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Philippe Ariés

PAIDOS STUDIO

1.W. Reich: Análisis del carácter


2.E. Fromm: Humanismo socialista
3.R. D. Laing: El cuestionamiento de la familia
4.E. Fromm: ¿Podrá
5.E. Chinoy: sobrevivir
Introducción el hombre?
a la sociología
6.V. Klein: El carácter femenino
7.E. Fromm: El arte de amar
8.E. Fromm: El miedo a la libertad
9.M. Schur: Sigmund Freud. Enfermedad y muerte en su vida y en su obra
11.E. Willems: El valor humano de la educación musical
12.C. G. Jung y R. Wilhelm: El secreto de la flor de oro
13.0. Rank: El mito del nacimiento dehéroe
14.E. Fromm: La condición humana actual
15.K. Horney: La personalidad neurótica de nuestro tiempo
16.E. Fromm: Y seréis como dioses
17.C. G. Jung: Psicología y religión
18.K. Friedlander:
19.E. Fromm: Psicoanálisis
El dogma de Cristode la delincuencia juvenil
20.D. Riesman: La muchedumbre solitaria
21.0. Rank: El trauma denacimiento
22.J. L. Austin: Cómo hacer cosas con palabras
23.E. Bentley: La vida dedrama
24.M. Reuchlin: Historia de la psicología
25.F. Künkel y R. E. Dickerson: La formación del carácter
26.J. B. Rhine: El nuevo mundo de la mente
27.E. Fromm: La crísis del psicoanálisis
28.A. Montagu y F. Matson: El contacto humano
29.P. L. Assoun: Freud. La filosofía y los filósofos
30.0. Masotta: La historieta en el mundo moderno
31.D. J. O’Connor (comp.): Historia crítica de la filosofía occidental. I (La filosofía en la
antigüedad)
32.D. J. O’Connor (comp.): Historia crítica de la filosofía occidental. II (La filosofía en la
Edad Media y los orígenes del pensamiento moderno)
33.D. J. O’Connor (comp.): Historia crítica de la filosofía occidental. IIL (Racionalismo,
iluminismo y materialismo en los siglos XVII y XVIII)
34.D. J. O’Connor (comp.): Historia crítica de la filosofía occidental. IV. (El empirismo
inglés) EL TIEMPO DE LA HISTORIA

Prefacio de Roger Chartier

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(Continúa al final del libro)


INDICE

Título srcinal: Le temps de l’histoire Editions du Seuil, París © Editions du Seuil, 1986
ISBN 2-02-009088-0

Traducción de Ramón Alcalde

Cubierta de Gustavo
2409, Buenos Macri Impresión
Aires Composición: de tapa: Impresos Gráficos JC Carlos María Ramírez
AXIS

la. edición, 1988

Impreso en la Argentina (Printed in Argentina)

Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723

La reproducción total o parcial de este libro, en cualquier forma que sea, idéntica o
modificada, escrita a máquina, por el sistema ”multigraph”, mimeógrafo, impreso, por
fotocopia, fotoduplicación, etc., no autorizada por los editores, viola derechos reservados.
Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.

© de todas las ediciones en castellano by Editorial Paidós SAICF Defensa 599, Buenos
Aires; Ediciones Paidós Ibérica SA Mariano Cubí 92, Barcelona y Editorial Paidós
Mexicana SA Guanajuato 202, México DF La amistad de la historia, por Roger Chartier
7

I. Un niño descubre la historia 35

II. La historia marxista y la historia conservadora


47

III. El compromiso del hombre moderno con la historia


76

IV. La actitud ante la historia: en la Edad Media


96

V. La actitud ante la historia: el siglo XVII


147

VI. La historia ”científica”


227

VII. La historia existencial


253

VIII. La historia en la cultura moderna 269


Anexo I: Entrevista a Philippe Aries, por Michel Vivier
279

Anexo II: Carta de Victor L. Tapié a Philippe Ariés


283

ISBN 950 - 12 - 6667 - 2


LA AMISTAD DE LA HISTORIA

De todos los libros de Philippe Aries, El tiempo de la historia es el menos conocido.


Aparecido en 1954, agotado hace mucho tiempo, no fue nunca reeditado y era hasta ahora
inaccesible, salvo para los lectores de biblioteca o para el pequeño número de compradores
que habían adquirido, al precio de 600 francos, el libro de tapa blanca adornada con la
figura de una diosa griega, editado por las Editions du Rocher de la calle
Comte-Félix-Gastaldi, en Mónaco.
siguiendo fielmente la obra Desconocido
de Ariés, El tiempo depor
la elhistoria
públicoestuvo
que libro tras libro,
también viene
olvidado
largo tiempo por el mundo universitario. Durante quince arios no fue citado en las revistas
de ciencias sociales, francesas o extranjeras, salvo dos excepciones. Por una parte, el
artículo de Fernand Braudel, ”Historia y ciencias sociales: la larga duración”, aparecido en
Annales, en 1958, que menciona el libro en una nota e indica que ”Philippe Ari és ha
insistido en la importancia del extrañamiento, de la sorpresa, en la explicación histórica.
Uno se choca, en el siglo XVI, con un mundo, extraño para uno, hombre del siglo XX. ¿Por
qué esta diferencia? El problema queda planteado”; por la otra parte, un artículo publicado
en la Revue d’histoire de l’Amérique Française por Micheline Johnson, que cita la obra
pero no encuentra en ella una definición satisfactoria del tiempo histórico: ”Philippe Ariés,
en su hermoso libro El tiempo de la historia, describe la evolución del sentimiento histórico
a través de las épocas después de haber hecho el análisis del sentimiento de la historia en
los hombres demarxistas
(historiadores su generación, sean de derecha
o marcistizantes). Mas (realistas
para él el en Francia) odedelaizquierda
sentimiento historia es un
dato, una especie de ’adhesión al tiempo’ [...I. No analiza esta actitud, se limita a
comprobarla a través de los múltiples objetos que la nutren”.1 Ni siquiera el auge que se ha
producido durante los últimos arios en la historia de la Historia ha podido
1 F. Braudel, «Histoire et sciences sociales: la longue durée», Annales
EL TIEMPO DE LA HISTORIA

hacer resurgir del olvido El tiempo de la historia. Las referencias que a él hacen Gabriel
Spiegel, Orest Raum o Enca Hart siguen siendo excepciones.2 Sin embargo, se hace una
larga cita en la biografía de Jacques Bainville compuesta por William Keylor, quien se
apoya en el testimonio y el análisis hecho por Philippe Ariés para comprender las razones
del éxito de la Historia de Francia publicada por Bainville en 1924.3 Un libro olvidado.
Pero un libro
cuarenta arios.que es necesario redescubrir.
Profesionalmente Cuandocomo
se desempeñaba apareció, en 1954,
director Philippe
del Centro de Ariés tenía
Documentación del Instituto de Investigaciones sobre los Frutos y Cítricos Tropicales,
donde había ingresado en 1943. Había publicado ya dos textos. En 1943 su ensayo ”Las
tradiciones sociales en las regiones de Francia” constituía la parte esencial del primero de
los Cuadernos de la Restauración Francesa, publicados por las Éditions de la Nouvelle
France. La gacetilla que se repartió con el libro presenta al autor como ”un joven
historiador, geógrafo y filósofo, que será punto de referencia para su generació n”, y a su
proyecto como el estudio de ”los orígenes y la fuerza de los distintos hábitos religiosos,
políticos, económicos, sociales o literarios que, acumulándose, han dado a algunas de las
grandes regiones francesas su carácter propio y a Francia en su conjunto su estructura y su
ros-

ESC.,
temps 1958, págs. 725-753, de
dans l’enseignement en THistoire
particular»,pág. 737;d’histoire
Revue Micheline deJohnson, «Lefrançaise,
l’Amérique concept devol.
28, nQ 4, 1975, págs. 483-516, en particular págs.
493-494.
2 G. Spiegel, «Political Utility in Medieval Historiography: a Sketch», History and Theory,
vol. XIV, n° 3, 1975, págs. 314-325, notas 2 y 41; Orest Ranum, Artisans of Glory. Writers
and Historical Thought in Seventeenth-Century France, Chapell Hill, The University of
North Carolina Press, 1980, pág. 4; Erica Hart, Ideology and Culture in SeventeenthCentury
France, Cornell University Press, 1983, págs. 132,133, 139. El libro de Aris también es
citado y utilizado por E. Le Roy Ladurie, Montaillou, village occitan de 1294 á 1324, París,
Gallimard, 1975, cap. XVIII, «Outillage mental: le temps et l’espace».
3 W. R. Keylor, Jacques Bainville and the Renaissance of Royalist History of
Twentieth-Century France, I3aton Rouge y Londres, Louisiana State University Press,

91979, págs. 202-203 y págs. 214-218. LA AMISTAD DE LA HISTORIA

tro”. La idea directriz del libro coincide, tal como est á resumida en las frases precedentes,
con el espíritu de la época y con la faja de presentación que el editor había juzgado
oportuno colocar sobre la tapa de su serie de Cuadernos: ”Por la antigüedad y la solidez de
sus costumbres, Francia posee una potencia de estabilidad, una capacidad de perseverancia,
que constituyen para sus hijos un poderoso motivo de confianza. Exento de toda pretensión
de actualidad, el libro contiene, sin embargo, una gran lecció n de esperanza nacional”.
Después de la guerra, en 1948, Ariés publica su primer verdadero libro, la Historia de las
poblaciones francesas y de sus actitudes ante la vida. Comenzado ya en 1943, terminado
en 1946, el libro es publicado por un nuevo editor, las Éditions Self, después de que Plon
rechazara el manuscrito. Por más que las revistas de historia lo ignoraron, el libro tuvo un
eco cierto: André Latreille lo analizó en una de sus crónicas sobre historia en Le Monde y,
lo que es más importante, atrajo la atención de los demógrafos. A este hecho se .debe que
Ariés, que había quedado al margen de la universidad tras fracasar dos veces en el examen
de agregación, la segunda en el concurso de 1941, fuera invitado, por primera vez, a
colaborar en una revista de nivel científico, Population, donde publica en 1949 un artículo
intitulado ”Actitudes frente a la vida y la muerte desde el siglo XVII al siglo XIX. Algunos
aspectos de sus variaciones” (páginas 463-470), y en 1953 otro artículo corto ”Sobre los
orígenes de la contracepción en Francia” (páginas 465-472). Al año siguiente, El tiempo de
la
conhistoria está pronto.
la empresa, Una función
en la doble vez másde
Plon lo rechaza,
lector pese a que
de manuscritos Ariés está muy
(especialmente vinculado
de los
abundantes relatos y memorias redactados después de la guerra) y como director de una
colección, ”Culturas de Ayer y de Hoy”, donde ha publicado ya La sociedad militar, de
Raoul Girardet, su amigo desde la época de la Sorbona, y Tolosa en el siglo XIX, de Jean
Fourcassié. El libro terminó por aparecer en una pequeña empresa, Les Éditions du Rocher,
fundada in-
10 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

dependientemente por el director literario de Plon, Charles Orengo. El catálogo, que figura
al dorso de la obra de Ariés, reúne textos autobiográficos de personas que testimonian sobre
su época (por ejemplo, Memorias de un monárquico español 1931-1952, de Juan Antonio
Ansaldo; Diario de un expatriado catalán, 1936-1945, de Guell y Comillas, o el texto
póstumo de Giraudoux, Armisticio en Burdeos); libros de historia muy clásicos (Louis
d’Illier, Dos prelados
contemporáneo del Antiguo
(por ejemplo, Régimen: los Jarente)
El Commonwealth británicoy ensayos sobre
y el mundo el mundo de
anglosajón,
Raymond Ronze, con prefacio de André Siegfried). Aun estando ligado a uno de los
grandes editores parisienses, Ariés tuvo que publicar sus dos primeros libros en editoriales
pequeñas, muy representativas de la época de posguerra, en la que surgieron, llevados por
la boga de los testimonios y los relatos, nuevos editores que obtuvieron éxitos a veces
espectaculares (en Éditions Self, por ejemplo, apareció en 1948, el mismo ario que la
Historia de las poblaciones, Yo elegí la libertad, de Kravchenko), pero rara vez duraderos.
La historia que practicaba Ariés, incomprendida mucho tiempo por los maestros de la
universidad, tampoco sedujo rápidamente a la industria editorial establecida, con lo cual se
encontró doblemente marginada. El tiempo de la historia es una compilación de ocho textos
presentados sucesivamente, sin introducción ni conclusión, como si su coherencia y
continuidad expresaran por sí mismas el propósito de la obra. Cada uno de los textos que la
integran llevadel
es el primero su propia fecha
libro, fue y se escalonan
redactado en 1946.a En
lo largo de cinco arios.
Un historiador de finEldemás antiguo, que
semana,
Philippe Ariés explica4 por qué: ”Comencé por un capítulo autobiográfico, cuya idea se
me ocurrió después de la muerte de mi hermano, para demostrarme a mí mismo el papel
decisivo que desempeñó mi infancia en mi vocació n y mis elecciones”. El desgarramiento,
pasado en silencio en el

4 P. Ariés, Un historien du dimanche, en colaboración con Michel Winock, París, Ed. du


Seuil, 1980, pág. 111. LA AMISTAD DE LA HISTORIA 11

libro de 1954, que fue para él la muerte en combate, el 23 de abril de 1945, de Jacques
Ariés que era subteniente en el ejército de De La ttre, proporciona una de las claves. Las
catástrofes de los nuevos tiempos, atravesados por toda clase de sufrimientos, obligan a
cada individuodea un
autobiografía situarse
hombreen de
estatreinta
historia colectiva
arios, y frente
deseoso a su las
de aclarar propio pasado.
razones de suDeactitud
ahí esta
ante la historia. Se trata, pues, de comprenderse, pero también de decirse. Porque este
primer capítulo tiene una lectora privilegiada, Primerose, con la cual casó Ariés en 1947:
”Recuerdo que lo había enviado a Tolosa, a mi prometida, como una confesión de mi
estado de ánimo en el momento”.5 Después de su matrimonio, Ariés redacta los otros
textos que compondrán El tiempo de la historia. Ese mismo ario, el ensayo ”La historia
marxista y la historia conservadora”; en 1948, ”El compromiso con la historia” (durante ese
año transcurre gran parte de su actividad como lector de manuscritos en Plon); en 1949, los
tres últimos ensayos de su libro; en 1950, el capítulo sobre la Edad Media, y el año
siguiente, el capítulo sobre el siglo XVII. La obra se ha construido progresivamente,
pasando del relato de un itinerario personal a las distintas maneras de comprender, decir o
escribir la historia (la de la tradición familiar, la de los universitarios, la de los historiadores
de la Action Française, la de los innovadores de Annales), para terminar en una
investigación sobre dos relaciones históricas con la historia, la de la Edad Media y la de la
época clásica. Como lo recordaba Ariés veinticinco arios después: ”Me sucedió entonces lo
que me ha sucedido siempre: el tema de actualidad que me obsesionaba se convirtió en el
punto de partida de una reflexión retrospectiva, me remitía hacia atrás, hacia otros
tiempos.”6 El tiempo de la historia, por lo tanto, debe leerse en primer término como la
trayectoria de un historiador a través de las distintas concepciones de la historia existentes

56 lbíd., pág.111.
lbíd.,pág. 122.
12 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

en su época. Su núcleo es la distancia que tomó respecto de los vínculos de su infancia y


juventud ese hombre de tradición y de opiniones monárquicas, criado en medio de la
leyenda de la monarquía perdida, lector apasionado de Bainville, fiel a Maurras y a la
Action Francaise. De ahí el sorprendente paralelo, indudablemente escandaloso para su
ambiente, que establece entre el materialismo histó rico y lo que denomina ”historicismo
conservador”,
del siglo XX”,que es la historia
reunidos como la
por su ideolog ía escriben
común ylos
su historiadores
común editor,de ”la escuela
Fayard, capetiana
y su Colección
de Grandes Estudios Históricos. Comenzando desde dos puntos de vista antagónicos, la
nostalgia del pasado, por un lado; la esperanza de una ruptura radical, por el otro, estas dos
maneras de considerar la historia confluyen en sus principios fundamentales: ambas anulan
las historias de las comunidades particulares en un devenir colectivo, el del Estado nacional
o el de la humanidad en su conjunto; ambas pretenden establecer las leyes que regulan las
repeticiones de situaciones idénticas; ambas disuelven las singularidades de las existencias
concretas, sea en la abstracción de las instituciones, sea en el anonimato de las clases.
Acercar de esta manera a Marx y a Bainville —y para lo peor— no carecía de audacia, y de
todas maneras repudiaba la filosofía de la historia proclamada por aquellos mismos de los
cuales Ariés estaba más cerca que de nadie desde el punto de vista familiar, afectivo,
político. Semejante ruptura pudo ser provocada por la reflexión sobre ”los grandes
desgarramientos de 1940-
historia. La selección 1945” yde
sistemática porlos
elautores
descubrimiento de nuevas maneras
o títulos mencionados de pensar
en el libro la
(dejando
de lado los dos capítulos propiamente investigativos sobre la historia de la Edad Media en
el siglo XVII) lo dice claramente. Atestigua, en primer lugar, los cimientos de la cultura
histórica de Ariés, integrados por tres conjuntos: la historia académica, la historia
universitaria, la historia de la Action Française. De la historia académica toma la
enumeración de los autores, de Barante a Madelin —ese Barante del cual había sido lecLA
AMISTAD DE LA HISTORIA 13

tor su abuelo—, la caracterización del pú blico, una ”burguesía cultivada y seria:


magistrados, hombres de leyes, rentistas..., personas que disponían de mucho ocio cuando
la estabilidad de la moneda y la seguridad de las inversiones permití a vivir de rentas”
(página 210), y define sus rasgos principales: una historia estrictamente política, una
historia enteramente
universidad conservadora.
lo deja igualmente Frente a ella,
insatisfecho. la historia
Es una historia tal como
sabia, se la practica
imparcial, en pero
erudita, la
está replegada sobre sí misma, aislada del presente y de los lectores de historia, encerrada
en una concepción simplista del hecho y de la causalidad históricos. En sus arios de
estudiante, primero en Grenoble, luego en la Sorbona, Philippe Ariés frecuentó esta
historia, escrita por profesores para otros profesores (o futuros profesores). La caracteriza
de una doble manera: sociológicamente, vinculando el encerramiento de la historia
universitaria con la constitución de una ”nueva categor ía social”, esta ”república de los
profesores”, laica y de izquierda, reclutada fuera de las elites tradicionales que se han
enajenado de la universidad; epistemológicamente, haciendo la crítica de una teoría de la
historia que la identifica con una ciencia de hechos que es necesario exhumar,
interrelacionar y explicar, y que se expresa en libros tales como la Introducción a la
historia, de Luis Halphen, aparecido en 1946. De la universidad, Ariés enumera un poco
sucintamente algunos profesores: en Grenoble, dice, no había ningún profesor muy brillante
que atrajera a la historia (página 202) y de la Sorbona no toma en cuenta ningún profesor,
salvo Georges Lefebvre —al que por otra parte no nombra —, al que escuchó en una
conferencia en 1946 (página
61). De la historia universitaria no menciona más que algunos títulos, criticados en cada
caso, como La sociedad feudal, de Joseph Calmette, o, del mismo autor, Carlos V (1945),
o el primer volumen del Mundo bizantino, de Émile Brehier (1947), o el tratado de
Halphen. El autor más citado de todo el libro es, sin lugar a dudas, Jacques Bainville, cuyo
nombre
y el aparece unas quince veces y del que menciona La historia de dos pueblos. Francia
14 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

Imperio alemán (1915), Historia de Francia (1924) y Napoleón (1931). Es ciertamente con
Bainville con quien establece el diálogo esencial, porque su Historia de Francia ha sido el
”breviario” del adolescente Ari és; porque su manera de escribir la historia dominó toda la
vulgarización histórica de la década de 1930, más aun que los historiadores de Action
Francaise; porque su éxito de librería fue inmenso7 porque en la posguerra sigue siendo la
referencia
caracterizarobligada de todas
su historia comolas
unafamilias de pensamiento
”f ísica mecani conservador.
cista” o una ”mecánicaApartarse de él, era
de los hechos”
algo así como una blasfemia en el ambiente de Ariés. A esto se debe probablemente que,
cuando respondió a las preguntas de Aspects de la France, en una entrevista publicada el
23 de abril de 1954, atenuara un poco su diagnóstico sobre el libro, distinguiendo a
Bainville de sus ”continuadores”: ”Bainville”, dice, ”ten ía un gran talento. Su Historia de
la Tercera República, por ejemplo, tiene una pureza de líneas admirable. ¡Y qué lucidez en
el análisis de los acontecimientos! Basta mirar las obras luminosas que se han armado
después de su muerte con sólo empalmar sus artículos periodísticos. Añadiré que era un
maestro demasiado grande para no ser sensible tanto a lo particular como a lo general, a
las diferencias como a las semejanzas. Pero me parece que podría redundarse un grave
riesgo si los continuadores de Bainville aplicasen sin flexibilidad su método de
interpretación e hicieran de la historia un mecanismo de repetición, útil para presentarnos
siempre
de ser unay en todas partes
realidad lecciones
viviente enteramente
y se convertiría armadas.
en una Para ellos,
abstracción Francia
sometida dejaría pronto
únicamente a
leyes matemáticas”. A pesar de la prudencia de esta respuesta destinada a no chocar
frontalmente con los lectores de un periódico monárquico, resulta claro que al escribir en
1947 el ensayo ”La historia marxista y la historia conservado-
7 W.R. Keylor señala que entre 1924 y 1947, fecha en que Ariés redactó el ensayo
Lhistoire marxiste et l’histoire conservatrice», Fayard imprimió 260.300 ejemplares de
listoire de France (y 167.950 ejemplares de Napoléon entre 1931 y 1947), op., cit., págs.
327-328. LA AMISTAD DE LA HISTORIA 15

ra”, Aries tenía el propósito de romper con los hábitos intelectuales de su familia política de
la misma manera como antes, en plena guerra, había tomado distancias frente a Maurras y
Action Française: ”Me había emancipado de mis antiguos maestros y estaba decidido a no
tomar que
libros otros. ¡El cordón
llevaron umbilical
a Ariés estaba
a efectuar estecortado!”8 En materia
corte. Durante de yhistoria
la guerra hubo algunos
la posguerra leyó por
pasión y por obligación, y sus artículos en El tiempo de la historia permiten reconstruir esta
biblioteca de nuevas lecturas. Primer interés, el marxismo, que entonces parecía atraer a
todo el mundo intelectual y proporcionar algunas ideas simples a ”los hombres
abandonados a la historia en estado de desnudez”. Estas ideas las resume así: ”superación
de los conflictos políticos, peso de las masas, sentido de un movimiento determinado de la
historia” (página 57). El marxismo que él conoce es, por consiguiente, una ideología del
siglo XIX en vías de convertirse en dominante, y no el cuerpo de las ideas mismas de
Marx, de quien no cita ningún texto. La entrevista concedida a Aspects de la France aclara
bien la intención de esta caracterización, como también lo hace la participación de Ariés en
el periódico Paroles Françaises, que dirige conjuntamente con Pierre Boutang, que publicó
el primer conjunto de artículos consagrado a la matanza perpetrada por los soviéticos en
Katyn: ”Estoy absolutamente persuadido de que la historia no está orientada en un sentido o
en el contrario. No hay nada más falso que la idea de un progreso continuo, de una
evolución perpetua. La historia con una flecha de dirección del tránsito es algo que no
existe ...]. Cuanto más se estudian las condiciones concretas de la existencia a lo largo de
los siglos, mejor se ve lo que hay de artificial en la explicación marxista, adoptada
actualmente por muchos cristianos. Una historia atenta a todas las formas de lo vivido se
inclina, por lo contrario, a una concepció n tradicionalista”. De la historia marxista,
entendida en un sentido más estrecho y ”profesional”, Ariés leyó uno de los raros libros pu-

8 P. Ariés, Un historien du dimanche, op. cit., pág. 81.


16 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

blicados, el de Daniel Guérin, La lucha de clases bajo la Primera República. Burgueses y


”brazos desnudos” (1793-
1797), aparecido en 1946, donde vuelve a encontrar una ley de la repetición histórica que
muestra un parentesco entre el materialismo histórico y el historicismo conservador, por
más que las premisas sean sumamente distintas. En las lecturas de Ariés hay dos conjuntos
que contribuyeron
de testimonios a subvertir
y relatos sus antiguasque
autobiográficos, certezas. En primer
en muchos lugar,para
casos leyó la literatura reiterada
la editorial Non (la
cual, por otra parte, no publicó ninguno de los libros que él cita), le persuade de que ha
aparecido una conciencia nueva de la historia en la que el individuo percibe su existencia
personal como confundida, identificada, con el devenir colectivo. Lo que experimentó, sin
duda, fue el reencontrar allí, en esos destinos convertidos en relato, la experiencia que había
pasado personalmente en el momento de la muerte de su hermano, vivida con tanto dolor.
A través de los relatos en primera persona de experiencias límite: los combates de la guerra
(el del inglés Hugh Dormer), los campos nazis (los dos libros de David Rousse° o el terror
estalinista (descripto por Kravchenko y Valtin), emerge una catástrofe colectivamente
compartida y que hace que ninguna existencia individual pueda vivirse al abrigo de los
sucesos de la gran historia. De ahí la abolición de la antigua frontera entre lo privado y lo
público: ”Ya no se puede afirmar que haya vida privada indiferente a los casos de
conciencia de la futuros,
todos sus libros blica”.
moral púdesde ElEsta
niñoafirmaci
y la vidaónfamiliar
dibuja uno deellosproyecto
hasta temas principales de
de una Historia
de la vida privada. De ahí, también, una percepción inédita, que se impone a cada cual y
que disuelve las historias particulares: la de la estirpe familiar, la de la comunidad territorial
o la del grupo social, en la conciencia del destino común, conciencia que se apodera de
cada uno de los individuos. De aquí se sigue que la historia tal como la escriben los
historiadores no debe ser una réplica o refuerzo de esta percepción inmediata y espontánea,
como hacen, cada cual a
LA AMISTAD DE LA HISTORIA 17

su manera, el materialismo histórico y el historicismo conservador. Muy por el contrario, la


tarea de la historia consiste en restituir al individuo el sentido de las historias singulares,
irreductibles unas a otras, la conciencia de las diferencias que particularizan las sociedades,
los territorios, los grupos. Esto explica el valor que tuvo para Ariés el descubrimiento de
Annales durante los arios de la guerra. Más que la revista misma, lo que le permitió pensar
de unade
libros manera
Blochdistinta y separarse
y de Lucien Febvre.deDe
la Bloch
historiacomenta
de su adolescencia fueron
Los caracteres los grandes
srcinales de la
historia rural francesa (1931) y La sociedad feudal (1939); de Febvre, El problema de la
incredulidad en el siglo XVI. La religión de Rabelais (1942) y En torno al ”Heptamerón”.
Amor sagrado y profano (1944), a la vez que menciona en una nota la publicación reciente
(1953) de su compilación de artículos Combates por la historia. Al reunir en ”La historia
existencial” las ideas fundamentales de ”la nueva historiografía” (página 225), Ariés brinda
un texto que hoy día puede parecer trivial por dos razones: 1) porque los principios
expuestos en él han sido admitidos por toda la escuela histórica francesa, mucho más allá
de Annales, y 2) porque en estos últimos arios se han multiplicado los libros que analizan
esa ”nueva historia”. La situaci ón no era la misma en 1954, y hay que leer El tiempo de la
historia con los ojos de entonces. Definir la historia como una ”ciencia de las estructuras” y
no como ”el conocimiento objetivo de los hechos”; caracterizar su proyecto como el de una

historia
sociales total
tantoque organiza
como el conjunto
los hechos deolos
políticos datos históricos,
militares; loselfenómenos
afirmar que historiadoreconómicos
tiene que y
”psicoa— nalizar” los documentos para encontrar las ”estructuras mentales” propias de
cada sensibilidad; afirmar que no hay historia más que en la comparación entre estructuras
totales y cerradas, recíprocamente irreductibles”, es enunciar un conjunto de proposiciones
que en 1954 de ninguna manera eran opinión recibida. El solo lé xico: ”psicoanálisis
histórico”. ”historia estructural”, ”estructuras mentales”
18 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

bastaba para hacer gruñir a los amigos y familiares de Aries y los partidarios de la historia
bainvilliana. Bastaba también para inquietar a la universidad, reacia todavía a aceptar
plenamente, pese al respeto que profesaba a la obra de Marc Bloch, una manera de pensar y
de hacer la historia muy alejada de los credos tradicionales, tales como los expresaba, por
ejemplo, la Introducción a la historia de Halphen. Por todo esto, El tiempo de la historia es
sin duda el primer
se manifiesta libro escrito por
una comprensión un historiador
tan aguda no perteneciente
de la ruptura a ”la escuela”
que representaron en ella
los Annales, que
obra de Bloch y la de Febvre, y esto significa no sólo reconocer la calidad de los libros
estudiados sino también advertir que después de ellos la historia no podía seguir siendo
como antes. Donde los historiadores pensaban en términos de continuidad y repetición
tendrían que reconocer las desviaciones y las discontinuidades; donde no identificaban más
que hechos encadenados unos con otros por relaciones de causalidad les sería necesario
reconocer las estructuras; donde no encontraban más que ideas claras e intenciones
explícitas tendrían que descifrar determinaciones no conscientes de las conductas
espontáneas. Dos razones, sin duda, explican la adhesión, entusiasta e inteligente, de
Philippe Ariés a la concepción de la historia tal como la defendían los Annales. En primer
lugar, mediante una concepción como ésta podía reanudarse el vínculo perdido entre la
investigación erudita y el público lector de historia. La historia de Bloch y de Febvre, una
historia de las
aquello que le diferencias, una historia
faltaba: la simultánea de las culturas,
comprensión de lapodía aportarradical
srcinalidad al hombre
de sudel siglo yXX
tiempo
de las supervivencias aún presentes en una sociedad que es la suya. De esta manera, las
sociedades y las mentalidades antiguas pueden ser aprehendidas en su singularidad, sin
proyección anacrónica de maneras de pensar y de obrar que son las de nuestro tiempo; de
esta manera, también, la historia puede ayudar a cada uno a comprender por qué el presente
es lo que es. Philippe Ariés permanecerá fiel a esta doble idea, enraizando siempre la LA
AMISTAD DE LA HISTORIA 19

búsqueda de la diferencia histórica en una interrogación sobre la sociedad contemporánea,


sus concepciones de la familia o sus actitudes ante la muerte. Pero, en la historia de los
Annales, encontró algo más: quizás una manera de conciliar sus fidelidades familiares y
políticas con sus intereses científicos. En efecto, en el nuevo léxico de la historia de las
estructuras discontinuas
elementales (no las clasespodían
ni los retornar
Estados)las
quehistorias particulares
sobreviven todavía de lasseno
en el comunidades
de la
”estandarización tecnocrática” y de la ”gran Historia total y masiva”. De aqu í procede la
reivindicación de esta alianza sorprendente entre la más reciente de las historias eruditas,
surgida de la universidad republicana y progresista, y una de las tradiciones de la Action
Française, no la del realismo jacobino sino la tradición provincial de las sociabilidades
locales, de las comunidades de sangre o de terruño, de los grupos exteriores al Estado.
Alianza a primera vista paradójica, pero explicitada en la respuesta al periodista de Aspects
de la France: ”A su juicio, el verdadero historiador, que ser ía al mismo tiempo el
verdadero maurrassiano, tendría que dedicarse a hacer la historia del país real, con sus
comunidades, sus familias... —Exactamente. La historia es, para mí, el sentimiento de una
tradición que vive. Michelet, a pesar de sus errores, y Fustel, tan perspicaz, lo habían
sentido fuertemente. Hoy día esta historia es más necesaria aun. Marc Bloch ha dado el
ejemplo, y Gaxotte, en su Historia de los franceses, lo saludó como un iniciador [...I. Como
muchas tradiciones han desaparecido, sobre todo después de la fractura de
1880 de la que hablaba Péguy, esta historia permite tomar plena conciencia de lo que otrora
fue vivido espontánea y sobre todo inconscientemente”. ”La historia vista desde abajo”,
enteramente ocupada en el estudio de las mentalidades específicas y de las determinaciones
inconscientes, unía de esta manera el compromiso, político, pero más aun existencial, con
las singularidades perpetuas, con las diferencias mantenidas. ¿Qué eco tuvo semejante
tentativa? En Un historiador
20 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

de fin de semana, Aries, hablando de la Historia de las poblaciones francesas y de El


tiempo de la historia, señala: ”Estos dos libros tuvieron un éxito de crítica más bien
clandestino”.9 La revisión de las noticias de prensa lleva a matizar un poco este
recuerdo.10 Es verdad que ni los grandes diarios ni las revistas históricas reseñaron el libro.
Los Annales, en particular, permanecieron mudos sobre un libro que, sin embargo, hacía
comprender,
periódicos que lúcidamente, el proyecto
mencionaron, mismo
analizaron de la revista.
o criticaron En cambio,
El tiempo fueronDe
de la historia. veinte
una los
reseña
a la otra, el libro fue comprendido de maneras distintas: como el relato de un itinerario
intelectual (”Esta presencia de la personalidad del autor que nos hace partícipes de sus
debates de conciencia no deja de impartir a esta obra un cará cter particularmente atractivo”,
Action Populaire, septiembre-octubre de 1955); como una reflexión sobre el presente, lo
que hace que sea citada con frecuencia la última frase de la obr a: ”A una civilización que
elimina las diferencias, la Historia tiene que devolverle el sentido perdido de las
peculiaridades” o como una investigación sobre las diferentes concepciones de la historia
que se han sucedido a lo largo del tiempo. Según los textos, Philippe Ariés parece mejor o
peor conocido, ya que, si algunos reseñadores saben bien quién es y qué ha escrito
(Frédéric Mauro en el Bulletin de l’Université de Tou louse lo califica de ”historiador
demográfico”, y la crónica de Oran Républicain señala, además de los títulos de sus dos
libros precedentes,
encargado que es
de la crónica deelhistoria
directordedelalarevista La nTable
colecció ”Culturas de Ayer
Ronde), otros ylode Hoy”
creen y
historiador
de oficio: ”historiador profesional”, para Dimanche-Matin; ”dedicado a la enseñanza”, para
La Flandre Libérale. Hay que añadir que el libro recibió uno de los premios concedidos en
1954 por la Academia de Ciencias

9 lbíd., pág. 118.


10 Agradecemos a Marie-Rose Ariés por habernos facilitado una carpeta de documentos
que incluye recortes de periódicos y cartas de agradecimiento, reunidos por la esposa de
Philippe Aries, Primoroso. LA AMISTAD DE LA HISTORIA 21

Sociales, Morales y Políticas, el Premio Chaix d’Est -Ange, ”destinado a una obra de
historia”, compartido con Roland Mounier, al que se distinguía por su tomo de la Historia

general de lasDe
XVI y XVII. civilizaciones, de Presses
todas las reseñas, las másUniversitaires de France,
interesantes son consagrado
evidentemente a losponen
las que siglosde
relieve la srcinalidad del libro, es decir, la alianza entre una profesión tradicionalista y la
adhesión en ideas y actos a una historia que no es la de la Universidad ni la de la familia
política de Ariés. Como escribía el cronista de L’Independent, Romain Sauvat: ”Es ésta una
obra que está llamada a provocar cierto estruendo en el Landernau de los historiadores
profesionales y que obligará a ciertos historiadores aficionados, entre los que nos contamos,
a revisar sus ideas... Me inclino a pensar que sorprenderá y escandalizará a ciertos amigos
del autor...” Si el estruendo anunciado no se escuchó en la Universidad, en cambio la
sorpresa de los amigos del autor fue bien real. Se ven sus huellas bajo la pluma del
reseñador del Journal de l’Amateur d’Art, que firma P.C. y que es con seguridad Pierre du
Colombier, antiguo colaborador de Paroles Francaises y amigo de Ariés, a quien dirige
una larga carta con motivo de El tiempo de la historia, en la que se encuentra, desarrollada,
la misma crítica: ”Sobre la historia en general, sobre lo que se acostumbra llamar, mediante
una fórmula que pasará pronto de moda, nuestro ’compromiso con la historia’ se
encontrarán en el libro esbozos muy brillantes y especiales sobre los cuales declaro
francamente no estar de acuerdo. Percibo en ellos los estragos que está causando en todas
las disciplinas una determinada filosofía. Confieso no comprender ni qué es la historia
”existencial” ni por qué estamos más ”comprometidos” con la historia de lo que estuvieron
las generaciones que nos han precedido”. En Robert Kemp, que escribe en Les Nouvelles
Litteraires, el desconcierto se expresa de una manera menos indirecta, donde se transluce la
ironí a: ”Habiendodepartido
respetuosamente de las doctrinas
ellas, señala el papel del Action Francaise
de Jacques Bainville yy de
habiéndose apartado
sus tres grandes obras,
especialmente la Historia de
22 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

Francia, en esta metamorfosis. Ahora lo encontramos convertido en discípulo de Marc


Bloch y Lucien Febvre. La vieja escuela se ha encarnizado con Bainville. Adivinaba que es
peligroso. Es verdad que la nueva escuela se manifiesta frecuentemente mediante obras de
divulgación”. En el Bulletin de Paris, al término de un largo artículo titulado: ”¿Puede
nuestra época satisfacerse con una historia existencial?”, el reseñador Michel Montel
resume: ”La historia
ajusta ciertamente a lasque estudia esta
curiosidades diversidad cambiante,
y necesidades de nuestra laépoca.
historia
No’existencial’, se en
creo que agote
las personas honestas el gusto por las perspectivas amplias donde la razón se complace en
descubrir la relación de efectos y causas. Tal vez convendría aliar la enseñanza de Marc
Bloch con el ejemplo de Bainville. ¿Pero no se ha hecho ya? Véase la admirable Histoire
des Francais de Pierre Gaxotte”. Gaxotte es citado una sola vez en El tiempo de la historia.
Mediante el rechazo explícito o mediante la negación de las diferencias, los autores
ideológicamente más cercanos a Ariés expresan su malestar ante una manera de pensar que
no comprenden bien. En Aspects de la France, febrero de 1955, Pierre Debray vuelve
extensamente sobre el libro. La crítica aparece ahora sin ambigü edad: ”Ariés habla con
cierto resentimiento de ’la historia a lo Bainville’, lo que se explica por el doloroso
conflicto que tuvo que soportar entre una tradición familiar monárquica y la tradición
universitaria. ¿Cómo no comprende que Bainville no ha querido hacer otra cosa que
aprehender, a través
reseñador realista de la continuidad
comenta: política
”La historia de Francia,
existencial su particularidad
no puede prestar ningúnnacional?”
servicio si Y
noel
se reconocen sus límites, por otra parte bastante estrechos”. Para hacerlo, el razonamiento
de Pierre Debray emprende varios caminos: por una parte, se hace cargo de las críticas
dirigidas por Maurras a Lucien Febvre en Del conocimiento histórico; por la otra, y de
manera menos esperable, contrapone a Marrou ”su amigo Marc Bloch, ese Marc Bloch de
quien tuve el honor de seguir las últimas lecciones. ¿Puedo confesar que la relectura LA
AMISTAD DE LA HISTORIA 23

de la extensa tesis sobre ”los reyes taumaturgos” de este historiador judío, republicano,
buen demócrata, me permitió dar el paso decisivo hacia la monarquía?” De allí pasa a una
lectura de Bloch que de ninguna manera coincide con la de Arié s: ”Tan fuerte es el imperio
de los prejuicios sobre los espíritus, por rigurosos que sean, que Marc Bloch se imaginaba
estar situadosin
organizador en saberlo,
las antípodas
comodeel Maurras. Y sin embargo,
burgués gentilhombre practicaba
practicaba el empirismo
la prosa”. Este Bloch
maurrassiano, historiador de las continuidades nacionales (Pierre Debray considera
admirable su Caracteres srcinales de la historia rural en Francia —en realidad, de la
historia rural francesa— no es evidentemente el de El tiempo de la historia, que es un
historiador de las diferencias estructurales, y detrás de la referencia compartida puede
leerse la srcinalidad mal admitida de las ideas de Ari é s . Lo que llama la atención, de
todas maneras, es esta presencia respetada de Marc Bloch, leído de maneras distintas en
ambientes que podrían parecer alejados al máximo de los Annales por la cultura y las
opiniones. El papel de la revista es ciertamente reconocido por los amigos más cercanos de
Ariés, quienes comparten globalmente su proyecto, pero a veces con cierta irritación. Esto
se ve en el artículo que Raoul Girardet presenta a La Table Ronde (de la que Ariés era
entonces colaborador regular) en febrero de 1955. Si bien se muestra de acuerdo
fundamentalmente con una manera de considerar la historia que aspira a unir ”sentido de la
diversidad” y ”sentido de la herencia”, ”lucidez y fidelidad”, agrega sin embargo: ”Philippe
Ariés corre el riesgo de falsear el cuadro del pensamiento histórico contemporáneo al
insistir de manera demasiado exclusiva en el papel de la revista Annales y del grupo de
historiadores que ella congrega. De que son emprendedores, no cabe duda; de que sean
innovadores, no estamos tan seguros. Sería más justo, sin duda, mostrar en la acción del
grupo de Annales uno de los aspectos, que con frecuencia es el más brillante, y a veces
también el más cuestionable, de la obra de toda una generació n”. La reticencia frente a un
celo demasiado in-
24 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

condicional respecto de Annales, que refuerza la tendencia de la escuela o del ”grupo” a


presentarse como único defensor de la innovación, viene aquí a atenuar el compromiso
común para con la redefinición del trabajo mismo de producción histórica. ¿Qué sucedía
entonces en la Universidad y cómo fue recibido el libro? A falta de reseñas en las revistas
históricas ”profesionales”, las cartas dirigidas a Philippe Ariés por algunos profesores de la
época
tres sonpueden dar testimonio.
elogiosas, Hay
pero en ellas se tres que retienen
traslucen la atención
sin embargo ciertasdereticencias
una manera especial.
respecto de Las
algunas formulaciones. Para Philippe Renouard, profesor de historia medieval en la
Universidad de Burdeos, el acento recae sobre el papel del individuo, que una historia de
las estructuras corre el riesgo de anular: ”La historiograf ía cambia, como cualquier cosa,
pero si nosotros podemos hacer algo distinto —que yo, como usted, juzgo preferible —, es
porque nuestros predecesores hicieron lo que hicieron. Considero simplemente que la
historia no es total sino cuando conserva, junto con el estudio de las corrientes de
pensamiento, de las estructuras mentales, de los grupos sociales, de la coyuntura y de las
enfermedades, el lugar que corresponde a los individuos que estuvieron en condiciones de
orientar los acontecimientos. Usted no toma claramente posició n respecto de este punto”
(carta del 18 de abril de 1954). Charles-Henri Pouthas, profesor de la Sorbona, lamenta por
su parte que el libro haya sido demasiado discreto en dos puntos: ”Yo hubiera otorgado m ás

espacio
siempre,yahubiera hecho
partir del siglomás justicia
XVI, al movimiento
pero modesta de trabajolaerudito
y oscuramente, que ha yacompañado
obra literaria superficial
que ocupaba el escenario; yo hubiera insistido mucho más en el valor eminente y de
docencia del oficio que representó mi viejo Guizot” (28 de marzo de 1954), cosa que
equivale a manifestar, a través de esta doble referencia a la erudición y a Guizot, una
desconfianza inspirada por las corrientes nuevas. En una carta muy hermosa, en tono de
confidencia, Victor-Lucien Tapié, profesor también de la Sorbona, proclama su deuda para
LA AMISTAD DE LA HISTORIA 25

con los fundadores de Annales y su acuerdo fundamental con el proyecto propuesto,


siguiendo las huellas de aquéllos, por Ariés. Pero, como en Pouthas, el énfasis puesto sobre
la erudición necesaria y la recordación de las exigencias de la enseñanza superior, que es
diferente de la que se daba en la institució n propia del ”grupo” de Annales, es decir, la VI
Sección
1947, de la Escuela
pueden Práctica
entenderse de Altos
también como Estudios fundada
la expresión en de un recelo ante los empleos
discreta
apresurados del programa de la historia total y estructural. Cartas y artículos indican, pues,
con claridad, la posición nada sólida en que se encontró Philippe Ariés desde los comienzos
de su carrera de historiador. Adepto demasiado fogoso de los Bloch y los Febvre, a juicio
de los maestros de la Universidad; demasiado independiente de la historia bainvilliana, a
juicio de su medio de pertenencia, partidario de Action Française demasiado amateur, sin
duda, para los historiadores de Annales, se encontraba de hecho demasiado cerca
intelectualmente de quienes lo ignoraban y fiel a los que no comprendían muy bien su
definición de la historia. Los equívocos creados por estas pertenencias múltiples pero
imposibles de superponer no se disiparon fácilmente, haciendo de Philippe Ariés un autor
aparte, mal recibido durante mucho tiempo en la Unviersidad; pasado en silencio por
Annales hasta la reseña, sólo en 1964, de El niño y la vida familiar” (si se exceptúa la
crítica hecha por André Armengaud de un capítulo de la Historia de las poblaciones
francesas12); sospechoso a los ojos de los conservadores, que se sentían inquietos por la
distancia que tomaba frente a un orden establecido fundado sobre la familia restringida, el
Estado omnipotente y la sociedad de consumo. A partir de El tiempo de la historia se
perciben estos equívocos y estos rechazos, de los que Aries se burlará con frecuencia... y
que algunas veces le causarán dolor.

11 J.-L. F1andrin, «Enfance et sociéte», Annales ESC, 1964, págs. 322-329.


12 A. Armengaud,
Annales ESC, 1951,”Les
págs.débuts de la dépopulation dans les campagnes toulousaines”,
172-178.
26 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

Es necesario, por consiguiente, leer el libro de Ariés situándolo en su época, marcada


todavía por la guerra, que no había quedado demasiado lejos, fértil en imprevistos, en
tomas de posición paradojales. Pero es necesario leerlo también en relación con la historia
tal como se la hace actualmente. En efecto, en los dos capítulos centrales, dedicados a las
actitudes ante la historia durante la Edad Media, Ariés aparece como uno de los primeros en
diseñar quéen
redactados podía
1950sery la
en historia
1951, ladedisciplina
la Historia. Con posterioridad
ha tomado vuelo, comoa estos ensayos, la
lo demuestran
multiplicación de los títulos generales (sin tomar, por tanto, en cuenta las noticias dedicadas
a tal o cual autor) publicados bajo el rubro ”Historiografía” en la Bibliographie Annuelle de
l’Histoire de France (8 en 1953-1954, frente a 53 en 1982 y 47 en
1983), la publicación de bibliografías especiales dedicadas a este campo de la historia13 y
también la existencia de una Comisión Internacional de Historiografía, que agrupa a los
historiadores especializados en este género. Por lo tanto es posible abordar la comparación
(que a veces resulta cruel para los pioneros) entre lo que escribía Ariés hace más de treinta
arios y lo que nos han enseñado posteriormente las investigaciones acumuladas sobre
historia de la Historia. En la Edad Media Philippe Ariés recorta tres datos esenciales: la
preservación por la Iglesia del sistema de medición del tiempo, necesario para fijar la fecha
móvil de las Pascuas y para sincronizar todas las cronologías particulares con la dada por la
Biblia; la repartición
monástica permanente,
y eclesiástica, hastaque
y la epopeya, el siglo XIII, en
convierte entre la historia,
relato íntegramente
las tradiciones señoriales y
reales; y por último la fijación de una historia a la vez dinástica y nacional, que se hace
visible en la estatuaria y los vitraux de Reims, las estatuas yacentes de Saint Denis y Las
grandes crónicas de Francia, que son a la vez ”romance de los reyes” y ”primera

13 Por ejemplo, Historiography: a Bibliography, compilada por Lester D. Stephens,


Metuchen (N. 1.), The Scarecrow Press Inc., 1975. LA AMISTAD DE LA HISTORIA
27

historia de Francia”. Ahora bien estos rasgos son precisamente los que los historiadores de
la Edad Media identifican actualmente como esenciales, en particular Bernard Guenée. En
las abadías la preocupación litúrgica es, en efecto, primordial para fundar la preocupación
cronológica
ciencia que da suy forma
del cómputo y significación
la preocupación por elatiempo
las crónicas
habíanmoná sticas:profundamente
marcado ”Durante siglos,
la la
cultura monástica”.14 Inversamente, en las cortes laicas la historia es competencia de
juglares y ministriles, redactada en lengua vulgar, primero en verso y luego en prosa,
fundada sobre el material de las tradiciones orales y las canciones de gesta: ”De esta
manera, por la índole de sus fuentes, por la cultura literaria de sus autores, por el gusto de
los públicos a los que se dirigía, esta historia estaba irresistiblemente atraída hacia la
epopeya. Respiraba su aire. Le interesaba poco la cronología. No tenía escrúpulo en
mezclar verdad y poesía”.15 Esta oposición principal, que Philippe Ariés había percibido
claramente, organiza el campo de la escritura de la historia, hasta que la génesis de los
Estados modernos le confiere otras finalidades: la celebración de la continuidad dinástica y
la exaltación de la dignidad nacional. De ahí resulta un nuevo papel para el historiador:
”La historia deja de ser la si erva de la teología y del derecho, se convierte de manera

señaladamente oficial en auxiliadora del poder. El historiador oficial no pensaba,


ciertamente, renunciar a la verdad, pero se sabía y se querí a ante todo servidor del Estado”;
de ahí surge una nueva función de la historia, que cimenta el sentimiento de pertenencia a
una nación identificada por su pasado.16 Pasando al siglo XVII, Philippe Ariés construía su
des-

14 B. Guenée, Histoire et Culture historique dans l’Occident znédiéval, París,


Aubier/Montaigne, 1980, pág. 52. Este libro, cuya bibliografía contiene 829 títulos, es Fa
mejor
Moyensintesis de la historia
Age. Études de la Edad Media
sur l’historiographie (véase bajo
médiévale, también Le Métzer
la dirección de d’historien
B. Guenee,auParís,
Publications dé la Sorbonne, 1977).
15 Mei, pág. 63.
16 lbíd., pág. 345 y pág. 323.
28 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

cripción de la historia en la época clásica sobre una oposición tajante; de una parte, un
género bien fijado, la Historia de Francia, dominio de los compiladores y continuadores que
no hace más que proponer de título en título variaciones de una trama dada de una vez para
siempre, y, de la otra, la erudición apoyada en la investigación, la colección, la publicación
de documentos manuscritos o iconográficos. El contraste, por consiguiente, es neto entre
una historia-relato
un autor que ignora
a otro remiten no a lospor completodella saber
progresos críticasino
histórica y en la
a las ideas y acual las diferencias
la sensibilidad de
de su
época, y una erudición histórica, nacida de la curiosidad de los coleccionistas, soportada
por los ambientes de la ”burguesía oficial”, coronada por la obra cplectiva de los
benedictinos de San Mauro. En este ensaya sobre el siglo XVII Ariés abría un conjunto de
pistas inéditas: comparando los relatos del mismo episodio (la historia de Childerico y la de
Juana de Arco) en las distintas Historias de Francia publicadas entre el siglo XVI y el
comienzo del XIX; indagando el tratamiento de la función de la historia en un género que
no es histórico, la novela; asignando una importancia primordial a los documentos
iconográficos, los de las galerías de retratos y los de los gabinetes de historia, primeramente
para la preservación de la curiosidad histórica ”como si la historia expulsada de la literatura
se refugiara en la iconografía y, desdeñada por los escritores, se refugiara entre los
coleccionistas”, luego en la constituci ón de la erudición en sí misma, fundada sobre la

búsqueda y la colección
Ariés descubría deymonumentos
la imagen antiguos.
su importancia para el Por primera descubrimiento
historiador, vez sin duda en que
esta sellaba
escala,
para siempre el trabajo solidario con Primerose, su esposa, que había hecho estudios de arte
y le había enseñado a mirar. En Un historiador de fin de semana recuerda la génesis de uno
de los desarrollos más nuevos del ensayo sobre la historia en el siglo XVII: ”En uno de
nuestros paseos en bicicleta a orillas del Loira visitamos, en el castillo de Beauregard, una
galería de retratos que me llamó la atención. Me vino la idea de que había allí una forma de
representación del tiempo, LA AMISTAD DE LA HISTORIA 29

comparable a la de los cronistas, pero más completa y más familiar. Era ésa la primera vez
que un documento de arte me proporcionaba un tema srcinal para la reflexión. Pasé luego
de las galerías de retratos a los coleccionistas de imágenes del siglo XVII, lo que nos llevó
a mi mujer y a mí al Gabinete de Estampas de la Biblioteca Nacional para estudiar allí las
colecciones
en de de
el Gabinete Gaignéres [.... Sede
las Estampas, nosdonde
hizo extrajimos
un hábito. Pronto instalaríamos
una parte nuestros cuarteles
de la documentación de mi
próximo libro, El niño y la vida familiar bajo el Antiguo Régimen”.17

Si se lo relee a la luz de los trabajos de estos últimos quince arios, el diagnóstico de Ariés
sobre la historia en el siglo XVII parece aún compartible, quizás con algunas restricciones
de matiz. La primera se refiere a la evaluación que allí se hace acerca de los ambientes de
toga en lo concerniente al desarrollo de una curiosidad propiamente histórica, atenta a la
búsqueda e interpretación de los documentos. Los libros de George Huppert y Donald
Kelley permiten actualmente apreciar mejor la importancia de esta historia escrita por los
legistas. Su apogeo no se sitúa a comienzos del siglo XVII, sino antes, en el último tercio
del siglo XVI, entre 1560, fecha de la publicación de las Recherches de la France, de
Étienne Pasquier, y 1599, cuando se publica Idée de l’histoire accomplie, de La Popeli
niére, ó 1604, fecha de su Histoire des Histoires. En estos autores, como en otros no citados
por Ariés (Jean Bodin, Louis Le Roy, Nicolas Vignier) surge una nueva práctica de la
historia merced al encuentro inédito entre tres elementos: una exigencia erudita de
anticuarios, apoyada en la colección de los archivos y el saber filológico; el vínculo
estrecho establecido entre el derecho y la historia, entendidos ambos dentro de la
perspectiva de un historicismo fundamental; el proyecto, por último, de una historia
”nueva”, ”perfecta”, ”cumplida”, que en cada pueblo tomado en consideraci ón apunta a la
comprensión racional del
17 P. Ariés, Un historien du dirnanche, op. cit., págs. 121-123
30 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

conjunto de las actividades humanas (lo que La Popelinié re llamaba ”la representaci ón del
todo”).18 La erudición de los juristas de la primera parte del siglo XVII no es, por
consiguiente, dentro de esta perspectiva, el punto de partida de una renovación del saber
histórico, sino, por el contrario, la huella de una alianza finiquitada, que había ligado
durante un tiempo los rigores del método crítico con el diseño de una historia universal
capaz de explicar
los Godefroy, las sociedades
Peiresc, en su integridad
luego Du Cange y en su devenir.
o los benedictinos Es verdad
de San Mauro que Duchesne,
recogen la
tradición erudita, pero ésta se consagrará a partir de entonces a la publicación de textos, las
conexiones monumentales, los glosarios de lenguas, sin elaborar la historia misma, que
queda abandonada a los compiladores y literatos. El contraste reconocido por Ariés entre la
historia-relato y la erudición histórica existe, por ende, ya en el siglo XVII, pero tiene que
ser comprendido como el resultado de una disociación que separó los elementos reunidos
en el último tercio del siglo XVI por los historiadores formados en los colegios municipales
y las facultades de derecho renovadas, abogados todos ellos o funcionarios, legistas todos
preocupados por abarcar en una misma perspectiva la historia de la humanidad y la de la
nación. Una segunda restricción de matiz a propósito de Philippe Ariés resulta de
reconsiderar la oposición misma entre erudición e historia de Francia, tal como aparece en
la época clásica. En efecto, resulta claro, en primer lugar, que los autores de las historias
generales de Francia
beneficiándose así deno
lasignoran los trabajos
colecciones de antiguos
de textos los eruditos, que citan y utilizan,
y medie-

18 G. Huppert, The Idea of Perfect History. Historical Eruditíon and Historical


Phaosophy in Renaíssance France, The University of Illinois Press, 1970 (trad. fr.: L’Idée
de l’histoire parfaite, París, Flammarion,
1973); D.R. Kelley, Foundations of Modern Flistorical Scholarship. Language, Law and
HIstory in the French Renaissance, Nueva York y Londres, Columbia University Press,
1970; R. Chartier, ”Comment on écrivait l’histoire au temps des guerres de Religion”,
Annales ESC, 1974, págs. 883-
887. LA AMISTAD DE LA HISTORIA 31

vales, las crónicas y memorias antiguas, las investigaciones de los anticuarios eruditos,
desde Étienne
referencias Pasquier
se abre hastanuevos;
a títulos Théodore Godefroy. Después
las colecciones de documentos
nuevas de 1650, el repertorio
de los de
Duchesne, Dom d’Achery, Baluze, los estudios de los libertinos eruditos de la primera
mitad del siglo (Pierre Dupuy, Gabriel Naudé, Pierre Petau), los trabajos de los
benedictinos de San Mauro, a cuya cabeza aparece Mabillon.19 Por otra parte, el proyecto
de algunos de los historiadores que en el siglo XVII redactan una historia de Francia no está
tan alejado de la intención de los partidarios de la his toria ”nueva” del siglo anterior.
Mézeray, por ejemplo, consagra una parte de cada uno de sus capítulos a las costumbres y
usos de los pueblos y de lasépocas de que trata.20 Aun después de organizada por reinos,
aun guiada en su integridad por el destino de la monarquía, la historia general no agota las
curiosidades de anticuarios y eruditos. Y hay que recordar que ese mismo Mézeray, de
ninguna manera ajeno a las discusiones eruditas cobijadas en la biblioteca de los hermanos
Dupuy, redactó un Diccionario histórico, geográfico, etimológico, particularmente para la
historia de Francia y para la lengua francei sa, que se mantuvo en estado de
manuscrito mientras él vivió. No conviene, pues, indudablemente acentuar demasiado la
escisión entre las dos formas de historia identificadas por Philippe Ariés, ya que son menos
ajenas la una respecto de la otra que lo que suele pensarse, en la medida en que la más
literaria no ignora a la más erudita. El comprender por qué la distancia que de todas
maneras las separa parece tan grande lleva a subrayar un elemento
19 M. Tyvaert, ”Érudition et synthése: les sources utilisées par les histoires genérales de la
France au XVII siécle”, Revue française d’histoire du livre, 8, 1974, págs. 249-266. Este
artículo,
histoires lo
demismo aueXVII
France qu el titulado ”L’image
sié cle”, du roi: legitimit
Revue d’histoire moderne é etetmoralités royales 1974,
contemporaine, dans les
págs. 521-547, fue extraído de la tesis de 3er ciclo de M. Tyvaert, Recherches sur les
histoires générales de la France au XVII siecle (Domaile français), Université Paris-1,
1973.
20 Sobre Mézeray, A. Viala, Igaissance de l’écrivaín. Sociologie de la littérature á l’áge
classique, París, Ed. de Minuit, 1985, págs. 205-212.
32 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

demasiado discretamente abordado por el texto de Ariés, a saber, el enrolamiento de la


historia al servicio de la gloria monárquica y de la exaltación del príncipe. Su preocupación
por liberar del peso del Estado y de la primacía de la política la historia que él quería
escribir lo conduce a aminorar los efectos del patrocinio real y de la dirección de las letras
sobre la historia que se produjo en el siglo XVII. La división entre eruditos e historiógrafos
no
dosreside, en efecto,
funciones solamente
claramente en una diferencia
reconocidas de estilomientras
por la monarquía: y de método, sino
que los que remite
primeros, auna
beneficiándose de las gratificaciones reales, permanecen ajenos a la empresa de celebrar al
rey y a la monarquía, los segundos, dotados o no de cargos de historiógrafos del rey o de
historiógrafos de Francia, participan muy activamente en la modelación de la gloria del
soberano reinante escribiendo la historia del reino de sus predecesores o la narración de su
propia historia.21 De ahí se sigue necesariamente la posición central ocupada por el rey,
que es finalmente el objeto único del discurso, un discurso que siempre debe persuadir al
espectador de la grandeza del príncipe y de la omnipotencia de los soberanos. ”La historia
de un reino o de una nación tiene por objeto el Príncipe y el Estado; allí está como el centro
a lo que todo parece referirse”: esta afirmación del padre Daniel, que presenta en el prefacio
de su Historia de Francia, publicada en 1713, hace eco a la observación de Pellisson,
anterior en cuarenta arios; ”Hay que alabar al rey en todas partes, pero, por as í decirlo, sin

alabanzas.”22 A su
responden a este manera,(hayan
programa todas las
sidohistorias de Franciadirectamente
o no encargadas escritas en elo siglo XVII por el
patrocinadas
Estado), y con ello se adecuan a las exigencias del poder soberano.

21 0. Ranum, Artisans of Glory, op. cit.


22 El proyecto de historia dg Luis XIV de Pellisson es analizado en L. rin, Le Portrait du
roi, París, Ed. de Minuit, 1981, págs. 49-107, «Le récit du roi ou comment écrire
l’histoire». LA AMISTAD DE LA HISTORIA 33

La amistad de la historia. Philippe Ariés dice en alguna parte en El tiempo de la historia


que, negándose a esta amistad, las sociedades conservadoras del siglo XX se encerraron en
sus valores propios, negaron las tradiciones distintas y finalmente se desecaron por no
haber captado la diversidad del mundo que era el suyo. Por haber sido curioso de las
diferencias,
la preocupado
de su ambiente social,por comprender
Ariés lo que
pudo escapar estaba
a este fuera
vano de su cultura,
repliegue sobre laslacertidumbres
de su tiempo o
agotadas. Aquí está sin duda la lección más fuerte de este libro, que dice que no existe
identidad sin confrontación, tradición viviente sin encuentro con el día de hoy, comprensión
del presente sin comprensión de las discontinuidades de la historia. Toda la obra y la vida
de Philippe Ariés estuvieron dominadas por este puñado de ideas, formuladas en una
pequeña compilación publicada en Mónaco en 1954, afirmadas por un hombre cuya gran
amistad era la historia.

Roger Chartier
UN NIÑO DESCUBRE LA HISTORIA Para Primerose

A algunos adolescentes les tocó en suerte descubrir la historia en los recovecos de un libro
leído por azar, de una lección evocadora sin que el maestro lo supiera. Esto sucedía en los
períodos calmos, o más bien en ese siglo de quietud excepcional que va desde 1814 hasta
1914, durante el cual nuestros antepasados pudieron creer que su destino se desarrollaba en
un medio neutro, que esos destinos eran dueños de su curso. Esta cerrazón frente a las
preocupaciones
subsistieron paracolectivas, estamás
algunos, los impermeabilidad a laslos
favorecidos, hasta agitaciones
pródromosdede
la la
vida pública
guerra de 1939,
digamos hasta el 6 de febrero o hasta Munich. Por el contrario, las generaciones que
llegaron a los veinte arios alrededor de 1940, o después, dejaron de tener conciencia de la
autonomía de su vida privada. No había casi una hora del día que no dependieran de una
decisión política o de una agitación pública. Estos niños, estos jóvenes se encontraron de
entrada en la historia y no tuvieron que descubrirla; si la ignoraban, era de la manera como
se pasan por alto las cosas más cercanas del universo familiar. Yo no nací, como ellos,
dentro de la historia; hasta el armisticio de 1940 viví en un oasis bien cerrado a las
preocupaciones del exterior. En la mesa, es verdad, se hablaba de política; mis padres eran
realistas fervorosos, lectores asiduos de Action Française desde sus orígenes. Pero esta
política estaba a la vez demasiado cercana y demasiado alejada. Muy cercana, porque era
una amistad, una ternura. Se evocaba la historia de los príncipes, su crónica; nos
divertíamos con respetuosa
acerados de Maurras. admiración
El periódico con los exabruptos
era escudriñado de Daudet,
y comentado con losPero
diariamente. dardos
de la
misma manera como uno habla de los parientes o
36 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

de los amigos. Nunca tuve, antes de la guerra, el sentimiento de la vida pública como de
una especie de prolongación de mi vida privada, que la dominaba y la absorbía. Se decía
que todo andaba mal, pero en ningún momento se hablaba en familia de las dificultades
concretas, de la incidencia palpable sobre nuestra vida cotidiana que pudiera tener una
legislación, una decisión del Soberano. Esto dejó de ser así después de la guerra. El
aprovisionamiento,
como ayudamemoria) la inflación,
invadieronlas
la nacionalizaciones
vida cotidiana. Mi(yhermano
cito estos ejemplos
habla solamente
de sueldos, de
empleos en una época en que mis amigos y yo, dentro del oasis, ignorábamos las
cuestiones de dinero. Uno de mis hermanos se preparaba para Saint-Cyr. Yo me presentaba
a la agregatura en historia. Ni él ni yo habíamos tenido jamás la curiosidad de conocer el
stieldo de un oficial del ejército o de un profesor. Y si pudimos permanecer tanto tiempo en
él no fue en primer lugar por la situación económica de nuestros padres, sino por el prisma
a través del cual mirábamos lo externo, lo colectivo. Las agitaciones de la Historia nos
llegaban a través del periódico amigo, a través de los comentarios de amigos que, por más
enzarzados que estuvieran en la vida pública, pertenecían al mismo oasis. Esto explica por
qué no nací en la Historia, pero reflexionando sobre ello, comprendo la seducción del
materialismo sobre aquellos de mi generación que no fueron preservados de la inmersión
prematura en el mundo de lo social, de lo colectivo. No tuvieron un mediador amistoso
entre ellos yPara
influencias. el dinero, el desempleo,
ellos no la competencia,
existió el oasis. Porque habíalaun
áspera
oasis,búsqueda
yo vivía de relaciones,
fuera de la de
Historia. Pero también, precisamente por ese oasis, la Historia no me era extraña. Me
acompañó desde mis primeros recuerdos de infancia, como la forma que adoptaba en mi
familia y mis relaciones cercanas la preocupación política. ¿Pero se trataba verdaderamente
de la Historia? No era la Historia desnuda y hostil que invade y arrastra, la Historia en la
cual uno es, fuera del frágil coto de las tradiciones familiaUN NIÑO DESCUBRE LA
HISTORIA 37

res. No era la Historia, hay que reconocerlo, sino una transposición poética de la Historia,
un mito de la Historia. En todo caso, era una intimidad permanente con la presencia del
pasado. ¿Una presencia del pasado que es distinta de la Historia? Podríamos admirarnos si
olvidáramos que la Historia está ligada previamente a la conciencia del presente.
¿Romanticismo,
edades pretéritas?entonces?
Algo, sin¿Imaginación
duda, pero tandepoco
los fastos pintorescos
que apenas y cosquilleantes
hace falta hablar de ello.deAlgo
las
muy valioso, muy amenazado también, y con justicia: amenazado hoy día por la Historia.

Mi familia, como dije, era realista. Realistas enrolados sin reservas en Action Française,
fanáticamente, pero muy nutridos por una imaginería anterior a la construcción doctrinaria
de Maurras. En conjunto, se trataba de un tejido de anécdotas, con frecuencia legendarias,
sobre los reyes, los pretendientes, los santos de la familia real. San Luis y Luis XVI, los
mártires de la Revolución. Cuando era muy pequeño me llevaron, en uno de esos paseos
dominicales que los niños detestan, a los Carmelitas donde perecieron las víctimas de
Septiembre, a la Capilla Expiatoria del Bulevar Haussman, construida durante la
Restauración en memoria de Luis XVI, María Antonieta y los Suizos del 10 de Agosto. En
casa de mis tíos, en el Médoc, me mostraban cada año, durante las vacaciones, imágenes
herméticas, heredadas del período revolucionario, donde, como si se tratara de una
adivinanza, aparecían los rasgos del Rey, de la Reina, Madame Elizabeth, dibujados por el
follaje de un sauce llorón. Cada ario se volvía a justificar, bajo el retrato de un sacerdote
víctima de los ahogamientos de Nantes, las palinodias del antepasado que, alcalde de
Burdeos bajo Napoleón, había recibido al Conde de Artois: en lugar del burgués
conservador y oportunista se colocaba la imagen ideal de un realista fiel y astuto. Una de
mis tías me explicaba de qué manera mi tatarabuelo, general de la la República, había
probado victoriosamente que,
38 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

bajo el uniforme del revolucionario, su corazón había seguido siendo realista. Toda mi
familia tenía avidez por las memorias, sobre todo las memorias del siglo XVIII y de la
Revolución, de la Restauración. Me leían pasajes que unas veces eran testimonios
conmovedores de fidelidad; otras, encomios enternecedores de la felicidad que significó
vivir en aquella época. Este sentimiento de la Edad de Oro, que fue el de los sobrevivientes
de la Revolución,
granero, era el de
que demostraba mis padres. Llegaba que
sobreabundantemente hastala explicar el bidé,
higiene no descubierto
era una invención en el
moderna, como lo sostenían los espíritus perversos. La frase de Talleyrand sobre la dulzura
de vivir es una de las primeras frases históricas que aprendí. Se la debo a mi abuelo, que ese
día había dejado la lectura de la Historia de los duques de Borgoña, del conde de Barante,
para llevarme al parque. Fue él quien me contó el asesinato del duque de Guisa para
ponerme en guardia contra las acusaciones que una historia republicana y mal intencionada
hacía recaer sobre Enrique III. Es imposible imaginar hasta qué punto este pasado feliz y
apacible estaba presente en la memoria de mis padres. En cierta medida, vivían en él. Todas
las discusiones políticas sobre la actualidad terminaban en una referencia al tiempo feliz de
los reyes de Francia. Aunque habían sido bulangistas y antidreifusistas, su conservadorismo
social, semejante al de la burguesía católica de su época, tenía un matiz especial: la
nostalgia por la vieja Francia.

