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Publicado en:

S. Koch, T. Fuchs, M. Summa, C. Müller (eds.) Body memory: Phenomenology and


Therapy. John Benjamins, Amsterdam, 2011, pp. 9-22.

La fenomenología de la memoria corporal1.

Thomas Fuchs
Universidad de Heidelberg

La memoria compromete no solo las recolecciones explicitas del pasado, sino


también las disposiciones adquiridas, habilidades, y hábitos que implícitamente
influencian la experiencia presente y el comportamiento. La memoria implícita
está basada en la estructura habitual del cuerpo vivido, la cual nos conecta al
mundo a través de su intencionalidad operativa. La memoria del cuerpo aparece
en formas diferentes, las cuales son clasificadas como procedimental,
intercorporal, incorporativa, dolor y memoria traumática. La plasticidad a largo
plazo de la memoria corporal nos permite adaptarnos al medio natural y social,
en particular, llegar a arraigarnos y sentirnos en casa en el espacio social y
cultural. Por otra parte las estructuras que se sedimentan en la memoria del
cuerpo son una base esencial de nuestra experiencia de mismidad y de nuestra
identidad: La historia individual y la peculiaridad de una persona es también
expresada por sus hábitos corporales y sus comportamientos. Finalmente, las
sensaciones o situaciones experimentadas por el cuerpo vivido pueden funcionar
como núcleos implícitos de memoria, los cuales, bajo las circunstancias
correctas, pueden liberar su contenido sellado, como en la famosa experiencia
del madeleine relatada por Proust. Este despliegue o explicación de la memoria
del cuerpo es de particular importancia para los enfoques terapéuticos que
trabajan con la experiencia corporal.

Palabras clave: cuerpo vivido, memoria del cuerpo, tipología de la memoria


implícita, hábito, intercorporalidad, trauma.

1
Traducido por Santiago Osorio Morales. Psicólogo de la Universidad de San Buenaventura, Medellín.
Email:satigo-825@hotmail.es.
Usualmente entendemos la memoria como nuestra capacidad de recordar o retener
ciertos eventos de nuestro pasado y también como la capacidad de recuperar
información y conocimiento. Pero los fenómenos de la memoria no están de ninguna
manera restringidos a esta recolección explicita. Como Descartes había ya notado, el
músico del laúd tiene también una memoria en sus manos en orden de tocar una melodía
con tal habilidad2. Él ciertamente estaría perdido si tratará de recordar los movimientos
singulares que alguna vez aprendió deliberadamente. Obviamente hay una memoria del
cuerpo aparte de la recolección consciente: A través de la repetición y el ejercicio, un
hábito es desarrollado. Patrones de movimiento y percepción bien practicados se
convierten en habilidades o capacidades encarnadas que aplicamos en nuestras vidas
diarias como una rutina- el paso erguido, las habilidades para hablar, leer o escribir, y el
manejo de instrumentos tales como una bicicleta, un teclado o un piano. Si, siguiendo a
Merlau-Ponty, nosotros consideramos el cuerpo no como lo visible, lo palpable, y el
cuerpo físico en movimiento, sino primero y principalmente como nuestra capacidad de
ver, tocar, mover, etc, luego la memoria denota la totalidad de aquellas capacidades
corporales, hábitos, y disposiciones como ellas se han desarrollado en el curso de una
vida.

En los siglos XIX y XX, los filósofos franceses Maine de Biran (1953/1799), Félix
Ravaisson (1999/1838), y Henri Bergson (2007/1896) reconocieron y estudiaron las
capacidades habituales del cuerpo como una tipo independiente de memoria. Por
ejemplo, la distinción de Bergson entre souvenir-image y mémoire habitude se refiere al
tipo de memoria voluntaria y representativa, en una mano, y al tipo de memoria
involuntaria y principalmente actuada, en la otra.

La ultima “esta conciencia de un pasado de esfuerzos almacenados en el presente es


ciertamente una memoria también, pero una memoria fundamentalmente diferente de la
primera, siempre dirigida a la acción, basada en el presente y buscando solo el futuro.

2
“Así, por ejemplo, el músico del laúd tiene parte de su memoria en sus manos, porque
la facilidad con la que mueve y dobla sus dedos en varias formas las cuales han sido
adquiridas por hábito, le ayudan a recordar pasajes que les exigen mover sus dedos en
esa forma en orden de poder tocarlos.” Ver, Descartes Lettre à Meyssonnier 29.01.1940;
also, Lettre à Mersenne 01.04.1640; 06.08.1640; (Descartes 1996), AT III, pp. 18–21;
pp. 47–48; pp. 84–85; pp. 142–144.
(…) en efecto no representa nuestro pasado, pero lo actúa”3 Similarmente, Merleau-
Ponty, en su fenomenología de la percepción, describe el cuerpo habitual (corps
habituel) como la base de nuestro ser-hacia-al-mundo (être au monde): el cuerpo se
establece a sí mismo en cada situación y nos conecta al mundo por los hilos invisibles
de su peculiar “intencionalidad operativa” –hilos que se han formada ya en nuestros más
tempranos contactos con el mundo. (Merleau-Ponty 1962: 74, 114).

