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La página en blanco
es un oído que aguarda.
La escritura es la voz
que puede combinarse con el blanco
o crudamente abolirlo
para arribar así al oído.

En algunos momentos
la mano presiente la densidad que la espera
y su trazo en el blanco
descubre la presión necesaria
para llegar hasta la música de abajo.

Cuando esto no ocurre,


es preciso anular la escritura,
extinguirla
como se apaga una lámpara que humea,
recomponer el blanco de la página
y preservar al oído que aguarda.

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Hay pocas muertes enteras.


Los cementerios están llenos de fraudes.
Las calles están llenas de fantasmas.

Hay pocas muertes enteras.


Pero el pájaro sabe en qué rama última se posa
y el árbol sabe dónde termina el pájaro.

Hay pocas muertes enteras.


La muerte es cada vez más insegura.
La muertes es una experiencia de la vida.
Y a veces se necesitan dos vidas
para poder completar una muerte.

Hay pocas muertes enteras.


Las campanas doblan siempre lo mismo.
Pero la realidad ya no ofrece garantías
y no basta vivir para morir.
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Algunos de nuestros gritos


se detienen junto a nosotros
y nos miran fijamente
como si quisieran consolarnos de ellos mismos.

Algunas palabras que hemos dicho


regresan y se paran a nuestro lado
como si quisieran convencernos
de que llegaron a alguna otra parte.

Algunos de nuestros silencios


toman la forma de una mujer que nos abraza
como si quisieran secarnos
el sudor de las ternuras solitarias.

Algunas de nuestras miradas


retornan para comprobarse en nosotros
o quizá para permitir que nos miremos desde enfrente
como si quisieran demostrarnos
que lo que nos ocurre
es una copia de lo que no nos ocurre.

Hay momentos y hasta quizá una edad de nuestra imagen


en que todo cuanto sale de ella
vuelve como un espejo a confirmarla
en la propia constancia de sus líneas.

Así se va integrando
nuestro pueblo más secreto.

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