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EL CAMINANTE

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editorial m irio, s.a. - málaga


EL CAMINANTE
Jorge Pluvinet

EL C A M IN A N TE

editorial m irio, s.a. - málaga


La Búsqueda de ¡a Verdad

Atravesando el ancho patio del monasterio, el anciano


abrió la pesada puerta de madera lo justo para pasar.

Primera edición: Noviembre de 1989


Antes de cruzar el umbral se detuvo. Miró hacia el in­
terior y en breves instantes contempló los muchos años y
trabajos que entre aquellos centenarios muros había des­
© Jorge Pluvinet
© Editorial Sirio, S.A arrollado con paciencia y tesón.
Panaderos, 9 - 29005 Málaga
Tel. (952) 22 40 72 Apartado del mundo quiso vivir sin él. Buscó en la so­
ledad la esencia de sí mismo hallándola en los primeros
Depósito legal: B-40.805-1989
ISBN: 84-7808-043-0 años de su voluntariosa reclusión. La fuerza de su juven­
tud cortaba con hoz bien afilada la hiedra de la duda, de
Impreso en España la indecisión y de la cobardía.
Printed in Spain
Producciones Gráficas Editoriales
Caspe, 190 - 08013 Barcelona Pero los años fueron quizás los culpables de su debili­
Tel. (93)447 01 56 tamiento. Un afán de búsqueda ;e quedó vivo, intacto en

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su interior, no bastándole todo lo sabido y aprendido tras atuendo de caminante tan esperado por aquella voz que
los altos muros que lo albergaron durante tanto tiempo. susurrante le instaba a ver el mundo por primera vez.

En su pecho una extraña sensación le producía, día Cerró la puerta, apoyó la espalda en ella y esperó.
tras día un enorme deseo de asomarse al exterior para
indagar por sí mismo la causa de su creciente anhelo, y Una serena noche de luna marcaba con mágico color
así una mañana, después de la primera oración, sus cui­ la senda a seguir. Sus viejas piernas titubearon al dar el
tas al padre prior le reveló. El afán de andar por los primer paso. Cerró los ojos, dando gracias a Dios por
caminos cuyo comienzo se hallaba al otro lado de la aquel momento tan esperado y apoyó el bastón en el
puerta del monasterio, dejó de ser una secreta carga para suelo empezando el andar de un largo camino.
su inquieto espíritu.

El padre prior le escuchó en silencio. Dióse cuenta


que el deseo del atribulado fraile se manifestaba en él
como una necesidad vital. Nada conseguiría con retener­
le mediante dulces palabras ribeteadas de firmeza y auto­
ridad.

Le concedió el permiso para abandonar el santo lugar, in­


vitándole a volver cuando el anciano lo creyera oportuno.

El mismo le entregó ropas de caminante; de consejos


se abstuvo, pensando que sólo son de provecho para
aquellos que nada saben, y después de darle su bendi­
ción, se fué el prior a sus quehaceres con el hábito del
anciano bajo el brazo.

Un viejo zurrón de tela gruesa y un largo bastón de


avellano cortado en noche de San Juan, completó el

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La Tentación

Cuando la tenue luz del sol se asomaba por entre las


espesas nubes, llegó el anciano al borde de un ancho río.
El camino se detenía en su orilla y por más que se esfor­
zó en buscar el viejo puente de piedra, no lo vio.

Una espesa niebla cubría su entorno impidiendo ver


las aguas que con sordo rumor se deslizaban muy cerca
de sus pies. Su pequeña indecisión al buscar un puente o
paso en otro lugar, hizo que viera aparecer por entre la
bruma que cubría las aguas una barca manejada con des­
treza por un hombre con larga pértiga. Era el barquero.

Cuando varó la embarcación en la orilla, el anciano ad­


virtió al hombre que no poseía dinero para poder pagarle
el servicio, más éste contestó que dinero no quería de
donde no había. Otro con más caudal pagaría su traslado.

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Subiendo en la barca se sentó el anciano en un extre­ -Un hombre bien está en el lugar donde nace, donde
mo abrigándose las piernas con su capa, desde allí obser­ trabaja, ama o se refugia. Todo cambio de lugar es perju­
vó al barquero que de pié delante de él, hincaba la larga dicial, no es natural. Un hombre lejos de su casa da vuel­
pértiga en el agua apartando la barca de la ribera con tas al igual que el mundo en el espacio, perdiendo con
tanta destreza, que sin hacer el más leve vaivén se alejó tanto giro la orientación de su vida, su horizonte. Anhe­
de la orilla en busca de la opuesta. lando, cuando irremediablemente perdió el camino, vol­
ver al punto de partida, a sus raíces, mas entonces ya no
El barquero, hombre alto, delgado y muy viejo, le existe el retorno, sólo halla la amargura.
habló al anciano de esta manera:
-Creame señor, al vivir en el río no tengo orilla a la
-¿Sabéis qué hay en la otra orilla?. Pues exactamente cual escoger, pues las dos son idénticas. Continuamente
lo mismo que en esta que acabáis de abandonar. Las voy de una a la otra por abundar en el mundo gente insa­
mismas gentes, los mismos campos, los mismos bosques, tisfecha, personas disconformes, caprichosas, sin di­
el mismo cielo, el mismo sol. Los mismos defectos con rección fija que tomar. Cogen caminos que no conocen
las mismas virtudes. Nada cambia, todo es idéntico. ni saben a dónde van. Recelosos, lleno su corazón de
temor, a todo aquél que encuentran en el camino pregun­
- Créame señor, soy barquero desde que nací. En mi tan si allí venden la verdad, si son felices, si hay pan sin
larga vida a miles de personas trasladé de una orilla a sudor.
otra creyendo encontrar en la opuesta todo aquello de lo
que su tierra carecía: dinero, trabajo, ciencia, virtud, es­ -Tarde es cuando contemplan la triste verdad, que fue­
peranza... Cientos de quimeras atraían a sus calenturien­ ron sueños irreales lo que forjó su imprudencia. Abati­
tas mentes raudas hacia el fracaso. Creían ver horizontes dos, con la cabeza inclinada sobre el pecho, sin pronun­
plagados de verdades donde no había más que las mis­ ciar palabra, los devuelvo de nuevo a la tierra de la cual
mas verdades o las mismas mentiras. nunca debieron marchar.

-Señor -preguntó el barquero-. Si queréis volver aún -Señor -preguntó de nuevo el barquero-. Si queréis
estáis a tiempo. volver aún estáis a tiempo.

Al silencio del anciano, el hombre prosiguió su hablar. El hombre prosiguió al silencio del anciano.

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-Cuando mi pértiga detenga la barca comenzaréis un
andar por un mundo nuevo plagado de lo mismo que
ayer. Al alejaros del hogar olvidaréis con el tiempo el
camino de vuelta, no sabréis retornar pues el viento bo­
rrará las huellas. Quizás perezcáis en el intento y vues­
tros huesos serán enterrados en tierra extraña. Nadie re­
zará una oración por un alma desconocida, ni una cruz
indicará vuestro reposo eterno, todos ignorarán vuestro
nombre, la soledad a vuestro lado vivirá eternamente.

-Señor, si queréis volver, aún estáis a tiempo -le pre­


guntó por tercera vez el barquero.

Dichas estas palabras la barca arribó a la orilla.

El anciano dando un salto con agilidad, se alejó de la


barca por un pequeño y empinado sendero sin mirar ha­
cia atrás ni un solo instante. Cuando por el seguido es­
fuerzo decidió reposar, el sol alumbraba ya con toda su
fuerza apartando con sus rayos los últimos vestigios de
niebla sobre el río, y vió entonces, en el mismo lugar
donde el barquero le había dejado, un hermoso puente de
piedra casi tan viejo como el mismo río.

El hombre y su barca habían desaparecido.

El anciano se santiguó, prosiguiendo alegremente su


camino.

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súbita enfermedad en las piernas me impide dar un solo
paso. Si alguno de vosotros dos quisiérame prestar ayuda
pagaría el favor con la generosidad que solo un rey sabe
dispensar.

El joven, asombrado al ver por vez primera a un ver­


dadero monarca no sabía qué decir ni qué hacer, por tal
Las Jerarquías razón el rey al no oir respuesta algua preguntó al anciano
si podía llevarlo sobre sus espaldas.

-Señor rey, yo soy muy anciano.

-Entonces, -dijo el rey señalando al joven con su ce­


A la sombra de un frondoso roble, quejumbroso se ha­ tro real- a vos os toca el prestar la ayuda.
llaba un rey.
-De mil amores, mi rey -contestó el joven algo confu­
Era un rey porque su reluciente corona de oro ceñía su so, inclinándose cuanto pudo en señal de obediencia.
frente y sus elegantes vestidos cubrían su egregia persona.
Se levantó el rey con rapidez y dando ágilmente un
El anciano le saludó cortésmente prosiguiendo su ca­ salto, montóse sobre las anchas espaldas del mozo, orde­
mino, pero no así su acompañante, un joven de anchos nándole con autoritaria voz iniciara la marcha hacia su
hombros que junto a él se encaminaba a otro reino en palacio.
busca de trabajo. Al verlo tan compungido se detuvo
para preguntarle el motivo de sus males. Después de mucho caminar llegaron a un cruce que
dividía el camino en dos direcciones. El de la derecha
-Señores, os ruego que me escuchéis, -dijo el rey en­ ancho y muy bien empedrado se dirigía hacia la gran ciu­
tre ayes y lamentos-. Yo soy un rey y como todos los dad sede de su reino. El de la izquierda, estrecho y tor­
reyes que se precien de ello, soy poderoso, justo, respe­ tuoso conducía a las montañas, a las aldeas y campos de
tado y muy amado por mi pueblo. Pero ¡Ah de mí! una labor y pastoreo. El rey señalando el ancho camino le

16 17
dijo al mozo mientras le daba con los tacones unos gol­
pes en los costados.