Merleau-Ponty desarrollo su enfoque de la memoria del cuerpo en particular por la


consideración del rol operativo de la intencionalidad en la formación de hábitos
(Merlau-Ponty 1962:122ff.). Considerando los casos de un mecanógrafo y un organista,
he enfatiza en la clase de “conocimiento” particular que les permite mecanografiar y
tocar. Mientras primero tienen que acostumbrar sus cuerpos al instrumento a través de
usar las teclas, ambos, el mecanógrafo y el músico, logran finalmente sus tareas
espontáneamente, sin una recolección explicita de la serie de movimientos que ellos han
ejecutado. Su conocimiento, como Merleau-Ponty lo pone, está en sus manos- no en las
manos anatómicas, por supuesto, pero si en su cuerpo-vivido; emerge por medio del
esfuerzo corporal, y no puede ser objetivamente designado:

El hábito expresa nuestro poder de dilatar nuestro ser en el mundo, o cambiar nuestra
existencia por la apropiación de instrumentos frescos. Si un hábito no es una forma de
conocimiento ni una acción involuntaria, entonces ¿qué es? Es un conocimiento en las
manos, el cual está disponible solo cuando un esfuerzo corporal es hecho, y no puede
ser formulado en indiferencia de ese esfuerzo (Merleau-Ponty 1962: 127).

Este tipo de memoria ha sido descubierta y explorada por la psicología cognitiva como
memoria implícita en las últimas tres décadas. Las investigaciones concernientes a
pacientes amnésicos, quienes pueden aprender todavía tareas motoras simples aunque
incapaces de retener ninguna información nueva, han demostrado la existencia de
múltiples sistemas de memoria. Como consecuencia, la memoria explicita o declarativa
ha sido distinguida de la memoria implícita o procedimental. La memoria explicita
contiene recolecciones o información que puede ser reportada y descrita, puede ser
3
“…cette conscience de tout un passé d’efforts emmagasiné dans le présent est bien encore une
mémoire, mais une mémoire profondément différente de la première, toujours tendue vers
l’action, assise dans le présent et ne regardant que l’avenir. (…) À vrai dire, elle ne nous repré-
sente plus notre passé, elle le joue.” – Bergson (1896/2007: 87). Matière et mémoire (italics by
the author, T.F.)
también llamado un saber eso. Por contraste, situaciones repetidas o acciones que se
han mezclado en la memoria implícita, por decirlo así, han llegado a superponerse una
sobre otra y no pueden ser más atribuidas a un evento singular del pasado. Ellas se han
convertido en un saber-cómo tácito que es difícil de verbalizar- tendríamos algunas
dificultades describiendo, por ejemplo, como danzar un vals. Así, la recolección
explicita es directa del presente hacia el pasado, mientras la memoria implícita no
representa el pasado, pero lo re-actúa a través del performance presente del cuerpo. Lo
que alguna vez habíamos adquirido como habilidades, hábitos y experiencia se han
llegado a transformar en lo que podemos hacer hoy, por lo tanto, la memoria del cuerpo
es nuestro pasado vivido.

Por otra parte, la memoria implícita no es un mero reflejo del programa realizado por la
máquina del cuerpo. Merleau-Ponty concibió correctamente el conocimiento del cuerpo
como una tercera dimensión entre el movimiento meramente imaginado y la ejecución
motora. La memoria del cuerpo es una impresionante refutación del dualismo puro de la
conciencia y del cuerpo físico, porque no puede ser atribuida a ninguno de ellos.
Cuando yo estoy bailando, los movimientos rítmicos son originados desde mi cuerpo
sin una necesidad de dirigirlos deliberadamente y aun así estoy viviendo en mis
movimientos, los percibo avanzar y puedo modularlos acorde al ritmo que siento: yo
mismo estoy danzando, y no un fantasma en un cuerpo máquina. Los movimientos de
mi cuerpo están a mi disposición, soy consciente de mis capacidades, y así siento mi
tarea presente como un ser encarnado. En los últimos análisis, todas las capacidades
adquiridas en un punto temprano de la vida están referidas a una capacidad primordial
del sujeto encarnado, a un básico “Yo puedo” (Husserl 1952: 253).

El cuerpo es así el conjunto orgánicamente desarrollado de predisposiciones y


capacidades para percibir y actuar, pero también de deseo y de comunicación. Sus
experiencias, ancladas en la memoria del cuerpo, se esparcen y se conectan con el
ambiente como una red invisible, la cual nos relaciona a las cosas y a la gente. Esto es,
como Merleau-Ponty escribe “nuestro permanente medio de adoptar actitudes y
construir presentes virtuales”(Merleau-Ponty 1962,p181); en otras palabras, para
actualizar nuestro pasado y, con esto, asegurarnos de sentirnos en casa en cada
situación. En un sentido más comprensivo, la memoria del cuerpo habilita y define la
intencionalidad operativa del cuerpo (Merleau-Ponty1962).