Este repertorio de imágenes de los realistas, vigente todavía en 1925, parecerá ingenuo e
infantil: efectivamente, era creación de las mujeres. Los hombres, en el fondo, habían sido
fieles sobre todo a los intereses de su clase; su política seguía la evolución normal de la
burguesía en el siglo XIX. Pero esta política, exenta de fanatismo por otra) parte, se detenía
en el dintel de la puerta de calle. La casa era el dominio de las mujeres. Y las mujeres no
habían dejado de ser realistas con pasión. Se solazaban en los recuerdos I UN NIÑO
DESCUBRE LA HISTORIA 39

tiernos del pasado, recogían las anécdotas, arreglaban según la propia conveniencia las
migajas de historia que encontraban en las memorias, las tradiciones orales. Descartaban
todo aquello que, en la vida de sus padres, parecía una ruptura con el pasado, y el pasado
no sobrepasaba
1789 sinode
fidelidad mediante sus prolongaciones
las mujeres había triunfado en la vida
sobre de los Pretendientes.
el oportunismo En definitiva,
de los hombres. la
Al iniciarse
la política radical, las débiles convicciones de los hombres, casi exclusivamente
electoralistas, se desvanecieron rápidamente, y bajo influencias que no tienen nada que ver
con nuestro tema, pasaron a agruparse bajo la Bandera Blanca familiar. ¿Habrá sido porque
tenían un espíritu más crítico? ¿Habrán atenuado la visió n tipo ”cuento de nodriza” de la
tradición? Poco importa. Para una curiosidad de niño lo más importante seguía siendo el
valor de imagen. Y no estoy seguro de que no fuera el más real. Este mundo de las leyendas
realistas lo encontré casi al lado de mi cuna. Lo reconozco desde los recuerdos más alejados
de mi infancia. La idea de tiempo histórico, tan pronto como pude concebirla, quedó
asociada con una nostalgia del pasado. Imagino que debió ser exasperante para mis
pequeños camaradas de colegio esa preocupación constante por la referencia a un pasado
nostálgico, en mis primeras discusiones políticas. Y éstas comenzaron muy pronto;
dramatizadas, por otra parte, por el gran conflicto de conciencia que fue la condenación de
Action Française por el Vaticano, la Bula Unigenitus de mi infancia. Este pasatismo no se
quedaba en el dominio ideal de la conversación y el soñar despierto. Se traducía en un
esfuerzo por participar de la Edad de Oro. Cosa curiosa: este interés por lo que se
acostumbraba llamar la Historia (en mi casa ”se amaba la Historia”) no se satisfacía con
lecturas fáciles o pintorescas, necesariamente fragmentarias. Yo desconfiaba sobre todo de
lo fragmentario y de la facilidad. Durante mis vacaciones a la orilla del mar —yo tenía
apenas catorce arios— me paseaba por la playa con un viejo manual para el 6 9- año de la
enseñanza secundaria, y me
40 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

sentía muy orgulloso cuando una amiga de mi madre se asombraba de una lectura tan
ingrata. En realidad, me esforzaba mucho por descifrar este conglomerado de datos y de
hechos despojados de la más mínima parcela de interés. Dejemos de lado la vanidad
infantil. Yo sentía muy oscuramente que para encontrar nuevamente la presencia de ese
pasado maravilloso, había que hacer un esfuerzo, vencer esa dificultad, en una palabra,
superar
incapaz una prueba. Era
de expresar, un de
y aun sentimiento absolutamente
concebir claramente; sin no razonado,
embargo, que hubiera
no creo haberlo sido
imaginado
a posteriori. Lo encuentro intacto en un rincón de mi memoria. Explica por qué razón, sin
sufrir el influjo de mis padres ni de mis profesores (en las clases inferiores de los colegios
religiosos la enseñanza de la historia era inexistente), yo descuidaba las lecturas más fáciles
(y más instructivas) para recurrir a manuales de apariencia seria. Intentaba volver a
encontrar, en la aridez y el esfuerzo, aquella poesía de los viejos tiempos que manaba, sin
esfuerzos, en el ambiente familiar. A decir verdad, me pregunto hoy día si esta búsqueda
ingenua de la probación no participaba de la experiencia religiosa, tal como estaba
configurada por los métodos entonces clásicos de educación espiritual. Esta se fundaba
sobrelánoción de sacrificio. No tanto el sacrificio divino Cuanto el sacrificio personal, la
privación necesaria: se llevaban anotaciones de los sacrificios ofrecidos como si se llevaran
registros de la temperatura. Existía, en mi conciencia infantil del pasado una analogía
confusa, pero
suponía un cierta,
lazo entrecon el sentimiento
el dios religioso.
del catecismo Sin ninguna
y el pasado de mis posibilidad de objetivarlo,
historias. Ambos yo
pertenecían
al mismo orden de emoción, sin efusión sentimental, con una exigencia de aridez. Confieso
por otra parte que, con la perspectiva que da el tiempo, mi emoción histórica en el contacto
con esos manuales me parece de una cualidad más auténtica que mi devoción de entonces,
enteramente mecánica. En ese momento, según creo, mi experiencia se distinguía del
sentimiento pasa tista de mi familia; se transformaba, propiamente, en una actitud ante la
Historia. Mi familia, UN NIÑO DESCUBRE LA HISTORIA 41

las mujeres y, por contagio, los hombres, vivían en plena ingenuidad con una apertura hacia
el pasado. Poco les importaba que su visión de éste fuera fragmentaria. Es más; tenía que
ser fragmentaria, ya que para ellos el pasado era una cierta manera de ver bien definida, una
nostalgia de un color bien preciso. Leían mucho, y casi exclusivamente relatos históricos.
Sobre
de todo memorias,depero
su conocimiento, sinsin
cubrir experimentar en absoluto
hiatos un lapso la necesidad
de tiempo. de colmar
Sus lecturas nutrían las
el lagunas
repertorio de imágenes que habían heredado y que estimaban definitivo. La idea misma de
un retoque o de una renovación les causaba espanto. Lo curioso es que no tenían conciencia
de sus lagunas. Menos por negligencia, por pereza de espíritu, que porque a sus ojos no
existían lagunas; podían faltar detalles, pero eran detalles sin importancia. Estaban
persuadidos, con una persuasión ingenua, corno algo obvio, de que poseían la esencia del
pasado, que en el fondo no había diferencia entre ellos y el pasado: el mundo que los
circundaba había cambiado con la República, pero ellos se habían quedado en aquél. Esta
conciencia del propio tiempo, que experimentaron con una impresionante brutalidad las
generaciones de 1940, existía también para ellos, pero trastocada más de un siglo. Ellos
estaban en el pasado corno nosotros estarnos en el presente, con el mismo sentimiento de
familiaridad global, en el cual importa poco el conocimiento de los detalles, puesto que se
coincide con el todo. Yo no lograba contentarme con esta impregnación por el pasado
vivido como presente. Sin darme cuenta, por otra parte, de esta descolocación. Ahora no la
encuentro en mí con la misma frescura viviente. La descubro mediante el análisis, porque
éste me explica el móvil secreto que yo seguía cuando me hundía en los manuales. Con
total candidez, sentía que no podía vivir en el pasado con la misma ingenuidad que mis
padres. ¿Exigencia personal? No lo creo. Para mi generación, a pesar de la maceración
impuesta por las tradiciones familiares, el pasado estaba ya muy lejos. Mi madre, mis tías
42 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

habían sido educadas en conventos de la Asunción, y sobre todo del Sagrado Corazón,
donde maestras y alumnas volvían resueltamente las espaldas al mundo. Ya no sucedía lo
mismo en el colegio parisino de los jesuitas donde yo comencé mis estudios. Había allí
demasiados ”republicanos”, demasiados problemas. Mis padres hab ían vivido en provincia,
e incluso en las Antillas, a las que la ruptura de 1789 no había casi afectado. Yo vivía en
París, en laelgran
moderno, ciudad
pasado técnica,
estaba menosdonde, por más
presente, cerrado
donde quefamiliar
el hogar uno estuviera al mundo
estaba más aislado. En
las provincias, en las islas, ese pasado constituía todavía un medio denso y complejo. Aquí,
en París, era más bien un oasis en medio deunmundo extraño pero invasor. Lo que a mis
padres les había sido dado sin ninguna actividad de su parte, yo tenía que adquirirlo. Yo
tenía que conquistar ese Edén perdido, y para ello tenía que recuperar la gracia mediante la
probación. Y además —quisiera insistir sobre este punto — mi exploración difícil de un
pasado deseado pero lejano, no podía quedar satisfecha con los fragmentos de historia, por
ricos que fueran, que bastaban a mi familia. Las memorias, lectura favorita de mi familia,
me tentaban y rechazaban al mismo tiempo. Me tentaban, porque encontraba en ellas el
encanto del Antiguo Régimen, la nostalgia que excitaba mi deseo de saber. Me rechazaban,
porque el conocimiento que yo extraía de ellas me volvía más sensible a las zonas
periféricas de sombra: hacían resaltar mi ignorancia de lo que quedaba fuera de mis
lecturas. y_pienso que
niños enamórados de ese sentimiento
la Historia, se impuso.alHoy
los orientaría, día lo lamento,
contrario, hacia esosy testimonios
si tuviertifigir
vivientes. Sé que esos fragmentos contienen más Historia, e Historia total, que todos los
manuales, aun los más eruditos. Pero nadie me guiaba entonces, porque alrededor de mí no
se creía que la Historia pudiera ser otra cosa que lo que se vivía. Por otra parte, yo no
deseaba consejos. Y quizás la autonomía de esa evolución es lo que le infunde interés. Así
pues, yo dejaba de lado las lecturas vivientes en faUN NIÑO DESCUBRE LA HISTORIA
93

vor de los manuales escolares, los correspondientes a mi curso y sobre todo los de los otros,
como corresponde. Encontraba en ellos, a pesar de la sequedad de la exposición, una
satisfacción que mi memoria conserva intacta. Tenía la impresión, sobre la base de una
cronología minuciosa, o que así me lo parecía, de recubrir la totalidad del tiempo, de
encadenar
Historia nohechos
era ya yunfechas mediante
cúmulo lazos deencausalidad
de fragmentos o desino
un ambiente continuidad, de todo
un todo, un suerte
sinque la
fisuras. En esta época de mi vida, durante el cuarto y quinto ario _de la segunda enseñanza,
yo estaba verdaderamente poseído por el deseo de conocer toda la Historia, sin lagunas. No
tenía entonces ninguna idea de la complejidad de los hechos. Ignoraba la existencia de las
grandes historias generales, como la de Lavisse, y mi ciencia cronológica me parecía llegar
a los límites. Por otra parte, los manuales escolares no me bastaban ya: los había reducido a
cuadros sinópticos. Recuerdo un gran cuadro de la Guerra de los Cien Arios, subdividido al
infinito. Es que el manual me parecía demasiado analítico; como si la cohesión de los
sucesos no pudiera resisitir a su presentación sucesiva, línea por línea, página por página;
como si hubiera que comprimirlos en el sentido horizontal para impedirles huir, hacer
bando aparte. Yo luchaba con los hechos para obligarlos a integrarse otra vez en el todo. Un
día creí conciliar mi gusto del pasado monárquico y mi deseo de totalidad emprendiendo
una genealogía de los Capetos, desde Hugo Capoto hasta Alfonso XIII, los Borbón-Parma y
el conde de París. Un árbol genealógico completo, con todas las ramas colaterales, sin
olvidar santos ni bastardos. Era un trabajo de romanos, dados los escasos materiales de los
que yo disponía: dos gruesos diccionarios de historia en casa de mis padres y la
posibilidad de consultar la Gran Enciclopedia en casa de un sacerdote. Se me había
hablado de una Genealogía de la Casa de Francia, del Padre Anselmo. Para consultarla fue
que penetré por primera vez en una Gran Biblioteca, en Sainte-Geneviéve. Inicialmente
tuve gran-
44 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

dísima dificultad para convencer de mi buena fe al bibliotecario. Hube de volver con una
autorización de mis padres. Por supuesto, no pude llegar nunca hasta el Padre Anselmo, ya
porque estuviera inaccesible entre los misterios del catálogo, ya porque se hallaba en la
Reserva. La Reserva me desalentó, y proseguí por mis propios medios. Las paredes de mi
habitación se cubrían de hojas de papel, empalmadas unas con otras en todas direcciones.
Quería seguirencon
ramificaban la miradaremotos
colaterales todos los meandrostanto
y cargados, de lasmás
filiaciones. Cuanto
feliz estaba más se987 hasta
yo. Desde
1929, ¡qué bloque de historia desplegado sobre mi pared, y esto para culminar en el rey
Juan, cuyo retorno invocábamos al son de La Royale! Todas las preocupaciones de la
política contemporánea, la propaganda, los folletos o las octavillas pegadas en los
excusados, eran aspiradas por mi árbol genealógico. Las penurias del franco, el domingo
negro de las elecciones Radicales, de los que se hablaba en la mesa, me parecían muy
alejados, muy pequeños frente a la ramazón de mi árbol, que comenzaba en el siglo X y
recubría Hungría, España, Portugal e Italia. Este gusto por las genealogías y los cuadros
sinópticos I me ha perseguido largo tiempo. Me costó deshacerme de él. Era ya estudiante
de la Sorbona cuando comencé a enseñar Historia a chicos de tercero y cuarto ario de la
secundaria en un curso libre. Ya no utilicé el método sinóptico para mis notas. Con cierta
pena, por otra parte, pero esto se volvía muy complicado y el enmarañamiento de los
hechos hacíaAños,
de los Cien estallar mis cuadros.
pensaba Como tenía
que no existía que enseñar
otro método a niñosylamás
más simple historia de la Guerra
pedagógico. Me
veo todavía cubriendo el pizarrón de corchetes, mediante los cuales simbolizaba
gráficamente la sucesión de las causas y los efectos. Las cadenas de sucesos desbordaban
los cuadernos de los niños desconcertados, y las madres de familia expresaban una
desaprobación muda, pero formal. Hasta que por fin el director tuvo que intervenir para
poner término a mi orgía de conexiones. La vergüenza que experimenté me UN NIÑO
DESCUBRE LA HISTORIA 45

hizo perder para siempre el gusto por los cuadros sinópticos. Pery habían sido duros de
morir.

Genealogía, cronología, sinopsis, eran testimonio de un celo torpe por aprehender la


Historia
niño, en su en
hundido totalidad.
un medioLa iluminado
ingenuidadpor
misma de estaintenta
el pasado, experiencia le otorga
coincidir con esesupasado,
valor. Un
que
para él no es ya algo adquirido, como lo era para sus padres. El pasado le parece algo ajeno,
pero infinitamente deseable, un reflejo de la dulzura de vivir, una imagen de la felicidad. La
felicidad está detrás de él. Tiene que recuperarla. Esta búsqueda adquiere de repente un
carácter religioso: es una búsqueda de la gracia. Hasta se tiene la impresión de que el ser
del pasado se confunde con Dios. Los gestos de las prácticas religiosas seguían siendo
hábitos superficiales. No creo que Dios estuviera presente en ellas. Dios estaba en el pasado
al que intentaba acceder. No habría que apremiarme mucho para que reconozca en mi
comunión con el pasado una experiencia religiosa más antigua. Al afirmarse, la búsqueda
del pasado se convirtió en una preocupación por aprehender su totalidad. El contenido
poético de ese pasado lo descartaba voluntariamente como una tentación. Seguía presente
en la vida cotidiana, en las conversaciones de familia; vibraba también en el fondo de mí
mismo. Pero yo no admitía que fuera efectivamente la Historia, porque estaba incompleto.
Llegué, en el último extremo, a vaciar a la Historia de su contenido humano, a reducirla a
un esfuerzo de memoria y a un esquema gráfico. Sin embargo, el exceso mismo de
despojamiento y de síntesis permite, creo, entrever qué es, en su desnudez, la experiencia
histórica. Los aluviones de la cultura y de la política la recubren, ocultan y desfiguran. Se la
desviará de su gratuidad y se la convocará para que se preste a una apologética política o
religiosa. Se la laicizará para convertirla en ciencia objetiva. Pero el día, en el siglo XX, en
que el hombre fue colocado
46 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

brutalmente en la Historia, esa conciencia infantil del pasado reapareció. Como última
resistencia a la Historia, como el único obstáculo para el abandono ciego y animal a la
Historia. O bien la Historia es un movimiento elemental, inflexible y sin amistad. O bien
existe una comunión misteriosa del hombre en la Historia: la aprehensión de lo sagrado
inmerso en el tiempo que su progreso no destruye, donde todas las edades son solidarias.
Me pregunto si,deallatérmino
las tentaciones cienciadeque
su deseca
carrera,yeldelhistoriador
mundo que moderno,
solicita, cuando
no llegahaa superado
una visióntodas
de la
Historia muy cercana de la experiencia infantil: la continuidad de los siglos, cargados de
existencia, le parece sin profundidad, sin extensión, como una totalidad que se descubre de
un solo golpe de ojo. Sólo que su visión no es la del niño, porque el niño no llega a abarcar
todo el contenido de la existencia humana. Su totalidad es falsa y abstracta. Y sin embargo,
conserva el valor de una indicación, de una tendencia. Sugiere también que la creación
histórica es un fenómeno de naturaleza, religiosa. En su visión de las edades unificadas, el
Sabio, desembarazado de su objetividad, experimenta un goce santo: algo muy cercano a la
gracia.
1946 II

LA HISTORIA MARXISTA Y LA HISTORIA CONSERVADORA

Es imposible pasar directamente de una experiencia fresca e inmediata, la del niño, a una
conciencia más organizada, la del hombre. Nos hace seguir la prueba de una transición que,
con mucho, no es una transición, sino un bloqueo: la probación de la adolescencia. La
adolescencia no prolonga las experiencias de la infancia; las suspende y a veces las
destruye. Triunfan sobre la adolescencia los que logran reencontrar, al llegar a la madurez,
los itinerarios antiguos, siempre que sus huellas, recubiertas por un momento, no se hayan
borrado por completo. Mi primer encuentro con la Historia pertenece al mundo cerrado de
la infancia, donde coexistían la desnudez de la soledad y la densidad de los intercambios
familiares: meditaciones muy secretas y la influencia del medio, un deseo de exhaustividad
y la nostalgia de la antigua Francia. Mas veo muy claramente hoy cómo esta imagen
personal, y por consiguiente auténtica, de la Historia se deformó poco a poco bajo el peso
de representaciones más rígidas, más objetivantes, heredadas no ya de mi ciudad particular
sino de una ideología
reemplazando abstracta una
por un utensilio que presencia
se servía de la Historia
y una como
comunión. Yodeabandonaba
un instrumento,
el universo
de mis deseos y de mis recuerdos para entrar en el mundo de una literatura que entre las dos
guerras tuvo un éxito considerable: la utilización de la Historia para fines filosóficos y
apologéticos y la construcción sobre la Historia de una filosofía de la ciudad, de una
política. El fenómeno merece que nos detengamos en él: de una parte, se trata de la
interpretación bainvilliana del pasado; de la otra, de la interpretación marxista. Partamos de
nuestra experiencia particular, que es una experiencia de derecha. Ella nos permitirá
comprender mejor la otra.
48 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

Encuentro, en los estantes de mi biblioteca, desgastados por el prolongado uso, los


volúmenes de Jacques Bainville. Los había comenzado a leer en un momento en que yo
adhería aún a mi imagen infantil de la Historia. Yo leía la Historia de dos pueblos, al
mismo tiempo que algunos manuales escolares que me parecían exhaustivos, y me
esforzaba por completarlos los unos por medio de los otros, de poner como prolegómenos a
Bainville todoylodeque
Hohenzollern losmi manualde
electores y mi diccionariodurante
Brandeburgo de biografía histórica
la Edad Media.me decían
Pero de los
ya entonces
obedecía yo a otra preocupación: no solamente aclarar el presente mediante el pasado,
sino convencer a mis adversarios —camaradas de carne y hueso o interlocutores
imaginarios— de la verdad de una política. La Historia se me presentaba, ya entonces como
un arsenal de argumentos. Abro una edición de la Historia de Francia, breviario de mi
primera adolescencia. Está cubierta de anotaciones y de trazos que subrayan los pasajes
considerados como importantes. Estos pasajes, destacados de esta manera, ponen de
manifiesto un estado de ánimo caracterí stico: ”Era un hombre para el cual las lecciones de
la Historia no estaban perdidas y que no querí a exponerse a crear otro feudalismo”. Yo
subrayaba este elogio discreto del Estadista eterno, que se apoya en las experiencias
siempre variables del pasado. Y sin embargo, se trataba de Luis el Grande. Luis VI no me
interesaba como príncipe feudal sino porque repetía, al comienzo de la historia de los
Capetos, la imagen
Algunas páginas del soberano
después, clásico,
a propósito de modelo permanente
la conquista normandade los caudillos de
de Inglaterra, pueblos.
estos trazos
de lápiz: ”Alemania, Inglaterra, entre estas dos fuerzas tenemos que defendernos, encontrar
nuestro equilibrio. Esta es una vez má s la ley de nuestra vida nacional”. No me importaba
mucho si esa Inglaterra, esa Alemania del siglo XI se distinguían de la Inglaterra, de la
Alemania del siglo XX. Tal idea me parecía, al contrario, herética. Yo replicaba con
frecuencia a mis opositores (porque la polémica sustentaba mis lecturas LA HISTORIA
MARXISTA Y LA CONSERVADORA 49

y mis reflexiones cobraban el aspecto de un debate) que el tiempo modificaba a la vez al


numerador y al denominador, sin que eso modifique el valor de la proporción. Y había un
número de oro, fijado ne varietur, siempre semejante a sí mismo. La Guerra de los Cien
Años nos confirmaba las virtudes del equilibrio europeo. Al contrario, con los Estados
Generales
lugar del siglo XIV,
del funcionario real veía
a loscernirse los males
funcionarios del régimen
políticos parlamentario
irresponsables, que colocaba en
los intereses
partidistas en lugar del bien pú blico. Yo subrayaba esta frase: ”Era un intento de gobierno
parlamentario, e inmediatamente apareció la política”. Me gustaba esta asimilación entre el
régimen de los Estados y el parlamentarismo contemporáneo. También aparecen
subrayadas estas líneas que ilustran el mecanismo reyolucionario. Están escritas a propósito
de la Comuna de Etienne Marcel: ”Escenas revolucionarias que, cuatrocientos años
después, tuvieron una repetición tan impresionante”. La idea de estas repeticiones me
encantaba. ¡Qué furor por buscar apariencias donde ahora constato las más irreductibles
diferencias! Junto con el parlamentarismo nefasto, la Historia de Bainville me permitía
desenmascarar los orígenes del liberalismo pérfido... bajo los rasgos de Michel de
L’Hospital. L’Hospital era para m í la bestia negra, una prefiguración del barón Pié,
personaje legendario de mi primera juventud, el liberal caricaturizado por Maurice Pujo.
”L’Hospital”, subrayaba yo, ”creía que la libertad lo arreglaría todo; desarmaba el gobierno
y armaba los partidos”. Yo rebuscaba en el libro de Bainville los indicios de una
permanencia de los tiempos, las repeticiones de una misma causalidad política. No me era
difícil encontrarlos, y esto es lo que me inquieta actualmente y atempera mi antigua
admiración. ¿Era yo un buen lector? En aquel libro había ciertamente otras lecciones que
sacar, y yo no las veía. Habría podido encontrar las huellas de otras continuidades menos
mecánicas, más peculiares de cierta sociedad, continuidades infragubernamentales. Así
Bainville reconoce en Maupeou el precursor del Comité de Salud Pública y
50 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

de Napoleón I, los grandes centralizadores modernos; en el fracaso de Maupeou, la


incapacidad del Antiguo Régimen para dotar al país de instituciones del tipo moderno. Esta
oscilación entre dos tipos de instituciones, en aquel punto del tiempo, aparecía como una
singularidad de la historia. La inteligencia aguda y, en el fondo, poco sistemática, del genio
bainvilliano multiplicaba, sobre todo para las épocas recientes, observaciones apegadas a
las cosas, de
el interés válidas para un
Bainville, solo caso.
quedaban, hayPero
queestas observaciones,
reconocerlo, que constituyen
sin conexión con el planactualmente
de
conjunto: la política experimental, la posibilidad de evitar los efectos de las causas
peligrosas descubriendo en la Historia ciclos análogos de causalidad. La Historia es la
memoria del Estadista: no estoy seguro de que esta fórmula no sea también ella una cita.
Esta es la razón de que la torpeza sistemática y caricaturesca de un adolescente no llegara a
desfigurar lo esencial. Yo había comprendido bien. Los matices que añadían una cultura
más extensa, una presentación más matizada, no cambiaban nada de fondo. Fue entonces
cuando se fundó toda una escuela histórica sobre la noción de que las diferencias de tiempo
son una apariencia, que los hombres no han cambiado, que sus acciones se repiten, que el
estudio de estas repeticiones permite reconocer las leyes de la política. Una vieja idea, en
suma, muy clásica: no hay nada nuevo bajo el sol y las mismas causas repiten los mismos
efectos, pero una idea expresada con una insistencia y un talento muy nuevos, y también en
un Francia,
de momentofueron
coyunturalmente favorable.
grandes éxitos Los libros
de librería, de Bainville,
comparables en particular
a las novelas su Historia
de moda. No creo
que antes del Luis XIV de Louis Bertrand y los libros de Bainville hayan existido obras de
historia que lograran una difusión tan fácil. Todo un público se abría a la Historia, un
público que no era el tradicional de las memorias o de las grandes series a la manera de
Thiers, de Sorel, es decir, de los historiadores liberales no universitarios, porque la
Universidad quedó largo tiempo confinada a su clientela particular de eruditos. LA
HISTORIA MARXISTA Y LA CONSERVADORA 51

Es verdad que, si se la examina más de cerca, la Historia de Bainville no fue un trueno en


cielo sereno, como se pudo creer. Su éxito había sido preparado, en particular, por Lenótre,
cuyas primeras publicaciones datan de fines del siglo XIX. Los estudios de Lenótre señalan
la primera ampliación del público de los libros de historia. Sin embargo, su gran difusión
data de la obra de
ornamentación Bainville.
evita Esteyescritor
la facilidad más bien
lo pintoresco, austero,
suscitó cuyo estilo
un interés despojado de
extraordinario.
Contribuyó al desarrollo de un género literario, la vulgarización histórica. Este género fue
prolífico en el intervalo entre las dos guerras. La extensión rápida del público de la historia
al público de la novela provocó el acercamiento espurio de la historia y de la novela, la
historia novelada: recuérdese la boga de las colecciones de biografías novelescas, vidas
amorosas, etcétera. Pero esto constituye un límite inferior del género, que testimonia su
atracción y su poder de contagio. La colección típica de vulgarización histórica
”distinguida” es la que fue inaugurada o poco menos por la Historia de Francia de
Bainville y el Luis XIV de Louis Bertrand, la colección de los ”Grandes Estudios
Históricos” de Fayard. Hablo de esta colección sobre todo antes de 1939. Posteriormente se
acomodó al gusto del público, que se viene afinando desde hace una década. Antes de la
Segunda Guerra Mundial no hubiera publicado nunca La Galia, de F. Lot ni La China, de
R. Grousset. Ahora bien; la unidad de esta colección está asegurada por los principios que
presidieron un aspecto de la historia bain villiana (no su aspecto más sólido), la ley de la
repetición histórica, la ley de causalidad que determina los acontecimientos. El otro gran
éxito de esta colección, La revolución, de Gaxotte, confirmó el interés del público por esta
concepción de la Historia. Se estaba constituyendo una verdadera historia. Sería un error
descuidarla o descalificarla con el desdén pedante que puso de manifiesto entonces la
Sorbona en sus reseñas de la Revue Historique. Por otra parte, el empuje en favor de la
historia vulgarizada de esta manera fue tal, que los académicos no pudieron resistir mucho
tiempo a la tentación. Muchos profesores de facultad, que no
52 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

habían escrito más que sabios estudios de erudición o manuales exhaustivos para la
enseñanza superior, cedieron ante el peso de la opinión y se sumaron a las filas de Bain
ville y Gaxotte. Adoptaron las reglas del juego con la torpeza propia de los principiantes. El
ejemplo característico de estos trabajos de alumno aplicado es el Carlos V de Calmette, que
apareció, téngaselo presente, en la colección clá sica de los ”Grandes Estudios Hist óricos”.
Un miembro
trivial. del sin
Digamos Instituto que intenta
más trámite, pararivalizar conque
ser justos, Charles Bailly
no tuvo éxito.noPero
es ciertamente algo
lo sobremanera
sorprendente es encontrar en un erudito que ha vivido en la atmósfera peculiar de la Edad
Media una apelación al anacronismo deliberado como a una figura de retórica, un intento
de trampear con la diferencia de épocas para agradar al gran público de los bienpensantes.
En uno de esos manuales eruditos, Calmette llega a asimilar las reivindicaciones de Étienne
Marcel con un régimen ”no solamente constitucional, sino adem ás parlamentario...
irresponsabilidad de la corona, responsabilidad de los ministros ante la Asamblea, cámara
de representantes de la nación que se reú nen de manera regular”. Creeríamos encontrarnos
en la época de M. Guizot, y es precisamente esta confusión anacrónica lo que se intenta
sugerir. El éxito de la vulgarización histórica, de una vulgarización histórica, por lo demás,
dirigida y regulada, no puede ser descuidado. Atestigua una tendencia particular entre el
público que lee, y esta tendencia constituye un hecho sociológico importante. ¿Con qué se
corresponde el nacimiento
las dos guerras mundiales? de
Sueste nuevoseñala
aparición género?el ¿Por qué surgió
momento en queen
la el intervalo
historia r entre
no erudita
dejó de estar reservada a algunos aficionados: magistrados, oficiales retirados, propietarios
con largos ocios, que eran los sucesores de los burgueses ilustrados del siglo XVIII, para
abarcar todo el público formado por los bienpensantes. Quien tiene el hábito de leer, por
poco que sea, ha tenido alguna vez la curiosidad de leer un libro de historia. No es azar que
esta
LA HISTORIA MARXISTA Y LA CONSERVADORA 53
1

ampliación se sitúe en el siglo XX. El romanticismo había sentido ya cierto apasionamiento


por los períodos pintorescos del pasado, la catedral gótica del Genio del cristianismo. Pero
era sobre todo una laudatio temporis acti. Pensamos, por cierto, que hoy día se trata de otra
cosa: una curiosidad general respecto a la duración de la historia —y no circunscripta a
ciertas épocas
con riesgo más coloridasa—
de desmontarlo, la, manera
y sobre de
todo
ununa preocupación por penetrar en este pasado,
mecánico.

En este gusto por la literatura histórica, hay que reconocer el signo más o menos claro de la
gran particularidad —del siglo XX: el hombre no se concibe ya como un individuo libre
autónomo, independiente de un mundo que influencia sin determinar. Toma conciencia de
sí en la Historia, se siente solidario con la cadena de los tiempos y no puede concebirse
aislado de la continuidad de las épocas anteriores. Tiene la curiosidad por la historia como
una prolongación de sí mismo, como una parte de su ser. Siente, más o menos
confusamente, que no le puede ser extraño. En ningún otro momento de la duración, la
humanidad ha expresado un sentimiento análogo. Cada generación, o cada serie de
generaciones, tenía por el contrario, urgencia por olvidar las particularidades de las épocas
que la habían precedido. Ningún rasgo de costumbres subraya con mayor claridad y
simplicidad
desarrolladoeste hecho capital
paralelamente conque el gusto de
la difusión porlos
el libros
amoblademiento antiguo,
divulgación gusto que
histórica. ¿Ensequé
ha
otra época, salvo en la Roma ecléctica de Adriano, se habían podido coleccionar tan
comúnmente las antigüedades del pasado para vivir allí en la familiaridad de cada día? Sin
embargo, a pesar de los esfuerzos de los decoradores modernos, los estilos nuevos no
llegan, ni mucho menos, a extirpar en las decoraciones de interiores domésticos la sala Luis
XV y el comedor Directorio. No se trata de una moda pasajera, sino de una transformación
profunda del gusto: el pasado se ha acercado al presente, se prolonga en la decoración
cotidiana de la vida. Pero este sentimiento de conciencia de sí en la Historia,
54 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

tal como lo entrevemos aquí en sus manifestaciones espontáneas e infantiles, se escindió en


el siglo XX. Está en el srcen de dos corrientes de ideas que, a pesar de su oposición
fundamental, presentan analogías que todavía no han sido suficientemente advertidas y que
son muy sugerentes. Se trata, por una parte, del historicismo bainvilliano y, por la otra, del
materialismo histórico de Marx. Este acercamiento parecería una paradoja de mal gusto. Y
sin embargo, tanto
de conciencia de la elHistoria
uno como el otro son manifestaciones
y consecuencias conjuntas de una
de una misma mecanización misma toma
en la
comprensión de ésta. Sobre este doble fenómeno quisiera reflexionar aquí. Hemos dicho ya
cómo el historicismo bainvilliano se presenta como la captación del aspecto histórico del
mundo después de la Primera Guerra Mundial. ¿Pero el marxismo? Ante todo resultará
sorprendente que se lo considere como propio del siglo XX. Pero si Marx pertenece al siglo
XIX, al siglo del Progreso, el marxismo, en su interpretación moderna, es muy de nuestro
siglo XX, el siglo de la Historia. A partir de 1880 el marxismo evoluciona hacia la
social-democracia, palabra que, por otra parte, le era anterior. Fueron necesarios algunos
elementos nuevos que emergieron a la superficie por obra del primer conflicto mundial,
para rejuvenecer el marxismo. De hecho, para reinventarlo. Fue resucitado por la
profundidad y la extensión de las conmociones de la sociedad burguesa. Estas desnudaron y
avivaron el sentimiento otrora oscuro y tímido de una solidaridad con la Historia, con la
sucesión
eco a estadeapelación,
los tiempos
peroy la
deextensión
qué clase de los
ecoespacios.
se tratabaElesmaterialismo respondió
lo que se debe como
establecer. En un
su
srcen hay que reconocer una experiencia absolutamente auténtica. Como todas las
experiencias iütériticas, ésta no es homogéna, sino particular de una determinada sociedad,
de un determinado ambiente. Yo diría, de una determinada manera de nacer: la conciencia
histórica de individuos a los que no protegía ya la historia particular de una comunidad
vivida, la propia; individuos que no exis LA HISTORIA MARXISTA Y LA
CONSERVADORA 55

tían ya en el seno de una comunidad histórica. Y es necesario asignar a la palabra


”comunidad” un sentido restringido: la sociedad de menor tamaño que el hombre puede
concebir y sentir de manera inmediata, el ambiente elemental que tiñe su comportamiento.
Ausencia de comunidad histórica. No se trata, pues, de los desheredados, los miserables, los
proletarios,
están y nipor
situados siquiera
encimadedelos
sudesclasados. A veces,
clase de srcen. pormás
Digamos el contrario, se trata
simplemente de los que
de personas
que han quedado fuera de su país, que no tienen país. Por ejemplo, los que no conocieron
una vida familiar muy cálida, que reaccionaron intelectual y moralmente contra su
ambiente, aquellos a los cuales las movilizaciones, las guerras, los desplazamientos, los
ascensos sociales arrancaron a su geografía tradicional. Retirados de la historia propia de su
ciudad particular, se sintieron átomos perdidos en el mundo masivo de la tecnocracia
moderna, en la que cada cual se encuentra entreverado con todas las humanidades del
planeta. El individuo se encontró verdaderamente frente a la Historia, de una manera bien
concreta. Sintió el vínculo misterioso y fundamental que unía la existencia propia con el
despliegue de las generaciones, en el tiempo, y con la proximidad de los hombres, sus
hermanos y enemigos, en el espacio. Más allá de los epifenómenos del siglo XIX —los
nacionalismos, las guerras, la tecnocracia—, el hombre moderno sospechó que la condición
humana podía ser reencontrada en el corazón mismo de las violencias y divisiones que la
habían otrora destruido. Adivinaba que los conflictos, los odios, las guerras no se
encontraban, quizás, en el fondo de la Historia, que esos antagonismos, por más que
hubieran sido vividos desde un tiempo bastante largo, constituían, por el contrario, la
fuente de una amistad humana. Este sentimiento existió, y constituye una experiencia muy
grande y muy real. Se lo encuentra, a mi juicio, en la obra de Malraux, de Koestler. Es la
verdadera comunión con la Historia.
- Sin embargo, esta conciencia de la historia global no se mantuvo pura, y es ahí donde
interviene el marxismo. El marxismo sofocó la apelación a la que parecía responder.
56 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

Los hombres sin historia particular experimentaban el sentimiento de que era necesario
superar los antagonismos cuyo juego había determinado los acontecimientos superficiales
de la Historia clásica. El marxismo les proponía una interpretación de la Historia que
trascendía estos conflictos en el movimiento dialéctico de las clases sociales y de

la evolución
marxismo técnica.
fueron De estademanera,
desviados los tipos
la búsqueda de hombres
de una a losauténtica
superación que adoctrinaba el
de estos conflictos
expresados en los acontecimientos, búsqueda que, sin hacer desaparecer esos conflictos,
los hubiera integrado en una amistad construida mediante hostilidades, en una
solidaridad hecha de diferencias. Además de esta necesidad de superación, otras dos
tentaciones atrajeron al marxismo a los hombres abandonados inermes a la Historia: la
masá _y la fatalidad. La amplitud de los movimientos económiCos y sociales, el
conocimiento más preciso que se tenía de ellos, hizo que resultaran obsoletos los modelos
habituales de explicación con los que el pensamiento se contentaba otrora. Se dejó de
buscar algo más allá de las intenciones de los estadistas, sus ambiciones, sus psicologías
individuales. Se transportaban las categorías vagas de la moral clásica a los
comportamientos nacionales o sociales: la ambición de Napoleón I, el egoísmo de
Inglaterra, la avidez de Alemania, etcétera. Se consideraban satisfactorias porque en el
fondo no tenían
inserción demasiada
en el mundo importancia:
en que la Historia
cada uno vive. era un estas
Actualmente lujo, yinterpretaciones
no una exigencia de
tradicionales ya no están en la escala de los acontecimientos y, sobre todo, de lo que
actualmente se sabe acerca de esos acontecimientos. Ahora bien, el marxismo presentaba la
Historia no ya como el conflicto de individuos sino como el juego de grandes masas,
compactas y poderosas, que se aniquilaban unas a otras con su pesadez. Hablaba un
lenguaje muy comprensible para los que sufrían esta impresión de ser masa, en la que, de
grado o por LA HISTORIA MARXISTA Y LA CONSERVADORA 57

fuerza, estaban englobados. Esta simplificación,_grosera y épica a la vez, tenía que tentar
a quienes no tenían una exponencia personal y concreta de la pluralidad de los grupos
sociales, del entrelazamiento de las colectividades, antiguas y recientes, y de su dinamismo.
La noción de masa-, de clase, por ejemplo, se imponía a quienes ignoraban aquella otra,
más particular,
historias de ambiente
singulares social.
y diversas, Esta ignorancia
inclinaba de los
naturalmente ambientes
a aceptar sociales,
la idea de las
de determinismo, de
un devenir inexorable, cuyo curso se podía ayudar, pero al que no se podía ni detener ni
desviar. Las articulaciones inmensas de la Historia moderna, el aplastamiento bajo los
fenómenos y el conocimiento de los fenómenos individuales, de las psicologías
individuales, llevaba a considerar un movimiento general del mundo, siempre orientado
hacia el mismo sentido, hacia un destino bien determinado. Fuera de la protección de las
historias particulares (cuyas complejidades, inercias, adhesiones a hábitos antiguos e
imperecederos conocían bien quienes vivían inmersos en ellas, como también sus
extrañezas) cuesta ver de qué manera, frente a los enormes monolitos del mundo moderno,
podía alguien evitar la sumisión a un Fatum: hay que someterse a la corriente de la
Historia. Y el materialismo dialéctico dirigía esa corriente, como el geómetra dirige un
vector. Superación de los conflictos políticos, peso de las masas, sentido de un movimiento
histórico; tales son aproximadamente los puntos de contacto del marxismo y de una
conciencia real y concreta de la historia total. Importa, desde el punto de vista que es el
nuestro, considerar ahora en qué punto el marxismo deja de atenerse a la Historia, de qué
manera vuelve la espalda a la Historia. Exactamente en el punto en que deja de ser
conciencia de la Historia para convertirse en una física de la Historia. La exploración del
pasado llevó a Marx a reducir la Historia a leyes esenciales, claves de un mecanismo que se
repetirá con rigor mientras dure la evolución. En el marxis-
58 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

mo, la clase de los explotados destruía a la clase de los explotadores y los expulsaba del
poder, y esta superación estaba ligada no a una voluntad de poder, no a una madurez moral,
sino a un estado del desarrollo económico-técnico. La burguesía desalojaba a la nobleza
mediante el reemplazo de la economía feudal por el capitalismo comercial. El proletariado
desalojaría a la burguesía cuando la propiedad social hubiera reemplazado a la propiedad
individual.
una variable.DeLaesta manera,era
constante la Historia se reducía
la colectividad al juego
humana recí — proco
mecanizada, de una
siempre constante
igual a sí y
misma en su movimiento. La variable era el estado económico- i técnico del mundo. Pero
estas condiciones económico-técnicas aparecían como fuerzas de la naturaleza
científicamente organizadas, algo semejante a una variación continua de la presión
atmosférica. La variable estaba situada fuera del hombre. De esta manera el marxismo
lograba eliminar de la Historia la diferencia entre los hombres. Concentraba fuera del
hombre los factores de variación. ¿Se dirá que eso era reemplazar el problema sin
resolverlo, y que es imposible explicar el desarrollo técnico-económico sin retornar al
hombre, sin ascender para descender nuevamente del horno faber al homo sapiens? Pero no
se trata aquí de refutar el materialismo histórico, sino solamente de situarlo en la geografía
de las actitudes frente a la Historia. A este respecto hay que reconocer que el marxismo,
nacido de un sentimiento auténtico de conciencia histórica, culmina en una física
mecanicista muy alejada
Historia, el sentido de lasde la Historia.
diferencias en Muy alejada,
el interior porque
mismo deldestruye la alteridad
hombre total, que es adela lavez
religioso y técnico, político y económico: las diferencias de las costumbres. De la misma
manera que mi hermano no es yo mismo, y sin embargo estoy extrañamente ligado con él,
de la misma manera el pasado con el cual soy solidario es una cosa distinta de mi presente.
Algunos filósofos, preocupados por subrayar la historicidad de nuestra época, han escrito
que LA HISTORIA MARXISTA Y LA CONSERVADORA 59

el presente mismo pertenece al pasado y es concebido como tal. Aunque es fácil percibir la
parte de verdad que hay en esta proposición, lo cierto es que ha tenido el efecto negativo de
destruir la experiencia común del presente, indispensable para la existencia de la curiosidad
histórica. El pasado se me aparece como tal sólo por relación con mi presente. En julio de
1940 yo tuve la sensación muy clara de que la III República pertenecía a partir de ese
momento
es ser a la al
vezpasado. Como se
algo cercano dice vulgarmente:
y ajeno, pero siempre”Ya era Historia”.
distinto Lo propio
del presente. de la Historia
Ahora bien, para el
historiador marxista, el pasado repite el presente, sólo que en relaciones
económico-técnicas diferentes. Se acerca a estudiar la Historia tan sólo para subrayar estas
repeticiones. El último intento de esta clase es enteramente concluyente: Daniel Guérin
consagró dos grandes obras a La lucha de clases bajo la Primera República para situar la
Revolución de 1792-1797 en el esquema clásico del marxismo. A su juicio, todas las
revoluciones conocidas se desarrollan de acuerdo al mismo proceso. Una clase no proletaria
se adueña del poder porque su momento coincide con una etapa necesaria del ”desarrollo
objetivo” de la economía. En el transcurso de este mismo movimiento de emancipación, un
impulso popular se esboza en torno de Hébert, de Chaumette. Este impulso tiende
simultáneamente a ayudar a la clase evolucionada a expulsar del poder a la clase atrasada
que se aferra al poder, pero también a superar a esa clase evolucionada no proletaria. Pero
en cada intento fracasa porque el desarrollo técnico no le permite ir más lejos, y vuelve a
caer en su inercia, en su indiferencia. Es así como el ímpetu popular fue quebrado en la
Florencia de los Ciompi y en el París de los Insurrectos, porque se adelantaba al desarrollo
de la economía. Triunfó en 1917, en Rusia, porque el estado de las técnicas lo permitía.
Todo el esfuerzo de los historiadores marxistas consistel en subrayar la permanencia de una
conciencia de clase, siempre semejante a sí misma, y en ligar el progreso de esta clase al
”desarrollo económico objetivo” de la economía.
60 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

Sería enteramente inútil tratar de confirmar o cuestionar este esquema. Si alguien se tomara
una gran pena, podría establecer, con entera buena fe, la parte que corresponde a la verdad
y la que coresponde al error. ¿Qué verdad? ¿Qué error? Esfuerzo vano, porque se razonaría
sobre ’lo que no existe, sobre algo cuya existencia arruinaría el valor de la Historia. Se
razonaría sobre las leyes, es decir, sobre los promedios. Y, ¡por Dios!, es posible que en
cierto nivel de generalización
generalización en el cual unolas
se cosas seanTodo
detenga. así. Pero todo depende
se modifica del grado
según que de
se lo coloque más
arriba o más abajo. A partir del momento en que se elige un término medio uno se sitúa
fuera del dominio concreto de la vida humana. ¿Será quizás que las herramientas de que
disponemos no nos permiten aprehender los fenómenos brutos en toda su complejidad? No
es del todo seguro, y los grandes historiadores, como Fustel de Coulanges y Marc Bloch lo
consiguieron. Es cierto que nuestros medios de expresión nos fuerzan a expresarnos en
forma de promedios. Pero no estamos autorizados a valernos de esas convicciones sino a
condición de conservar, como substrato de esos promedios, la particularidad viviente de las
observaciones. Y la concepción marxista de la Historia se basa sobre los promedios, sin
tomar en cuenta la singularidad de los momentos, a no ser el estado del desarrollo
económico. Tal reserva es importante, no porque restituya la singularidad del hombre
histórico (dado que saca las variables fuera del mundo del hombre), sino porque este
recurso
Historia.a En
un elemento técnico deshumanizado
efecto, eriercampo ha permitido alomarxismo
de las técnicas,-indusUriales --econó—mecanizar la
micas, es donde
resulta más legítimo hablar de promedios. Se razona sobre productos posibles de fabricar en
serie, fáciles de agrupar, de clasificar, de contar. Una tonelada de acero se suma a una
tonelada de acero. Se habla sin equivocidad de un promedio mensual de las exportaciones
de trigo. El marxismo ha ascendido de la estructura de las cosas a las estructuras de los
hombres. Por el contrario, la obra participa más de las singularidades del obrero que el LA
HISTORIA MARXISTA Y LA CONSERVADORA 61

obrero de la impersonalidad de la técnica. El marxismo, como las economías políticas


estrechas y excluyentes, ha extendido a los hombres las categorías de la economía, en tanto
que la Historia extendería más bien a la economía las diversidades infinitas del hombre.

El materialismo
hay histórico
otros contactos ha sidoy ladetentación
del Hombre de una
la Historia, conciencia
menos brutales global
y menosdeinmediatos.
la Historia. En
Pero
esos encuentros los hombres no afrontan directamente las marejadas de las multitudes y los
devenires monumentales. Antes de entrar en la Historia masiva, irresistible y anónima,
pertenecen a las pequeñas ciudades particulares que son las suyas propias. Su historia
particular los abriga contra la Historia. Son éstos los hombres pertenecientes a familias, a
sociedades restringidas y orgullosas, grupos estancos y replegados sobre el propio pasado,
porque ese pasado es el propio y refuerza su singularidad. Clanes cerrados de nuestras
burguesías y de nuestros campesinados que cultivan con cuidado sus diferencias, es decir,
las tradiciones, los recuerdos, las leyendas que no son propiedad más que de ellos. Es
menos una cuestión de condición social que una cuestión de persistencia, en el interior de la
condición, de la memoria de su pasado particular. Rozamos aquí un plano de clivaje
esencial para la comprensión de nuestra época y de sus opiniones. En las escuelas de
cuadros y en los centros de juventud del gobierno de Vichy tuve la oportunidad de sondear
la profundidad de los recuerdos que cada persona conservaba acerca de las pequeñas
comunidades familiares o regionales. Se les presentaba a los jóvenes un cuestionario que
versaba sobre lo que sabían de sus padres y antepasados. Algunos, aunque eran de
condición modesta, se remontaban bastante atrás en su genealogía. Recordaban a lo largo
de varias generaciones el hábitat de sus padres, la vida anecdótica de su grupo. Algunos
podían retroceder hasta el siglo XVIII. Algunos comenzaban en 1830 -1840. Hijos de
cultivadores del departamento de Seine-et-Oise conocían perfectamente la historia de sus
familias, que no habían
62 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

salido de la aldea desde el siglo XVII, y recordaban las fechas de las lápidas funerarias.
Esta memoria del pasado familiar está muy desarrollada en las comunidades montañesas de
los altos valles de Suiza y del Tirol austríaco. La familia del canciller Dolfuss conserva
genealogías que permiten seguir sus huellas hasta el siglo XVI: una familia de campesinos
tiroleses. Otros de estos jóvenes, al contrario, no podían responder las preguntas, o porque
no sabían nada
indiferentes quedenisus antepasados
siquiera llegabanmás cercanos o porque
a comprender susderecuerdos
el sentido les eran
las preguntas, tan si les
como
hubieran sido formuladas en una lengua extranjera. Es asombrosa la rapidez de la
degradación de los recuerdos familiares. Un rico prohombre bordelés, de antigua cepa,
observó un día, en casa de su notario, un documento de estado civil a nombre de L. Se
asombró, porque ese nombre, L., era el de su abuela. El notario le respondió que se trataba
sin duda de una homonimia, porque ese L. era un sepulturero muy pobre del cementerio
municipal. Curioso de todo lo que concernía a su familia, el buen burgués concurrió al
cementerio, donde, con un pretexto cualquiera, entabló conversación con L. Descubrió
entonces que L. era uno de sus primos segundos, y sus investigaciones en el registro civil
confirmaron la filiación. Pero el mísero sepulturero no conservaba ningún recuerdo de su
srcen: en tres generaciones se había desvanecido su memoria familiar. Esta distinción
entre individuos con pasado e individuos sin pasado es esencial. No coincide
necesariamente con las divisiones
holgura y en la fortuna, pero en lassociales:
cuales lahay
faltafamilias de vieja burguesía
de entendimiento entre losque vivenlaenvida
padres, la
mundana, la tiranía del bienestar han espaciado las rememoraciones de la historia familiar,
han amortiguado el interés en los hijos y, en definitiva, han dejado desvanecerse el pasado
en la memoria de las generaciones jóvenes. Esta distinción no es, tampoco, cosa nueva.
Existía en el siglo XVI y en el XVII. Las familias prolíficas del Antiguo Régimen
exportaban el exceso de su fecundidad, y sus hijos, LA HISTORIA MARXISTA Y LA
CONSERVADORA 63

lejos del hogar, perdían la mayoría de las veces todo recuerdo de su pertenencia. Sólo en
nuestros días ha cambiado de carácter el fenó— meno, porque bajo el Antiguo Régimen, la
conciencia de la Historia apenas existía, mientras que en nuestra época constituye el
denominador común de nuestras sensibilidades. Es así como la ausencia o presencia de un
pasado distingue
acabamos dos soportan
de hablar, maneras sin
de ser en la Historia.
transición Los de
la invasión unos,
los los marxistas
siglos, deylos
masivos cuales
aterradores;
los otros, por el contrario, no entran en contacto con la Historia más que a través de su
pasado, poblados de figuras y leyendas familiares, un pasado que no pertenece más que a
ellos, siempre benévolo. Entre ellos, cuando subsiste, la conciencia de esta historia
particular se ha exasperado, en nuestra época, como una defensa contra la Historia
gigantesca y anónima. Hasta acontece que estos hombres, nacidos sin historia, han
experimentado la necesidad de construir una ciudad legendaria, donde podrían abrigarse y
detenerse. Hay mucho de esto en el cultivo de los antepasados, especialmente cuando se los
compra en el ”Mercado de las Pulgas”. Y sin embargo, y ésta es la paradoja, esta ”pequeña
historia” de la recordación se ha mantenido en la sombra de las conversaciones familiares,
las tradiciones orales, sin que se haya intentado ningún esfuerzo por insertar esta conciencia
singular, diferente para cada grupo consanguíneo, en la gran historia colectiva. De esta
atención a un pasado personal y familiar subsistía solamente un gusto por el pasado, sin que
éste haya logrado traducirse y expandirse en una comunión concreta y viviente con el
desarrollo de la existencia humana. Se ha creado un divorcio irremediable entre la
experiencia propia que cada cual adquiría de su pasado y la imagen seca y abstracta que se
construía sobre el pasado del mundo. Porque su historia particular, demasiado cerrada, no le
resultaba suficiente. Este divorcio se produjo en las dos direcciones, en el sentido de”la
historia regional y en el cle lo que llamé más
64 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

arriba la vulgarización distinguida para el uso del público conservador. El pasaje a la


historia regional se comprende bien: el ”terru ño”, el medio geogr áfico estrecho y
aglomerado, es la prolongación natural del grupo familiar: no se distingue de él. La red de
los recuerdos de infancia, de las alianzas familiares, de las genealogías, de los papeles de
familia, de las tradiciones orales se extiende con toda naturalidad a la aldea, a la comarca, a
la provincia. Pero
sorprendidos de la recorred
sequedadlasdepublicaciones de lasdesociedades
sus exposiciones, la ausenciaregionales y quedaréis
de inteligencia, de
sensibilidad interpretativa en lo que hace a la utilización de los documentos, que sin
embargo son sugestivos. Estos eruditos de provincia han logrado la hazaña de agotar los
temas más densos, de desangrar las relaciones más ricas en humanidad, las de los hombres
con la tierra, con el oficio, con los otros hombres, hasta situarlas en el grado más bajo de la
Historia: me refiero a ese punto de la arquitectura social donde las relaciones no han sufrido
la reducción al promedio, la generalización inevitable que caracteriza los géneros de vida
social y política más elevados.1 En el feudo, en la granja, en la botica, no se ha hecho aún
la distinción entre la vida privada y la pública, entre la condición humana y la institución
colectiva. Pero los eruditos de provincia han sido, en la mayoría de los casos, indiferentes a
este llamado de la vida. O bien sus estudios son catálogos, a veces poco metódicos, donde
el interés subsiste sólo sin que ellos lo adviertan, o bien constituyen descripciones
pintorescas de festividades,
acontecimientos o también
de la gran Historia queuna
hanfragmentación desus
transcurrido en la Historia
regiones.general: los es casi
Todo esto
trabajo perdido, no para el especialista, que encuentra allí mucho que espigar, pero sí para
el hombre moderno, deseoso de cultivar su conciencia con la Historia.

1 La Historia vista desde abajo, no desde arriba, dice Lucien Febvre (Combates por la
Historia). LA HISTORIA MARXISTA Y LA CONSERVADORA 65

En la mayoría de los casos, los miembros de las sociedades históricas, arqueológicas,


literarias, las academias de provincias, se reclutaban entre esas burguesías tradicionales, las
mismas que conservaban con cuidado su historia particular, mantenían al día su genealogía,
anotaban cuidadosamente, para sus herederos, sus recuerdos de familia: cuadernillos
cubiertos de una escritura regular, caligrafiada con tinta negra, desteñida por el tiempo, que
se suelen encontrar
sentimiento en de
que ponen losmanifiesto
cajones dedelospertenecer
escritorios, escritos
a un pasadoconmovedores por el
propio, pero también
verdaderos documentos de Historia; acaso de la única Historia que merece suscitar y
retener la vocación de los profesionales. Estos mismos memorialistas fueron en vida estos
eruditos ingratos y cerrados. En las grandes ciudades, donde los vestigios del pasado
regional se esfumaban, donde los sucesos de la política nacional e internacional parecían
más cercanos, más determinantes, el sentimiento del Pasado se tradujo en una historia
política y conservadora. Las familias con un pasado particular, fueran de tradición realista o
republicana, autoritaria o liberal, católica o protestante, detentaban una herencia de historia
—su historia particular— que tenían que preservar del olvido, de la contaminación, para
transmitirla a la generación más jóven. En las condiciones de la vida moderna, o por lo
menos en algunas de estas condiciones — la influencia de las grandes ciudades, de las
técnicas de desarraigo, tales como el hábitat estandarizado, el bario de mar y el fin de
semana— el mantenimiento y la transmisión de esta herencia se tornaban más difíciles: se
tenía la sensación de que no tenía ya sentido, utilidad, valor. Había perdido sentido: las
reuniones familiares se espaciaban más y más, los parientes en grado remoto se convertían
en extraños. Tampoco tenía ya utilidad: las relaciones familiares, tejidas en el pasado, eran
reemplazadas por relaciones nuevas, relaciones de negocios. Sin embargo, aunque los más
jóvenes no se ocupaban de conocer los detalles, aun legendarios, de su propio pasado, se
cuidaban
66 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

de olvidar la existencia de ese pasado, y les importaba conservar su sentido social y


político. De la misma manera, esta preocupación por conservarlo se traducía no en un
retorno a las tradiciones de las comunidades particulares, sino por una teoría política de la
tradición; esta teoría se apoyaba sobre cierta concepción abstracta de la Historia,
llamémosla ”historicismo conservador”. Es ésta la forma evidentemente adoptada por la
conciencia
compromiso. moderna de la Historia,
Cierta impresión en estaba
de que los ambientes de burguesía
amenazada urbana:
la herencia una fuera
histórica, suerterealista
de
o jacobina, determinaba, en sus sostenedores, una reacción conservadora, reacción que se
encuentra, en la época contemporánea, en los miembros de los partidos de izquierda, hasta
los partidos marxistas excluidos. Y esta reacción histórica se ha manifestado de una manera
enteramente natural, en una nostalgia de la Vieja Francia, aquí confesada, allí, por el
contrario, más vergonzante. Esta rehabilitación del pasado realista comenzó con el grupo
que R. Grousset denomina ”la escuela capetista del siglo XX”, cuyo iniciador fue Bainville
(iniciador más que maestro, porque su genio srcinal no le permitió suscitar discípulos, sino
a lo más imitadores, que pronto abandonaron su manera incisiva y seca, para adoptar un
género más pintoresco y más falso). Pero el gran éxito del género de la colección de los
”Grandes Estudios Históricos” en la Editorial Fayard desbord ó pronto el público realista
para llegar hasta capas cada vez más extendidas, dentro siempre de ese público conservador
de herederos amenazados.
prerrevolucionaria cedía elPoco
paso a poco, el prejuicio
un prejuicio desfavorable
favorable. a la Francia
Con el correr del tiempo, éste
ganó ambientes que eran más de izquierda. En 1946 tuve ocasión de escuchar una
conferencia de un historiador universitario, alumno de Mathiez, que tenía simpatía por
Jaurés y que en general no disimulaba sus sentimientos democráticos avanzados. Hasta el
sombrero dala ancha que usaba completaba su silueta de hombre de izquierda. Era en el
salón de un viejo hotel. El conferencista llegó a evocar a grandes rasgos los comienzos de
la Revolución LA HISTORIA MARXISTA Y LA CONSERVADORA 67

Francesa, en la cual es actualmente el mejor especialista. Hablaba a un público de personas


mundanas y se dejaba llevar por su improvisación. Insistió en el carácter aristocrático, a la
Washington, de esta primera Revolución, que Mathiez ha llamado ”La Revoluci ón
Nobiliaria”. Y se dolía de su fracaso. Nada nuevo. Pero el tono cambió cuando el

conferencista
acabamos se permitió
de vivir, lamentar
decía poco ese fracaso:
después, ¿cómo no”A la luz de
deplorar la la sombrbrutal
ruptura ía historia que
y sangrienta de
una evolución que, más continuada y sin cortes, hubiera adoptado un curso del cual nos
puede dar una idea la historia de Estados Unidos de Norteamérica?” Debajo de las ruinas de
Occidente el viejo jacobino de sombrero aludo encontraba otra vez el sentimiento de la
herencia, del capital transmitido, que no perece sin una regresión humana. El historiador
universitario sufría, sin percatarse, por supuesto, esa nostalgia del pasado que había estado
en el srcen realista de un género histórico al cual, por otra parte, menospreciaba. Cito esta
anécdota para subrayar claramente la importancia de la corriente apologética que impulsaba
hacia la rehabilitación y la nostalgia de la Vieja Francia, a los conservadores, los que tenían
que conservar su historia particular. Es necesario examinar ahora a qué actitud frente a la
Historia llevó esa corriente conservadora, como lo hemos intentado hace un momento con
la corriente revolucionaria marxista. Lo mismo que la corriente marxista, surgida de una
experiencia concreta y vivida, la corriente conservadora no j[ ha cesado de alejarse de ella,
o más bien se apartó de ella / bruscamente, sin transición. No hubo pasaje de la histori
particular a la historia general. La historia regional h biera podido servir de pasaje. Así
sucedió en Inglaterra, donde las biografías y monografías regionales ocupan un lugar
eminente en la bibliografía. Sabemos lo que sucedió en Francia. El público conservador de
las grandes ciudades no gusta de la historia regional, de las monografías, y los editores, que
conocen sus gustos, desconfían mucho de este
68 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

género. El burgués prefiere la historia centrada en los acontecimientos y la historia política,


y, abstracción hecha del factor romántico y pintoresco, busca alguna clase de interpretación
mecánica de los hechos, como es la del Bainville de Historia de Francia, Historia de dos
pueblos y Napoleón. Esta historia es ante todo una historia de los hechos políticos. Si
hubiera sido económica, habría sido igual. Los hechos que la constituyen no son ya hechos
singulares
Tomemos un y concretos. Contienen
ejemplo. Hay siempre
dos maneras deuna parte un
estudiar importante de generalización.
movimiento histórico. Supongamos
el caso del Partido Comunista. Se podrí a ”hacer historia” de este partido a la luz de sus
archivos. Se describiría ante todo el sistema organizativo que le dio unidad, existencia
política, es decir, sus instituciones; luego, las decisiones adoptadas por esas instituciones,
es decir, su política. Es así como se escribe la historia de una institución y de una política.
Pero también se podría, con la ayuda de testimonios mucho más difíciles de reunir e
interpretar, definir lo que diferencia a un comunista de otro militante, en su sensibilidad, en
su comportamiento tanto privado como social. De esta manera se escribe la historia de las
costumbres. En el primer caso, el objeto de la historia es una arquitectura en la cual los
elementos humanos han perdido su individualidad. En el segundo caso, lo que retiene al
historiador es la singularidad misma dé los hombres. Hay que reconocer que de ninguna
manera es fácil volver a encontrar esta singularidad una vez que ha perdido su frescura
inicial.
adquierenLo su
que, srcinariamente,
consistencia es único, noy subsiste
en la conciencia ya, ydelos
la memoria losfenómenos
hombres alque duran
precio desólo
atenuar su srcinalidad primigenia. El historicismo conservador descarta con indiferencia la
singularidad de las costumbres, para aferrarse a la generalidad de las instituciones y de las
políticas. De los individuos retendrá solamente el hombre ejemplar, el gran hombre:
Alejandro, Luis XIV o Napoleón. Esta limitación en la elección del tema es una de las
primwas reglas del género, que adoptan por igual los hisLA HISTORIA MARXISTA Y
LA CONSERVADORA 69

toriadores serios, como Bainville, y los vulgarizadores me- diocres, como Auguste Bailly.
Unos y otros reintroducen el elemento pintoresco mediante una alusión anacrónica a la
modernidad de la época que describen, aplicando así la segunda de sus reglas: no hay
diferencia entre los tiempos. ¿Cómo podría, por otra parte, subsistir esta diferencia en el
nivel de generalización
profunda donde más
por la cual eliminan gustan de situarse
o menos estos historiadores?
conscientemente Y donde
los temas ésta esellahombre
razón de
una época, irreductible a cualquier otro, aparece bajo una luz demasiado intensa. ”La gente
se burla”, piensan ellos, ”de los cl ásicos del Gran Siglo que disfrazaban a Clovis con una
peluca Luis XIV. Pero, en el fondo, ¿estaban equivocados? Los rasgos extraños del
vestuario, las modas, las costumbres, son diferencias superficiales. No sería serio detenerse
en ellas, se perdería el tiempo. La función del historiador, por el contrario, consiste en
reencontrar, bajo estas apariencias diversas, el hombre eterno, siempre igual a sí mismo. Es
lo que sucede con los mandarines de Voltaire, que razonan como filósofos. Los
sentimientos fundamentales del hombre no han variado; siempre están en juego el amor, el
odio, la ambición... y la misma identidad se reencuentra en la vida de las ciudades.
Monarquía, tiranía, aristocracia, democracia, demagogia caracterizan a los regímenes desde
Platón y Aristóteles hasta Stalin y Hitler”. Resulta curioso encontrar, en nuestra época, en
la base de un género histórico, el sentimiento que, por efecto inverso, alejaba de la Historia
a los escritores poco sensibles a la diferencia de los tiempos. Así sucedía en la Edad Media,
donde los tiempos estaban telescopizados, donde Constantino y Carlomagno, Virgilio y
Dante parecían contemporáneos. Lo mismo sucedió durante el Renacimiento, donde el afán
de igualarse a los antiguos invirtió el curso de las edades, y donde todo el esfuerzo estuvo
dirigido hacia la identificación del tiempo presente y de la Antigüedad. Es
70 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

conocida la extraña historia de la galera, esa reconstrucción arqueológica intentada, a partir


de los textos grecolatinos, por humanistas indiferentes a los progresos técnicos de los
pueblos navegantes, en la época de los Grandes Descubrimientos. Los grandes capitanes
asediaban entonces las ciudades guiándose por los autores antiguos, y el rey de Sicilia,
Fernando, se apoderó de Nápoles mediante una estratagema renovada de Belisario, el
estratega bizantino.
en los hombres Un postulado el
del Renacimiento desentido
identidad entre sudetiempo
histórico y la Antigüedad
la diferencia oscureció
de los tiempos y de
los hombres, tal como aparecía, en cambio, en la época de los cronistas florentinos y de
Commines. Este esfuerzo de la Edad Media por aprehender la Historia en su diversidad fue
detenido por la concepción del hombre clásico, que dominó hasta el siglo XVIII. Se verá
reaparecer el interés por la Historia —de todos modos muy mezclado aún con el
humanismo clásico— a partir del momento en que con Montesquieu, con Vico, con los
viajeros y los exploradores de países exóticos se extiende la idea de una diferenciación de
los hombres. Pero se trata solamente de una tendencia, que se desarrollará sólo con
posterioridad, en la época romántica. El buen salvaje y el sabio mandarín son todavía
hombres de todos los lugares y de todos los tiempos. A esta concepción del hombre clásico
los historiadores de las burguesías conservadoras le opusieron la idea de progreso, la
evolución, que era ya una idea de izquierda. Como al dinamismo de las masas de Michelet
se le de
idea contrapuso el papel
un progreso de se
mental laslegrandes
opuso lapersonalidades al modo de
idea de una identidad, Carlyle,
a veces también
la del retornoa la
cíclico. La idea clásica del hombre eterno, que había retardado en varios siglos el
nacimiento de una conciencia histórica, se convertía, empleada con un sentido contrario,
en la base de una interpretación histórica del mundo. Era el momento en que los herederos
del gusto clásico, los alumnos de los jesuitas y de las humanidades, bajaban, por grado o
por fuerza, a la palestra de la Historia. La presión que impulsaba hacia el pasado a los
hombres del siglo )0( era tan poderoLA HISTORIA MARXISTA Y LA
CONSERVADORA 71

sa, que resultaba imposible eximirse de historizar una noción, que en el fondo era
esencialmente antihistórica. Este revestimiento histórico del humanismo clásico
desembocaba en un callejón sin salida, en una mecanización de la existencia diversa y
misteriosa deque
repeticiones la humanidad.
adquirieron Concebida así, la
valor de leyes. Historia
Desde se convertía
el lugar en una donde
de generalidad antología de
se sitúan,
tanto el historicismo conservador como el marxismo razonan sobre los medios, lo mismo
en lo referente a lo colectivo que en lo referente a lo psicológico. El amor, la ambición,
tales como1 los registraban los moralistas antiguos, Plutarco o Tito Livio, no son, en
términos de historia, otra cosa que valores promedio, insuficientes para caracterizar tal
amor, tal ambición, como se manifiestan en tal personaje concreto en tal momento concreto
del tiempo. De la misma manera, la institución, o la actividad de la institución, que
llamamos política, no es más que una reducción al promedio de los elementos individuales
o colectivos que constituyen la infraestructura de la institución. La institución es el órgano
que permite a un pueblo o a un grupo fijar su identidad y vivir con eficacia. Pero no
caracteriza directamente una actitud, una manera de ser. Es, por el contrario, una pantalla,
necesaria para actuar, pero que se interpone entre el hombre y la complejidad viviente. Al
constituirse, la institución pierde forzosamente la singularidad de las costumbres que
suscitaron su nacimiento y le permitieron perdurar (de ahí un desfasaje, porque lo más
frecuente es que la institución sobreviva a las costumbres). Al alejarse de su srcen
concreto y personal, adquiere una parte de la generalidad que la acerca a todas las
instituciones que la precedieron o la sucedieron. Esta parte de generalidad es la que
proporciona la materia para un historicismo conservador. En este plano del término medio,
los protagonistas dejan de ser hombres diversos y se convierten en funcionarios del Estado,
del Partido, de la Revolución, etcétera. Es decir, funcionarios siempre de la institución.
Surge
de los la preguntaantiguos,
moralistas de por qué
enestos historiadores
aplicar a los persistieron, siguiendo con ello la tradición
72 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

hombres, determinados de esa manera por la razón de la institución, categorías psicológicas


previstas para el hombre privado: amor, odio, ambición, etcétera. Por otra parte, el rigor de
Jacques Bainville lo condujo a abandonar estas apelaciones a la psicología individual, para
ceñirse a los únicos motivos que sobreviven en el mundo término medio de las
instituciones. Estos motivos no están determinados ya por las condiciones particulares del
tiempo
por leyesy del
queespacio, incomparables
se deducen unas en
de su repetición a otras, sinodeque
el curso los fenómenos
la Historia. aparecen
La Historia regidos
permite,
por ende, abstraer estas leyes, introducción necesaria a una filosofía de la ciudad y a una
política experimental. Esta se convierte en una física, basada sobre postulados distintos de
los del materialismo histórico, pero que configuran siempre una física mecanicista. Uno de
ellos tiende al cataclismo revolucionario por obra de la evolución económico-técnica; el
otro tiende a la conservación mediante la reducción de los factores de la diversidad a un
tipo medio y constante, pero ambos postulados ignoran la verdadera preocupación histórica,
tal como se la percibía, sin embargo, srcinariamente en una conciencia, global o particular
según el caso, del pasado.