-¡Por el de la derecha!.

-Señor, -quísole decir el mozo-, yo no...

-Joven, -le atajó el rey- En aquella dirección es don­


de está mi reino del cual repartiré gustoso una provincia
en pago al espléndido servicio que me prestas.

Hacia la derecha y raudo, que la noche se hará muy


pronto dueña del cielo y no está bien que un rey duerma
al raso como un mísero peregrino.

Y sin despedirse siquiera del anciano se alejaron rápi­


damente camino abajo.

El anciano escuchó por unos instantes las continuas


promesas del rey que jamás serían cumplidas, hasta que
su voz se confundió con el rumor de los pájaros que
volaban de un lado a otro en busca de comida. Luego
prosiguió con paso lento su camino mientras decíase para
sus adentros:

- ”No cabe duda que es un gran rey” .

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-Sé lo que busco -dijo el anciano-, pero no sé al lugar
donde me dirijo.

-Entonces...

-L a capa es de quién la precisa -respondió sonriente


La Falsa Ilusión el anciano-, ahora ya no es mía. Queda con Dios.

-Anciano caminante -le llamó el muchacho saliendo


de los matorrales- Si nada queréis por ella dadme la sa­
tisfacción de contaros el porqué de mi acción en pago a
Un ligero ruido entre los matorrales que bordeaban el vuestra alma caritativa. Necesito hablar con alguien de
camino hizo detenerse por unos momentos al anciano. mi infortunio -rogó el joven-, y sois vos no cabe duda,
En un principio creyó era producido por los pájaros en la persona indicada para comprender la angustia que me
su revoloteo juguetón, o por algún conejo que temeroso embarga.
corría a esconderse de su presencia, más pronto advirtió
que simplemente se trataba de un joven de unos quince Accedió el anciano sentándose en un viejo tronco car­
años que tímidamente le indicaba por señas se acercara. comido por los años, se descalzó de sus polvorientas
sandalias y apoyando las manos en el regazo, esperó en
-Señor -le dijo el muchacho un tanto azorado-. ¿Ten­ silencio el hablar del muchacho.
dríais la amabilidad de prestarme vuestra capa para tapar
mi total desnudez?. Este se sentó en el suelo con el semblante apenado,
estuvo así unos instantes absorto en sus pensamientos
Presuroso el anciano se quitó la capa lanzándola por para levantar luego su mirada al cielo y empezar su his­
encima de los matorrales. toria, que al recordarla hacíale estremecer de vez en
cuando.
-Decidme, señor camimante, al lugar donde os enca­
mináis para devolveros una vez vestido con ropas nue­ -N o sé por qué, pero me encuentro mucho mejor de la
vas, la capa prestada. desdicha que inunda mi cuerpo. A medida que transcurren

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los segundos, una sensación de libertad, de ancho cielo ella, y al posarme sobre su hombro, con mi pico besar
por recorrer, aflora de un ignorado rincón de mi ser, sus mejillas y acariciar con mis alas sus dorados cabe­
rompiendo las enormes cadenas que sin saberlo me ata­ llos. Sin temor ni vergüenza alguna, dejaría que sus deli­
ban fuertemente a una loca fantasía. Me da la impresión cados dedos recorrieran mi cuerpecillo y que sus manos
de haber salido de un lúgubre calabozo, de una realidad se convirtieran en cuna para mi felicidad soñada.
espantosamente cierta.
-Fué tanto mi anhelo, que aquella noche Dios realizó
-Todo mi infortunio empezó, señor, por enamorarme en mi dormir el sueño tan deseado.
locamente de la niña más bonita de todos los pueblos
que llenan este delicioso valle. Ella se merece por el me­ -M e vi volar por encima de los tejados buscando con
ro hecho de sonreir las mejores cosas del mundo. Su sem­ ahinco la casa de mi niña adorada. Mis pequeñas alas
blante angelical despierta en todo aquel que la contempla, cruzaron el cielo en un instante, posándome alegremente
un aprecio y ternura libre de cualquier mal pensamiento; y juguetón en su hombro con la suavidad de un pájaro
tanta es su bondad, que el señor cura en uno de los ser­ enamorado. En pocos segundos todos mis deseos se cum­
mones dominicales, dijo que Dios alegra nuestras vidas plieron. Mil veces la besé y a todas ellas fui correspondi­
aquí en la tierra con tan lindos mensajeros del amor. do, y mi cuerpecillo fué dulcemente acariciado por sus
amorosas y blancas manos. Yo, señor, no cabía de gozo.
-S i viera usted con qué delicadeza trata a todo aquel
que le habla y conoce, con qué mimo acaricia y cuida a -Pasados unos minutos, noté que poco a poco apretaba
los animalitos que se acercan a ella atraídos por su dul­ mi diminuto cuello casi al punto de asfixiarme. Lo atri­
zura, se daría perfecta cuenta de mis palabras. buí a su miedo de perderme y quedarse sola sin su dis­
tracción favorita, pero al contemplar sus ojos, vi en ellos
-Señor, yo soy tímido por naturaleza y la timidez hace una extraña mirada que jamás olvidaré así pasen mil años.
distintos a los hombres, por lo tanto, sufría al verla siem­
pre acompañada por aquellos que libres de tontos temo­ -D e improviso su dulzura se convirtió en maldad y
res, disfutaban con plenitud de su agradable compañía. más notaba ésta cuando más apretaba mis frágiles huese-
cillos. Un rictus siniestro se le marcó en su nacarada
-Una noche me acosté deseando de corazón convertir­ boca, mostrando una crueldad escondida e ignorada por
me en un pequeño gorrión para volar libremente hacia todos hasta hoy.

22 23
-E l miedo, la impotencia, el dolor y la desesperación El anciano accediendo al deseo del muchacho le bajó
se apoderaron de mí, y fué en este preciso momento la capa quedando al descubierto tres plumas de gorrión
cuando desperté. Con el alma aun dormida y aterroriza­ clavadas en la piel. De un tirón se las arrancó, lanzándo­
da, salí de casa y corriendo alocadamente cruzé campos, las al suelo sin que el joven se diera cuenta.
huertas y caminos hasta que el cansancio dominó mi
angustia y la luz de un nuevo día me trajo el deseo de -¿Qué fué eso? -preguntó el muchacho.
seguir viviendo, a pesar de sentir mi corazón vacío de
aquel amor que un día creí perfecto. -Tres púas de un mal sueño sin importancia -le con­
testó el anciano, que dándole los buenos días se alejó del
-Ahora, señor, después de este esclarecedor sueño, he lugar.
aprendido que sólo el paso de los años será el maestro
que me enseñe a vislumbrar el verdadero amor, sin los
falsos espejismos con que la juventud y la inexperiencia
nos embaucan.

-Si, es cierto -le dijo el anciano mientras se ataba las


sandalias. Es una lástima que tengamos que esperar a ser
viejos para darnos cuenta del porqué de muchas cosas.
Joven -prosiguió levantándose de su asiento-, da gracias
a Dios por haber aprendido en una noche lo que otros
hombres tardan siglos en asimilar.

-Bien, y ahora adiós muchacho, te dejo enhorabuena.

-¡Señor caminante! -le llamó el joven- Antes de pro­


seguir vuestro camino, ¿me haríais un último favor?. Ten­
go lastimada la espalda debido sin duda a las zarzas que
encontré por el camino al huir con tanta precipitación y
locura de mí casa. ¿Seríais tan amable de mirármela?.

24 25
La Búsqueda de Uno Mismo

Escasas horas de luz quedaban en el cielo de aquel


luminoso día de verano, cuando el anciano desvió su ca­
mino para dirigirse hacia una vieja y cuidada casa rodea­
da de campos de labor, en busca de alojamiento.

En el campo más cercano, un joven tarareaba una ale­


gre canción mientras volteaba la tierra con la azada, muy
pronto a finalizar su trabajo.

Al llegar frente al portal de la casa, un hombre ya en­


trado en años salió de ella en busca de leña, se saludaron
cortésmente y antes de que el anciano diera razón de su
presencia, el hombre le invitó a entrar, ofreciéndole gus­
toso su hogar.

Ya dentro, el anciano se sentó frente al recién encendi­


do fuego, contemplando desde allí por la abierta puerta,
al joven labrador y al ancho y anaranjado horizonte.

27
Entró el hombre cargado con varios troncos que amon­ en la ciudad. Pero tantas fueron mis negativas y por últi­
tonó en un rincón, y sentándose al lado del anciano atizó mo tan tajantes, que desistieron en su empeño, esperando
con un palo los leños en llamas. que el tiempo realizara su tarea.