Formas de la memoria corporal

La memoria del cuerpo aparece en varias formas, las cuales han sido elaboradas en
particular por Casey (2000) and Fuchs (2000, 2008a, b, 2011). Casey distingue y
describe tres tipos: habitual, traumática y la memoria corporal erótica. Mi propio
enfoque incluye seis formas: procedimental, situacional, intercorporea, incorporativa,
dolor y memoria traumática. Ellas no son estrictamente separables una de la otra, pero
son derivadas de diferentes dimensiones de la experiencia corporal--una experiencia que
sin embargo es una unidad “ser-hacia-el-mundo.

1. Memoria procedimental

La memoria procedimental consiste en las facultades sensoriomotoras y kinestésicas


que ya habíamos mencionado antes. Esta puede ser llamada procedimental en la medida
en que es realizada en un proceso dinámico: secuencias y patrones de movimientos,
hábitos bien practicados, manejo habilidoso de instrumentos, así como la familiaridad
con patrones de percepción. Sin deliberación, mi mano y mi pie hallan el volante y el
freno de mi auto, mis dedos presionan las teclas correctas en el teclado, o leo las figuras
negras en las páginas del guión. Mi cuerpo anticipa los objetos en sus lugares, y yo me
sorprendo cuando no los encuentra allí. “Es posible saber cómo mecanografiar sin ser
capaz de decir dónde las letras, las cuales hacen las palabras, son encontradas en el
banco de teclas” (Merleau-Ponty 1962: 127). Mis pensamientos son inmediatamente
convertidos en patrones de movimiento en mis dedos. Originalmente, cuando se aprende
como mecanografiar, se tenía que conectar cada tecla a cierto movimiento explícito. A
través del ejercicio repetido, un patrón temporal unitario o una Zeitgestalt de
movimiento será formado en mi memoria corporal, hasta que finalmente se puedan
olvidar las teclas singulares: Uno no sabe más como uno hace lo que hace.
Similarmente, cuando aprende a leer, el niño conecta cada letra singular a la ostensiva
Gestalt de palabras, las cuales luego reconoce “en una mirada” hasta que finalmente
capta el significado de la sentencia completa fluidamente. A través de las letras
singulares, las cuales ahora se ocultan de la conciencia explicita, el niño es
intencionalmente dirigido hacia el significado de las palabras.

Como podemos ver, la memoria procedimental aligera nuestra atención de una


abundancia de detalles, así facilitando nuestra actuación diaria. Actúa en el fondo si ser
notada, recordada o sin reflexionar sobre ella. El cuerpo y los sentidos se convierten en
un medio a través del cual el mundo es accesible y disponible. Nosotros somos capaces
de dirigir nuestra atención hacia la Gestalt y el significado de lo que encontramos. La
acción es facilitada, en tanto tenemos la intención de alcanzar su objetivo en lugar de
notificar cada movimiento singular. La voluntad llegará a ser libre desde que los medios
corporales y los componentes de actuación retrocedan al fondo. Una intención primaria
dirigida a un objetivo es suficiente para liberar el arco completo de la acción. Mientras
sus dedos mueven las teclas, el pianista es capaz de dirigir la música en sí misma, de
escuchar su propia obra. Así, libertad y arte están basadas esencialmente en la memoria
tacita del cuerpo.

La memoria del cuerpo media así la experiencia fundamental de familiaridad y


continuidad en la sucesión de eventos. Nos alivia de la necesidad de estar
constantemente hallando nuestros comportamientos una y otra vez. Los medios
corporales de aprendizaje olvidan lo que hemos aprendido o hecho explícitamente y lo
dejan esconderse en el saber implícito inconsciente. Por esto adquirimos las habilidades
y disposiciones de percibir y actuar que crean nuestra manera muy personal de ser en el
mundo. Como William James lo puso: “Es un principio general en psicología que la
conciencia desecha todo proceso que no puede ser más usado” (James 1950:496).
Puntualizando, uno también podría decir: lo que hemos olvidado se ha convertido en lo
que somos.

2. Memoria situacional

La memoria implícita no está confinada al cuerpo mismo. Se extiende a los espacios y


situaciones en las cuales nos encontramos. Por lo tanto, es una memoria espacial
también: nos ayuda a orientarnos en nuestra casa, en el vecindario, en nuestra ciudad.
La experiencia corporal es particularmente vinculada a los interiores, los cuales con el
tiempo quedan imbuidos con referencias latentes al pasado y con una atmosfera de
familiaridad. Hogar y habitad (en alemán Wohnen y Gewohnheit) están ambos basados
en la memoria del cuerpo. Esto ha sido bellamente puntualizado por Gaston Bachelard
en su poética del espacio