Cabe preguntarse de qué manera aquellos que tenían una experiencia concreta y personal de
su historia pudieron atenerse a una imagen tan deformada y abstracta de la Gran Historia.
Hay
seno sin dudaliteratura
de esta varias causas paraun
subsistía este pasaje de
elemento lo concreto
familiar a lo abstracto.
y viviente Anteañadía:
que el lector todo, en
la el
nostalgia del pasado, la necesidad de rehabilitar en ese pasado nacional y político el pasado
personal y particular de cada familia. La quiebra provocada por la Revolución de 1789
dificultaba el pasaje de la historia particular a la historia general. En el fondo del
historicismo conservador coexisten dos elementos bastante independientes uno de otro: una
nostalgia, extraída del folklore familiar, y una cienLA HISTORIA MARXISTA Y LA
CONSERVADORA 73

cia positivista de moda que tendía a eliminar las leyes. La nostalgia permitió asimilar el
positivismo. Pero hay también otra razón que tiene que ver con la estructura misma de esas
sociedades conservadoras, con su cerrazón frente a un mundo prejuiciosamente considerado
hostil y que, de hecho, era hostil frecuentemente. Estas sociedades tomaron conciencia de
su existencia
contra histórica
las fuerzas —queque
modernas otrora se contentaban
amenazaban con vivir ingenuamente
su particularidad. — por reacción
Ahora esta particularidad
deja de ser una apertura para convertirse en una resistencia. Desde el interior de la propia
historia, como desde adentro de una fortaleza, las sociedades conservadoras se negaron a la
amistad de la Historia. No comprendieron que sus tradiciones srcinales sólo tenían valor si
se insertaban en la gran historia colectiva, si sus diferencias se juntaban, sin alterarse, con
todas las otras tradiciones, venerables o recién nacidas, y también con todas las ausencias
de tradiciones, con los aventureros y desarraigados de la Historia. Se rehusaron a acoger y
confrontarse con lo que les era ajeno. Este aislamiento bajo el abrigo del acolchado de los
recuerdos y 101-hábitos de familia es un fenómeno de la é poca ”victoriana”, que hay que
poner en relación con la especialización de las clases sociales en comportamientos más
estancos y sobre todo más ajenos recíprocamente. En todo Occidente las clases nunca se
ignoraron tanto una a otra como en esta segunda mitad del siglo XIX. Se vivía con la
voluntad de replegarse sobre un mundo cerrado, en el propio barrio, con las propias
relaciones, sin ningún intercambio con otros mundos vecinos. Sin embargo; el movimiento
cósmico que arrastraba a los hombres, cualquiera fuera su condición, a un ciclo infernal de
guerra y de revolución forzaba a las sociedades conservadoras a interesarse por la vida de
las naciones y de los Estados. Pero esas sociedades descartaron de la Historia todo factor
nuevo, extraño a la idea que se hacían de un pasado detenido en el nivel de ellas. La marcha
del mundo está hecha del conflicto de las tradiciones particulares, las que mueren, las que
persisten,
74 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

las que nacen. Todas tienen una atracción igual, porque son las actitudes de los hombres
frente a su destino, en condiciones particulares, en determinado punto del tiempo.
Igualmente atractivas y, por las mismas razones, esencialmente diferentes, irreductibles a
un promedio. Las sociedades conservadoras, que apreciaban sus tradiciones pero que las
consideraban las únicas valederas y hasta las únicas reales, rehusaban esta confrontación
con las tradiciones
permaneciendo sin de las otras.
embargo El historicismo
sordas les de
a este llamado permitió viajar en
la diversidad deellaspasado
tradiciones,
llamado inquietante a una solidaridad que, sin embrago, hubiera preservado esas
diferencias. El historicismo insensibilizaba la Historia destiñéndola. En lugar de las
tradiciones de costumbres, que son imposibles de generalizar, ponía una mecánica de
fuerzas objetivas y regidas por leyes. De esta manera era posible explicar el mundo sin salir
de su gabinete. Era cómodo y útil, como los relatos de aventuras, leídos, mientras se
conversa, junto a la chimenea.

Por una u otra razón, el llamado de la historia (es menester señalarlo) no fue nunca
percibido inicialmente de una manera directa e ingenua. El estrépito de los acontecimientos
públicos —guerra, crisis, revolución— irrumpió con el siglo XX en la vida de los grupos
particulares. Este impacto no siempre destruyó la ligazón de esos grupos con sus
tradiciones propias.
colectivas no Pero
se apoyó el interés
sobre despertado
la experiencia entonces
concreta quepor lascual
cada grandes
teníacorrientes
de la vida social en
su pequeño mundo particular. Producida la confrontación con la Historia, se construyó
inmediatamente —tanto desde la Derecha como desde la Izquierda — una maquinaria
abstracta, cuyas leyes se pretendió inmediatamente conocer. Entre una nostalgia del pasado
y un abandono a las fuerzas del porvenir, que son dos sentimientos vivenciales, y el
conocimiento positivo de la Historia no existe ninguna relación directa. A esto se debe que
las obras de historia sean consideradas aún como demasiado superficiales o demasiado
técnicas. No suscitan debates apasionados en la opinión LA HISTORIA MARXISTA Y LA
CONSERVADORA 75

intelectual, que permanece indiferente ante ellas, a pesar de los problemas planteados por
nuestra situación en el tiempo. Pero el historiador no supo responder a una inquietud que se
dirigió más bien al filósofo, al político, al sociólogo.
1947
EL COMPROMISO DEL HOMBRE MODERNO 77 ifi

EL COMPROMISO DEL HOMBRE MODERNO CON LA HISTORIA

Actualmente se puede afirmar que no existe una vida privada distinta de la vida pública,
una moral privada indiferente a los casos de conciencia de la moral pública. En toda
Europa, incluida la Unión Soviética, se cuentan por decenas de millones las displaced
persons
reclusión,que
dehan sido arrancadas
exterminio. a supersons
Displaced hábitat es
tradicional,
un términodeportadas
nuevo de anuestra
camposlengua
de trabajo,
francade
internacional. D.P. dicen los anglosajones; decenas de millones; una población comparable
a la de Francia. Reflexionemos sobre la incidencia de este desarraigo de decenas de
millones de hombres sobre los que quedaron, sobre aquellos entre los cuales acampan. En
1940 se cerró la era triunfal inaugurada en 1850 aproximadamente, la única época de la
Historia en que los hombres olvidaron el miedo al hambre. Volvió el hambre, bajo una
forma distinta que en las épocas de las insurrecciones por hambre, bajo una forma que es
tanto más aguda y penosa cuanto que va acompañada de una técnica y de una nostalgia.
Finalmente y sobre todo, se ha consumado definitivamente la politización de la vida
privada, y es éste un hecho de importancia capital. Durante mucho tiempo la vida privada
se había mantenido al abrigo de las arremetidas de lo colectivo. No siempre había sido así.
En las épocas muy alejadas del pasado, los historiadores adivinan una estructura por clases
de
queedad, de sexo,
la familia que relegaenlalafamilia
se convierte célula aelemental
un rangoysecundario.
esencial, laPero
vidaaprivada
partir del
se momento
constituyeen
al
margen de la Historia. Desde entonces, la gran mayoría de las personas quedó ajena a los
mitos colectivos: unas, porque eran iletradas, sin madurez política (como casi todo el
mundo de los obreros antes de la constitución del sindicalismo organizado a fines del siglo
XIX); otras, porque tenían una historia particular que las pi o tegía: la historia de su
familia, de su grupo de relaciones, de su clase. Un empleado de banco podía vivir sin
preocupaciones políticas agudas, sin participar en la vida pública, salvo en una llamarada
de patriotismo con motivo de una amenaza de guerra o en sacrificio militar en caso de
guerra. Pero cualquiera sabe actualmente, por experiencia, que en los ejércitos ni la
sumisión a la disciplina, aunque sea dura, ni la conducta en el combate, aunque sea heroica,
determinan necesariamente el compromiso de las conciencias y los corazones: el soldado es
mucho menos apasionado que el militante. En el siglo XIX habían tenido lugar
convulsiones premonitorias:
parcialidades el escándalo
políticas en el seno Dreyfus,Quiero
de las familias. por ejemplo, que
decir que introdujo
donde anteslas
las personas
se definían por su temperamento, sus afectos, sus hábitos de sensibilidad, pasaron a
caracterizarse más bien por la pertenencia a determinada posición política. Partidarios de
Dreyfus o adversarios de Dreyfus. Más cerca en el tiempo, en familias como la mía, la
Action Francaise y el Surco [Sillonl. Pero esta politización de las costumbres privadas era
aún muy superficial y limitada, limitada a ambientes bastante restringidos. Después de 1940
todos tuvieron que elegir, todos sin ex- \ cepción. Elegir o simular que se elegía, que es lo
mismo, si lo que se busca es caracterizar las costumbres. Había que estar por el Mariscal o
por De Gaulle; por o contra la colaboración; por la resistencia clandestina o por Giraud; por
Londres o por Vichy, o por Argelia. Hasta llegó el momento en que, con más fuerza aun
que la presión contagiosa, la coerción física vino a imponer la elección de un partido. Ante
el reclutamiento para el trabajo, había que partir para Alemania o pasarse a la Resistencia
clandestina o disimularse en algún empleo privilegiado, actitudes bajo las cuales estaban
sobreentendidas más o menos tres tendencias políticas.
78 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

Después de la Liberación, las inculpaciones, denuncias, ejecuciones hay que contarlas por
centenares de miles. Tales cifras implican un monto de pasión política absolutamente nuevo
en la Historia: nuestra gran Revolución resulta minimizada frente a un movimiento tan
denso de intereses o pasiones. Nadie puede permanecer indiferente, aun cuando estén en
juego la cárcel o la ejecución. En el interior de una familia no se trata solamente de las
relaciones
superarlos,privadas:
pero hay la
quepolítica
tomarseintroduce también
el trabajo sus yconflictos.
para ello, no se trataEsyaposible llegar a
del liberalismo,
bastante prescindente, de otrora, dentro del cual, en definitiva, la política no tenía mucha
importancia, porque no comprendía de una manera tota1.1 De hecho, no se trataba ya de
política, en el sentido clásico de la palabra, sino de una invasión monstruosa del hombre
por la Historia. Hemos asistido al desarrollo de este fenómeno en la Francia de los últimos
arios. Pero hay países en los cuales el movimiento de politización de las costumbres había
alcanzado un grado mayor de amplitud y de tensión. En un librito excelente aparecido
recientemente en Estados Unidos de Norteamérica, Pearl Buck hace hablar a una alemana
refugiada en Nueva York, a la que entrevista fielmente. La familia von Pústau vivió hasta
1914 en una mezcla de animosidad familiar y de unidad moral. Quiero decir que los
caracteres, los temperamentos, se enfrentaban sin que entraran en juego las diferencias de
las tradiciones políticas. El liberalismo procedente de la Revolución de
1848 del padre
conflictos. Peroydespués
el conservadurismo
de la derrota,”victoriano” de la
de la inflación, la madre
familiacoexist
enteraían sin grandes
estalla, y estalla en
función de las nuevas oposiciones políticas. Los padres, a pesar de sus antiguas diferencias,
se ponen del lado del nazismo. Una hija, la que relata la historia, se casa con un teórico
socialista. Otra, simpatiza con el conservadurismo

En muchas familias del siglo XIX los hombres eran anticlericales, republicanos y hasta
socialistas, mientras que las mujeres seguían siendo católicas practicantes y realistas. EL
COMPROMISO DEL HOMBRE MODERNO 79

feudal de los junkers. Y este compromiso político pasa a ocupar el primer plano entre las
preocupaciones cotidianas de la vida. Hace imposible la vida en común, exaspera los
resentimientos en los puntos en que, sea como fuese, la antigua unidad se había preservado

oa pesar de lascristiano
demócrata incompatibilidades de temperamentos.
como es rubio o trigueño, gordoHoy día alguien
o flaco, suave oesviolento,
fascista alegre
o socialista
o
triste. El carácter político ha entrado en nuestra estructura. En Francia, hacia 1914 y entre
las dos guerras, las primeras apelaciones de la Historia habían suscitado, según dijimos en
el capítulo precedente, un género literario, el historicismo conservador. Hoy, la invasión
crefinitiva de la Historia ha promoNifdo un género nuevo, el testimonio. Hay que detenerse
en ello un momento, ya que esta aparición del testimonio es el indicio de nuestro
compromiso con la Historia. ¿Qué entendemos, má s exactamente, por ”testimonio”?
Procedamos por eliminación. Los testimonios no son Memorias. Puede decirse que las
Memorias son testimonios de tiempos sin relación directa e imperiosa de la persona privada
con la Historia. Las Memorias son un género que suena a fuera de moda, a envejecido. Un
joven escritor, que leía a uno de sus colegas de mayor edad unas páginas que trasuntaban
intenciones de autobiografía, escuchó la siguiente observación: ”Usted es muy joven para
escribir Memorias”. En la actualidad s ólo escriben memorias los estadistas y los actores.
Caillaux, Poincaré, Paléologe, personas de otro siglo. En cambio, Paul Reynaud vacila en
intitular Memorias una obra que hace veinte arios hubiera llevado precisamente ese título.
Otrora existían ya Memorias de estadistas, alegatos pro domo ante lo que se llamaba
entonces ”el juicio de la Historia”. ¡Pero cuántas personas que manejaban más o menos
bien la pluma comenzaban, en la senectud, a escribir sus recuerdos, sus Memorias, sea para
la posteridad sea para el público contemporáneo! Todavía hoy, editores especializados en el
género se
80 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

ven proponer manuscritos cuidadosamente caligrafiados a la antigua usanza: Memorias


transmitidas de generación en generación durante un siglo y medio algunas veces y cuyos
herederos, súbitamente, intentan publicarlas. Algunas veces estas Memorias conciernen a la
historia particular de una familia; han sido escritas para la instrucción de las generaciones
jóvenes. En los casos más frecuentes, estos manuscritos rememoran aspectos de la vida
política
guerras, tal como los vio
revoluciones, el memorialista,
vida de los Grandes,mezclado en ellos
de la corte, como
etcétera. testigo
Son o comorelatos
en realidad, autor: de
viajes al país de los príncipes, de los estadistas, a zonas de la vida pública. Las Memorias
son, pues, observaciones directas, sea sobre la vida privada, sea sobre la vida pública, pero
nunca sobre la relación entre la vida privada y la vida pública. El hombre de antaño,
digamos para precisar más, el hombre del Antiguo Régimen o del siglo XIX, tenía una vida
pública y una vida privada independientes. El hombre actual, no. El testimonio no es
tampoco el relato de un espectador o el informe de un actor: un relato que se propone ser
exacto, completo, objetivo. Todo documento contemporáneo del suceso no es un
testimonio. Un relato puede ser exacto, preciso, incluso pintoresco; no constituye un
testimonio si no se presenta como el caso particular, ejemplar hasta en su particularidad
extrema, de una manera de ser en determinado momento de la Historia, y en un momento
solamente. Tampoco el reportaje clá sico y el ”viaje” tradicional son producto del
testimonio. Este
los reportajes nologrados.
bien es una evocación pintoresca,
La fórmula para”viaje”
antigua del dar placer, queaessuloautor
paseaba que pretenden
por
costumbres extrañas y paisajes exóticos. El escritor trataba a la vez de descolocar al lector y
de instruirlo. Era algo emparentado con la poesía y la etnología. Pero el viaje dejaba de lado
lo que nosotros juzgamos esencial: la inserción en la Gran Historia —en la nuestra—, no de
colectividades exóticas sino de nuestra existencia en la particuEL COMPROMISO DEL
HOMBRE MODERNO 81

laridad, que es necesario nombrar y desarrollar a la manera de una novela. El ”viaje” da


cuenta fríamente de observaciones directas. El reportaje se contenta con brindar las
particularidades de una existencia, no tanto vivida desde el exterior, como vivida por
simpatía. Tal vez, mediante esta exégesis negativa, se ha adivinado ya qué entendemos por
testimonio. Demos ahora algunos ejemplos. Hay bastante escasez de trabajos en francés.
Quizás Los
espíritu desarraigados
francés de Barrés
hay una tradición figuran entre los
de universalismo antepasados
clásico de este género.
y de preciosismo En(en
literario el el
sentido de una literatura de salón, para gente de mundo, gente que dispone de ocio, no
ligada a las luchas laboriosas de la Historia) que lleva a la interioridad, que aleja del mundo
complicado de las relaciones humanas, hacia el mundo in-
9 tenor, como La Princesa de Cléves o El Gran Meaulnes. El lector burgués de la ciudad se
ha obstinado largo tiempo en pedir a la literatura algo distinto de la toma de conciencia de
la condición humana en la Historia.2

No conozco, entre las producciones que acompañaron nuestras crisis y nuestras guerras
hasta 1939, una obra comparable a los Reprobados de Ernst von Salomon. Este libro
magistral, cuya influencia fue gran-aé—sa generación que en 1940 tenía entre veinticinco y
treinta y cinco años, me parece el arquetipo mismo del testimonio, el primero en fecha,
porque estuvo ligado al advenimiento del nazismo; y el nazismo, junto con el comunismo,
fue la primera manifestación neta de esa politización del hombre que caracteriza nuestra
época. El tema de Reprobados es conocido: es la historia de los jovenes alemanes que,
educados para el combate, quedaron desarmados demasiado rápidamente por la derrota de
1918, arrastraron su nostalgia y su desesperación entre los cuerpos francos armados contra
los Soviets, en el

2 Para decir verdad, este rasgo de nuestra Historia es uno de los caracteres del clasicismo, y
abarrocos,
pesar derománticos,
la importancia, enfatizada
resulta difícil noactualmente, de de
\ver en él una TIlos períodos
nuestras abstractos, francesas.
permanencias realistas,
82 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

exterior; contra los comunistas, en el interior, y finalmente en la rebelión, la brutalidad y el


asesinato: el homicidio de Rathenau. Es el trágico testimonio de un prefascista, no una
exposición de motivos ni una justificación. No es tampoco la explicación analítica de una
actividad política o social. No: ”Ved quién soy y cómo vivo” . Mi ser y mi vida tienen una
justificación, porque vivo y soy en esta Historia que es mi drama, dentro de la cual amo,
sufro, mato yque
la influencia muero. El hechode
la seducción deesta Reprobadospersonal
que conciencia haya sido
de traducido
la Historiadel alemán
ejerció muestra
sobre las
jóvenes generaciones francesas. Una fuerte tradición las mantenía en el retraso: la tradición
precisamente del historicismo conservador. En los ambientes de Action Française
estrictamente ortodoxos había desconfianza respecto de Reprobados. Se sentía, con justa
razón, que emanaba de él cierto olor a fascismo.3 Este freno actuaba aun sobre los que
creían escapar de él. El relato muy conmovedor que R. Brasillach redactó en su prisión,
antes de un juicio cuyo resultado conocía anticipadamente, no da el tono de un testimonio
ante la Historia. Es el drama de una juventud tierna y nostálgica, no es el testimonio de un
fascista francés. Sigue siendo todavía una confesión, un diario íntimo. Contrariamente, en
la obra de David Rousset, El universo concentracionario y Los días de nuestra muerte, nos
encontramos con un testimonio absolutamente auténtico. (Observemos que, con pocas
excepciones, el testimoniante del mundo moderno es, si no un rebelde, por lo menos un
héroe sin pasado,
cristiano. aislado
Esta ruptura no de las antiguas
se cumple tradiciones
sin dejar como undeposo
cultura
de yamargura,
sensibilidad del Occidente
de inquietud. El
hombre que todavía vive en el interior de su historia particular, aun cuando sea sensible a
las pulsaciones de la Historia, experimenta un sentimiento de seguridad o de paz.
3 Cabe preguntarse por qué el fascismo no se desarrolló mejor en la Francia de la década de
1930. Se debe precisamente a que, en los ambientes nacionalistas donde ya estaba
germinando, chocó con la resistencia de la Action Française, que lo sofocó en su cuna. EL
COMPROMISO DEL HOMBRE MODERNO 83

Puede ser vencido; lo es entonces sin inquietud, y ninguna angustia lo empuja a gritar su
testimonio como un llamado.2 La obra de David Rousset no es ni un reportaje ni siquiera
una descripción objetiva de los campos de concentración, cualquiera sea su honestidad.
Algunos podrían objetar que el cuadro es incompleto, que la vida religiosa, en particular,
bajo la forma lo
precisamente de que
inquietud
otorgaya sacrificio,
esta obra suestá ausente.
color Pero su carácter
de testimonio: parcial
no describo enycalidad
lacunario
de es
observador, ni aun desde el interior, lo que yo he visto o todo lo que he visto; lo que
importa es cómo mi vida en ese universo testimonia, mediante su desarrollo cotidiano más
chato, una participación en cierta manera de ser en la Historia. Y esta manera de ser
determina una sensibilidad y una moral esquematizadas hasta la caricatura, pero válidas
pese a ello para un mundo concentracionario. Porque el universo concentracionario no es,
en el fondo, más que una prefiguración apocalíptica del universo de mañana, y la
obligación de vivirlo, en los límites mismos de la vida, me revela mi destino de hombre en
la Historia de hoy. Las ausencias mismas, y en particular la indiferencia completa frente a
la preocupación religiosa y frente a las experiencias con base religiosa, que no pudieron
existir, son significativas de este endurecimiento de la conciencia frente a la revelación de
un mundo nuevo. Toda la antigua moral, heredada en mayor o menor medida del
cristianismo, fundada sobre una noción de salvación personal y de comunión mística,
desaparece frente a una lógica interior que politiza íntegramente la sensibilidad y las
costumbres. Para vivir y hacer vivir este mundo es necesario anular las antiguas reacciones
personales de piedad, de ternura. El médico, en la Revier, no salva un tuberculoso: asegura
la supervivencia de un camarada, no de un amigo, sino de un camarada de su Partido o de
su Nación, porque ese camarada es útil para la existencia del Partido de ambos o de su
Nación, sin lo cual, el médico mismo desaparecería frente a otros partidos, otras naciones o
los alemanes ”verdes” y SS. ¿Nos damos exactamente cuenta de la reprobación que
84 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

en otros tiempos hubieran provocado semejantes proposiciones? Ni siquiera se las hubiera


podido escribir. Por otra parte, esta nueva moral no dejó de suscitar polémicas. Algunos ex
prisioneros protestaron y acusaron: es porque, en el fondo, no pertenecían al Universo
concentra cionario; lo sufrían, como prisioneros y no como aquellos presos políticos
alemanes que habían instalado allí su vida hasta el punto de experimentar cierta molestia
ante la ideade
en función deestos
un retorno al hombres,
últimos mundo delos
losúnicos
hombres libres.auténticos
internos David Rousset
de losda su testimonio
campos, y resulta
curioso que las morales nacidas en ese recipiente cerrado no choquen en mayor medida a la
opinión de los hombres libres. Decenas, centenares, millares de hombres constituyeron,
pues, en el corazón de Occidente, una sociología específica. Pero, aislados de los otros
hombres vivientes, los reclusos recomenzaron la historia desde cero. Así pues, en las
condiciones contingentes de los campos de concentración, el recluso tuvo que abandonar,
como una vestimenta inútil, los antiguos hábitos de las conciencias particulares y de las
morales privadas: tuvo que historizar plenamente su condición. A partir de ese momento, el
universo concentracionario es un reino de utopía, pero vivida efectivamente y dado como
una imagen de la Historia. En David Rousset se testimonia el heroísmo auténtico, pero sin
caballerosidad y sin honor, de esos constructores del universo, figuras del héroe moderno,
consagrado a la Historia.

La literatura inglesa es la que cultiva especialmente el testimonio como un género


importante, de gran tiraje, y hay varias razones para ello. Basta pensar, ante todo, en la
cantidad de hombres que hablan el inglés o lo leen en todo el planeta: además de los grupos
anglosajones que suman más de 200 millones de individuos, está todo el Extremo Oriente.
Al elegir el inglés, un autor se asegura el mayor público que existe en el mundo. EL
COMPROMISO DEL HOMBRE MODERNO 85

Pero es también la lengua de los países donde se busca refugio. Durante el siglo XIX los
expatriados y las víctimas de los cambios de régimen se refugiaban en París. Actualmente
la corriente, más densa, de los exiliados, deja atrás a París, donde la estadía no parece
suficientemente segura, para trasladarse al Nuevo Mundo. Los testimonios más importantes
sobre los movimientos europeos han aparecido en ediciones estadounidenses, a veces con
grandes
de tirajes.
literatura, lo El público
cual de EE.UU.
constituye se importante
un signo interesa, pues, muy
de su particularmente
apertura porPor
a la Historia. estasuclase
parte, los estadounidenses descubren el mundo y, con ingenuidad, se encaminan
directamente no tanto a los grandes estudios exhaustivos, geopolíticos, sino a lo más
auténtico posible, a los testimonios vividos. Quisiera pasar revista a alguno de estos
testimonios. Poco importa, para nuestro propósito, que algunos de estos textos hagan
aparecer la inquietante colaboración del autor... y de un periodista. De hecho, el periodista
no ha hecho más que acentuar mediante sus artificios el carácter que me interesa aislar. El
libro de Kravchenko, Yo elegí la libertad, ha sido traducido al francés. Es típico del género.
El autor relata su vida desde los primeros arios de su infancia, en casa de su padre, un
obrero revolucionario, o su abuelo, un suboficial retirado, respetuoso de Dios y del Zar,
hasta su salida de Rusia como alto funcionario soviético, miembro de una comisión de
compras por el sistema de préstamos y arriendos, y su huida a los hoteles norteamericanos,
donde lo perseguía el agente de la NKVD. Cómo se hizo comunista, miembro del partido,
técnico y alto funcionario del régimen, cómo se fue apartando hasta la ruptura profunda
pero secreta. Su propia vida, hasta los detalles de costumbres más ínfimos, atestigua el
color de la existencia en Rusia soviética, los incidentes cotidianos de la vida privada y de la
pública. Como hacíamos notar unos párrafos antes, a propósito del libro de Pearl Buck y el
de Ernst von Pustau, en Rusia y en la Alemania fascista no existe ya la distinción entre la
vida privada y la pública. La politización de
86 EL TIEMPO DE LA HISTORIA EL COMPROMISO DEL HOMBRE
MODERNO

la vida privada es integral. Y esto es una buena condición para la autenticidad del
testimonio: mi vida cotidiana, mis amistades y mis resentimientos testimonian cierto tipo de
relación entre el hombre y su ciudad. Yo podría, a la manera de los historiadores clásicos,
describir el funcionamiento de las instituciones de mi ciudad. Pero tendría entonces la
impresión de describir
concretas que una cosa
determinaron distinta demis
mi vocación, esos personajes
amigos, concretos,
mis amantes, miesas aventuras
destino. Por el
contrario, os hablaré simplemente de esos personajes, esas aventuras referidas a mi
experiencia particular. No es para instruiros a la manera de un manual sino para poneros
frente a la realidad existencial, para hacer correr en vosotros esa corriente de vida que me
arrastró y me sigue arrastrando, para comunicaros mi destino, porque mi destino no es el de
uno cualquiera y le pertenece exclusivamente a él. No os puede ser indiferente. Mi destino
es una manera especial de actuar en la Historia, que puede ser la vuestra, que tiene que ser
la vuestra. Esta es la razón de que un testimonio no pueda ser nunca objetivo.

En Estados Unidos de Norteamérica el libro de Kravchenko no es caso único. Pienso, sobre


todo, en la hermosa autobiografía de Jan Valtin, Out of the Night [La noche quedó atrás.4
Jan Valtin era un marino de Hamburgo que tenía catorce arios cuando el amotinamiento de
la flota alemana;
especial que perteneció
para la sección marítimaa int
la ernacional,
vez a la marina y al Komintem,
”el frente marítimo”.del cualmuchas
Tuvo fue agente
oportunidades para desligar su vida de hombre de mar de su actividad partidaria. Su mujer
lo impulsaba a ello. Era una burguesa desarraigada, un poco anarquista. Pero él no aceptó la
idea de un destino separado del movimiento revolucionario, de las huelgas, de la
camaradería que se le había hecho indispensable. Fue, en cambio, su mujer la que tuvo que
abandonar su libertad, alienar su independencia, ingre-
4 Este libro fue traducido al francés por Jean-Claude Henriot con el título Sin patria ni
frontera. sar en el Partido para trabajar pronto para él en misiones peligrosas. Pero llegó un
momento en quejan Val tin entró en conflicto con el Partido: fue hecho prisionero por la
Gestapo, la cual, después de tremendas torturas lo libera a cambio de la promesa de que
espiará a sus ex camaradas. Acepta, pero se entiende con el Partido, cuya dirección se ha
replegado a Copenhague, para transmitir informaciones falsas que pudieran inducir en error
a la policía
que alemana. lo
sus compañeros Pero la Gestapo
pongan a salvoretuvo comodeprisionera
sacándolo Alemania, a su esposa.
pero Jan Valtin
el Partido quiere
se niega,
porque esto sería desenmascararlo ante la Gestapo y perder un contacto interesante.
Entonces Valtin se rebela. Es encarcelado por la GPU cuando estaba esperando que un
carguero soviético lo llevara a Rusia. Logra evadirse incendiando la prisión y escapa a
Estados Unidos. Su mujer es ejecutada en Alemania y su hijo desaparece. La historia de Jan
Valtin es simétrica de la de Ernst von Salomon. También él es un reprobado. Sus
antepasados, marinos profesionales también, eran vagamente socialistas, pero esto no tenía
casi importancia. Eran ante todo hombres del oficio, con familias de muchos hijos y
aficionados a los placeres en los burdeles de los puertos. La derrota, el estallido de los
cuadros sociales tradicionales derribaron los abrigos que separaban de la Historia a cada
destino particular. Ernst von Salomon estaba, en 1918, en una escuela de cadetes; Jan
Valtin, en medio de las tripulaciones amotinadas. Tomaron entonces caminos opuestos.
Pero ambos salieron definitivamente del mundo cerrado de familia y la profesión para
entrar en la Historia. Sus vidas, y sus vidas más íntimas, dejaron de consistir, como lo
habían hecho las de sus padres, en generar hijos y practicar una técnica, para convertirse en
un incidir sobre la Historia. Su destino se confundió con el impulso que imprimían al
mundo. A partir de ese momento, su conflicto interior dejó de pertenecer a la trama clásica
de los sentimientos, a la que
EL TIEMPO DE LA HISTORIA

nos han acostumbrado muchos siglos de literatura, de una literatura de hombres al abrigo de
la Historia. En la psicología politizada, los dramas individuales se volvieron dramas
históricos. Sus perturbaciones psíquicas quedan entrelazadas con los movimientos de los
Estados, los partidos, las revoluciones. De ahí su valor como testimonios. Jan Valtin
testimonia el drama de esos reprobados, que pronto se alzaron contra la estructura de un
partido
a ser unaque, de ser una
ortodoxia, unareunión de rebeldes,
administración, unacomo había
policía. De sido
ciertasrcinariamente, había
manera, vivió el pasado
tránsito
desde una conciencia global de la Historia a un sistema, a una técnica, fuera de la vida,
que hemos analizado en el capítulo precedente. Su voz es la de un verdadero
revolucionario, insertado como una curia en un partido que ya no es revolucionario.

Alexandrov era un niño cuando comenzó la Revolución Rusa, un niño hijo de un abogado
de San Petersburgo. Separado de su familia, pasó cerca de un ario con las bandas de niños
que vivían en la ”tierra de nadie”, entre los cosacos y los guardias rojos, viviendo de
pequeños hurtos, de rapiñas, del despojo de soldados muertos. Posteriormente encontró su
familia en Finlandia, pero había dejado de pertenecerle. Su vida entre los niños
abandonados de Rusia lo había desarraigado definitivamente de su ambiente, de su ciudad
particular. Una vez llegado a Finlandia, restituido a la comodidad y el lujo, tuvo la nostalgia
del frío, el hambre
arrastrando consigoyaleljardinero
peligro endemedio de sus
su padre, un camaradas e intentó
jovencito de pasar que
veinte años, a Rusia,
descubierto
en la frontera fue fusilado por los soldados del general Mannerheim. La fractura es
completa y lo marcó para toda la vida, para ese Voyage through Chaos [Viaje a través del
caos], sucesión de aventuras asombrosas que publicó en EE.UU. Como en el caso de Ernst
von Salornon y Jan Valtin, una especie de traumatismo rompió sus ataduras con su pequeña
ciudad particular, sus costumbres y su autonomía, para entregarlo a los vastos movimientos
colectivos. EL COMPROMISO DEL HOMBRE MODERNO 89

Hasta 1938, Alexandrov lleva en el exilio una vida difícil de aventurero, pero sin intentar
refugiarse en una intimidad privada. Vive marginado, como extranjero, de sus camaradas
franceses del liceo de Fontainebleau, donde fracasa después de haberse escapado de una
escuela alemana provisto de un pasaporte griego. Nada lo retiene, sino es, durante un
tiempo, la
conoció enactividad
la Nocheantifascista en Grecia,
de los Cuchillos pero
Largos, enno
la presta su adhesión
Alemania nazi. Paraal vivir,
comunismo, que
perteneció
marginalmente durante cierto tiempo al comunismo, al nazismo, como alguien que se
inscribe en el subsidio de desempleo. Pero su interés está puesto en otra parte, en una
actividad más confusa y más libre. De todas maneras, nunca al abrigo de una condición
apolítica. Su vida se confunde todavía con las pulsaciones de la Historia. En un bar de
Barcelona bombardeada, donde trafica armas por cuenta de un judío refugiado en París,
conoce a la periodista norteamericana con la cual parte para Estados Unidos en 1938: sin
patria y sin partido, pero sin embargo viviendo como un parásito de la política y la acción
política.

He aquí un nuevo tipo, más complejo y conmovedor. Hasta el momento nuestros ejemplos
han sido escogidos entre personas de izquierda, comunistas, antifascistas, o bien entre
revolucionarios de derecha, prefascistas como Ernst von Salomon: siempre reprobados, que
huyen de sus historias particulares a la Historia global. Quienes permanecieron en sus
historias particulares sintieron menos la tragedia de un tiempo al que no estuvieron
inmediata e inicialmente unidos. Sus dramas no tienen la misma virtud de comunicabilidad
histórica que caracteriza al testimonio, puesto que son dramas personales, más bien
indiferentes a los embates externos. Sin embargo, sucede que la necesidad de mantener sus
particularidades los opone bruscamente a las presiones de la Historia. O bien, deben
abandonar su manera de ser tradicional y, sin volver la cabeza atrás sobre su pasado
personal, sin nostalgia y sin recuerdo, se hunden en la Historia como en un país des-
90 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

conocido y sin matices. O bien, insisten y tratan de salvar su herencia, el mundo de ideas,
recuerdos y costumbres que les pertenecen solamente a ellos, insertándose en la gran
Historia: en vez de historizar su historia particular, particularizan la gran Historia, le
restituyen toda la frescura y la diversidad que le faltan a ese monstruo monolítico. Un
ejemplo, un ejemplo admirable, permitirá aprehender mejor esta distinción esencial: el
diario
escueladebenedictina
guerra póstumo de Hugh Dormer,
de Ampleforth, a dondepublicado en Inglaterra
se complacía enpara
en regresar 1947. Educado
rezar en la
junto con
sus hombres, cuando ya vestía el uniforme, Hugh Dormer es un joven oficial como los que
la Academia de Saint-Cyr formaba en Francia, arraigado en su pasado familiar, religioso,
nacional, tal como se desplegaba ante su vista, junto con la tradición militar, la tradición de
su batallón, el 2Q batallón de Guardias Irlandeses. El ejército no es ni una vocación política
ni una ocasión de vivir peligrosamente, ni un deporte. Es una manera de vivir en la rectitud,
en el deber, según las viejas costumbres de Occidente. Estaba en el ejército como en el
último núcleo de resistencia de un mundo en ruinas, que era el suyo propio. Aclara todo
esto rápidamente en una nota en ese diario que escribió para su madre, porque desde el
comienzo sabía que no volvería má s: ”Ideas y principios que nunca habían sido
conmovidos están cuestionados, por primera vez, por el conocimiento científico. Las
tradiciones del ejército, la concordia de las clases y el respeto del hombre por sus
superiores, los culo”.
puestos en ridí valoresLas
religiosos y hasta
tradiciones elército:
del ej carácter sagrado
Hugh de laparece
Dormer familia, son violados
aferrarse a ellasy
mientras todo se hunde. Sin embargo, está impaciente y tiene gusto por la aventura y la
eficacia. Al regresar de Dunkerque, los largos meses de adiestramiento en ”las apacibles
colinas de Inglaterra” exasperan su nec esidad de actividad. Se ofrece para una misión
especial en Francia. Nos preguntamos (el editor inglés, con esa discreción de los británicos,
no dice nada del srcen de su familia, que sin embargo debió ser de vieja cepa) si un
sentimiento más particular todavía no lo atraía EL COMPROMISO DEL HOMBRE
MODERNO 91

hacia Francia, donde otrora se preparaban los misioneros jesuitas de la reconquista. Deseo
que se pueda leer en francés el relato de las dos expediciones que él comandó: la
demolición con dinamita de una destilería de gasolina cerca de Creusot, el descenso en
paracaídas,
Pirineos, la operación,
España, la etapalaenhuida de losSeperros
Lisboa.5 verán de
allípolicía alemanes,deeleficacia,
sus cualidades cruce dedelos
autodominio, de cortesía, su sentido del humor y del ridículo. Pero al regresar a Inglaterra
(es uno de los pocos que escaparon de esa aventura) sus jefes le propusieron una misión
más amplia. No se trata ya de una operación circunscripta, como la destrucción de una
fábrica o de un lugar estratégico, sino de comandar las fuerzas de la resistencia clandestina
francesa en el Oeste, para adiestrarlas y dirigirlas antes del desembarco, que se anuncia
como próximo. La batalla de Francia, con la que el joven oficial soñaba desde Dunkerque,
la librará en la clandestinidad, como francotirador, o según los viejos usos de la guerra,
vistiendo el uniforme británico, en su unidad con el pasado glorioso, al lado de sus
camaradas los guardsmen (dice ”guardsmen como un oficial francés diría ”los cazadores”).
Rehúsa el comando de la clandestinidad para reincorporarse a su rango, entre los guardias
irlandeses, en su batallón, en cuyo seno le gusta descansar entre uno y otro lanzamiento en
paracaídas sobre territorio francés. Esta elección no se produjo sin debates internos. Fue
para él, escribe, ”la encrucijada más importante” de su vida. Inicialmente, hab ía aceptado.
”Una vez más, dado que estas misiones [en Francia] eran absolutamente voluntarias, se me
ofreció la posibilidad de abandonar este trabajo [clandestino] y de reincorporarme a mi
batallón, y por tercera vez tomé la decisión de volver [a Francia], ahora definitivamente.
Cada vez, sin embargo, mi sentimiento me había hecho volver a los Irish Guards, y tanto
más ahora, cuandd la hora del combate se acercaba por fin.
5 Algunos fragmentos han sido publicados como folletín en Temoignage Chrétien.
92 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

”Sin embargo, yo sabía cómo, en abril del año anterior [después de la primera expedición
con lanzamiento en paracaídas], había suspirado por la camaradería del batallón, al cual
volví siempre como a mi hogar.” Hab ía quedado impresionado por la importancia de su
misión, ese mensaje de esperanza llevado más allá de ”ese mundo impenetrable, tan
misterioso y replegado como el de otro planeta”. Y también, porque Hugh Dormer no
puede ser únicamente
tendencia sensible
personal: ”Muy en elafondo
ese llamado de la Historia
de mí mismo, como ely necesita endulzarlo
relato romántico delcon una
cautiverio
de Ricardo I, estaba la idea de que, si seguía con vida en algún lugar de Europa, podría
alguna vez encontrar a Michel Marks”, su antiguo camarada de Oxford, que hab ía sido
dado por desaparecido después de un bombardeo. —”Sentía que era importante mostrar que
nuestra clase no carecía, también ella, del coraje y la fortaleza necesaria, cuando me
encontraba, solo, en medio de una banda de aventureros y de apasionados, de hombres de la
Legión Extranjera, comunistas y análogos. Algunos habían combatido en la Guerra Civil
Española; otros habían sido condenados a muerte por los alemanes en Africa del Norte. Me
parecía una compañía extraña para un Guard”. (Esto se refiere al momento de pasar
clandestinamente de Francia a España). Sabía, sin embargo, que esta guerra no era como la
de los uniformes rojos, la de los guardias de los reyes George, un entretenimiento de
soldados, sino un drama de la Historia: esta guerra es más una cruzada que las Cruzadas
mismas.
nacional ”Combatimos
y a la religión.”con anarquistas
Volvería, pues,conscientes y calculadores,
a Francia. Tal que
fue su primer atacan apero
impulso, la cultura
no se
atuvo a él. ”Antes de atravesar La Mancha por tercera vez decid í reconsiderar las razones
que me habían hecho elegir la clandestinidad, y en el momento preciso en que me habría
reportado la acción y la gloria, retomé el uniforme de los Irish Guards.” ¿Por qué? En
primer lugar, porque el mandar a los franceses corresponde a los franceses. Y también y
sobre todo: EL COMPROMISO DEL HOMBRE MODERNO 93

”Mi deber era permanecer junto a mi propio pueblo, como soldado y como oficial”. ”Estoy
convencido también de que el combate del soldado en su regimiento, con toda la dureza del
servicio y el horror físico del campo de batalla, es una vida más elevada y más difícil que la
de la aventura sin responsabilidad. Algunos de mis camaradas de la clandestinidad, como
había podido advertirlo, no eran de una lealtad rigurosa; algunos habían jugado ya el mismo
juego
Y esa en América
clase de vidadel
es,Sur, en la Legión
considerada en síExtranjera,
misma, muy enegoísta
Españay[hombres
apela máscomo Alexandrov].
al odio del
enemigo que al amor por la propia patria. Una asociación que se propone organizar y
explotar este odio para fines políticos entra por un camino peligroso, moralmente. El
combate de guerrillas genera muchas veces una raza de mercenarios profesionales que
gustan de la guerra y no pueden vivir sino es en una atmósfera de violencia, de perturbación
y de destrucción. ”Otra de las razones que me llevaron a volver a mi regimiento fue el
temor de que se me pidieran actos con los cuales yo no estaría de acuerdo. Conducir bandas
de hombres hambrientos y desesperados detrás de las líneas enemigas durante la invasión,
animado cada uno por un espíritu de venganza contra sus adversarios políticos y sustraído a
mi control, era para mí una pesadilla que obsedía mi futuro. Hasta entonces yo había
emprendido misiones precisas y definidas que compartía íntegramente. Pero asegurar una
misión general, sin objetivo preciso, era otro asunto. La iniciativa de cada uno podía
llevarlo a veces a extrañas decisiones, según el principio insidioso de la guerra total y de
que el fin justifica los medios.” Este hombre joven y deportista, que amaba el peligro,
compartió en los escondrijos del maquis, en los senderos de los Pirineos, la vida de los
desesperados de las revoluciones del mundo moderno. Estuvo junto a hombres semejantes a
Kravchenko, Jan Valtin, Alexandrov, Ernst von Salomon. Sintió la tentación de
comprometer su vida en esa historia dramática que se hacía en España, en América del Sur
y también en el frente de Rusia y el muro del Oeste.
94 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

Si hubiera cedido, por tercera vez, al llamado del continente donde germinaban las fuerzas
oscuras del mundo, hubiera entrado definitivamente en esa vida desconectada del pasado
particular, como regulada por el ritmo de la gran historia colectiva. Resistió. Quiso salvar
su particularidad retornando a su batallón, muriendo con el uniforme de los Guardias, ese
uniforme que significaba la precisión de la regla, la antigüedad de las tradiciones, la
disciplina
antepasadosdelessoldado, y no larecordando,
el que invoca violencia del guerrero. de
a propósito Este
sumundo suyo
decisión, y propio
la divisa de ysudefamilia:
sus
Cio che Dio vuole, io voglio, que cita en italiano. Y esta frase en italiano, a pesar de la
discreción del editor británico, nos retrotrae a la Inglaterra del Renacimiento, evocando
toda una tradición familiar, una historia particular, que Hugh Dormer preservaba en el
combate militar, clásico, bajo el uniforme tradicional. Sabía, empero, que las condiciones
de la guerra habían perdido su antiguo cará cter caballeresco: ”Yo enfrentaba la aventura”,
escribía en el frente de Normandía, la ví spera de su muerte, ”con una sobria decisión,
sabiendo, como lo sentía y sabía, que la guerra moderna y blindada es el infierno, el
infierno total y ninguna otra cosa, sin nobleza y sin belleza, sino solamente con el temor
humillante”. Pero su destino reconciliaba la oposici ón de su historia particular y la gran
Historia. Mediante su participación en ese combate, elegido de acuerdo al estilo que lo
reconectaba con las costumbres tradicionales de su raza, despojaba a la Historia de su
masividad. La despojaba
pasado particular, haciendo
el de sus penetrar
costumbres enotra,
y, por ella, sacra
por una parte, toda
lizándola. la diversidad
Al leerlo, de su
se presiente,
más allá del conflicto entre el devenir histórico y las inercias de las singularidades vividas,
la huella de una misteriosa unidad. El testimonio de Hugh Dormer es muy importante,
porque atestigua sobre la manera de vivir plenamente el presente masivo, conservando a la
vez las adhesiones a las diversidades del pasado; salvando a la vez su ser de la EL
COMPROMISO DEL HOMBRE MODERNO 95

politización del mundo moderno. Pero es también característico de la forma de debate que
asumen actualmente los casos de conciencia, aun allí donde subsiste una vida interior
refractaria a dejarse reducir a la Historia.

Estos pocos ejemplos deben bastar para precisar qué entendemos por testimonio, sin que
sea necesario insistir
simultáneamente, unaenexistencia
ello. Digamos tan íntimamente
personal sólo, para concluir,
ligada aque el testimonio
la Historia es
y un momento
de la Historia aprehendido en su relación con una existencia particular. El compromiso en
la Historia es tal, que no queda ya autonomía ni idea de autonomía, sino el sentimiento muy
agudo de una coincidencia o de una incompatibilidad entre el destino personal y el devenir
de la propia época. A esto se debe que el testimonio no sea el frío relato de un observador
que registra los hechos, sino una comunicación, un esfuerzo apasionado por transmitir a los
demás, que contribuyen a la Historia, la propia emoción respecto de ésta. Hace pensar en la
necesidad de confidencia del hombre sacudido por un gran dolor o una gran alegría, o
atenaceado por la angustia. Y en esta comunicación a los demás no se trata de una
demostración teórica sino de hacer pasar verdaderamente la propia vida a las de los demás,
de refractarla en ellas, y no solamente las propias ideas dogmáticas sobre la sociedad o el
Estado o Dios, sino la propia manera de ser, tal como se ha formado en el seno de una
cultura. Esta es la razón de que el testimonio sea un acto propiamente histórico. Ignora la
fría objetividad del sabio que calcula y que explica. Se sitúa en el encuentro de una vida
particular e interior, irreductible a cualquier término medio, rebelde a toda generalización, y
de los impulsos colectivos del mundo social.
1948
LA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA 97 IV

LA ACTITUD ANTE LA HISTORIA: EN LA EDAD MEDIA

Las ciencias, nacidas en el siglo XIX, recibieron en el momento de su bautismo, apelativos


eruditos: biología, fisiología, entomología..., o nombres tradicionales, pero desviados de su
sentido primitivo, como la química o la física. Dos términos antiguos han conservado su
actualidad en la la
conocimientos: teoría moderna,
Historia y designan elEnmás
y la Matemática. concreto
el caso de la ymatemática
el más abstracto de los
esta permanencia
se explica por sí misma. ¿Pero la Historia? Nació verdaderamente en el siglo XIX, con sus
métodos, sus principios, y apareció entonces sin ningú n parentesco con las ”historias” del
pasado, que subsistieron solamente como géneros literarios, obras de arte, o como materia
prima, como fuente documental. ¡El historiador se sentía más cercano del biólogo que de
Mézeray! Era un hombre nuevo, y sin embargo retuvo su designación antigua, a pesar del
equívoco del que nunca pudo desembarazarse completamente. Es así como actualmente se
llama Historia a una ciencia moderna y un género literario venerable. ¿A qué se debe? A
que la preocupación de conservar la memoria de los nombres y de los acontecimientos es
un rasgo sumamente importante de nuestra cultura, lo que impide que el nombre se haya
desgastado. Quizás no nos damos cuenta suficientemente de la srcinalidad de nuestro
sentimiento histórico, tal vez por la falta de término de comparación. Pero pensemos en el
vasto mundo
Historia. Fue de la India,laque
necesaria hastadelalos
llegada conquista inglesa
europeos desarrolló
para que su cultura
se intentara fuera de
reconstruir unala
”historia” india. El europeo del siglo XX no puede admitir un espacio sin historia. Por
doquiera transitó, ha sido creador de Historia. Pero lo que yo querría subrayar aquí son los
problemas de cronología entre los que se debaten los especialistas contemporáneos t.r
historia india. Si nuestras sociedades de Occidente hubieran sido igualmente indiferentes,
los historiadores modernos habrían encontrado los mismos obstáculos que los orientalistas.
Su ciencia actual es tributaria del enorme acervo de documentos acumulados por la
curiosidad de nuestros antepasados. Curiosidad aberrante, crédula, ingenua..., pero basta
que haya existido, y esta curiosidad, por lo menos llevada a tal grado, no es un rasgo común
de la especie humana. Podemos interrogarnos sobre su srcen. Tema grandioso, que aquí
nos contentaremos con revisar someramente. Hemos señalado que existen pueblos sin
historia: antes del descubrimiento de la escritura, toda la prehistoria; después de la
escritura, En
evidente. todoelelseno
mundo indogangético.
de los Pero hayenotra
pueblos con historia, observación
nuestro quenarrador
Occidente hacer, menos
y analístico,
pueblos importantes vivieron, si no totalmente carentes de historia, por lo menos muy lejos
de la Historia. Tal es el caso de las sociedades rurales hasta mediados del siglo XIX. Vivían
en el folclore, es decir, en la permanencia y en la repetición; permanencia de los mismos
mitos, las mismas leyendas, transmitidas sin alteraciones, por lo menos conscientes, a
través de las generaciones; repeticiones de los mismos ritos, en el curso del ciclo de
ceremonias anuales. Sin querer prejuzgar sobre la filiación de los temas, hay que admitir
que las sociedades con folclore continuaban las sociedades anteriores a la historia: eran
indiferentes a los episodios ajenos a sus mitos, y si se veían forzadas a admitirlos, se
apresuraban a incorporarlos inmediatamente a su materia legendaria. Rechazaban la
Historia, porque la Historia, para ellas, era el hombre o el acontecimiento, imprevisto,
inesperado y que no volvería a aparecer nuevamente. La Historia se oponía entonces a la
costumbre. Es así como el mundo de las costumbres vivió largo tiempo al margen de la
Historia. La Historia aparece, pues, srcinariamente, en la medida en que está separada del
mito atemporal, como asunto de príncipes y escribas, en el momento en que se constituyen
los Estados por encima de las comunidades rurales reguladas por la costumbre.
98 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

Estos Estados se organizaban alrededor del príncipe, caudillo en la guerra, y del escriba que
fija la escritura. La vida de los primeros imperios está hecha de acontecimientos
extraordinarios, únicos en su género: batallas ganadas, conquistas hechas al enemigo,
construcción de ciudades, templos y palacios, cosas todas de las que conviene conservar el
recuerdo, porque, acontecidas una sola vez, sin el apoyo de la repetición caerían pronto en
el olvido, ysobre
inscribir porque su recuerdo
la piedra garantiza
inalterable, el papiros
sobre renombre del príncipe
o sobre tablillasy que
del imperio. Hayenque
tal Ramsés, tal
ario de su reinado y no en otro, atravesó este mar, derrotó este enemigo, hizo estos
prisioneros. Y esos hechos excepcionales tendrán que ser conocidos y celebrados por
siempre. Es así como la Historia cumple respecto de las sociedades políticas la misma
función que el mito respecto de las sociedades rurales: así como el mito se dice, la historia
se relata, asegurando mediante la palabra la vida de las cosas. Pero al mito se lo repite, en
tanto que a la Historia solamente se la recuerda. A partir de aquí se comprende mejor la
vocación política de la Historia y por qué la Historia quedó tanto tiempo apegada a los
temas políticos, a los relatos de guerras y de conquistas, desde los primeros relatos
faraónicos hasta el siglo XIX, durante varios milenios. En efecto; hay que preguntarse con
asombro por qué fue necesario aguardar al siglo pasado para que la Historia atravesara el
tejido de los acontecimientos superficiales y se apegase al hombre en sus costumbres e
instituciones
de la palabra,cotidianas. Por debajo
estaba la espesa del Estado
estructura de las ycomunidades
sus ”revoluciones”, en el
familiares, sentido
rurales antiguo
y urbanas.
Por debajo de la Historia del Estado, sucesión de acontecimientos extraordinarios y difíciles
de recordar, estaba la masa de refranes, cuentos, leyendas, ceremonias rituales. Si se quiere,
y para decirlo de manera rápida, por debajo de la Historia estaba el Folclore. Es notable
comprobar que la Historia dejó de ser meraLA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA
99

mente política para penetrar de manera más profunda en nuestra actividad y en nuestro
interés más o menos para la época en que el Folclore desaparece ante la invasión de las
técnicas. La Historia pasa a ocupar el lugar de la Fábula para convertirse muy exactamente
en el mito del mundo moderno.

En realidad,
Fábula, y esto
porque son es
lasmuy evidente,
mismas la oposición
personas no esya
las que viven tanentajante entre ya
la Historia la Historia y la
en la Fábula.
Esto vale para la Edad Media épica, y volveremos a encontrarlo de inmediato. Esto vale
también para la Grecia clásica, fuera de sus aportes nuevos, destinados a caracterizar hasta
nuestros días a la Historia como género literario: lo novelesco y lo moral. Tomemos como
ejemplo el viaje de Herodoto a Egipto. Es un buen ejemplo de la curiosidad del hombre de
Occidente, del griego-latino; curiosidad de viajero, siempre despierta, que versa tanto sobre
la geografía como sobre la historia, y de la cual el sabio moderno puede espigar muy ricos
materiales. Herodoto es en primer lugar un turista, a veces apurado, que refiere por igual los
cuentos de los guías y sus observaciones propias, pero que sabe resaltar, de pasada, las
cosas que lo asombran, es decir las que señalan una diferencia entre las maneras de vivir
del país que visita y los hábitos de su raza. Le asombra que en Egipto los hombres orinen
arrodillados y las mujeres paradas. Tiene, pues, ese sentimiento exacto de la particularidad
que constituye propiamente el sentimiento moderno de la Historia, opuesto a la manera
narrativa político-literaria que es la de la tradición clásica. Pero sería errar si se sacasen
demasiado rápido conclusiones. En Herodoto nos impresiona esta particularidad porque,
por una parte, es rara en los textos antiguos y, por la otra, nosotros, los modernos, la
escudriñamos lupa en mano; es, por así decirlo, nuestra presa predilecta. Mas de ninguna
manera es lo esencial de la obra, ni mucho menos. Basta observar que no está ausente, que
jamás está ausente. El gusto por la observación y por el
100 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

detalle típico se abre camino aquí y allá, facilitando el trabajo de los historiadores
modernos, que no siempre cuentan con este recurso en las otras culturas no mediterráneas,
donde el texto escrito no les aporta nada, o donde están reducidos a las lecciones
fragmentarias de la arqueología. Es necesario hacer esta reserva antes de mostrar cómo,
inmediatamente, el autor antiguo, el autor clásico especialmente, vuelve las espaldas a la
particularidad. La abandona
abandona. En Herodoto, en su relato, pero
la particularidad no logra
se refugia suprimirla
en el por completo.
detalle anecdótico La
y ocasional,
cuando no es demasiado importante. No bien llegamos al ser esencial del hombre, la
preocupación histórica por la particularidad desaparece. El escritor, por el contrario, se
esfuerza por reducir los elementos extraños, por helenizar a Egipto. No sospecha que
puedan existir entre los dos tipos de humanidad diferencias fundamentales. Ha observado
ciertamente las curiosidades, pero no ha visto las diferencias esenciales de cultura, ni en el
espacio ni en el tiempo. La religión nilótica pierde su colorido propio y se viste a la manera
griega. Isis y Osiris se confunden con Deméter y Dionisos. Se supone que los sacerdotes de
Menfis disertan largamente sobre el rapto de Helena. Los milenios de historia de Egipto se
comprimen: no hay diferencia entre Keops y Kefrén, los faraones del Antiguo Imperio y el
Amasis del siglo VI. La historia ingresa entonces en la senda clásica de la universalidad y
la constancia del tipo humano. Adquiere entonces un valor de entretenimiento y de
edificación. Herodoto
Fábula escrita; está todavía
la no escrita muy lejos de la oralmente
sigue transmitiéndose fábula. Es hasta
la bisagra entre
el siglo la Historia
XIX. y la
Pero sería
un error suponer que Herodoto carece de espíritu crítico. Sabe perfectamente que lo que
relata es a veces una tonterí a: ”Esto me parece increíble”, pero igualmente lo relata, porque
lo que cuenta lo divierte. Por ejemplo, su cuento de las serpientes aladas no es más egipcio
que griego: basta que sea maravilloso. La Historia se convierte en un almacén pintoresco de
anécdotas novelescas, sin color local, pero entretenidas. LA HISTORIA EN LA EDAD
MEDIA 101

Anécdotas novelescas, pero también lecciones morales. Entre los diversos períodos de la
cronología egipcia, Hero doto no encuentra otras diferencias que las que surgen de la
prosperidad que recompensa a los buenos y de la miseria que castiga a los malvados. La
historia se convierte en una colección de moralejas. Entonces deja de considerársela como
un despliegue continuo
excepcionales emergen de de la
unaexistencia.
especie deSólo algunosdehechos
oscuridad, y algunos
la nada, héroes de tiempo y
sin indicación
lugar. Tales casos excepcionales son extrapolados del tiempo. No son más que el Hombre,
porque ilustran una constante de la naturaleza humana: el orgullo en la adversidad, la
desmesura en el éxito, el desastre que acarrean las pasiones, etcétera, y la Historia se vuelve
afín a los géneros literarios clásicos. O bien los casos son el pretexto para una moraleja más
chata, y, como sucede frecuentemente en Herodoto, la Historia se desliza hacia el cuento, y
nos encontramos otra vez en el plano de lo novelesco. A pesar de todo esto, si la historia
subsiste no obstante esta doble tentación de lo moral y de lo novelesco, ello se debe a que, a
pesar de la preocupación peculiar del humanismo universal, persiste un gusto por la
observación en el presente y a través del pasado, gusto que es más familiar al Mediterráneo
clásico que a las culturas de la India.

Si san Agustín, junto con san Jerónimo, ha sido uno de los maestros más escuchados y más
populares de la Edad Media, desde el siglo XI al XIV, ello fue gracias a La ciudad de Dios;
existen más de 500 manuscritos en las bibliotecas de Europa y fue uno de los primeros
libros impresos. No cabe duda de que esta obra inspiró el pensamiento y la sensibilidad
medievales. Y sucede que La ciudad es una filosofía de la Historia, la primera que se
concibió y escribió. La observación tiene una gran importancia: la Edad Media se inaugura
con un intento de interpretar la evolución de la humanidad en su conjunto, y seguirá
siempre marcada por esta visión histórica del mundo, desconocida para la Ciudad Antigua.
Pero, si La ciudad de Dios constituye indudablemente
102 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

una fecha capital en la historia de la Historia, y en la historia de las filosofías de la Historia


¿será porque anuncia la oposición ya manifiesta de la Cristiandad medieval y del
Paganismo romano? Una observación superficial inclinaría a admitir un cristianismo ya
situado en la Historia y una Antigüedad que en bloque está ya fuera de la Historia. La
literatura histórica griega retorna temas de amplificación poética, de demostración política,
de edificación
indiferencia demoral. No conoció
Herodoto respecto eldesentimiento de la
la inmensidad deDuración: nadaegipcia.
la cronología más evidente que la
San Agustín,
en cambio, abraza la totalidad del devenir humano para explicarlo mediante algunas
concepciones filosóficas generales acerca de la acción de Dios sobre el mundo por medio
de su Providencia. De san Agustín a Bossuet la distancia no es larga. Y sin embargo, el
sentimiento histórico de san Agustín, por nuevo y revolucionario que parezca comparado
con el pensamiento antiguo, hunde todavía sus raíces en la tradición de Roma. No es, en
efecto, una casualidad que el primer ensayo de filosofía de la historia viera la luz a
comienzos del siglo V, en el mundo latino espantado por la noticia del saqueo de Roma por
Alarico. No es seguro que en ese momento, aun el paganismo tradicional —por lo menos el
paganismo de tradición romana— no haya sido despertado para el sentido de la Historia, tal
como san Agustín lo concibe. El gran interés que La ciudad de Dios tiene para nosotros
consiste en que permite comparar dos Historias, la una vuelta hacia el Pasado —el mito

historias—son,
romano ; la por
otra,cierto,
hacia diferentes, —lase
el Porvenirpero revelación de Dios
oponen menos deen
lo el
quemundo —. Las nos
san Agustín dosquiere
hacer creer, en la medida en que ambas son una Historia. Si La ciudad de Dios es la
primera de las filosofías providencialistas de la Historia, es también una de las últimas
especulaciones sobre la perduración de Roma y de su Imperio. Que Roma tuvo siempre la
preocupación por su perduraLA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA 103

ción, con una inquietud y una insistencia desconocida para las ciudades griegas, lo
sabemos, en particular gracias al librito de Jean Hubeaux Los grandes mitos de Roma. De
hecho, según este autor, hay un único mito central, que inspira a todos los demás: la
duración de Roma. En su libro, Jean Hubeaux sigue las distintas respuestas que los
romanos, en el transcurso de su historia, desde Ennio, desde los primeros analistas, hasta
san Agustín, dieron a esta temible pregunta: ¿Cuánto tiempo han concedido los dioses a
Roma?
las ¿Ensequé
épocas, momento
vacilaba deuna
entre estecronología
tiempo tanbreve,
exactamente medido
que contaba pornos encontramos?
arios de arios; unaSegún
cronología intermedia, por años de siglos, y una cronología larga, que en Cicerón llegaba
hasta el ario astronómico. Sin embargo, las interpretaciones más optimistas, como la de
los poetas oficiales de Augusto, no llegaban a descartar por completo la amenaza de un fin
de Roma, no por efecto de esa decadencia metafísica que en el ciclo de los moralistas
griegos seguía siempre a los períodos afortunados, sino el fin que un cálculo cronológico
puede determinar, el fin anunciado de la historia romana. Resulta curioso comprobar que el
mismo Augusto, que hacía prometer a los Eneidas por boca de la Sibila un imperium sine
fine, ordenó secuestrar 2000 ejemplares de una especie de literatura clandestina, sin duda de
procedencia judía, que especulaba con el fin de Roma. Tres siglos después, en época de san
Agustín, el general que defendía a Roma amenazada por Alarico, repetía el mismo gesto,
pero con la diferencia de que esta vez no actuaba contra una literatura clandestina: Estilicón
hizo quemar los libros sibilinos oficiales, que se conservaban en el Capitolio desde la época
republicana, por temor de que se los interpretara en el sentido de que había llegado el fin
de Roma, puesto que ésta se aproximaba a la edad crítica de
1200 arios, es decir, a su primer ario de siglos. El saqueo de Roma por Alarico vino a
exacerbar esta inquietud milenaria. La ciudad de Dios fue escrita por san Agustín para
defender al cristianismo de la acusación de ser el instrumento del fin de Roma, y también
para descalificar la idea de que el fin de Roma sería también el fin
104 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

del mundo, y consiguientemente el fin de la Iglesia de Cristo. Por lo demás, los cristianos
sentían la tentación de aplicar a la propia historia el cómputo habitual de la historia
romana, basado en la aparición a Rómulo de 12 buitres, los cuales anunciaban cada uno la
duración de un ario, concedida a Roma. ¿Pero qué ario? San Agustín denuncia una
creencia, difundida por los círculos paganos vinculados con Juliano el Apóstata, según la
cual
Cristosandurante
Pedro 367
habría apelado
arios, a ciertas los
transcurridos prácticas
cuales,mágicas
el culto para hacerabruptamente.
cesaría adorar el nombre
El de
cristianismo duraría un año de arios, duración crítica que Roma alcanzó una primera vez
con Camilo, el segundo Rómulo; una segunda vez con Augusto, el tercer Rómulo, quien
celebró los Juegos Seculares que conmemoraban la renovatio mágica de la edad de Roma.
Es curioso que a la Iglesia se le concediera la duración que la cronología corta otorgaba a
Roma. Pero esta opinión extraña tenía sus partidarios. San Agustín tiene que esforzarse
para demostrar que los 365 arios han pasado, que la Iglesia vive siempre, incluso
incrementada por el número de los vacilantes que, dice, ”habían sido retenidos por el temor
de ver cumplirse esta supuesta predicción, pero se decidieron a abrazar la fe cristiana
cuando vieron que el número 365 había quedado atrás”. La importancia y la pervivencia de
estas especulaciones cronológicas no son solamente sugerentes. Suponen una conciencia
muy viva de una historia romana que tenía un comienzo, continuaba sin hiatos y tenía un
fin quedeeralanecesario
Roma establecer,
misma manra como seporque era más
hablará muy importante para
tarde del fin deltodos.
mundo.SeEs
habla del fin de
imposible
hablar de la misma manera sobre el fin de Atenas, de Esparta o de Corinto, y con mayor
razón, del fin de Grecia. Esta observación me parece esencial sobre las actitudes frente al
tiempo. Tiende a situar la articulación del mundo moderno (considerado como histórico) y
el mundo más antiguo (ajeno a la Historia) no entre Roma y la Edad Media, sino entre
Roma y Grecia, incluida la helenística. En La ciudad de Dios san Agustín habla como
cristiano inspirado por la LA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA 105

Biblia, pero también como romano, habituado a vivir en un tiempo continuo, amenazado
por la catástrofe final. Para ser más exactos, habría que profundizar el análisis. No es éste el
lugar. Contentémonos con completar esta comparación entre el fin de Roma y el fin del
Mundo, mediante la oposición entre las sensibilidades religiosas de los cristianos de
Occidente ya anexar
occidental de Oriente. Dos Antigua
la Roma observaciones solamente.
a la tradición La primera
cristiana: es la tendencia
las predicciones de la Sibila, el
papel de Virgilio en la Divina comedia. En Constantinopla, en cambio, y a pesar de la alta
cultura humanística del clero, los mitos griegos no penetran en la ortodoxia. Más aun, por
influencia del monaquismo, ésta es conquistada poco a poco por un rigorismo ascético que
acentúa la oposición entre Dios y el mundo. La ortodoxia está independizada de los mitos
griegos u orientales que la’ hab ían precedido en una medida mucho mayor de lo que está el
catolicismo respecto de las supervivencias antiguas Segunda observación. Es un error
hablar de la inmovilidad de la ortodoxia. Esta tiene una vida complicada y variada. Sin
embargo, aunque no sea exacto hablar de inmovilidad, lo que se siente confusamente y se
trata de expresar con este término es que la palabra Historia no tiene la misma densidad en
la ortodoxia y en el catolicismo. La ortodoxia tiene una historia, una historia empírica, que
no ostenta para ella un valor esencial. Por el contrario, la Historia es un elemento
fundamental de la espiritualidad de la Iglesia romana. En la inmensa literatura patrística,
aunque existen voluminosos tratados de Historia escritos en griego, la primera filosofía de
la Historia se debe a un latino, san Agustín. El catolicismo y la ortodoxia, pues, han
seguido dos caminos diferentes, y lo que los separó fue sobre todo la historicidad, la
concepción de una Iglesia que prolonga en la Historia la obra de Cristo. ¿Es posible no
ceder a la tentación de retrotraer esta diferencia de sensibilidad ante el tiempo a la
oposición en lo que respecta a la Historia entre Roma y el helenismo?
106 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

De todas maneras sigue siendo verdad que la Antigüedad clásica no experimentó la


preocupación existencial respecto de la Historia. No vive en una historia continua que vaya
desde los orígenes hasta los días del Presente. Segmenta en la duración zonas privilegiadas
cuyo conocimiento es útil: los mitos sagrados de los orígenes o bien los episodios que se
prestan a la amplificación moral y a la controversia política sobre la mejor forma de
gobierno. Fuera
como si nada de esas
hubiera zonas privilegiadas
sucedido y discontinuas
en el intervalo, o solamente se extiende
cosas una noche abstracta,
sin importancia. La
Antigüedad clásica, salvo en Roma, en la medida limitada en que escapaba a la influencia
helenística, no experimentó la necesidad de continuidad que une el hombre presente a la
c-dena del tiempo, a partir del srcen. La idea de una dependencia estrecha entre el hombre
y la Historia constituye precisamente el aporte del cristianismo Siempre se podía si alguien
se tomaba el trabajo, reencontrar las verdades cristianas antes del cristianismo, en la
sabiduría antigua. Pero no se había conocido todavía ese desarrollo histórico de lo sagrado
en la duración que se extiende desde los orígenes (que por otra parte habían permanecido
en el estado de mitos aislados, destemporalizados) hasta el nacimiento de Cristo; un día
del reinado de César Augusto, en el que Herodes era tetrarca de Galilea. Y la vida de Cristo
se convirtió, bajo la plena luz de la Historia, en el acontecimiento central del orden
sobrenatural cristiano: la Redención y el advenimiento de una nueva humanidad
regenerada,
vida cristianaenselaconecta
cual la Iglesia
con estamantiene la historia.
grandiosa presenciaNada
del Espíritu. Cadaque
más curioso momento de lade
el esfuerzo
los historiadores modernistas y criticistas por encontrar bajo las apariencias del cristianismo
primitivo las huellas de mitos más antiguos: en cada caso concreto tienen que despojar al
signo cristiano de su carácter histórico. El cristianismo puede estar hecho de mitos, pero
entonces se trata de mitos históricos. La historicidad dominaba todavía más, durante la
época del Medioevo, en el cristianismo latino. Se atenuó un LA HISTORIA EN LA EDAD
MEDIA 107

ipoco posteriormente, en provecho de un dogmatismo y de un moralismo. Esta evolución


hacia el moralismo se produjo en dos etapas principales: la primera, mediante el tomismo
del siglo XIII; la otra, mucho más importante, con el Concilio de Trento. Todavía hoy, los
sermones de los predicadores mediocres nos presentan con demasiada frecuencia, con sus
temas retrasados,
moral, determinadasla figura de laLos
prácticas. devoción burguesa
sacerdotes de finesles
demócratas delsuman
siglo XIX: un dogma,
los análisis una
sociales
más atrevidos. Casi nunca está en juego una historia. La Historia se tomó una revancha
diabólica comprometiendo a la democracia cristiana en una carrera loca tras el tiempo
perdido, y esta vez, perdido por completo. La democracia cristiana cree reencontrar la
Historia bajo las apariencias abusivas del Progreso. Pero, en la Edad Media, la teología
catequística no había oscurecido todavía, a los ojos de las masas de los fieles, esta
perspectiva histórica de la acción de Dios y de su Iglesia, mantenida a todo lo largo de la
duración. El gusto por la interpretación simbólica tendía más bien a doblar la historia de los
acontecimientos naturales mediante una historia de los signos místicos sobreentendidos.
Esta perspectiva histórico-teológica sigue siempre viviente, pero, olvidada por los fieles,
hay que reconstruirla descifrando, con la ayuda de los arqueólogos, las figuras de piedra y
de vidrio de nuestras iglesias de los siglos XII al XIV. En ellas reencontramos, con
emoción, la maravillosa historia del Mundo que impregnaba entonces a los cristianos. Su
catecismo iconográfico unía sus vidas presentes con la cadena de los tiempos: una serie sin
hiatos retrotraía desde el último obispo, desde el santo cuyas reliquias se veneraban, hasta
el primer hombre, pasando por los actos de la Iglesia y de los dos Testamentos desplegados
sobre los muros y los vitrales. Porque —y ésta es la lección de la iconografía gótica — la
Historia sagrada no se detiene ni en Pentecostés ni en los primeros apóstoles, sino que esta
historia, que prosigue sin interrupción desde la creación del mundo, es relevada por la
Historia, siempre abierta, de la Iglesia. Los obispos, los apóstoles, los patriarcas: esta fi-
108 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

liación se repite sin cesar en los temas iconográficos, como también la correspondencia de
Cristo con el primer Adán, de la Iglesia con la Sinagoga. Los vitrales de la catedral de
Reims representan a los apóstoles portando sobre sus hombros a los patriarcas, mientras
que por encima, o a los lados, se suceden los obispos con sus iglesias, los reyes con la
espada y la corona. En los muros de las iglesias intuimos la piedad medieval mejor que en
una teología
prácticas erudita; locales.
demasiado o también mejor
Ahora queesta
bien; en una pintura
piedad popular,
es ante pero
todo el consagrada
respeto devotoade una
historia. A lo sobrenatural histórico, a los mitos estacionales de un paganismo agrario, la
piedad cristiana agrega un sentido sagrado de la Historia: in illo tempore. Toda la vida
medieval se basaba sobre el precedente histórico, el recuerdo del pasado: sólo vale lo que
ya tuvo lugar alguna vez; una infracción a los usos antiguos es una novedad peligrosa.
Ninguna sociedad ligó jamás hasta tal punto su condición presente a la idea que se hacía de
su pasado. Y sin embargo, este mundo vuelto hacia atrás de tal manera no conoció una
historia literaria como la de Tucídides o la de Tácito, como este helenismo, donde la vida
cotidiana no tenía raíces históricas tan poderosas. Chocamos otra vez con la ambigüedad de
la palabra ”historia”, que designa a la vez un conocimiento positivo y un sentimiento
existencial del Pasado. Conocimiento positivo: tal es el caso de los historiadores moralistas
de la Antigüedad y el de los historiadores científicos de fines de los siglos XIX y XX.
Aunque
técnicos,sucarece
reconstrucción científica
del ”aire de seaSentimiento
la época”. todo lo exacta que les permiten
existencial susesinstrumentos
del pasado: el caso de la
Edad Media, que asignaba una importancia vital al recuerdo, aunque lo deformara
inmediatamente. Pero es también el caso, en la actualidad, de las pequeñas comunidades
elementales, cuando se las aprehende antes de su inserción en una estructura más compleja
y más abstracta. Estas comunidades se colocan por sí mismas en el tiempo, en un tiempo
inmediatamente deformado. Podemos experimentar este LA HISTORIA EN LA EDAD
MEDIA 109

sentimiento en nuestras familias, en la conciencia que tienen de su propia historia. Existe la


Genealogía, que tiene un elemento de saber positivo. Pero es un documento cuasi científico,
que entra en juego solamente en los momentos, muy espaciados, en que se lo consulta.
Junto a la Genealogía está la tradición transmitida oralmente, a migajas, por los viejos a los
jóvenes,
de de los mayores
las asociaciones a losde
de ideas, menores, desordenadamente,
los recuerdos suscitados. Esenunfunción
acervo de
de las circunstancias,
anécdotas, de
retratos, de relatos, fechados vagamente por generaciones o por referencia a algún gran
acontecimiento histórico, como la Revolución de 1870. Pero este acervo no es, a pesar de
ello, incoherente: aunque nunca esté concentrado en un todo, tiene una unidad profunda,
constituida por el presente vivido. Porque esta Historia familiar no se distingue de la
existencia familiar. Ninguno de los miembros de la familia toma conciencia de ella en
cuanto historia, en el sentido en que se dice que hay una Historia de Francia. A ello se debe
que sea tan poco frecuente el intento de redactarla. En cambio, forma parte del tejido de la
vida familiar. No hay vida familiar sin este deslizamiento dej cada instante hacia el
recuerdo. Pero esta piedad respecto del Pasado nunca es una reconstitución objetiva. Por
más de cerca que se descienda, la memoria es siempre legendaria, y personas excelentes,
conocidas por su buena fe, son las primeras en forjar, sin advertirlo, pequeños fraudes
históricos que acomodan los hechos según el espíritu de la leyenda. No de otra manera
actuaban los venerables falsificadores que fueron autores de la Donación de Constantino o
de las falsas Decretales. En efecto; la manera como cada familia construye
espontáneamente su historia (tal como lo podemos experimentar actualmente) es un modo
de memoria colectiva muy cercano de la noción medieval del Tiempo; retiene a la vez su
emoción, imprecisión, ilusión. Sin duda, la referencia a un pasado legendario existió
siempre en las familias organizadas. Pero era entonces un srcen mítico, más que una
tradición continua, un antaño desplazado hacia atrás, más que un ayer o un anteayer.
110 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

Hay que admitirlo: la Edad Media trajo una manera nueva de vivir el Tiempo, que se
desgastó luego en las estructuras sociales más complejas, pero subsistió como una
condición de la existencia familiar. Tradición, costumbre, uso... expresiones vagas y
ambiguas debido a los sentidos jurídicos o dogmáticos que se les añadieron después, pero
que producen un sonido muy particular, imposible de escuchar antes de la Edad Media.