-Dios bendiga al hijo que ayuda al padre en su vejez -L o acumulado de joven me sirvió junto a un pequeño
-habló el anciano. huerto para vivir hasta hoy sin estrecheces. Solo la vi­
sión de los campos olvidados con la tierra apretada por
-N o es mi hijo -contestó el hombre sin dejar de re­ las lluvias y el sol, hacíame brotar amargas lágrimas, y
mover el fuego con destreza-, pero como si lo fuera y sólo entonces las palabras de mis familiares me parecían
Dios lo sabe mejor que nadie. Nunca tuve mujer, fui la cuerdas.
excepción de los seis hermanos que nacieron después de
mí y, que al correr los años, se marcharon con sus espo­ -Señor, si la voluntad de residir en la casa donde nací
sas e hijos a la ciudad, en busca de nuevos oficios y pre­ no me abandonaba, era porque creía firmemente que al­
tensiones. guien vendría de lejos, y voltearía con esfuerzo y alegría
aquella tierra que dormitaba bajo la hierba sin nombre.
-Y o solo, cuidé de los campos durante largos años, re­ La fe ciega en un sueño nunca soñado me obligaba a
cogiendo si el tiempo lo permitía buenas cosechas, aho­ estar de pie, oteando el horizonte, esperando en cual­
rrando hasta la última moneda gracias a mi sencillo quier momento ver realizados mis desvelos.
modo de vida.
- ¡Y por fin llegó!.
-Cuando los años fueron acumulándose sobre mis
hombros, tierras cada vez mayores dejaba sin cultivar, -Una mañana, un joven estudiante de una lejana uni­
viendo con tristeza cómo la hierba cubría unos campos versidad, vino a pedirme alojamiento para unos meses.
que antes tanto fruto dieron. Necesitaba un lugar tranquilo para estudiar a fondo la
preparación de unos exámenes, los cuales, decidirían una
-M is hermanos con sus numerosos hijos, todos ellos carrera de capital importancia para la buena marcha del
con oficios de limpias manos y camisas blancas, me in­ progreso. Accedí a sus deseos y al cabo de varios días,
sistían año tras año, en que vendiese unas tierras ya esté­ un carro lleno de libros y papeles todos ellos escritos,
riles, y en que cambiase mi soledad por su compañía allá llenaron la casa.
28 29
-Con ahinco, el joven se puso a estudiar sin conocer el humildes, vino una tarde en busca del carro que siempre
día ni la noche. Al principio ni siquiera hablaba, su con­ le prestaba para sus labores. Al ver con extrañeza cómo
centración la dedicaba exclusivamente a su tarea harto las hojas de un libro servían para encender el fuego,
de provecho y gloria para una sociedad lejana y descono­ brotó de pronto en él un desmedido interés en aprender.
cida. Pero al paso de los días, fue dejando de hojear sus Todos los libros se los llevó en continuas visitas, mas lo
libros para contemplar los crepúsculos y amaneceres, que mi hijo adoptivo le dictaba de memoria por pura
para respirar el frescor de la tarde y escuchar el suave ru­ distracción.
mor de la lluvia estival sobre las piedras del padio; para
darse cuenta de las innumerables estrellas que se contem­ -Ahora, pasados varios años, aquel joven humilde es
plan en las noches campestres y oir el croar de las ranas un gran hombre de mucho poder y dicen que también de
allá en la lejana charca cubierta de lirios y equisetos. saber. Siempre a esta hora se pasea sobre un caballo de
los muchos que posee su afamada cuadra.
-¡Qué más le puedo a usted decir, señor caminante, de
lo que el campo encierra en bellezas y esplendores!. -V ive en la mejor casa de la comarca y muchísimos
campos, bosques y montañas son de su propiedad. Sus
-Recuerdo con satisfacción el momento de su desper­ padres antaño pastores de ovejas, viven con el mismo
tar de una vida sin sentido. Fue cuando interesado por el boato imitando a los grandes señores, no hablando con
pan que comía, quiso por distracción él mismo elaborar­ nadie del pueblo, sino únicamente con las múltiples visi­
lo. Con la hogaza de pan en sus manos después de hor­ tas que diariamente reciben de gente adinerada.
nearla convenientemente, la miró extasiado durante tanto
tiempo que a los dos nos pareció eterno. Cuando salió de -Mire, señor! -le señaló el hombre a un jinete que por
su embeleso me dió las gracias con los ojos llenos de lá­ el camino veíase pasar-. ¡El es!. De un pobre muchacho
grimas, no subiendo ya más a la habitación de los libros. pasó a ser un rico hacendado.
Ya no los necesitaba.
El anciano se levantó para observarlo mejor. Apoyado
-Se quedó el joven a vivir conmigo aprendiendo con en el quicio de la puerta, contempló al arrogante jinete
rapidez lo que antes ignoraba. El polvo que antaño cu­ pasar despacio junto al joven labrador sin dirigirle una
bría las herramientas de labor se posó sobre los libros, mirada, ni tan siquiera un gesto de saludo.
hasta que un joven del pueblo vecino de padres muy

30 31
Este, recostado en la herramienta, bajó sonriendo la
cabeza y prosiguió con su tarea.

-Señor -dijo el anciano sentándose de nuevo junto al


fuego, donde una marmita despedía un agradable olor-.
Hay gente que continúa pobre aunque vaya montada y
posea cien caballos. n ' ?/

El hombre asintió en silencio sin dejar de remover el


fuego.

32
Absorto estaba el anciano con sus pensamientos, cuan­
do de pronto un hombre irrumpió en el reducido lugar;
era un hombre alto, de aspecto fornido y cara pensativa,
casi triste, que muy pronto empezó a cortar el ramaje
más próximo con una pequeña hacha muy bien afilada.
Las Apariencias
Se le veía muy diestro, pues pronto tuvo un gran mon­
tón a sus pies. Sin demora, le prendió fuego originando
en el acto una espesa humareda, a causa de su verdor. El
anciano dedujo que debía ser su deseo.

El camino transcurría por la cima de la sierra. Extasia-


El hombre de vez en cuando se acercaba al borde del
do ante el ancho horizonte que contemplaba, el anciano
precipicio mirando hacia el horizonte con insistencia, co­
buscó un buen lugar para tomarse un merecido descanso.
mo si esperara una señal, un indicio sólo por él conoci­
Adentrándose por un sendero estrecho y pedregoso cuyo
do.
final se ensanchaba, llegó a un claro rodeado de altos y
frondosos arbustos, desde donde por el lado del precipi­
Pasaron los minutos y luego las horas y la inquietud
cio se divisaban las alquerías y aldeas que a sus pies, en
empezó a mostrarse en su recio semblante. Varias veces
el valle, salpicaban de blanco las tierras bien cuidadas de
cortó ramaje y otras tantas buscó en la lejanía el ignora­
la comarca.
do signo. ¿Cuántas horas transcurrieron?. El anciano
contó dos, casi tres, siguiendo la trayectoria del sol en el
El temprano sol apartaba con sus rayos el manto frío
despejado cielo estival, y en todo este tiempo la hoguera
del rocío, elevándolo hacia el cielo convertido en vapor.
no cesó de lanzar humo al espacio.
Aquí y allá, aparecían las casitas adormiladas despere­
zándose al nuevo día, echando el humo en grandes boca­
Al divisar una columna de humo que se alzaba desde
nadas por las chimeneas. También veíase el ganado es­
las montañas vecinas imitando a la suya, una sonrisa apa­
parcirse lentamente por los campos en busca de su diario
reció en sus labios arrugando toda su cara. Alzó los brazos
sustento, y el resonar del canto de los gallos en un cielo
un par de veces en señal de saludo, a la supuesta persona
cada vez más reluciente.
que debido a la distancia le era imposible distinguir.
34
35
que está detrás de aquellas montañas, -y las señaló con
Por fin, el hombre se sentó en el suelo dejando que la
el mango de la azada, como si fueran difíciles de locali­
hoguera se extinguiera por sí sola, y siempre callado,
zar-. Ya nunca jamás vino por estas tierras y poco o
dejó que el tibio airecillo de la mañana relajara su cuerpo
nada se sabe de él.
de la tensión sufrida durante el largo tiempo de espera.