Pero más allá de nuestras memorias, la casa dónde nacimos esta físicamente inscrita en
nosotros. Es un grupo de hábitos orgánicos. Después de veinte años, a pesar de todas las
escaleras anónimas; recapturaríamos los reflejos de “la primera escalera”, no
tropezaríamos en ese paso que es bastante alto. El ser entero de la casa estaría abierto,
leal a nuestro propio ser. Empujaríamos la puerta que cruje con el mismo gesto,
hallaríamos nuestro camino en la oscuridad del ático distante. El sentir del más pequeño
cerrojo ha permanecido en nuestras manos. Las sucesivas casas en las cuales hemos
vivido sin duda han hecho nuestros gestos lugar común. Pero estamos muy sorprendidos
cuando retornamos a la viaja casa, después de una odisea de muchos años, para hallar
que los más delicados gestos, las expresiones más tempranas que de repente vienen a la
vida, son todavía leales. En breve, la casa dónde nacimos se ha grabado dentro de
nuestra jerarquía de las varias funciones de habito (…) todas las otras casas son
variaciones en un tema fundamental. La palabra hábito está muy gastada para expresar
esta apasionante ligazón de nuestros cuerpos, los cuales no olvidan, con una casa
inolvidable (Bachelard 1964:92f)

Por supuesto, las situaciones son más que entidades espaciales. Ellas son holísticamente
unidades inseparables de la corporalidad sensorial, una percepción atmosférica: un
juego de futbol en un estadio rugiente, un viaje en barco en un mar con espuma, una
caminata a través de la brillante luz de la ciudad. Los diferentes sentidos, vista, escucha,
tacto, gusto y olfato- participan en varias combinaciones en la percepción situacional y
en la memoria dejada por eso. Todo lo anterior, intermodal, sinestésico y las cualidades
expresivas contribuyen al caracteres de las situaciones (suaves contornos, olor
aumentado, derrota amarga, cálida bienvenida, mar calmado, paisajes de montañas
majestuosas, etc.). Ellos crean la peculiar impresión de una situación que es almacenada
como un todo en la memoria del cuerpo.

Ser familiar con una situación recurrente es lo que llamamos experiencia. La


experiencia es la base de la interacción del cuerpo vivido con el mundo; es una práctica,
no un conocimiento teórico. Personas experimentadas reconocen inmediatamente lo que
es esencial o característico de una situación compleja. Ellos han desarrollado un “sexto
sentido”, un sentimiento o intuición para eso, y reconocen patrones familiares donde
otros están solo irritados o vulnerables. En futbol, por ejemplo, el goleador tiene “una
nariz” para situaciones de peligro en el área de penalti. El marinero siente los más
ínfimos signos de una tormenta reuniéndose. O tomemos un ejemplo de la medicina: La
experimentada psiquiatra, en su diagnóstico, considera no solo los síntomas singulares y
la información de la anamnesis, sino la impresión entera que ella gana del paciente y su
situación de vida. Y entre más crece su experiencia, más fácil ella reconoce la
enfermedad durante el primer contacto.

Tal conocimiento no puede ser expresado completamente en palabras. El encuentro con


un paciente depresivo es caracterizado por una cierta percepción que no es analizable en
elementos singulares. Ningún libro puede remplazar la experiencia propia del
diagnóstico y su peculiar coloración. El conocimiento corporal implícito puede ser
descrito solo por frases tales como “qué es esto” o “cómo se siente” por ejemplo,
“como es bailar vals”, “cómo es hablar con un paciente depresivo”, “como el pedal
debería sentirse cuando pedalee”, “como huele casa en navidad” etc. Por lo tanto, ni la
habilidad de un experimentado artesano ni la intuición diagnostica de un psiquiatra
puede ser comunicada al aprendiz discursivamente, ella o él tiene que experimentarlo de
primera mano, por la imitación del maestro y adoptando una actitud corporal similar en
el trato con la situación.

3. Memoria intercorporal

Entre las más importantes situaciones están por su puesto nuestros encuentros con otros.
Tan pronto como tenemos contacto con otra persona, nuestros cuerpos interactúan uno
con otro, incluso aunque no podamos decir exactamente cómo se produce esto.
Merleau-Ponty denomino esta esfera de la pre-reflexividad corporal como
entendimiento intercorporal. Estas interacciones encarnadas son en tal extensión
determinadas por las experiencias tempranas que podemos hablar de una memoria
intercorporal, la cual esta implícitamente e inconscientemente siendo efectiva en cada
encuentro.

Con el progreso de la investigación en desarrollo, podemos comprender la historia de la


memoria intercorporal. Esta investigación ha mostrado que el motor del desarrollo
emocional y social en la infancia temprana no procede por caminos separados y que es
integrada a través de la formación de un esquema interactivo-afectivo. Desde el
nacimiento, la memoria procedimental del infante incorpora extractos repetidos,
experiencias prototípicas con otros significantes, adquiriendo así patrones diádicos de
interacción o “esquemas de estar con” (Stern 1978), por ejemplo, “mamá- me-
alimenta”, “papá-juega-conmigo” etc. Esto es lo que Stern ha denominado
conocimiento relacional implícito- un conocimiento corporal de cómo interactuar con
otros, como obtener diversión juntos, como llamar la atención, como evitar el rechazo,
etc. Es una organización temporal para los ritmos, dinámicas, y los tonos inaudibles en
las interacciones con otros.