Detengámonos, pues, un momento para examinar en qué se convirtió entonces, en la Edad


Media, la Historia, toma(d se a esta vez en sentido restringido. Más exactamente aun,
preguntémonos cómo llegó a concebir lo que luego se convertiría en Historia de Francia.
Esto significa estudiar los orígenes de la estructura tradicional por reinados, que fue la
clásica hasta el fin del siglo XIX. La ciencia contemporánea tuvo mucha dificultad para
arrancar como una mala hierba esta segmentación, tan familiar que la terminología de los
estilos de arte también la mantuvo. En Historia, la distinción de los períodos cronológicos
tiene una gran importancia, no sólo de métodos sino también espiritual, filosófica.
Mediante ella se caracteriza volens nolens una actitud ante el tiempo. Los nuevos marcos,
más amplios y generales, de la historiografía contemporánea atestiguan una visión del
mundo, tanto como un determinado estado de los conocimientos. De ahí que sea útil
retornar a la estructura por reinados y a su srcen en la Edad Media. Ni el helenismo ni
siquiera la latinidad
único todos tuvieron
los tiempos idealosdeespacios.
y todos una historia universal
Al entrar que abarcara
en contacto con laentradición
un conjunto
judía, el
mundo romano, cristianizado, descubrió que el género humano tenía una historia solidaria,
una historia universal: momento decisivo, en el que hay que reconocer el srcen del sentido
moderno de la Historia; se sitúa en el siglo III de nuestra era. Los libros sagrados del
judaísmo y del cristianismo no eran solamente oráculos o mandamientos, ni tampoco
mandamientos o relatos míticos, mucho menos todavía meditaciones metafísicas. Eran
- ,3- zikT OL c4::;N Os ( (k.- i- LIJ
-.4

”. BIBLIOTECA LA HISTORIA EN LA EDAD MED 111 ....”1.- / Có


110:14;” ”11) FI dç li” ante todo libros de Historia. Funcionaliz,aban ro de sucesos
cronológicos; unos míticos, otros ralhiStóricos, pero cargados todos de sentido sagrado.
Ninguna
textos otra religión,
esenciales, comodeuna
Occidente
Historia.or---
de Oriente, se definía,patrística
La interpretación por comparación con estos
del Antiguo
Testamento subrayó más aun este aspecto al buscar en los anales del pueblo judío los
signos de la venida de Cristo y de la misión de la Iglesia: Dios no se reveló en un solo
momento y de manera completa. Se comunicó a sí mismo poco a poco en el Tiempo, que
pasa a ser un elemento esencial de la Revelación. Junto con la Biblia, este modo de
pensamiento religioso se imponía al mundo mediterráneo, a pesar de su novedad
revolucionaria. El pasado dejaba de ser objeto de una simple curiosidad. Los
acontecimientos se convertían en medios empleados por Dios para manifestarse al Hombre.
Pero los cristianos humanistas no podían reconocer el valor religioso de la Historia sin
ampliarlo más allá de Israel, a la propia tradición clásica, a todo el pasado de Roma y del
Helenismo. De esta manera fueron llevados a retomar todas las historias particulares para
reunirlas en una Historia unitaria y continua. Nos cuesta comprender actualmente la
grandiosidad y peligrosidad de este intento. Las dificultades dependían, a la vez, de la
srcinalidad del proyecto y de la imprecisión de las cronologías. Jamás se había concebido
antes la Historia como una, y la cuantiosa documentación se dispersaba en datos
fragmentarios, que desafiaban no solamente la síntesis sino también la más sumaria
yuxtaposición cronológica. ¿Cómo unir estos textos careciendo de un sistema común de
datos? Estaba, por una

parte, la era de la fundación de Roma; por otra, la referencia a las Olimpíadas, los arios de
los
Todoconsulados
presentabao los
unaarcontados,
complicaciónlasaterradora,
listas de losnadie
reyeshabía
de Asiria, de Egipto,
intentado de Babilonia.
antes introducir un
orden, porque nadie había tenido jamás la idea de un parentesco profundo entre todas estas
historias particulares. rLas historias universales del siglo III, son, pues, cronologías
sincronizadas. Testimonian una conmovedora necesi
112 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

dad de sincronizar cronologías fragmentarias, con el fin de establecer concordancias entre


cada una de ellas y la Historia Sagrada relatada por la Biblia. Al recorrer estas tablas de
concordancias entre Israel a partir de Abraham, Asiria, Egipto, Israel o las Olimpíadas, los
reinados de los reyes de Macedonia y la cronología romana.., uno siente la preocupación
por hacer revivir el mundo entero al ritmo de la Revelación divina: una especie de
apostolado regresivo
IV y V, prueban que evangeliza
la persistencia la Historia
y la fuerza hacia
de este atrás. de
esfuerzo Numerosos textos,
sincronismo entredelalos siglos
Biblia y
el pasado de los gentiles. En primer lugar, la Crónica de Eusebio de Cesarea, quien resume
en griego la historia del mundo desde la creación hasta el ario 324 de nuestra era, traducida
al latín por san Jerónimo y continuada hasta la 290A Olimpíada, el ario 381 después de
Cristo, el ario decimotercero de Valentiniano y Valente. Pero la obra de Eusebio de Cesarea
y de san Jerónimo no está aislada. Mommsen publicó en los Monumenta Germaniae
Historica breves documentos que testimonian la misma preocupación: fastos consulares,
en los que se hace corresponder los arios de la fundación de Roma, nombres de cónsules y
datos tomados de la historia cristiana (el ario 754 de Roma, primer ario de la Encarnación),
listas de papas con sus fechas. A continuación del catálogo de los prefectos de la ciudad se
encuentran las Depositiones episcoporum romanorum; los nombres de los signos del
zodíaco con sus atributos, sus días fastos, preceden el calendario de las fiestas de la Iglesia
romana: el VIII
almanaque, entredelos
lasnombres
Calendasdedelosenero, natus Christus
emperadores, in Bethleem.
indicaciones En este
abreviadas revoltijo
sobre las de
provincias, los barrios de Roma y sus monumentos dignos de visitar, pesas y medidas, se
encuentra un cursus paschalis, fragmentos de historia universal, una especie de
memorandos de cronologías: desde Adán, el primer hombre, hasta el diluvio que llegó con
Noé, se cuentan tantos arios. Desde el diluvio hasta Nino, primer rey asirio, 898 arios. El
compilador establece luego listas de los reyes de Asiria, del Lacio, remitiéndose
cuidadosamente a san Jerónimo, que es la LA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA
113

autoridad. Prosigue con los reyes de Roma, con los cónsules, reemplazando esta vez a san
Jerónimo por Tito Livio. Cuenta desde ab urbe condita hasta el 753, y luego, desde Cristo
hasta el 519, fecha en que se detiene. Otro autor de memorandos, de Epitome (Epitoma
chronicon)
Siempre estaescribe: Romulus
necesidad regnavit anno
de sincronismo, XXXVIII. Ejusdern
de sincronismo autem regni como
y de universalidad, achaz...
lo
atestigua este título ’magnífico —siempre entre los documentos de Mommsen—: Liber
generationis mundi. /La Alta Edad Media no conoció casi otra Historia que no fuera esta
literatura de correspondencia cronológica. Los cronistas no creyeron, durante mucho
tiempo, que tuvieran otra cosa que hacer sino continuar a san Jerónimo. Para ellos no existe
historia particular, lo cual es exactamente lo contrario de la concepción antigua. Se
consideran solamente compendiadores y continuadores. Tomemos el ejemplo de Gregorio
de Tours, quien escribía al fin del siglo VI para que, en un tiempo donde ”se perdía el
gusto por las bellas letras, el recuerdo del pasado llegara a conocimiento de las
generaciones futuras”. Uno supondría que habría de limitarse a referir los hechos de los
cuales fue testigo ocular o de los que ha oído hablar en su entorno, los hechos que no han
sido reproducidos en otros autores; no es así, consagra todo su primer libro a hacer un
resumen de san Jerónimo, desde la creación de Adán y Eva hasta la cautividad de
Babilonia, los profetas y el cristianismo. Luego hace una pausa: ”Para mostrar que nuestros
conocimientos no se reducen al pueblo hebreo, recordaremos (memoramus) los otros
imperios, vel quali Israelitorum fuerint tempore”. Y leemos frases como é sta: ”En el
tiempo en que Amón reinaba sobre los judíos, cuando fueron llevados en cautiverio a
Babilonia, los macedonios obedecían a Argia, los lidios a Giges, los egipcios a Vafres;
cuando Babilonia tenía por rey a Nabucodonosor, Servio Tulio era el sexto rey de Roma”.
En otra parte se interrumpe para comentar: ”Aqu í se de-
114 EL TIEMPO DE LA HISTORIA-

tiene san Jerónimo, la continuación fue escrita por el presbí tero Orosio”. Y termina sacando
la cuenta de los arios. ”Aqu í termina el primer libro. Abarca un período de
5546 años, que comienza con la creación del mundo y termina a la muerte de san Martí n”.
Observemos, al pasar, que si se rehace la cuenta de acuerdo con Gregorio de Tours
empleando sus propias cifras, se comprueba que se equivocó casi en 1000 años de más.
Todavía
comienzaensuelHistoria
siglo XIIecclesiastica
el historiador
connormando Orderico
un resumen de sanVital, que escribe
Jerónimo hacia
y Orosio, 1140,entre
y añade
sus fuentes a la Biblia, Trogo Pompeyo, Beda el Venerable y Paulo Diá cono: ”Sus escritos
hacen nuestras delicias”. En primer t érmino, la Historia sagrada hasta Pentecostés; luego la
Historia romana desde Tiberio hasta Zenón. La encadena luego con la de los emperadores
bizantinos y los Merovingios. Se podrían aducir muchos otros ejemplos de ese sentimiento
de la inexistencia de historias aisladas, de que uno se encuentra siempre en la continuidad
de los tiempos. Sin embargo, esta sensibilidad para la Historia no ha suscitado un estado de
espíritu propiamente histórico. Y ello por dos razones, que han sido muy bien definidas por
Marc Bloch en su Sociedad feudal. La primera es el exceso mismo de la solidaridad entre el
antaño y el ahora. Para retomar su vigorosa expresión: ”La solidaridad entre el anta ño y el
hoy, concebida con demasiada fuerza, enmascaraba los contrastes y descartaba hasta la
necesidad de percibirlos”. De aqu í resulta una especie de comprensión de la Historia. El

hombre deldel
psicología siglo XIII sede
caballero imaginaba
la propiaaépoca.
Carlomagno, Constantino,
El escultor, el pintor Alejandro
de vitralescon
o deeltapicerías
aire y la
no tienen la idea de diferenciar las vestimentas: la Visitación del portal occidental de Reims
muestra que, dado el caso, los artistas sabían reconstituir las figuras y las vestiduras
antiguas. Los artistas encontraban certeramente el medio para particularizar a sus
personajes cuando lo querían. Por ejemplo, distinguían el Cristo y los Apóstoles
imponiéndoles un
LA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA 115

atuendo convencional, derivado por otra parte, según parece, del vestuario antiguo. Si no
particularizaban más, era porque no sentían la necesidad de hacerlo. Sienten más la
solidaridad de los tiempos que sus diferencias: es su manera de plantarse frente a la
Historia. Nos interesa tanto más cuanto que está en oposición con la actualmente
predominante. El imperio actual de la diversidad histórica, conviene señalarlo, no deja de
suscitar
religiosareacciones
de Mauriceinstintivas
Denis y lay decisión
sugerentes, como elderechazo
estilística del color
representar local enevangélicas
las escenas la pintura
mediante personajes vestidos con trajes modernos. Tal es la primera consecuencia de la
herencia de San Jerónimo, decididamente recogida y cultivada por la Edad Media: la
solidaridad de las edades, sentida con una intensidad antes desconocida. Desde este punto
de vista, se trata de un descubrimiento muy importante, por más que haya sido estéril en el
campo de la historiografía. La segunda consecuencia, por el contrario, es menos fecunda.
La concepción patrística de la Historia universal, tanto si adopta una forma cronológica,
con san Jerónimo, como si reviste un carácter filosófico, con san Agustín, desemboca en
una exégesis providencialista. Los sucesos y su desarrollo interesan menos en sí mismos
que en cuanto signos místicos, en cuanto tienen una significación moral dentro del plan del
gobierno divino. De gubernatione Dei es el título del tratado de Salviano, hacia el 450.
Hemos hablado ya de la importancia de La ciudad de Dios, de san Agustín, en la economía
histórica
como Dom de Guéranger.
Occidente hasta Bossuet,que
La Historia, hasta los apologetas
es una, del un
tiene también comienzo
sentido,del
unsiglo XIX,
sentido
teológico, que aparece con particular claridad en el caso de la Historia Sagrada pero es más
difícil de aislar cuando se trata de acontecimientos tomados de fuentes no inspiradas Qpero
no es acaso la Historia siempre inspirada?), y también un sentido moral. Al historiador le
corresponde encontrar, por debajo de las apariencias, la lección que el acontecimiento
contiene, situándolo dentro de la economía del mundo. Porque parecería que Dios ha
otorgado a
116 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

los historiadores providencialistas luces especiales sobre sus propios proyectos. El ejemplo
de La ciudad de Dios ya nos es conocido. Mencionemos, para reforzarlo, el caso muy
semejante de Salviano, quien quiere mostrar en la victoria de los bárbaros el instrumento de
la venganza divina contra la sociedad romana, que había olvidado sus deberes, como había
castigado otrora a Israel: ”¿Por qué nuestro Dios ha hecho pasar entonces al poder de

nuestros
opulentosmás
del cobardes enemigos¿Por
hombre romano? las inmensas
qué? ¿Quériquezas de lapuede
otra razón República
haber ysino
loshacernos
pueblos más
conocer manifiestamente que estas conquistas son fruto más de las virtudes que de la
fuerza, humillamos y castigarnos entregándonos en poder de los cobardes?” Salviano no
admira a los bárbaros y no les reconoce ninguna superioridad étnica. Y prosigue: ”Para
poner a la vista los golpes de la mano divina dándonos por amos no los más valerosos de
nuestros enemigos sino los de menor coraje”. Esta preocupaci ón por descubrir el sentido de
la Historia durará mucho tiempo. Ni siquiera hoy día está muerta. Joseph de Maistre la
renovó aplicándola a la Revolución Francesa, instrumento de la venganza divina.
Contribuyó no poco a la politización de la Historia, que se ha convertido en un arsenal de
documentos, en pro y en contra, en las grandes discusiones teóricas. Por último, las
amplificaciones morales en las que culmina esta filosofía de la Historia se prestaron
fácilmente a los desarrollos oratorios. Cada ”renacimiento” va acompa ñado de una
decoloración
hombres de ladeEdad
la Historia, por unaserpérdida
Media sabían buenosdel sentido de ladevida
observadores en el tiempo.y de
las costumbres Loslas
cosas. Los escultores de los calendarios, los iluminadores de miniaturas, los poetas épicos,
lo prueban suficientemente. Pero esta vida del tiempo está ausente de los textos
propiamente históricos, en la medida en que sus autores se propusieron extraer una
enseñanza moral o seguir las huellas de los autores clásicos. No es necesario esperar al
siglo XVII. La vida de Carlomagno, de Eginardo, data del siglo IX. Al recorrerla, se la
puede encontrar piadosa y fiel en la descripción. Pero
LA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA 117

su último editor, L. Halphen, ha demostrado que Eginardo recortó la Vida de Augusto de


Suetonio y la transpuso torpemente, en vez de relatar con sencillez lo que había visto.
Subsiste, de todas maneras, el hecho de que la Edad Media tuvo, en su srcen, el sentido de
la Historia universal y de la solidaridad de las Edades dentro de un mundo ordenado por
Dios. De allí era preciso partir para seguir la cur va de su actitud ante el Tiempo.

Segundo concepto importante: la fecha de la festividad de la Pascua, última supervivencia


del calendario en el gran desastre de los valores positivos de la cultura, entre los siglos VI y
VIII. La mayoría de las veces, la noción de decadencia no resiste el análisis histórico.
Observándola de cerca, da la impresión de ser una falsa ventana, introducida para asegurar
la simetría necesaria para la arquitectura de la historia clásica. Los clásicos consideraban el
curso del tiempo como una sucesió n de ”grandezas” y ”decadencias”. Todav ía hoy nos
cuesta mucho liberarnos de esta manera de ver, fuente de errores y contrasentidos. Una
época llamada de decadencia es una época en la cual la Historia se acelera, según la frase
de D. Halévy, en la que se multiplican los signos del pasaje de una cultura a otra, donde la
oposición de ambas estructuras se hace patente. Se bautiza también\ de época de decadencia
los momentos en que las sociedades se apartan de los cánones clásicos definidos por el
helenismo... o por la idea que alguien se hace del helenismo.’ Habría que desterrar de la
terminología esta
históricas en el designación.
cual Existe,de
esta vaga noción sindecadencia
embargo, un período,uny significado
encuentra uno solo, enconcreto,
las edades
y
muy dramático: los dos o tres siglos de la Alta Edad Media, entre la invasión de los
bárbaros y el renacimiento carolingio. En ese momento se tiene la sensación de que todo va
a desaparecer, el tesoro de siglos e incluso de milenios. Valéry hacía notar que las culturas
son mortales. Pero otras nacen de sus ruinas, de su carne. Nunca ha existido un hiato total,
un agujero negro en
118 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

el cual ya no se sabe recordar, escribir, transmitir. Nunca, salvo quizás en la Alta Edad
Media, donde estuvo a punto de desaparecer —que es lo que interesa a nuestro tema —
hasta el cálculo del tiempo. ¿Puede acaso sobrevivir la idea de la Historia cuando se ha
perdido el sentido de una segmentación del tiempo, sea ésta cual fuere? Es notable que
Eusebio de Cesarea y san Jerónimo, dentro de su vasto esquema de la historia universal,
hayan queridoy primeramente
de realizarla, contar.
ella era suficiente paraLaproporcionar
cuenta podíaalresultar
espírituerrada, pero había
esta dimensión la intención
hacia atrás,
esa profundidad que no existe más cuando falta el punto de referencia cronológico. Eso es
lo que sucedió a los negros africanos excepto cuando el Islam introdujo la preocupación por
la cronología y un sistema de datación, la era de la Hégira. Entonces no se trata de un
exceso de solidaridad de las edades en la cual se atenúan los elementos de diferenciación,
sino que el Pasado se evapora, desaparece de la conciencia de los hombres y se reabsorbe
en un folclore destemporalizado, como sucede —en mi opinión— en el caso de todos los
folclores. La Alta Edad Media no llegó a ese límite. En medio de la confusión general supo
preservar el cálculo del tiempo porque la necesidad litúrgica de fijar con exactitud la fecha
de la Pascua mantuvo las técnicas de compatibilidad astronómica, que de lo contrario
hubieran desaparecido. Era de importancia capital el que la Pascua se celebrara en el
momento justo, porque de lo contrario el ciclo litúrgico se desarticulaba, y no cabe duda de
que en eseera
vivientes, momento
la formadeprincipal
la historia
dede
la la Iglesia la
devoción liturgia,hasta
religiosa; muy cercana aúna aella
se sumaba losun
orígenes
formalismo que parecería supersticioso a los espíritus modernos. La importancia asignada a
la liturgia, a su sentido (era entonces el único catecismo), explica el interés que presentaba
la fijación de la fecha de la Pascua, fuente de controversias muy vivas. Los contemporáneos
pensaban que la religión resultaba comprometida si se producía un error en esta fecha
esencial. LA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA 119

Ahora bien: la correspondencia entre la Pascua, fiesta de srcen judío, determinada por el
calendario lunar que los judíos empleaban, y el calendario juliano utilizado en Occidente,
presentaba dificultades reales. Era necesario recurrir cada vez a especialistas o, para
solucionar el problema de una vez por todas, conservar tablas de concordancia compuestas
de antemano para muchos siglos. Cada página de la tabla encerraba nueve arios, de manera
quepáginas
28 despuéssededaba la coincidencia entre el ciclo lunar hebraico y el ciclo solar romano. Las
comunidades religiosas, especialmente las abadías, poseían estas tablas pascuales,
indispensables para el desarrollo de una vida litúrgica regular y, por ende, para toda la vida
religiosa. Estas tablas pascuales salvaron del desastre de los valores de la cultura la noción
de tiempo. Porque las abadías, contrariamente a la opinión común, no escaparon, por lo
menos en Galia, al olvido que consumía la herencia del Pasado. La reforma de la escritura,
bajo Carlomagno, estuvo inspirada por el temor de que la mala grafía de los copistas y su
ignorancia del latín impidiesen la transmisión fiel de los textos sagrados: dejaría de existir
certeza sobre su autenticidad. El mismo problema fundamental que en el cálculo del
Tiempo. Sin una regularidad en la fecha de la Pascua, sin una Biblia auténtica, todo se
hundía en la nada, Dios abandonaba el mundo. En las sociedades de los siglos VII y VIII
las tablas de Pascuas desempeñaron un papel análogo al de los fastos consulares en Roma.
Los arios de los reinados de los reyes bárbaros habrían podido continuar los de los
emperadores romanos, que con frecuencia se confundían con los consulados. Pero basta
recorrer Gregorio de Tours o el pseudo-Fredegario y sus primeros continuadores para darse
cuenta de la imposibilidad práctica de tal compatibilidad: ”El tercer ario del rey
Childeberto, que era el decimosé ptimo de Chilperico y de Gontran...” El pseudo-Fredegario
cuenta los arios de Childeberto a partir de su llegada a Borgoña, sin tomar en cuenta su
reinado en Austrasia: ”El cuarto ario de Childeberto en Borgoña...” El cronista se
encuentra, pues, en Borgoña. En cam-
120 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

bio, cuando su continuador se traslada a Austrasia, descuida la cronología borgoñona para


seguir la de Austrasia. Después de la muerte de Dagoberto, cuenta por los arios del reinado
de Sigeberto, rey de Austrasia, en tanto que su hermano Clovis reina sobre Neustria y
Borgoña. Estas cronologías se vuelven demasiado confusas y demasiado complicadas para
los espíritus rebeldes a las abstracciones de las cifras, para hombres que, literalmente, no
saben
despuéscontar.
que laPor eso renuncian
situación políticaaseadoptar uncon
clarifica sistema preciso de arios
el advenimiento de reinado,
de Pipino aunLa
el Breve.
parte del pseudoFredegario consagrada a Pipino sitúa esos acontecimientos en el tiempo sin
rigor y con intermitencias. No cuenta ya por arios de reyes. En este punto, hasta hay un
retroceso respecto de Gregorio de Tours. Dice ”el ario siguiente” o bien ”en el mismo
tiempo” o ”mientras esto sucedía”. A veces introduce una precisión: ”El año siguiente, es
decir, el onceno de su reinado”, y retorna a continuación el procedimiento anterior: ”el a ño
siguiente”... hasta la muerte de Pipino. Entonces el relato termina con esta recapitulaci ón,
donde reencontramos la preocupación por el balance cronológico, como en san Jerónimo:
”Había reinado veinticinco arios”, cosa que por lo demás no es exacta, pues fueron
solamente dieciséis, y, aunque se incluya en la suma su permanencia en el cargo de Maestro
de Palacio, el resultado son veintiséis y no veinticinco. Decididamente, es imposible
orientarse. Esto no molesta siquiera al cronista, que experimenta la necesidad de reemplazar
el cálculo
simple delincierto
tiempo.yEscomplicado
verdad quefundado en los
el epítome delreinados por un sistema
pseudoFredegario de compuesto
ha sido numeraciónconmás
una intención de propaganda carolingia que supera todo deseo elemental de fijar el
recuerdo del tiempo: lo encontraremos otra vez más adelante bajo un punto de vista que no
es aquí el nuestro. Limitémonos a constatar que un descendiente de Pipino en el siglo VIII
podía reunir crónicas que ensalzaran la gloria de sus antepasados sin preocuparse de
establecer una referencia cronológica estricta, sin preguntarse si el lector tendría alguna
dificultad en situar los hombres y los acontecimienLA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA
121

tos. Esto no tenía para él importancia alguna; el problema no se le presentaba, simplemente.


Estas crónicas atestiguan la gran confusión que persiste todavía a fines del siglo VIII.
Ahora bien, estas crónicas son —si es que puede emplearse la palabra — crónicas laicas,
que aunque
abadías ni deatiborradas de prodigios
preocupaciones o escritas
monacales. por clérigos,
Su diferencia con no nacieron enme
la cronología la parece,
vida de por
las
consiguiente, reforzar la hipótesis de que el cálculo pascual salvó la idea de la medición del
tiempo. Los prolongadores de las historias universales del siglo V, como lo quiso ser
Gregorio de Tours, cuya continuación asegura el pseudo-Fredegario, perdieron el sentido
de la regularidad en el fluir del Tiempo. Estos cronistas no son analistas. Los primeros
anales son monásticos, y los eruditos parecen estar de acuerdo en atribuir a estos anales el
srcen de las tablas pascuales. Auguste Moliner escribe en el volumen de las Fuentes de la
Historia de Francia consagrado a los carolingios: ”Los autores desconocidos de los
primeros anales monásticos tenían cuidado de anotar en sus tablas de Pascua las victorias,
las expediciones o las muertes de sus nuevos amos”. Podemos imaginar c ómo acontecieron
los hechos. Se custodiaban con cuidado los calendarios que permitían fijar las Pascuas.
Estos calendarios diferenciaban con precisión los arios e impedían la confusión. Surgidos
de un espíritu religioso y litúrgico, se sucedían desde el nacimiento de Cristo. Tal
diferenciación es lo que importa subrayar aquí. Genera un verdadero estado de espíritu,
desconocido para Gregorio de Tours y todavía más para el pseudoFredegario. Los monjes
experimentaron pronto el sentimiento ingenuo de acentuar esta diferenciación mediante
referencias más concretas, ligadas con su experiencia cotidiana. El año, particularizado ya
por su ciclo litúrgico, se caracterizará por algunos acontecimientos llamativos: un invierno
riguroso, un prodigio sobrenatural, la muerte de un
122 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

personaje importante, y también, cada vez en mayor medida, por un acontecimiento


político, una guerra. Los Monumenta Germaniae Historica han recopilado algunos de estos
anales, conmovedores por su ingenuidad.
1:Hay que leerlos en su horroroso latín, que permite juzgar el rosero pe nivel intelectual de
los monjes. Pero este descenso de la cultura subraya más aun la importancia de su
modaliciad
superior de analítica, queizquierda:
la hoja, a la preserva Anni
la noción de tiempo. En
ab incarnatione primerylugar,
Domini, enlos
debajo, la parte
arios
764, 765... Frente a cada ario, dos o tres líneas de comentarios. Por ejemplo, 764: Hiems
grandis et durus. Habuit rex Pippinus conventum magnum cum Francis ad Charisago. La
inclemencia del clima es tan importante como la asamblea de los francos. Se siente hasta
qué punto el monje fue impresionado por el rigor del frío. Es el acontecimiento dominante
del ario. Otro ejemplo:
787: Eclipsis solis facta est hora secunda 16 kal. Octobres die dominico. Et in eodem anno
dominus rex Carlus venit per Alamaniam usque ad terminos Paioariarum cum exercitu. El
eclipse merece ser consignado en la misma medida que una campaña de Carlomagno. ¡Y
con qué precisión, muy moderna, desconocida para los cronistas políticos, como el
Pseudo-Fredegario: el domingo, 16º día de las calendas de octubre, alrededor de las dos de
la tarde. Este rigor supone un uso habitual del calendario.
849: Terrae
los dos motus. Walachfredus
acontecimientos obiit.
del año. Los La elementos
otros muerte delde
abad y unhistoria
la gran temblorhan
de tierra, he aquíde
sido dejados
lado. A veces, la sequedad de la anotación sucinta se anima con cierta emoción.
841: Bellum trium fratrum, ad Fontanos. Hasta aquí, el hecho en bruto, pero el escriba está
conmovido, y amplfica: bellum crudelissimum inter fratres Hlottaricum. La importancia
asignada a los fenómenos meteorológicos, los eclipses, terremotos, no es privativa de las
LA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA 123

breves notas de los manuales monásticos sino moneda corriente en la literatura de la época.
Lo que hay que destacar y que me parece nuevo es la modalidad analítica, la preocupación
cronológica que implica. En la época de Carlomagno, y esto sin duda forma parte del
”Renacimiento Carolingio”, la modalidad ser á adoptada por los redactores de la historia
oficial, los annales regii, que prolongan la compilación del pseudo-Fredegario. La Historia
universal
Edad Mediay sulainterpretación histórica
idea de que existía una del mundo,
historia del de la maduración
género humano. Ladelnecesidad
mundo, legaba a la
de contar
los días, los meses, los arios según un sistema práctico reintroducía el concepto, distinto del
anterior, del flujo del tiempo.

En las grandes historias universales de Eusebio de Cesarea y de sus imitadores y


continuadores la cronología adopta un modo de clasificación y de referencia basado en la
duración de los reinados: los reyes de Macedonia, los Césares de Roma... Esta unidad
cronológica, el reinado, no se transmitió a la Edad Media, o por lo menos se perdió el uso.
La adopción del calendario eclesiástico, basado en la era de la Encarnación, permitía medir
el tiempo sin recurrir a los datos confusos de los merovingios. Sobre todo, el poderío de los
príncipes temporales hería menos la opinión que el de los obispos y los abades, cuya
memoria fresca aún era en. vuelta por una atmósfera de leyenda, cuando no sucedía
lo mismo ya durante su vida. ¿Qué opinión? La única que conocemos, la de los que
escribían, los que conocían la única lengua en la que se podía escribir, el latín; por
consiguiente, la opinión de los clérigos. Pero en la época de Gregorio de Tours, y puede
decirse que hasta la reforma gregoriana de los siglos XI-XII, los clérigos no constituían un
mundo aparte. No existía un celibato riguroso que los separara de los otros hombres en la
vida cotidiana. Como prueba, baste una anécdota de Gregorio de Tours, que relata cómo un
abad rijoso recibió la muerte en manos del marido engañ ado: ”Que este ejemplo enseñe a
los clérigos a no tener comercio con las mujeres de
124 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

otros, porque la ley canónica y las Santas Escrituras lo prohíben, praeter has feminas de
quibus crimen non potest aestimari”, es decir, salvo con aquellas mujeres con las cuales no
se les puede imputar delito. Esta masa numerosa con costrumbres de límites imprecisos
debía imponer sus sentimientos a la multitud de devotos que frecuentaban las tumbas de
santos y sus reliquias. Sea lo que fuere, durante la Edad Media, hasta los grandes textos de
la historiografía
ellos carolingia,
se escribe, ellos son loslosque
personajes
interesan.importantes son los basta
Para convencerse obispos y loslasabades.
contar Sobre
referencias
del repertorio de fuentes en el tomo I de Molinier (Sources de l’Histoire de France, tomo I,
parte la) consagrado al período que va desde los orígenes hasta los carolingios. Se cuentan
630 referencias. De éstas, 507 son de vidas de santos, es decir, el 80%. Poco importa que
estas vidas sean o no legendarias, frecuentemente construidas sobre un prototipo común,
con los mismos milagros y los mismos prodigios. El
80% de los textos históricos son biografías de obispos y abades. Porque los santos eran
entonces casi exclusivamente obispos y abades. Hoy, por el contrario, en la Iglesia
contemporánea, la santidad rara vez es reconocida canónicamente a los jefes de la jerarquía
regular y sobre todo de la secular... La narración de Gregorio de Tours, cuando deja de ser
una historia universal, es tanto una historia de los obispos como una historia de los francos.
Para Gregorio de Tours, las grandes fechas, hitos de la historia son: la creación del mundo,
el diluvio,
resulta máselimportante
cruce del Mar Rojo, la Resurrección
que Constantino, y la muerte
para no hablar de san
de Clovis, Martín. Este
instrumento, le de
después
todo, poco respetable de la Providencia Divina. Pero san Martí n es ”nuestra luminaria”, la
antorcha cuyos nuevos rayos iluminan la Galia. Lo que llamarí amos ”La Historia Moderna”
comienza con san Martín. Antes de él, san Dionisio, san Saturnino, san Ursino, los
evangelizadores y los primeros mártires, pertenecen a la Historia de las edades venerables
conservadas por la memoria antigua. El libro II, que sigue al epítome de historia universal
LA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA 125

del libro I, comienza con los primeros sucesores de san Martín en la sede de Tours. De los
francos sólo se habla incidentalmente, para reconocer que no es mucho lo que acerca de
ellos se sabe. Después de lo histórico de los francos y de su llegada a la Galia se acomete
frontalmente la historia de los primeros reyes francos conocidos y la de los obispos de
Tours, de
ceñido, Clermont.
a medida queCon el libro III,
se abordan que relata
los sucesos el reinado de Clovis,
contemporáneos. el relatosiempre
Pero reserva se vuelve
un más
lugar de privilegio a los hechos eclesiásticos: de posición o nominación de los obispos,
sínodos, vida eclesiástica ligada íntimamente, por otra parte, con la vida de los reyes, en
una especie de cesaropapismo. Sin embargo, en el libro X, Gregorio se detiene nuevamente
y retorna una historia sistemática y continua de su sede metropolitana de Tours, desde el
primer obispo, Gaciano, pasando por san Martín, que fue el tercero, ”el XIX fui yo,
Gregorio, indigno”. En el libro I, en su gran resumen cronol ógico del mundo, se había
situado ya a sí mismo en el momento en que escribía su Historia Francorum: ”En el
vigésimo primer ario de nuestro episcopado, que es el quinto de Gregorio, papa de Roma, el
trigésimo primero del rey Gontran, el decimonoveno de Childeberto”. La Historia que va
del siglo VI al VIII aparece inicialmente como la compilación de las actas de los obispos y
de los abades. Modificación importante del sentido histórico. Desde Eusebio de Cesarea la
Historia no había dejado de ser sagrada. Sin embargo, prestaba poca atención a los
aspectos biográficos y se preocupaba principalmente por incorporar la Historia pagana al
plan providencial. La Historia Sagrada dejaba de ser solamente la de los judíos y se
convertía en la Historia del Mundo. Pero el espíritu de los grandes sistemas cronológicos
cayó paulatinamente en el olvido. Los esfuerzos realizados en el siglo VIII por Beda el
Venerable o por los italianos, como Paulo Diácono, no lograron salvarlo. Si la recordación
de los orígenes seguía estando en el prefacio de los libros, era solamente por una
convención de estilo. La declinación se aceleró en el siglo X, y desde entonces —hasta el
siglo
126 EL TIEMPO DE LA HISTORIA LA
HISTORIA EN LA EDAD MEDIA 127

XII— Francia perdió su sentimiento de universalidad de la Historia, como consecuencia de


un estrechamiento del horizonte geográfico y también de una negligencia en buscar de-
1 bajo de la trama de los acontecimientos la mano de la Providencia. Se había producido
una indiferencia frente a la materia laica de la Historia, y aun frente a su interpretación
providencialista.
convertirse en Vida–,--de
A los
partir de eseY momento
Santos. la Historia
esto es algo deja de
muy distinto. NoseresHistoria Sagradaenpara
ya lo sagrado el
tiempo, sino lo sagrado fuera del mundo. El relato de los milagros y de los prodigios que
manifestaban la santidad de su héroe obligaba al biógrafo, al hagiógrafo, a poner el acento
sobre un aspecto transhistórico de lo sobrenatural. Otro indicio de esta erosión del sentido
histórico que hemos observado poco antes, a partir del momento en que la historia deja de
ser el cuaderno de bitácora de los monasterios. El interés, para nuestro tema, del
Renacimiento Carolingio no reside itanto en sus intentos, destinados al fracaso, de hacer
revivir las grandes Historias Universales, como en la rehabilitación de la materia laica de la
Historia. Más allá de la
1 hagiografía, más allá de la exégesis providencialista, más allá incluso del moralismo
clásico, los carolingios renovaron la muy antigua tradición de los caudillos guerreros, que
está en el srcen de la Historia escrita. Con ellos vemos resurgir la preocupación de los
primeros imperios
constituyen porLaconservar
su fama. empresa el
serecuerdo
remonta adeChildebrando,
los acontecimientos
hermanonotables queMartel.
de Carlos
Este hizo retomar y compilar crónicas locales, burgundias y austrasianas, llamadas, desde el
siglo XVI, de Fredegario, en las que ya tuvimos ocasión de señalar el olvido del sentido
cronológico. No se trata, en efecto, de conservar la secuencia de los tiempos, sino de fijar
una tradición de monarquías, la primera en el mundo, reconstruida sobre las ruinas de la
Romania. El pseudoFredegario, pues, está compuesto por una compilación de crónicas
empalmadas una con otra para formar una historia continua. Los eruditos reconocen en ella:
12 Un compendio de Gregorio de Tours, a guisa de prefacio.
2º Una crónica burgundia, que va desde el 585 al 642, debida por lo menos a tres autores
diferentes. He aquí una muestra del relato: ”En el octavo ario de su reino (en Borgoña)
Teodorico tuvo de una concubina un hijo al que llamó Childeberto. Se reunió un sínodo en
Chálons, en el cual se cambió el obispo de Viena. Ese ario el sol se veló. En el mismo
tiempo, el franco
costumbres Bertoldo
ordenadas, erapmayordomo
sabio, de en
rudente, bravo palacio de Teodorico.
el combate Erafeun
y fiel a la hombre de
jurada”.
32 En el siglo VII la crónica se traslada a Austrasia en beneficio de los descendientes de
Pipino. Es copiada y conservada por Childeberto, hermano de Carlos Marte], que la hace
proseguir hasta el adveni miento de Pipino el Breve, en 752: ”Hasta aquí, el ilustre conde
Childebrando, tío del rey Pipino, hizo escribir con gran cuidado esta hiá toria de la gesta de
los francos”.
42 La vida de Pipino el Breve, escrita por Nibelungo, hijo de Childebrando y primo del rey:
”Lo que sigue fue escrito por órdenes del ilustre guerrero Nibelungo, hijo de
Childebrando”. Como si esta rama menor se hubiera especializado en la historia de la
familia. Vemos, pues, que la compilación de Fredegario está compuesta por viejas crónicas
(se echó mano en primer término a lo que se pudo encontrar) y, a continuación, por una
historiografía oficial. Los Anales reales, atribuidos mucho tiempo equivocadamente a
Eginardo, escritos por orden de Carlomagno, continúan más sistemáticamente la obra de
Childebrando y de Nibelungo. Según L. Halphen, es inútil buscar allí, como lo han hecho
ciertos eruditos, divisiones arbitrarias. Retengamos solamente que utilizan la era de la
Encarnación y la modalidad rigurosamente analítica: anno 741. Dentro de este marco
cronológico —desconocido para Fredegario y tomado de los anales monásticos, sin duda
bajo la influencia de los anglosajones—, los cronistas desarrollaban la historia de las
guerras reales. Su relato está consagrado a la gloria de los héroes, cuyas acciones brillantes
importa con-
128 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

servar. Esta historia oficial y laica (laica, por más que esté redactada por clérigos) sigue
siempre impregnada de lo maravilloso cristiano en dos aspectos esenciales: uno dinástico,
otro militar; conviene fijar por escrito las hazañas de los antepasados. Esta preocupación
revela una actitud frente al tiempo que me parece nueva y que contribuirá a formar la
mentalidad típica del Antiguo Régimen y aun nuestra mentalidad contemporánea, en la
medida enAque
tradición. es una
partir del continuación
siglo IX, a la de
vezlaque
de nuestros predecesores
se constituye de feudal,
el régimen dos siglos
los antes. Es la
antepasados y el valor de los antepasados son invocados cada vez con mayor frecuencia.
Para imponerse socialmente, el hombre tiene que tener antepasados, y antepasados de una
bravura legendaria. Este sentimiento atravesará los siglos y dará al Antiguo Régimen, a
pesar de las diferencias del tiempo, un color propio: el Honor, dirá Montesquieu. Esta
piedad para con el pasado vale, en las épocas feudales, para las familias comprendidas en
los lazos del vasallaje. Pero debe tener su srcen en la práctica de los mayordomos de
palacio de Austrasia, aun antes de que sucedieran a los Césares: más que la unción real, fue
el valor guerrero lo que los destinó a la función real. Dinástica y militar siempre, la
tradición es inicialmente real. La historiografía oficial de los carolingios funda una
tradición real donde los herederos de Clovis habían fracasado. Pero esta transmisión de las
gestas de los reyes se cortó, por lo menos bajo la forma de relatos eruditos, en lengua
escrita. por Anales
HistoriaLos el ritmoreales
de losnoreyes
tuvieron continuadores.
y de sus Estaproseguida.
guerras no fue primera tentativa
Tenemosde la
regular la
costumbre
de reducir la Historia a una sucesión de ciclos de apogeo y declinaciones, en función de las
vicisitudes de los poderes políticos; a esto se debe que no nos asombre suficientemente esta
desaparición de la gran crónica real, que estamos demasiado tentados a explicar por la ruina
de los carolingios y el ascenso de una nueva barbarie, simétrica a la de los siglos VI y VII.
Sin embargo, LA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA 129

no se dejó de escribir la Historia durante los siglos IX y X, y no encontramos en los textos


de esa época nada comparable a la lengua rudimentaria y bárbara de los anales monásticos
de los que hemos citado anteriormente algunos pasajes. Por el contrario, los recuerdos de la
Antigüedad clásica son prueba de un conocimiento de los autores literarios que, recuperado
bajo Carlomagno, no volverá a perderse. Ya no es la barbarie, sino más bien la retórica y la
vestimenta
Richer, a la antigua
escritos y choca al lector moderno en los Historiarum Libri IV de
lo que
entre 883
995. No corresponde aquí apelar ni a a la noción demasiado fácil de decadencia ni al
debilitamiento de la dinastía carolingia. ¿Por qué sería este último argumento más válido
para la historia latina que para la epopeya en lengua vulgar, donde los acontecimientos de
los siglos IX y X desempeñan tan gran papel? Hay que buscar por otra parte. ¿Cuáles son
los principales textos históricos de los siglos IX a XI, si se dejan de lado las crónicas
normandas, hasta las primeras historias de las cruzadas? Ahí están las Gesta Dagoberti, que
no son una historia del rey Dagoberto sino un panegírico de Dagoberto, en su calidad de
fundador de la abadía de Saint-Denis, panegírico escrito por un monje de ese monasterio
alrededor del 832, con la ayuda de los textos conocidos de Fredegario y las vidas de los
santos. Su interés reside en los detalles sacados de los diplomas y cartas de la abadía, que
constituyen fuentes importantes para la conservación de los privilegios de la comunidad.
Flodoardo es el autor de una Historia Ecclesiae Remensis, que se detiene en 948. Flodoardo
murió en 966. Es canónigo de la iglesia cuya historia escribe. Comienza así : ”No teniendo
otro propósito que escribir la historia del establecimiento de nuestra fe y contar la vida de
los padres de nuestra Iglesia, no me parece necesario averiguar los autores o fundadores de
nuestra ciudad, ya que no hicieron nada por nuestra salvación eterna sino que, al contrario,
nos dejaron, grabada sobre la piedra, la huella de sus errores”, curiosa manera de sacarse de
encima a la vez la An-
130 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

tigüedad pagana y la historia laica. Relata la vida de san Remigio; como los biógrafos de la
época precedente, sigue la serie de los obispos, insiste en Hincmar, parafrasea las cartas
episcopales. Otro relato del mismo Flodoardo engloba, bajo la forma analítica ya
tradicional, acontecimientos notables de la crónica local y algunos hechos más lejanos. En
Reims caen granizos grandes como huevos de gallina. Ese ario no hubo vino. Los
normandos
alrededores saquearon Bretaña,
de París una Hungría, yItalia
gran tempestad y una parte
un huracán de Francia.
tan violento queEn 943desplomar
hizo hubo en los
los
muros de una vieja mansión que se precipitó sobre su dueño. Unos demonios, bajo la forma
de caballeros, destruyeron una iglesia vecina y arrancaron los cirios. Parecería que los
demonios, elementos de lo maravilloso folclórico, se abren paso con más frecuencia a
través de los textos de la época. Helgaud es monje de la abadía de Fleury-sur-Loire,
actualmente Saint-Benoit-sur-Loire. Redacta una vida del benefactor de la abadía, el rey
Roberto, que es a san Benito lo que la vida de Dagoberto es a san Dionisio: sólo un
panegírico. Absolutamente nada sobre los acontecimientos, sino exclusivamente hechos
edificantes, milagros, limosnas. Cuando Abbon relata el asedio de París por los normandos,
en 885-887, retiene menos el hecho histórico laico o real que su incidencia sobre la abadía
de Saint-Germain. Es un episodio de la vida de San Germán. Raúl Glaber (985-1047) tiene
más ambición. Se propone completar las grandes historias universales que han quedado
detenidas
enseñanzasenmorales:
Beda el ”Para
Venerable
cada ohombre,
en Pauloexcelentes
Diácono. lecciones
Sabe que dela historia
prudenciaes yuna
de fuente de
circunspección”. ”Nos proponemos, pues, recordar aquí a todos los grandes hombres que
pudimos conocer por nosotros mismos o por informaciones ciertas y que, desde el ario 900
de la Encarnación del Verbo que crea y vivifica todo hasta nuestros días, se distinguieron
por su fidelidad a la fe cató lica y a las leyes de la justicia”. Sin embargo, para él el
Universo es Borgoña, ignora la cronología y la división por reinados, se complace en
enumerar largas series de pro-
LA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA 131

digios y milagros. Nada comparable con los anales carolingios. Todavía a mitad del siglo
XII la historia de la abadía de Vézelay es conforme al tipo precedente de crónica monástica
y local. Anales monásticos, historias de iglesias, catedrales e iglesias abaciales, biografías
de obispos o de abades, panegíricos de fundadores: la Historia se ha vuelto otra vez
indiferente al encuadre por reinados, sin duda un aspecto de este cantonamiento geográfico
que caracteriza
Tampoco ahora lase”primera edad feudal”,
trata de ignorancia. Lospara adoptar
relatos son alaveces
terminolog ía depara
atractivos MarcelBloch.
lector
moderno, mucho más atractivos que los textos más antiguos o más recientes, porque los
autores, indiferentes a la Historia general, a los sucesos de la gran política, fueron
permeables a la observación de las conductas contemporáneas. Fenómeno éste muy raro
entre los historiadores de nuestra raza francesa. Encontramos en ellos una abundante
cosecha de rasgos curiosos sobre lo sobrenatural, sobre el folclore, como puede verse en el
asombroso relato de Galberto sobre Brujas con motivo del asesinato del conde de Flandes,
en 1127. Es el anuncio de crónicas célebres, como las de Joinville, las únicas que
obtuvieron derecho de ciudadanía en la historia literaria y que son testimonio sobre el
propio tiempo, compiladas por sabrosos observadores. Sin embargo, esta historiografía no
está nunca centrada en los reyes ni tampoco en lo feudal. No le interesa la vida de los
Grandes, salvo que éstos hayan tenido que ver con la vida de las iglesias y de las abadías.
Comprobamos en ella de
tradiciones familiares un los
eclipse
reyes,deenla eltradición
momento familiar.
en queEclipse queennolaeslengua
la historia absoluto: laslas
latina
abandona o las desdeña, pasan a alimentar un género literario nuevo: la epopeya.

No es conveniente enzarzarse aquí en el dédalo de la controversia suscitada por los orígenes


de la epopeya. Los eruditos contemporáneos, de todas maneras, han aportado
132 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

sugerencias muy valiosas. Están casi contestes en retrotraer a los siglos IX y X la formación
de las primeras epopeyas, aunque los manuscritos más antiguos daten del siglo XII.
Abandonando las ideas demasiado radicales de Bédier, o matizando su rigor, los
medievalistas parecen inclinarse actualmente a acordar a las canciones de gesta una fuente
no ya monástica sino laica, sea popular o señorial. Pensamos en las baladas en lengua
vulgar, cuya existencia,
la prohibición aunque
que un obispo de no sus temas,
Orleáns estáIX
del siglo atestiguada
hace a suspor
clébreves
rigos dealusiones, como
”decir canciones
rústicas”. Sin duda estas baladas, m ás que los anales latinos, transmitieron a las epopeyas
los elementos históricos más antiguos, en particular los que tratan la historia de
Carlomagno o de sus sucesores en el siglo IX. Por otra parte, la designación de Laon como
residencia de la corte permite a F. Lot situar la fecha de fijación de temas en el siglo X,
época en que la región laonesa se había convertido en el reducto de los últimos reyes
carolingios. Los acontecimientos del siglo X alteran, pues, las tradiciones anteriores: René
Louis, autor de una erudita biografía de Gérart de Roussillon, admite como srcen del tema
un Gérart, conde de Viena, que se rebeló alrededor de
871 contra Carlos el Calvo. Pero en el siglo X este tipo primitivo fue recubierto
sucesivamente por dos personajes. En primer lugar, un héroe de la independencia
borgoñona ajustado al modelo de Boson; luego, un mítico conde Roussillon, inventado para
mayor gloriadefinitivas
o fijaciones de un conde histórico de
se situarían, Rousillon,
pues, entre
en el siglo XI,980 y 990.
pero en laLas primeras
mayoría redacciones
de los casos no
poseemos sino versiones posteriores, rara vez exentas de huellas de alteración y de
transferencias. Sea de esto lo que fuere, desde su srcen la epopeya se alimenta de una
tradición centrada en los reyes o en los señores y se opone a la historiografía
contemporánea, especialmente monacal o eclesiástica. Las etapas de su formación remiten
a los episodios históricos o legendarios (la diferencia no tiene importancia) de guerreros
ejemplares,
LA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA 133

con un objetivo generalmente dinástico. O bien canta la gesta de los reyes, más o menos
confundidos con la persona del gran Carlomagno, como La canción de Rolando, y refleja a
veces la adhesión a la familia carolingia, traicionada por barones que actúan con felonía. O
bien celebra la fama de los grandes, enemigos de los reyes, como Gérart de Roussillon o
Guillaume au Court Nez, y no vacila en poner en ridículo al monarca del Couronnement
Louis. Escarolingios,
oficiales como si las hubieran
tradiciones dinásticas ydeheroicas,
desaparecido que habíamos
la historiografía latinahallado en los anales
para refugiarse en las
baladas populares y señoriales, en las canciones compuestas en lengua vulgar de los
juglares y finalmente en los temas fijos de las epopeyas. Fue, pues, a través de la epopeya
como la Historia entró en la literatura de la lengua hablada y la Historia fue conocida y
sentida por todos bajo la forma fabulosa de la epopeya. En Francia surge especialmente del
legitimismo carolingio, y se convierte en una manera de transmitir la memoria de los
antepasados: una tradición heroica y dinástica. La noción de tradición familiar,
desaparecida durante un tiempo de la historia erudita redactada en latín, subsiste bajo la
forma épica. Esto merece reflexión, porque podemos preguntarnos si, de no haber existido
la epopeya que conservó y transmitió una materia dinástica y heroica, los siglos XII y XIII
hubieran adquirido una conciencia diferente de la Historia. Marc Bloch ha subrayado la
confusión entre Historia y Epopeya producida durante la Edad Media. Todavía en la época
de Enrique IIauténticos.
documentos Plantagenet,
Porenmucho
el siglo XIII, se
tiempo, consideraban
hasta laslas
el siglo XV, canciones
familiasdeseñoriales,
gesta comolo
mismo que las abadías, intentarán empalmarse con los linajes de una epopeya célebre.
Así, la casa de Borgoña se valió para su propaganda de una versión del siglo XIV, en
alejandrinos, de Gérart de Roussillon, que un monje de Potiers había adulterado insertando
en ella nombres borgoñones. Felipe el Bueno la hizo redactar en prosa, y llegó hasta hacer
circular una versión abreviada. Poste-
134 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

riormente, la gesta de Gérart conoció versiones impresas en el siglo XVI y nuevamente en


1632 y 1783. Sin embargo, existe en esta historia erudita redactada en latín de los siglos X
y XI una excepción que escapa a la compartimentalización estrecha de las narraciones
contemporáneas y se conecta con la modalidad dinástica y heroica de la epopeya. Es la obra
del clérigo Dudon, que suele fecharse entre 960 y 1043, De moribus et actis primorum
Normanniae ducum, que
después. La Normandía sirvió
tiene unadeposición
fuente aimportante
los historiadores de Normandía
en la historiografía que vinieron
medieval: el
renacimiento del género histórico en el siglo XII parece terminado por la delantera que
tomaron los historiadores normandos y también por la ampliación de los horizontes
provocada por las Cruzadas. La repercusión de las Cruzadas sobre la historia es fácil de
comprender, es bien conocida y resulta inútil insistir en ella. Quisiéramos, en cambio,
examinar más de cerca el fenómeno histórico normando. ¿Se debe solamente a los
progresos del Ducado en la organización política, económica? En tal caso, ¿a qué se debe
que la cultura se haya traducido entonces por una toma de conciencia histórica, mientras
que otras culturas, también ellas brillantes, como las del Mediodía desarrollaron el derecho,
la medicina, la poesía lírica, pero ignoraron tanto la historia como la teología? Hay un mapa
de localización de la producción historiográfica durante los siglos XI y XII que deja de lado
el sur del Loira y presenta puntos de concentración: en el nordeste, en contacto con
Alemania, donde
en Normandía, la Historia, incluida
precisamente. la del
La lectura universal, no fue nunca
viejo Dudon, abandonada,
luego de la de otros ytextos
en el oeste,
contemporáneos de Champaña, Borgoña, etcétera, permite aprehender de manera inmediata
la srcinalidad de los textos normandos. Es la historia de un pueblo que conservó el
recuerdo de sus orígenes, sus migraciones, sus costumbres y que, a pesar de su asimilación
ya antigua al mundo de los francos, guardó el sentimiento de su venerable particularidad.
Es éste un fenómeno muy raro en la Alta Edad Media occidental, donde las particularidades
étnicas desapare-
LA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA 135

cen velozmente de la memoria colectiva. Por ejemplo, no existen casi huellas de la


oposición de los galo-romanos a los germánicos en Gregorio de Tours, quien habla de las
cualidades raciales como de triviales referencias personales. Desde comienzos del siglo XI
(o más bien: todavía en esa época) los normandos sabían que ellos tenían una historia
distinta de la de los francos, y la cantaban, cuando se daba la oportunidad, en tono
declamatorio. Dudon
curioso como para intercaló
haber en su obrapor
sido subrayado pasajes en verso.
el editor, J.Lair,Enseuno de ellos,
dirige bastante de
a la comunidad
los francos: ”Oh Francia, t ú te enorgullecías otrora de tu triunfo sobre tantas naciones
sometidas, te entregabas a santos y nobles trabajos... Ahora yaces por tierra, sentada
tristemente sobre tus armas, sorprendida y confundida por completo... Retorna tus armas,
movilízate con más rapidez y busca lo que te ha de salvar, a ti y a los tuyos. Sobrecógete de
vergüenza y remordimiento, de pesar y de espanto, en uno de tus crímenes. Obedece las
órdenes de tu Dios. He aquí que otra raza viene sobre ti desde Dinamarca y sus remos
infatigables hienden rápidamente las olas. Mucho tiempo, y en numerosos combates, te
abrumará con sus dardos terribles. Furiosa, hará morder el polvo a millares de francos. Una
alianza se ha concluido por fin: la paz todo lo sosiega. Ahora esta raza llevará hasta el
cielo tu nombre y tu imperio. Su espada herirá, domará, fragmentará los pueblos demasiado
orgullosos para someterse a ti. ¡Francia feliz, tres y cuatro veces feliz, salúdala temblorosa
de
XI alegría, salúdala,
vio, pues, eternalaFrancia!”
con claridad amplitud(traducci ón de J. Lair).
del acontecimiento ----- Elque
histórico clero de los siglos
constituyó la X a
instalación de los normandos en Neustria occidental. No la rebaja al rango de un episodio
entre otros, no la disuelve en lo novelesco de la aventura. Distingue, cuando no la opone,
la raza (progenies) de los normandos y la de los francos. 1 Dudon no
comienza su relato por los primeros príncipes, cuyo historiador oficial, por otra parte,
pretende ser. Se remonta más atrás: los normandos no empiezan en Neustria. Tienen una
historia más antigua, que viene de la épo-
136 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

ca fabulosa cuando vivían en las costas del Norte, en tierras mal situadas; eran Dani, que el
autor, en su afán de identificación con la geografía clásica, confunde con Daci. Esta
tradición se transmitió oralmente hasta la época en que fue recogida por Dudon. Se
enriqueció al pasar a manos de los clérigos eruditos: fue necesario conectar la raza
normanda, como la de los francos, a Eneas y los eneidas. Los normandos tienen a Antenor,
como los francoslos
cuidadosamente tienen a Franción.
rastros Pero
del pasado la leyenda
fabuloso de loselorígenes
y pagano: conserva de los
éxodo periódico
jóvenes, la poligamia, los sacrificios humanos, las grandes expediciones marítimas. No se
trata ya aquí de la historia universal de Eusebio-Jerónimo, la cual por otra parte, los
historiadores normandos posteriores a Dudon, como Orderico Vital, retomarán luego. Lo
que hay en los orígenes es un pueblo extraño de marinos, de costumbres exóticas. Llega al
reino de los francos tras una serie de aventuras que el cronista se complace en narrar. Y
pasando de los unos a los otros, llegamos hasta los normandos actuales y a sus duques,
llamados a un gran porvenir. Estamos, pues, antes de la conquista inglesa de Guillerno. Es
curioso que esta saga, piadosamente conservada por la tradición oral, no haya generado un
ciclo épico. ¿No será precisamente porque en Normandía la tradición oral fue
inmediatamente fijada por la historia erudita de los duques? La materia heroica y dinástica
del pasado fue fijada de una vez por todas y se divulgó bastante rápido, lo que impidió que
los poetas
época de lapudieran acomodarla
redacción de acuerdo
de las canciones a su si
de gesta, fantasía.
creemosAsí,
en laa fecha
mediados delmanuscritos,
de sus siglo XII,
el poeta normando se contentará con poner en verso francés y en estilo épico las tradiciones
fijadas ya por Dudon: es el Roman de Rou, de Wace, primera historia en lengua vulgar de
una familia y una nación, surgida a la vez de una tradición oral y de la voluntad de los
príncipes de pasar a la posteridad. Menos fabulosa que la epopeya, más preocupada por la
exactitud, no deja de tener sin embargo como fin el ilustrar una tradición, asegurar su
supervivencia y su fuerza emotiva. Pero no es ya la tradiLA HISTORIA EN LA EDAD
MEDIA 137

ción estrictamente dinástica de los anales reales carolingios. La Historia, como la epopeya,
sufrió la influencia de los valores sentimentales cultivados en la sociedad caballeresca; la
fidelidad y el honor adquieren en el código moral una importancia que infunde su color
propio
de a la época.
efectivizar La HistoriaEste
una fidelidad. se convirtió
habría detambién entonces
ser un rasgo en una
duradero delmanera de expresar
sentimiento comúnyde
la historia. Todavía hoy ella aparece frecuentemente como una nostalgia del pasado, la
afirmación de una fidelidad, la cual puede ser un legitimismo bien determinado o también
una piedad difusa. En este caso la Historia hereda naturalmente fidelidades olvidadas y las
conserva en un mundo donde ellas han perdido casi su sentido.