-Desde aquel día nunca jamás se vieron, tomaron sus


Al cabo de unos minutos echó tierra en las cenizas y
diferencias tan a pecho, que aseguraría el pan de mis hi­
tan rápido como vino, se alejó de la vista del anciano que
jos hasta la eternidad, que si alguna vez coincidieran en
muy pronto lo imitó prosiguiendo su camino.
un mismo pueblo por aquellas casualidades de la vida, se
alejarían el uno del otro con tanta rapidez como corre el
No andaría un kilómetro, cuando vió en un pequeño
llano a un hombre arrancar con la azada la hierba so­ diablo en presencia de la cruz.
brante de su huerto. Este, dejando su faena, se acercó al
borde del camino esperando el paso del anciano apoyado -¿El por qué de la hoguera?. Es con lo único que todos
los años, al mismo día y hora, se saben vivos o muertos.
en su herramienta.
Juraría por lo más sagrado sin miedo a equivocarme, que
-Era uno de los hijos del viejo molinero -le dijo el cuando en algún lado del valle, sea cual fuera, no se le­
hombe de simpático aspecto-. Verá usted -prosiguió vante un día la columna de humo, el otro saltará de ale­
muy animado en su charla al ver que el anciano se dete­ gría. Así son ellos, malos, muy malos. Pero allá ellos.
nía para escucharlo-. Hace ya muchos años vivían juntos ¿No es verdad?. ¿No lo cree usted así, señor?.
los dos hermanos en plena armonía dedicados a su traba­
jo, incluso a la muerte del padre allá en el río. Fueron los Pero el anciano ya no lo oía. Con paso sereno se aleja­
hermanos más bien avenidos de la comarca. Nunca se ba del hombre con una opinión muy distinta.
vió en ellos ni un asomo de discordia ni malquerencia, a
todos nos maravillaba semejante actitud.

-Pero un buen día dispusiéronse a pelear tanto de pa­


labra como de obra, ya nadie sabe el porqué. ¡Por una
tontería a buen seguro!. Todo lo malo empieza así. Bien,
la cuestión es que el menor se fue a vivir al otro valle

36 37
El día anterior había llovido copiosamente. El estrecho
camino era un barrizal salpicado por abundantes charcos,
en los cuales se reflejaban retazos de un cielo azul, sere­
no y calmo.

Andaba el anciano acompañado de un hombre discon­


forme con el estado del camino, despotricando sin cesar
de la inoportuna lluvia tan necesaria para la tierra, pero
tan molesta a su forzado andar.

Sus altas botas de cuero resguardaban su recién com­


prada ropa de las mil salpicaduras de su propio andar,
pues por temor a manchárselas, andaba el hombre de
puntillas, saltando de aquí para allá, intentando sortear lo
que no tenía remedio.
En cambio, el anciano, a pesar de ser sus únicas sanda­ En su afán de salvaguardar sus limpias vestiduras, gri­
lias y su único vestido, caminaba a su lado libre de preo­ tó el acompañante al recién llegado, que moderase su
cupaciones. Siempre conforme a todo, dirigía su curiosa rápida marcha o al menos suavizara el paso ante ellos,
mirada de eterno alumno a todo cuanto le rodeaba. pues no era aquella la forma más correcta de ir por la
vida, salpicando al prójimo de inmundicia.
Atravesaban un pintoresco bosque de encinas y robles
centenarios, de negros troncos, frondosos y tupidos tanto Pero en vano fueron sus razonables demandas. Sin sa­
de follaje como de frutos. Los miles tonos verdosos, lim­ ludar, siempre con la mirada fija hacia adelante, hacia su
pios y relucientes, serenaban el ánimo y la fatiga del ca­ destino, el hombre se cruzó con ellos sin oirles ni perca­
mino. La senda tornábase más difícil en aquel lugar al tarse siquiera de su presencia, perdiéndose de vista en
ser cuesta arriba. La caudalosa lluvia había dejado su unos instantes camino abajo.
profunda huella en el terreno llenándolo de surcos. Pie­
dras, agua y tierra fuera de su lugar, se amontonaban for­ Tuvo el anciano de escuchar las mil y una palabrotas
mando lodazales, que dificultaban aún más la ascensión. de su acompañante llenas de rojo barro sus ropas y de
furor su corazón.
Faltaban pocos metros para llegar al final de la fatigo­
sa pendiente, cuando vieron venir hacia ellos a un hom­ Al cabo de unos minutos, calmada en parte su ira, el
bre muy alto y corpulento. Su andar era fuerte, sonoro. acompañante se fijó con asombro en las inmaculadas ro­
Tan enérgicas eran sus pisadas, que manchaba sus pro­ pas del anciano, libres de salpicaduras, y antes de que
pias ropas y a los troncos de los árboles contiguos al pudiera articular palabra alguna por el insólito hecho,
camino. éste le dijo:

Parecía increíble que ni una sola vez sus pies perdie­ -En la vida sólo se mancha quien quiere.
ran la estabilidad en tan difícil terreno. ¿Estaría acostum­
brado a él? Y prosiguieron su camino con paso sereno, siguió de­
leitándose con el frescor matinal, con la mirada puesta
El anciano y su acompañante detuvieron su andar apar­ en el horizonte esperanzador de cada día.
tándose a un lado del estrecho camino, pues el hombre
todo lo abarcaba.

40 41
Fe

Encontróse el anciano a un hombre, que sentado en


una piedra, se secaba el sudor de su ancha y colorada
frente con un gran pañuelo azul.

Después de saludarle, el hombre se levantó con difi­


cultad debido a su gordura, caminando al lado del ancia­
no con el pretexto de sobrellevar la distancia que le que­
daba hasta su pueblo, con la sana distracción de una
agradable conversación.

Su enorme barriga imposibilitaba el buen andar de sus


cortas y rechonchas piernas, obligándole a dar saltitos de
vez en cuando, para parejarse al reposado pero constante
caminar del anciano.

Tabernero de oficio y parlanchín de nacimiento, no


dejó de hablar un solo instante, hasta que falto de resue­
llo por el doble esfuerzo, apoyó la espalda en el tronco

43
de un árbol, mientras señalaba con la mano a un lejano
para aprender algo en la vida tiene uno que hablar y
puente de piedra.
mucho, ya que los demás no acostumbran a decir más
que sandeces.
En aquel breve espacio de silencio, pudo por fin oir el
anciano el alegre piar de los múltiples pajaritos que re­ -Verá usted, señor, de eso hace ya tantos años, tantos,
voloteaban juguetones por el ancho cielo.
que sucedió en aquella época cuando Dios se paseaba
por estos lugares, hablando y aconsejando a todo aquel
-V e usted el puente de piedra -dijo al fin el tabernero que encontraba.
de carrillos colorados- Aquel que se ve allá a lo lejos, en­
tre esos dos árboles sin hojas. Por él cruzaremos dentro -En una noche ventosa de otoño, el puente se desplo­
de unos minutos el barranco llamado FALTO DE FE, nom­ mó al vacío. Cual sería la sorpresa al día siguiente al
bre que según la leyenda le viene como anillo al dedo. hallar el leñero el barranco sin puente.

-Tiene usted que saber, señor caminante, que este sen­ -Estuvo el hombre maldiciendo una y mil veces a las
cillo puente de piedra tiene muchísima importancia en causas del desastre, pues como le dije, el otro camino
toda la comarca al unir las dos orillas del profundo ba­ daba un inmenso rodeo.
rranco, pues gracias a él acorta largas jornadas de penoso
andar por caminos estrechos y pedregosos. Cuando cayó -Tirando y recogiendo del suelo su sombrero con ra­
el antiguo puente hecho de gruesos troncos de pino, va­ bia ptrra volverlo a tirar de nuevo, estaba el leñero, cuan­
rios pueblos estuvieron prácticamente incomunicados du­ do vió pasar por el otro lado del barranco al mismísimo
rante algunos años. Señor Dios. Viendo en él su salvación lo llamó.

-S i usted me lo permite, le contaré la historia mientras -Señor Dios, Señor Dios.


seguimos nuestro andar, historia que creo le gustará por
lo curiosa, sencilla y por la importancia del personaje -Qué quieres de mí, buen hombre -le contestó Dios.
que la originó.
Y el hombre le contó su desgracia.
Y sin esperar respuesta por parte del anciano, prosi­
guió su eterno hablar, pues según su sincera opinión, -Bien, bien -lo calmó Dios-, no hay ningún problema.

44 45
Hijo mío, súbete al carro, azuza suavemente a los bue­ en la cintura y mirando al suelo durante unos minutos,
meneó la cabeza de un lado a otro muy pensativo.
yes y ven hacia mí. No temas, no correrás peligro algu­
no, un puente invisible haré para tí evitando que caigas
-Señor Dios -dijo al fin- Yo creo en vos como buen
al abismo.
creyente que soy, pero comprended a mis bueyes, los po­
bres no tienen el juicio necesario para entender vuestras
El leñero al oir las palabras de Dios se rascó la cabeza
palabras llenas de verdad. Ellos quieren hechos, algo ma­
un tanto preocupado y al ratito dijo:
terial bajo sus patas, pues otra cosa que no sea esto há-
celes retroceder atemorizados, por lo tanto, me sacrificaré
-¿ Y si con vuestro poder, Señor Dios, arrancáseis va­
en dar este enorme rodeo aunque me cueste dos días ente­
rios árboles y los pusiérais en forma de puente?. Mis
ros de incesante sufrir, para llegar sano y salvo a mi hogar.
animales al tener algo seguro debajo de sus pezuñas, no
tendrían ningún temor.
Y con su carro lleno de leña, se alejó tambaleándose
sin cesar a causa del mal terreno, muy enfadado.
-Los árboles están bien donde están -díjole Dios son­
riendo. Ven, haz lo que te digo, hijo mío, y no temas.
A partir de aquel día, ya nunca más apareció Dios por
Ven hacia mí.
estos pueblos y campos. Creyó que nadie le necesitaba.
Pero el hombre no lo veía nada claro y siguiendo con
-Pasaron muchos años y tanta era la importancia del
su rascar de cabeza le dijo de nuevo.
camino, que varios reyes quisieron construir el puente,
-Señor Dios, nada os costaría con vuestro gran poder, pero inexplicablemente, todos caían al abismo. Unos de­
mover aquellas enormes piedras y llenar el barranco aun­ cían que era de difícil construcción y otros que era casti­
que fuera solo un trocito, lo justo para pasar. go de Dios por no confiar en él.