Esta temprana intercorporealidad tiene efectos a largo plazo: las interacciones


tempranas se convierten en estilos relacionales implícitos que estructuran la propia
personalidad. Como resultado de procesos de aprendizajes, los cuales son en principio
comparables a la adquisición de habilidades motoras, más tarde las personas forman y
actúan sus relaciones de acuerdo a los patrones adquiridos en sus experiencias
primarias. Estos estilos relacionales implícitos son también expresados en la postura
habitual del cuerpo. Así, la actitud sumisa hacia una figura de autoridad implica
componentes de postura y movimiento, (parte superior del cuerpo inclinada, hombros
levantados, movimiento inhibido), componentes de interacción (distancia respetuosa,
vos baja, inclinación para consentir), y de emoción (respeto, vergüenza,
humildad).Todas nuestras interacciones están fundamentadas en tal integración de la
corporalidad, emocional y disposiciones comportamentales, las cuales se han
transformado en una segunda naturaleza, como caminar o escribir. Ellas ahora son parte
de lo que yo llamo la estructura de personalidad encarnada. La timidez, la actitud
sumisa que encontramos en personas dependientes, su voz suave, su expresión facial
infantil, su indulgencia, su ansiedad- pertenecen a un patrón completo de expresión y de
postura que es una parte esencial de su personalidad. Nuestras actitudes básicas,
nuestras reacciones típicas y nuestros patrones relacionales- en una palabra- nuestra
personalidad entera está basada en la memoria del cuerpo.

Para resumir, cada cuerpo forma un extracto de su historia pasada de experiencias con
otros que son almacenadas en la memoria intercorporal. En las estructuras del cuerpo
vivido, los otros están siempre implicados: ellos son significados en la expresión, en la
intención y el deseo. Así, una patrón típico de postura de una persona, movimiento y
expresión son solo comprensibles cuando ellos refieren a otros realmente presentes o
imaginarios. La estructura de personalidad encarnada puede ser considerada como un
campo procesual de posibilidades que son activadas en el encuentro con otros y
sugieren cierto tipo de comportamientos. “No necesito buscar a otros en algún lugar, los
encuentro dentro de mi experiencia, ellos habitan los nichos en los cuales está contenido
lo que es oculto para mí pero visible para ellos” (Merleau-Ponty 1974:166). La
estructura encarnada de la propia personalidad es por lo tanto más accesible en el
encuentro intercorporal presente: el cuerpo vivido puede ser entendido por otros cuerpos
únicamente.

4. Memoria incorporativa

El desarrollo de la estructura de personalidad encarnada en la infancia temprana no


procede a través de interacciones pre-reflexivas solamente. Empezando el segundo año
de vida, cada vez más se incluye lo que he denominado como incorporaciones, lo cual
significa la formación de hábitos corporales por la toma de actitudes y roles proveniente
de otros. Esto pasa principalmente por la imitación y la identificación: en los adultos
también uno puede observar subordinados adoptando las características de expresión
facial, gestos o actitudes de sus superiores. Similarmente, por la identificación
mimética, por ejemplo, en su juego, los niños adoptan roles y actitudes de otros,
incluyendo el rol de género, e incorporándolos en su memoria. Con esto, el cuerpo gana
una lado externo, se convierte en cuerpo-para-otros, un transportador de roles sociales y
símbolos, ya sea en actos deliberados, ropa, adornos o maquillaje. Uno aprende a actuar
o posar, pero también a jugar-actuar y a inhibir las expresiones espontaneas.

Así, la memoria llega a ser la portadora de lo que ha sido llamado el habitus en


sociología (Bordieu 1990). Puede ser entendido como un conjunto de disposiciones
aprendidas, habilidades, estilos, gustos y maneras de actuar, las cuales son a menudo
tomadas por hecho o “por obviedades4” que son adquiridas a través de las actividades y
experiencias diarias de la vida. De acuerdo con Bordieu (1990) el habitus denota la
apariencia social entera de una persona incluyendo su postura, gestos, gustos,
4
Nota del traductor: En el original “go without saying”.
vestimenta, actitudes y un modo general de vida. Como un “sistema de patrones
internalizados”, que produce una selección de la cultura- o clases específicas de estilo
de pensamiento, percepción y acción que los individuos toman por propios, pero que
realmente comparten con los miembros de su clase. “El habitus-la historia encarnada,
internalizada como una segunda naturaleza y así olvidada como historia- es la presencia
activa de todo el pasado del cual es su producto” (Bordieu 1990:56).

