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LA DECISIÓN DE HEIDEGGER
Trágico, el año 1933 también lo es por otra razón. Puesto que ve, algunas semanas
después de la llegada de Hitler al poder, al filósofo alemán más célebre de la época –
Martin Heidegger– acceder a las funciones de rector de la Universidad de Friburgo y
convertirse en miembro del Partido Nacionalsocialista.
Heidegger había deslumbrado al mundo académico en 1927 con su obra “Ser y
Tiempo”, en la que con una interpretación personal de la fenomenología de su maestro
Husserl, introducía el concepto del “dasein” e intentaba explicar la diferencia ente-ser,
concluyendo que “el ser es lo que es” y que era imposible definirlo, pues carecía de
atributos. Este aparente fracaso y vacío filosófico no podía ser llenado con las religiones
(cristianismo, judaísmo), ni por el marxismo ni por el laicismo liberal. Además
rechazaba la ética y la moral, propias del discurso racional, abogando por el “estado de
la fuerza” en vez del “estado de derecho”. La solución era la vuelta al pasado, al
paganismo germano.
Estas ideas eran fácilmente asimilables por el nazismo. Su idea posiblemente fue
erigirse como un juez ideológico del nuevo estado. El nuevo rector aborda su tarea con
un entusiasmo incontestable. De hecho, el 20 de mayo de 1933, dirige un telegrama a
Hitler para desaconsejarle la recepción del comité de la Asociación de Profesores
Universitarios Alemanes mientras que éste no se muestre más cooperador con el
régimen. Una semana más tarde, Heidegger pronuncia un discurso exponiendo, en la
jerga del partido, su programa para “nazificar” la Universidad De Friburgo. No hay
mucho que decir de la sustancia teórica, más bien pobre, de ese texto, titulado La
autoafirmación de la universidad alemana.
Sin embargo, las torpezas que comete en la gestión de su universidad suscitan en su
contra, una larvada oposición. Frente a esta creciente hostilidad, termina por arrojar la
toalla. En 1946 le fue negada la docencia, por lo que comenzó a construir su defensa
que consiste en minimizar el alcance de su pertenencia al NSDAP, pretendiendo que no
se adhirió a él sino su año de rectorado. El filósofo reorganiza su vida en tres períodos:
antes de 1933; durante el año 1933-1934; y de 1934 a 1945. Y a presentarse como
apolítico durante el primer período; víctima de los acontecimientos durante el segundo;
y completamente curado de su “error” desde el inicio del tercero.
No obstante, Si Heidegger hubiera sido como pretende, un “opositor” desde 1934,
no habría tenido ninguna razón para no condenar abiertamente el horror de los crímenes
nazis a partir de 1945. De hecho, hay dos indicios que parecen confirmar la
interpretación de que defendía tal ideología.
El primero se encuentra en una carta dirigida el 20 de enero de 1948 a Herbert
Marcuse. Heidegger rehúsa, minimiza una vez más su acción y, finalmente, banaliza la
Shoah comparándola a la dictadura que hacía estragos, desde 1945, en las democracias
populares de la Europa del Este. El segundo indicio es el único texto conocido donde
Heidegger evoca explícitamente las cámaras de gas parece y donde hace una
comparación de dudoso gusto, producto de una insensibilidad total.
Sus ideas llamaron inicialmente la atención de Paul Sartre, aunque es posible que
no comprendiera perfectamente sus textos en alemán. El testigo lo recogió Jean
Beaufret y los filósofos franceses contrarios al marxismo y Sartre, defendiendo que el
pensamiento filosófico debía ser independiente de la trayectoria vital.
PRIMERAS INVESTIGACIONES
Durante mucho tiempo, los supervivientes de los campos nazis han permanecido
silenciosos. Hasta que el desarrollo, en los años sesenta, de un movimiento
“negacionista” –dirigido a negar la existencia misma de la Shoah– reaviva en ellos el
deseo de hablar, de dar testimonio mientras se está aún a tiempo. Además, la primera de
las razones de su mutismo es que no existen palabras para describir el horror de aquello
a lo que han sobrevivido. La Shoah tiene el triste privilegio de una singularidad absoluta
que no impide a las democracias occidentales amparar, durante bastantes años, al Tercer
Reich.