-Las piedras están bien donde están -díjole Dios son­ -¿ Y quién entonces construyó este hermoso puente?
riendo. Ven, haz lo que te digo, hijo mío, y no temas. -preguntó el anciano.
Ven hacia mí.
-Este puente -le contestó el tabernero sentándose en
El leñero dejó de rascarse la cabeza. Puso sus manos una de sus barandas de piedra muy fatigado- fue obra

47
46
del Diablo, sólo él puede ir contra Dios, aunque sea rea-
lizando con perfección un trabajo.

-No sabía que el Diablo perdiese el tiempo constru­


yendo puentes para el bien de los hombres -dijo sonrien­
te el anciano.

-Ni yo -respondió el acalorado tabernero- A decir


verdad, -añadió- creo que lo hizo un ingeniero que sabía
muy bien su oficio.

Y riéndose los dos de la ocurrencia, cruzaron el puen­


te y tomaron cada uno su camino.

48
Acostumbrados al campo, a las bien soportadas pe­
nurias que los malos tiempos traían desde años, sus co­
razones habíanse transformado de viento en brisa. No era
necesario un huracán para llenar sus pulmones, ni una
mesa bien surtida para saciar su hambre, con poco sen­
tíanse bien pagados, su resignación hacía que transcu­
Comprensión rrieran los días en paz y sin amargor en sus sencillas
almas.

El anciano contemplaba a su vez los alrededores con


profunda tristeza. En aquellos lugares los tiempos de
esplendor estaban ya lejanos. Campos que antaño vié-
Caminaba el anciano siguiendo los pasos de un hom­ ronse cuidados, mimados por esa fe y esperanza en el
bre y de un niño, el cual se giraba a veces sonriéndole mañana que sólo los labradores suelen poner en su traba­
con sus grandes y oscuros ojos repletos de la soledad de jo, veíanse ahora estériles, sin contrastes, sin color ni
madre, y alegres por la compañía de un padre afectuoso vida. La polvorienta tierra se marchaba empujada por el
y amable. viento a otras latitudes, dejando ver las brillantes cabe­
zas de infinidad de piedras que lentamente salían a la
El hombre, cargado con un gran saco lleno de todo superficie.
cuanto pudo recoger de aquellos inmensos y estériles
campos que antaño dieron cosechas hermosas y abun­ Ningún pueblo asomaba en lontananza, la falta de es­
dantes, miraba hacia delante sin volverse una sola vez. crúpulos de los hombres incapaces de cuidar como es
Diríase por su forma de andar, que llevaba sobre sus debido su bello entorno, fueron los causantes de su desa­
espaldas un peso tremendamente superior a sus fuerzas. parición y de la muerte de unas tierras ahora en manos
del absoluto abandono.
Hombre curtido por mil soles distintos, obtuvo mil re­
veses de aquella desgraciada vida, que sólo la compañía La noche encendía una a una en el cielo, a miles de es­
de su pequeño hijo y la robusta comprensión de su infor­ trellas luminosas sin importarle el orden ni tamaño. El
tunio mitigaba. cobijo prometido al anciano por padre e hijo, sentíase

50 51
cerca, la humilde cabaña de madera y barro ofrecería un -O quizás un rayo perdido que al cobijarse en casa la
agradable calor y nuevas esperanzas para comenzar un quemó sin querer -dijo el niño con inocente voz.
nuevo día.
-S í, -aseguró el hombre- Fue sin duda sin querer que
De súbito, apareció en el camino un hombre con as­ hoy ha nacido en esta hermosa noche de invierno, una
pecto de llevar mucha prisa. Sudaba por todos los poros diminuta estrella en la tierra.
de su cuerpo debido a su apresurado andar. Con la grue­
sa chaqueta bajo el brazo, se apretaba con las dos manos El anciano, apoyado en su bastón sonreía en silencio al
la cintura intentando dominar un daño que le aflijía. oir las palabras de aquel par de almas limpias de rencor.

Al ver al hombre y al niño se detuvo por unos instantes


sin saber qué hacer, bajó la cabeza y sin decir nada co­
rrió loma abajo con ojos de asustado y llenos de ver­
güenza.

Padre e hijo apresuraron el paso. La silenciosa mirada


que observaron del desconocido les había advertido de un
serio percance. Cuando el anciano llegó junto a ellos en lo
alto de la loma, vio cómo su cabaña ardía por los cuatro
costados, crepitando con violencia en la fría y oscura
noche.

El niño, agarrado a los raídos pantalones del padre,


miraba con ojos fascinantes la desaparición del hogar
donde nació entre mantas y dolores.

-Debe haber sido el fuego mal apagado el causante de


todo -habló el padre con sereno semblante.

52 53
Cuando el Alumno Está Dispuesto,

Aparece el Maestro

Aquel blanco y soleado pueblecito junto al mar, agra­


dó al anciano. El sonido de su bastón sobre el empedrado
resonaba por las desiertas calles de aquella tibia y tem­
prana mañana de invierno, oyéndose en la lajanía el sua­
ve rumor del mar.

Al pasar junto a una casita baja con grandes puertas de


madera, un exquisito olor hizo detener por unos instantes
su andar. Asomándose por la abierta puerta, vió a varios
hombres dando forma con diestra mano a unos deliciosos
bollos.

El hombre de más edad, al darse cuenta de la presen­


cia del anciano, le sonrió con simpatía, invitándole con
insistencia a entrar y sentarse en la misma mesa donde
amasaba. Sin perder la sonrisa, llamó a uno de sus nume­
rosos hijos que le ayudaban dándole varios encargos que

55
muy diligente cumplió con rapidez. Una taza de leche en lo primero, dióme cuatro monedas de plata solucio­
caliente y varios bollos recién sacados del horno, pronto nando por varios días mi penosa situación.
tuvo el anciano frente a sí, el cual saboreó con apetito,
halagando con franqueza los exquisitos dulces. -Aquel donativo hizo que recobrara la serenidad per­
dida y aumentaran mis ansias de búsqueda a pesar de ser
El hombre reía feliz y contento a cada bocado del sa­ infructuosos todos mis esfuerzos.
tisfecho y sonriente anciano.
-Pasaron los días y otra vez volví a estar falto de dine­
-Sí, son muy buenos -dijo el hombre, mientras llenaba ro. Me acordé del buen tendero y muy a pesar mío me
una bandeja de bollos lista para hornear-. Y no hay nin­ dirigí hacia su casa recibiendo cuatro monedas más.
gún secreto en ellos -añadió complacido-. Harina, hue­
vos, miel, leche, mantequilla, canela y mucha voluntad. -A los pocos días, abatido por mi desgracia, tuve que
volver por tercera vez a la única persona que nos ayuda­
-Permítame le cuente a usted la historia de estos estu­ ba a vencer el hambre. Al llegar frente a la puerta la
pendos bollos, pues aunque le cueste creerlo, no somos vergüenza hízome detener. Me veía roto, fracasado. Nau­
familia de antiguos pasteleros ni nunca se nos pasó por fragaba ya en el mar de la desesperación, sin tabla algu­
la cabeza serlo. Es este un nuevo oficio que nos da para na donde asirme. La falta de familia, la escasez de ami­
subsistir, puesto que el viejo que aprendí de mi padre de gos, de consuelo, de un apoyo que mantuviese a flote la
poco me sirvió. dignidad de un hombre que sólo ambicionaba trabajo,
hacíame ir a la deriva como barca sin vela ni timón en
-Todo empezó hace varios años, cuando de súbito me mitad de un océano tormentoso.
quedé sin trabajo y con seis hijos que mantener. Lo estu­
ve buscando con apremio todo el día sin hallar un lugar -E l buen hombre, desde el interior, observaba mi vaci­
donde ganarme unas monedas. En casa la situación llegó lar. Estaba a punto de marcharme cuando me invitó a
a ser tan desesperada, que ocultando la vergüenza pedí entrar, entregándome un paquete que sacó de detrás del
limosna y trabajo a un tiempo por calles y plazas. mostrador que contenía harina, miel, mantequilla, hue­
vos y leche, y mientras ponía en mi bolsillo cuatro mo­
-Una mañana entré en una tienda a por trabajo si había nedas de plata, me dijo:
y limosna después. El dueño, no pudiendo complacerme

56 57
- “Siento en el alma no poder ayudarlo en lo sucesivo, quedaba en el cesto, todo lo había vendido durante el
necesita usted más dinero para el mantenimiento de su fa­ trayecto.
milia del que yo le puedo dar. Vaya a su casa, y con la re­
ceta que encontrará dentro del paquete, haga los bollos -Sin nada que hacer en la ciudad, regresé henchido de
y véndalos, no dude que en su mano está su porvenir” . esperanza con mil ideas nuevas en la cabeza.