Las incorporaciones pueden ser el germen de un desarrollo neurótico desde que pueden
causar la ruptura en el performance espontaneo del cuerpo. Llegar a ser consciente de la
propia apariencia en la mirada del otro conduce al levantamiento de los afectos centrales
del sí mismo tales como la vergüenza, remordimiento y orgullo. Ellos pueden llevar a
disposiciones permanentes tales como timidez, sensibilidad, vanidad o tendencias
dramáticas. El desorden narcisista o el histriónico pueden ser así considerados como una
adopción alienante de roles e imágenes que empobrecen la autenticidad de la
corporalidad primaria del self. Las actitudes internalizadas de otros sirven para inhibir la
espontaneidad, pero también los impulsos indeseados. Norbert Elias ha demostrado
como el cuerpo ha sido sujetado, en el “proceso de civilización” a una creciente
disciplina de la postura y el movimiento en orden de incrementar el control individual
efectivo (Elias 1969). La escuela, la educación y la armada fueron las instituciones
clásicas de una dolorosa restricción corporal. Heinrich Heine (1997) ha caricaturizado
un ejemplo histórico de tales incorporaciones cuando escribe que los soldados Prusos
parecen haber tragado el bastón con el que alguna vez fueron golpeados. Similarmente,
en las actuales personalidades anancásticas, a menudo encontramos una fijación rígida
de la postura del cuerpo, una inhibición de la respiración abdominal y de los
movimientos expresivos, todo sirviendo como medios de auto-control en contra de
impulsos no deseados o amenazantes.

5. Memoria del dolor

Esto nos lleva al siguiente tipo de memoria corporal, a saber, la memoria del dolor. Es
bien conocido que las experiencias dolorosas son almacenadas en la memoria del
cuerpo, como dice el proverbio “el niño quemado teme el fuego”. Y el adulto también
puede ser consciente de esta conexión cuando entra al cuarto de su dentista.
Instintivamente, uno se tensa, se retira o elude la amenaza de dolor. No es solamente el
recordar consciente el que establece asociaciones tan impresionantes. En 1911, el
neurólogo francés Claparéde describe el caso de una paciente amnésica quién no puede
guardar nueva información debido a un daño cerebral. Un día el oculta una aguja en su
mano y cuando la está saludando la paciente con sorpresa retira rápidamente su mano.
Al día siguiente ella se rehúsa a saludarlo, pero no puede explicar por qué. Su cuerpo
había aprendido que la mano del doctor significa peligro sin ella misma saberlo.

Así, las experiencias de dolor están efectivamente inscritas dentro de nuestra memoria.
Por lo tanto, una educación que está basada en la presión, la restricción y la disuasión ha
sabido usar siempre el dolor como un medio de disciplina. “ Una cosa debe ser quemada
de modo que pueda inscribirse en la memoria, solo algo que continua doliendo se queda
en la memoria (…) Cuando un hombre decide que tiene que hacer una memoria por sí
mismo, nunca pasa sin sangre, tormentos y sacrificios” ( Nietzsche 1994:38) Así
escribió Nietzsche acertadamente en el segundo ensayo de su Genealogía de la moral.
Incluso la palabra dolor es derivada del latín poena, el cual significa castigo.

Las experiencias dolorosas han acompañado no solo el desarrollo de la moralidad sino


también el de las enfermedades psicosomáticas. Cerca de la mitad de todos los pacientes
con desordenes somatomorfos del dolor han sufrido severos dolores o violencia en su
niñez, por ejemplo, ellos puede haber sido frecuentemente castigados (Egle et al. 1991;
Fillingim et al. 1999). La reactivación de la memoria del dolor puede ocurrir incluso
después de un largo periodo de latencia. Las experiencias de humillación o fallo en la
vida tardía pueden desencadenar síndromes agudos de dolor, los cuales se mantienen
inexplicables a los pacientes mismos. Este efecto no es solo un efecto implícito en la
memoria del dolor, sino que también de la memoria relacional. A través de la constante
alternancia entre afecto y castigo, los niños pueden aprender que el dolor y el
sufrimiento al menos están conectados con la atención de los padres (Engel 1959). Los
dolores psicogénicos pueden más tarde llegar a ser crónicos porque el paciente ha
aprendido inconscientemente que sus expresiones de dolor son recompensadas con
atención por los miembros de su familia. Así, no solo el dolor está inscrito en el cuerpo,
sino también en las relaciones que estuvieron conectadas a su primera aparición.
6. Memoria traumática

La más indeleble impresión es causada en la memoria corporal por el trauma, ósea, la