De ahí el mutismo, se trataba de un problema más profundo. Ante la amplitud de la
Shoah, el mundo occidental ha experimentado una culpabilidad tan intensa que ha
comenzado a rechazarla en bloque. Esa es la segunda razón por la que los
supervivientes han dudado en hablar durante tiempo.
En Francia, la actitud global de la comunidad filosófica, en los años que siguen al
final de la guerra, es igualmente discreta. Dos casos particulares contrastan, el primero
es el de Jean-Paul Sartre, cuyas Reflexiones sobre la cuestión judía (1946) abordan
directamente el problema del antisemitismo. El libro fracasa, no obstante, al proponer
un análisis original que no se apoya en ninguna documentación sólida.
La segunda excepción es la de Vladimir Jankélévitch, radical anti-alemán que fue
más directo en sus escritos. Decide en 1945 romper todos los lazos que le unían a la
lengua y a la cultura germánicas. Su rechazo a perdonar a los verdugos nazis se extiende
a sus compatriotas, necesariamente cómplices, e incluso a los descendientes de estos
últimos.
Finalmente muy pocas obras intentan comprender, a la conclusión de la Segunda
Guerra Mundial, cómo ha podido ser posible Auschwitz. Las más importantes continúan
siendo las de Hannah Arendt (será comentada en la próxima pregunta) y Karl Jaspers.
Fue posiblemente Karl Jaspers el primero que trató el tema de la culpabilidad.
Colaborador de Heidegger, a pesar de ser cristiano, anti nazi y estar casado con una
judía, distingue cuatro tipos de culpabilidad: la criminal, de los ejecutores de la acción
física; la política, los ciudadanos cuyo sistema democrático ocupó el nacional-
socialismo; la moral, en la que cada individuo debe preguntarse si siempre obró
éticamente; y la metafísica, compartida por todos los seres humanos, pues cuando
occidente tuvo noticia de las primeras atrocidades, su política de apaciguamiento resultó
desastrosa. Concluye Jaspers que hay que ser cautos al emplear el término
“responsabilidad colectiva”, ya que “cuando todos son culpables, nadie lo es”. Al igual
que Arendt, nunca regresó a Alemania por la facilidad para el olvido y el perdón que se
instauró allí.
Leo Strauss alabó los ataques de Heidegger al neo-racionalismo, pero criticó su
nazismo. Gran opositor al historicismo, se centró en autores clásicos puesto que creía
que siempre se repetían las mismas preguntas. Sin embargo, como los anteriores,
tampoco puedo explicar la tragedia de la Shoah.
LA INSTRUCCIÓN DEL PROCESO
En un primer momento, la Escuela de Frankfurt refugiada en Nueva York también
quedó muda. Resultan desconcertados por las conclusiones de su propio trabajo que
indican un debilitamiento de la autoridad en la familia burguesa precisamente en el
momento en que, en toda Europa, los progresos del fascismo revelan, al contrario, un
refuerzo generalizado de las estructuras autoritarias. Por lo que se quedan durante
bastantes años sin verdadera respuesta por lo que respecta al triunfo del
nacionalsocialismo en Alemania.
Fue Adorno, bajo la influencia del pensamiento de Benjamín, quien se da cuenta de
que el verdadero problema no es el fracaso de la revolución marxista, sino más bien el
fracaso de la misma civilización y el triunfo de la barbarie.
Trabajó con Horkheimer en “Dialéctica sobre la Ilustración”, en el que explicaban
cómo el progreso había llegado al Holocausto y cómo la razón, para separarse y luchar
contra el mito, se había visto obligada a mitificarse. Juntos lucharon contra el
positivismo y la cultura de masas y volvieron a Alemania, donde Horkheimer también
criticó los totalitarismos comunistas.