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Si el propietario de su casa de alquiler paga la cuenta del agua, ¿tiene usted más cuidado al
usarla, o la gasta más indiscriminadamente? ¿Es más cuidadoso al escribir un sobre con
membrete de la compañía, de lo que es al usar el suyo propio en la casa? Si alquila un
automóvil con kilometraje ilimitado, ¿aprovecha para manejarlo más o menos? Cuando
viaja con gastos pagados, ¿elige para descansar el mismo hotel donde dormiría con su
familia durante las vacaciones?
Si es verdad que los seres humanos tienden a valorar más las cosas por las cuales han
trabajado, ¿entonces por qué Dios no estableció un sistema de salvación mediante las
obras? ¿Cómo podremos apreciar realmente el perdón o el arrepentimiento o el cielo al fin,
si lo podemos recibir únicamente como un regalo?.
Romanos 6:23 declara: “La dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”.
Hechos 5:31 dice: “A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Principe y Salvador, para
dar a Israel arrenpentimiento y perdón de pecados". De modo que el arrepentimiento y el
perdón y la salvación son regalos, no algo que podamos ganar o merecer. ¿Cómo, pues,
podremos valorarlos en forma verdaderamente adecuada?
Para encontrar la respuesta a este dilema, necesitamos comprender la naturaleza del perdón.
En El discurso maestro de Jesucristo, página 97, se lo describe de la siguiente manera: “El
perdón de Dios no es solamente un acto judicial por el cual libra de la condenación. No es
sólo el perdón por el pecado. Es también una redención del pecado. Es la efusión del amor
redentor que transforma el corazón».
De modo que el perdón no es un mero acto judicial. Es más que la purificación de los libros
del cielo. Es más que un movimiento de la cabeza hacia el cielo. Es la restauración de una
relación con una Persona. Es una transacción de amor.
El amor hace que las cosas sean diferentes, aun a nivel de los seres humanos, con respecto a
la dádiva y la aceptación de regalos. Un niño puede armar trabajosamente algún objeto
feísimo hecho de engrudo y de palitos de paletas de helados, y los padres lo considerarán
valioso en virtud del amor, a pesar de la falta de valor intrínseco. Cuánto más valoraríamos
un regalo si tanto éste como el dador fueran importantes para nosotros.
Supongamos que ha tenido que internarse en el hospital enfermo de los riñones, y para
salvarle la vida su hermano ofrece donarle uno de sus riñones. ¿Le diría usted: “Quiero
apreciar este riñón como se debe, así que te ruego que me permitas pagarte quinientos
dólares por él”? ¡Qué insulto! El hecho de que el regalo encierra un valor tan grande 'para
nosotros y que es ofrecido por alguien que nos ama demasiado, lo transforma en algo de
valor inapreciable.
El amor hace la diferencia. La necesidad también hace una diferencia. Si usted se estuviera
ahogando, y alguien le alcanza un salvavidas, ¿le diría: «Espere un momento. Cómo le
puedo pagar este favor? En realidad no puedo apreciar este salvavidas a menos que trabaje
para merecerlo ». Por supuesto que no, porque su gran necesidad no le permite pensar de
ese modo.