyenda “Belén de Bajirá es de Antioquia”, que según el periódico El
Colombiano “fue iniciativa de la barra y no de la gobernación de Antioquia”.
No han faltado los pronunciamientos de los exgobernadores y de todas las
llamadas “fuerzas vivas” de la antioqueñidad decadente, tan bien
representada por sus actuales mandatarios.
Una de las perlas del gobernador Pérez, es su campaña de recolección de un
millón de firmas para respaldar su rebeldía con el gobierno de Bogotá. De
manera que la barra va a crecer y hasta puede volverse más brava. Para
Pérez no importa que Chocó tenga medio millón de habitantes y Antioquia
más de cinco millones y medio; dirá Él que la ley de las mayorías es la ley de
dios, igual que la ley del más fuerte que anda invocando para quitarle al
pueblo de Bajirá la salud, la educación y demás derechos como retaliación si
ese territorio no es anexado a Antioquia.

En este país, así como todo mundo amenaza, todo mundo recoge firmas.
Antes lo hacían las minorías como una estrategia para hacerse reconocer, y
ahora, todos los oportunistas que quieren posar de independientes o de
demócratas, para arrebatar derechos a los más débiles. Pero la ridiculez no
encuentra aún su límite, y la Asamblea de Antioquia, a iniciativa de la
bancada uribista, declaró persona no grata al Director del Instituto
Geográfico Agustín Codazzi, un funcionario técnico que simplemente cumplió
su deber de actualizar y publicar el mapa del Chocó tal como ha sido.

Como era de esperarse, el lío Belén de Bajirá alborotó el avispero de la


antioqueñidad rancia, anticentralista frente a Bogotá y centralista en su
relación con las subregiones no andinas y periféricas del departamento,
donde habitan los antioqueños de tercera categoría que siempre han
despreciado las élites. La bandera federalista fue desempolvada como cada
vez que los intereses estratégicos de las élites verdiblancas son cuestionados
por cualquier política pública. Se trata de un anticentralismo contestatario
que invoca valores culturales regionales del siglo XIX hoy venidos a menos, de
una supuesta superioridad de raza, que no deja de semejar la doctrina del
“destino manifiesto” en que basa el imperialismo gringo su agresividad con
las naciones y pueblos indefensos de todo el mundo.

Es de la mano de la gobernación de Antioquia y sus élites agroindustriales,


que los depredadores ambientales de gruesa chequera buscan seguir su
penetración hacia el Darién y el corredor del Pacífico. Por lo tanto el
“pataleo” será largo y la dirigencia paisa buscará dirimirla en el Congreso de
la República, donde las consideraciones técnicas pueden hacerse a un lado, y
además cuentan con la bancada del Centro Democrático y demás “padres de
la patria” que querrán dejar precedentes para resolver a su favor decenas de
litigios similares que están en la carpeta legislativa.

2.

La otra barra, cada vez más brava, es la del expresidente AlvaroÁlvaro Uribe.
En materia de paz principalmente, le tira a todo lo que se mueva. Mantiene
un proceso de radicalización hacia la derecha del espectro político, que no
parece tener límite hasta que se haga con el poder presidencial. La capacidad
de vociferación del uribismo asciende en la misma medida que el proceso de
paz va alcanzando objetivos y uno tras otro van quedando regados en el
camino sus argumentos y sus anuncios apocalípticos.

Al expresidente y su Centro Democrático no le satisfacen las cifras de


muertes evitadas desde que se acordó la treguael cese bilateral; tampoco la
soledad del hospital militar; no cree en el desarme total de las FARC, pues
alguna vez soñó con ser el receptor personal de esas armas. Todos esos
hechos constatables y constatados por las autoridades, los medios de
comunicación y la ciudadanía, son despreciables frente a su aspiración de ver
tras las rejas a los dirigentes de la exguerrilla y en total impunidad a los
suyos, los despojadores de tierras y financiadores del paramilitarismo como
su hermano Santiago, llamado a juicio por su presunta implicación con el
grupo “Los doce apóstoles”.

Como las barras bravas del mundo del fútbol, el uribismo se fortalece
sumando fanáticos y apabullando con su ruido. Cuando en el Congreso van a
ser derrotados en las votaciones, se retiran para ganar el partido fuera del
campo de juego con su gritería. El expresidente senador, igual que el
gobernador paisa, consideran que las mayorías están inventadas para
derrotar verdades; pretenden que sus intereses se conviertan en legítimos, y
sus “tesis” en verdaderas en tanto ellas sean coreadas por muchedumbres
prefabricadas.
Al paso de esas muchedumbres, Uribe quiere aplastar (“volver trizas”, es el
lenguaje de uno de sus alfiles) la implementación de los acuerdos de paz con
la insurgencia y el movimiento por la reconciliación que lleva aparejado. Su
marcha hacia el Congreso y la presidencia de la República en 2018, tiene ya
las mismas características de su campaña para que los colombianos votaran
NO a los acuerdos de paz el pasado 2 de octubre. Ya las mentiras de campaña
están siendo fabricadas y sus cerebros trabajan activamente instigando a las
iglesias cristianas y sus pastores adinerados; los defensores de la tradición, la
familia y la propiedad ya están en guardia para gritar que viene la violación
masiva y el despojo de lo mal habido. Todos saldrán de casa para derrotar al
impío y defender las buenas costumbres ante la arremetida del terrorismo
que se ha disfrazado con la paz y la reconciliación.