-Muy ilusionado por la idea, estuve toda la noche tra­ -L o primero fue comprar al amigo tendero todo cuan­
bajando sin descanso y al día siguiente, con un cesto de to necesitaba al por mayor, luego compré otro cesto y
mimbre lleno de esponjosos bollos, me dirigí muy tem­ desde entonces cada mañana, vendo uno en el vaporcito
prano al puerto, y cual sería mi sorpresa que al mediodía y otro en la vecina ciudad. Gracias a este trabajo salimos
regresaba a casa cantando y riendo con el cesto vacío de la miseria que nos envolvía sin remedio.
puesto por sombrero y el bolsillo lleno de tintineantes
monedas de cobre. -Siento, señor, tener que dejarlo -dijo el hombre enca­
minándose hacia la puerta con dos cestos repletos de fra­
-Con las ganancias que obtuve compré más harina, gantes bollos. No tome a mal si mis hijos le llenan su
huevos, miel, mantequilla, leche y una pizca de canela. zurrón de bollos, acéptelo, por favor, de buen grado, se
Esta vez mi mujer me ayudó, pues la cantidad era tres los obsequia de todo corazón una familia, que un buen
veces mayor. día nada tuvo y se siente agradecida de su destino.

-Decidí entonces venderlos en la ciudad que está al Y se alejó el hombre calle abajo en dirección al puer­
otro lado de la bahía. En una ciudad mayor siempre hay to, perdiéndose el sonido de sus pisadas y su alegre tara­
más posibilidades de éxito, y muy temprano me embar­ rear, por entre las estrechas calles iluminadas por un sol
qué en el vaporcito mezclándome entre la gente que allí brillante y cálido.
tienen su trabajo.

-Señor -prosiguió el hombre mientras sacaba del hor­


no unas enormes bandejas de dorados bollos-, aquel día
fue cuando me convencí que la mala suerte había des­
aparecido de mi vida. Cuando finalizó el viaje, nada

58 59
Fe

Observaba el anciano sentado en la arena, como un


viejo marinero pintaba su barca.

La calma era absoluta. Sólo se oía el suave ir y venir


de la brocha teñida de azul, acompañado por el incesante
rumor del mar. El marinero, absorto en su grato trabajo,
movía el taburete a medida que su vieja barca a efecto de
la pintura, asemejaba a un retazo de cielo puesto en la
arena.

Al anciano habíanle dicho en cierta ocasión referente a


los hombres de la mar, lo parcos que son en el hablar.

¡Qué mejor puede hacer el marinero sino escuchar el


rumor de las olas!.

61
La mar absorbe todo pensamiento solo con mirarla. -M i padre al construírmela cuando yo aún no llegaba
Eterna habladora de mil saberes opuestos, conocedora a los remos, me dijo: “Ponle el nombre de FE y con ella
del origen de la vida y de la muerte, atrae con su eterno y nunca en la vida te faltará amor, trabajo, valor ni fuerzas.
mágico cántico, a los hombres que viven junto a ella. Cuídala y será ella quién te mantenga, quiérela y te lle­
nará de paz, hazla trabajar y ello te convertirá en hom­
El anciano con sólo prestar un poco de atención, oía bre. Defiéndela con valentía, no la pierdas jamás ni en la
dentro de sí su susurrante voz hablándole de cien pue­ noche ni en la tempestad, pues con ella arribarás siempre
blos distintos en cien lenguas complejas. Le contaba el ir a puerto sano y salvo.
y venir de la espuma resbalando por la ardiente arena de
cálidos países, y el estrellar con fuerza su cuerpo contra -V e usted, señor, a la mujer que allá a lo lejos junto a la
las endebles rocas prontas a ser desmenuzadas, para con­ escalinata de la iglesia, la del vestido oscuro con el sayo
vertirse en polvo con que llenar su fondo. color tierra quemada y pañuelo en la cabeza; pues bien,
vino hace un montón de días aquí, al pueblo, buscando
El tañir de las campanas de la blanca iglesia del pue­ remedio a un tremendo mal que le corroía cuerpo y alma.
blo devolvió a su lugar al muy distante espíritu del an­
ciano. Vio cómo la barca relucía toda de azul a los te­ -Es de tierra adentro, de allí donde nacen los ríos al
nues rayos del sol otoñal y al viejo marinero que sentado pie de grandes montañas, donde dicen hay campos in­
en el mismo lugar por donde había empezado, pintaba en mensos, llanos como la palma de la mano cubiertos de
proa con letras blancas, muy grandes y al revés, el nom­ trigo, de allí donde el sol se esconde para volver a salir
bre de la embarcación borrado por el nuevo color. al día siguiente sobre las aguas del mar. Un día se sintió
muy enferma, tanto le preocupó su dolencia que al médi­
Dos letras bastaron: FE. co fue, y éste le recomendó para solucionar su mal el
buscar palos de barca, cocerlos y beber su jugo.
-¿Siempre se llamó así su barca? -le preguntó el an­
ciano. -¿Dónde encontraré yo estos palos? -preguntó la bue­
na mujer.
-Siempre -respondió el viejo marinero admirando con
satisfacción la obra realizada por sus temblorosas manos -En el mar -le respondió el galeno-. Coge un camino
debido a su avanzada edad. que a él te conduzca y allí pregunta a los pescadores,

62 63
ellos sabrán darte tu curación. ayuda, me levanté y le di unos viejos palos enmohecidos,
empapados de sal, de agua y sol, de años pasados.
-L a pobre mujer obedeció. El remedio estaba a su al­
cance y fue en su busca. Anduvo durante muchos días -Toma, -le dije- Eso es lo que tanto deseas. Lávalos
preguntando en cada pueblo el camino hacia el mar, has­ y luego ve hacia aquella casa, dile a la mujer que halles,
ta que un día topó con él. Muy contenta pidió a todo te dé todo cuanto necesitas. Sé bienvenida tú y tu cura­
pescador que se le cruzaba los ingredientes tan necesa­ ción.
rios para su curación, pero de nada sirvieron sus buenas
palabras ni el ofrecimiento de un escaso dinero guardado -abrazó los palos con fuerza contra su pecho y llena
para ese fin, ni las súplicas y explicación de su terrible de alegría se adentró en el mar. Con su vestido restregó
enfermedad. Nadie entendía nada. las maderas, partiendo en loca carrera hacia la casa sin
percatarse de la pérdida de una de sus viejas sandalias
-N o por ello flaquearon sus fuerzas, a nuevo pueblo, a que recogí al regresar, para verla sentada delante de la
nueva negativa, un nuevo remedio tan anhelado, le aflo­ lumbre tarareando una canción, mientras removía con
raba en su firme esperanza. una cuchara la olla llena de palos de barca.

-Un niño de este pueblo al ser preguntado por la mu­ -Casi dos meses estuvo con nosotros. Mi mujer creía a
jer, le aconsejó se dirigiera a mí, que por ser tan viejo veces que por fin tenía a una hija a quien querer. Yo le
todo lo sabía. proporcionaba los palos de barca y ella los hervía be­
biendo su jugo. También daba largos paseos por la playa
-¡Qué ocurrencia! -se rió el marinero-. Lo cierto es o simplemente descansaba sobre la ardiente arena a la
que la mujer vino en mi busca, y aquí mismo, arrodillada sombra de las barcas, con los ojos cerrados y la mente
sobre la arena, me contó toda su inquietud, todo su do­ despierta.
lor. Nada se calló, nada se le olvidó.
-Esta misma mañana se despidió de todos con afecto y
-Y o la escuché sin apenas mirarla; con solo oir su voz agradecimiento. El tratamiento la curó por completo.
se le adivinaba su cara, su cuerpo, sus gestos, su sencillo
espíritu exento de malicia y rebosante de fe. Cuando -Cuando quiso darme las gracias, le intenté hacer com­
calló esperando una respuesta al torrente de ruegos, de prender lo mucho hecho por ella y lo poco por nuestra

64 65
parte. La mujer negaba con la cabeza, sonriendo con sus
ojos grandes y llenos de lágrimas, mientras nos acaricia­
ba las manos con cariño.

-¡Mírela, señor! Antes de volver a su hogar quiere


decirle adiós al mar y embriagarse de su melodioso soni­
do. Lo conservará toda su vida dentro de su corazón
cuando allá, tierra adentro, cuide de nuevo a su familia
recuperada ya su salud.

-Dará en estos momentos gracias a Dios por su ayuda,


al encontrar a la persona que le prestó en el instante más
crucial de su vida el apoyo tan necesitado. Quizás nunca
sepa que fue ella y sólo ella el artífice de su curación. La
fe puesta en un remedio de poca monta, hizo muralla
fuerte a una muerte no muy lejana.

El anciano contempló a la mujer que desde lo lejos


decía adiós con la mano al viejo marinero, que le devol­
vía el saludo riéndose feliz.

-Adiós y gracias -se decía para sus adentros el ancia­


no alzando también el brazo-. Hoy he aprendido una
cosa más.