Hasta el siglo XIII las crónicas eran solamente locales o regionales. En el siglo XIII la
Historia conocerá una nueva aventura. San Luis y sus predecesores la invocan para ilustrar
el mito nacional y real que entonces, siguiendo un proyecto preconcebido, fue traducido a
la vez al pergamino y a la piedra. Por primera vez desde Eusebio-Jerónimo la sucesión de
los tiempos iba a ser retomada y organizada en un plan de conjunto, el de la Casa de
Francia y el de la religión de lo sagrado. En el mismo momento la historia universal
reaparece tras una indiferencia de muchos siglos y, merced al aporte del enciclopédico
pensamiento escolástico, con más rigor y método. La historia de los reyes está, por otra
parte, ligada a este renacimiento de la historia universal. El tiempo, cuya continuidad ha
sido redescubierta, se desarrollará siguiendo una doble revolución: primeramente en torno
de los temas patrísticos de la Biblia y de la Iglesia, luego en torno de un tema nuevo que
sobrepasa la mera fidelidad dinástica: el mito de los reyes. Tres obras de la segunda mitad
del siglo XIII atestiguan este retorno a la Gran Historia: las Grandes crónicas de Francia,
la estatuaria funeraria de Saint-Denis, la iconografía de la catedral de Reims. La catedral de
Reims está consagrada a la liturgia de lo
138 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

sagrado; la iconografía está allí dividida en dos registros: un registro de Dios, un registro
del César. Este último está al servicio de la claridad de la exposición, porque se da por
supuesto que el ejercicio del poder temporal es también de naturaleza religiosa. La
articulación de los dos registros muestra con claridad la relación entre la Historia Sagrada y
la historia de los reyes: los reyes de Francia suceden a los reyes de Judá y ocupan su lugar
en
Se la Galería
repite dos Occidental. La escena
veces. Primero, esencialsobre
en el exterior, pasa alaser ahora occidental:
fachada la consagración de los reyes.
una composición
monumental, destinada a llamar desde lejos la atención del peregrino, que representa el
bautismo de Clodoveo, es decir la consagración del primer rey. Luego la serie de los reyes
comienza con el primero que fue cristiano y ungido, distinción desconocida para Gregorio
de Tours, que ignora la confusión posterior entre bautismo y consagración. Entonces pasa a
ser menos importante remontarse más allá de Clodoveo, hasta los antecesores troyanos de
los francos. El srcen queda fijado en la primera consagración, en el milagro de la ampolla
santa, del que Gregorio de Tours no habla y que aparece tardíamente en los textos. El
peregrino, acogido desde la entrada por la imagen de la primera consagración histórica,
encuentra sobre los vitrales del triforio la ceremonia tal como se repite desde Clodoveo en
cada generación. El rey, con una capa bordada de flores de lis, con la espada y el cetro,
rodeado de los pares de Francia. La liturgia recomienza el gesto consagratorio del primer
rey
11 ay. renueva
A partir la
deintervención milagrosa
esta doble imagen de la paloma
de piedra y deseladespliega
y de vidrio santa ampo-
la procesión de los
reyes, a lo largo de los vitrales, en el interior, y en las galerías de estatuas, en el exterior.
Estos reyes rodean la iglesia hasta llegar al crucero. Dos figuras se destacan, como santos
patronos, en su procesión: san Luis, sobre el portal norte; Carlomagno, sobre el portal sur.
De esta manera, la nueva mitología real recupera a Carlomagno, el héroe de la epopeya. La
fila de las majestades de piedra y de vidrio exalta la idea de la conLA HISTORIA EN LA
EDAD MEDIA 139

tinuidad de los reyes desde Clodoveo a san Luis, pasando por Carlomagno. Es la misma
idea que inspiró Saint-Denis a san Luis. Antes de él, los reyes, como los grandes barones,
elegían el lugar de su sepultura de acuerdo a la devoción de cada uno. En general se
trataba de una abadía privilegiada de la que eran benefactores; por ejemplo,
Saint-Germain-des-Prés,
de Sainte-Geneviéve,
manera excluyente, Saint-Denis. Seguían Saint-Benoit-sur-Loire, y sobre
el uso de su tiempo, y nada todo, pero no
los distinguía, bajo
este punto de vista, de sus contemporáneos. San Luis habría de modificar la tradición en
este punto, dando a las sepulturas reales un sentido nuevo en la ilustración del mito
monárquico. Concibió el proyecto grandioso de reunir en Saint-Denis, en un único
conjunto monumental, las tumbas dispersas de reyes de Francia. De esta manera asignó a la
abadía de Saint-Denis una función en la liturgia real, simétrica a la de Reims. Aquélla era la
necrópolis de los reyes; ésta, la i catedral de la consagración. Esta reunión de las sepulturas
reales no respondió a un sentimiento de piedad familiar que hubiera podido experimentar
cualquier otro miembro de una familia ilustre. Se trataba de un proyecto mucho más
importante, de naturaleza político-religiosa. En efecto; san Luis no se detuvo en sus solos
antecesores por la sangre. Incluso dejó el cuerpo de Felipe I en Saint-Benoit-sur-Loire. Pero
se remontó más allá de Hugo Capoto, más allá de su propia familia, anexando los reyes de
tres razas, o para hablar como las grandes crónicas, de la genealogía merovingia, la
generación Pipino y la generación Hugo Capelo, cubriéndolos a todos de la capa azul con
flores de lis. Comenzaba, como en Reims, por el primer rey consagrado, al que se toma
como el srcen, Clodoveo, cuya tumba, transportada una vez completamente construida a
Saint-Denis, había sido esculpida con su efigie hacia la época de Felipe Augusto. Esta
suerte de restauración atestigua, por lo demás, desde el fin del siglo XII, un verdadero culto
de las personas reales a través de su función de reyes, que anuncia el gran proyecto de san
Luis. Pero las tumbas reales ya restauradas según el estilo de
140 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

la época eran excepción. El maestro de la obra de san Luis, Pierre de Montreuil, hizo
ejecutar por sus talleres dieciséis estatuas que representaban la serie real desde Clodoveo,
con algunas excepciones, serie destinada a ser continuada, y en primer término por los
infantes reales, traídos desde la abadía de Royaumont, la abadía preferida por san Luis,
donde había inhumado a sus hijos de acuerdo con usos que todavía no había modificado.
Algunos arqueólogos
para erigirlas a lo largopiensan
de los que las estatuas
pilares. Hubierade Pierre entonces
existido de Montreuil habían real
una galería sidosemejante
previstas
a la exterior de Reims o a la del Palais de la Cité, más tardía. Pero las imágenes fueron
colocadas en posición yacente, reforzando de tal manera la impresión de continuidad
mediante la idea de que la muerte no podía interrumpirla, tratárase de la muerte individual o
la extinción dinástica. En efecto, la muerte del rey inspiró una liturgia particular, simétrica
a la liturgia de lo sagrado, y que parece haber fijado su ritual en esa época. Sea de ello lo
que fuere, y es el hecho importante que tenemos que retener aquí, el peregrino que iba a
Saint-Denis no podía penetrar en el crucero sin leer la lección de piedra de una historia que
se convertía en la historia de Francia, resumida en la serie de sus reyes, siguiendo la misma
pedagogía que le enseriaba también la historia sagrada sobre los muros o vidrieras de las
iglesias... Existía a partir de entonces un compendio simbólico de historia, sumado a la gran
historia providencial, y era ésta la historia de los reyes de Francia.. De esta historia,
esquematizada de tal manera
dieron para la misma en versión,
época una fórmulasque
de piedra
no era yyadeiconográfica
vidrio, los monjes de Saint-Denis
sino literaria: Las
grandes crónicas de Francia, primera historia sistemáticamente compuesta sobre un plan
nacional, la primera historia de Francia. La parte de las Grandes crónicas que versa sobre
el período que va desde los orígenes a Felipe Augusto fue redactada de un tirón por un
monje de Saint-Denis, llamado Primat, por órdenes de san Luis, y se terminó bajo el
reinado de Felipe el Temerario, a quien está dedicada. LA HISTORIA EN LA EDAD
MEDIA 141

En realidad, la idea de una gran historia de la monarquía no era ajena a los predecesores de
san Luis: debió de madurar paulatinamente. Las tumbas reconstruidas de Clodoveo, de
Childerico, trasladadas a continuación a Saint-Denis dejaban suponer la existencia, ya en la
segunda mitad del siglo XII, de un interés particular por el pasado de la monarquía.
PodemosairSumás
remonta ger,lejos,
abatey ypreguntarnos si ella srcen
restaurador de abadíadeldegran mito realprincipal
Saint-Denis, de san Luis no se de la
consejero
corona. Suger es ante todo el autor de dos vidas de reyes, la de Luis VI y la de Luis VII.
Panegíricos, sin duda, y escritos en latín, pero también la primera obra histórica de la Edad
Media que no desconcierta al lector moderno, no especializado. Además, una tradición del
siglo XIV le atribuye la idea de reunir los antiguos textos latinos que, escritos en sucesión,
formarían una historia completa de la monarquía francesa. Esta compilación existe en la
Bibliothéque Mazarine y el manuscrito ha podido fecharse entre 1120 y
1130. Era ya una Crónica de Francia, pero todavía escrita en latín y sin ningún plan
sistemático. Por otra parte, se conoce, gracias a Émile Mále, la influencia personal de Suger
sobre la iconografía medieval, que fue considerable. Mále le atribuye ”la resurrecci ón del
simbolismo antiguo”, es decir, el haber retomado el uso de símbolos iconográficos caídos
en el olvido. Le atribuye también la creación de temas nuevos, como el árbol de Jesé y la
coronación de la Virgen. El hombre que supo reencontrar los simbolismos religiosos
perdidos e imaginar otros, el fiel servidor de la familia real, podía ya concebir el mito de la
monarquía y fijarlo, sea mediante la propia actividad de escritor, sea mediante las
instrucciones impartidas a los talleres literarios de su abadía. Paulatinamente, Saint Denis
se convirtió en un centro de estudios históricos de la monarquía. Allí se prosiguió, después
de Suger, el trabajo de los biógrafos oficiales que él había comenzado con su vida de Luis
VI. Rigord, y luego Guillermo de Nangis compusieron vidas de Felipe Augusto y de san
Luis. Sin embargo, si bien las Grandes crónicas de Francia se
142 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

inspiraban en antiguas compilaciones y en biografías de los reyes escritas en lengua latina,


que las más de las veces se contentaban con traducir al francés, adoptaron un partido nuevo,
en el estilo y sobre todo en la presentación. Se reconoce en ellas, repetida con la misma
insistencia, la idea que ilustraba la iconografía real de Reims y de SaintDenis. Se trata,
como en los alineamientos de piedra y de vidrio, de destacar la serie continua de los reyes
y, mediante
líneas el empleo
de su ’’Pr ólogo”,del
el lenguaje común,
monje Primat de sersus
expone comprendido
intenciones:por todos.muchas
”Como En las primeras
personas
dudaban de la genealogía de los reyes de Francia, de qué antecesor y de qué línea
descendían, emprendió la confección de esta obra, por orden de alguien que él no podía ni
debía rechazar”. Se ve claramente que Primat alude a san Luis. La obra, por lo tanto, fu e
escrita para afirmar la legitimidad de la Casa de Francia. Por ello está compuesta siguiendo
los plazos de los reinados. Es la primera vez que una Historia de Francia adopta la división
por reinos, división que habría de durar cinco siglos y que no ha desaparecido todavía de
los usos modernos y de las expresiones usuales. Evidentemente esta segmentación por
reinos corresponde al objetivo propuesto: es el Romance de los reyes. Así Joinville, al igual
que el monje Primat, dice en su dedicatoria:

Felipe, rey de Francia, que renombrado eres, Te ofrezco el romance que canta de los
reyes.
En el ”Prólogo” Primat anuncia su plan: ”Y como han existido tres generaciones de reyes
de Francia desde que el reinado tuvo comienzo, toda esta historia estará dividida en tres
libros principales. En el primero se hablará de la genealogía merovingia; en el segundo, de
la generación de Pipino, y en el tercero de la generación de Hugo Capeto. Así cada libro
será subdividido en distintos libros, según las vidas y los hechos de los diversos reyes”.
En el .capítulo consagrado al fundador de la Casa de los Capetos, Primat LA HISTORIA
EN LA EDAD MEDIA 143

insiste nuevamente en la continuidad regia y en la legitimidad dinástica: ”Aquí cesa la


generación del Gran Carlo magno y pasa el reino al Gran Hugo, al que se lo llama
Capeto... Pero luego fue recuperada en tiempos del buen rey Felipe Diosdado [Augusto],
pues se desposó
recuperar con
el linaje dellagran
reinaCarlomagno”.
Isabel, que fueElhija delBaduino
conde conde Baduino
descendde
ía Hainaut,
de Carlospara
el Simple,
por lo cual ”puede decirse con certeza que el valiente rey Luis, hijo del buen rey Felipe,
fue del linaje del gran Carlomagno, y que en él se recuperó el linaje. Y su hijo también, el
santo varón de Luis, que murió en el asedio de Túnez, y el rey Felipe, que reina ahora, y
todos los que descenderán de él, si el linaje no cesa, de lo cual Dios y el Señor san Dionisio
le guarde”. Primat tuvo que modificar este plan por reinados, pero esto fue porque le faltó
la documentación, como sucede para el período de los últimos carolingios, antes de la
llegada de los Capetos. Es sabido que entonces el historiador se ciñe a los cuadros locales,
salvo para Normandía. También interrumpe Primat su obra para intercalar, con carácter de
episodio, una traducción de los historiadores normandos: ”Aqu í comienza la historia de
Rolle, que luego fue llamado Roberto, y de los duques de Normandía que de él
descienden”. En la serie de los reyes, Primat se detiene con pr edilección en Carlomagno, al

igual que los tallistas de piedra o los maestros vidrieros de Saint-Denis, de Chartres, de
Reims, y al igual que los poetas de las canciones de gesta. ”Aqu í comienza la vida y los
nobles hechos del glorioso príncipe Carlomagno el Grande, escrita en parte por mano de
Eginalt, su capellán, y en parte por Turpín, arzobispo de Reims, que estuvieron a su lado en
todas sus hazañas”. Primat atribuía igual valor al historiador Eginardo, reconocido por la
tradición moderna, y al viaje fabuloso de Carlomagno a Jerusalén. Los monjes de
Saint-Denis habían hecho un laudable esfuerzo por seleccionar sus fuentes y poner límites
al gusto medieval por lo maravilloso. Carlomagno, en efecto, escapaba a las censuras de la
crítica histórica, porque su vida participaba de lo maravilloso de la vida de
144 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

los bienaventurados, como le sucedió posteriormente a san Luis, quien ocupará su lugar en
el siglo XVII como santo protector de la Francia de los reyes. Decimos bien: la Francia
real, y no la familia real. En las Grandes crónicas, como en Reims o Saint-Denis, el
proyecto no es sólo diná stico, sino nacional y religioso. ”Con tan gran amor y con tanta
devoción recibió la fe cristiana, que, después de aquella hora en que obedeció a su Salvador
[bautismo deelClodoveo,
que deseaba ella [Francia]
acrecentamiento deseóalaterrenal”.
de la señorí multiplicación de laprovidencial
En el plan fe cristiana más
e\ de lo
xistía
una devoción de Francia y de su Casa: por eso nuestro Señ or le ha otorgado ”una
prerrogativa y una ventaja sobre todas las otras tierras y sobre todas las otras naciones”. ”Si
alguna otra nación hace daño u ofensa a la Santa Iglesia, ésta viene a Francia para quejarse:
a Francia viene para refugiarse y buscar socorro; Francia tiene siempre el ánimo dispuesto
para ayudarla y socorrerla”. Esta vocación transfirió a Francia la misión providencial del
Santo Imperio: ”Clero y caballer ía están siempre en tal acuerdo, que ninguno de los dos
puede nada sin el otro: siempre unidos, y hasta ahora, gracias sean dadas a Dios, jamás se
han separado. En tres regiones vivieron en diversos tiempos: en Grecia reinaron
primeramente, porque en la ciudad de Atenas residió otrora la filosofía, y en Grecia la flor
de la caballería. De Grecia pasaron luego a Roma. De Roma vinieron a Francia”. De esta
manera se desarrollaba el curso de una historia popular de la realeza, ”el mar de las

Grandes las crónicas


historias ycrónicas delaFrancia”,
fueron primera seg ún el
de las título
obras de que
a las una se
edición
aplicódel
el siglo
nuevoXVI, porque
sistema de las
impresión. La edición de 1476 fue el primer libro francés salido de la irn-
1 prenta. De esta manera quedaba fijado un tipo de historia nacional y dinástica que tuvo
también, a mediados del s.glo XIII, su contraparte señorial y antimonárquica, de la mis-
- ma manera que la epopeya oponía al buen emperador Carlos el rey cobarde y felón. La
historia continuaba a la epoLA HISTORIA EN LA EDAD MEDIA 145

peya en los dos planos. Esto se manifiesta muy claramente en los relatos del ministril de
Reims, escritos hacia 1260 por un cuentista itinerante para diversió n del ”baronazgo de
Francia”: un ejemplo de los cuentos históricos que se asociaron entonces a los poemas
épicos. Se presentaban como historia verdadera, pero en realidad formaban una colección
de cuentos romancescos, donde los hechos casi contemporáneos eran deformados con
inverosímil
esposa virtuosismo.
Eleonora huir conLuis VII aparece
Saladino, con los
convertido rasgos
en un de un
hidalgo usurpador
generoso que impide aLuis
y caballeresco. su
VII es ”el mal rey”, que tiene que soportar el desprecio de Eleonora: ”No val éis una
manzana podrida”, le dice. Hasta san Luis es tratad con desenfado. Pero si bien el género
romanesco y anecdótico persistió, este tema antimonárquico no sobrevivió al prestigio de la
monarquía, que inspiraba entonces la continuación de las Grandes crónicas. En efecto, la
redacción hecha por Primat en 1274 se detenía al término del reinado de Felipe Augusto.
Los monjes de Saint-Denis la continuaron oficialmente hasta Juan el Bueno, con el mismo
afán de continuidad que aparece en Saint-Denis, donde se sucedieron las tumbas de reyes,
si no hasta la Revolución, sí por lo menos hasta los Borbones, o en el Palais de la Cité,
donde la efigie del rey reinante ocupaba un lugar en un pilar de la sala, a continuación de
las de sus predecesores. A partir de Juan el Bueno, la redacción de las crónicas deja de estar
garantizada por los monjes de Saint-Denis, se laiciza, cambia el tono, pasa de la historia
sagrada de los reyes, que había querido san Luis, a una especie de diario oficial, cuya
redacción se vuelve cada vez más positiva y objetiva. Los príncipes del siglo XIV
comienzan a mirar la historia con unz Imirada fría y distante, una mirada de profesional.
Conocemos su estado de espíritu, casi científico ya, gracias a una carta del rey de Aragón a
su historiógrafo, fechada el 8 de agosto de 1375, en la que le recomienda recurrir a las
fuentes, revisar los archivos y — preocupación nueva por la exhaustividad— escribir todo
detalladamente, con los detalles más cotidianos, sin omitir
146 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

un solo hecho ni un nombre. Es otra manera de conocer la historia, la de Commines, la de


los cronistas florentinos, que anuncia a Maquiavelo. La historia, a fines de la Edad Media,
ha perdido su trascendencia, ese valor sagrado de representación de un tiempo providencial,
eclesiástico o de la realeza. Se ha convertido en una técnica descarnada, material para el
arte político utilizable por los soberanos y los hombres de, Estado, o en relato pintoresco y
anecdótico, para diversión
tiempo, el hábito de un público
de una segmentación tanfrívolo. Subsiste
familiar como lasólo en la conciencia
periodicidad ingenua del
de las fiestas
religiosas, más concreta que las divisiones astronómicas del calendario: la sucesión de los
reinados. Eso sucedió en tiempos del rey Fulano...

Desde la época patrística hasta la de la redacción de las grandes crónicas de Francia en


Saint-Denis, los documentos atestiguan la importancia atribuida al tiempo y a su
dimensión. El hombre medieval vive en la historia: la de la Biblia o la de la Iglesia, la de
los reyes consagrados y taumaturgos. Pero nunca considera al pasado como muerto, y a ello
precisamente se debe que le cueste tanto encararlo como objeto de conocimiento. Ese
pasado le toca demasiado de cerca, cuando la costumbre funda el derecho, cuando la
herencia se convierte en legitimidad y la fidelidad en la virtud fundamental.
1950 V

LA ACTITUD ANTE LA HISTORIA: EL SIGLO XVII

Un curioso librito de 1614, La manera de leer la historia, nos informa sobre el estado de
espíritu de un aficionado a la historia a comienzos del siglo XVII. Su autor, René de
Lusinge, Señor de Alymes, no era un especialista: ’No quiero instruir, sino simplemente dar
mi opinión y decir qué camino tomé cuando quise conocer la Historia”. Comenzó,
alrededor de los doce arios, por leer novelas de caballería: Huon de Bordeaux, los Cuatro
Hijos de Aymon, Pierre de Provence, Ogier el Danés... Estas novelas, bajo el título de
”Cuentos azules”, ”Biblioteca Azul”. ”Cuentos tuertos”, ”Cuentos del Lobo”, mantuvieron
un público de adolescentes, de provincianos, de gente del pueblo hasta muy avanzada la
época clásica. Tuvieron sus impresores especializados, en Troyes, los Oudot. Chapelain
defenderá el Lancelot contra el celo de los partidarios de los Antiguos. Fue necesario llegar
al siglo
para queXIX,
estascon la competencia
viejas del Petiten
narraciones cayeran Journal y deDebemos
el olvido. la Biblioteca de losque
reconocer Ferrocarriles
resistieron
mucho tiempo, y hay que pensar que sus héroes, que conservaron su carácter medieval,
no dejaron de ser familiares para los niños de los siglos XVII y XVIII. Así pues, nuestro
René fue ”maestro graduado en esta fabulosa ciencia”. Entonces ”empu ñó los Amades”.
Tenía el sentimiento de penetrar en la intimidad del pasado: ”Mi esp íritu, que era entonces
más fuerte, creía entrar en la cima del conocimiento de la Historia. Esta ciencia
quimerizada del valor de los paladines se apoderó de mí y no me dejó en libertad para
poder, de día o de noche, pensar o dedicarme a otra cosa; los devoraba en un santiamén”.
Encontró allí ”amores, guerras, las intrigas de la corte, las leyes de caballerí a”. Es lo que se
buscará mucho tiempo en los libros de historia más serios. Es así como una literatura
romancesca popular, hereda-
148 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

da de la Edad Media, aparece en el srcen de una devoción a la historia. El mismo


fenómeno vuelve a observarse a fines de este siglo en un precursor de la erudición
moderna, Bernardo de Montfaucon. Todavía niño, había encontrado en el castillo de su
padre un gran cofre de cuero, repleto de libros, que las ratas comenzaban a roer. Pertenecía
a un pariente algo srcinal que moraba con la familia. En ese cofre, dice Montfaucon,
”encontr é una
historia de infinidad
Francia”. de librossindeduda
Se trataba historia,
de unmuchos dede
revoltijo loslibros
cualesdeversaban
caballeríasobre
y delaviejas
crónicas del siglo XVI. La experiencia de René de Lusinge debió ser común a muchos
futuros lectores de Mézeray. Pero René de Lusinge no quedó satisfecho con esta ”ciencia
quimerizada”, con esta literatura romancesca. Pronto comprobó que eran sólo ”necedades”,
y entonces fue cuando descubrió la verdadera Historia. ¿Qué se entendía por tal? Dos
géneros, desiguales por otra parte en nobleza: la ”historia vieja”, la de la Antigüedad, y la
Historia Moderna, moderna para él, la de su tiempo. ”Cuando salí de esas ’necedades,
estaba lleno de fastidio para con la historia vieja, tanto la sagrada como la profana, la de
los griegos y los romanos”. Nuestras escuelas resonaban con los grandes nombres de
Metelo, los Escipiones, Mario, los Silas, César, Pompeyo, y antes de ellos, los Horacios,
Scévolas, todos los que la historia romana pone por los cielos, después de Rómulo el
fundador”. Se trata, pues, de la historia de colegio, la que ”enseñan los maestros”, la

Historia Sagradadey las


allá del cerrojo la Historia
GrandesAntigua, considerada
Invasiones. comoencerrada,
Longepierre, sin prolongación
su Discurso más
sobre los antiguos,
escrito en 1687, dice: ”Cuando los bárbaros, más funestos todavía —si es que esto puede
decirse— que por sus célebres crueldades, por la pérdida de tantas excelentes obras,
hubieron invadido el universo, y cuando los tesoros... fueron o... sepultados bajo las ruinas
del Imperio.., o dispersados, la barbarie se expandió con toda la impetuosidad de un
torrente al que se le sacan los diques que lo coartaban. Occidente, sobre todo, que había
LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 149

estado más al alcance del furor de estas naciones feroces, se vio de pronto envuelto en
espesas tinieblas de grosería y de ignorancia, que duraron hasta que fueron recuperados
esos mismos Antiguos”, gracias a los griegos expatriados de Constantinopla y a los
Médicis. De esta manera, pues, el tiempo se condensa alrededor j de dos períodos
privilegiados: la Antigüedad bíblica y la clásica, mientras que el resto de la duración es
abandonado a una especiemodernas.
nuestras preocupaciones de no-serActualmente
histórico. Esta
la concepción se sitúa
Historia implica unaenconciencia
los antípodas
de lade
continuidad que no existía todavía en el siglo XVILNi—siquiera se trataba de un hiato que
hubiera separado la Antigüedad de los períodos posteriores, sino que la Edad Media se
ponía entre paréntesis y el siglo XVII se imaginaba unido, saltando por encima del gótico, a
una Antigüedad semejante a él. ”Hace ochenta arios”, escribía Fustel de Coulanges en
1864, ”Francia estaba entusiasmada con los griegos y romanos. ”Se cre ía saber su historia.
Nos nutríamos desde la infancia, desde el colegio, de una pretendida historia griega o
romana, que hombres como el bueno de Rollin habían escrito y que se asemejaba a la
historia verdadera más o menos como una novela a la realidad (bastante menos, a nuestro
entender). Así, se creía que en las ciudades antiguas todos los hombres habían sido
buenos..., que el gobierno era muy fá cil”. Se formaba un prejuicio que atribuía a los
pueblos antiguos los hábitos mentales de las sociedades modernas: ”Nuestro sistema de
educación, que nos hace
habitúa a compararlos vivir desde lacon
incesantemene infancia en medio
nosotros, de los
a juzgar griegos de
su historia y romanos, nosla
acuerdo con
nuestra y a explicar nuestras revoluciones por las de ellos. Lo que poseemos de ellos y lo
que nos legaron nos hace creer que eran parecidos a nosotros: nos cuesta considerarlos
pueblos extranjeros; casi siempre es a nosotros mismos a los que vemos en ellos”. No cabe
duda de que esta concepción de la Historia universal es la que triunfa en la enseñanza
humanística de los
150 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

colegios, si prescindimos de las iniciativas parciales del Oratorio y de Port-Royal. La


historia se trataba solamente con motivo de la explicación de textos antiguos. Rohin fue el
primero que promovió una enseñanza sistemática y particularizada de la Historia, pero
quedó limitada, a pesar de las intenciones más amplias del reformador, a la Historia antigua
y romana. De todos modos, sería un error confundir en el Antiguo Régimen los programas
de los colegios
Antigüedad, y latambién
había cultura cívica y moral.que
otra historia, Si aun
la historia escolar
sin haber se deteníaen
sido enseñada enellacolegio,
Biblia y la
desempeñaba un papel importante en la conciencia de los hombres del siglo XVII, y René
de Lusinge no la ignoró. Junto a la Historia ”que enseñan los maestros” pone ”la que
encontré por azar leyendo los libros”. Esta toca todos los intereses de la época: los Reyes
Católicos, fundadores de la unidad española; la invención de la brújula, que permitió la
navegación a grandes distancias y los grandes descubrimientos, el período convulso y
todavía cercano de las Guerras de Religión. Junto a la historia de la escuela está la Historia
de Francia, la historia de la ciudad natal, la historia genealógica de la familia. El mismo
Rollin, que, con justo título, figura como organizador de los estudios clásicos, no vacilaba
en escribir: ”Los fundamentos de este estudio (la Historia moderna) deben asentarse desde
la in fancia. Quisiera que cada titular de un señorío conociera bien la historia de su familia
y que cada obrero conociera mejor la de su provincia y su ciudad que la del resto”. Sin

haber entrado
cultivada ya. todavía en la enseñanza como una de sus asignaturas, la historia moderna era

La Historia que un hombre del siglo XVII podí a ”encontrar por azar hojeando libros” es la
Historia de Francia. Los Oudot, impresores de Troyes especializados en literatura popular,
publicaron en 1609 un Compendio de la historia de Francia, que los buhoneros vendían
junto con los ”Cuentos azules”, las novelas de caballería, las vidas de los santos. Este libro
de los Oudot era el que los oratorianos de Troyes empleaban para enseñar un rudimento de
HistoLA HISTORIA DEL SIGLO XVII 151

ría, que iba desde Faramundo a Enrique III. La Historia de Francia no es un género erudito
ni literario, pero es un género tradicional, cuyas reglas están bien establecidas y cuyo
público lector es bastante numeroso, no habiendo variado mucho desde el siglo XV al XIX.
En efecto,
manera de asacar
pesarlade las diferencias
moraleja de estilo, en la interpretación
de los acontecimientos, de losestán
todos estos libros hechos, en la muy
calcados
ajustadamente sobre las Grandes crónicas de Francia, con las que empalman las historias
más recientes. La observación que hace H. Hauser respecto del siglo XVI sigue siendo
válida hasta Michelet: ”Si un acontecimiento ha sido descripto exactamente una vez, no
gana nada por ser descripto en otros términos, y es inútil estudiarlo nuevamente.,La
historia,pues es obra de continuadores. En una primera época se retoman y continúan las
grandes crónicas que fijaron ne varietur la división por reinados. Así, Gaguin, en 1497,
publica, en los comienzos de la imprenta, El mar de las crónicas y espejo histórico de
Francia. Una veintena de arios después se prolongan hasta Luis XI ”las cr ónicas y anales
de Francia desde la destrucción de Troyes”. Se editarán también ediciones abreviadas. Así
J. du Tillet, en 1550, publica la Crónica de los reyes de Francia, titulada también Breve
narración de las acciones y hechos memorables, acontecidos a partir de Faramundo I, rey
de los franceses, tanto en Francia, España, Inglaterra como Normandía, según el orden de
los tiempos y el cómputo de arios, continuados distintamente hasta el ario 1550. Todavía a
mitad del siglo XVIII el procedimiento no era diferente. Como en el siglo XV y en el XVI,
una historia era obra de continuadores. El abate Velly comienza en 1740 una Historia de
Francia que, después de su muerte, es continuada por Villaret, y luego, en 1770, por
Garnier, profesor del Colegio Real, que la prosigue desde Luis XI a 1564, donde se
detiene por la complicación de las Guerras de Religión. En 1819, la historia de Velly es
publicada nuevamente bajo el nombre de su primer autor, pero el editor, Fantin des
Odoard,
hecho, laanunciaba
rees- en la portada que ”la hab ía revisado y corregido cuidadosamente”. De
152 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

cribió por completo, siguiendo de cerca la edición de 1740-


1770, pero modificando el espíritu (más adelante veremos cómo, analizando algunos
ejemplos). Sin embargo, prefirió presentar su trabajo, que podría haber parecido srcinal,
como una revisión y continuación del abate Velly, de la misma manera como los primeros
autores del siglo XVI se borran detrás de las Grandes crónicas de Francia. También
Anquetil,
”He tomado en como
1805, gu
reconoce sin vergüenza
ía los cuatro que su
historiadores HistoriaDupleix,
generales, de Francia es una Daniel
Mézeray, compilación:
y
Velly. En primer lugar me convencí, por mis reminiscencias, de que nada que ofrezca algún
interés en la Historia de Francia ha sido olvidado por estos cuatro escritores, y que si uno de
ellos omite algo, el otro lo repone; que han ponderado bien la propia autoridad y que, por
consiguiente, poner su nombre al margen es como citar la prueba”. ”Cuando tuve que tratar
un tema, examiné cuál de los cuatro lo ha presentado mejor y tomé su relato por base del
mío; luego agregué lo que me parecía faltar a la narración del autor prefer ido”. Este curioso
método, que persistió tanto tiempo, se explica por la adhesión del público a una versión
tradicional admitida por él, y que exige sea adornada de acuerdo al gusto del día, pero sin
cambiar el cañamazo ya fijado. Porque la Historia es una narració de hechos. Furetiére, en
su Diccionario, la define así: ”Relato hecho con arte: descripción, narración ininterrumpida,
continua y veraz de los hechos más memorables y las acciones más cé lebres”. Y, una vez
más, no se admite
narradores. que haya
Esta historia que añadir
de Francia tuvoo sus
retocar nada reeditados
clásicos, en el relatodurante
de lostodo
primeros
el siglo que
siguió a su publicación. En el siglo XVI, las Grandes crónicas de Francia con Nicole
Gilles:
1510, 1520, 1527, 1544, 1551, 1562, 1617, 1621. PaulEmile, imitador de Tito Livio, que
ennoblece a la antigua el relato arcaico de las Grandes crónicas: 1517, 1539, 1544,
1548,
1550, 1554, 1555, 1556, 1569, 1577, 1581, 1601. En el siglo XVII el escritor más leído es
incuestionablemente Mézeray. Su gran Historia, aparecida en 1643, fue reeditada seis veces
hasta 1712, cuando fue reemplazada por la del P. LA HISTORIA DEL SIGLO XVII
153

Daniel, reeditada también seis veces entre 1696 y 1755. Pero Mézeray tuvo el honor de dos
ediciones en
Michelet, el siglo
aparece en XIX,
1830 en
y la1830 y 1839,
de Henri en tanto
Martin Historia
que laEsto
en 1833. de Francia,
muestra de
el favor popular,
dentro de las pequeñas burguesías y artesanados provinciales, de este viejo autor,
actualmente olvidado. Después de Mézeray y el P. Daniel, los lectores de la segunda mitad
del siglo XVIII y el comienzo del XIX se dividieron entre el abate Velly, el abate Millot y
Anquetil. Napoleón decía en 1808 que ”Velly es el único autor un poco detallado que haya
escrito sobre la historia de Francia” ”Su majestad ha encomendado al ministro de polic ía
ocuparse de la continuación de Millot”. En su prefacio a Diez arios de estudios históricos,
escrito en 1835, Augustin Thierry subraya la persistencia de la boga de los historiadores
clásicos del siglo XVIII, a pesar de la reacción romántica comenzada con Chateaubriand.
’Si los señores Guizot, de Sismondi y de Barante encontraban lectores entusiastas, Velly y
Anquetil tuvieron sobre ellos la ventaja de contar con una clientela má s numerosa.” Por
consiguiente, desde el siglo XVI hasta 1830, las sucesivas generaciones no vacilaron ante la
monotonía del mismo relato, fijado de una vez para siempre en lo esencial, repetido con la
única diferencia del estilo, de la retórica, de un añadido para abarcar los acontecimientos
producidos desde la versión precedente, añadido que será,,, a su vez, demarcado por el
compilador que vendrá detrás.1 Es imposible no quedar impresionado por la persistencia de
I este género, que durante tres siglos permaneció idéntico a sí mismo e igualmente
próspero. Esto constituye un fenómeno 1 tan importante como la cristalización del
clasicismo en torno de la Antigüedad sagrada y profana; dos aspectos contradictorios pero
también característicos de la época, que tuvieron que coexistir en las mismas personas,
aunque en etapasreconocida
frecuentemente diferentes.del
EsAntiguo
una dualidad que da
Régimen. cuenta
Las declásicas
épocas la complejidad
adoptan frente a la
Historia una actitud que no es ni un rechazo ni una investigación crítica
154 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

mediante el recurso a las fuentes, ni la alienación en el tiempo, ni la curiosidad por el


descubrimiento. Otra cosa muy difícil de imaginar es que agrada por la trivialidad y la
repetición, bajo la vestimenta de moda en cada momento. Tratemos de explicarlo mejor.

Poseemos un pequeño tratado sobre la historia, fechado en 1628, Advertencia sobre la


historia de la monarquía
los fundadores francesa.
de la novela realista,Es obra dedeCharles
después Noél deSorel,
Fail yeljunto de Francion
autorcon Théophileydeuno de
Viau.
Aunque detentaba el cargo de historiógrafo del rey, cargo heredado de su tío, era un espíritu
independiente, audaz, que tuvo que expurgar sus novelas y su historia de rasgos que podían
desagradar a la Corte. Su opinión sobre la historia no trasluce ningún conformismo oficial
sino lo contrario. De ahí su interés. Comienza lamentándose de que, en su época, nadie se
interesaba suficientemente por la Historia de Francia: a decir verdad, la queja es un rasgo
común de los historiadores. Pero se trata aquí de la competencia que los Antiguos hacen a
la Historia de Francia. ”Otrora me asombraba la poca importancia que se da a la Historia de
Francia en su propio país. Los hombres de letras saben mejor los nombres de los
emperadores romanos y de los cónsules que los de nuestros reyes.” Nosotros sabemos que
esto no es verdad, o por lo menos que es verdad sólo de los espíritus refinados, cuyo
adversario, por otra parte, es Sorel. Se leen, además, demasiados ”libros fabulosos”,
demasiadas novelas
la raíz del gusto por de caballería.
la Historia de Y sin embargo,
Francia Sore1
de algunos de no
susduda que estas novelas
contemporáneos. estén en
De todas
maneras, si ”muy pocas personas conocen la Historia de Francia”, es porque ”casi no hay
libros sobre ella”; los autores antiguos son ilegibles, ”escritos como a contrapelo de las
Musas”, ”un revoltijo de lo que encuentran en diversos lugares”. Ya en 1571, du Haillan, en
el Prefacio de su gran tratado sobre la Historia y las instituciones francesas, se jactaba de
ser el primero que escribía correctaII LA HISTORIA DEL SIGLO XVII
155

mente: antes de él, ”grandes masas de historias martinianas [de san Martín de Tours] y
dionisianas [de Saint-Denis] y las cró nicas de Hildebrando, de Sigeberto...” Es la reacción
clásica del lenguaje noble, aun en el autor de Francion: en esos viejos libros ”se ven
palabras tan bajas y tan sucias, que no creo que puedan emplearse para otra cosa que para
expresar
los reyes el pensamiento
y los devirtud”.
hombres de mendigosSusy primeros
gañanes, antecesores,
de ninguna manera parainmediatamente
que siguen expresar los de
las Grandes Crónicas (de las cuales no ha bla) ”son los últimos en materia de elocuencia y
de fuerza de discernimiento. Escribieron de una manera tan bárbara...” Ha sido un error
continuarlos; habría sido mejor escribir una obra nueva. En efecto, estamos en el momento
en que se experimenta la necesidad de renovar a los cronistas. Sus ediciones se detienen en
1620-1630. Pero no saquemos la conclusión de que se produjo un cambio profundo en la
estructura de la Historia; los cronistas antiguos seguirán siendo la fuente esencial; los
nuevos autores se contentarán con desembarazarlos de algunas ané cdotas ”demasiado
burdas” y los vestirán de acuerdo al gusto del día, para retomar indefinidamente este nuevo
modelo. Es ciertamente el programa expuesto por Sorel después de la crítica de sus
predecesores. Se abandonarán las fábulas demasiado inverosímiles, como el srcen troyano
de los franceses o el reinado de Ivetot. Pero estas leyendas persistirán, a pesar del
racionalismo clásico y del purismo de la Contrarreforma. Mézeray relatará la historia de
Ivetot, porque en definitiva es un cuento bonito. Le bastará con añadir: ”De todas
maneras, si se me pide mi opinión, encuentro que este cuento está plagado de tantas faltas
contra la verosimilitud y la cronología, que lo devuelvo gustoso a quienes nos lo han
contado”. Pero de todas maneras lo reproduce. En resumen, los nuevos escritores se
desembarazan de las leyendas, sobre todo cuando ponen en juego los falsos milagros. No se
trata de proscribir lo sobrenatural: ”los que tienen cierta apariencia de verdad” ser án
mantenidos ”si son edificantes”. Los otros se pasar án en silencio: ”imaginar tan frecuente -
156 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

mente los efectos milagrosos es hacerlos despreciables”. El historiador, en este caso, sigue
siendo ”un pagano dentro del cristianismo”. A este relato, podado de sus retoños parásitos,
se lo vestirá de acuerdo al gusto del día, se suprimirán las referencias cronológicas que
hacen pesado el estilo: ”Considero que es poco grato decir a propósito de cada acción: ’esto
sucedió tal ario y tal mes”; los que quieran conocer las fechas ”esperar án hasta que yo
confeccione una otabla
derecho público de historia gica”.
cronolóde Tampoco se conservar
las instituciones: ánno
tales cosas lossedetalles fanagosos
encuentran en los de
Antiguos. ”En medio de tantas disputas es imposible hacer elegante una narraci ón y darle
un estilo agradable. Si los Antiguos hubieran estado obligados a esto, no nos hubieran
dejado tantas obras maestras hermosas. No disputaban sobre el srcen de las dignidades
[alusión a las controversias sobre los derechos de los pares, sobre las cortes parlamentarias,
que tanto se tomaban en cuenta en el siglo XVI, cuando se creía poder encontrar en
instituciones como éstas las fuentes de una monarquía limitada por sus grandes
funcionarios]; no les inquietaba si una provincia era poseída con carácter de soberanía o si
se trataba de un ducado que dependía de la Corona... No sabían de feudos, retrofeudos ni de
feudos francos, o si lo sabían, los historiadores no se entretenían en dar largas
definiciones”. Y efectivamente ya no se encuentran comentarios acerca de las instituciones
en los autores del siglo XVII, siendo así que los del XVI se interesaban mucho por ellas: lo
único que subsiste
las fuentes es el relato de
y citar literalmente loslos acontecimientos.
textos srcinales. ”NoSegún
quieroSorel, hay que evitar
esos discursos recurrir
b árbaros quea
los autores han referido palabra por palabra, tal como los encontraron en los viejos
manuscritos. Extraeré de ellos la sustancia para elaborar con ella discursos de acuerdo con
nuestra modalidad”, es decir, imitados de Tito Livio. Más tarde, el P. Daniel, que
reaccionará contra esta clase de historia oratoria, reconoce que es necesario citar las
referencias y remontarse a las fuentes: ”La cita de los manuscritos hace todavía hoy mucho
honor a un autor”, LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 157

admite, pero sólo para mostrarse de acuerdo inmediatamente en que este recurso a los
srcinales no siempre sirve para mucho: ”He visto un gran número de manuscritos. Pero
diré sinceramente que esta lectura me ha deparado má s trabajo que ventajas”. Los textos
antiguos versan sobre cuestiones demasiado particulares para tener cabida en una Historia
General, que seEn
continuadores. mantiene
el siglosiempre fiel alseesquema
XVII, pues, hablará en las Grandes
deestilo Crónicasno
noble. Mézeray y de sus éxito
tendrá
en él y retornará a una manera más sabrosa y familiar. El P. Daniel habrá de reprochárselo:
”Si Mézeray hubiera tenido una idea clara de la nobleza y la dignidad que son propias de la
Historia, hubiera amputado en la suya muchos dichos vulgares, proverbios, chistes de mal
gusto, un gran número de expresiones bajas y de estilo familiar”. Sorel admite, al pasar, que
su método suscita objeciones en el público de las Historias de Francia: ”Algunas personas
aficionadas al abigarramiento me dirán que pi-, fieren valerse de las crónicas generales que
poseemos Das viejas crónicas y sus continuadores del siglo XVI] y que les agrada encontrar
las particularidades que allí se relatan”. Sorel no se detiene en este punto, pero la
observación es muy importante para nosotros, porque demuestra que existía un público
menos contaminado que Sorel por el gusto noble y que se complacía en encontrar en los
viejos autores las peculiaridades de las épocas antiguas. Podemos preguntarnos por qué
Sorel se toma tanto trabajo para disfrazar a la antigua la Historia de Francia. Porque vale la
pena: ”Nuestros antiguos reyes no nos dejaron tantos apotegmas como los griegos y los
romanos”, pero sus notables hazañas ”valen tanto como las palabras de los otros”. La
Historia de Francia es una obra patriótica: esta frase parece anacrónica, pero tiene sentido.
Sorel se propone rehabilitar los reyes maltratados por sus predecesores: no cabe duda de
que nuestros primeros reyes participaban de ”la barbarie de los alemanes, sus antepasados”.
”Pero la virtud de aquéllos puede borrar esta mácula, y de
160 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

nocido tu mérito y tu gran coraje. Por eso me vine a vivir contigo, porque, créemelo, si yo
hubiera conocido doquiera fuese más allá del mar alguien más valeroso que tú, también me
hubiera ido con él”. Ni una palabra sobre la doble traición, la de la mujer al marido y la del
huésped al amigo. Gregorio de Tours no se entretiene en detalles tan minúsculos. Tal es el
relato que sedujo la imaginación de nuestros antiguos historiadores; veamos ahora en qué
se convirtió.
marcos de lasEn primer lugar,
costumbres en lasyCrónicas
feudales de Saint-Denis.
caballerescas. ”Era odiadoElpor
episodio entra en
sus barones los a
debido
las afrentas que les hacía, porque tomaba por la fuerza a sus hijas o esposas cuando le
gustaban para cumplir las delicias de la carne. Por esta razón lo expulsaron del reino: no
podían tolerar más los agravios de su lujuria desenfrenada”. Bissino, rey de Turingia, ”lo
recibió muy bondadosamente y lo tuvo junto a sí con mucho honor todo el tiempo de su
destierro”. Pero Childerico había dejado detrás de sí un amigo: ”Nadie es tan odiado que no
tenga alguna vez un amigo”. Este amigo aprovech ó el descontento de los barones para con
Román Gilon, sucesor de Childerico, para recordarles el ” recto señor nacido de vuestra
gente”. ”Después de haberlo expulsado, os sometisteis a un orgulloso de una nació n ajena.”
[Román aparece como extranjero, rasgo que no existía en Gregorio de Tours]. ”En verdad,
es una cosa muy dura que vosotros no podáis tolerar la lujuria de un solo hombre, y sufráis
la perdición de tantos nobles prí ncipes”. Gracias a esta intervenci ón, la legitimidad, traída a
la memoria
besante. de esta
Cuando manera,
Basina, ”latriunfa,
señora ydeChilderico vuelve,
Bissino”, supo queavisado mediante
”Childerico el ía
se hab medio
reconciliado
con sus barones y había sido recibido en su reino, abandonó a su señor y se vino a Francia
detrás de ChIlderico, porque se decía que él la había conocido mientras moraba con su
señor”. ”El rey la tomó en matrimonio, como pagano que era, y no se acordó de las honras
y beneficios que Bissino, rey de Turingia, el primer marido, le había hecho a él cuando fue
expulsado de Francia.” LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 161

Pero Basina era un po co hechicera. La primera noche ”lo amonest ó a que se abstuviera de
cohabitar con ella” y le hizo ver, primeramente, leopardos y leones: ”la primera generación
que nacerá de nosotros, todos de nobles proezas y de gran poder”; luego, osos: es la
segunda generación, ”rapaces” como los osos; finalmente, chacales, que representan la
última generación, ”animales traidores y sin ninguna virtud”. En du Haillan, en 1571, la
historia,má
vuelve des la cual,”Childerico,
moral. por otra parte, desaparece
repatriado el episodio
y restituido decondici
a su Basinaón
y de sus visiones,
anterior, recordósesu
pasado y el mal que le había sobrevenido por haberse entregado demasiado al ocio. Lo cual
le tomó tan sabio y prudente, que desde entonces no tuvo otra preocupación que la de
hacerse, por su valor, sabiduría y justicia, grato a los franceses, y de curar mediante sus
virtudes las llagas de su primera mala reputació n y de su fortuna”. Las grandes crónicas
habían agregado al relato de Gregorio de Tours una circunstancia novelesca y una glosa en
favor de la legitimidad dinástica. A fines del siglo XVI se lo completa mediante una lección
moral: la conversión del príncipe, de la que no se habla ni en las Grandes crónicas ni en
Gregorio de Tours. Por su parte, Mézeray retorna literalmente los relatos de sus
predecesores. Se verá, sin embargo, que desliza una alusión al fiscalismo de Childerico,
inspirada por la opinión de su propia época. La historia de Childerico y de Basina
suministra un buen ejemplo del estilo bastante sabroso de Mézeray. Childerico no es
solamente un libertino, sino también un príncipe dispendioso, que explota a su pueblo: ”Sus
placeres desbordados y sus sórdidos ministros habrían devorado bien pronto más dinero
que el necesario para solventar los gastos de una larga guerra.” El príncipe ”hurgó primero
en las bolsas de su pueblo, luego hasta los cofres más ocultos. Los Señores no sentían
mucho dolor por la carga de estos impuestos, que caían de ordinario sobre el populacho ]es
éste uno de los primeros ejemplos de explotación polémica
162 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

de la historia en beneficio de una reivindicación política o social] pero los exacerbó


mediante otros agravios mucho más sensibles. No hay ultrajes mayores que los que se
infieren al honor, y de éstos el más perentorio, al menos en opinión de los hombres
[Mézeray se divierte], es el tocar a sus mujeres.” Los Estados Generales [se trata aquí de
un anacronismo, esta vez involuntario] decidieron su deposición después de largos
discursos
Meroveo no noble estilo:
en hubiera podido’Tomo aquí por
reconocer ya atestigo el glorioso
Childerico como espí ritu de
su hijo! El Meroveo”.
relato prosigue
según la tradición. El alegato del amigo de Childerico se ha convertido en lo siguiente:
”¡Cuán grande fue vuestra locura en expulsar un rey, vuestro señor legítimo, por poner en
su lugar un tirano extranjero!” ”Un pr íncipe algo inclinado al amor, por obra de la licencia
de su autoridad y por los fervores de la juventud, que se hubieran aplacado, ¿no era más
soportable que un verdugo?... Yo os garantizo que será un buen príncipe: la edad y el
destierro han moderado sus ardores.” En Turingia, Childerico, ”de temperamento amante y
agradable conversación entre las damas [el terrible libertino se ha convertido en un galante
gentilhombre, un poco insistente], se había atraí do el amor de Basina, mujer de Basino”, y
Mézeray termina el relato con la recepción de Basina en Francia y las tres visiones de
Childerico, que no se cuida de omitir. En su Compendio de la historia de Francia, a partir
de Faramundo, el sabio y austero Bossuet no retrocede ante la historia de Childerico, a la
cual tomavaleroso
espíritu, tal comoy hábil, pero .tenía
la encontró Childerico
un granera un ”pryíncipe
defecto, bien
era que seformado de cuerpo
abandonaba al amory de
por
las mujeres, hasta apoderarse de ellas por la fuerza aun cuando se tratara [circunstancia
agravante para Bossuet de mujeres de calidad, lo que le atrajo el odio de todo el mundo.”
Hay que confesar que, sin que el relato, fijado ya, se modifique en profundidad, Childerico
se humaniza mucho. Pero Bossuet es severo con el affaire Basina: ”Basina, esposa del rey
de Turingia, lo siguió a Francia, y él la desposó, sin preocuparse por los LA HISTORIA
DEL SIGLO XVII 163

derechos del matrimonio ni de la fidelidad que debía a un rey que lo había recibido tan
bien”. Bossuet deja de lado la anécdota de las visiones. Con el P. Daniel, en 1696, cambia
el tono. Ya Sorel había planteado dudas pero el P. Daniel, en una de las dos disertaciones
sobre los orígenes que inician el tratado, no vacila ya en condenar ”la deposici ón quimérica
de Childerico,
novela.” Pero, padre
a pesardedeClodoveo.
la erudiciTodo
ón de es
susaquí novelesco,el todo
argumentos, tiene no
P. Daniel aquíseelestá
airedejando
de una
guiar solamente por la crítica: la deposición resulta también incómoda para la noción de
legitimidad, sobre la cual el P. Daniel se extiende largamente. Por ejemplo, defiende
también a Hugo Capeto del reproche de usurpación. Pase lo referente a Pipino el Breve:
esto es coherente. Pero no Hugo Capeto: Carlos el Simple había nacido de un matrimonio
”considerado ilegítimo en Roma”. A decir verdad, la historia galante de Childerico
sobrevivió sin esfuerzo a los ataques del P. Daniel. La gran historia del abate Velly y de sus
continuadores, que hizo autoridad hasta comienzos del siglo XIX, la retoma: ”Era el
hombre más hermoso de su reino [así lo veía ya Bossuet. Tenía ingenio, valor, pero había
nacido con un corazón tierno y se abandonaba demasiado al amor, lo que fue causa de su
pérdida. Los barones francos, tan sensibles al agravio corno sus esposas lo habían sido a los
encantos de este príncipe, se aliaron para destronarlo. Obligado a ceder al furor de los
barones, Childerico tuvo que retirarse a Alemania, donde hizo ver que la adversidad rara
vez corrige los vicios del corazón: sedujo a Basina, esposa del rey de Turingia, su huésped
y su amigo”. Se eligi ó otro rey. ”Las exacciones del monarca reinante revivieron el
recuerdo del príncipe desterrado... el príncipe legítimo volvió a la posesión del trono del
cual lo habían derribado sus galanterí as.” Este acontecimiento maravilloso es seguido de
otro notable por su singularidad. La reina de Turingia, como otra Helena, abandona al rey
su marido para seguir a este nuevo Paris. ”Basina era bella y ten ía ingenio. Childerico,
dema-
164 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

siado sensible a esta doble ventaja de la naturaleza, la desposó, con gran escándalo de las
gentes de bien, que reivindicaron en vano los derechos sagrados del himeneo y las leyes
sagradas de la amistad. De este matrimonio nació el gran Clodoveo.” El primer volumen
del abate Velly, que trata de los orígenes, es de 1775. Las historias del siglo XVIII no
retienen ya la historia de Childerico. En 1768, el abate Millot, ”ex jesuita”, omite lisa y

llanamente todos lospalabras


tradicional algunas predecesores de Clodoveo,
sobre los perosuenmezcla
galos: ”Como cambiocon
introduce
los franen
coselformó
relatola
nación francesa, son nuestros padres, y nos interesa conocerlos”: a nuestros antepasados,
los galos. Pero el silencio del abate Millot es sólo una interrupción pasajera. Los sucesores
del siglo XIX serán más conservadores. En 1809 Anquetil retorna el episodio de Childerico
I ciñéndose a la tradición. Asume la defensa de Childerico, acusado de complicidad en el
asesinato del usurpador que lo había destronado:. ”Parece que hasta su carácter general lo
apartaba de una felonía semejante, pues tenemos derecho a persuadirnos por el silencio de
los escritores que no se tomó venganza alguna de los usurpadores que lo habían expulsado
de su trono.” Anquetil imagina la escena de la llegada de Basina a la corte de Childerico:
”El monarca francés no pudo evitar mostrarle cierta sorpresa por su apresuramiento.” Pero
su éxito con las mujeres no fue perjudicial para su gloria: ”De esta manera [despu és de
haber derrotado al rey de Turingia, su infortunado rival] obtuvo dos clases de celebridad,
por su valorChilderico
franceses.” y por su galantería, cualidades
se convierte que han
en precursor del sido
”Vertsiempre preciosas
Galant.” Veinte apara los
ños después,
con Michelet, desaparece definitivamente el relato novelesco de Childerico. El relato de
Michelet no mantiene nada del estilo de sus antecesores: ”Es probable que muchos de los
jefes francos, por ejemplo ese Childerico que nos presentan como hijo de Meroveo y padre
de Clodoveo, hayan tenido títulos romanos, como en el siLA HISTORIA DEL SIGLO
XVII 165

glo anterior Mellobando y Arbagosto. En efecto: vemos que Egidio, general romano,
partidario del emperador Mayoriano, enemigo de los godos y de su hechura, el emperador
arvenés Avito, sucede al jefe de los francos, Childerico, transitoriamente expulsado por su
gente. No es sin duda en carácter de jefe hereditario y nacional, sino como jefe de la milicia
imperial, que Egidio reemplaza a Childerico. Este último, acusado de haber violado
doncellas
Egidio, libres,junto
retorna se retiró
a loscabe los turingios,
francos”. cuya reinapropone
Lo que Michelet raptó. Después de la muerte
es la continuidad de lade
Historia Romana, prolongada por la Historia de Francia, de lo cual los historiadores
antiguos no tenían conciencia. Se resistían a esta transición sin hiato entre dos épocas que
les eran familiares por razones diferentes y hasta contrarias: la Antigüedad y la época
francesa.

Juana de Arco

La historia de Juana de Arco es un episodio clásico de la Historia tradicional de Francia. La


encontramos incesantemente, siempre semejante a sí misma, pero, sin que el fondo
documental se haya modificado, revestida de distintos colores de acuerdo al gusto de cada
momento. Las crónicas y anales de Francia desde la destrucción de Troyes hasta el rey
Luis el Onceno, de Nicolás Gilles, aparecieron en 1520 y tuvieron varias reediciones hasta
1621. Se encuentra en ellas, relatada con ingenuidad y precisión, sin una sombra de crítica
ni de reserva, la historia de la Doncella. Las apariciones de Vaucouleurs, las protestas
despectivas de Baudricourt, que desprecia a una pastora ”nacida de pobres gentes”. El
reconocimiento de Chinon: ”En nombre de Dios ¡oh Rey Gentil!, es a vos mismo a quien
quiero hablar”. El examen de los teólogos. Pero —y es éste un carácter de las versiones de
la historia de Juana que encontramos con frecuencia— Nicolás Gines insiste sobre todo en
los rasgos más maravillosos: ”La dicha Juana rog ó al rey que le enviara a buscar una espada
que le había sido anunciado que se encontraba en cierto lugar de la iglesia de san-
166 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

ta Catalina de Fierbois en la cual estaban impresas de cada lado tres flores de lis y se
encontraba en medio de muchas espadas herrumbradas. Cuando el rey le preguntó si ella
había estado antes en dicha iglesia de santa Catalina, respondió que no y que lo sabía por
revelación divina; y que con esa espada ella expulsaría a sus enemigos y lo llevaría a ser
consagrado en Reims”. En cambio, a partir de la consagraci ón en Reims, el relato se vuelve

esquemático, y he aquí
Luxemburgo vendió todo
a los lo que laqueda
ingleses dichadel martirio
Juana, en Ruá
quienes n: ”El dicho
la llevaron señor
a Ruán y laJuan de
trataron
rudamente, haciéndola morir, y la quemaron pú blicamente”. Ni una palab ra más. En
resumen: relato tradicional, en el cual el asedio de Orleáns y la consagración en Reims
están especialmente desarrollados; donde los pormenores maravillosos se reúnen con
cuidado, y donde, en cambio, se sacrifican el proceso y la muerte. El capítulo que Bernard
de Girard, señor du Haillan, consagra a Juana de Arco tiene un tono diferente. Presenta una
versión que desaparecerá de las otras historias de Francia y no se impondrá a la tradición
(1576). El rey de Bourges ”era un hombre amante de sus placeres y que no advertía la
muerte y la ruina de su reino, entreteniéndose en hacer el amor a su bella Inés y en construir
hermosos parques y jardines, mientras que los ingleses se paseaban por su reino. Y Dios,
que miraba con piedad a Francia, había hecho nacer muy a propósito un Juan, bastardo de
Orleáns, un Potón, de Xaintrailles, un La Hire”. Los nombres del bastardo de Orleáns, de
Xaintrailles,
todo ella debey mucho
de La Hire seguirían
al bastardo desiendo populares
Orleá ns”, porquedurante todo el asiglo
supo inventar JuanaXVII. ”Sobre
de Arco: ”Este
hombre sutil la restauró [la majestad del rey] mediante un recurso religioso, verdadero o
falso”. Pero du Haillan considera que fue falso. ”El milagro de esta jovencita, haya sido un
milagro forjado y amañado o uno verdadero, levantó el ánimo del rey, de los señores y del
pueblo, que lo habían perdido: tal es la LA HISTORIA DEL SIGLO XVII
167

fuerza de la religión y muchísimas veces de la superstición, porque, en verdad, se dice que,


esta Juana era la amante de Juan, bastardo de Orleáns, o, según otros, del señor de
Baudricourt, mariscal de Francia, que por ser hombres sutiles y advertidos, al ver al rey
enteramente decaído... y el pueblo.., enteramente abatido, le aconsejaron valerse de un
milagro amañado mediante una falsa religión, que es la cosa del mundo que más eleva y
anima los
además la corazones y hace creer
sazón del tiempo a lospropicia
era muy hombres,
paraaun
quelostuvieran
más simples, lo tales
acogida que no existe;
supersticiones,
porque el pueblo, muy devoto y supersticioso, estaba arruinado.” Es ésta una visión
hugonota. Du Haillan es uno de los autores aceptados por el temible Agrippa de Aubigné en
el ”Prefacio” de su Historia universal, donde, según lo usual, demuele a sus antecesores:
”Su trabajo es sin par; su lenguaje, muy francés y huele tanto a hombre de letras como a
hombre de guerra... era una persona de grandes lecturas.” Después de haber reservado su
juicio sobre Juana, du Haillan retorna el hilo habitual del relato: Bourges, Orleáns, Reims.
Y concluye con estas palabras, apenas más secas que las de Nicolá s Gilles: ”Finalmente fue
apresada por los ingleses delante de Compiégne y llevada a Ruán, donde habiéndole hecho
proceso, fue quemada.” Eso es todo. Jean de Serres, en el Inventario general de la Historia
de Francia (1597), se conmueve más. Intitula su capítulo ”El memorable asedio de
Orleáns.” ”Francia estaba reducida a un extremo tal que ya los hombres no pod ían más. He
aquí que Dios suscita un medio extraordinario, que la razón humana no podía prever ni
mucho menos proveer.” Se refiere a Juana de Arco, cuya historia se narra sin que haya nada
de particular que señalar en ella, a no ser un mayor número de detalles y de calor en el
momento del proceso: Juana muere ”dejando un infinito pesar a los de su siglo por haber
sido tratada de una manera única y cruel, y una memoria de loor inmortal, por haber sido un
instrumento tan útil y necesario para la liberació n de nuestra Patria.” Es el tono de la
historia patriótica, que hemos señalado anteriormente, y se comprende el lugar que Juana
de Arco
168 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

ocupará en ella hasta el siglo XIX y seguirá conservando después gracias a Michelet.
Versiones como la de du Haillan son rechazadas a partir de este momento como
escandalosas. Por ejemplo, Simon Dupleix, en su Historia general de Francia, donde
aparece por primera vez la apelación a Jesús que hace Juana en la hoguera, protesta: ”Esta
admirable doncella, que fue el instrumento de la Providencia divina para un asunto de tanta
importancia, ¿cómocomo
mujer corrompida, podráloimaginarse quesus
han afirmado haya sido unayhechicera,
enemigos maga,y prostituta
los de Francia, aun algunoso
franceses libertinos, para no verse obligados a reconocer algunos milagros acontecidos por
intercesión de los santos que gozan allá en lo alto de la eterna bienaventuranza?” En
Mézeray no falta ya nada del relato tradicional: Vaucouleurs, Bourges, el examen de los
teólogos y de las matronas. El milagro de la espada es objeto de una descripción atenta y
crédula: ”Le rogó que le mandase a buscar una espada que estaba enterrada junto con los
huesos de un caballero en Santa Catalina de Fierbois, sobre la cual estaban grabadas cinco
cruces; quienes fueron enviados a buscarla la encontraron en el lugar que ella había
especificado y, como segundo milagro icómo si no fuera ya bastante!], la herrumbre que la
recubría por completo cayó no bien la tomaron en la mano.” Durante el asedio de Orleáns
”se dice que el Príncipe de la Milicia Celestial... fue visto por muchos al final del largo
combate bajo una forma más que humana, con una espada flamí gera en la mano.” Se
describe el proceso,
alegato, en estilo de ytragedia,
Mézeray encuentra
estando sobre ellamedio paraaparece
pira. Pero que Juana pronuncie
también un gran
la paloma que
sale de las llamas y ”su coraz ón fue encontrado intacto, porque el fuego no se había
atrevido a violar algo tan precioso.” A Mézeray se debe indudablemente que muchas
generaciones de franceses hayan conocido la historia de Juana de Arco. El fin del siglo
XVII, la época de Luis XIV, es más reservado en su manera de presentar a Juana de Arco.
No es que omita este acontecimiento que había adquirido ya un lugar incuestionable en la
Historia de Francia tradicional ni que

LA HISTORIA DEL SIGLO’ XVII 169

lo desnaturalice recurriendo a las versiones escabrosas del siglo XVI. Se adivina que los
autores, influidos por el esfuerzo de disciplina y de ordenamiento de Luis XIV, están
molestos
deben por lomatices,
muchos que hay muchas
de extraordinario e irregular
reservas, que pueden en el destino
juzgarse por de la Doncella.
estos A ello
pocos textos quese
presentamos a continuación. Simón Guellette es el autor de un Método fácil para aprender
la historia de Francia, que está fechado en 1685. Hay toda una literatura pedagógica y
mnemotécnica sobre la Historia de Francia. La Historia en verso, en naipes, etcétera. Es
una historia escrita, como el catecismo (el Concilio de Trento creó la literatura de
catecismo) en forma de preguntas y respuestas. El autor retiene, pues, los grandes
episodios: ”¿Qué hizo Clodoveo de importante? —Acrecentó mucho el reino de Francia y
fue el primer rey cristiano. — ¿Cuáles fueron las principales cualidades de Clodoveo?
—Fue valeroso y muy político, pero un poco cruel...” Es una historia patri ótica.
”¿Entonces, el imperio pertenecía a los francos? —Sí. —¿Por qué? —Por dos razones: la
una, porque fue fundado por un príncipe franco; y la otra, porque esto fue bajo la forma de
Imperio de Francia y dependiendo de la nació n francesa.” Si Hugo fue denominado Capeto
es ”porque tenía una cabeza grande o má s bien porque era prudente.” Y el último de los
carolingios no accedió al trono ”porque se atrajo el odio de todos los franceses. —¿Por
qué? —Por haber estado demasiado vinculado con el partido de los alemanes y del
emperador Otón”. Dentro de este espíritu patriótico se llega a Carlos VII. ” ¿Qué sucedió de
notable durante su reinado? —El asedio de Orleáns y la aventura de la Doncella.” La
Doncella: ”Hija de un labrador nacido en Lorena, que fue inspirada por Dios para tomar las
armas y combatir contra los ingleses.” Obs érvese que se registran todos los hechos, pero
enunciados de una manera un poco seca. Juana fue quemada. ”¿Por qué le aconteció esta
desgracia? —Porque
decir, después no se retiró después
de la Consagración] de haber
y de haber hecho lo que Dios le había ordenado ]es
traspasado
170 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

el mando.” No fue suficientemente disciplinada. Pero esto no exculpa a sus torturadores:


”¿Qué sucedió a los ingleses después de esta injusticia? —Fueron expulsados de toda
Francia, salvo de Calais.” En su Compendio de la Historia de Francia, Bossuet es quizás
más reservado todavía. No disminuye la importancia del acontecimiento: ”La situación
parecía 1 completamente desesperada, cuando llegó a la Corte una jovencita de dieciocho a
veinte arios,
Juana es la cual decía
discretamente que Dios laen
escamoteado: habí a enviado.”
Chinon, Todo lofue
”la Doncella sobrenatural de[al
a rescatarlo la Delf
historia
ín] de
en medio de todo el mundo.” No hay una palabra ni sobre las apariciones ni sobre el
milagro de la espada. Bossuet está manifiestamente incómodo en el relato tradicional,
donde no sabe distinguir lo legen-
1 dario y lo auténtico. Tanto más cuanto que la popularidad de/ mito se le impone: ”El
nombre de la Doncella de Orleáns volaba por todo el reino y llenaba de coraje a todos los
franceses. Lo que la Doncella había predicho se cumplió contra lo esperado por todos.”
Mas he aquí lo único que encuentra para referir acerca del proceso y del martirio: Cauchon,
”favorable al partido ingl és, la condenó como maga y por haber osado vestir de hombre. En
cumplimiento de esta sentencia, fue quemada viva en Ruá n en 1432”. Esto es todo, y en
verdad expresado de una manera sucinta y seca. No es necesario pensar que Bossuet se vio
trabado por el prestigio de la cosa juzgada. No vacila en conden ar ”la crueldad inaudita” del
tratamiento
todavía en sudeépoca,
los Templarios.
si hemos dePero noacomprende
creer la piedad
la persistencia medieval
del tema en los yhistoriadores:
popular, vivale
parece sospechosa y se apresura a dar vuelta a la página. De todas maneras, el Compendio
de Bossuet es una verdadera tarea escolar que huele al aceite de lámpara: ejemplo de un
clásico desconcertado en un mundo donde se siente perdido, pero que debe, a pesar de ello,
rendir tributo a las exigencias de la tradición. Sentimos claramente la oposición de las dos
corrientes, la clásica y la tradicional, que, por lo demás, aparecen fácilmente unidas por
obra de anacronismos llenos de sabor. LA HISTORIA DEL SIGLO XVII
171

El P. Daniel no es un clásico integral. Ama los viejos textos, por más que emplee un estilo
noble, que los castra. ”Dios salv ó a Orleáns y luego a todo el Estado mediante uno de esos
golpes extraordinarios, de los cuales, fuera de las Sagradas Escrituras, no existe un
ejemplodigno
único, más del
singular queTestamento,
Antiguo el que entonces
en labrilló
épocaante
en los
queojos
Diosdehablaba
toda Europa.” Es un arasgo
directamente los
hombres. Imposible marcar mejor el carácter sagrado del acontecimienrto. Pero el P. Daniel
tiene que explicarse, casi excusarse, porque la opinión ilustrada (va es posible emplear este
término sin un excesivo anacronismo) es refractaria a los milagros que cuentan con un gran
público popular. ”Aquellos a quienes irrita el solo nombre de milagro me parece que
tendrían que encontrarse muy embarazados para imaginar un sistema más justo que permita
encontrar otras causas de una sucesión de acontecimientos tan singulares y tan numerosos
como los que se verán a continuació n. ”El autor invoca el testimonio de los
contemporáneos. ”Me parece que deber ía bastar para disipar la vana conjetura de algunos [a
los cuales es conveniente refutar todavía a fines del siglo XVII] que han dicho sin
fundamento que fue un artificio de los generales franceses el haber hecho venir la Doncella
a la corte, como una jovencita milagrosa, para conmover el espíritu del pueblo y el del rey,
que estaba desalentado.” El P. Daniel está convencido, no retrocede frente a lo
sobrenatural. ”No temeré pasar yo mismo por excesivamente crédulo ante el juicio de las
personas sensatas por referir este hecho memorable de nuestra Historia, tal como lo
encuentro narrado en los monumentos más seguros de la época en que aconteció.” Y
después de todas estas precauciones, que no debían de ser superfluas, emprende el relato sin
omitir nada de la versión tradicional: las apariciones, el reconocimiento de Chinon, el
milagro de la espada (que debí a resultar indigesto a las personas de ese final de siglo): ”Se
le quitó la herrumbre y se le entregó .” ¡Pero de todas maneras el P. Daniel omite la
limpieza milagrosa
conmovido, delseco
se vuelve arma!
enContrastando conproce-
el momento del esto, el tono, que al comienzo es ardiente y
172 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

so, al cual describe, sin embargo, siguiendo a los manuscritos. No cede nunca la palabra a
Juana, se abstiene de comentarios o valoraciones y concluye sencillamente: ”Hizo una
nueva abjuración, se confesó con un dominico, recibió la eucaristía y fue quemada en el
Mercado Viejo. Fue así como se produjeron los hechos.” La incomodidad del P. Daniel
precisamente en este momento, que actualmente ha llegado a ser el más dramático y el más
célebre
mediados dedel
la historia de Juana,
siglo XVIII es particularmente
el episodio característico
de Juana se mantiene en sudel espíritu
lugar, de su época. A
sin grandes
modificaciones de fondo, pero sometido a la crítica peculiar de la época. El continuador del
abate Velly trata largamente esta historia. Reconoce en ella con orgullo y emoción uno de
los instantes privilegiados en que la nación entera se congrega para salvar a la patria
amenazada: tales son casi exactamente sus propias expresiones. Se verá a los franceses
”reanimarse a los gritos de la patria agonizante..., todos los partidos de la monarquía
acercarse espontáneamente y juntarse por sí mismos, para unirse más fuertemente que
nunca por el solo efecto de la vitalidad nacional. Jamás se podrá insistir demasiado sobre
esta verdad: el restablecimiento de Carlos VII en el trono de sus padres fue la obra de la
nación.” Y el autor emprende con entusiasmo la historia de Juana. No escamotea lo
sobrenatural, como sucede en Bossuet; lo expone de acuerdo a la versión tradicional, pero
racionalizado: cada milagro recibe una explicación natural, traída de los cabellos, pero
desarrollada muy
de que Dios la seriamente,
destinaba sin aironí
a salvar a ni burlas.
la patria.” ”PoseJuana ”se las
ía todas habvirtudes
ía persuadido
de quefuertemente
un alma
simple es susceptible: conciencia, piedad, cando r, generosidad, coraje.” Es una campesina,
y nos encontramos en la é poca del gran entusiasmo por las cosas de la tierra: ”La vida
agreste había fortificado todavía más su cuerpo naturalmente robusto.” Nuestro historiador
se encuentra incluso entre los LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 173

primeros de los historiadores antiguos que consigna esta particularidad de la vida íntima:
”Ella no tenía nada más que el aspecto exterior de su sexo, sin experimentar las flaquezas
que caracterizan su debilidad.” Y nuestro autor, más experto que sus predecesores en el
análisis psiquiátrico, explica de la siguiente manera una exaltació n de visionaria: ”Esta
disposición de sus órganos debía necesariamente aumentar la fuerza activa de su
imaginación.” No es éste ya el tono del siglo XVII, sino el del siglo XIX. Pero este gusto
por la interpretación
hechos. racionalista
Por el contrario, el autor,no lleganonunca
como hasta
cree en desfigurar la está
lo sobrenatural, exposición de libre
tanto más los para
dejarle paso franco, ante todo porque hay que evitar el anacronismo y conservarle al
ambiente del siglo XV su color propio; además, porque la historia es hermosa y
conmovedora tal cual se ha transmitido: ”Antes de proseguir el relato de los
acontecimientos que conciernen a esta jovencita singular, conviene advertir a los lectores
que no han de tomar en cuenta nada fuera de sus propias luces al formar el juicio que han
de pronunciar sobre ellos.” No se trata de juzgar sino de comprender. ’Nosotros nos
ceñiremos a la simple exposición de los hechos atestiguados. Más instruidos, más
esclarecidos de lo que estaban nuestros crédulos antepasados, algunos prodigios han cesado
de ser problema para nosotros. Demasiado razonamiento excluye el entusiasmo.
Trasladémonos por algún tiempo al siglo XV [subrayemos esta frase, que anuncia un
sentimiento nuevo y moderno de la historia]. No se trata de lo que nosotros pensamos
actualmente de las revelaciones de Juana de Arco, sino de la opinión que tuvieron nuestros
antepasados, ya que esta opinión fue la que produjo la asombrosa revolución de la que
vamos a dar cuenta.” Y comienza el relato tradicional, siempre el mismo; lo único que
cambia es el comentario. Si Juana reconoce al Delfín en Chinon es porque ya había visto
retratos del príncipe, efigies numismá ticas; estaba informada de ”su figura exterior”.
Reencontramos el milagro de la espada: ”Pero sería una reticencia infiel dejar, como lo han
hecho algunos de nuestros historiadores, a esta última circunstancia una apariencia
174 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

de tragedia que pueda dar lugar a engañ o.” En efecto, se trata de algo muy simple: al ir a
Chinon, Juana había pasado por Fierbois, se había detenido en la iglesia y, ”fiel siempre a
las revelaciones con las cuales se creía favorecida, había quizás depositado, como una
especie de consagración, esta espada en la tumba de un caballero.’’ El autor extrae la
moraleja del éxito en Juana en Orleá ns y en Reims: ”La sola palabra de esta jovencita
singular
prudenciafue suficiente
humana. paraafirmarse
Puede que se decidiera unamomento
que en ese empresa contraria a todas
Juana decidía las reglas
la suerte de la
de Carlos.
Si fracasaba, estaba perdido sin remedio. Es así como una providencia incomprensible se
complace a veces en poner de manifiesto la nulidad de nuestras especulaciones políticas
mediante la simplicidad de los medios de que se vale para revertirlas.” El autor no es un
librepensador; cree en la acción de la Providencia sobre las cosas humanas, pero rechaza el
milagro. Contrariamente a sus predecesores, el continuador de Velly desarrolla largamente
el trámite del proceso y la muerte. Esta vez hace un trabajo srcinal. No se conforma con
las compilaciones anteriores, que sobre este tema permanecen mudas. Retrocede a las
fuentes, a los manuscritos del proceso, conservados en la Biblioteca Real. Es,
indudablemente y salvo error, uno de los primeros relatos anteriores a Michelet, que está
tan cerca del texto. Las respuestas de Juana se citan literalmente y se imprimen en
bastardilla. El autor está conmovido. A Mézeray, que dejó uno de los relatos más completos
del siglo que
humano XVII, le reprocha
ennoblece a la no haberen
heroína conservado el ”horror”
vez de rebajarla. NarradelaJuana anteellagrito
muerte, muerte, rasgo
de Juana
en medio de las llamas. ”Se vio con asombro que el corazón no había sido consumido,
pero la sorpresa habría desaparecido si se hubiera reflexionado sobre la disposición de la
hoguera y la perturbación del ejecutor.” Siempre la misma preocupación por no abandonar
nada de la interpretación tradicional y de explicar todo a la vez, naturalmente. Es así como
”la infortuLA HISTORIA DEL SIGLO XVII 175

nada Juana de Arco debía ser víctima de este siglo bá rbaro.” El abate Mill ot, en su historia
de 1767, vuelve a describir con respeto la aventura de una Juana racionalizada como la del
abate Velly. Acentúa la responsabilidad que le incumbe a una religión desviada. Desde la
época de Felipe Augusto, ”el cristianismo casi no era reconocible.” En la época de san Luis
”no se puede concebir nada m ás terrible que el estado en que se encontraba la humanidad.”