Es delirante de igual manera, la campaña internacional que adelanta el


exmandatario contra el país y el Eestado que gobernó durante ocho años. La
visita que realizó a La Florida el pasado 14 de abril en compañía de Pastrana,
buscando “dañarle el oído” al señor Trump, era solo el inicio de un periplo
que pretende desbaratar el apoyo alcanzado por el proceso de paz más allá
de las fronteras, donde repite todas las mentiras que ya se cansó de decir
aquí. En todos los escenarios internacionales donde encuentra la
oportunidad, el expresidente senador sigue siendo, no el dirigente de un
partido político que existe para proponerle nortes a un país necesitado de
orientaciones y proyectos, sino el patrón de una barra brava.

3.

Pero hay barras de todos los tamaños. La de Luis Pérez y la de AlvaroÁlvaro


Uribe son lánguidas frente a la muchedumbre enardecida que ponen a delirar
los “actores”, en el sentido teatral del término, de los monopolios mediáticos
establecidos en Colombia, que a mañana y tarde destilan su odio contra el
régimen político venezolano. En este caso, la congregación fanática es más
variada, más “bipartidista” y más “nacional”.

Por obra y gracia de los medios de comunicación “oficiales”, es decir no


alternativos, o sea los monopolios adscritos a los Sarmiento, Ardila y Santo
Domingo, el colombiano del común sabe tanto de la situación política de
Venezuela como el antioqueño corriente sobre Belén de Bajirá. Pero eso es lo
de menos. Las barras bravas poco miran hacia la cancha o lo hacen bajo los
efectos de sus propios humos. Ellas no requieren que el juego sea analizado
porque de antemano saben que todo revés proviene de un mal arbitraje
comprado por el contrincante.

El cubrimiento de la crisis venezolana para el público de este lado de la


frontera común, se ha convertido en un monólogo, cuyo protagonista tiene
puesta la camiseta y la máscara antigases de los vándalos que en ese país
destruyen y provocan el derramamiento de sangre cotidiano, pidiendo a
gritos la intervención militar externa que derrote al chavismo. En efecto, la
matriz mediática que se ha impuesto conjuga de maravillas dos ignorancias:
una sobre Venezuela y la otra sobre Colombia. La primera afirma y reafirma
que en el país hermano, unos héroes llenos de generosidad, patriotismo y
amor por su pueblo, le ponen el pecho a las balas de un dictador espurio que
los oprime y los aniquila en las propias calles. La otra, sostiene que a este
lado, la paz no le cuesta la vida a los dirigentes campesinos y comunitarios,
por eso no hay primeras páginas ni grandes titulares para esa tragedia propia
que según las altas autoridades, carece de sistematicidad y obedece a casos
aislados. La matriz también sostiene que a diferencia de allá, aquí sí hay
democracia, justicia social y prosperidad para toda la población; pero si algún
paro cívico o protesta nacional aparece, o una olla podrida se destapa, no
importa, la barra brava mantiene su gritería señalando para el país de al lado.

No todo sería de reprochar, si la atención de los colombianos hacia


Venezuela significara una actitud internacionalista o solidaria con el pueblo
hermano. Pero no es este el caso. Estamos ante un fenómeno de
manipulación burdo, que ha desatado el poder imperial estadounidense
contra ese régimen político después de que no pudo obtener la silla
presidencial que dejó Hugo Chávez tras su muerte. La derrota de la oposición
pronorteamericana, sin Chávez al frente, no ha sido aceptada ni asimilada
hasta hoy. Un golpe de estado continuado se desató desde entonces,
combinando todas las formas de lucha contra el gobierno de Maduro y
aprovechando la caída drástica de los precios internacionales del petróleo.

A la barra brava antivenezolana se sumó hace pocos meses el presidente


Santos. Su actitud conciliadora con Maduro terminó en vísperas de su visita a
la Casa Blanca el 17 de mayo, ya desembarazado del acompañamiento del
vecino al proceso de negociación con las FARC. De esta manera, el eEstado
colombiano podrá liderar el bloque antichavista latinoamericano y reasumir
su papel de peón de brega de EE.UU. para la política regional. Crece pues la
audiencia, y no faltará el aspirante a la presidencia de Colombia que para
tranquilidad de Trump y de la OEA, haga caudal electoral prometiendo que se
encargará del problema del vecino.

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