experiencia de un accidente serio, violación, tortura o amenaza de muerte. El evento
traumático es una experiencia que puede no ser apropiada o integrada dentro de un
contexto significativo. Como en una memoria del dolor, los mecanismos de evitación o
negación son instalados en orden de aislar, olvidar o reprimir el contenido doloroso de
la memoria. El trauma se retira de la conciencia explicita, pero mantiene todo lo más
virulento en la memoria del cuerpo vivido, como si fuera un cuerpo extraño. En cada
oportunidad, la persona traumatizada puede atravesar por algo que evoque el trauma. Es
reactualizado en las situaciones que son amenazantes, vergonzosas o en alguna otra
forma similar al trauma, incluso si la persona no es consciente de esta similitud. Las
víctimas de accidentes entran en pánico cuando la situación presente del tráfico de
alguna manera se asemeja a las circunstancias traumáticas previas. Una mujer que ha
sido violada mientras duerme puede despertar siempre en el momento cuando el asalto
tomo lugar. El anterior dolor de una víctima de tortura puede reaparecer en un conflicto
presente y corresponder exactamente a las partes del cuerpo que fueron expuestas a la
tortura. El cuerpo recuerda el trauma como si estuviera pasando nuevamente. Así, la
victima re-experiemeta sentimientos de dolor, ansiedad y terror una y otra vez,
combinados con fragmentos de imágenes intensas. Más que nada la memoria
intercoporal de una persona traumatizada ha cambiado profundamente: Ella o él retiene
una sensación de estar indefenso, siempre expuesto a un posible agresión. La memoria
sentida de una extraña intrusión dentro del cuerpo ha sacudido irreversiblemente la
confianza primaria en el mundo. Cada persona es convertida en una posible amenaza.
Jean Améry escribe que el sobreviviente de tortura no será capaz de sentirse en casa,
seguro o familiar en ningún lugar del mundo ( Amery 1966:58) Un impresionante
ejemplo de memoria traumática puede ser también hallado en la autobiografía del
escritor judío Aharon Appelfeld quien como joven sobrevivió escondiéndose en el
boque de Ukraine por cinco años:

Desde la segunda guerra mundial, más de cincuenta años ha pasado. Mucho he


olvidado, todo acerca de los lugares, datos y nombres de la gente, y todavía siento este
periodo con todo mi cuerpo. Siempre cuando llueve, cuando se pone frío o tempestuoso,
retorno al ghetto, al campo o al bosque donde había pasado un largo tiempo. La
memoria obviamente tiene raíces de larga duración en el cuerpo. Algunas veces el olor
de la paja quebradiza o el llanto de un pájaro son suficientes para lanzarme lejos y muy
profundamente dentro de mí mismo. Todo lo que ha pasado entonces ha sido impreso en
las células de mi cuerpo. No dentro de mi memoria. Las células del cuerpo parecen
recordar mejor que la memoria aunque esta sea asignada para eso. Incluso años después
de la guerra no caminaba en el medio de la calle o carril, pero siempre cerca a la pared,
siempre de prisa, como alguien que escapa. (…) Digo “no recuerdo” y todavía hay
miles de detalles. Algunas veces el olor de la comida, la humedad en los zapatos o un
ruido repentino basta para llevarme atrás, justo a la guerra. La guerra me ha sujetado
hasta la medula ( Appelfeld 2005: 57, 95f.)

Aquí, esta toda una fase de vida que ha dejado sus rastros en la memoria corporal, y
estos rastros son incluso más durables de lo que los recuerdos autobiográficos pueden
ser: sensaciones corporales, el sentido del gusto, oler o escuchar, incluso ciertas
condiciones traumáticas pueden ser suficientes para revivir repentinamente el pasado y
el estilo poseído al caminar a lo largo de los muros todavía refleja el comportamiento de
un fugitivo.

Consideraciones finales

Habiendo provisto de un resumen de las más importantes formas de la memoria del


cuerpo, déjenme retornar una vez más a la polaridad de la memoria explicita e implícita.
Se ha convertido en obvio que no hay una estricta separación entre estos sistemas de
memoria. La memoria corporal no representa el pasado pero lo re-actua. Pero
precisamente a través de esto, es también establecido un acceso al pasado en sí mismo,
no por medio de imágenes o palabras, pero por medio de la experiencia inmediata y la
acción. Así, puede que abrir una puerta inesperadamente explicite una memoria y
resucite el pasado como si fuera presente como tal.

Sensaciones y situaciones experienciadas por la memoria corporal pueden funcionar


como núcleos implícitos de memoria lo cuales bajo las circunstancias correctas pueden
liberar memorias encapsuladas; podemos llamar a esto una explicación. Es bien
conocido que una intención olvidada puede a menudo ser recuperada cuando se retorna
al lugar donde ha sido formada. En particular, las sensaciones de olor y gusto, melodías
conocidas, o las atmosferas de lugares familiares poseen la capacidad de revivir el
pasado. Ellas están cargadas, por decirlo, con los recuerdos más intensos que
conocemos. Si retorno al lugar de mi infancia muchos años después, mi perspectiva
anterior reaparece y mis sentimientos previos reemergen. Al mismo tiempo estoy
sujetado por una alienación particular y por el desconcierto, ya que el pasado revivido
extrañamente coincide con el día-presente de mi vida. Así, el reconocimiento revela una
temporalidad particular: mientras la memoria implícita codifica los recuerdos en un
tiempo del orden pasado, en el reconocimiento, pasado y presente coinciden
literalmente, lo cual viene a ser cercano a una experiencia mística. En el famoso
episodio del “madeleine” de En búsqueda del tiempo perdido de Proust, el narrador
identifica el sabor de un pastel remojado en té, conocido por el desde su niñez y un
sobrecogedor sentimiento lo cubre:

No tan pronto el líquido caliente mezclado con la migas había tocado mi paladar un
escalofrío corrió a través de mí y me detuve, intentando sobreponerme a la cosa
extraordinaria que me estaba sucediendo. Un placer exquisito había invadido mis
sentidos, algo aislado, indiferente, con ninguna sugerencia de su origen (…) ¿De dónde
puede venir esto hasta mí, esta poderosa y completa alegría?5

El narrador lucha por explicar el contenido autobiográfico de esta memoria implícita,


pero en un primer momento es vano: solo existe la inmediata y abrumadora familiaridad
del sabor, no el recuerdo de su origen.