Juana, pues,
Inquisició n.”fue víctimahubiera
”Francia de ”crueles te ólogos”,
quedado enal
some tida unyugo
proceso
si las”conforme al genio
gentes hubieran de la
sido
entonces suficientemente razonadoras como para no creer sus revelaciones. Pero también es
cierto que con una razón más esclarecida, quizás se hubieran evitado las faltas y los errores
que hicieron necesario este recurso.” En la Historia del patriotismo francés (1769), Juana,
naturalizada por Velly, es secularizada por Rossel. El patriotismo solo basta para explicar
lo que fue tomado como sobrenatural: ”Ella se cree inspirada, cuando no es más que
patriota. Parte llena de ese entusiasmo patriótico que se consideraba entonces, y siguió
considerándose mucho tiempo después, como una inspiración puramente divina.” ”He aquí
todo el misterio de este acontecimiento singular en el cual el pueblo vio entonces magia y
sortilegio; los devotos, lo milagroso; los pensadores, un acertado artificio de la Corte...
Nuestro siglo, con más razón, no verá en todo ello más que un efecto raro y extraordinario,
pero natural, del patriotismo.” Recordemos aquí el dicho de Michelet: ”S í, de acuerdo a la

religión y de acuerdo a la Patria, Juana de Arco fue una santa.” A comienzos del siglo
XIX, en 1809, Anquetil se mantiene fiel al registro tradicional, con pocas omisiones,
como la de la espada de santa Catalina de Fierbois. No se toma el trabajo de encontrar
interpretaciones naturalistas. Relata secamente, tomándose la precaución de reservar su
opinión: ”Relatemos este acontecimiento como si, en cada acción, no tuviéramos que
asombrarnos ni parecer estarlo.”
176 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

Y concluye así: ”Un sabio que había visto admiraba, vacilaba en pronunciarse. Imitemos su
circunspección, nosotros que nada sabemos si no es por informes de los otros. Pero
sabemos lo suficiente para asegurar que la historia no presenta ninguna otra heroína de
diecisiete años, modelo de valor en los combates, de sabiduría en las deliberaciones, de
severidad en las costumbres, inquebrantable en sus resoluciones... Sería difícil encontrarle
un defecto.” religiosa,
indiferencia La opinión de Anquetil
o más es todavía unfrente
bien la desconfianza eco dela lo
siglo XVIII, en el
sobrenatural, cual de
teñían la
racionalismo la historia de Juana de Arco en su versión tradicional, fijada desde comienzos
del siglo XVII. El último de los historiadores/compiladores antes de Michelet es Fantin des
Odoard, quien retomó la compilación del abate Velly y de sus continuadores. Su edición en
1819, siempre sin cambiar nada en el encadenamiento de los hechos, traduce un
sentimiento nuevo —por lo menos entre los historiadores — que es ya el anticlericalismo
moderno. Se trata de un retorno a la versión hugonota del siglo XVI. El autor no es hostil a
la monarquía. Toda una parte de su libro aparece como una rehabilitación de los reyes
condenados por los historiadores del Antiguo Régimen, por lo menos hasta Luis XIV, el
déspota absoluto. ”Me he propuesto vindicar la memoria de Felipe el Hermoso de un
injusto desfavor.” ”El verdadero car ácter de Luis XI parece haberse escapado a todos
nuestros historiadores.” Es menester ”ab solverlo de ese tinte sanguinario que han infundido

todos nuestros
clásicas historiadores
de Francia, escritas bajo ginas deRégimen,
a las elpáAntiguo su vida.” Efectivamente; en las historias
es donde se encuentra el repertorio
de todas las anécdotas destinadas a alimentar durante los siglos XIX y XX las polémicas
realistas-republicanas: Felipe el Hermoso verdugo de los Templarios; las jaulas de hierro
del sanguinario Luis XI; el abandono de Juana de Arco por Carlos VII; Carlos IX tirando
desde una ventana del Louvre la Noche de san Bartolomé... pero fue necesaria la
Revolución para que estos rasgos pasaran a ser tema de polémica. Fantin des Odoard toma
el partido de los viejos reyes en contra de Bossuet y el P. Daniel.
LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 177

Pero este realista, que rehabilita a Luis XIV y a Felipe el Hermoso, es liberal contra Luis
XIV y antirreligioso contra de Juana de Arco. La emoción del siglo XVIII, presente todavía
en el seco relato de Anquetil, deja lugar a una irrisión que se emparenta con Voltaire. Este,
que no había tenido influencia sobre los historiadores de su época, inspira en cambio
directamente a los de la Restauración. Retomando la tesis hugonota del siglo XVI, Fantin
des Odoard
bastardo reconoce
de Orleá ns”. que el verdadero
En cuanto héroe,
a Juana, ”nacido
M ézeray [la para la salvación
referencia de Francia,
es siempre es el
a Mézeray
cuenta que el príncipe de la milicia celeste se le apareció, que le hizo predicciones
fielmente cumplidas; estas fábulas no podrían repetirse actualmente. Juana de Arco era una
moza de posada en Vaucouleurs, robusta, que montaba en pelo a caballo y hacía otras
exhibiciones que las jovencitas no tienen costumbre de hacer”. La intenci ón del autor se
adivina fácilmente: Juana de Arco ha sido, pues, un instrumento de los generales: ”He aquí
todo el milagro”. Sin embargo, ”los detalles del proceso de esta guerrera tan infortunada
como célebre prueban la buena fe con que creía en su misió n sobrenatural”. El autor explica
la credulidad de Juana de una manera graciosa: ”¿Me preguntará alguien cómo había sido
engañada? En ese siglo se presentaban mil maneras de abusar de la credulidad de una
jovencita ignorante. Si fuera posible mezclar las buenas bromas con uno de los hechos más
graves de nuestra historia, todo el mundo ha leído en los cuentos de La Fontaine cómo un
monje impúdico
destinaba abusóde
a ser abuela deun
una jovencita
papa. persuadiendo
Estratagemas a la madre
que serían de que
absurdas en elelsiglo
cieloXIX
la eran
recursos eficaces en la época en que vivía Juana”. Estamos muy lejos de los comentarios
racionalistas pero respetuosos del abate Velly, diez años antes de Michelet.

Cuando se sigue un mismo asunto a lo largo de viejas historias se llega a descuidar el tema,
no enriquecido nunca por un aporte nuevo; en cambio, el relato, donde todos los hechos son
siempre semejantes pero el estilo y la manera
178 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

son siempre diversos, se convierte para nosotros, hoy, en una especie de espejo del tiempo,
no del tiempo del hecho relatado, sino del tiempo del historiador que relata. La Historia de
Francia durante los siglos XV-XIX no es una secuencia de episodios cuya conexión y valor
relativos estén sometidos a la revisión del erudito, el crítico, el filósofo. Es una totalidad,
muy aparte de las otras historias, en particular de la Historia Romana; una totalidad que se
debe continuar,
Francia, como hayperotemas
que no
de se puede odesmontar.
tragedia A decir
de ópera, como hayverdad, existe
un Orfeo, unauna Historia
Fedra, que de
cada
cual retorna por su cuenta. Es un tema: no es la Historia, sino la Historia de Francia, lo que
cada generación rehace con su propio estilo y a su manera. Esto implica una conciencia del
tiempo histórico diferente de la que existía en la Edad Media. En la Edad Media no había
otro srcen que el del mundo y el de la creación. Bajo el Antiguo Régimen la Historia de
Francia es, por el contrario, un período privilegiado, cuyo srcen se fecha en el primer rey,
Faramundo, que es ya semejante a todos los reyes que lo sucedieron, y este período
privilegiado es sustraído de/ tiempo. De esta manera, la Historia de Francia pierde el
carácter propio de la historia, consistente en particularizar un acontecimiento en una
secuencia temporal por referencia a lo que le precede y lo que le sigue. No la precede nada:
hubo7 una vez el primer rey de Francia. Este fenómeno de deshis torización de la Historia
durante el Antiguo Régimen ha sido frecuentemente reconocido. Pero no se ha tomado
suficientemente en cuenta
”Historia de Francia”, que
y que noestiene
particularmente marcado
como única causa en lo que
el espíritu hace aldentro
clásico, género
del cual el
hombre es siempre semejante a sí mismo. Si proviene del clasicismo, es negativamente, es
decir en la medida en que el clasicismo no permitió una literatura de inspiración histórica,
como la de los españoles o la de los isabelinos. La apelación al pasado, en la época en que
se formó el espíritu nacional, reprimida por los géneros nobles, hizo nacer un género aparte,
que no tuvo de Historia más que el nombre, en el cual cada generación construía a su
manera y LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 179

según su color propio su pasado nacional, y este pasado debía ser exactamente el mismo, ya
que era la herencia común, y siempre diferente, porque era propiedad de cada generación.
Los modernos tienen tendencia a no acordar suficiente importancia a los sentimientos no
escritos de los períodos cuya historia reconstruyen. La fidelidad de la vieja Francia a su
tradición, deformada
sentimientos en cada generación
cuya importancia iguala a lasegún su yóptica
pobreza especial,
la rareza de suesexpresión.
uno de los
La
persistencia de una sola Historia de Francia, la misma bajo ropajes diferentes durante más
de tres siglos, permite empero captarla al pasar.

”La Historia de Francia” no es una Historia, ni siquiera una Historia oficial. Sin embargo, la
curiosidad propia--) mente histórica existía en el siglo XVII, aunque no se ex- presara
mediante una literatura. Se la encuentra en el gusto por el documento antiguo, un gusto de
coleccionista, que conserva en su ”gabinete” lo que en materia de ”antigüedades” y de
”curiosidades” ha podido reunir. La manera de ser que en el siglo XVII corresponde más de
cerca a nuestra preocupación actual pertenece no a los escritores, ni siquiera a los sabios,
sino a los ”anticuarios”. Los primeros coleccionistas del Renacimiento hab ían constituido
galerías de antigüedades y galerías de pinturas. Las colecciones principescas de esta clase,
en Francia, en Italia, en Austria, etcétera, están en el srcen de los grandes museos de
Europa. Su historia es bien conocida y pertenece tanto a la museografía como a la historia
del arte. Pero en los siglos XVI y XVII hubo otras colecciones que tenían un carácter
diferente. Se pasa de la galería de arte a la colección de documentos de historia, al gabinete
histórico. La transición se hace por medio del retrato, retratos pintados o grabados, éstos
más populares que aquéllos, retratos de personajes célebres anti6uos y contemporáneos. La
primera colección de retratos es italiana, la del P. Jove, hacia 1520. Se hizo célebre y
suscitó imitaciones, lo que
180 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

hace pensar que correspondía al gusto de la época. Los Mé dicis la reproducen en


Florencia, y Enrique IV se inspiró en ella para armar la Pequeña Galería del Louvre. Su
influencia reaparece en todas las colecciones de fines del siglo XVI y comienzos del XVII.
Ahora bien, todos los retratos de Jove no forman una galería de arte sino un museo de
historia. Por otra parte, P. Jove es un historiador, un historiador humanista que escribe en la
lengua y según
Emile, la la manera
primera Historiade
deTito Livio.
Francia de Sirvió de modelo
tipo clásico, a la Historia
que restauró en lasdehistorias
Francia de Paul
nacionales el empleo del latín, caído en desuso desde la Edad Media. Pero P. Jove
coleccionista es un historiador más cerca de nosotros que el imitador de Tito Livio: su
proyecto de reunir 240 retratos de hombres célebres corresponde a una preocupación por
individualizar el pasado y representarlo concretamente, y el éxito de su empresa, en Italia y
sobre todo en Francia, muestra que no era la fantasía de un excéntrico. Las imágenes de P.
Jove tratan de ser semejantes al srcinal. Se dirigía a las fuentes: Hernán Cortés le envió su
retrato, Barbarroja transmitió miniaturas de los sultanes. Así pues, estos retratos que se
quería que fueran auténticos pertenecen en su conjunto a la época de P. Jove, al presente
mejor conocido y más familiar. La Historia no aparece aquí como una reconstrucción,
intentada a partir de un cero elegido de acuerdo a cierta concepción del mundo, cristiano,
monárquico, humanístico, sino a una serie de observaciones sobre el tiempo presente. Por
ello es que P.
(escritores, Jove recluta
poetas, sabios, la mayoría eclesiásticos,
estadistas, de sus retratosmilitares).
entre los personajes
La parte dedel Renacimiento
la Antigüedad
clásica y sagrada es relativamente menos importante que en el intento anterior de Juste de
Gand para la biblioteca del duque de Urbino, a fines del siglo XV: ya no se encuentran más
Solón, Moisés, Salomón, ni Homero, Virgilio, Cicerón, Aristóteles. La serie de sabios y
poetas no se remonta más allá de Alberto Magno, la de los capitanes se conforma con
Alejandro, Aníbal, Artajerjes, Numa Pompilio, Rómulo, Pirro, Escipión el Africano. De
todas maneras, LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 181

estas referencias discretas a la Antigüedad desaparecerán del todo en las galerías francesas
posteriores. En cambio, la Edad Media adquiere un lugar llamativo en este historiador
humanista. Alberto Magno abre la serie de los sabios, y los grandes capitanes de la
Antigüedad están unidos a los de los tiempos modernos mediante un pasado legendario y a
veces menospreciado:
Tamerlán Atila,
y los nombres Carlomagno,
italianos Federico
de la época Barbarroja,
del Dante. Esto esGodofredo
lo nuevo y de Bouillon,
curioso. Por
último, entre la muchedumbre de los contemporáneos o de los personajes de las dos o tres
generaciones precedentes, P. Jove intentó ensanchar su campo fuera de la Italia familiar.
Moviliza a los españoles, los imperiales, los franceses. Entre los más célebres se cuentan
Hernán Cortés y Cristóbal Colón, los reyes de Francia a partir de Carlos VIII hasta Enrique
II. Adviértase que Jove no se remonta más allá de Carlos VIII: es aproximadamente el
umbral detrás del cual la historia es oscura y legendaria y no deja emerger más que algunos
nombres prestigiosos. No hay más que un rey de Inglaterra, Enrique VIII. P. Jove no
intentó adentrarse en este período confuso de la historia británica. En cambio, reconstituyó
la serie completa de los sultanes otomanos, de los corsarios Barbarroja, porque se trataba de
una historia muy próxima de la existencia, en aquel Mediterráneo del siglo XVI,
obsesionado por la amenaza turca. La elección, pues, en el pasado y en el presente, parece
dictada por una observación familiar, y la iconografía, que no exige relaciones lógicas entre
las telas yuxtapuestas, se compadece bien con aquella modalidad empírica que la Historia
literaria rechazará hasta nuestros días. Hacia mediados del siglo XVI se encuentran en
Francia colecciones inspiradas en la de P. Jove. Una de ellas la conocemos en detalle
gracias a una colección de inscripciones en versos latinos destinada a comentar cada uno de
los retratos, siguiendo un procedimiento que, por lo demás, se encuentra también en otros
lugares, hasta el final del siglo XVII. Laborde supone que se trata de la Galería de Catali-
182 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

na de Médicis. Está compuesta por los retratos de Francisco I, sus dos esposas, su hermana
Margarita, sus hijos desaparecidos (Francisco I y uno de sus dos hijos figuran en el museo
de Jove), de la reina de Escocia, de Enrique II, Catalina de Médicis, su hijo Francisco y su
nuera María Estuardo. Toda la familia, a partir de Francisco I. Siguen la Casa de Lorena,
los Guisa, Diana de Poitiers —que debía imponerse con mucha fuerza para figurar en la
Galería de los
almirante, Catalina de Médicis,
mariscales si la hipótesis
de Francia, depapas,
los últimos Laborde es justa
el rey —, el condestable,
de España, la reina de el
Inglaterra, el emperador, acompañado por electores laicos y eclesiásticos, por su pariente, el
rey de Bohemia; finalmente, los príncipes italianos, los duques de Ferrara, de Toscana:
todas las testas coronadas de la Cristiandad (de la Cristiandad solamente), los grandes
oficiales de la Corona de Francia, la familia real a partir de Francisco I. rEsta lista es
interesante porque no es única. Numerosas colecciones de grabados y dibujos repiten series
más o menos análogas, copiadas unas de otras a partir de srcinales de los talleres de
Clouet, actualmente en Chantilly. La multiplicación de estas colecciones casi idénticas de
retratos, I esta fabricación en serie, demuestran su popularidad entre el público de la
época. Sólo las imágenes religiosas parecen haber gozado anteriormente de un éxito
comparable. Cada cual deseaba entonces tener en su casa, sobre los muros o más
frecuentemente en sus clasificadores, efigies auténticas de la familia real y de la Corte, que
no estaba un
conserva separada
carácterdegenealógico
ella. Una serie que en la
y familiar, galería personal
corresponde de Catalinacolectivo
a un sentimiento de Médicis
cuando
es reunida por un particular, un funcionario de la justicia o de finanzas, en su gabinete. Se
observará que las colecciones no se remontan más allá de Francisco I, aun las más antiguas,
que son de la época de Enrique II. Por otra parte, no dejan de tomar como principio a
Francisco I, aun cuando daten de fines del siglo XVI y algunas veces incluso del comienzo
del XVII. Estos retratos no son históricos, sino retratos contemporáneos. ¿Por qué, enLA
HISTORIA DEL SIGLO XVII 183

tonces, no dejaron de lado a Francisco I a partir de los últimos tercios del siglo? ¿Y por qué
insisten en Francisco I? Porque hasta Enrique IV hay un segmento temporal que tiene
apenas poco menos de un siglo (de Francisco I a Enrique IV) que los contemporáneos
concebían como un presente indisoluble, un bloque de arios que seguía siendo un presente.
La opinión
asigna común no concibe
una consistencia un presente
y una duración. Peroideal,
llegasemejante a unenpunto
un momento que elgeométrico.
presente esLe
demasiado extenso; se ha hecho frágil. Entonces, bajo el efecto de una circunstancia brutal
—guerra, revolución— se parte en dos, y de las ruinas del antiguo presente, que ayer era
aún familiar, surge un pasado que retrocede súbitamente. Este pasado, separado de esta
manera del presente como si fuera una rama demasiado pesada, puede olvidarse, como
sucede en el caso de las sociedades sin historia. Pero también puede ser recuperado: es lo
que sucede a comienzos del siglo XVII, tras la muerte de Enrique IV, cuando un
coleccionista de 1628 pega sobre papel 150 retratos del siglo XVI. Estas imágenes dejaban
de pertenecer al presente que (habían configurado, para convertirse en testigos de un pasado
que ya estaba fijado: al retrato contemporáneo le sucede ahora, a comienzos del siglo XVII,
el retrato histórico. Puede causar asombro que esto ocurra solamente en el siglo XVII. El
ilustre P. Jove había representado a Ca rlo magno, Godofredo de Bouillon, Federico
Barbarroja. En Francia no se imitó esta evocación de los orígenes lejanos. ¿Es porque
existía entonces una literatura histórica más cercana a las instituciones concretas que los
fabulosos Anales o las Historias de Tito Livio? Se escribía mucho sobre las cosas de
Francia viviente: las grandes dependencias de la Corona, las cortes de justicia, la actividad
religiosa. La gente se preguntaba por los orígenes y el sentido de esas instituciones: una
filosofía política reclamaba a la Historia la justificación de una monarquía atemperada por
las compañías de los funcionarios y príncipes de la sangre. Esta literatura desaparece en el
siglo XVII bajo la influencia de
184 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

un clasicismo que elimina de la historia el derecho privado y público, y de una lealtad


monárquica que reduce la historia a la enumeración de los reinados y actos reales. Es como
si la historia, expulsada de la literatura, se refugiara en la iconografía y, desdeñada por los
escritores, se amparase entre los coleccionistas. Existen sin embargo algunos precedentes
en el siglo XVI que tienen su interés. En Poitou, un tal Gouffier había reunido
especialmente
por Francisco Iretratos
y tenía de su época.
también Perodesulacuriosidad
retratos desbordaba
época de Luis XII, deellaumbral habitual
mujer de Carlosdado
VII e
incluso un retrato de Juan el Bueno, el mismo que se encuentra actualmente en el Louvre,
tras haber sido recogido por Gaignéres. No creo que se sepa mucho más acerca de este
intento de remontarse más atrás en el pasado. En cambio, estamos bien informados acerca
de los Hombres ilustres, de Thevet, gracias a una nota penetrante de J. Adhémar. Este
asombroso capuchino, nacido en 1500, convertido en capellán de Catalina de Médicis, se
propone reconstruir con exactitud para su gabinete de grabados los retratos de los grandes
hombres del tiempo pretérito. Reprocha a P. Jove su inexactitud: ¡éste había adosado una
barba a Cristóbal Colón y representaba imberbe a Gregorio Nacianceno, contra toda
verosimilitud! Thevet busca medallas, tenidas por contemporáneas, para reproducir sus
efigies; reclama documentos a las familias. Así, la duquesa de Longueville le entrega
documentos para grabar un Dunois, y el duque de Lorena, para hacerlo con Godofredo de
Bouillon.
Commines. Reproduce ya por
Se interesa las efigies de las
los héroes de tumbas:
la Edad Felipe aunVabis,
Media,de Eudes
los más de Montreuil,
alejados del espíritu
de su tiempo, como Pedro el Ermitaño. Es un espíritu nuevo, un espíritu de búsqueda del
documento, por su exactitud y por su poder de evocación. Las grandes colecciones de
retratos históricos se sitúan en la primera mitad del siglo XVII, y si la última es más tardía,
aparecerá bajo Luis XIV como una supervivencia de la edad anterior. LA HISTORIA DEL
SIGLO XVII 185 r BeLa colección más antigua se encuentra en el castillo
de auregard, cerca de Blois. Paul Ardier, que compró en
1617 la tierra de Beauregard, era un hombre de toga, un funcionario de finanzas. Contralor
General de Guerra en
1601, pasó a Tesorero de Estado alrededor de 1627. En 1631 se retiró a Beauregard, donde
murió en 1638. Había comenzado su fortuna en la corte de los Valois, junto al Duque de
Anjou, al que acompañó a Polonia: sirvió, pues, a Enrique III, Enrique IV y Luis XIII.
Emprendió
sus la especial
días, y en modificación de gran
la de la los decorados del no
galería. Esta castillo estilo Renacimiento
ha cambiado donde
hasta nuestros días,terminó
y el
visitante puede aún evocar la curiosidad que inspiró su composición. Se trata de una galería
de historia, sobre los muros, y una galería de batallas, sobre el suelo. Los príncipes, los
estadistas comenzaban entonces a rodearse de las escenas militares en las que habían
participado. Uno de ellos fue Richelieu, cuyos cuadros de batallas están hoy en Versailles.
El Gran Condé continuará esta tradición en Chantilly. Ardier se conformará con
embaldosar su gran sala con mosaicos de Delft que representan la revista de un ejército,
cuyos uniformes, armas, instrumentos de música, insignias, están reproducidos con
exactitud: el ex Contralor de Guerra se interesaba más por las tropas que por las
operaciones. Sobre los muros, la galería de historia. Si se dividen los paños del
revestimiento de madera según el ancho, la mitad superior aparece cubierta por 363 retratos
históricos dispuestos por reinados, y la mitad inferior lleva los nombres de los reyes, sus
divisas, sus emblemas y las fechas de sus reinados. Los retratos son bustos, pintados todos
en la misma escala, con las mismas dimensiones y con la misma factura, sobre un fondo
neutro. Están pintados de la manera más monótona, sin ningún ornamento, uno al lado de
otro, en tres filas, todo a lo largo de la galería. Se diría que son registros de identidad o una
exposición pedagógica. Sólo dos retratos rompen esta serie interminable: Luis XIII, de pie,
de un tamaño equivalente al de tres retratos de busto a lo ancho y otros tres a lo largo, y
Enrique IV, sobre la chimenea, representado sobre un caballo que caracolea en me-
186 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

dio de la naturaleza. La posición central está asignada a Enrique IV, hasta el cual llega el
pasado y en el cual comienza el presente. Por consiguiente, sólo dos personajes son
colocados aparte: Enrique IV, por su prestigio, que sólo será eclipsado posteriormente por
el de Luis XIV, y el monarca reinante. Todos los otros están representados sin ninguna
preocupación estética, a diferencia de las otras galerías, históricas o de batallas. Es difícil
no pensar que se
iconográficas, trata deindiferente,
bastante una documentación reunida
por lo menos aquí,por
en un coleccionista aldearte.
lo concerniente imágenes
La única
preocupación era la de yuxtaponer muy ordenadamente los rasgos auténticos de los
personajes de la Historia para conocerlos con la familiaridad que sólo da la vista del rostro
humano. Algo muy cercano al álbum de fotos o a la colección de ilustraciones usados
actualmente. Los retratos comienzan con Felipe VI de Valois. Como la presentación es
siempre la misma, bastará citar, como ejemplo, la lista de figuras de un reinado para dar
una idea de la composición de conjunto de la galería. Tomemos el panel correspondiente a
Carlos VII, que abarca 24 retratos. Comienza con una inscripción: ”Reinado del rey Carlos
VII, rey de Francia, comenzado en el ario 1422 y terminado en
1461”. Está integrado por retratos cuya leyenda transcribo aquí: Carlos VII, rey de Francia.
Felipe II, duque de Borgoña, llamado el Bueno. Arturo de Bretaña, condestable de Francia.
Juan, conde de Dunois. Poton de Xaintrailles. Esteban de Vignolles, llamado La Hire. Juana
de Arco, llamada
Sancerre, almirantela de
Doncella
Francia.deEnrique
Orleáns.II,Tannegui du Chastel.
rey de Inglaterra. Juan
Juan de de Bueil, conde
Thallebot. de de
Cósimo
Médicis Pat [Pater Patriae . Hércules I, duque de Ferrara. Francisco Sforza, duque de
Milán. Pedro de Aubusson, gran maestre de Rodas. Amura t. Mahoma II, Constantino
Paleólogo, último emperador de Constantinopla. Juan Huniades, gobernador de Hungría.
Jorge Castriot, llamado Scandenberg. Antonio de Chabannes. René, duque de Lorena.
Guillermo, cardenal de Touteville. En general, se encuentran también los retratos del
emperador, del papa y, en los LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 187

últimos reinados, casi contemporáneos, personajes de toga, hasta un secretario de Estado de


Francisco I, Roberto, el ú nico ”ministro”, de la misma manera que Rabelais es el I
único escritor, perdido entre los grandes hombres de Estado y los capitanes: preocupación
muy moderna, que se explica, además, en parte, porque Roberto habitó en Beauregard antes
de Ardier. En en
desaparecido el Palacio Cardenal,
parte, pero Richelieu
la conocemos en tenía también
general por lasuna galería de historia.
reproducciones Ha que
grabadas
han sido publicadas. Comprendía solamente veinticinco retratos. Era una antología. El
propósito no era solamente documental, como en Beauregard, sino patriótico, político, y
también de discreta apología personal: Richelieu se tomó el trabajo de reconstruir la serie
de hombres de Iglesia que desempeñaron un papel político en Francia. Comienza por
Suger, el Richelieu de otro Luis. Le sigue n el cardenal D’Amboise, y aun el cardenal de
Lorena, por más que el recuerdo de los Guisa debía ser poco venerado, y finalmente,
Richelieu. Juana de Arco es la única mujer de la Galería Cardenal, lo que destaca su
carácter de heroína nacional en aquella época. Todos los otros retratos representan hombres
de guerra, desde Simón de Montfort hasta el condestable de Lesdiguiéres: los grandes
capitanes de la Historia de Francia. --

Las dos galerías históricas que subsisten aun hoy en día y son menos antiguas,
pertenecieron a algunos rezagados que prolongaban bajo Luis XIV hábitos mentales del
medio I siglo precedente: la duquesa de Montpensier y Rabutin. La duquesa de
Montpensier tuvo la idea de reconstruir la serie completa de sus antepasados, de todos los
Borbones, desde Roberto, conde de Clermont, hijo de san Luis: es el Gabinete Borbón.
Quedó por herencia en la familia de Orleáns y, para la época en que Dimier escribía su libro
sobre El retrato en el siglo XVI, había pasado del castillo de Eu, a Inglaterra. No he podido
encontrar más que un catálogo de 1836, que consigna solamente el nombre de cada retrato,
sin otro detalle.
genealógico. NoNo es posible, por consiguiente, mencionar aquí otra cosa más que el tema
188 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

es ésta la inspiración de san Luis en Saint-Denis, de Felipe el Hermoso en el Palais de la


Cité, inspiración más nacional que dinástica, y más dinástica que genealógica. Ocurre
pensar, más bien, en la tumba del emperador Maximiliano, en Innsbruck, precedida de una
doble fila de antepasados en bronce. Es difícil imaginar a Luis XIV, por más orgulloso que
estuviera —al igual que todos su súbditos — de la antigüedad de su Casa, recogiendo las
imágenes de sus
la dispersión parientes
de las lejanos,
colecciones antes deleladvenimiento
Gaignéres, dedel
Juan el Bueno Enrique IV.Por
Louvre. Apenas salvó de
otra parte,
podemos preguntarnos si en el siglo XVII la idea monárquica no ha dejado ya de
distinguirse claramente de la idea de familia. La economía de la necrópolis eal de
Saint-Denis es notable en este aspecto: el propósito de san Luis fue prolongado por sus
sucesores sólo hasta el último de los Valois. A partir de Enrique IV los reyes se siguen
enterrando en Saint-Denis, pero en una especie de anonimato, una fosa común de los reyes:
no tienen ya monumento funerario y no se preocupan de continuar la serie comenzada por
san Luis desde Clodoveo. La serie de los reyes existe en la literatura de la Historia de
Francia, en las iconografías privadas, pero no se la cultiva oficialmente en Saint-Denis. ¿Se
trata de una resistencia a imaginar demasiado concretamente, mediante una consagración
monumental, la muerte del rey que nunca muere? ¿O es una preponderancia de la liturgia
real, popularizada por el grabado, que se repite sin tomar en cuenta el curso del tiempo?
Poco importa aquí;
de Montpensier, basteobró
la cual subrayar
menosel en
carácter particular
su calidad que tuvo
de princesa de el
la proyecto dede
sangre’que la heredera
duquesa
de una noble casa, semejante en esto a otras familias de su época, cuya filiación,
atestiguada por la genealogía, señalaba el lugar que había que ocupar en la jerarquía social
y proporcionaba el material para una literatura sobre los orígenes familiares. El proyecto es,
por lo tanto, más genealógico que histórico, y nos interesa menos aquí, excepto en la
medida en que no se trata de una genealogía escrita, destinada a proLA HISTORIA DEL
SIGLO XVII 189

bar la antigüedad de un linaje, sino de una manera de representarse visualmente los


personajes del pasado. La Galería de Rabutin, el primo de Madame de Sévigné, fue reunida
en su castillo de Borgoña, entre 1666, fecha de su salida de la Bastilla, donde lo había
llevado la Historia amorosa de las Galias, y 1682, fecha de su recuperación del favor de la
Corte.de
señor Rabutin tenía menos
Beauregard. orden y curiosidad
Sus colecciones de retratoshistórica
son menosquemetódicas.
el ex tesorero de Estado,
De todos modos,el
están agrupadas en tres salas, por temas: capitanes, reyes, personajes célebres, a partir de
Inés Sorel. Es la última galería histórica anterior a Luis Felipe. Desaparece primero la boga
del retrato contemporáneo, tal como había existido en el siglo XVI, y luego el gusto por el
retrato retrospectivo, como se había manifestado durante la primera mitad del XVII, lo cual
es un testimonio de una sensibilidad particular respecto de la Historia. Antes de terminar
con el retrato histórico, intentemos, mediante la comparación de los personajes
representados, hacernos una idea de sus popularidades relativas, al comienzo del siglo
XVII. Para los coleccionistas de retratos, la historia comienza aproximadamente hacia la
misma época. Si se exceptúa Jove, que ignora la Historia de Francia, Beauregard y Rabutin
parten de los primeros Valois: el reino de Felipe V] en Beauregard; Inés Sorel y du
Guesclin en Rabutin. Richelieu retrocede más atrás, sin duda por el caso tan seductor de
Suger, pero se cuentan solamente dos nombres antes de los primeros Valois, dos nombres
sobre veinticinco. El advenimiento de los Valois, los arios en torno de 1400, marcaban el
comienzo de cierta Historia familiar, más allá de la cual nadie retrocedía. Era la historia
viviente, recogida por la tradición oral, a la que se aludía corrientemente en las
conversaciones políticas o privadas. Todavía en el siglo XVIII, Voltaire se oponía a la de
períodos anteriores, cuyo conocimiento le parecía inútil: ”Me parece que si se quiere
aprovechar el tiempo, no habría que pasarse la vida hinchándose de fábulas antiguas. Yo
querría que un
190 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

hombre joven, después de adquirir una ligera tintura de los tiempos remotos, comenzara el
estudio serio de la historia en el momento en que ésta se vuelve verdaderamente interesante
para nosotros, es decir, hacia el final del siglo XV”. Esta historia familiar, oral e
iconográfica, la historia ”moderna” de aquella época, se distinguía, pues, de la historia
erudita, la de los libros compilados unos de otros. Cada uno partía de un punto srcinario
diferente: Faramundo,
familiar. Hay paraaquí
que recordar la Historia de Francia
lo que dijimos literaria; losacerca
anteriormente Valoisdel
para la Historia
presente
prolongado que va desde Francisco I a Enrique III, y de ese segundo presente, el de Enrique
IV, simbolizado por el retrato ecuestre del primer Borbón sobre la chimenea de Beauregard.
El siglo XVII no tenía el sentimiento, siquiera ingenuo, de una duración histórica continua,
sentimiento que había existido, en cambio, durante la Edad Media, donde no había otra
Historia que la universal, la cual se remontaba a la creación del mundo. El proyecto de
Bossuet es, desde este punto de vista, excepcional y anacrónico, demasiado medieval o
demasiado adelantado respecto del providencialismo de De Maistre. En el siglo XVII no se
vivía en una historia, sino en distintos sistemas particulares de Historia, cada uno de los
cuales adoptaba un srcen diferente y ejes de coordenadas diferentes: la Historia de Francia
—la Historia familiar a partir de los Valois—; la Historia del Presente Contemporáneo, que
comenzaba en Francisco I para el siglo XVI, en Enrique IV para la primera mitad del siglo
XVII, en Luis
las galerías de XIV
Jove para
y de el siglo XVIII:
Beauregard hayotros tantosciertas.
analogías bloquesSin
autónomos
duda Jovedel tiempo.
ignora Entre
la Historia
de Francia y no representa sus reyes más que a partir de Carlos VIII. Pero un gran número
de italianos, españoles, turcos y berberiscos son comunes a las listas de Jove y de
Beauregard. Los personajes del Mediterráneo ítalo-hispano-turco de los siglos XV y XVI,
tan numerosos en Jove, tenían aparentemente suficiente actualidad a comienzos del XVII
como ty LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 191

para interesar a Ardier y determinar su elección: los sultanes otomanos, Tamerlán, los
Barbarroja, Savonarola, César Borgia, Cristóbal Colón, Gonzalo de Córdoba, el duque de
Alba... Por el contrario, para la época de Rabutin pertenecen sólo a una historia muerta. En
su galería no hay más que un italiano de los que figuran en el repertorio de Jove.
Piccolomini, que falta por lo demás en Beauregard, y un español, el duque de Alba. Los
sultanes
han turcos, losdepríncipes
desaparecido los murosberberiscos,
de Rabutin.Scandenberg, que figuraban
El cosmopolitismo en Jove
mediterráneo yayno
enera
Ardier,
sentido por los amantes de la iconografía, subsistía solamente en las colecciones grabadas
de vestimentas exóticas. En Rabutin hay una sala reservada para las damas y otra para los
capitanes: sigue siendo la división de Brantó me. En cambio, ni Jove, ni Ardier ni Richelieu
se interesan particularmente en las mujeres. Dejemos de lado los soberanos, los príncipes
de sangre, los regentes, que tienen su lugar entre los hombres de Estado. Se los encuentra
nuevamente en Beauregard, pero no tienen ni siquiera derecho de ciudadanía en el Palacio
Cardenal. Por lo tanto, los pocos retratos de mujer que han podido vencer este ostracismo
tienen que ser particularmente significativos son los que era imposible omitir. Hay
solamente dos: Juana de Arco y Diana de Poitiers. Esta es la únicamujer galante admitidaen
esta austera colección. En el Palacio Cardenal, sólo Juana de Arco. Los museos
iconográficos italianos acogen ampliamente filósofos y artistas; en cambio, los franceses
los ignoran. Las galerías son exclusivamente políticas, militares y galantes. De entre estos
estadistas y capitanes intentemos formar un pequeño cuadro de honor con los nombres
citados con mayor frecuencia. Hay uno solo que se cita cuatro veces y que es común a Jove
(quien sin embargo, tiene muy poca curiosidad por las cosas de Francia), a Beauregard, a
Rabutin. Se trata de Gastón de Foix, al que una carrera breve y gloriosa había convertido
en el más popular de todos los capitanes de la Historia. A decir verdad, lo mismo hubiera
valido para el condestable de Borbón, si Richelieu no lo hubiera ignorado deliberadamente:
está en Jove, en Beau-
192 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

regard, también en Rabutin. Lo asombroso es que no esté también en la Galería Cardenal:


su tradición no tenía aún en la opinión corriente el sentido infamante que ha adquirido en
las sociedades modernas, donde el imperativo nacional se ha vuelto más riguroso. La
historia del siglo XVII, aun en su declinación, presenta otros ejemplos de estos pasajes de
un campo a otro: el Gran Condé y más tarde el asombroso Bonneval, que murió como bajá
en
no Constantinopla
mantenía muchodespués
tiempodesu haber servidotales
rigor contra al Príncipe Eugenio
personas. Pero yacontra su rey.
Richelieu noLa opinión
aceptaba
esta lenidad arcaica, y la ausencia del condestable de Borbón en su galería significa el
advenimiento de una concepción más rígida de la disciplina cívica y militar. Nombrado tres
veces junto al condestable de Barbón: du Guesclin, el más antiguo de los héroes populares.
Richelieu intentó remontarse más alto, hasta un condestable de Felipe el Hermoso y de los
primeros Valois. Pero Richelieu es el único que lo conoce: es una empresa arqueológica sin
porvenir. Primeramente, du Guesclin. Vienen a continuación Juana de Arco y sus
compañeros. Juana de Arco está solamente en Beauregard y en el Palacio Cardenal.
Rabutin la ha olvidado, sin duda voluntariamente: ¡no creía en las mujeres que guardan su
virtud en los campamentos! Pero todos los franceses son unánimes en elegir a Dunois, el
Bastardo de Orleáns. Es el héroe más célebre de Francia. En la actualidad, Juana de Arco
lo ha superado en el sentimiento popular, y Dunois apenas es reconocido si no es por los
historiadores. Sus otroscomo
estaban en Beauregard compañeros,
estaban La Hire y Xaintrailles,
en Rabutin, comparten
y si Richelieu estefue
los omitió, renombre:
porque tenía
que optar. Por otra parte, figuraban en las imágenes de mayor difusión: las del juego de
naipes. Es curioso ver cómo el recuerdo de la epopeya de Dunois y Juana de Arco estaba
todavía vivo en el siglo XVII. Después de los héroes de la Guerra de los Cien Años, desde
du Guesclin hasta Juana de Arco, los de las Guerras de Italia: La Trémoille, quien, como lo
escribe el comentador de los grabados de la Galerí a Cardenal, ”vistió el arLA HISTORIA
DEL SIGLO XVII 193

nés a los quince años y lo dejó junto con la vida, a los ochenta, en una batalla”, en Pav ía.
Gastón de Foix, el Condestable de Barbón, como lo acabamos de ver, y Bayardo.
Observemos que Rabutin ha omitido a Bayardo, en tanto que mantiene al Condestable de
Borbón. Pero ”el buen caballero sin miedo y sin tacha” era tan popular como su adversario.
Tales eran, Los
conocidos. pues,suceden,
los nombres
comohistóricos
es natural,más
las familiares en losde
grandes figuras períodos más remotos
las Guerras de Religión: un
pasado muy cercano, distante menos de un siglo, aun para Rabutin; por ejemplo, Ana de
Montmorency, el primer duque de Guisa, vencedor de Calais, Monluc, de quien se decía
”nuestro bravo Monluc”, como se decía de Bayardo ”el buen caballero.” Son todos
hombres de guerra. Un solo hombre de Iglesia logra reunir todos los sufragios: el cardenal
D’Amboise, el primero de los grandes cardenales estadistas y servidores del rey. Richelieu
se interesa por los cardenales porque es uno de ellos. Pero Rabutin no se detiene aquí.
Retiene a Miguel de l’Hospital, al que Richelieu ha pasado en silencio, pero que figura
también en Beauregard, donde los hombres de toga son menos raros. Los nombres
familiares a todos son, por tanto, los de los grandes capitanes, felices o desdichados,
extranjeros a veces, como el duque de Alba, que a veces están ya en la leyenda y otras a
punto de entrar en ella. Después de ellos vienen algunas mujeres hermosas y galantes. Esto
no se ve suficientemente en el análisis que hemos hecho porque ni el tesorero de
Beauregard ni Richelieu se inclinaban a coleccionar grandes enamoradas. Pero hay que
citar dos nombres por lo menos frecuentemente repetidos, dos rostros reproducidos con
frecuencia: Inés Sorel, que algunas veces hizo de figura rival de Juana de Arco en las
versiones hostiles al papel sobrenatural de la Doncella, y Diana de Poitiers, demasiado
cercana y demasiado célebre para que Ardier pudiera vedarle los muros de su galería. El
valor y la galantería: temas que volveremos a encon\ trar más adelante en las novelas de
caballería y eróticas.

En la segunda mitad del siglo XVII las galerías de his-


194 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

toria desaparecen. No porque haya muerto la curiosidad que las había suscitado, sino
porque se modificó, y en particular porque se confundió con un gusto nuevo, el de la
erudición. Excelentes libros han sido consagrados, al fin del silo XIX, a los grandes
eruditos benedictinos y laicos de esta época. No hay justificación para retornarlos, pero sí
debemos señalar el injerto del erudito en el anticuario. Los primeros eruditos fueron, a fines
del
comosiglo XVI y a comienzos
coleccionistas de textosdel XVII, los coleccionistas
y manuscritos. Los Ardier deNoBeauregard,
tanto coleccionistas de retratos
como antes los
Gouffier, eran burgueses pertenecientes a la administración estatal, que tenían que ver con
la política, la economía, la guerra. Los coleccionistas de textos (los primeros eruditos) eran
más específicamente miembros o abogados del Parlamento, por lo menos al comienzo del
siglo XVII. Por ejemplo, de Thou, presidente del Parlamento de París, que dejó una historia
de su época, pero escrita en latín. Congregaba en su gabinete, donde las antigüedades
recordaban el gusto renacentista, tanto a aficionados a la historia y a los textos como a
gente de la literatura. Se le confiaba también el cuidado de dirigir las jóvenes vocaciones
históricas, como la del menor de los Godefroy. Los Godefroy pertenecían a una familia
curiosa, que, de padre en hijo, se entregó al derecho y a la historia a todo lo largo del siglo
XVII. Recordemos al pasar esta alianza de derecho y erudición histórica, que es necesario
contraponer a la de la Historia de Francia, entendida a lo Sorel o a lo Mézeray, y de la
literatura. Dionisio
había emigrado Godefroy
a Ginebra. era underecho
Enseñó protestante, ex abogado
en Salzburgo parlamentario,
y luego que en
en Heidelberg. 1579 de
Además
obras de derecho, de un corpus iuris civilis, de una colección de los gramáticos latinos
desde Varrón y ediciones de Cicerón, dejó un tratado de historia romana. Alienta todavía en
él el espíritu de los humanistas del Renacimiento. En marzo de 1611, envía su hijo a París
con una recomendación para el presidente de Thou. ”El portador de la presente es el
segundo de mis hijos, al que envío ahí para que se dedique y se forme en la abogaLA
HISTORIA DEL SIGLO )(VII 195

cía. Tiene bastante buenos fundamentos en derecho, y a ellos les suma la historia, aun la de
Galia y la francesa [aun: hay que entender que la historia romana era un tema de estudio
más divulgado]. Es así como puede presentar arios casi enteros hasta el 500 d. C.
[parecería, pues, que a partir del 500 es inútil aprender de memoria la cronología]. Se
propone,
carta de todasen
topográfica maneras, hacer su primera
la que representa pruebael mediante
visualmente verdaderocuatro
srcen odecinco hojas francos.”
nuestros y una
Tres años después, el viejo Godefroy escribe nuevamente a de Thou: ”No me atrevo a
importunarlo por mi hijo, del cual sé que ha aprovechado bastante en derecho y en historia,
especialmente la de los francos. ”Me he tenido que hacer cargo de él durante tres arios sin
que se presentara, como hubiera debido, en Palacio. Por eso lo hago volver para conocer su
decisión y proveer según Dios me inspire, es decir, enviarlo nuevamente ahí o dirigirlo
hacia otra parte para terminar su historia de los francos, sobre la cual sé que ha trabajado
fiel y cuidadosamente.” Durante su estada en París, a donde había ido siguiendo al canciller
du Vair, Peiresc frecuentaba el gabinete de de Thou. Era consejero en el parlamento de
Provenza y vivió en Aix, donde acumuló los documentos más heteróclitos de arqueología,
historia, ciencias naturales y astronomía. Después de la muerte del presidente de Thou, los
hermanos Dupuy reunieron en su gabinete a los contertulios del magistrado erudito de
quien eran herederos espirituales. El padre de los Dupuy había sido consejero en el
parlamento de París, ante el cual uno de ellos litigaba como abogado. Du Cange pertenece a
la generación siguiente, pues nació en 1610. Pero proviene también de una familia de toga,
titular de cargos judiciales en Picardía; el prebostazgo de Beauquesne se transmitía de
padres a hijos. Uno de los hermanos mayores de Du Cange se estableció en París como
abogado ante el parlamento. El mismo, antes de trasladarse a Amiens huyendo de una
peste, había comprado el cargo de tesorero en la Generalidad de Amiens.
196 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

Estos círculos de gente de toga no se asemejaban ni al ambiente, más bohemio, de los


humanistas del Renacimiento ni a las reuniones más mundanas de los salones de Versailles
durante el siglo XVII. Entre ellos fue donde se desarrolló la curiosidad histórica por el
documento escrito, a partir del fin del siglo XVI. Puede pensarse que el ejercicio de sus
profesiones obligaba a estos abogados, a estos jueces, a manejar textos con frecuencia muy
antiguos: medievales,
consuetudinario carolingios,
no conoció, bizantinos
antes de y romanos,
la Revolución, porque eltemporal
una fractura derechoqueromano o
tornase
obsoletos a los textos antiguos y dispensara de recurrir a ellos. Por eso les era fácil superar
las dificultades de grafía, lenguaje y terminología que erizaban los diplomas y documentos
medievales. Sin embargo, esta continuidad cronológica del pasado con el presente no
siempre era favorable para el espíritu de investigación histórica, en la medida en que el
pasado se hacía profesionalmente demasiado familiar y no se separaba suficientemente del
presente. El hiato 1789-1815 permitió un extrañamiento en el tiempo que facilitó el triunfo
de Augustín Thierry, Guizot, Michelet, sobre Velly, Anquetil y Mézeray. La curiosidad
histórica de los abogados parlamentarios a comienzos del siglo XVII no proviene
exclusivamente de su formación profesional. Probablemente lo que estuvo en el srcen de
dicha curiosidad, en esta burguesía administrativa, nacida de la crisis económica del siglo
XVI, fue una preocupación por afirmar mediante los textos las prerrogativas sociales,
políticas, y aun
su clase. Las simplemente
Historias protocolares,
de Francia de sus gremios
escritas durante y, de
la segunda una del
mitad manera
siglomás
XVIgeneral,
difierende
en su composición de los anales que las precedieron y de las historias literarias que las
siguieron. El relato de los acontecimientos cronológicos (dentro de los cuales hemos
practicado antes algunos sondeos) no agota el tema: constituye solamente una mitad de la
obra y va a veces seguido de una segunda parte, concebida como un manual de
instituciones. Se trata de explicar el srcen de los principales órganos de la monarquía —la
corona y la LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 197

consagración, los príncipes de la sangre, los grandes cargos, las cortes soberanas de
justicia— con el fin de extraer una filosofía política según la cual el absolutismo real era
atemperado por instituciones consuetudinarias dentro de las cuales la burguesía
parlamentaria había adquirido un lugar importante. Más tarde esta curiosidad había sido
alimentadaypor
enterrados la entrada
olvidados en en
lascirculación
bibliotecas de
de numerosos
las abadías,manuscritos hasta entonces
y que los saqueos y las ruinas
ocasionados por las Guerras de Religión habían dispersado. A partir de entonces los
aficionados comenzaron a coleccionar manuscritos, como ya habían coleccionado
antigüedades y monedas. De Thou, los Godefroy, los Denis, Mazarino, Colbert tenían en
sus bibliotecas, al lado de sus fondos de libros impresos, carpetas de manuscritos. Estos
depósitos de documentos manuscritos fueron las fuentes de donde se aprovisionaron los
eruditos del Antiguo Régimen, hasta que la Revolución completó la concentración de los
archivos comenzada en el siglo XVI. Así , Bernardo De Montfaucon, en el ”Prefacio” de
sus Monumentos de la monarquía francesa cita entre sus fuentes las colecciones
acumuladas por Peiresc en su mansión de Aix: ”Al señor De Mozangues, presidente del
parlamento de Aix [sin duda heredero de Peiresc o adquirente de sus papeles] le debo todas
las imágenes de Car lomagno que se encuentran en Aix-la-Chapelle y muchas otras piezas
entresacadas de los manuscritos del ilustre señor de Peiresc.” Y De Montfaucon escrib ía un
siglo después de Peiresc. No se trataba, por otra parte, de una manía de coleccionista: el
manuscrito no era buscado solamente como objeto precioso sino que se lo consideraba
también como documento de historia que, en caso de no poseerlo, se recopiaba,
inventariaba o resumía. También Peiresc y Enrique II Godefroy, entre otros, mantenían
verdaderos talleres de copistas, como las abadías de la Edad Media. Según uno de sus
biógrafos recientes, Cahen- Salvador, Peiresc ”instaló un secretario dibujante, un
encuadernador, copistas que ponen en orden sus documentos, reproducen las piezas raras,
los
198 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

dibujos [de ahí el interés de ese fondo, que sirvió a De Montfaucon, como De Montfaucon
sirvió a Emile Mála los manuscritos, para que él pueda situarlos dentro de su colección o
enviar copias a sus corresponsales y amigos”. ”El principal objetivo de nuestras
investigaciones”, escribe Peiresc, ”es exclusivamente hacer part ícipes a los que puedan
tener curiosidad por ellas y que puedan aprovecharse de ellas”. De igual manera, cincuenta

arios
1673,después,
Dionisioen
II Godefroy empleaba cuatro ”escribientes” y cinco ”auxiliares”, a los que
alimentaba, alojaba, pagaba. Estos textos no eran solamente reunidos, reproducidos,
inventariados, analizados. Para esa época se comienza a publicarlos; a partir de 1588, con
Pithou, primer editor de una ”colecci ón” de textos inéditos: la palabra ”colecci ón” responde
simultáneamente al sentido bibliográfico moderno y a la antigua noción de anticuario de
gabinete. En 1618 Andrés Duchesne publica una Biblioteca de autores que han tratado la
historia de Francia, y luego las Historiae Normanoruin Scriptores Antiqui. Preveía una
colección más completa, de 24 volúmenes en folio. El proyecto fue retomado
posteriormente al finalizar el siglo por los benedictinos de san Mauro y continuado en el
siglo XVIII, y proseguido luego en el XIX por el Instituto. Aquí se sigue claramente la
filiación que conecta a los primeros coleccionistas del siglo XVII con la erudición moderna.
Sin embargo, estos magistrados aficionados conservaban, en sus métodos de trabajo,
hábitos
de Luis de
XIVespíritu
y que yconservan
preocupaciones
todavíaque serán
rasgos delabandonadas pory sus
Renacimiento del sucesores de la época
enciclopedismo de los
humanistas. Su erudición no es gratuita, y se mantiene ligada a la política o a la vida social.
Hacia 1620, Peiresc, Godefroy, Duchesne, todos los sabios relacionados con el gabinete de
de Thou y el de Dupuy son movilizados para contestar al libelo de un autor flamenco que
pretende probar que la Casa de Austria desciende en línea recta masculina de Faramun do,
el primer rey de Francia. En 1624 Teodoro Godefroy publica un tratado Sobre el verdadero
srcen de la Casa de Austria, donde demuestra que ella desciende de los pequeLA
HISTORIA DEL SIGLO XVII 199

ños condes de Habsburgo, y esto por la línea femenina, lo que significa un srcen tardío y
modesto. Las genealogías ocupan un gran lugar entre las preocupaciones de estos
escritores: Teodoro Godefroy trazó la genealogía de las familias de Portugal, Lorena, Bar,
la mayoría Este
Borbones. de lasgusto
veces
porcon
la una segundaperdurará
genealogía intenciónhasta
favorable a los derechos
los últimos arios delde los con
siglo,
D’Hozier, Gaignéres, Clérambault. Si para un hombre de los dos últimos siglos del Antiguo
Régimen la Historia de Francia es propiamente dinástica, la Historia a secas tiende a
convertirse en familiar. El infortunado Baluze provocó su propia desgracia y la malicia más
duradera de Saint-Simon al arriesgar su reputación a propósito de los orígenes de la Casa de
Auvernia. Peiresc conservó la pasión de fines de la Edad Media por los escudos de armas.
Se ha señalado con mucho acierto que la heráldica es la única ciencia medieval que llegó a
constituir una terminología propia. De las 17 compilaciones de notas de Peiresc
conservadas en la Biblioteca Inguimbertina de Carpentras, dos conciernen a escudos de
armas y blasones. Peiresc se preocupa también de reunir documentos sobre las
prerrogativas de la agrupación a la que pertenece. Los clasificadores correspondientes a esa
época contienen todo un fondo de textos sobre precedencias y rangos. Esta curiosidad por
los textos históricos desarrollada durante la primera mitad del siglo XVII no excluía el
documento iconográfico, monumental. Peiresc se interesaba por las tumbas de Saint-Denis
y copiaba dibujos que posteriormente sirvieron a De Mnntfaucon. Pero es principalmente a
fines del siglo XVII cuando la investigación iconográfica pasa a ser una rama de la
erudición, tal como sigue desenvolviéndose por caminos cada vez más científicos alrededor
de los benedictinos, en Saint-Germain-des-Prés particularmente. El revoltillo de
antigüedades no ha desaparecido enteramente de los papeles de Gaignéres, pero ahora
intervienen verdaderos especialistas, que desdeñarían el enciclopedismo de un Peiresc,
pasante de ciencias naturales y de astronomía en los inventarios de la Corte de Cuentas.
200 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

Los dos nombres que hay que recordar, pues son los más significativos bajo este punto de
vista, son los de Gaignéres y de De Montfaucon. Una descripción de la Villa de París, en
1713, nos da una idea de la importancia que los contemporáneos atribuían a las colecciones
reunidas por Gaignéres: ”Un gabinete sin ig ual, si se considera que contiene una infinidad
de cosas referentes a los siglos bajos que no se encuentran en ninguna otra parte”. Es un
verdadero
retratos demuseo, como
todas las diríamos
personas que actualmente.
han alcanzado”Contiene una muycuyo
algún renombre, grande cantidad
número de a
asciende
27.000.” Junto a los retratos, que continúan, pero con otro espíritu, la tradición
aparentemente interrumpida de las galerías histó ricas, ”los dibujos de las tumbas m ás
importantes, como también los vitrales de las más hermosas iglesias de Francia.” Hasta se
podría agregar, porque conocemos una parte de las colecciones depositadas en el Cabinet
des Estampes, tapicerías de los siglos XV y XVI, actualmente desaparecidas. El autor de la
Descripción señala a la atención del visitante el retrato del rey Juan y el cuadro del baile en
la corte de Enrique III (al que luego se le dio el nombre de ”Le mariage de Joyeuse”), que
gozaban de un renombre particular. Hasta aquí lo correspondiente a los grabados, las
pinturas y los dibujos. La guía señala a continuación los fondos de manuscritos y los
autógrafos: ”Muchos volúmenes de antiguos escritos de gran cantidad de personas ilustres..,
que los firmaron con su propia mano.” Y también curiosidades menudas de coleccionistas:

fichas
subsistey viejos
al ladomazos de naipes
de fondos (esto tiene que
casi científicos), ver con
la serie de los cará cter dedel
el caballeros ”colecci ón”Santo,
Espíritu que ¡que
Gaignéres había instalado en una alcoba! Pero se subraya la principal de las riquezas de la
mansión de Gaig néres: ”Una de las cosas m ás singulares y raras es una colección de todas
las modas de vestimentas que se han usado en Francia, pero también en el extranjero, desde
el reinado de san Luis hasta el presente... sacadas con mucho cuidado de pinturas
antiguas.” La mansión de Gaignéres era uno de los museos privados LA HISTORIA DEL
SIGLO XVII 201

—pero casi todos los museos lo eran hasta la Revolución— más célebres de París y que un
viajero debía esforzarse por visitar. Existía, pues, a fines del reinado de Luis XIV un museo
cuya visita era aconsejada por los guías a los turistas. Era, antes del Versailles de Luis
Felipe, un verdadero museo de Historia de Francia, dividido en tres secciones: los retratos,
como en Beauregard,
Montfaucon; pero casiEsta
la indumentaria. cienimpresionante
veces más numerosos;
reunión delos monumentos,
documentos como en
constituye un De
hecho de primera importancia para la historia de las ideas; puede parecer una perogrullada,
pero los historiadores del arte son los únicos que se han interesado por Gaignéres, porque
sus dibujos conservan representaciones de monumentos desaparecidos y porque sus
colecciones constituyen uno de los fondos importantes del Cabinet des Estampes; era, pues,
necesario reconstituir sus orígenes. Pero los historiadores políticos, literarios, sociales no se
han ocupado casi de él, como si no fuera sorprendente que un hombre del siglo XVII haya
consagrado su vida y su fortuna a reunir una iconografía de la Historia de Francia y de las
costumbres vestimentarias de los franceses. Hay que decirlo: el hecho encarnado por
Gaignéres es absolutamente curioso. En cierta medida, se conecta con una tradición —la
del retrato histórico— que ya conocemos, y con la de las colecciones de modas y
vestimentas, bastante extendida todavía a mediados del siglo XVII. Estas tradiciones, por
otra parte, testimonian una curiosidad especial por los usos de la vida cotidiana, puesto que
no se trata ya de los indumentos de Corte. Es cierto que Gaignéres conserva algunas manías
de los coleccionistas: le interesan las fichas y los naipes. Pero no colecciona ya
indiscriminadamente, como Peiresc. No tiene curiosidad alguna por las ciencias naturales ni
le interesan las antigüedades. Uno de sus corresponsales le escribe a propósito de sus
hallazgos: ”Pero sé que es usted poco curioso de las antigü edades romanas.” Es éste un
rasgo bastante notable para la época. Finalmente, su vida y sus cartas atestiguan un espíritu
de búsqueda que sobrepasa la pasión del coleccionista o la fantasía de un
202 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

aficionado a los retratos de galería. Está en vinculación cor los eruditos benedictinos y con
un grupo de prelados, de intendentes, que siguen su trabajo, le escriben, le envían
documentos y le señalan depósitos interesantes. Alrededor de Gaignéres descubrimos un
círculo muy inquieto, que tiene el gusto por la historia y por los documentos de la historia.
Gaignéres frecuenta las reuniones de Saint-Germain des-Prés, donde se encuentra con el
”Todo ParCotelier,
hebraísta ís” sabioredactor
de aquella poca: DudesCange;
deléJournal Baluze;
Sa vants; el orientalista
el abate D’Herbelot;
Fleury, historiador de lael
Iglesia; el numismático Vaillant. Mantiene correspondencia con los monjes de las abadías
de provincia, con los de Bretaña, encargados por los Estados de publicar la historia del
Ducado. La intimidad del trabajo debe ser grande porque Gaignéres les propone para su
obra un plan de trabajo concebido por él. Por consiguiente, no se interesa solamente por
documentos coleccionables sino también por las publicaciones. A cambio de ello los
monjes hacen dibujar para él el retrato de un duque de Bretaña del siglo XT. Gaignéres
intenta aprovechar un viaje del P. De Montfaucon a Roma para encargarle que consulte
para él los archivos pontificales del castillo Sant’ Aro, pero De Montfaucon le responde que
es imposible, porque hay que pagar un derecho de un testón por ario, lo que es demasiado
caro. En Poitou sus amigos benedictinos inspeccionan las ruinas de la Galería de Gouffier
d’Oiron. Lo conocen bien, porque los ha visitado para copiar el cartulario. Le envían una

caja llena
los 20 de retratos.
cuadros.” Se losUno decomprar
pudo los religiosos le escribe:
por diez ”Mand
escudos”, é alguien
y ”hasta un vigaésimo
Oiron primero
para obtener
gratis, que es un duque de Borgoñ a.” En el lote hay algunos que están en mal estado:
”Guillermo de Montmorency está partido en dos.” Se los ha embalado con cuidado: ”Est án
todos encerrados en una caja y bien empaquetados, con excepción de cuatro grandes que no
cabían en ella, a saber: Juan, prisionero delante de Poitiers; el duque de Borgoña, que está
muy estropeado; el personaje que tiene una divisa en el sombrero LA HISTORIA DEL
SIGLO XVII 203

[iun desconocido!] y el duque de Guisa con la cicatriz en la cara.” En Fontevrault la


abadesa lo autoriza a copiar el cartulario. Le interesan los textos, casi tanto como la
iconografía, y se toma el trabajo de hacer largas transcripciones. La abadesa es hermana de
Madame de Montespan. Alienta su ”gusto por las curiosidades, que es vuestra principal

ocupació
los n.” Pero,
religiosos a decir verdad,
de Poitiers. ”Es una no habla
pasi ón noensolamente
un tono tan apasionado
inocente, sino de colaboradora
además loable y como
útil...” De esta manera Gaign éres se vincula directamente con el movimiento benedictino de
renovación de los estudios históricos. Pero tiene también corresponsales mundanos,
sacerdotes o laicos, que a veces son personajes importantes. No resulta extraño encontrarse
entre ellos con Madame de Montpensier (o por lo menos alguien de su Casa) y
Bussy-Rabutin. ”Os envío”, escribe a éste, ”mis hallazgos respecto de vuestra Casa.”
Rabutin había consagrado parte de su galería a sus antepasados. Huet, obispo de Avranches,
le consigue documentos. Como los benedictinos de Oiron, está al acecho de ocasiones
interesantes: aguarda, por ejemplo, la muerte de un ”curioso” de Lila, que posee 78 carpetas
de retratos. El arzobispo de Arles le enví a sellos. El intendente de Caen le escribe: ”Hago
copiar los títulos de fundación de las viejas abadí as y dibujar las tumbas.” El tambi én
colecciona por cuenta propia: ha encontrado un misal ”que es la pieza m ás curiosa que

usted habrá visto”, una pieza magnífica, con blasones, iluminada con retratos de reyes, de
abades. ”En este libro uno encuentra infinidad de cosas curiosas y rasgos de historia”, y
agrega que, aunque no esté fechado,”se presume” que es de mediados del siglo XV. No es
la primera presa que cobra: ”Sigo reuniendo viejas Horas... ya tengo 123.” Y los
coleccionistas hacen copiar sus piezas raras para intercambiarlas. Gaignéres recurre, para el
trabajo de copiado, a su ayuda de cámara, quien se ha formado una colección personal de
retratos, hasta el punto
204 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

de que, cuando murió Gaignéres, hubo sospechas de que tenía intención de desviar la
sucesión, ¡y se sellaron las puertas antes de que el viejo arqueólogo hubiera expirado!
Sucede que el museo Gaignéres era célebre, según vimos, no tanto quizás por sus
reproducciones como por sus colecciones de trajes. Madame de Montespan estaba
interesada en él; el rey se lo hizo mostrar, v el duque de Borgoña lo visitó. Pero las
personas
del que lodehabía
mirasreunido
elevadas reconocían
merced la importancia
a su tenacidad y su redarqueológica del fondo
de corresponsales. y el mérito
El ministro Le
Peletier decía de Gaignéres: ’Tiene un gabinete lleno de manuscritos muy hermosos y muy
curiosos, de una infinidad de estampas y de monumentos muy útiles para la aclaración de
la Historia.” Pontchartrain pensó incluso crear para Gaignéres un cargo de conservador de
los monumentos históricos de la Casa Real. El proyecto fue abandonado, pero muestra que
en Gaignéres se veía no solamente un coleccionista de ”figurillas” sino un conocedor de los
”monumentos, muy útil para la aclaración de la Historia.” Bernard De Montfaucon era uno
de los corresponsales de Gaignéres. Provenía de familia noble, a diferencia de muchos
eruditos, que descendían de la pequeña burguesía de toga, y aun del pueblo, como era el
caso de Mabillon, hijo de un labrador; de Rollin, hijo de un fabricante de cuchillos. No se
unió a los benedictinos de san Mauro sino después de haber pasado por el ejército de
Turenne. Comenzó encargándose de ediciones de san Atanasio, Orígenes, san Juan
Crisóstomo
10 volúmenes y publicó
en folioun
detrabajo de paleografía
la Antigüedad griega
explicada. En antes
menosdededardos
al meses
público,
se en 1719, los
vendieron
1800 ejemplares y fue necesario pasar ese mismo año a una segunda edición: 10 tomos en
3800 ejemplares, lo que significa una venta de 38.000 volúmenes. Era un verdadero éxito
de librería, pero De Montfaucon no se paró allí. En ese momento empiezan a aparecer las
grandes ediciones benedictinas por provincias: la de Bretaña, por Dom Lobineau (para la
cual Gaignéres había propuesto un plan); la de Languedoc, por Dom Vaissette. Es
interesante destacar la r 1 LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 205

subvención de estas costosas publicaciones por los Estados de dos provincias, lo que es
signo de un interés singular por parte de los notables en la historia de su región. De hecho,
se puede fechar en el siglo XVIII el srcen del sentimiento regional en sentido moderno,
muy diferente de los particularismos medievales. De Montfaucon fue seducido por el
interés queellas
Concibió personas
proyecto de sudecírculo
srcinal escribir unaanHistoria
poní en las ”edades bajas”
de Francia de lade
a partir historia francesa.
los datos
arqueológicos: intentar para la Edad Media lo que había hecho para la Antigüedad, con un
ramal complementario acerca de la historia de las costumbres. Reunió entonces los
materiales para una vasta colección que tituló Monumentos de la monarquía francesa. No
tuvo tiempo para completar la obra que había previsto. Pero conocemos su plan, gracias al
folleto que los libreros publicaron antes de la edición para atraer suscriptores. Se trata,
pues, de una especie de prospecto publicitario que se esfuerza por despertar el interés del
público poniendo de relieve los aspectos susceptibles de retener su atención. El gran éxito
de librería de la obra anterior de De Montfaucon demuestra que efectivamente contó con un
público fiel. Los editores comienzan por subrayar la srcinalidad del proyecto: ”Se ha
hablado mucho de los griegos y los romanos; es, pues, razonable prestar alguna atención a
lo que nos toca de más cerca, sin temor de degradar por ello el carácter de la venerable
Antigüedad.” No es un dem érito interesarse en ”las edades bajas” de nuestra Historia
Nacional. ”Además de que el gusto y la modalidad de la época, tan groseros, constituyen
un espectáculo bastante entretenido [estamos ya en el pintoresquismo de lo primitivo], el
interés de la nación [volvemos a encontrar aquí la huella de ese patriotismo histórico ya
comprobado en las historias tradicionales] compensa aquí el placer que podrían deparar los
monumentos de mayor elegancia.” Los propagandistas todavía no se atreven a poner en el
mismo plano estético la Edad Media y la Antigüedad, pero ya se reconoce la importancia de
aquélla.
206 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

Dicho esto, los editores anuncian el plan de la colecció n: ”El plan general de esta obra ha
sido presentar primeramente, junto con un resumen de la Historia de Francia, el retrato de
los reyes, príncipes y señores de quienes nos quedan algunos documentos.” Esto no es
srcinal. Ya Mézeray había presentado su historia como un texto ilustrado de
reproducciones de monedas. ”Los retratos”, dec ía, ”y la nanación son casi los únicos

medios conpor
persistente los la
que se puede lograr
iconografía un efecto
histó rica. ”Comotan
el bello.” Con
retratista ellolos
traza estaba reflejando
ros tros y hace el gusto
reconocer el exterior y la majestad de la persona, el narrador relata sus acciones y pinta sus
costumbres.” ”La Historia que he emprendido”, sigue diciendo Mézeray, ”está compuesta
de dos partes: la pluma y el buril disputan en noble combate quién presentará mejor los
objetos que ella trata; el ojo encuentra allí su entretenimiento lo mismo que el espíritu, y
brinda diversión aun a quienes no saben leer o no quieren tomarse el trabajo.” Pero
posteriormente se deja de combinar la pluma y el buril. El P. Daniel había protestado contra
las falsas efigies de Mézeray, quien, efectivamente, había tenido la precaución de advertir
al lector: ”Si hay algunas [medallas] de los siglos más lejanos que parecen no haber sido
acuñadas en esa época, no son, sin embargo, absolutamente falsas... El lector, si considera
cuán juiciosamente han sido inventadas, juzgará que no hubo intención de engañarlo, sino
de completar mediante este recurso la sucesión de la historia, que hubiera quedado
interrumpida
fantasista. Deen
Montfaucon ” Una
este punto.no opinión
recurrirá másmás
queexigente no quiere
a documentos ya esta ilustración
auténticos. Pero su libro
comienza por una Historia de Francia, inspirada en las historias tradicionales, doblada por
una serie iconográfica que está concebida a la manera de los coleccionstas, Ardier,
Beauregard, Gaignéres. En el ”Prefacio” de su primera edición De Montfaucon cita entre
sus fuentes los dibujos de Gaignéres, quien los había puesto a su disposición y mantenía
con él buenas relaciones, de investigador o de hombre de ciencia. Reencontramos pues,
aquí, la doble tradición de LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 207

la Historia de Francia, por el texto y por la imagen. Esta primera parte es la única que
llegará a ser publicada en 5 volúmenes en folio en 1733; sus numerosos grabados son, junto
con los dibujos de Gaignéres, una cantera preciosa para los historiadores del arte, quienes
encuentran en ella reproducciones de monumentos, vitrales, documentos, desaparecidos
todos actualmente.
”A continuaci Pero, dentro
ón”, prosigue del proyecto
el prospecto srcinal,
de los se trata
editores, ”las solamente del primer
mayores iglesias y lostomo.
principales edificios del reino.” Se trata, por ende, de un inventario ilustrado y comentado
de los monumentos laicos y eclesiásticos. ”Se verá en él la forma de las viejas iglesias, el
srcen de lo que llamamos gótico, las más hermosas iglesias góticas del reino, las partes
notables de las iglesias.” La obra se propon ía ”pasar luego a todo lo que tiene que ver con
los usos de la vida civil, como la indumentaria, la celebración de las fiestas y juegos [el
folclore], desde los primeros tiempos hasta el reinado de Luis XIII.” Un tratado de
arqueología civil, que abarca el vestuario, como los grandes manuales científicos de los
siglos XIX y XX: las modas han dejado ya de ser mera curiosidad de coleccionistas. Pero,
sin los ”curiosos” que reun ían en sus portafolios cuanto encontraban, como el amateur De
La Bruyére, no hubieran existido arqueólogos; el pasaje de la ”curiosidad” a la arqueología
es insensible. Esto vale tanto para la historia como para las ciencias naturales, donde el
fenómeno ha sido señalado ya con frecuencia. Tras la arqueología civil, la arqueología
militar: ”A los u sos de la vida civil hacía seguir [De Montfaucon lo que tiene relación con
el estado militar bajo las tres razas, insignias y banderas, máquinas de guerra, órdenes de
batalla... todo representado de acuerdo a figuras tomadas de los monumentos srcinales.”
Por último, De Montfaucon trataba la arqueología funeraria: ”El detalle terminaba de
manera natural con las tumbas má s notables de todas las clases.” Volvemos a encontrar
aquí las mismas grandes divisiones que en la colección de Gaignéres; y, en efecto, el
208 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

espíritu que anima a De Montfaucon es el mismo también, aunque parezca armado de un


método más científico. Gaignéres empleaba corresponsales civiles, eclesiásticos, religiosos
que compraban por su cuenta srcinales o copiaban para él documentos o piezas raras.
También De Montfaucon apeló a sus relaciones y a las personas con curiosidad por las
cosas del pasado para alimentar su documentación. Se han conservado cartas que recibió de
sus lectores y que
la arqueología ponen El
francesa. demarqué
manifiesto
s de el estado de
Caumont le espíritu
escribe: contemporáneo en lo referente
”No sé si la materia no le a
faltará a usted, y si las piezas de esta clase podrán satisfacer la curiosidad del público.
[Habla de la Edad Media como algunos lo hacen actualmente respecto del arte negro.] Los
tiempos de la Edad Media no pueden proporcionarle más que monumentos poco
interesantes. El gusto gótico que se apoderó de la arquitectura es casi siempre el mismo. La
estructura de los palacios, iglesias, castillos.., es pesada, agobiante; son masas de piedra
unidas casi al azar; las tumbas, las fachadas de las iglesias, son de un gusto muy diferente,
pero que no tiene un mayor valor; en esta clase de monumentos se puede admirar la
paciencia del armero casi de la misma manera como admiramos la de los alemanes de
Nuremberg, que se dedican a fabricar esas chucherías de marfil con las cuales llenan
Europa.” El texto es curioso, menos por la incomprensión de la Edad Media que atestigua
que por las razones que alega y que permiten comprender mejor este punto de vista. Se
habrá observado
bajorrelieve: lo que dice
es indudable el se
que marqués
refiere de Caumont
al estilo respecto
flamígero dede
loslaúltimos
escultura en de la
tiempos
Edad Media, que a veces tiene mucho sabor y resulta bonito, pero con demasiada
frecuencia —hay que reconocerlo— se queda en ejercicio de virtuosismo realizado por
artesanos hábiles en vencer, por el gusto de la dificultad, la inercia de la piedra y de la
madera. En este sentido, el juicio del marqués de Caumont es comprensible y muchos
artistas lo suscriben actualmente. Sólo que el marqués de Caumont no concibe otra Edad
Media que no sea la del barroco f7amboyant, y también aquí su ignoLA HISTORIA DEL
SIGLO XVII 209

rancia es explicable. En casi todas partes la herencia de los siglos XII y XIII estaba
enmascarada o aplastada por la abundancia de la decoración flamígera, un poco como
actualmente los oros y los colores del Renacimiento ocultan la desnudez primitiva de las
antiguas basílicas
primitivo y clásicodebajo
Roma. Fue necesario
los aluviones unde
del fin gran esfuerzo
la Edad paraViollet-le-Duc
Media. reencontrar el mismo
gótico se
equivocó con frecuencia y permanece todavía fiel en sus restauraciones a la imaginería
flamígera. Sin duda se había vivido mucho tiempo en medio de la decoración del siglo XV,
que posteriormente desapareció, sobre todo a partir del fin del siglo XVII: basta considerar
los paisajes que aparecen por las ventanas en los interiores de Abraham Bosse o las
estampas de París antes de la destrucción de las Torres de Nesle y de La Samaritana, del
Chátelet. En las épocas clásicas el siglo XV, el Prerrenacimiento Medieval estaban todavía
presentes en todas partes. Nadie imaginaba otra Edad Media. De ahí el interés que le
dedicaban algunos curiosos, interés que no se remonta más atrás del fin del siglo XIV.
De ahí también el cansancio de las personas de buen gusto. Porque el marqués de Caumont,
aunque fatigado de las virtuosidades flameantes, no está cerrado a la poesía del pasado,
como lo muestra la continuación de su carta a De Montfaucon: ”Las pinturas antiguas, los
bajorrelieves, etcétera, podrán proporcionar algo más curioso [como documentos de
costumbres y no obra de arte]. Se verá con placer la variedad de las modas de los franceses
[y ya estamos otra vez en la vestimenta], los indumentos militares, los torneos, las fiestas,
etcétera.” Este aspecto sí es interesante, y Caumont ofrece su colaboración. ”En lo que a
esto se refiere puedo proporcionarle algunos vestidos muy singulares.” Y a renglón seguido
le adjunta el dibujo de un palacio episcopal y le propone realizar el dibujo de varias tumbas.
Este ejemplo es significativo, porque muestra que los aficionados a las cosas del pasado se
reclutaban también entre las personas que seguían el gusto del día. Pero algunos, desde el
alborear del siglo XVIII, comen-
210 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

zaban a volver las espaldas a la Antigüedad. El marqués de Aubois está encantado; el


programa de De Montfaucon ha respondido a su deseo: ”Lo leí con avidez, y os confieso
que, siguiendo mi gusto, vuelto por completo hacia los últimos siglos, esperaba esta obra
con más impaciencia que la que antes sentí respecto de vuestra Antigüedad explicada. Esta
última es una obra nueva, que nos interesa personalmente”, y adjunta a su carta ”algo
curioso”. El alcalde ydeama
códices iluminados Nantes brinda
el arte de lareferencias
miniatura. sobre
Señaladocumentos. Posee una
a De Montfaucon una miniatura
colecci ón de
de
Carlos VI ”pintada en oro y colores, en la que se lo representa recibiendo de manos de
Nicolás Oresmes... la traducción francesa de la Política de Aristóteles”. Conserva una vitela
de la época de Francisco I, ”de una bel leza admirable, que contiene muchas miniaturas de
un gusto exquisito.” Hay tambi én quienes se interesan en el proyecto de los monumentos
de la Monarquía por amor propio de la familia: uno de ellos insiste ahincadamente en que
figure la escalinata de su castillo. Toda esta correspondencia de De Montfaucon demuestra,
como la de Gaigrtéres, la existencia de un público curioso de las imágenes concretas del
pasado. En la misma época en que las historias de Bossuet, Daniel, Velly se recopiaban
unas a otras, algunas personas (que por otra parte leían quizás estos textos descoloridos)
hacían suya esta frase del prospecto de De Montfaucon: ”Nada más instructivo que las
pinturas históricas hechas en el momento mismo. Ellas enseñan frecuentemente muchos
hechos que los historiadores omitieron.”
Los libros de historia no nos dan el reflejo exacto de la imagen que en el siglo XVII la
gente se hacía del pasado. La iconografía atestigua, por el contrario, cierta familiaridad con
la Historia que los documentos impresos no per-
1 pite1 n sospechar. Lo mismo sucede con la novela.