66
Tenía el cabello alborotado color castaño claro al igual
que la cola de una ardilla traviesa. Su cara, redonda y
blanca como la luna de enero, se veía salpicada por mon­
tones de pecas rojizas unas, castaño oscuro otras. La na­
riz, grande y larga, le sobresalía en demasía por entre
dos ojos negros y profundos, captadores de los mil mati­
La Inocencia ces de su entorno.

Agil y parlanchín, desenvuelto como un gorrión en su


incesante parlotear, observaba sentado sobre un viejo
cubo de madera, a un corpulento roble repleto de verdes
hojas cuyas ramas cubrían parte del tejado de su casa,
Llegado el mediodía se sentó el anciano al borde de un
donde subido en la rama más alta del árbol, su padre se
cristalino riachuelo que paralelo al camino seguía su mis­
“ limpiaba” según él, de un disgusto dado por un vecino o
ma dirección.
amigo.

Tranquilamente se quitó sus sandalias introduciendo


-Siempre que alguien rompe su tranquilidad o penetra
sus fatigados y polvorientos pies en el agua, sintiendo en
en su sencilla y apacible vida, llenándola de malestar -le
el acto un gran alivio. La fresca y mansa corriente le
decía el niño sin dejar de mirar al árbol-, padre se sube en
quitó la fatiga acumulada de horas y más horas de conti­
lo alto del roble y se está allí, hasta que la brisa fragante
nuo andar, por unas hermosas tierras pobladas de hacen­
que mueve las hojas le devuelve la fortaleza perdida.
dosas alquerías y espesos bosquecillos de pinos, hayas,
encinas y corpulentos robles.
-Casi siempre que regresa del pueblo sea de hablar
con los vecinos o de casa de algún familiar, lo veo subir
Al contemplar en la orilla opuesta a un hermoso y
como una ardilla a su árbol, buscando la paciencia que
verde roble, se le vino a la mente la divertida conversa­
agotó.
ción sostenida dos días antes, con un niño de unos once
años, el cual con su vocecilla de pájaro de bosque, le
-V e usted, señor, este pequeño roble -le señaló el niño
confió su máxima preocupación.
con orgullo un arbolito rodeado por varias estacas atadas
68 69
con infinidad de cordeles- ¡Es mío!. Padre en una de -¡N o lo sé! -respondió el niño- Pero por lo menos,
sus subidas a su árbol, se preocupó en seleccionar la señor, yo pongo mi parte en conseguirlo. Riego el árbol
mejor bellota para que la plantara y tuviera al ser mayor cada semana si no llueve con agua del pozo, procuro que
mi propio árbol, así cuando llegara el momento y me ninguna vaca lo pise y que ninguna cabra se lo coma, y
surgieran los problemas que los demás continuamente si nadie me hace caso cuando llegue el momento, tendré
nos ocasionan, estaría preparado mi refugio de paz. que imitar a padre y subir yo solo.

-¿Pero es que no te sirve el roble de tu padre? -le


preguntó el anciano.

-¡No! -respondió muy convencido el niño- No señor.


Es muy pequeño.

-Y o lo veo muy grande -se extrañó el anciano-. Ade­


más, cuando tu lo precises él habrá crecido aún más.

-Pero es que yo lo quiero grande, muy grande -le


contestó el niño intentando abarcar con sus bracitos el
inmenso cielo- Tanto como sea posible.

-Pues dime, ¿Para qué tan grande?.

-Porque así -respondió el pequeño-, podré poner en él


a todos los que se entretienen en contrariar a los demás,
y así una vez limpios de la malas ideas, dejarán de oca­
sionarme los disgustos que para mi tuvieran guardados.

-¿Crees entonces que querrán subir a tu árbol? -le


preguntó sonriente el anciano de la inocente ocurrencia.

70 71
Amor Imposible

Sentados en grandes piedras, el anciano y un viejo


pastor contemplaban los múltiples cambios de forma de
unas nubes, que allá en el cielo, eran zarandeadas por un
viento inquieto y caprichoso.

Las ovejas, algo lejanas, pastaban libremente por los


prados vigilados por dos ojos expertos y cansados.

Días antes, en un cercano pueblecito, habíanle hablado


al anciano del pastor y de su extraña mudez. El interro­
gante de las gentes del valle, era si en verdad su silencio
era debido a una falta de nacimiento o fuera del oficio de
años el causante de ello.

Hombre extraño, con cientos de conocidos y sin ami­


gos, vino hace ya tantos años a la comarca, que nadie

73
recuerda con exactitud quién fue primero, él o la campa­ -A Dios gracias tenía la grata compañía de una herma­
na de la nueva iglesia. na casi de mi misma edad, la cual alegraba tan dura exis­
tencia. Era tan grande su hermosura que relucía toda ella
Conocedor de los montes y buenos prados, pronto los como los rayos del sol sobre un campo de trigo. De su
aldeanos le confiaron sus ovejas, cabras y vacas. El pas­ piel blanca como las flores del perfumado cerezo que
tor nunca se afanó en pedir ni alabar, fue sin duda su crecía al lado del molino, brotábale idéntico dulzor de
buena planta, sus ojos grandes y profundos, llenos de las madreselvas que llenaban las paredes del viejo pozo,
una extraña fuerza, lo que rompió la muralla de descon­ y sus ojos, aquellos ojos claros al igual que el agua del
fianza con que las gentes del campo se protegen a sí arroyo que ayer fue nieve, me miraban con tanta ternura
mismas de su desmedido don de ofrecer, todo cuanto que me hacían olvidar el sufrimiento diario al lado de mi
poseen al primero que cruza el umbral de su casa. padre.

-Señor, -dijo el viejo pastor con suave voz-, perdonad -Sus cabellos de color entre castaño y rubios, llenos
si rompo vuestros pensamientos. No es mi intención que de rizos, la asemejaban al ángel de la guarda que madre
de mí os llevéis mal recuerdo, pues si como observo no guardaba con devoción en el arcón de su alcoba.
os asombráis de mi habla, mal no os sabrá que os cuente
mi historia. Desahogaré en vos mi callado corazón ro­ El viejo pastor llenó ruidosamente sus pulmones del
gando me escuchéis y comprendáis el por qué de mi tibio airecillo de aquella tarde en declive. Parecía que al
silencio durante tantos años. recordar sus tiempos mozos al lado de su hermana, le
faltara el aliento necesario debido a la emoción que
-N ací y me crié lejos de aquí, bajo el severo régimen sentía.
de un padre que me imponía tareas que para mi edad
eran de enorme dureza. Si algún vecino hacíale observar -Sí, -dijo el hombre con la mirada puesta en la leja­
su fuerte decisión, respondía que el esfuerzo no era en su nía-. Escenas de casi sesenta años, las revivo aún hoy
beneficio, sino en el mío, pues a su muerte, heredaría las con perfecta nitidez. A veces el sopor de la vejez me
muy buenas y trabajadas tierras; y muy seguro de sus pa­ hace cerrar los ojos y sueño casi despierto con aquellos
labras añadía: “ Quiero que sus manos estén preparadas pa­ momentos tan felices de antaño, que señor, nunca más
ra afrontar la falta de las mías, diestras deben de ser para volverán.
manejar su hacienda y la que en matrimonio le tocaren”.

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-Cuando crecimos y dejamos de ser niños, día a día remordimientos y deseos nada honrados hacia mi queri­
una extraña sensación se apoderaba de mí. Sentía en lo da hermana.
más profundo de mi ser unos enormes deseos de aca­
riciar, besar y estrechar su cuerpo con el mío. Para -V acié en unos momentos en persona extraña mi cora­
romper estos pensamientos deshonestos, fui en busca de zón de penas y sinsabores, de vacilaciones, de dudas, de
otras mozas las cuales en nada supieron ayudar. Al ver- amores imposibles, llorando como llora un niño cuando
las, hacía una breve e inconsciente comparación con mi le arrebatan su más preciado tesoro, cuando pide una
hermana, viendo en ellas todos los defectos que ella no quimera, cuando observa en la madre un gesto de poco
tuvo jamás. amor.

-Esta situación de angustia fue en aumento al paso de -El sacerdote queriendo salvar mi alma del pecado,
los años. Quería estar a su lado todo el tiempo posible, habló a mi padre de ello con sutil e indiferente palabra,
pero a la vez la rechazaba. A veces, cuando me hallaba provocando en el acto una rápida e inhumana reacción.
solo en los campos, buscaba desesperadamente la solu­ Sin importarle ruegos ni protestas, padre casó con rapi­
ción a tan espinoso problema, suplicando a Dios me die­ dez a su hija con el primero que pisó la hacienda en
ra la suficiente serenidad para afrontarlo. busca de mujer y de generosa dote. Dote rápidamente
malgastada y tras esperar una nueva ayuda que jamás
-Cuando al anochecer regresaba a la casa, veíala siem­ recibió de su inflexible suegro, se marchó con mi herma­
pre cabizbaja, con la mirada puesta en la lejanía, como si na a un lugar lejano, perseguidos por la miseria.
también ella buscase con ansiedad, una idéntica solución
al mismo problema. Sus ojos se llenaban de lágrimas con -L a oculta despedida entre mi hermana y yo fue de
asiduidad, y cuando me miraba una voz en mi interior gran dolor. Solo en unos apresurados instantes nos diji­
me decía: ¡Llora por ti! mos todo cuanto dos enamorados puedan decirse en
años. Con su vestido azul claro de encajes blancos deste­
-Mientras tanto, nuestra madre de todo cuenta se daba, ñido por el uso, y su chaqueta de lana color paja raída
pero callaba. por la escasez, la contemplé por última vez cogida por
los hombros allá entre los olivos, y fue en aquel día, se­
ñor, cuando nos dimos un único y largo beso en la boca
-M i corto entendimiento o quizás fuera mi destino ya
repleto de amor sin avergonzarnos jamás de ello.
trazado, hízome contar en acto de confesión todos mis
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76
sonrisa-. No les guardo rencor a mis padres por su modo
de actuar. Comprendo que cada cual tiene sus razones,
que todos cometemos errores.

