Son muchos los dominicanos que viven angustiados por el
llamado "auge de la delincuencia". Esa delincuencia abarca hoy una amplia gama de asuntos. Desde los complejos y refinados delitos financieros hasta la ratería "común-ordinaria". Robos, asaltos, violaciones, secuestros, ocurren por docenas, todos los días, en todas la provincias de la República. Hemos llegado a acostumbrarnos a los malhechores; "contamos con ellos" como obligada e "indeseable compañía". Los crímenes que se han cometido en los últimos tiempos producen espanto. Asesinatos sangrientos a tiros, degüellos, descuartizamientos, quema de cadáveres, estrangulamientos de ancianos y niños. En pocos años hemos pasado de una situación en la cual el crimen era infrecuente o excepcional, a una época de "criminalidad cotidiana" organizada.
Se ofrecen diversas explicaciones de estos fenómenos
colectivos. Se dice que el desempleo es "la causa profunda" de la delincuencia; también se aduce que la criminalidad ha aumentado con la llegada de ex-convictos dominicanos procedentes de EUA. Algunas personas estiman que los "hábitos delictivos" son consecuencia de la disolución de las familias tradicionales. Otros estudiosos de los problemas sociales consideran que el quid del asunto está en la rápida urbanización de las últimas décadas. Miles de agricultores abandonaron las zonas rurales para probar suerte en las ciudades, donde esperaban encontrar más y mejores oportunidades de empleo. Gentes sin educación formal, con costumbres rústicas, tardan dos generaciones en adaptarse a la vida urbana.
Esos ex-campesinos usan motocicletas con árganas, como si
fuesen mulos, y transitan por las calles del mismo modo que antes corrían a pie por senderos en medio del monte. La falta de capacitación laboral les condena a las ocupaciones a destajo. Los trabajadores sociales que han vivido en los barrios marginados tienen ideas diferentes sobre la delincuencia. Creen que el consumo de drogas es el motivo principal que empuja a los jóvenes a la delincuencia.
Para obtener drogas -que los adictos reclaman
perentoriamente- corren cualquier riesgo, saltan sobre todas las barreras legales, morales, de costumbres. Una poderosa estructura de negocios estimula a estos desdichados jóvenes de las barriadas a "dedicar" su vida al consumo y a la venta de drogas. Las pandillas constituyen hoy una "subcultura" especial, con códigos de honor, ritos de iniciación y lenguaje particular. henriquezcaolo@hotmail.com