”He leído veinticinco veces la de Polexandro”, confesaba La Fontaine. De hecho, había


varios Polexandro, que no eran reediciones del primer texto. Los personajes principales
mantienen, en general, el mismo nombre en la colecLA HISTORIA DEL SIGLO XVII
211

ción de los Polexandro, pero las acciones y las épocas difieren. El autor escribió un
segundo edición
primera libro con
delos personajes
1619 conservaque le aseguraban
todavía el éxito,
muchos rasgos deyaquel
luegogusto
siguió
porcon
la otros. La
superposición de épocas que caracteriza al Renacimiento inglés, italiano y quizás también
francés, aunque en menor grado. Carlos IX y Luis XIII viven en Egipto en la época de
Germánico. En ”El incesto inocente” el lector pasa sin sorpresa de Venecia a Cartago.
¿Pero acaso los personajes de Shakespeare no van de Nápoles o de Bohemia a consultar el
oráculo de Delfos? Los tapices del siglo XV y comienzos del XVI no vacilan en presentar
con ropajes modernos las escenas mitológicas. Había un gusto por mezclar naturalmente la
Antigüedad
1 con la vida cotidiana. Esta fantasía anacrónica desaparece en el transcurso de los primeros
arios del siglo XVII, aunque \srubsisten rasgos aquí y allí, como en este primer Polexandro.
El gusto no admite ya la confusión barroca entre la Antigüedad y la historia nacional, sin
por eso rechazar otros anacronismos, especialmente en las descripciones de la Edad Media.
El Polexandro de 1629 tiene como título completo, igual que el primero, El exilio de
Polexandro. Como la Historia, la novela tiene por objetivo la alabanza de los Grandes:
”Esta sola consideración, los príncipesson generalmente buenos, me ha hecho siempre amar
las alabanzas de los príncipes, incluso las de aquellos que tenían menos reputación.” La
acción se sitúa en la época de Lepanto y de don Juan de Austria, en el mundo berberisco.
Los héroes principales son Bayaceto, general de los corsarios, y su amigo Polexandro, que
es también su lugarteniente. Los turcos y los renegados que se han sumado a ellos de grado
o por fuerza aparecen bajo una luz más bien favorable: nada que ver con los Bárbaros
feroces y enemigos
españoles, de la
los acechan cristiandad.
a su regreso deEsIndias,
porquey el
se español
dedican es
a lafrancamente
caza de los odioso
galeones
a
Gomberville. No pierde nunca la ocasión de subrayar algún rasgo antipático de su carácter
o de su política. Cuando están dedicados al pillaje de la flota de Indias, los hom-
212 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

bres de Bayaceto descubren un príncipe indio, de noble apariencia, cautivo de los


españoles. Sus aventuras, relatadas a los nobles corsarios que lo han liberado llenan la
mitad del libro. Acontecen en una América histórica, en Florida, México, Perú. Expulsado
del Perú por la conquista española, brutal y expoliadora, se refugia en Florida, y el nombre
de Florida permite a uno de sus oyentes berberiscos reivindicar para los franceses el honor
de su descubrimiento
primeros que pusieronantes de los
la planta enespaño les.Iaquaze,
tierra de ”Soy delhace
mismo
máspa
deíscincuenta
de donde arios,
veníanylos
le
dieron el nombre de Florida.” A lo cual el príncipe indio responde reconociendo ”las muy
grandes diferencias entre ellos y los españoles.” Su demasiado largo relato es
interrumpido por una escena de un tono muy diferente, mucho más colorido: los funerales
de un capitán turco muerto en el saqueo de los galeones, y los festejos que siguen a su
reemplazo. Gomberville describe con placer la liturgia árabe, cita expresiones en lengua
árabe, comenta la ceremonia y, llegado el caso, presenta un breve catecismo del Islam. Y
todo esto sin hostilidad alguna. Se designa luego al sucesor del difunto: ¡magnífica ocasión
para que el feliz elegido nos cuente su historia! Más breve que la del príncipe peruano, es
mejor, por lo menos para nuestro gusto, pero también, según creo, para el de los
contemporáneos, muy amantes de las turquerías. Dicho turco nació en Marsella, de padres
provenzales, el día memorable de la batalla de Ravena, ”donde los franceses perdieron
Italia por haber
encuentra salido
en todas las victoriosos.” Recuérdese
galerías de retratos, desdeque Gastón
la de deaFoix,
P. Jove la de elBussyRabutin.
héroe de Ravena,
Este se
renegado no es gentilhombre, lo cual es bastante excepcional en la novela ”hist órica”. ”Soy
francés, y veo que esta ventaja es tal, que puede tapar los otros defectos de mi nacimiento.”
A los diez años ”el mar fue mi elemento.” ”Yo viv ía mejor en el agua que en la tierra, y no
había placer en el mundo como el de verme sacudir por los vientos y las olas en mi
barquilla de pescador.” En el curso de una de estas LA HISTORIA DEL SIGLO XVII
213

correrías marítimas, cuando tenía quince años, fue apresado por los corsarios cerca de las
islas de Hieres, y llevado a Argel, donde renegó sin vacilar. Su amo, en Argel, le ”prometió
la libertad si me quería hacer turco. Dejo a vuestro cargo pensar si podía oponer alguna
objeción y dejar de trocar una cosa que no conocía por otra sin la cual no podí a vivir.” ”Fui,
pues, circuncidado.”
este renegado ¡La salvación
truculento, el caso deeterna no pesa
Bayaceto mucho
es más sutil.contra la libertad!
Este general Pero, junto
berberisco no esani
turco ni siquiera musulmán. Lo confiesa en el momento mismo en que se cree perdido, de
resultas de una herida recibida en un duelo. Jamás renegó : ”Soy cristiano”, y franc és. Pero
su bautismo no le impide presidir el funeral según el rito islá mico. Si pasa por ”jefe de los
enemigos de los cristianos” es que la necesidad lo arrojó entre los bárbaros. No nos
enteramos de cuál sea esa necesidad porque, contra toda esperanza, se cura demasiado
rápido. Pero su honor está intacto, porque debajo del turbante y de la Media Luna ha
combatido contra ”los enemigos de su patria”, es decir, los espa ñoles y los italianos, aliados
con éstos. Sin embargo, su larga convalecencia sigue siendo propicia para las confidencias.
Llega a Polexandro el turno de contar su historia y de confesar que también é l, ”el joven
pirata” simpático, es un ”turco francés”. Y sus aventuras nos devuelven del Mediterráneo a
la Francia de las Guerras de Religión. Ha nacido de una familia emparentada con la Casa
Real. Su padre cayó en desgracia y tuvo que marcharse al exilio bajo Francisco I: probable
alusión a los asuntos del condestable de Borbón. Gracias a Montmorency, Enrique II le hizo
regresar no bien llegado al trono y le pidió que enviara su hijo a la Corte para compañero
del Delfín. Por ello, Polexandro estuvo, desde su adolescencia, mezclado en los negocios
del Estado. La muerte de Enrique II ”por un lanzazo”, después de la Paz de España, se
presenta como una catástrofe: permitió que se desencadenaran las pasiones e inició una era
de perturbaciones, ”nos preparó materias aterradoras de discusión y rebeliones. Desde
enton-
214 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

ces no ha dejado de hacernos verter sangre y de sumar a los funerales de aquel gallardo
príncipe los de la tercera parte de sus súbditos.” Gomberville sigue ahora la historia muy de
cerca. Describe ”los infortunios de un reinado de dieciséis meses [el de Francisco II], donde
el furor de la mitad de los franceses, los llamados hugonotes, hizo estallar contra su
soberano todo lo que el deseo de gobernar pone en el espíritu de los Grandes y la pasión
ciega deauténtica,
historia buscar el apenas
propio novelada.
provecho Asistimos
imprime ena las
los almas débiles.” Henos
entretenimientos de la aqu í enenplena
Corte
Fontainebleau, a los torneos, a los ballets, a los bailes de disfraces, a las fiestas con antifaz.
Polexandro sigue a Catalina de Médicis a la famosa entrevista de Bayona, donde se
encuentra con su hija, la reina de España. Participa de la defensa de la familia real cuando
estuvo a punto de ser sorprendida por los hugonotes de Meaux. Está al lado de
Montmorency cuando éste es mortalmente herido; y conocemos, por el testimonio de los
retratos y los grabados, la popularidad de Montmorency. Se encuentra en Jamac, donde el
futuro Enrique III triunfa sobre los protestantes. El relato se convertiría en una verdadera
historia de las Guerras de Religión si Polexandro no lo interrumpiera: ”Consentid que deje
la Fortuna para ir tras el Amor y que no haga la historia de Francia en lugar de hacer la
mía.” Notemos al pasar esta asimilación de la Historia a la Fortuna. Recaemos entonces en
una aventura galante, no muy distinta de la del príncipe peruano en México, donde éste
persigue sin la
de Navarra, éxito a lareina
futura hija del rey. Polexandro
Margot. Abandonamosse enamora de Olimpia,
definitivamente es decir,
la Historia Margarita
para
adentramos en el mundo familiar de la galantería heroica. Polexandro quiere evitar el
matrimonio de Olimpia y Felismundo, favorito del rey de Dinamarca; lo dejaremos allí,
donde se convierte en amigo de Felismundo y en perfecto gentilhombre, sin que esa
amistad impida a los rivales medirse en un duelo en el que Margarita será el galardón. A lo
largo de este análisis, limitado intencionalmente a las situaciones históricas, hemos
reconocido al pasar alLA HISTORIA DEL SIGLO XVII 215

gunos de los recursos principales de la acción novelesca en el siglo XVII: La galantería


cortesana. Los gentileshombres caen enamorados como heridos por un relámpago, de una
dama que les es inaccesible, sea por causas exteriores (rapto, oposición de los padres), sea
por desprecio de los sentimientos fáciles. Nuestros enamorados no se cansan jamás de
perseguir a suscaballeresca.
camaradería amadas, sin Nace,
pedirles
denada a cambio
la misma de sus
manera homenajes
súbita platónicos.
que el amor, La
entre dos
desconocidos, que a veces son rivales o enemigos, cuando reconocen recíprocamente su
nobleza y valor. Las aventuras novelescas. Reconocimientos por medio de cofrecillos que
encierran cartas, retratos, documentos. He/ chos de armas y torneos con hazañas
extraordinarias, presentadas como desempeños deportivos. Esto es bien conocido. Pero,
junto con los rasgos que pertenecen también a las novelas pastoriles grecorromanas o a las
novelas de caballería, hay que subrayar la nueva preocupación por situar la acción en el
tiempo histórico. El exilio de Polexandro es una novela histórica, y toda la intriga gira en
torno de tres temas históricos: el descubrimiento de las Indias Occidentales y su
explotación por los españoles con desprecio de los derechos indígenas; las Guerras de
Religión en Francia después de la muerte de Enrique II; el mundo de los corsarios
berberiscos. Es interesante ver en qué se convierten estos temas históricos en la edición de
1641, el Polexandro en cinco partes, que es un libro nuevo, con una nueva fábula, en la
que, sin embargo, reaparecen Polexandro, Bayaceto, el príncipe indio. La corte de la reina
Ana ha reemplazado a la de Catalina de Médicis. La acción retrocede más de un siglo.
Polexandro es rey de Canarias. Sigue siendo enemigo de los españoles, pero se hace
adversario de los turcos infieles, curiosa evolución desde la edición de 1629. Pero es verdad
que los berberiscos de Argel resultan más simpáticos que los sultanes de Constantinopla.
216 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

Polexandro desciende en línea recta de Carlos de Anjou, hermano de san Luis. Esto
representa una ganancia desde
1629. Lo mismo sucederá con todos los héroes de novela que, de simples gentileshombres a
comienzos de siglo se convierten, bajo Luis XIV, en príncipes y reyes. Los antepasados de
Polexandro han reinado sobre la cuenca oriental del Mediterrá neo: ”La más hermosa parte
de Italia, Grecia
talasocracia y Tracia.”
angevina Es, pXIV.
del siglo or loGomberville
tanto, aproximadamente
no ignoraba el
suterritorio
Edad Mediaperteneciente
y no vacilóa la
en conectar con ella a su héroe, dándole en cierto modo un srcen fabuloso que faltaba al
Polexandro de 1629. Pero los antepasados de Polexandro fueron expulsados de Oriente por
los bizantinos, los aragoneses (por consiguiente, los españoles) y por los turcos. ”Su padre
Periandro tuvo que abandonar Grecia después de la toma de Constantinopla por el sultán
Bayaceto [no confundir este perverso sultán con el buen Bayaceto por el lado berberisco].”
Se casó con la heredera de Paleólogo y se refugió en las Canarias, donde llegó a ser rey.
Desde allí intentó represalias contra los turcos, quienes lograron capturarlo. El joven
Polexandro vino con su madre a reclamarlo a la corte del sultán. La firmeza de Polexandro
impresionó a Bayaceto: ”Este muchacho me hace acordar del traidor Scandenberg.” ”Es de
temer que éste sea un segundo Scandenberg.” El sult án aceptó devolver a Periandro, pero
no aclaró si vivo o muerto, e hizo remitir a la reina de las Canarias el cadáver de su esposo,
estrangulado.
Para escapar a¡Esta sí que es
las intrigas de una verdaderayhistoria
los españoles turca!, debieron
los portugueses pensarlas
que codician losCanarias,
lectores.
Polexandro se refugia en Bretaña, es decir, sobre el Loira, en Nantes, gracias a la
protección de un ”pirata bretón.” Es acogido en la corte legendaria de la duquesa Ana, a la
que sigue a la Corte de Francia después de su matrimonio. Estamos pues alrededor de 1490.
Polexandro estaba a punto de acompañar los ejércitos franceses a Italia cuando Carlos VIII
lo desalentó: el rey, sin confesarlo, temía que un heredero de la Casa de Anjou se viera
tentado a reivin LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 217

dicar los reinos italianos de sus antepasados. Pero supo disimular sus razones: ”Como era
hijo de un rey que no le había enseñado otra cosa sino que el que no sabe disimular no sabe
reinar, aplicó tan bien la doctrina de su padre, que Polexandro ni siquiera sospechó sus
artificios y disimulaciones.” Un zarpazo al pasar contra Luis XI, el cual, decididamente, no

era más popular


Canarias. entre
El relato los novelistas
abandona que entre la
decididamente loshistoria
historiadores. Polexandro
para trasladarse a unvuelve
mundoa las
de
fantasía, el de la isla Bienaventurada (¡conocido, sin embargo, por Ptolomeo!), donde se
adora al Sol, el reino de la bella princesa Alcidiana, de la que se enamora, y a la que
persigue durante cinco volúmenes a lo largo de la costa de Africa. En el Polexandro de
1641 la historia está más noveliza da que en el de 1629; no obstante ello, tanto en la corte
de la duquesa Ana como en la de Catalina de Médicis, en el Mediterráneo berberisco, en la
América de los Incas y de la conquista española, una preocupación por la exactitud, o una
pretensión de exactitud histórico-geográfica acompaña siempre a la invención novelesca: se
convierte en una de las condiciones de la verosimilitud literaria. Ahora bien; esta
preocupación por situar las tramas novelísticas en un tiempo fechado y en un espacio
cartografiado no existía en los precursores helenísticos, italianos o españoles que los
autores franceses tradujeron al final del siglo XVI antes de hacer una obra personal.
Teágenes y Cariclea, el Amadís, las novelas de caballería y las del español Montemayor
transcurren en un universo de fantasía, mitad imaginario y mitad contemporáneo. Al pasar a
Francia la novela deja de ser contemporánea y fantástica para convertirse en histórica,
exceptuando la novela realista o cómica, que no interesa a nuestro propósito. Esta nueva
tendencia aparece por primera vez en La Astrea, en la cual la acción está netamente fechada
en el siglo V de nuestra era, en un Forez arqueológico, reconstruido con la ayuda de
eruditos locales. Gomberville prolonga la tradición de Honoré d’Urfé, la cual, por lo demás,
se prolongará a todo
218 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

lo largo del siglo XVII. La historicidad, pues, se ha convertido en una regla del género
novelesco cuando éste pasa a Francia. La historia contenida en las novelas está compuesta
con un poco de color local y una buena cantidad de anacronismo. Este aumenta y aquél
disminuye a medida que avanzamos en el siglo. De La Astrea a Polexandro, es decir
durante la primera mitad del siglo XVII, el color local y las escenas pintorescas no faltan.
En La Incas.
de los AstreaLahaypalabra
ceremonias
”Inca”druídicas;
aparece enenlaPolexandro
edici ón de se describen
1641, lasque
mientras riquezas fabulosas
era desconocida
en la de 1629. Los rasgos concretos no siempre son olvidados. Cuando Polexandro y sus
acompañantes entran de incógnito en Dinamarca ”nos habíamos vestido los tres a la
alemana, ya en Colonia.” Se menciona con precisi ón el nombre técnico de las naves: ”Se
embarcó con él en una clase de navío inventado por los ingleses, quienes le habían dado el
nombre de Remberge.” Los jardines árabes están pintados tal como se los adivina todavía
en Fez: ”Estábamos en una calle ceñida por ambos costados por una empalizada de
naranjos y de granados”. Las aventuras a veces sórdidas de los renegados podrían parecer
fuera de lugar en estas novelas donde todo, incluido el mal, se expresa noblemente. Pero el
autor les testimonia una verdadera predilección. He citado ya antes un ejemplo. La que
sigue es otra confesión de renegado, tomada de la edició n de 1641: ”Desde mi infancia me
atraían las empresas en las que había algo que ganar, por azarosas que fueran. He corrido el
mar y laa tierra.
faltado He llevado las armas
ella indiferentemente, entre
y todo estoárabes y turcos. He
para conseguir cumplidoGomberville
provecho.” mi palabra ynohe
retrocede ante la mención de la pederastia, tan frecuente en las sociedades musulmanas.
Bayaceto, en el reparto del botín ganado a los españoles, quiere favorecer a Polexandro.
Esto desagrada profundamente a uno de sus capitanes, ”viejo y valeroso corsario”. ”Hacía
mucho tiempo que la belleza de Polexandro había inspirado abominables pensamientos a
este diablo y esta abomi LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 219

nable pasión” le había ”obligado a tener celos de Bayaceto.” Lo interpela con estas
palabras: ”Si estás muy enamorado de ese rostro de mujer, compra su honor con lo que te
pertenece a ti; no hagas entrar el pago de una mujerzuela en la recompensa de tantos
hombres valientes.” La escena da la impresión de ser algo ya visto. Sin embargo, cuando
existe, el color local está reservado a los detalles exteriores de la acción, y solamente a
algunos de entre
transposición ellos. Hay
al pasado uncostumbres
de las fácil deslizamiento al anacronismo
del presente. mediante
En Polexandro una señalar,
pudimos
sobre la base de las citas precedentes, que el color local y la observación realista y
pintoresca se reducen casi a las pinturas del Islam mediterráneo hispano-magrebino, turco y
sobre todo berberisco. Se trata de un hecho aislado que no conviene generalizar. El mundo
berberisco era demasiado familiar para los autores, los lectores y las personas de todas las
condiciones sociales, como para que no exigieran una especial preocupación por la verdad.
Hemos señalado ya en las galerías históricas de Jove y de Ardier de Beauregard el especial
interés acordado a los sultanes, a Barbarroja, a Scandenberg. Los turcos y el Mediterráneo
musulmán ocupan un lugar aparte, privilegiado, en la visión histórica de la primera mitad
del siglo XVII. Es interesante encontrarlo a la vez en las novelas para el gran público y en
la iconografía de los coleccionistas. Por el contrario, desde que salimos del mundo
mediterráneo las descripciones pierden color y vida. Las aventuras de un inca o de un
senegalés se asemejan a las del francés y cristiano Polexandro. Si la proximidad del
Mediterráneo berberisco excitaba la curiosidad por lo pintoresco y lo extraño, el
alejamiento del continente transatlántico favorecía más bien el lugar común de una Edad de
Oro en un país de Utopía, preservado por su alejamiento de las corrupciones de la Historia.
Esto estaba ya en Tomás Moro, antes de pasar a la filosofí a del siglo XVIII. ”Nosotros
tenemos”, proclama el Inca de Polexandro, ”templos en los cuales el Dios viviente es
adora-
220 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

do con tanta pureza como en España [se trata ya de la Revolución Primitiva, sin sacerdotes
ni iglesias, que la decadencia ha hecho necesarios, ¡pero si pudieran evitarse![. Tenemos
ciudades mejor administradas que las vuestras”. Los incas viven en la abundancia: ”Entre
nosotros abunda todo lo ne cesario para la vida. Cada uno se contenta con poco”. Por eso las
matanzas, las rapiñas, las guerras son desconocidas. La feliz ignorancia de la navegación
preservó largo
quitado las tiempopara
ocasiones esta corrompernos
existencia patriarcal: ”Esta negativa
por el contagio [a navegar]
con costumbres nos hab ía La
extranjeras.”
llegada de los españoles perturbó esta felicidad tranquila: ”Ellos nos hicieron pasar por
bárbaros, salvajes, monstruos... personas sin espíritu, sin leyes, sin orden civil, sin luces y,
lo que es peor, sin virtudes.” En América no había salvajes. La barbarie de los indios es una
invención de los españoles para justificar sus pillajes. Las riquezas de los Reyes Católicos
tienen que considerarse un bien mal habido, que los corsarios franceses (bretones) o turcos
tienen el derecho de recuperar por la fuerza. Tampoco los negros aparecen nunca como
primitivos o salvajes. El Africa occidental ocupa un gran lugar en el Polexandro de 1641: el
reino de ”Thombert” (supongo que se trata de Tombuctú), Senegal, Guinea, Benin, El
Congo... Muy rara vez Gomberville hace alusión al color de los negros, y ello sucede
siempre en un caso particular y para extraer una consecuencia moral: Almanzor, ”pr íncipe
del Senegal”, se distingue ”por su color ahumado, su pelo crespo, por la pequeñez de sus

ojos y por
analiza en la
undesproporció n de los
retrato (el retrato trazos
de un de senegalés
negro su rostro.”en
Pero estosXVII!),
el siglo rasgos,le
que Polexandro
permiten sobre
todo ”juzgar cómo era de cruel” este Almanzor. Es un rasgo de carácter y no un rasgo
étnico. Gomberville es absolutamente indiferente a las cuestiones de raza y de color. Por
otra parte, estos reyes negros viven según el modelo de los príncipes y gentileshombres de
Europa. Zaba’im, príncipe de Senegal, ”no ten ía aún dieciocho años cuando el LA
HISTORIA DEL SIGLO XVII 221

deseo de la gloria y la curiosidad de ver los países extranjeros le hicieron dejar su reino. Se
hizo a la mar con un séquito proporcionado a su condición. Estuvo un tiempo en la corte del
rey de Guinea y de allí pasó a la de Benin, para llegar finalmente a la del Congo.”
Observemos que este recorrido de Africa sigue el orden normal de los países que el viajero
encuentra al descender hacia el Ecuador. Gomberville no ignoraba su geografía. El rey del
Congo es Almanzor,
difiere casi del de un ”el príncipe
príncipe más severo
europeo, y celoso
salvo que del mundo.”
su palacio Su ”gabinete”
está techado no a
de paja. Pese
todo, Zaba’im se enamora de la hija del temible Almanzor. Se disfraza de mujer --de
princesa de Guinea, más exactamente — para acercarse a ella. Al ser descubierto, tiene que
sufrir las pruebas normales de un gentilhombre leal sorprendido en una situación clásica
también, es decir, vencer en un torneo. Pero, como estamos en Africa negra, tiene que
triunfar también de los leones, en el anfiteatro oficial del Congo. Aquí el exotismo se une
con la Antigüedad latina. Por supuesto, el valor de Zaba’im le asegura el éxito y desarma la
cólera de Almanzor. Los dos amantes serán unidos por ”el Gran Pontífice de los Dioses del
Congo.” Este detalle recuerda La flauta mágica, que es más de un siglo posterior, pero el
teatro lírico conservó tradiciones de anacronismo que habían desaparecido hacía mucho
tiempo en la literatura. Cuando Polexandro relata su vida en la corte de Enrique II y de
Catalina de Médicis, no ignora el desencadenamiento de las violencias, de las pasiones,
como tampoco Gomberville ignora la diferencia entre un negro y un gentilhombre. Pero
esta violencia propia de una época de perturbaciones si es evocada en términos abstractos,
con frases de historiador, no penetra en el relato ni afecta en lo más mínimo las relaciones
novelescas de Polexandro, de Olimpia y del favorito del rey de Dinamarca. La acción se
coloca contra este decorado sin que haya una necesidad intrínseca: lo mismo podría
funcionar contra otro. Por último, el color local, cuando existe, está reservado para los
figurantes. Tal capitán de corsarios tiene el colon-
222 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

do esperable del personaje. Pero su capitán, Bayaceto, no tiene ya nada de aventurero. Se


vuelve entonces semejante a Polexandro, al Inca, al príncipe senegalés: un gentilhombre
valeroso y constante, asiduo en la persecución de una bella fugitiva, fiel a la amistad de su
compañero de armas.

Durante
se vuelvelamás
segunda mitad
exigente en del siglo XVII,
la elección por una
del tema, especie
y sin de paradoja,
embargo el realismo
el color local histórico
se desvanece
por completo en la manera de tratar el detalle. En 1661, La Calprenéde publica una
novela, Faramundo, a la que pone como subtí tulo ”o la Historia de Francia.” Esto es ya de
por sí significativo. En la ”Advertencia al lector” explica su método a partir de sus novelas
precedentes Casandra, Cleopatra, etcétera. ”No se ha sido justo con ellas al ponerles
nombre... En vez de llamarlas ’novelas’, como el Amadís y otras semejantes en las cuales
no hay ni verdad ni verosimilitud, ni carta, ni cronología [ésta es su diferencia, señalada
antes por nosotros, con la novela francesa], se las podría considerar Historias embellecidas
por algunas invenciones y que por esos ornamentos no pierden nada de su belleza.” ”Se me
ha considerado un hombre mejor informado sobre los asuntos de la corte de Augusto y de
Alejandro que los que se limitaron a escribir sus Historias.” Pero esta vez, con
Faramundo, La Calprenéde acomete una edad má s ”oscura.” Tal oscuridad no es ”tan
desventajosa como
que tenía en las se la imagina.
verdades Mepor
conocidas deja para
todo el la invención
mundo”, una libertad
es decir, más grande que
los acontecimientos de la
la
Antigüedad Clásica. ¿Pero no se tratará de una ”pretendida oscuridad”? ”Es un hecho que
el siglo que he escogido tiene sus bellezas. Con la decadencia del Imperio se ve en él el
comienzo de nuestra hermosa monarquía.” Faramundo es ”el ilustre fundador” de una Casa
que reina hace
900 años y que ha dado a Francia más de 40 reyes [sic]. Porque no hubo ruptura de la
herencia legítima. ”Los mismos Pipinos, de quienes la tercera raza de nuestros reyes no
deriva menos su srcen que la segunda, descienden directamente de Marcomiro, hermano
de Faramundo y príncipe de Franconia.” Reconocemos el tono patri ótico y lealista propio
de las Historias de Francia tradicionales. LA HISTORIA DEL SIGLO XVII
223

Enfamilia:
su el transcurso de laquieren
”Quienes novela,derivar
Faramundo tiene
nuestro ocasión
srcen de la de explicarse
Germania sobre los aorígenes
y persuadir los de
pueblos que los francos, franzones o franceses tomaron su nombre de Franconia no están
informados de la verdad, y no sólo es cierto que nosotros procedemos de los galos sino que
la Casa de nuestros reyes es la misma que hace más de dieciséis siglos dominó las partes
más hermosas de las Galias”, es decir, mucho antes de la era cristiana, despu és de la llegada
de Francus. Luego el príncipe Genebaudo conquistó Germania ”y puso allí los fundamentos
de una monarquía que, a partir del nombre de sus franceses, llamó Franconia, y a la cual,
por oposición a la otra Francia, muchos pueblos llamaron Francia Oriental.” Por
consiguiente, los franceses, apoyándose en el derecho histórico, podrían pretender la
soberanía de las tierras alemanas. Esta teoría del srcen galo de los francos, de su
emigración a Germania y de su retorno triunfal por sobre las ruinas del Imperio usurpador,
tuvo una pervivencia tenaz, y todavía al comienzo del siglo XVIII Nicolás Fréret fue
encerrado un tiempo en la Bastilla por haberla cuestionado, en un Memorial a la Academia
de las Inscripciones.1 La Calprenéde, por tanto, conocía bien lo que en su tiempo se sabía o
se creía saber. ¿Introdujo —como novelista— más pintoresquismo y color local en la
acción misma que los que introdujeron Mézeray y el abate Velly? De hecho, su Faramundo
es tan poco merovingio como el Childerico del abate Velly. De manera más franca que
d’Urfé o Gomberville, trasladó al siglo V las maneras galantes y honestas conformes al
ideal de su tiempo. No hay allí casi nada de Edad Media, salvo los nombres y los
acontecimientos: el hada Melusina hace una tímida aparición, pero se la olvida pronto y no
se vuelve másque
Genebaudo” a ella.
salenHedelaquí en Coloniapara
campamento ”al enamorado Marcomiro
hacer un reconoci y elAlrededor
miento. intrépido de ellos,
escuderos acarrean

1 Por lo menos es lo que relatan los historiadores del siglo XIX; no lo he confirmado.
224 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

los escudos, con sus blasones. Pero Marcomiro es soñ ador: ”El hermoso Marcomiro, cuya
alma estaba inflamada de una amorosa pasión, llevaba en los ojos y en el rostro las señales
de lo que sentía.” Rosamunda, la ”amante” de Faramundo, es raptada por el rey de
Borgoña. Un caballero andante encuentra el contingente que lleva los prisioneros: es
Balamir, el hijo del rey de los hunos, ”conocido ya en el mundo.” Se conservan, cualquiera

sea la época
novelas de la acción,
de caballería. Paralos antiguos temas,
comunicarse con lanunca
bella,olvidados
basta conpor
atarcompleto, deamoroso
un billetito las viejasa
una flecha y lanzarla adentro de la ciudad sitiada: siempre llega a buen puerto. Faramundo
es un magnífico guerrero, tal como se lo soñaba todavía en 1660, como los había habido
algunos años antes, si no en los combates reales, sí al menos en las justas de honor: ”Sus
armas brillaban con el oro y las piedras preciosas con las que estaban enriquecidas, y su
casco, detrás del timbre soberbio, estaba cubierto de plumas blancas, que sombreaban su
cabeza y flotaban hasta sus hombros”. Se seguía amando los penachos, en el preciso
momento en que acababan de desaparecer del uso. El Carlos Martel, de Carel de
Sainte-Garde, aparecido en 1666, se asemeja como una gota de agua a otra al magnífico
guerrero: El casco del héroe, de plata adorna su cabeza, plumeros inflamados descienden
de la cresta, y sus pliegues flotantes, con un beso amoroso, vienen alrededor del cuello a
acariciar sus largos cabellos.

El anacronismo no es un producto de la mera ignorancia: la supera, es voluntario. Debajo


de una trama histórica, que ellos juzgaban necesaria, los lectores buscaban alusiones
contemporáneas. Algunas nos saltan hoy día a los ojos. Faramundo se vuelve muy pronto la
imagen del joven Luis XIV, en los primeros años de su reinado personal: una
”conversación.., verdaderamente encantadora toda ella”, la ”vivacidad y delicadeza de su
espíritu, acompañada LA HISTORIA DEL SIGLO XVII 275

del conocimiento perfecto de todas las bellas ciencias.” ”Los franceses sintieron con una
alegría inmoderada la felicidad de ser gobernados por un príncipe tan grande y amable.”
Otras alusiones son menos transparentes y se convierten en acertijos. Por otra parte, había
pasión por ellos, y cada nuevo libro suscitaba identificaciones que a veces eran sumamente
ridículas. Era un hábito inveterado y duradero. Desde La Astrea hasta La princesa de
Cléves, el público
y descubrir en estaexigía unalasnovela
historia claveshistórica, pero yeracosas
de personas parade
ejercitar mejor
la propia su ingeniosidad
época. La novela
era, pues gracias a la interpretación automática del lector, tanto contemporánea como
histórica. La imagen del presente no parecía aceptable a la ficción literaria si se la sometía a
una transposición cronológica y se la distanciaba en e/ tiempo. Así, Madame de La Fayette
toma de extractos incompletos de Brantóme los personajes de un drama de amor que, sin
embargo, es muy ajeno a las costumbres de los Capitanes Ilustres o de las Damas Galantes.
Parecería que el retrato directo no fuera soportable. El anacronismo histórico intervenía
como intermediario necesario entre la realidad contemporánea y su imagen literaria. La
lentitud del movimiento social y de las costumbres, hasta el siglo XVIII, reclamaba el
anacronismo. No permitía esa transformación del presente en un pasado, aunque fuera muy
cercano, que suscita actualmente la velocidad del tiempo. Los caballeros llevaban todavía
armaduras semejantes a las de fines de la Edad Media, en las pinturas de batallas de
Richelieu. Fueron abandonadas de a poco, casi sin notarlo. No existían transformaciones
técnicas brutales que subrayaran las mutaciones de la vida social: lo que se operaba era un
deslizamiento insensible. Este ritmo contenido favorecía la concepción todavía laxa del
hombre clásico, semejante siempre a sí mismo, cualquiera fuese la época. Pero la
semejanza de las Edades no suponía una negación de la Historia, en una novela
destemporalizada. Por el contrario, la exigencia cronológica se había vuelto más ri-
226 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

gurosa que a comienzos del siglo, cuando el color local era menos raro. Esto implica una
relación con el pasado curiosa y sutil. De la misma manera, el gusto por el anacronismo
voluntario (que es a la vez afirmación y negación de la Historia) no impidió la
segmentación de la cronología de acuerdo al sentimiento del siglo, una elección de períodos
privilegiados. Si se elegía dentro de la Historia es porque se obedecía a una inclinación que
por otrabien,
Ahora partesiera inconsciente,
dejamos de lado pero diferente
los temas de unobservaremos
antiguos, artificio literario
quede
losmera alienación.
novelistas sacaron
sus temas de ciertos períodos de la Historia y no importa de cuáles. Citaré los que me
parecen más buscados: los orígenes merovingios, entre el fin del Imperio y el comienzo de
”esta gloriosa monarquía”— la conquista turca, las historias del Mar Negro, el mundo
bárbaro—, el reinado de Francisco I, con el episodio del condestable de Borbón — la corte
de los últimos Vabis—. El pasado se detiene en Enrique IV. La oscuridad de los orígenes
merovingios no fue un obstáculo para no situar en ella las proezas galantes de una tradición
cortesana y preciosista. Es el comienzo de la Historia de Francia, uno de los puntos cero de
la Historia de Francia, y los historiadores vacilarán largo tiempo en renunciar a la versión
legendaria, a pesar de las críticas de la erudición naciente. Las otras épocas de los
novelistas wrresponden a los períodos favoritos de los coleccionistas de retratos y de
estampas: Francisco I, el tiempo de las perturbaciones. A los contemporáneos les parecían
como prominencias
Guerras de Religión que atravesaban
y Enrique la superficie
IV fueron para los de un tiempo
hombres demasiado
del siglo XVII eluniforme. Las
primer relieve
que aparecía en el horizonte. En el siglo XVIII se los sustituye por la personalidad de Luis
XIV. Al retroceder en el tiempo, se iba directamente a uno de esos períodos sobresalientes.
La boga de que gozaban es testimonio de una especie de instinto de la Historia,
desconocido por los fabricantes de la Historia de Francia.
1951 VI

LA HISTORIA ”CIENTIFICA”

La víspera de los exámenes de licenciatura algunos muchachos y muchachas conversaban


en la pequeña biblioteca reservada para los estudiantes de Historia. En Grenoble, Clío
celebraba sus sesiones lejos de las grandes concentraciones de estudiantes, apartada del
PalacioTemple.
Vieux de la Universidad, vulgardel
Yo salía entonces y administrativo, enen
colegio y entraba el la
fondo del pintoresco
universidad con el barrio
fervor del
de un
neófito. Me parecía descubrir un mundo apasionante, donde el hervidero de las existencias
pasadas habría de comunicarme un poco de su potencia dramática. Por eso escuchaba con
atención las confidencias de mis mayores, ya curtidos en el oficio, y su desilusión me
afectaba mucho. En esta facultad de provincia, el prestigio de Jacques Chevalier desviaba
hacia la filosofía los públicos mundanos, y ningún profesor muy brillante atraía hacia la
Historia. En razón de ello, el curso de Historia reunía un puñado de trabajadores serios, que
aspiraban al profesorado o a la agregación y se consagraban a esos estudios sin esperanza
de retorno: equipo reducido y modesto, un poco apagado y sin imaginación. Precisamente
por ello su decepción ingenua tenía para mí mayor importancia. Terminaban la rápida
revisión de sus anotaciones y cerraban los manuales donde habían refrescado por última
vez sus memorias sobrecargadas. Una jovencita que se presentaba al examen de agregación
ordenaba los papeles que había prestado a sus camaradas, y la vista de estas hojitas,
cubiertas de nombres propios, de fechas cuidadosamente divididas en líneas, le inspiró
repentinamente tal tedio, que comenzó a hablar del entusiasmo que, inicialmente, la había
llevado a la Historia. La curiosidad por conocer a los otros, las series sucesivas y continuas
de otras humanidades. Decía muy ingenuamente que había ido a buscar el sabor de épocas
diferentes, de vidas y de costum-
228 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

bres, su contenido humano. Y la víspera del examen con que iban a terminar sus estudios,
¿qué había encontrado, qué le habían dado? Un agregado árido de hechos, clasificados y
explicados con minuciosidad, con lógica y a veces con inteligencia, pero despojados de
todo aquel calor que ella esperaba. Había tenido que consagrar sus días y susnoches a
resumir libros compactos, en los cuales todos los elementos y los personajes de cierto
período
podestá,histórico eran relatados,
de una institución donde
política no faltaba
o social, el nombre
donde, de unaestaba
ciertamente, operación,
reunidodesin
un
excepción, todo lo que los documentos conservaban todavía de los hechos y gestas del
pasado. Y la infortunada se veía obligada a confesar que esta laboriosa compilación había
sofocado la pasión de los primeros días. ¡Le habían repetido tanto que había que desconfiar
de la anécdota y del pintoresquismo de la á vulgarizaciones destinadas al gran público!
Había terminado por confundir la curiosidad por el hombre y la vulgarización bastarda, y la
Historia, la de los exámenes y los concursos, empezaba solamente allí donde terminaba ese
estremecimiento de la imaginación y del asombro; la Historia comenzaba con el
aburrimiento. El llamado de su primera vocación se había acallado, y la joven perseveraba
en su técnica rutinaria porque era un oficio como cualquier otro. Esta confesión
desengañada me había impresionado, en un momento en que yo pensaba descubrir en la
Historia un cúmulo de cosas, oscuras e indeterminadas todavía, pero sin duda apasionantes.
No me esperaba
historiadores, máseseayer
testimonio
que hoy,punzante
podrían,de tedio
si se y de cansancio.
atrevieran a decir laYverdad,
sin embargo, ¡cuántos
abandonarse al
mismo sentimiento de sequedad y mediocridad! Para mantener las apariencias han tenido
que erigir en método, por lo menos implícitamente, la desvitalización de la Historia. De
esta manera se cavó la fosa que terminó separando la Historia de los Profesionales (se la
llamó Historia ”Científica”) del público de las buenas gentes, e incluso del de otros
especialistas de las disciplinas humanísticas, en particular de la filosofía. LA HISTORIA
”CIENTIFICA” 229

Sobre este hiato quisiera reflexionar aquí, con sencillez, sin aspirar a una historia de la
historiografía o a una metodología sistemática. La noción, otrora desconocida, de una
continuidad de los tiempos aparece en el siglo XVIII. La organización de las sociedades se
convierte en tema de reflexión, sean estas sociedades antiguas o modernas, la Roma de
Montesquieu
antiguas, o la Polonia
conservan de la
siempre Rousseau. Los historiadores
religión tradicional no dejan
de los héroes de de cultivar
Tito Livio las
o deliteraturas
Plutarco. Pero ya no es el espíritu del siglo anterior. La Antigüedad deja de estar aislada en
el tiempo. Se conectan, en cambio, las repúblicas antiguas con las instituciones modernas.
Se pasa de las unas a las otras. La Antigüedad no deja de ser un conservatorio de modelos y
ejemplos morales y cívicos. Pero las sociedades modernas se proponen extraer de allí
principios de acción política; movilizan la Antigüedad a su servicio. Uno de los maestros de
Luis el Grande, el P. Porée, se cree obligado a poner a sus alumnos en guardia contra las
peligrosas adaptaciones del pasado al presente,: ”Guardaos, niños, de envidiar el destino de
los republicanos, antiguos o modernos.” Tal riesgo no exist ía todavía algunos decenios
antes, porque el pasado grecorromano poseía entonces un valor formativo, pero sin
conexión con el presente. A fines del siglo XVIII, la juventud, saturada de historia
romana, ayudaba a construir en las Américas una sociedad sobre el modelo de la Ciudad
Antigua. El conocimiento de la Antigüedad no podía ya ser separado de la formación del
presente. El pasado y el presente habían dejado de ser recíprocamente indiferentes. En
virtud de todo esto, el culto, más viviente que nunca, de la Antigüedad iba acompañado de
la conciencia de un movimiento continuo del hombre. Esta continuidad aparece
inmediatamente en la literatura histórica. Entre 1776 y 1788 un autor inglés, Edward
Gibbon escribía una voluminosa Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano,
que cubría el final de los tiempos antiguos y toda la Edad Media, hasta la toma de
Constantinopla por los turcos en
230 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

1453. Esta obra, que alcanzó un gran éxito y tuvo numerosas ediciones en distintas lenguas,
hubiera sido impensable un siglo antes. La Antigüedad no se atrincheraba más en el mundo
cerrado de una Edad de Oro. Se extiende más allá de su término tradicional, y la Historia
moviliza tiempos que anteriormente dormían en una especie de limbo. Los Antiguos se
juntan con los modernos en torno a la noción de progreso, tal como aparece en Voltaire, en
el Ensayo
surge bajosobre las infantil
la forma costumbres y eldel
y tenaz espíritu de las
progreso. naciones.escribirá
Condorcet El sentido de laelcontinuidad
pronto Esbozo de
una tabla histórica del progreso del espíritu humano. Se comprenden mejor los orígenes de
la idea de progreso cuando se reconoce en ella una conciencia histórica todavía parcial.
Desde entonces ninguna época ni ningún país parecieron indignos del conocimiento
histórico, ni la Edad Media de los francos al abate Dubos ni la expansión europea
transoceánica a Raynal, ni el reinado de Luis XIV a Voltaire. Y al lado de estos grandes
nombres, una gran cantidad de obras menores y oscuras llenaban los estantes de las
”librerías” en las viejas moradas pr ovinciales: historias regionales, historias nacionales,
historias religiosas, que sumadas formaban una bibliografía enorme. Nace una literatura
histórica junto con su público, al mismo tiempo que una conciencia nueva de la continuidad
en la evolución de las sociedades. Sin embargo, y dentro de nuestro punto de vista, esta
historia carece de un atributo esencial: el sentido de la diferencia de los tiempos. El hiato
entre la Antigüedad
una noción y el humano,
de prototipo resto de lainspirada
duraciónpor
queda colmado.tenaz
el idealismo Pese de
a todo, subsiste
los héroes siempre
griegos y
romanos. En 1864, en la ”Introducción” a La ciudad antigua, Fustel de Coulanges
subrayaba lo difícil que era para el historiador, aun en su época, librarse del prejuicio
tradicional que atribuía a los pueblos antiguos los hábitos mentales de las sociedades
modernas. El sentimiento de la continuidad iba acompañado por una creencia en la
similitud de los tiempos: ”Nuestro sistema de educaci ón, que nos LA HISTORIA
”CIENTIFICA” 231

hace vivir desde la infancia en medio de los griegos y los romanos, nos habitúa a
compararlos incesantemente con nosotros, a explicar nuestras revoluciones por las de ellos.
Lo que conservamos de ellos y lo que nos han legado nos hace creer que se nos parecían,
tenemos dificultad en considerarlos pueblos extranjeros; casi siempre nos vemos a nosotros
mismos en ellos.”
Después de las convulsiones de la Revolución y del Imperio, el siglo XIX señaló la etapa
definitiva en el nacimiento de la conciencia histórica moderna. Si en el siglo XVIII se_
había recuperado el sentimiento de la Oritinuíz el siglo XIX descubrió las diferencias del
colór humano en el tiempo. Es un aspecto demasiado conocido para que -sea útil insistir
en él: la revelación de la Edad Media extraña y pintoresca, desde los Relatos de los tiempos
merovingios, de AgustínXiierry hasta Cruzados entrando en Constantinopla, deDelacroix y
La leyenda de los siglos, de Víctor Hugo. ¿Por qué la preferencia por la Edad Media, que
con mucha frecuencia es una Edad Media de fantasía, si no porque se presentía en ella una
época del todo singular, en que las costumbres no se asemejaban ya a las de los héroes de
Plutarco ni a las generaciones, todavía cercanas, del Antiguo Régimen? El historiador
romántico, Agustín ThierrY oNlichelet, se proponía evocar el pasado, hacerlo revivir con
todos los aspectos pintorescos y sabrosos, con su color propio. En el relato auténtico de los
hechos pasados los historiadores buscaban la misma alienación que poetas y novelistas
pedían a la ficción y a la ficción histórica. Pero este afán de alienación, que orientaba al
historiador hacia el cuadro viviente, era simplemente un sentimiento rudimentario de la
diferencia de los tiempos. Rudimentario porque se contentaba con una evocación
simplemente pintoresca, que se que daba en la superficie de las cosas: era más el gusto por
las curiosidades que por las variaciones en profundidad de la estructura mental o social. De
todos modos, este asoml frente al pasado seguía siendo una importante adloisicton de la
Historia. Se descubría con arrobamiento lo distinto.
232 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

A esto se debe que un Michelet, a pesar de sus lagunas y de sus errores, conserve todavía
hoy (y hoy más que ayer) un interés apasionante. Es demasiado sensible a las
singularidades de la Historia para no haber aprehendido, por intuición, los contrastes, las
diferencias que el historiador contemporáneo vuelve a encontrar con una base científica
más segura, pero sin contradecir, en el fondo, los esbozos adivinatorios del genial
romántico. cSinpara
método-crítico embargo, los autores
establecer de esta primerasegura.
una docuriiéntacíoin mitad rsciibían
del siglo -demasiado
XLX cafécían de unun
rápido,
poco coirió3Mistas que eran. A ello se debe que, salvo los esbozos visreinarios de un
Michelet, la obra de estos autores sea actualmente letra muerta. Para llegar a una
concepción más válida de la historia, definida ya como curiosidad intelectual, hacía falta el
método; en la segunda mitad del siglo se dirá: el método científico. La erudición era
conocida ya antes de la época romántica. Pero los eruditos del Antiguo Régimen, los del si\i
glo XVII en especial, conservaron modalidades de los coleccionistas de antigüedades y
rarezas. La compilación crítica de los textos y los documentos se desarrolla paralelamente a
la historia viviente sobre todo en el siglo XIX. Citemos, como recordatorio, los Monumenta
Germaniae Historica (1826), los Documents relatifs á l’Histoire de France, de Guizot
(1835). Los progresos de la erudición permitieron a los historiadores proseguir sus
investigaciones de manera más precisa, y numerosos trabajos de los años 1840-1850
conservan su valor:
han señalado varias constituyen la base
veces las causas de de
estalafloración
obra magistral de Foustel
de eruditos. de Coulanges.1
Las conmociones de Se
la
Revolución y el Imperio, al hacer tabla rasa del pasado, habían interrumpido largamente el
curso regular de la Historia. Hubo a partir de entonces un antes y un después. Antes de
1789 las ren u1 Acerca de este período del siglo XIX es imposible agregar nada al estudio
que Camille Jullian publicó con carácter de prefacio a su Antología de los escritores
franceses del siglo XIX. LA HISTORIA ”CIENTIFICA” 233

voluciones no habían sido concebidas nunca como una detención para una nueva partida
sino más bien como un retorno a un estado mejor y más antiguo. Lo propio de las
revoluciones de los siglos XVIII y XIX es que se proponen poner un término al pasado y
retomar el presente desde cero. La Iglesia Romana misma no escapó a este contagio cuando
el concordato de 1802 depuso a todos los obispos de Francia para reconstituir sobre una
base la
para nueva el personal
opinión pública,ylalaidea
geografía
de unaeclesiástica. Aparecía entonces,
era nueva, absolutamente con del
separada granpasado,
sensibilidad
aun
del cercano. Esta idea de una nueva era, sobreponiéndose a la idea antigua de progreso
propia del siglo XVIII, fue luego el srcen de casi todos los movimientos de opinión.
También el historiador se vio preferentemente atraído por el examen-de1as novedades,
olvidando en muchos casos la inercia tenaz del pasado. No bien aparecía en algún punto un
fenómeno nuevo, se lo extendía inmediatamente a toda la sociedad, y las resistencias con
que chocaba eran desdeñadas como supervivencias condenadas a un fin próximo. De esta
manera se formó la concepción de una revolución irresistible. Pero antes de que se cavase
definitivamente esta brecha entre el pasado y el presente, que se viene reproduciendo
periódicamente desde 1789, los archivos, incluso los más antiguos, eran considerados aún
como archivos de Estado —indispensables para la práctica de la administración—, y
confidenciales. Después de la Revolución y el Imperio, al comienzo de la nueva era, los
gobiernos, establecidos sobre bases constitucionales ajenas a los documentos conservados
en los viejos fondos, se desinteresaron de los archivos en cuanto instrumentos
administrativos. Como escribe L. Halphen en su Introducción a la historia, ”un cúmulo de
pergaminos y documentos, celosamente custodiados hasta entonces, ya como fundamento
jurídico de derechos o de pretensiones ahora caducas, ya como necesarios para el
funcionamiento de instituciones que fueron barridas por la tormenta, pierden de la noche a
la mañana todo interés, salvo para las personas
234 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

con curiosidad por las cosas muertas.” Y esas personas ya no se reducen a algunos
coleccionistas, como lo habían sido los humanistas del Renacimiento. Su número había
crecido, a la par que se acrecentaba el interés otorgado al pasado pintoresco y viviente.
Parecería, pues, que si las sociedades occidentales vivieron largo tiempo sin experimentar
el sentimiento de la duración ello se debió a que sus instituciones políticas habían
evolucionado lentamente,
largo tiempo exterior sin cortes
a la historia debrutales.
aquéllas.Sólo
Y enlaelAntigüedad
siglo XVIII,grecorromana pareció
si bien se hicieron
esfuerzos por reducir este aislamiento, fue para bloquear conjuntamente todas las
modalidades del tiempo y para extender a las épocas modernas el ideal humanístico de la
Antigüedad. Por el contrario, después de las conmociones de la Revolución y del Imperio,
la Historia se reveló bruscamente, mostrándose como una realidad particular, distinta del
presente vivido y distinta también de una cronología estéril. Comprendemos bien este
sentimiento, nosotros que hemos experimentado algo análogo después de los grandes
desgarramientos de 1940 a 1945.

Esta sensibilidad a la diferencia de los tiempos, si hubiera sido alimentada por la erudición,
habría podido desembocar en una historia auténtica. No fue así. En el cruce de la erudición
y la historia, que no es más historia romántica (no estamos ya en la época de Michelet, sino
un pocoelantes
Renan, de lade
príncipe delaTaine y delfrancesa;
Historia positivismo, quedeeslosin
a pesar em bargo
alejado de susufecha
heredera)
y los se sitúa
progresos
cumplidos por la documentación, su obra sigue siendo válida y siempre sugerente. Se ha
citado muchas veces la escrupulosidad de Fustel y ti respeto por el texto, que lo contraponía
a las ”resurrecones” demasiado apresurada s de la Historia romántica. rimero la historia
literaria, luego la historia científica, linque con demasiada facilidad se haya extrapolado lo
ue en Fustel no era más que honestidad y seriedad para LA HISTORIA ”CIENTIFICA”
235

presentarlo como una metodología calificada de científica. Pero no se ha insistido lo


suficiente en un aspecto de la obra de Fustel que tiene, por lo menos, la misma importancia:
su sentido de la particularidad histó rica. En la ”Introducción” a La ciud n -hemos extraído
ya abundantes materiales, Fustel rompe con las tradiciones clásicas que conferían a los
Antiguos”Nos
lugares: los rasgos de un prototipo
esforzaremos”, humano
dice, ”por válido
destacar laspara todos losesenciales
diferencias tiempos yy todos los que
radicales
distinguen de una vez para siempre a estos pueblos antiguos respecto de las sociedades
modernas.” Imposible formular con mayor claridad y precisi ón el objetivo esencial de la
Historia, por lo menos su objetivo primero, su manera de afirmarse para distinguirse de
otras reflexiones sobre el hombre: la búsqueda de las diferencias de los tiempos. Fustel
tenía el escrúpulo del texto. En este aspecto se lo ha seguido, y esto ha sido muy positivo.
En cambio, aunque encontramos .todavía su sentido histórico en Camille Jullian, su espíritu
ha sido menos asimilado que su método. El crítico y el glosador fueron escuchados; el
historiador, en cambio, no tuvo seguidores. Después de él entramos en un período ingrato
de la historiografía, que nos toca ahora caracterizar a grandes rasgos. La segunda mitad del
siglo XIX y todo el comienzo del siglo XX no conocieron más que dos clases de historias:
la académica y la universitaria. Más tarde se conoció una tercera clase, livurdaTízación
histórica, de la cual hemos hablado ya en un capítulo precedente, y esta nueva clase de
historia es, en general, posterior a la guerra de 1914. La historia universitaria y la historia
académica se definen más por sus públicos que por sus métodos. La historia académica, que
va desde el duque de Broglie a Hanotaux y Madelin, era leída por la burguesía cultivada y
seria: magistrados, hombres de leyes, rentistas... personas todas con largos ocios, cuando la
estabilidad de la moneda y la seguridad de las colocaciones permitían vivir de rentas. Las
bibliotecas privadas de esa época atestiguan las preocupaciones intelectuales de esa clase
social: pocas
236 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

novelas, salvo las de Balzac, y no siempre. Los últimos románticos y realistas no agradaban
a este público de gustos severos. A veces les gustaban los temas atrevidos, pero les
parecía decente cultivarlos en Horacio y los latinos, a los que todavía leían en su lengua
srcinal. Pero en los estantes de nuestros abuelos el lugar de privilegio estaba reservado a la
Historia: Barante, Guizot, Broglie, Ségur, Tocqueville, Haussonville; y luego Sorel, La
Gorce, Hanotaux.
Calmann-Lévy Basta
para recorrer
percibir, por los
los viejos
autorescatálogos de las
y los temas editoriales
tratados, Plon o de escribir la
una manera
Historia que llevaba a la Academia. Todavía hoy esta manera sobrevive en la obra de
Maclelin, en el RichelieudeHanotaux y del duque de La Force. Esta vasta literatura no es
desdeñable. Ha sido escrita sin propósito de vulgarizar, tras un estudio minucioso de los
documentos, que muchas veces es erudito, pero evitando que la erudición se trasluzca,
porque eso no es bien visto entre gente de mundo. De ahí un estilo serio y distinguido, sin
pedantería, con el número exactamente necesario de referencias, y a veces incluso un poco
menos, pero sin ninguna afectación de facilidad, sin concesiones a lo pintoresco y a lo
novelesco de la trama. Nos sentimos en la época de los doctrinarios y de los notables. Esta
literatura histórica se proponía esencialmente relatar y explicar la evolución política de los
gobiernos y de los Estados, las revoluciones, los cambios de régimen, las agitaciones y las
crisis de las asambleas y de los ministerios, las diplomacias y las guerras: una historia
política,
este puntodede
la vista
política nacional
es que e internacional.
el historicismo En general,
conservador era una
posterior historia
a 1914 de tesis,
se filia y bajo
con ella.
Tendía, como la de A. Sorel, a dar una interpretación que explicara con rigor suficiente el
vaivén de los fenómenos. —Éstos autores no rechazaban la idea de un determinismo
histórico, sino la de un determinismo conservador, que ignoraba los impulsos profundos de
la masa popular y regulaba la causalidad política de los gobiernos y de las naciones. No era
una historia ”reaccionaria”, orientada a la rehabiLA HISTORIA ”CIENTIFICA”
237

litación del Antiguo Régimen, como lo hará la Action Française. Pero era una historia
conservadora, escrita por nobles o grandes burgueses que terminaban en la Academia, y
leída por la burguesía liberal o católica, y muy desconfiada de las novedades sociales.
Conservaba todavía un prejuicio desfavorable al Antiguo Régimen, que sucumbirá en el

ysiglo )0( bajo


prudente, la era
que influencia
el de lade la ActionyFrançaise;
Academia, se el
pronto, sería jactaba
de la de un liberalismo
Escuela esclarecido
de Ciencias Políticas.
Dentro de la geografía electoral de la 3a. República apuntaba a la derecha y al centro
izquierda. No hay que olvidar que esta burguesía, que había accedido al bienestar y a los
honores a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, ejercía el monopolio de los negocios
públicos en Francia. Lo retuvo durante el Imperio y los comienzos de la 3a. República antes
de que el sufragio universal, la escuela laica y la democratización de la riqueza se lo
arrebatasen. También se interesaba con conciencia y pasión por los problemas políticos.
Exigía a sus lectores profundizar la comprensión de los asuntos del Estado, por lo menos de
los que ella tomaba en consideración, es decir, los parlamentarios, institucionales,
diplomáticos. Ignoraba la historia de los conflictos sociales, como si por ignorarlos, les
negara la existencia, y trataba generalmente la historia religiosa bajo el aspecto de sus
relaciones con la historia política. A esta clase de burguesía política y conservadora
corresponde una historia política indiferente a los problemas humanos situados más allá o
más acá de la nación o del gobierno. Mediante esta literatura, la burguesía no buscaba una
manera de comprender el propio destino en cuanto humanidad o en cuanto sociedad en el
devenir del mundo, las naciones, las clases. Por lo demás, no existía el devenir, y las
relaciones políticas estaban determinadas por leyes ne va rietur. La burguesía, en un mundo
cuyo movimiento no sospechaba, no tenía lugar que asignar a una filosofía de la Historia. A
la Historia, bajo su forma académica, le pedía tan sólo una técnica de gobierno.
238 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

La Historia, la de los viejos catálogos de Plon y Cal mann-Lévy, aparece como una cultura
política, necesaria para el ciudadano ”activo” por el censo tributario o por la influencia: una
”ciencia política”, entre las otras ciencias del gobierno y de la admi nistración enseriadas en
la escuela de Boutmy, cuando una clase social, integrada por hombres que disponían de
ocio, tomaban en serio los negocios públicos. Se comprende entonces por qué esta literatura
académica casi no
político, cuando fuesobrevivió
sumergidaenpor
el momento
elementosen que aquella
nuevos, cuandoburguesía perdió
su seguridad su monopolio
social se vio
comprometida. En el seno de la nueva burguesía, que ya no tenía el presente garantizado
sino que se sentía amenazada en él, no era ya cuestión de una técnica política, sino de
retorno al pasado salvador, fuente de nostalgia y de redención. Apareció entonces, después
de la guerra de 1914, otra literatura histórica, contemporánea del nuevo monarquismo de
Action Francaise, que fue la primera respuesta a la inquietud del hombre moderno cuando
tomó conciencia de la desnudez y fragilidad del universo abstracto tal como lo había
concebido el liberalismo. Pero no era ya el género noble y distante de Broglie, de La Gorce:
era una literatura de combate. Hemos dicho anteriormente en qué terminó.