Indudablemente lo que está palpitando en las profundidades de mi ser debe estar


relacionado con la imagen, con la memoria visual qué, vinculada a ese sabor,
está tratando de seguirlo al interior de mi mente consciente (…) ¿alcanzará al
final la clara superficie de mi conciencia?

Finalmente, después de muchos intentos, el núcleo implícito de la experiencia corporal


se abre y su contenido autobiográfico aparece.

Y de repente la memoria se revelo a sí misma. El sabor era el de la pequeña pieza de


madeleine, la cual los domingos en la mañana en Combray (porque en aquella mañanas

5
Estos y los siguientes pasajes son citados de Proust ( 1913-1927: 48-51)
no salía antes de misa) cuando iba a decirle buenos días a su dormitorio, mi tía Léonie
solía darme remojada primero en su propia copa de té o tisana.

Esta memoria recuperada ahora desencadena una cascada de memorias infantiles, y de


una vez un mundo entero despierta:

…en este momento todas las flores en nuestro jardín y en el parque M. Swann y los
lirios de agua en el Vivonne y la buena gente de la villa y sus pequeñas casas y la iglesia
de Paris y la totalidad de Combray y sus alrededores, tomando fuerza y solidez, surgió
en la existencia, pueblos y jardines, de mi copa de té.

La memoria sobre el madeleine de Proust esconde así dentro de un complejo de


sensaciones corporales implícitas, memorias intuidas y significados. Me gustaría llamar
a tal complejo como un núcleo de significado. Es un punto nodal de recuerdos
corporales dentro de los cuales el pasado se ha condensado, por decirlo así, y desde la
cual nuevos significados pueden desplegarse. Emociones vagamente sentidas e
impulsos pueden tomar forma dentro de las sensaciones del cuerpo, implicando
reverberaciones del contenido olvidado o reprimido así como presentimientos y
anticipaciones de un futuro posible.

En esta forma, la memoria del cuerpo también abre un camino para lo que es
latentemente presente en la propia vida y algunas veces para lo que ya es conocido en el
más profundo nivel. Los orientaciones terapéuticas que se enfocan en esta “sensación
sentida” en el cuerpo tales como como el Focusing (Gendlin 1982), la terapia de
movimiento concentrado, la danza terapia movimiento, y otros, pueden ayudar a los
clientes a abrir los núcleos de significado de la memoria del cuerpo y clarificar sus
motivos y sentimientos latentes.

En resumen, el cuerpo no es solo una estructura de miembros y órganos, ni solamente


un reino de sensaciones y movimiento. Es también un cuerpo formado históricamente
cuyas experiencias han dejado sus rastros en sus invisibles disposiciones. Instalándose
así mismo en cada situación, el cuerpo siempre lleva su propio pasado rodeándolo como
un campo procedimental de posibilidades. Sus experiencias y disposiciones permean el
ambiente como una red invisible que se esparce desde sus sentidos y miembros,
conectándonos con el mundo y volviéndolo familiar para nosotros. Cada percepción,
cada situación es permeada por el recuerdo corporal implícito. “Lo que llamamos
realidad” como Proust escribe “es una relación entre aquellas sensaciones y aquellas
memorias las cuales simultáneamente nos circundan” (Proust 1934:1008).

La memoria corporal es el portador subyacente de nuestra historia, y eventualmente de


nuestro ser-en-el-mundo. Compromete no solo nuestras disposiciones evolucionadas de
percepción y comportamiento, sino también los núcleos de memoria que nos conectan
con nuestro pasado biográfico más íntimamente. Incluso cuando la demencia depriva a
una persona de todos sus recuerdos explícitos, ella todavía retiene su memoria corporal:
la historia de su vida permanece presente en su vista, olfato, sentir y en el manejo de
cosas, incluso cuando ella no es más capaz de dar cuenta del origen de esta familiaridad
o de contar la historia de su vida. Sus sentidos se convierten en los portadores de una
continuidad personal, de una más sentida que el recuerdo conocido- la tacita, pero
duradera memoria del cuerpo:

pero cuando de un largo pasado nada subsiste, después que la gente esté muerta,
después de que las cosas estén rotas y dispersas, todavía, sola, más frágil, pero con más
vitalidad, más insubstancial, más leal, el olor y el gusto de las cosas se mantienen
preparadas durante un largo tiempo, como almas, listas para recordarnos, esperando por
su momento, en medio de las ruinas de todos los restos, y soportando inquebrantables,
en la más pequeña y casi impalpable gota de su esencia, la vasta estructura del recuerdo
(Proust 1981: 48–51)

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