-L e doy, señor caminante, las gracias por su amable com­


pañía y su comprensión a un problema que no era de su
incumbencia. Hoy me he sentido joven otra vez al recor­
dar el pasado, y viejo al comprenderlo como es debido.

-Mañana, cuando el sol asome por entre la arboleda,


yo estaré con el rebaño lejos de aquí. Le deseo toda suer­
te en su caminar, rogando a Dios guie sus pasos con el
mayor acierto.

-Dios guia con acierto a todo aquel que es manso -le


contestó el anciano-. No nos olvidemos que él es pastor
de un gran rebaño de almas conduciéndolo hacia el amor.

Y deseándose las buenas noches, entraron en la cabaña


en busca de reposo.
y enormes pantanos. Cruzaba frondosos bosques jamás
hollados por el hombre y remontaba altísimas montañas
cubiertas de hielo eterno, escondiendo la senda que las
cruzaba.

La Espera En todo su largo recorrido nadie vió venir. Cientos de


kilómetros se hallaban vacíos, solitarios. Miró a la joven
(el verdadero amor) mujer de ojos serenos y le dijo.

-¡Nadie viene aún? Tendrás que esperar largo tiempo.

-No importa el tiempo -respondió la mujer-. Tengo


todo el necesario. Hace tan solo unas horas que mi espí­
Al legar a una encrucijada, encontró el anciano a una ritu se desprendió del cuerpo y en mi estado lo eterno es
joven que sentada en lo alto de una gran piedra tomaba fracción y la fracción es eterna.
el sol.
-Entonces, dime, ¿por qué no sigues tu camino? ¿No
-¿A quien esperas, mujer? es una pérdida de tiempo tu buena acción?

-A mi marido -le contestó ella. -N o lo creo yo así, buen anciano -le respondió la jo­
ven-. Mi marido y yo mucho nos queremos y juntos de­
-¿Tiene él que pasar por aquí? seamos seguir aún después de la muerte. El anda por un
camino el cual a mí se me truncó de golpe, ahora mi
-Sí, por aquel camino que está frente a mí. amor háceme que ruege a Dios a cada instante para que
sus fuertes piernas no se detengan ni su mente se distraiga
El anciano oteó el horizonte en aquella dirección. por otros senderos, los cuales retardarían nuestra unión.

El camino señalado por la joven se internaba por cam­ -El viene, lo sé. Mi corazón no miente. ¿Qué mejor
pos de labor y por desiertos. Atravesaba ríos turbulentos puedo hacer sino esperarlo con los brazos abiertos?.

82 83
-Que Dios te dé toda la fortaleza que precises -le de­
seó el anciano.

-Que él siempre te acompañe buen anciano -le contes­


tó la mujer.

Y siguiendo su camino, el anciano se alejó del lugar.

84
El, un simple fraile anciano, poco hablador, enamora­
do del estudio y de la soledad con Dios, de sus largos pa­
seos por entre las vides y olivares, carpintero de nidos
para los alegres pájaros de primavera, alimentador de los
pececillos del estanque, entusiasta panadero, catador del
sinfín de caldos repletos del aroma otoñal y jardinero de
fragantes rosas, sentía ahora satisfecho aquel inconteni­
El Regreso
ble deseo de aprender pese a su avanzada edad y necesi­
taba volver al lugar de donde partió.

Encontró al padre prior en la fuentecilla del claustro,


que mucho se alegró al verlo de regreso. Llenó un cubo
Su largo andar por múltiples caminos llegó a su fin. El de fresca agua lavando humildemente los pies del ancia­
tenue sol de primavera, escondido tras las nubes ilumina­ no caminante cubiertos del polvo de mil caminos.
ba con luz difusa los campos de cultivo pertenecientes al
monasterio. Le excusó del trabajo del día, considerando que un año
de incesante búsqueda bien valía el descanso de una tar­
El anciano sonrió al divisar el cuadrado campanario de de, y después de devolverle el hábito y darle su ben­
blanca piedra. El tañir de sus viejas campanas le trajo a dición,se alejó a sus quehaceres.
la memoria el día de su partida y los muchos meses fuera
del hogar, pues aquél era en verdad su verdadero hogar. Quiso el anciano fraile contemplar de una sola vez
todo cuanto le era familiar. Subió a la torre más alta del
Si un día el cual le parecía hoy muy lejano tuvo la monasterio a tiempo parta la despedida del sol por entre
necesidad de conocer otros caminos, otras gentes y luga­ las lejanas montañas, cubiertas sus laderas de tenue os­
res, otros horizontes y vidas, fue motivado por un inten­ curidad.
so afán interior que le empujó a recorrer los caminos
buscando una verdad, enseñanzas nunca sabidas o apren­ Apoyado en la baranda de piedra, miraba complacido
didas, que los altos y gruesos muros de piedra que le ro­ hacia el infinito, experimentando por unos instantes la
deaban no le hubieran podido revelar. sensación de no haber salido jamás del pacífico recinto.

86 87
Los días, los sucesos ocurridos en el largo caminar, se salpicaba de ignorancia a sus semejantes, al que voló con
asemejaban al sueño de una sola noche. las alas de la ilusión hacia un falso amor, al viejo pastor
y a la mujer que esperaba con amor a su amor.
Nada le pareció alterado, todo seguía igual. Las rosas
eran las mismas como así el ancho cielo que se divisaba. Levantó la mirada al cielo dando las gracias a Dios
Se respiraba la misma fragancia de los bellos atardece­ por los maravillosos días que transcurrieron entre agra­
res, la comprensión del padre prior, el susurro del agua dables y también maravillosas gentes.
de la centenaria fuente, el movimiento de los curiosos
cipreses mirando por encima de los tejados, el ulular del Cuando la menguante luna iluminó la torre, bañando
hermano buho en alguna cercana rama... Sólo él se nota­ de plateada luz su blanco hábito, se sentó en el suelo y
ba distinto, transformado. con los ojos puestos en el firmamento, apoyó el anciano
la espalda en la pared de blanca piedra y tras rezar en
Las gentes conocidas por los caminos mucho le dieron silencio una corta, oración aprendida de niño, se durmió
que pensar. De labios humildes oyó frases que le hacían en el acto con su eterna sonrisa en los labios.
detener su marcha para recapacitar y asimilar la lección.
Habló con gente varia, en casas distintas reposó su fati­
gado cuerpo y por cientos de caminos dejó tras de sí,
muy lentamente, un peso casi asfixiante acumulado du­
rante largos años.

Sí, ahora podía respirar hondo sin sentir en su pecho y


en su alma las antiguas quemaduras que la duda le oca­
sionaba. La paz que advertía en su interior en aquellos
deliciosos instantes, la lanzaba a los cuatro puntos cardi­
nales, al igual que el sol hace con sus anaranjados rayos
por todo el cielo.

Recordó con satisfacción a los dos hermanos, al niño y


a su roble, al padre e hijo sin hogar ni malicia, al que

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Indice

La Búsqueda de la Verdad................................................. . 7
La Tentación ................................................................... 11
Las Jerarquías ................................................................. 16
La Falsa Ilusión................................................................ 20
La Búsqueda de Uno Mismo............................................. 27
Las Apariencias................................................................ 34
Egoísmo........................................................................... 39
F e .................................................................................... 43
Comprensión................................................................... 50
Cuando el Alumno Está Dispuesto, Aparece el Maestro 55
F e .................................................................................... 61
La Inocencia..................................................................... 68
Amor Imposible................................................................ 73
La Espera......................................................................... 82
El Regreso..................................................................... 86
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editorial f t ¡rio, s.a. - málaga


El cam in an te n o s m uestra c o n su se n cille z y
su in o ce n cia los abism os m ás p ro fu n d o s y las
cu m b res m ás elevad as d el co ra zó n h um an o.
P o r los o jo s d e u n a n cia n o fra ile que tem p o ra l­
m en te ab a n d o n a su reclu sió n , van d esfilan d o
h e c h o s y situ acio n es que so n c o m o las im áge­
nes de un ca le id o sco p io , unas veces fren éticas
y o tras tranquilas y placen teras.
A través de las b reves p e ro em o tivas p in c e ­
ladas que fo rm a n este librito, su autor, Jorge
Pluvinet, n o s d em uestra sob rad am en te su p ro ­
fu n d o c o n o cim ie n to de los en tre sijo s d el alm a
hum an a.

editorial
i íno s.a. ~~ málaga

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