La historia académica interesaba a un público amplio; la historia universitaria, en cambio,


se dirigía exclusivamente a los universitarios. Todavía hoy, la mayorí a de las ”gentes de
bien” apenas sabe
historiadores si esta historia
aficionados pero queexiste. He tenido
formaban ocasión
parte de lo quedeseleer manuscritos
suele denominarde
”la elite
cultivada”: magistrados, altos funcionarios, hombres importantes de negocios que
disponían de ocio antes y después de retirarse de la actividad. Entre ellos se reclutaban
otrora los autores del género académico. Por desgracia esos trabajos no presentaban nada
comparable a los grandes estudios, eruditos y claros a pesar de la estrechez de sus
horizontes, de los La Gorce, los Ségur, los Haussonville. ¿Falta de cultura? LA HISTORIA
”CIENTIFICA” 239

¿Apresuramiento excesivo de un trabajo, que muchas veces resultaba chapucero? Sin duda,
pero la mediocridad de la historia de los no profesionales proviene sobre todo de su falta de
comunicación con los otros historiadores, de su aislamiento, que a su vez es consecuencia
de la escisión y de la compartimentalización de la inteligencia contemporánea. Nuestros
amateurs están
universitaria persuadidos
causa de haberlo
estupefacción. leído formada
Literatura todo, y supor
ignorancia
manualesingenua de laa literatura
destinados los
estudiantes, tesis de doctorado, artículos y memorias de revistas especializadas, obras de
conjunto escritas por universitarios que se encuentran al final de su carrera. Un estudiante
de primer ario del Liceo corregiría a tal consejero de Estado o tal ex alumno de la Escuela
Politécnica. No se puede imaginar, hasta haberla medido concretamente, la amplitud de esta
separación entre los histo1 riadores profesionales y el público ”cultivado”, en el que
sobrevive sin embargo el gusto por la Historia seria y fun:.9 damentada, a la manera de
Sorel o de La Gorce. No sucedía lo mismo en la época de la historia romántica de Michelet,
Agustín Thierry o Guizot. Estos reunían la condición de ser autores difundidos y populares;
y la de ser especialistas, graduados en la Escuela Normal, archivistas, profesores de la
Soborna y del Colegio de Francia. Eran personalidades de moda. Esta tradición no se ha
perdido por completo en Filosofía. Pero ningún profesor de historia, desde Fustel, el
profesor de la emperatriz Eugenia, ha congregado alrededor de su cátedra los auditorios
mundanos y elegantes que asistían a los cursos de Bergson y de Valéry. El hecho esencial
es éste: el estudio de la Historia perdió el contacto con el gran público para convertirse en
una preparación técnica de especialistas aislados en su disciplina. Las publicaciones se han
hecho cada vez más ”profesionales”, en el sentido de que existe literatura profesional y
técnica. Los autores no se han arredrado de mantener en sus redacciones definitivas todos
los enfoques eruditos de sus investigaciones. Antes, por el contrario, se han abroquelado
detrás de una armadura crítica, como para defenderse
240 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

de las curiosidades indiscretas. Han investigado la historia de los hombres sin que se les
ocurriera preguntarse sobre el interés que el hombre de la propia época podría tener en ello.
Más aun; de esta indiferencia se extrajo un método. Cuanto más inaccesible era el tema
para el no especialista, tanto más se lo buscaba, y más valorado era su autor. Se terminó en
el análisis menudo de la masa de los acontecimientos, sin otro objetivo que establecerlos y
yuxtaponerlos, guardándose
punto de vista un como deLa
poco monumental. la desconfianza
peste de toda respecto
concepción de conjunto,
de las de todoy las
grandes teorías
tesis arriesgadas de la historia romántica explica y justifica en parte esta timidez frente a la
interpretación, y aun frente a la reflexión, que no sea sistemática (en el sentido de las
ciencias naturales) o una cronología. De todas maneras, esta reacción legítima no es
suficiente para explicar el encierro radical de la historia universitaria. Hay que tomar en
cuenta también el srcen’ social de quienes la enseriaron y la escribieron. En la segunda
mitad del siglo XIX la burguesía se apat-46-délasas universitanas,-como también de
ciertas funciones administrativas, y abandonó la universidad a un reclutamiento más
democrático. Las buenas familias apartaron a sus hijos de una corporación a la que su
laicización reciente imprimía un tinte anticlerical. En cambio, las familias protestantes no
experimentaron el mismo sentimiento, hasta el punto de que, en determinado momento, con
los Monod, colonizaron la universidad. Todavía hoy, el reclutamiento es más selecto en las
facultades de derecho surgidas
nuevas promociones, o en la Academia de Saint-Cyr,
de la escuela quetenían
laica, apenas en lasposibilidades
facultades dede
letras. Lasen
brillar
los salones literarios, aun cuando éstos se interesaban por los bohemios y por los
aventureros, como para entretenerse un rato y mostrarse gente libre de prejuicios. La
Academia les puso mala cara durante largo tiempo, lo mismo que el público cultivado, que
seguía reclutándose entre la burguesía tradicional. Los niveles superiores de la universidad,
en cambio, ofrecían un campo libre para sus ambiciones. LA HISTORIA ”CIENTIFICA”
241

Así fue como bastante rápidamente los auditorios de los profesores se redujeron a los
futuros profesores. Desde entonces la enseñanza superior dejó de ser un lugar para la I
enseñanza de la cultura y se convirtió en un establecimiento preparatorio para los
profesores de enseñanza secundaria. Con la difusión de la enseñanza secundaria y el
aburguesamiento
cada generalPero
vez más cuantioso. de lacreció
sociedad, este público
sin ampliar de candidatos
sus miras, al su
sin salir de profesorado se hizo
especialización
técnica. Peor aun, constituyó por sí solo todo un pequeño mundo aparte, bien cerrado, tan
poblado que puede bastarse a sí mismo, con su literatura, sus editores, sus periódicos. Con
frecuencia se reclutaba de padre a hijo. La mayoría de mis compañeros de estudios eran
hijos de profesores o de maestros. La agregatura o la Escuela Normal era el rito de pasaje
más apreciado por un maestro que quería hacer acceder a sus hijos al mundo de la
burguesía. De esta manera se formó una nueva categoría social, con sus costumbres, sus
hábitos 57-pronto con strtVádición. En política se situó a la izquierda. En sus niveles
superiores o en los inferiores, la universidad fue dreyfusista. Con Jaurés se introduce en las
asambleas legislativas. En ese momento nace entre la burguesía opositora el mote
despectivo de ”la República de los profesores”, por oposición al régimen de ”las gentes
honestas”, los ”hombres capaces”. Un hecho curioso: esta universidad dreyfusista, radical y

pronto socialista con Jaurés, no generó una literatura histórica de combate, por lo menos
cuando se dirigía a su propio público de universitarios. Las posiciones doctrinarias de
izquierda pululaban en los manuales primarios, escritos menos como tratados de historia
que como panfletos de propaganda. Pero se atenuaban en las obras más ambiciosas, como
la gran Historia de Francia, de Lavisse. La universidad radical y republicana no arrivó
nunca al grado de partidismo de los hombres de ciencia que llegó a
4 darse en los países totalitarios. Por el contrario, este mundo dreyfusista, muy
comprometido políticamente, hizo con toda sinceridad gala de ignorar los prejuicios
contemporáneos y de impedirles el ingreso en la Historia. Si no
242 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

siempre llegó a una imparcialidad perfecta, no por ello dejó de sostener el principio como
fundamento mismo de la investigación histórica. En realidad, era una actitud nueva. En la
primera mitad del siglo XIX la Historia se había transformado pronto en una máquina de
combate. Daniel Halévy nos ha relatado cómo, en 1842, Michelet se convirtió, junto con
Edgar Quinet y Mickiewicz, en ”el hombre del movimiento”, el apóstol de los tiempos

nuevos.
HistoriaNo bien dejó dejándola
de Francia, de dar lecciones a lasMedia,
en la Edad princesas
paradesaltar
Orleáns, suspendió aellacurso
abruptamente de su
Revolución.
Esta concepción de la Historia como una lección dirigida de asuntos políticos ha
sobrevivido hasta nuestros días en las obras académicas y, posteriormente, en las
rehabilitaciones sistemáticas del pasado, como reacción contra las apologías
revolucionarias del Romanticismo. La universidad —es necesario destacarlo porque para
ello necesitó un verdadero ascetismo que tiene su grandeza —, repudió siempre esta
utilización de la Historia. Por el contrario, instituyó en principio que la Historia no
demuestre nada: que existe en la medida en que no se la interroga para comprometerla.
Además, pensaba que no había que interrogar nunca a la Historia: esta apelación implicaría
una elección, una selección en la masa de los hechos históricos, y jamás había que hacer
intervenir una preocupación contemporánea del historiador, aunque no fuera política.
Segregada así con tanto cuidado del presente, ¿a qué curiosidad respondía la Historia en los
historiadores profesionales?
que darle a toda Pregunta
la historiografía importante,
moderna, de universidades
obra de las la que dependefrancesas
el sentidoo que hay
extranjeras; pregunta delicada de responder, porque debemos reconocer que los
historiadores no la plantearon nunca. Los matemáticos, físicos, químicos, biólogos,
naturalistas no han podido prescindir de la justificación filosófica. Los historiadores son
casi los únicos hombres de ciencia que se han negado a esta meditación sobre el sentido de
su disciplina. Han escrito sólo tratados sobre métodos, y yo diría más bien sobre tecLA
HISTORIA ”CIENTIFICA” 243

nologías: cómo utilizar los fondos de los archivos, las bibliografías, cómo criticar los
textos, verificar su autenticidad, etcétera; en una palabra, cómo utilizar los instrumentos de
trabajo. Pero más allá de estas dificultades técnicas, jamás una palabra; ninguna concepción
sobre la aportación de las ciencias del pasado al conocimiento de la condición humana y de
su devenir.Aron,
Raymond Las filosofías francesas
hoy. Se las de la Historia lasodebemos
ignora deliberadamente a filósofos:
se las hace a un ladoCournot,
con un ayer;
encogimiento de hombros, como charlatanería teórica de aficionados sin competencia.
¡Insoportable vanidad del técnico que permanece encerrado dentro de su técnica, sin
intentar nunca mirarla desde afuera! Mas este silencio acaba de ser roto: en el seno mismo
de la Escuela, un gran historiador contemporáneo, Louis Hal phen, publicó recientemente
un pequeño libro, Introducción a la Historia, que es en verdad una defensa de la Historia,
especialmente contra las críticas de Paul Valéry. Es curioso que la epidermis universitaria,
tanto tiempo inaccesible a los análisis de los filósofos, se haya estremecido por los
desplantes de un poeta.2 Ahora bien; este librito, donde un historiador se interroga sobre la
Historia y es obra de un sabio eminente, asombra por su torpeza e ingenuidad. Está
concebido en su integridad como un alegato: se ha sostenido que la Historia carece de
fundamento; que es incapaz de establecer la autenticidad de los hechos que se propone
reconstruir, o porque ignora los más esenciales o porque es engañada por documentos
falaces o equívocos. Y el autor se lanza a demostrar muy seriamente cómo, después de
todo, el historiador tiene el derecho de reunir, ”aun para las épocas menos abundantes en
documentos, un conjunto de hechos suficientemente bien conocidos como para que se
pueda extraer de ellos el sentido y el alcance, es decir establecer el objeto de una ciencia
verdadera.”

2 Estas páginas se escribieron antes de la muerte de L. Halphen. Tendría remordimientos si


no consignase
teoría mi admiración
de la Historia resulta porpor este
ello gran historiador
mismo y su obra. Pero la debilidad de su
más significativa.
244 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

Según la Escuela, la justificación de la Historia se reduciría a probar que existen hechos


suficiente y positivamente conocidos como para permitir un estudio científico, es decir,
objetivo. Se ha constatado esta asimilación de la Historia a las ciencias exactas, a partir de
la noción de experiencia. En Historia es imposible repetir la experiencia; a decir verdad, ni
siquiera se puede hacer una experiencia. Hay que contentarse con reconstituir una
experiencia
de sujetos o única e ingenua, aYpartir
de observadores. de los
por otra testimonios
parte, de actores
¿hay derecho a dar inconscientes de su papel
el nombre de experiencia
a los dramas que los hombres han vivido de manera total? Pero no es únicamente su
incapacidad de experimentar lo que distingue a la Historia de las ciencias exactas. La
distingue también la índole misma de sus investigaciones, y con esto nos encontramos en el
corazón mismo de las contradicciones de los historiadores universitarios. Celosos de la
positividad de las ciencias exactas, sentaron como principio, explícita o implícitamente, que
la Historia es una ciencia de hechos. Esta concepción del hecho histórico es lo que se
encuentra en la base de su concepción y de su método. Más precisamente: esta noción de
hecho demostrado como objeto de la Historia es lo que parece cuestionable.3 Mejor que por
un análisis teórico, el hecho de los historiadores se define por las tres preocupaciones del
historiador: el establecimiento de los hechos; la continuidad de los hechos es tableados; la
la explicación de los hechos así encadenados.

El establecimiento de los hechos. Los hechos se reconstruyen mediante el recurso a los


documentos contemporáneos y su interpretación crítica. Es éste el trabajo sobre los textos,
lo más cerca posible de las fuentes. A pesar de su aparente severidad, es en toda obra
histórica, aun mediocre, la parte más valiosa y siempre auténtica, la que salva a la obra de
las desviaciones positivistas. El documento srcinal, cualquiera sea, por ser un testimonio
contiene demasiada savia como para que el investigador más afanoso de objetividad pueda
agotarla por completo.
3 Véanse los análisis decisivos de Raymond Aron en Introducción a la filosofía de la
Historia. La Historia no existe antes del historiador. LA HISTORIA ”CIENTIFICA”
245

Pero lo que queda, advirtámoslo bien, es el conjunto complejo del testimonio, y no es el


hecho lo quepero
historiador, el historiador
antes de élcree deducirendeelesta
no estaba materia viviente.
documento: El hecho está
es una construcción delenhistoriador.
el
Una vez definido y esta- j blecido así el hecho, se lo aísla y se lo convierte en una
abstracción. Al desmembrar el comportamiento humano a la manera como un químico en
su laboratorio descompone el objeto de su experiencia, el historiador confunde lo que él
llama el hecho con un fragmento tomado de la experiencia. ¿Pero qué subsiste de viviente
en esa muestra? El historiador cree recuperar lo viviente colocando al hecho así construido
dentro de la continuidad de los otros hechos que lo precedieron y lo siguieron.

La continuidad de los hechos. El historiador se propone reunir los hechos así catalogados
en un orden que reconstruya la unidad de la duración. Pero tomemos un manual
”científico”, por ejemplo, el primer volumen de la Historia de Bizancio, de E. Bréhier, en la
colección ”La Historia de la Humanidad”. Están allí todos los hechos conocidos, o casi
todos. Su conocimiento es exhaustivo, su sucesión absolutamente exacta. Y sin embargo,
¿sentimos alguna vez la impresión de la duración, esa impresión enteramente real, sin
ninguna subjetividad, que sentimos cuando vivimos la propia continuidad histórica?
Cuando yo pienso en mi época, en lo que sucede en torno a mí, no tengo ninguna necesidad
de detallar los elementos —los hechos— de esta Historia. Siento perfectamente, con total
ingenuidad, que ese tiempo existe, que es para mí una realidad importante, esencial, y sin
embargo no conozco la mitad de los hechos que el historiador de mañana se creerá obligado
a injertar en la reconstitución exhaustiva de esta realidad. La Historia que se me impone, y
la
losreconstrucción a posteriori
dos necesariamente que de
se engaña, el ella haceoelelhistoriador
hombre historiador.son
¿Eltan diferentes,
hombre, quenouno de
porque
conoce objetivamente todos los hechos que experimenta, o el historiador, porque los he-
246 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

chos no contienen, ni aun tomados en conjunto, toda la Historia?4 Es bien evidente que el
tiempo histórico, tal como lo vivimos, no se reduce a una sucesión de hechos, por muchos
que sean. Tampoco es una infinitud de hechos, a la manera como la recta geométrica es una
infinitud de puntos. No quiero con esto decir que el hecho del historiador, después de
sumergido nuevamente en la duración, deje de existir. Digamos que es su esqueleto. De
todos
primermodos, en lo
lugar, los referente
hechos a esta duración,
monumentales convieneeldistinguir
que perforan dosduración
tejido de la órdenesydeque
hechos. En
particularizan algunos momentos del tiempo. Parecería como si el tiempo quedara adherido
a ellos, y nadie que viva en el tiempo los puede ignorar. Pero hay otros hechos más secretos
que, por su naturaleza misma, permanecen en la sombra, insospechados por los hombres
que viven en el tiempo. No dejan de influir sobre el tiempo, porque contribuyen a construir
su fachada aparente, pero no entran en la conciencia que los hombres toman de su propia
duración histórica. Ahora bien, éstos han sido uno de los objetos favoritos de la
investigación histórica. Los historiadores se han esforzado particularmente por descubrir
todo lo que los contemporáneos no habían advertido. Es el caso de la historia política y la
historia diplomática. Como si los historiadores temieran el misterio de la duración, mal
aclarado por la yuxtaposición de los hechos operada por ellos; como si prefirieran construir,
junto a aquélla, otra duración, pero distinta de la de los contemporáneos que es su
propiedad
objetivo noderestituye
especialistas. De todasque
la experiencia maneras, la continuidad
nosotros te- que elabora el historiador

Cuidémonos de pensar que el elemento que falta a las duraciones abstractas de los
historiadores científicos puede ser suplido por lo pintoresco y la imaginación literaria. Los
libros donde autores ignorantes se esfuerzan por ”hacer viviente” un tema hist órico no están
menos despojados de esta realidad misteriosa que se trata de descubrir y de evocar. Pero su
caso no merece que nos detengamos en él, porque sólo la credulidad del público y la
incompetencia de los editores les permiten atiborrar las vidrieras de las librerías con sus
tediosas fantasías. El fracaso del historiador auténtico, que se esfuerza por restituir el
pasado sondeando la integralidad de los hechos es mucho mas digno de interés. LA
HISTORIA ”CIENTIFICA” 247

nemos de
tiempo la duración.
pero Más aun,dealahí,
que él ha retirado yuxtaponer hechos,
y a los cuales algunoscon
desdeña, deotros
los-cuales
que noestaban
estabanenenelel
tiempo, pero que él introduce con predilección, des temporaliza la Historia. De ahí la
impresión que tenemos al leerlo de que las cosas acontecen para él de una manera distinta
de como nosotros sabemos que acontecen alrededor nuestro, impresión desalentadora que
está en la raíz de la

decepción de los entusiastas, tal como la evocábamos al comienzo de este capítulo.

La explicación de los hechos. Es aproximadamente lo que L. Halphen, en su Introducción a


la Historia llama ”la síntesis”, cuando escribe sin vacilar: ”Síntesis y análisis, pues tienen
que caminar juntos, respaldándose una a otro, perfeccionándose recí procamente.” La
explicación de los hechos, de la manera como fluyen unos de otros es el último recurso del
historiador para conectarlos de modo que no sea la simple sucesión cronológica. Hay que
ver también en esta síntesis un esfuerzo por dar un sentido a la Historia, para justificarla
como ciencia de la evolución donde, como escribe L. Halphen, ”las cosas nos aparecen
colocadas nuevamente en su plano verdadero, no como surgidas de la nada, sino como
producto de una lenta incubación y como simples etapas de un camino donde nunca se llega
a término.” Para el historiador, los hechos se explican, pues, por las relaciones de causa a
efecto que unen a cada uno con los que lo preceden y con los que lo siguen. Admito que
esta causalidad explique el encadenamiento de los hechos, la sucesión de esos fragmentos
aislados en global
percepción la duración. Explica
que los por qué tal tienen
contemporáneos hecho de
ocupa tal lugar.
la propia ¿Pero —
Historia? da Cuestión
cuenta de la
fundamental. Cuando analizamos nuestro comportamiento o el de una persona de nuestro
entorno podemos conectar estas actividades mediante una causalidad absolutamente cierta y
que sería inconsecuente negar. Pero sabemos bien que tal comportamiento no se reduce a
esta única mecánica causal. Ella no tiene realidad más que en la me-
248 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

dida en que se la mantenga en el interior de una estructura que la abarca y la sobrepasa.


Para tomar el tren o asir un objeto hacemos ciertos actos que podemos descomponer en una
sucesión de causas y efectos. Pero esta cadena causal perdería su realidad si estuviera
desconectada de la empresa global: el viaje o la necesidad del objeto. En la empresa hay
algo más que esa cascada de causas y efectos que una reflexión a posteriori nos permite
analizar.
otorgamos Sinautonomía
insistir más, vemos
a cada unobien dónde
de los actospuede introducirse
mediadores; por laelotra,
error:
si por una parte,lasi
rechazamos
realidad de esos actos intermediarios sumergiéndolos en la totalidad de la empresa. Esto es
lo que sucede en la interpretación objetiva de la Historia. Los historiadores han evitado, es
verdad, el segundo escollo, pero no han sabido mantener las estructuras globales que dan a
las causalidades intermediarias su sentido concreto. Sentimos claramente que tal fenómeno
de hoy es algo distinto de tal otro fenómeno de hace un siglo. Y sin embargo, cada uno de
esos fenómenos puede inscribirse en una cadena de causas y efectos muy semejantes.
Efectivamente —responde el historiador científico que reconoce la diferencia de los
tiempos y tiene interés en subrayarla —, pero estas dos cadenas causales no son idénticas.
Dos hechos no se repiten nunca exactamente. La identidad que usted postula es artificial,
usted ha olvidado un anillo de la cadena. Es verdad; sin embargo, tenemos la sensación de
que la diferencia esencial no se debe a ese anillo de más o de menos en la cadena de las
causalidades.
causalidades, La
aundiferencia
siendo muyreside, por el
vecinas, secontrario,
presentan en la maneraPara
a nosotros. como esas dos
hacerse entender hay
que recurrir a otra terminología. Tenemos que hablar de iluminación, de tonalidad; hay que
pensar menos en la experiencia de laboratorio que en la obra de arte. En el fondo, la
diferencia de una época a otra se asemeja a la diferencia entre dos cuadros o dos
sinfonías: tiene naturaleza estética. El verdadero objeto de la Historia reLA HISTORIA
”CIENTIFICA” 249

side en tomar conciencia del halo que particulariza un momento del tiempo, como el estilo
de un pintor caracteriza el conjunto de su obra. El desconocimiento de la naturaleza
estética de la Historia ha provocado en los historiadores una decoloración completa de los
tiempos que se propusie ron evocar y explicar. El esfuerzo de objetividad de los
historiadores culmina en la creación de un mundo paralelo al mundo viviente, un mundo de
hechos completos y lógicos, pero sin ese halo que confiere a las cosas su verdadera
densidad.

Así se explica la decepción del estudiante, del joven historiador que yo evocaba al
comienzo de este capítulo. Había sido atraído por la Historia porque experimentaba esta
sensación particular que brinda al hombre el color del tiempo. En la facultad le enseriaron
una anatomía muerta. A veces se volvió hacia la historia no científica y su decepción fue
todavía mayor: el pintoresquismo superficial de los vulgarizadores le pareció un sustituto
vulgar de ese color que faltaba a los esqueletos universitarios. Prefirió, pese a todo, la
sequedad de los unos a las ilusiones de los otros. Algunos pensaron entonces que era
posible de todas maneras dar sentido al rompecabezas de los historiadores: el estudio del
pasado permitiría descubrir las causas del presente. Vivimos actualmente los efectos de
acontecimientos más antiguos. La función principal de la Historia consistiría en explicar
ese presente colocándolo en la serie de fenómenos que lo provocaron. Se llega entonces a
una reducción de la Historia, la única Historia cuya existencia podría justificarse, a la
búsqueda de las causas inmediatas y lejanas de los acontecimientos contemporáneos. Si se
considera la Historia como la ciencia de los hechos, es imposible escapar a esa reducción:
es el mal menor. Por mi parte, admití esta justificación de la Historia como tercera
dimensión del presente cuando, terminada la época de mis estudios, me vi enfrentado a los
acontecimientos monumentales de la década de 1940. Se experimen-
250 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

taba entonces la necesidad de conectar esos fenómenos gigantescos y revolucionarios a una


Historia más antigua, para comprenderlos mejor, para quitarles esa apariencia de
desconocidos e ininteligibles que los tornaba todavía más temibles y maléficos. Tuve
entonces ocasión de ocuparme de la enseñanza de la Historia en los centros de juventud y
en las escuelas de formación de monitores. Se trataba de hacer que se interesaran por la
Historia jóvenes que,
siquiera concebían por falta
el pasado, de cultura
ignoraban quéliteraria, por ausencia
podía recubrir de tradición
esa palabra: familiar,
para ellos ni
era algo
negro y confuso, sin interés ni utilidad. Se trataba de adolescentes, y era necesario, por
consiguiente, para despertar su curiosidad, conectar aquel pasado desconocido con lo que
había para ellos de desconocido en el presente, y retroceder luego desde ese presente
conocido a aquel pasado desconocido, insistiendo en su solidaridad y continuidad. Fuimos
llevados por ello a decantar la vasta materia histórica y a elegir los temas cuyas huellas eran
todavía perceptibles, y solamente ellos. Tuvimos que desarrollar cuestiones que habían sido
tratadas demasiado rápidamente en los programas de enseñanza oficiales, como la historia
de las ciencias, de las culturas no clásicas, etcétera. Eliminamos en cambio toda una masa
de acontecimientos diplomáticos, militares, políticos asumiendo la decisión de saltear sin
vergüenza muchos regímenes, muchas revoluciones: descartábamos el pasado cuyas
supervivencias, demasiado degradadas, no eran suficientemente visibles en las estructuras
contemporáneas. Llegamos
programas oficiales, que no aeran
unaotra
perspectiva de simples
cosa j que la Historia muy diferente
resúmenes de la de los
de los acontecimientos
vigentes en / determinado estado de la ciencia histórica. Esta experiencia me permitió
verificar el valor de una Historia concebida como una tercera dimensión del presente. A
decir verdad, no hay otro medio para interesar honestamente a un público de no
especialistas, si nos negamos a recurrir al arsenal de las anécdotas picantes y de los
anacronismos dudosos. El hombre que no está profesionalmente ejercitado en el LA
HISTORIA ”CIENTIFICA” 251

manejo de los ”hechos”, a su acumulación y al goce de su encadenamiento gratuito, no


experimenta ninguna curiosidad por las reconstituciones más precisas e ingeniosas. Los
prodigios de la erudición lo dejan frío. Esa mecánica le es ajena, en cuanto hombre. Si es
diplomático u oficial, le puede interesar la clasificación y la interpretación de los hechos
diplomáticos
él permaneceo ajeno
militares, enpreocupación
a esta cuanto diplomático o como oficial.
de especialista. Para elPero el hombre queno
no especializado, hay en
existe
la historia de hechos. Por el contrario, el hombre, aun siendo poco culto, con tal que sea un
poco observador, se asombra mirando alrededor suyo. El universo en que vive le parece, si
detiene en él por un momento su atención, incomprensible, una fuente de problemas no
resueltos. Sólo la Historia puede responder a ese asombro y reducir, o por lo menos limitar
y precisar el absurdo del mundo. Ella le explica el porqué de las extrañezas que constata,
confiere profundidad a lo que sin ello sería una superficie sin densidad. No existe otra
manera de captar el interés que el hombre siente por el hombre en la Historia. Los
especialistas han olvidado demasiado que la Historia —por lo menos la ciencia de los
hechos tal como ellos la concebían— se justificaba solamente en la r1 edida en que
respondía a los problemas planteados por el presente. Es imposible aceptar que la Historia
se convierta en un monopolio de los especialistas, por más que algunos así lo reivindiquen.
Ha sido más bien una verdadera deformación sociológica lo que amuralló a la Historia
dentro del círculo estrecho de los profesores y de los profesores de profesores. a apertura
hacia el presente es la única salida posible, en Cl el seno de una concepción exhaustiva y
objetiva. La encontramos en el librito apologético de L. Halphen, Introducción a la
Historia, del que hemos hablado antes. Es una posición válida. Sin embargo, no satisface al
historiador. Justifica la búsqueda de las causas, pero de ciertas causas solamente. El método
que se deriva de ella, aplicado con rigor, lleva a suprimir lisa y llanamente toda una parte
de la Historia,
252 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

aquella cuyas huellas están demasiado borradas en el mundo contemporáneo. Se termina


asignando a la Historia más inmediatamente contemporánea una importancia desmesurada
y a dejar de lado lo inusual y los arcaísmos; en definitiva, épocas enteras cuya posterioridad
está actualmente extinguida. ¿Hay que admitir, entonces, que el pasado sin consecuencias
suficientemente inmediatas sobre el presente carece de interés, como no sea para el
especialista?
admitirán sin ¿Hay queson
reserva: admitir quequieren
los que puede existir
limitarun pasado sin de
la enseñanza valor humano?a Algunos
la Historia lo
los tiempos
contemporáneos, distinguiendo de esa manera una historia para especialistas y una historia
para los hombres, reducida a sus extremos más bajos. Pero los que aceptan mutilar el
pasado de esta manera no tienen ninguna piedad por él. La mayoría de los historiadores se
negarán a ello, con los universitarios a la cabeza, como ante un sacrilegio. Efectivamente lo
es, y a pesar de todas sus pretensiones científicas, nuestros eruditos objetivos tienen, en el
fondo, una reacción religiosa. Porque en el srcen de sus trabajos gratuitos, objetivos,
exhaustivos, hay que reconocer una piedad, y esta piedad, muchas veces vergonzante, es la
que salva sus obras de la caducidad. Pero entonces, ¿hay un pasado para el hombre, un
pasado reducido a las supervivencias contemporáneas, y un pasado para el especialista,
total y sin hiato? Esta división del pasado homogéneo no es defendible, y sin embargo no se
ve cómo evitarla dentro de la concepción objetiva y exhaustiva de los hechos históricos. O
bien la Historia
hombre se contenta
por el hombre, conacepta
o bien ser una especialidad,
mutilarse sin relación
y se ) amputa toda con
una la preocupación
parte del
de ella misma.
En el interior de la noción de hecho histórico la dificultad no es soluble. Si se quiere
escapar de ella, hay que renunciar a la concepción estrecha del hecho, hay que admitir que
la Historia es otra cosa que el conocimiento objetivo de los hechos.
1949 VII

LA HISTORIA EXISTENCIAL

Desde la época en que el estudiante del que hablaba en el capítulo anterior se desolaba por
la aridez de sus maestros, la Historia universitaria ha rejuvenecido sus métodos y sus
principios, y el estudiante actual, si está algo informado, no corre el riesgo de
decepcionarse como sus mayores. A su curiosidad se abren demasiadas perspectivas
seductoras,
durante en eltiempo,
mucho interiorsemismo de su Alma
han afirmado, Mater. Tendencias
y parecería ya antiguas,
que con el recambio pero sofocadas
de las
generaciones se imponen de manera definitiva. La historia de los hechos, objetiva y
exhaustiva, a la manera positivista, si bien se mantiene todavía y persiste en la literatura
científica y en el manual, incluso el manual de enseñaza superior, aparece como una
supervivencia tenaz, pero condenada a muerte. Hace una veintena de arios que la Historia
universitaria y científica se renueva profundamente. Los horizontes que descubre a la
curiosidad contemporánea tienen que conferir a esta ciencia rejuvenecida un lugar en el
mundo intelectual que había perdido desde los románticos, Renan y Fustel de Coulanges. El
positivismo de la historia clásica la había situado al margen de los grandes debates de ideas.
El marxismo, el historicismo conservador, la habían anexado a filosofías de la historia,
demasiado alejadas de la preocupación existencial del hombre contemporáneo.

Algunos científicos notables habían de devolverle su


11 rango, o más bien —porque dicho rango no lo había poseído nunca realmente—,
permitirle responder al interés apasionado que hoy día el hombre tiene por el hombre, no
por el hombre eterno, sino por cierto hombre, comprometido con su condición de tal. Antes
de definir el espíritu de esta nueva historiografía, recordemos brevemente algunas de las
obras más sobresalientes, por lo menos las que han hecho
254 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

escuela. Hay dos nombres que se imponen de inmediato: Marc Bloch y Lucien Febvre.r
Marc Bloch es ciertamente uno de los más grandes historiadores franceses. La guerra (fue
ejecutado por los alemanes en 1943) cortó su obra en el momento en que su larga
maduración debía permitirle desarrollar concepciones cuyo atrevimiento exigía que las
fundamentase sobre una erudición impresionante. Pero tal como quedó, la obra de Marc
Bloch
Febvre,ejerció
está ensobre los historiadores
el srcen una influencia
del rejuvenecimiento de unadeterminante.
ciencia que seBloch, junto con
desintegraba en Lucien
el
tedio. Es curioso que estos dos maestros de la historia francesa vengan de la Universidad de
Estrasburgo, donde enseñaron largo tiempo. El contacto viviente con el mundo renano,
germánico, pero también, en el caso de L. Febvre, con el Franco Condado, atravesado de
influencias españolas, no fue sin duda extraño a la concepción que ambos tuvieron de una
historia comparativa de los modos característicos de civilización. En la obra de Marc
Bloch, importante ya a pesar de su relativa brevedad, quisiera destacar dos aspectos
susceptibles de llamar la atención. Ante todo su magistral historia de los Caracteres
srcinales de la historia rural en Francia. Por historia rural Marc Bloch no entendía la
historia de las políticas rurales de los gobiernos o de las administraciones, sino la de las
estructuras agrarias, los modos de ocupación de la tierra, de su subdivisión, de su
explotación. De hecho, es una historia del paisaje construido por manos de hombres. Esto
aparece
innovadorya modesto
en el título del libro queHistoria
y apasionado: la obra de
de Bloch inspiró
la campiña a G. Roupnel,
francesa. eseabría
M. Bloch otro a la
Gran Historia el dominio, casi virgen en Francia (no estaba en Inglaterra y los países
escandinavos), de las transformaciones del paisaje rural por el contacto más íntimo con el
hombre y con su existencia de todos los días. Antes de él, con el viejo
1 Este capítulo estaba escrito y compuesto antes de la aparición del libro Combate por la
Historia; Lucien Febvre reunió, en una compilación particularmente sugerente, los artículos
de crítica donde sus ideas sobre la Historia están mas desarrolladas. LA HISTORIA
EXISTENCIAL 255

Babeau, estas investigaciones conservaban un carácter descriptivo y anecdótico. M. Bloch


les restituyó una significación para la comprensión de la sociedad francesa, que había sido
casi exclusivamente rural hasta el siglo XVII. Su método le permitía aprehender las
estructuras
pero que nosociales
tocabandesde el interior,
lo esencial: másgeométrico
el lugar allá de las del
descripciones pintorescas
hombre y de su trabajoycotidiano,
agradables
del campesino y de la tierra. Otra innovación: los Caracteres srcinales... de M. Bloch no
se limitaban a un pequeño segmento del tiempo, y sin embargo era tradición de los erdditos
especializarse en cierto período, y cuanto más breve era éste, tanto más considerado era el
estudioso. Aunque medievalista M. Bloch no vaciló en prolongar su historia de las
estructuras agrarias hasta el siglo XIX, siempre con el mismo acierto de erudición. A una
especialización horizontal, en el tiempo, la reemplazó por una especialización vertical, a
través del tiempo. Este método era peligroso, porque exigía conocimientos considerables,
pero permitía poner de relieve las articulaciones de la evolución, en lugar de hundir su
objeto en un grisado de hechos demasiado próximos y por lo tanto demasiado semejantes.
Rompía el marco de una especialización que, en el punto a que había sido llevada, no
permitía ya asir las diferencias de tiempos y lugares. Felizmente, este método se expandiría,
porque entonces los historiadores advirtieron que la historia de las instituciones se hace casi
ininteligible si no abarca un período suficientemente largo para que las variaciones se
hagan sensibles. Y los fenómenos institucionales no son comprensibles para los no
contemporáneos sino es en el interior de las variaciones que los distinguen y particularizan.
A esto se debe que el estudio del feudalismo fuera completamente renovado por Marc
Bloch en sus dos notables obras sobre La sociedad feudal: la formación de los vínculos de
vasallaje, y Las clases y los gobiernos de los hombres.2

21939
Dosyvolúmenes,
1940. Albin Michell, colección La evolución de la humanidad,
256 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

Antes de Bloch, los medievalistas o los juristas tenían el hábito de encarar el feudalismo
como una ”organización” dada de una vez por todas, que bastaba describir ta l como fue en
su madurez para explicar inmediatamente sus orígenes. Si abro el librito de J. Calmette
sobre La sociedad feudal, que en 1923 constituía el eje de la cuestión, me encuentro con el
primer capítulo, titulado ”Los orígenes feudales”, donde el autor recurre a los Derechos
bárbaros y romanos
instituciones paraelmostrar
anteriores, cómo
beneficio y elnació el feudo
vasallaje: por la combinación
reconozco de dos
inmediatamente el método
clásico de la filiación de los hechos. La filiación puede se: objetivamente exacta, pero no
explica nada de las condiciones que hacen del feudo algo diferente del vasallaje y del
beneficio. Después del capítulo de los orí genes, me encuentro con ”La organizaci ón
feudal”, donde describe un feudalismo tipo, sin insistir sobre las diferencias regionales y la
diversidad de las evoluciones. Marc Bloch retomó el problema de una manera distinta de la
de sus predecesores. Sin simplificar excesivamente su itinerario, se pueden definir dos
direcciones principales. Ante todo, no existe un feudalismo sino una mentalidad feudal. El
estudio de las instituciones sale así del ámbito del Derecho (sin desdeñar —muy lejos de
ello— los datos del Derecho) y se inserta en la historia de una estructura mental, de un
estado de costumbres, de un ambiente humano. Bloch investigó, pues, en qué medida el
hombre feudal difería de sus antecesores, en vez de detenerse a seguir en el mundo feudal
las
y elprolongaciones
beneficio. Con del mundo
él, se prefeudal.
contrasta Antes
el feudal conde
el él se explicaba
compañero y elelbeneficiario,
feudo por el vasallazgo
bajo-romano o germánico. Luego, y éste es el segundo punto de su método, establece que
no hay un feudalismo, general en todo Occidente, sino muchos estados de una sociedad,
bastante afines entre sí como para que se los reúna bajo el rótulo de ”feudal”, pero bastante
diferentes también para que no se los confunda, teniendo presente, además, que extensos
dominios quedaron LA HISTORIA EXISTENCIAL 257

fuera de los hábitos llamados feudales. Desde el comienzo de su estudio, Bloch distingue
con cuidado tiempos y lugares; distingue y compara. 2 Pero si
Marc Bloch se obligaba así a discriminar la diversidad de las morfologías feudales —y no
feudales— no era de ninguna manera para obedecer al tradicional imperativo de
exhaustividad, para establecer un catálogo más o menos completo de instituciones más o
menos
la afines.
esencia Paraa él,
común se trataba,
diferentes por elEn
formas. contrario, de una
efecto; todo manerareconocía
el mundo de delimitar e interpretar
la diversidad de
las instituciones y de sus desarrollos. Pero se admitía que esta diversidad era secundaria,
que existía un contenido común a este polimorfismo, y la historia científica clásica se daba
como cometido definir ese contenido mediante la eliminación de los detalles adventicios,
considerados como adiciones externas, arcaísmos o adulteraciones por obra de influencias
extrañas. Se reducía la diversidad a un prototipo más o menos deformado aquí y allí, y lo
esencial era ese prototipo. Marc Bloch no niega la realidad de una sociedad feudal, pero no
la busca en un promedio de las diferencias. Por el contrario, la encuentra en la comparación
de las diferencias mismas, sin intentar jamás reducirlas, más allá de su variedad, a un
prototipo común. Si existe una unidad, no se la descubre mediante la abstracción sino en el
seno mismo de la diversidad. Esta unidad aparece como el resultado de una tensión en las
diversidades, y la percibimos como unidad gracias a la especificidad de ese complejo en
relación con los otros complejos de diversidades, que la precedieron o siguieron, o que
coexisten con ella. La unidad es lo que hace que los otros sean otros. Y esta alteridad no se
reduce a un promedio común a las subdivisiones de un mismo conjunto. Más aun; la
conciencia concreta de esta unidad se altera a medida que el observador se aleja de una
percepción aguda de las diferencias que son irreductibles a un grado superior de diversidad.
Una estructura social se caracteriza por lo que la diversifica en el tiempo y en el espacio.
258 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

El esfuerzo de L. Febvre es inseparable del de Marc Bloch. Dirigieron juntos aquellos


admirables Annales d’Histoire Sociale que hicieron entrar en el mundo de los hombres de
ciencia y en una parte apreciable del gran público cultivado una concepción viviente y
fecunda de la Historia. Nadie contribuyó más que L. Febvre a esta renovación. De sus
libros y sus artículos publicados en los An nales y en la Revue de Synthése Historique se
podría
tambiénsacar con facilidad
las primeras baseselpara
material para un sobre
una filosofía vigoroso ensayoEn
la Historia. sobre
esteelsentido,
métodosuhistórico,
obra es y
decisiva, y su importancia debe ser subrayada de inmediato. Sin embargo, no insistiré en
ello, porque sería un trabajo de antología y habría que reunir demasiados extractos y citas,
lo que no es el objetivo del presente ensayo. Por otra parte, correría yo el riesgo de incurrir
en la repetición, puesto que muchos de los pasajes que conforman las páginas precedentes
se inspiran muy de cerca en las opiniones de L. Febvre. Como en el caso de M. Bloch,
quisiera solamente evocar algunos aspectos de su método de historiador y mostrar en qué
sentido se orienta esta nueva escuela. Me apoyaré en dos obras recientes de L. Febvre, El
problema de la incredulidad en el siglo XVI. La religión de Rabelais;3 En torno del
”Heptamerón”: amor sagrado, amor profano. 4 Ambas tratan de las estructuras mentales
propias de los hombres del siglo XVI. Pero ninguna aborda este tema de manera directa: la
intención se abre paso sólo en los títulos o los subtítulos. Febvre no se propone agotar su
tema, la sociedad
ocupándose de unadel siglo
zona deXVI, o de hacerDe
esta sociedad. una segmentación
hecho, superficial
la atraviesa de pero
toda entera, él, en un
punto elegido por él, como quien echa una sonda. Y el lugar para sondear lo elige Febvre
allí donde su investigación tropieza con un fenómeno extraño y enigmático a sus ojos. No
relata una
3 París, Albin Michel, colección ”La evolución de la Humanidad”, 1942.

París, Callimard, 1944. LA HISTORIA EXISTENCIAL 1 259

historia, sino plantea un problema y lo hace, en general, a propósito de un hombre


(Rabelais, Buenaventura, Des Périers, Margarita de Navarra) o de un rasgo de costumbres:
los procesos de hechicería. Distingue en la gesta del pasado aquello que le parece subrayar
una diferencia entre la sensibilidad del hombre de otrora y la del hombre de hoy. ¿En qué
consiste
en estade
el estado diferencia? Esto
las culturas queesseplantear el problema.
comparan? ¿A quéuna
Esto es aportar corresponde esta diferencia
interpretación y adelantar
una hipótesis. ¿En qué medida esta hipótesis, fundada en un caso singular es aplicable al
conjunto de la sociedad? Esto es intentar un ensayo de reconstrucción histórica, sin
desarrollar la Historia como si fuera una cinta continua de acontecimientos, sino
refiriéndola al problema inicial, al asombro de comparar el ayer y el hoy que dio srcen a la
investigación y sigue sosteniéndola y orientándola. La Historia se presenta entonces como
la respuesta a una sorpresa, y el historiador es ante todo aquel que es capaz de asombrarse,
que toma conciencia de las anomalías tal como las percibe en la sucesión de los fenómenos.
Esta actitud ante la Historia supone una relación entre el historiador y el pasado, y una
concepción de la evolución que es muy diferente de los principios reconocidos por la
escuela clásica.5 ¿Fue Rabelais un precursor de los libertinos y de los descreídos, como han
sostenido los historiadores? Pero, ¿en qué medida podía estar desprendido de toda creencia,
viviendo en el universo mental y social de base religiosa en el que estaba inmerso? Si se lo
encara así, el caso de Rabelais deja de ser una curiosidad de historia literaria para
convertirse en un problema crucial, y de la solución que se le dé depende toda una
concepción del hombre en la Historia. O Rabelais podía ser un ateo, más o menos confeso,
y la Historia aparece entonces como una lenta maduración en la
5 Implica, evidentemente, la convicción de que la Historia no existe como una realidad que
el historiador tiene que reconstituir, sino que, por el contrario, el historiador es quien tiene
que darle existencia. A este respecto, véase Raymond Aron, Introducción a la filosofía de
la historia, op.
260 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

cual los datos nuevos surgen insensiblemente de datos anteriores; o bien Rabelais, en el
mundo del siglo XVI, no podía no compartir los sentimientos de su tiempo y estaba
integrado en su tiempo, el cual no se asemejaba a ningún otro tiempo. Y entonces la
Historia no es ya una evolución donde los elementos de variabilidad son apenas
perceptibles de un momento a otro, sino que se convierte en el pasaje brusco de una cultura
aescribió
otra, deniuna totalidad
pensó, a otra. No
de arrastrarlo se trata
a una de hacerle
concepción de decir a Lucien
la Historia Febvre
como lo de
dotada queuna
no
discontinuidad inherente. En su duración mensurable, la Historia es ciertamente continua,
pero el método problemático de Febvre lo lleva a concebir la Historia como una sucesión
de estructuras totales y cerradas, recíprocamente irreductibles. Es imposible explicar unas
por otras, apelando a la degradación de la una en la otra. Entre dos culturas sucesivas
existen oposiciones esenciales. Entre la primera y la segunda ha sucedido algo que no
estaba en la primera, algo equivalente a una mutación en la biología. En mi opinión, la
metodología de L. Febvre, aunque todavía no se ha definido él, que yo sepa, sobre este
punto de una manera explícita, lo orienta hacia una sociología alejada del vago
transformismo que subyace a los historiadores de los siglos XIX y XX. Una sociedad se le
presenta como una estructura completa y homogénea, que expulsa los elementos extraños o
los reduce al silencio. Y si se degrada, no se reconstituye insensiblemente bajo formas
derivadas, sino de
pero no dentro quelase defiendeque
sociedad y, la
aun aniquilada,
reemplaza sigue
sino a la sobreviviéndose
par de ella: es lo con
que tenacidad,
se conoce con
el nombre de ”arcaísmos”. Sólo que estas estructuras discontinuas —en una duración
materialmente continua— no pueden aprehenderse en estado de aislamiento. En el interior
de una época limitada, donde se acantonaban escrupulosamente los viejos especialistas,
todos los fenómenos se asemejan, confundidos en el mismo grisado descolorido. Es un
privilegio del hombre viviente captar sin esfuerzo el mundo que lo rodea. Pero el
historiador no es un hombre del pasado. Su imaginación no LA HISTORIA
EXISTENCIAL 261

le recupera la vida, y la apelación a la anécdota pintoresca y sugerente no compensa el


alejamiento. El historiador no puede aprehender directamente la singularidad del pasado de
la manera como el contemporáneo percibe sin mediación el color propio de su tiempo. La
srcinalidad
término del pasado solamente
de comparación que le esse hace presente
conocido al historiador
ingenuamente, porsu
a saber, referencia
presente,aque
un es la
única duración que puede percibir sin esfuerzo de conciencia o de objetivación. De esta
manera, Febvre se ve llevado a reconstituir el ambiente propio del siglo XVI a partir de las
diferencias que oponen su sensibilidad a la nuestra. Este es el tema de su libro sobre
Margarita de Navarra. ¿Sería admisible hoy día que una mujer sincera y estimada, sometida
a los cánones sociales de su tiempo y de su clase, escribiera a la vez El heptamerón y el
Espejo del alma pecadora? ¿Podría imaginarse hoy que, sin remordimientos ni hipocresía,
un rey hiciera de incógnito sus devociones al salir del lecho de su amante? Montaigne
mismo comenzaba a sentir que era un poco difícil de tragar. Margarita de Navarra no sería
posible actualmente, ni siquiera descendiendo peldaño por peldaño, cincuenta arios después
de su muerte. ¿Por qué? Porque, comenta L. Febvre, existía entonces una relación entre
moral y religión que es distinta de la nuestra, y una religión y una moral que tenían un
colorido distinto de las nuestras. Esta afirmación puede discutirse; no importa. Lo único
que nos interesa aquí es qué dirección debe tomar el historiador en su búsqueda. Establece,
ante todo, las diferencias; luego, con esas diferencias, reconstituye una estructura que,
pronto, deja de estar integrada por negaciones y aparece como una totalidad srcinal. Al
llegar al límite, el historiador percibe su pasado con una conciencia muy cercana a la del
contemporáneo de ese pasado. Ahora bien; si el historiador ha llegado a esta superación de
sí mismo y de sus prejuicios de hombre de su tiempo, no ha sido desprendiéndose de su
tiempo, olvidándolo o suprimiéndolo, sino al contrario, refiriéndose en primer término a su
presente.
mismo el Parece difícil, pues, aprehender la naturaleza propia del pasado si uno mutila en sí
262 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

sentido de su presente. El historiador no puede ser hombre de gabinete, uno de esos sabios
de caricatura, atrincherado detrás de sus ficheros y sus libros, cerrado al estrépito exterior.
Alguien así ha matado sus facultades de asombro y ha dejado de ser sensible a los
contrastes de la Historia. Que conozca los archivos y las bibliotecas —no hace falta
decirlo— es imprescindible. Pero no es suficiente. Necesita además aprehender la vida de
su épocainaccesible.
mundo para, desdeElella, remontarse a las
rejuvenecimiento dediferencias
la Historia que le abren el camino
contemporánea no estáhacia un a las
limitado
modalidades de M. Bloch y L. Febvre. En realidad, se manifiesta en los ambientes más
variados. La Historia Antigua no ha escapado a él. Los descubrimientos más sugerentes no
se deben al solo perfeccionamiento de los utensilios arqueológicos o filológicos, sino al
empleo de métodos comparativos en el tiempo y en el espacio. La Historia de la
Antigüedad no se detiene ya en la cronología o en la geografía clásica. Confina con la
prehistoria y se extiende hasta la India y el Asia central: la historia griega se ha visto así
renovada gracias al método comparativo tanto como por los descubrimientos documentales.
Los historiadores eligen temas donde la comparación es posible. Por eso se apartan de los
períodos clásicos, aislados en una unidad —por lo demás cuestionable — por la
historiografía antigua, y prefieren las áreas y los tiempos en que varias civilizaciones se
enfrentan y se recubren: el mundo helenístico, iranio, levantino; los intercambios entre
Oriente
HistoriayModerna,
Occidentey asobre
lo largo
tododela lacontemporánea,
ruta de la seda,sedehalasmantenido
pistas de las
máscaravanas.
refractariaLa
a la
renovación de los métodos y los principios. Ante todo, porque en ella los hechos políticos
han conservado su importancia predominante. Nuestros contemporáneos sienten menos la
necesidad de explicitar mediante la Historia la conciencia de su propio tiempo, que se les da
de manera ingenua. Hay que reconocer, por último, que la masa de la documentación ha
exigido una especialización no sólo en los tiempos sino también LA HISTORIA
EXISTENCIAL 263

en los materiales de la Historia. Junto a los historiadores de la Historia política están los
historiadores de la Historia económica, como si hubiera una economía, una política por
separado, y no una totalidad humana, política, económica, moral y religiosa a la vez, que es
imposible disociar. Por ello las investigaciones de estos especialistas, por más nuevas y
fecundas
con que sean
provecho, peroestas especialidades,
sus eruditos estudiosculminan
no están en callejones
demasiado sin de
lejos salida. Se los consulta
los métodos de la
Escuela. Pienso, particularmente, en la historia de los precios, muy importante, sin duda
alguna, pero cuya importancia no ha sido todavía empleada para considerar la incidencia de
los precios sobre la mentalidad de los hombres. De todas maneras, si la renovación es
menos general y menos vigorosa en historia contemporánea, no ha dejado de inspirar
investigaciones muy importantes. En este caso, la investigación versó menos sobre el
tiempo que sobre el espacio, merced sobre todo a los progresos paralelos de la sociología y
la geografía: geografía electoral, de las prácticas religiosas; estudios de los niveles de vida,
de las mentalidades colectivas, de los fenómenos demográficos, de las actitudes ante la vida
y la muerte. Esta rápida inspección de horizontes, por incompleta que sea, basta para dar
cuenta del hervidero de ideas nuevas, en materia de temas y en materia de métodos, dentro
de la historia contemporánea. Intentemos ahora caracterizar los puntos comunes a este
conjunto de investigaciones y en qué medida definen una actitud ante la Historia.
Volvamos, pues, sobre cosas que hemos dicho allí y aquí, a propósito de esto o aquello,
para armar un pequeñ o catecismo de una historia ”existencial”, que será a la vez demasiado
riguroso y demasiado incompleto, pero que nos permitirá ver un poco claro en esta materia
que se encuentra en plena transformación. La historia clásica de fines del siglo XIX se
definía como la ciencia de los hechos y de su sucesión lógica y cronológica. La ciencia
moderna se afirma como las ciencias de
264 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

las estructuras, y hay que tomar la palabra ”estructura” en un sentido muy afín al de la
Gestalt. Esta estructura no es solamente un conjunto de hechos relacionados por su orden
en el tiempo o por su encadenamiento causal. Los hechos no son más que el material. La
estructura, o como prefieren decir los historiadores, el ambiente, es una totalidad orgánica
que agrupa los hechos, pero bajo una forma y una iluminación —según una estética— que
les sonrepitió
no se propias en unnimomento
nunca se repetirádel tiempo
jamás. Su yreconstitución
en un punto del espacio. Una
arqueológica misma estructura
efectuada por el
historiador coincide con la conciencia ingenua que el contemporáneo toma de la
particularidad del tiempo en que vive. La búsqueda de una estructura depende menos de la
naturaleza de los hechos que de su organización de conjunto. Se ha dicho demasiado que la
renovación de la Historia se debió a la elección de los temas. La Historia a la manera
antigua sería la historia-batalla o la historiapolítica. La Historia según las concepciones
modernas sería la historia económica o social. No es exacto. La Historia es actualmente
total, y no elimina ni los hechos políticos ni los hechos militares. Desconfía solamente de
los hechos aislados, de los hechos de herbario o de laboratorio. Los acontecimientos
militares, diplomáticos, políticos, responden mejor que los otros fenómenos sociales a la
definición positivista del hecho. Y es así porque ellos mismos son productos promedio,
primeras abstracciones. Se sitúan en un grado de la institución que se ha alejado de la
representación concreta
aire de familia que del hombre
ha seducido a losen su tiempo.losA políticos
moralistas, ello se debe
y losque muestren
eruditos. Sonentre
mássífáciles
un
de aislar, se separan sin dificultad del flujo movedizo de los fenómenos. Adoptan sin
resistirse esa vida autónoma del hecho que se fecha y se inserta en la cadena continua de los
efectos y de las causas. Están situados en el límite entre lo concreto histórico y el hecho
abstracto de las historias. Por eso las historias clásicas los adoptaron con entusiasmo y
redujeron pronto exclusivamente a ellos el tema de sus investigaciones. LA HISTORIA
EXISTENCIAL 265

Esto no quiere decir que no existan. Todavía será necesario volverlos a colocar en la
estructura a la que pertenecen, es decir, interrogarlos no ya sobre ellos mismos, como si
fueran independientes y autónomos, sino sobre la estructura de la que son uno de los
elementos constitutivos. Y lo propio de un ambiente humano consiste en que cada uno de
estoshechos
Los elementos no sea simple
diplomáticos puedensino que reproduzca
entonces todalalamateria
proporcionar complejidad de su ambiente.
de un aporte a una
historia estructural como aquella de la que hablamos, cual sucede en los estudios de J.
Ancel sobre la política europea, la noción de fronteras, etcétera. Sin embargo, el historiador
mostrará más predilección por los fenómenos que no han sufrido el proceso de
generalización de los fenómenos políticos. Buscará con fervor los datos que existen antes
de la institución y conservan intacta la frescura de las particularidades: las cosas de las que
se sabe inmediatamente que son únicas, no se reprodujeron nunca y no se reproducirán
jamás. Es por ello que la historiografía reciente se interesa de manera especial por los
fenómenos económicos y sociales: están más próximos de la vida cotidiana de todos los
hombres. Son, por decirlo así, hechos existenciales. Pero esa cualidad existencial no la
poseen intrínsicamente. Si se los aísla, se vuelven, como los hechos políticos, hechos
abstractos, que han perdido su sentido y su color. No existen sino dentro de su estructura.
Es verdad que es más difícil separarlos, y sin embargo la economía política no se ha
abstenido de hacerlo, y sus tan rigurosos esquemas son tan mecánicos por lo menos como
las sucesiones causales de los historiadores objetivos! Entre los materiales del pasado, la
historiografía moderna concede un crédito especial a testimonios a los que actualmente se
les atribuye un valor que escapaba ipso facto a los contemporáneos. En los relatos del
pasado, el historiador se interesa por lo que al contemporáneo le parecía natural, lo que el
contemporáneo no hubiera podido marcar sin incurrir en puerilidad. Y la razón es que un
mundo (o una estructura) se particulariza por hábitos colectivos cuya característica es ser
espontáneos. Estos hábitos desaparecen
266 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

cuando cesa su espontaneidad y su desvanecimiento señala el fin de un mundo que ellos


definían. A ese hombre de otro mundo que es el historiador las espontaneidades del pasado
se le presentan, en cambio, como extrañezas. Hay pues datos históricos que son a la vez
espontáneos para los contemporáneos y extraños para el historiador. Su espontaneidad los
pone al abrigo del defecto inherente a tantos documentos cuyo autor ha posado para la
posteridad
solamente loy calcula
que tal los acontecimientos
hombre que relata.
dice sin saberlo. Pero al historiador
Al historiador, por ello, leleincumbirá
interesa explicar
en qué sentido esos hábitos ingenuos y que es necesario reconstruir caracterizan las
costumbres de un tiempo en que eran naturales e irreflexivas. Tiene que psicoanalizar los
documentos, como Marc Bloch y Lucien Febvre psicoanalizaron los testimonios de la Edad
Media y del Renacimiento para reconocer la mentalidad particular de esas épocas, es decir,
una mentalidad inadvertida por los contemporáneos y asombrosa para nosotros. En
realidad, esta necesidad del psicoanálisis histórico no se limita a un determinado género de
hechos. Los hechos políticos, diplomáticos, militares, no escapan de ella. Un hecho deja de
ser una muestra de laboratorio y entra en relación con la estructura total cuando aparece
como un hábito espontáneo y que ha dejado de ser tal. Concebido así, el hecho posee un
valor incuestionable, por lo menos como útil de trabajo para la reconstitución histórica.
Puede definirse como el elemento de una estructura pensada que no existe ya en la
estructura
otra historiadelque
observador,
la historia en el presenteLa
comparativa. delHistoria
historiador.
es la De lo dicho resulta
comparación de dosque no existe
estructuras
que se trascienden recíprocamente. Remontamos del presente al pasado, pero
descendemos también del pasado al presente. El contemporáneo tiene el sentimiento natural
de su Historia, pero de la misma manera como tiene conciencia de sí mismo: no se la
representa claramente y ni siquiera siente la necesidad de hacerlo. Por ello la Historia LA
HISTORIA EXISTENCIAL 267

científica ha llegado tan tarde; por ello ha sido tan lerda en definir sus métodos y sus fines;
por ello fue inicialmente una Historia Antigua. Es más fácil descubrir al otro: aunque se lo
conciba torpemente, aunque, por una reacción que sigue a la primera sorpresa, se reduzca
esa alteridad a un prototipo promedio, el hombre clásico. En el punto de srcen de la
Historia más Flrimitiva, la más sobrecargada de moral y política, encontrainos un elemento
— a veces
dentro imperceptible
de la y borrado
propia Historia, donde—todo
de asombro
es obvio.y de
Porcuriosidad. Este de
ello la historia asombro
los no existe
contemporáneos ha sido la más tardía y la menos satisfactoria. Comenzó por la historia de
los hechos. Por una parte, los hechos, debidamente solicitados, ofrecían argumentos
políticos y polémicos a las opiniones de los partidos. En definitiva, el hecho, abstracto y
objetivo, es una construcción lógica que no depende de un sentimiento viviente de la
Historia. Las historias de la Antigüedad, la Edad Media, el Renacimiento habían
comenzado ya su reforma, pero la historia contemporánea persistía en los métodos
narrativos y analíticos de la época positivista. Lo mismo que las otras historias, la historia
contemporánea sólo puede ser comparativa. El historiador del pasado tiene que referirse al
propio presente. El historiador del presente, al contrario, tiene que abandonar su presente
para remitirse a un pasado de referencia. El historiador del pasado debía tener de su
presente la conciencia ingenua de un contemporáneo. El historiador del presente debe
adquirir de su presente un conocimiento arqueológico de historiador. De lo contrario, la
estructura que quiere definir se le vuelve demasiado natural como para que pueda percibirla
claramente. El historiador del presente, y no del pasado, es quien debe salir de su tiempo;
no para ser un hombre de ningún tiempo, sino para ser el de otro tiempo. La Historia nace
de las relaciones que el historiador percibe entre dos estructuras diferentes en el tiempo y
en el espacio.

Entendida así, la Historia, para vivir, exige que haya


268 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

estructuras fundamentalmente diferentes, tan diferentes, que sea imposible pasar de una a
otra por degradaciones insensibles. Este pasaje pudo ser (ha sido casi siempre) insensible
para los contemporáneos en los períodos de transición. Pero los contemporáneos no vivían
esta transición como un pasaje de un antes a un después. Para ellos era un presente que
englobaba a la vez supervivencias y anticipaciones, sin que el pasaje se diera objetivamente
en el interior
sucesivas, y eldemétodo
la propia estructura.
moderno La Historia
se funda postula
sobre esta la trascendencia
trascendencia. de las culturas
Es imposible, pues decir
hoy de la Historia, como se escribía ayer, que es una ciencia de la evolución. Los
historiadores persistirán en emplear esta palabra, cómoda y peligrosa, de evolución para
expresar ideas de cambio, de lenta deriva, pero paulatinamente irán vaciando el término de
su connotación biológica. La Historia, aun conservando y perfeccionando su instrumental
científico, se concibe como un diálogo en el cual el presente no está ausente nunca.
Abandona aquella indiferencia que los maestros de otrora le querían imponer. El historiador
actual reconoce sin vergüenza que pertenece al mundo moderno y que trabaja a su manera
para responder a las inquietudes (que él comparte) de sus contemporáneos. Su visión del
pasado permanece ligada al presente, un presente que ya no es solamente una referencia
metodológica. La Historia ha dejado de ser una ciencia serena e indiferente. Se abre a la
preocupación contemporánea, de la que constituye una expresión. Ya no es solamente una
técnica
hombre. de especialista, sino que se convierte en una manera de ser en el tiempo, propia del
1949 N VIII

LA HISTORIA EN LA CULTURA MODERNA

Una vez salido del mundo cerrado de mi infancia, fui solicitado por dos concepciones de la
historia; una era política, y prometía prolongar las nostalgias monárquicas que me habían
fascinado. Era ella la concepcion bainvilliana de la historia de Francia. Estaba fundada
sobre la idea de la repetición de los hechos históricos, transformando en un sistema la
conciencia ingenua del pasado, tal como se perpetuaba en mi familia. La otra manera de
abordar la Historia era la de la Sorbona, una manera objetiva, tan seca por lo menos y
abstracta como su rival, pero que se desentendía de las preocupaciones políticas, y se
empinaba
pudo evitarpara adquirir underango
la alternativa entre
las dos las ciencias
historias, exactas.
científica En el
la una, fondo,yningún
política historiador
conservadora, o
marxista, la otra. Ningún historiador dejó de hacer la opción. Los científicos más austeros
se esforzaban tan sólo por asegurar en su vida personal la estanqueidad entre la ciencia
objetiva y la interpretación política del pasado. Mas, por desinteresada que fuese su
erudición, padecían la manera de concebir el tiempo que se practicaba en su ambiente, de
acuerdo a la pertenencia política de cada cual. Porque, en efecto, la filosofía política de la
historia dividía la opinión en dos campos, como en un frente de guerra. En cada uno de
ellos chocaban distintas tendencias, pero había una convivencia como entre gentes que
hablan la misma lengua. Y esta impresión de parentesco provenía —por encima de las
ortodoxias y las excomunicaciones de una capilla a otra — de una actitud común ante la
Historia. Según que se pusiera el acento en la idea de una repetición o en la de un devenir,
cada uno se clasificaba a la izquierda o a la derecha. Una manera bastante vaga de
considerar el pasado hacía que todos se vieran colocados de un lado o del otro de la línea
del frente. Hasta los historiadores profesionales, enamorados de la objetividad, no podían
evitar
270 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

la elección, y cualquiera que elige algo queda comprometido. Por mi parte, oscilé durante
cierto tiempo entre la objetividad universitaria y la interpretación cíclica, favorecida
entonces por los intelectuales de Action Francaise. Ya entonces me dedicaba a la obra de
Marc Bloch y de Lucien Febvre, pero todavía no la había asimilado lo suficiente para
comprender en qué desembocaba. A decir verdad, aquella época de mi vida intelectual me
deja un regusto
de registro, más
según quebien desagradablecolocara
el interlocutor de tironeo. A cada
el debate eninstante
el planome
de era necesario
la historia cambiar
científica
ó de la filosofía política de la Historia. Los intentos de compenetrar ambos sistemas eran
siempre desdichados. Una referencia a la política tradicional de las fronteras naturales, tan
cara a Sorel y a Bainville, era el medio más seguro para recibir una nota eliminatoria en un
examen universitario. Los profesores se encarnizaban menos en los eventuales errores
históricos reales que en la influencia que venteaban de una guerra execrada. En el otro
campo, recuerdo haber presentado un programa de conferencias para un círculo de estudios
sociológicos donde se estudiaban las clases sociales. Me parecía un medio de renovar un
poco los temas de la Action Française recurriendo a los métodos de los historiadores
sociales, con su apelación a experiencias vividas y concretas. Pero la idea no fue aceptada,
porque no se prestaba a extraer conclusiones políticas suficientemente eficaces,
suficientemente prácticas. Para evadirme de esta alternativa fue necesario que sobreviniera
el traumatismo
perturbadas, de 1940ycobró
la Historia los años de pruebas
entonces que le siguieron.
una resonancia En nuestras
más íntima, vidasa la propia
más ligada
existencia, algo mucho más próximo que las teorías ofrecidas hasta entonces a nuestra
curiosidad. Y esto aconteció de dos maneras. En primer lugar, la Historia apareció bajo una
forma masiva y extraña: un momento del tiempo, madurado por LA HISTORIA EN LA
CULTURA MODERNA 271

los momentos del tiempo que lo habían precedido, pero sin embargo opuesto a ellos por
particularidades irreductibles. Ese tiempo emergía como un bloque. ¿Su movimiento
obedecía a leyes? Con seguridad que no a las leyes que los historiadores mecanicistas
habían propuesto. Pero la noción misma de ley importaba poco: no se aplicaba ya a esta
naturaleza de fenómenos. Sabíamos bien que no podíamos disciplinar esta masa torrencial
de acontecimientos valiéndonos de una técnica propia de ingenieros. Aquella nos fascinaba
porque, por
niveles, extraña
de los e incomprensible
más superficiales a los que
más pareciera,
profundos.afectaba nuestra
La Historia existencia
no podía ya serenuntodos los
simple
objeto de conocimiento desinteresado o de explicación orientada. Se había transformado en
nuestra esencia misma, y nosotros, sencillamente, no podíamos evitar ese enfrentamiento.
Se convertía en el modo como el mundo moderno se hacía presente a cada uno de nosotros.
Hasta ese momento, los hombres, protegidos por el espesor de sus vidas privadas, no
sentían el mundo de su tiempo con un sentimiento tan concreto. Pero ahora cada cual se
encontraba situado frente a un mundo, situado en un tiempo. La Historia es la conciencia
que se toma de esta presencia temible. El traumatismo de 1940 hizo algo más que
revelarnos la gran historia, total y masiva. Se nos apareció otra historia, peculiar de cada
grupo humano considerado separadamente. Ch. Morazé ha observado que las pequeñas
comarcas antiguas, que parecían haberse desvanecido integradas en unidades regionales
más amplias, retomaron la vida durante la ocupación alemana. Esta observación es muy
importante, y tiene un vasto alcance. La razón no es solamente que la coyuntura de la
guerra resucitó en parte las condiciones de otrora, las que se daban en la época de las
pequeñas comarcas. La vida replegada e inquieta de la ocupación resucitaba las
particularidades propias de grupos humanos más pequeños, los unos tradicionales, como la
familia y la comarca; los otros, nuevos y revolucionarios, comó los grupos de comando en
Alemania o
272 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

la formación del maquis. Por causas complejas y múltiples —materiales las unas, como las
dificultades de comunicación; morales, las otras, como la necesidad de cercanía y
complicidad en un ambiente sospechoso u hostil —, la existencia social se estableció en un
nivel de integración más bajo. Entonces se nos reveló todo un mundo del que no había casi
conciencia: un mundo de relaciones concretas y únicas de hombre a hombre. Este mundo
denso,
familiarpero restringido,
de una se hunde
historia que poco en el pasado
antes y compromete
nos parecía nuestro
extraña, bajo presente.
su aspecto Es el Es
masivo. rostro
nuestra historia particular, que nos pertenece como propiedad y es esencialmente diferente
de la historia particular de otro grupo. Por eso he querido colocar al comienzo de este
ensayo la evocación de los recuerdos que, a partir de 1940, me parecieron más importantes
y válidos que lo que había creído hasta entonces. A la luz de esta revelación de las historias
particulares comprendí mejor el sentido de la noción maurrasiana de herencia, tan ligada
con las memorias antiguas, con las imágenes piadosamente recogidas de nuestros pasados
familiares. Es curiosa la manera como esta idea tan concreta de herencia pudo conciliarse
largo tiempo con una historia considerada como un mecanismo de repetición y como
lección de asuntos políticos. La historia particular es bien distinta de la historia total y
colectiva que hemos ”reconocido” antes. La Historia colectiva no es ni la suma ni el
promedio de las historias particulares. No son dos momentos de una misma evolución. Por
el
doscontrario,
maneras son solidarias,
de estar y tomamos
en la Historia. simultáneamente
Vimos conciencia
que la gran Historia de unaaparece
colectiva y de otra.
comoSon
un
momento del tiempo opuesto a los otros momentos que lo precedieron o lo seguirán. La
diferencia se hace en el tiempo. Por el contrario, la diferencia entre una historia particular y
otra historia particular interviene en mi historia y la tuya, y no entre la historia de ayer y la
de hoy. Mi historia se opone a las otras, gracias a una singularidad que resiste al tiempo y a
su poder erosionante y reduc LA HISTORIA IN LA CULTURA MODERNA
273

P tor. Esta singularidad introduce un elemento de inercia, de


resistencia al cambio: la herencia, como la concibe Maurras. Así lo entiende el padre de
familia cuando responde a su hijo: ”Puedes hacerlo, pero no es la costumbre de nuestra
familia, y entre nosotros eso no se hace”. En este sentido, se puede hablar de permanencia.
Perogrupos
los hay que entenderse:
sociales esta permanencia
se modifican no esen
profundamente inmovilidad. De hecho,
el tiempo, pero las tradiciones
estas variaciones no de
afectan el sentimiento de que en el interior de los grupos los miembros han permanecido
fieles a su pasado. La historia particular existe en la medida en que es negación al cambio
en el interior de un cambio universal.

Fue así como la Historia, en el transcurso de aquellos arios perturbados, reveló un rostro
doble, sin que por ello su unidad fundamental fuera afectada. Como en todas las cosas
humanas, la unidad, cuando es auténtica, no aparece sino después de una primera
diversidad, a veces, después de una contradicción. Cualquiera sea, la Historia es siempre la
conciencia de lo que es único y particular, y de las diferencias entre muchas
particularidades. Las diferencias pueden situarse en los tiempos (es decir, en los momentos
sucesivos de la Historia) que se oponen unos a otros. A esto llamo yo la Historia total y
masiva. Las diferencias pueden estar también fuera del tiempo, en la conciencia que una
colectividad toma de sí misma por relación no con otra época de su propio devenir sino con
la colectividad vecina, y esto es lo que llamo historia particular, la historia de las herencias.
Esta historia está todavía en su infancia, mal desprendida de una sociología sistemática y
verbalizante. Sería tal, por ejemplo, la historia de la conciencia de clase, la historia de las
representaciones del nacionalismo, la historia de las opiniones, etcétera, eso que sucede
cuando en el interior de un grupo restringido se crea un mito tutelar donde cada uno se
cobija, con la esperanza, imposible de desarraigar, de resistir al futuro.
274 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

Dos historias: dos aspectos de un mismo problema que nos obsesiona cada día un poco
más, el problema de las particularidades diferentes. Es muy instructivo, a este respecto,
seguir ciertas variaciones del sentimiento de la particularidad en la sociedad y en la
Historia. Explican, mejor que un análisis abstracto, lo que nosotros entendemos. Hubo un
tiempo —la duración más larga de la Historia — en que la particularidad estaba en las cosas
ycortante.
en la representación
De hecho, el ingenua de las cosas.
hacha, definida Un hachaasí,
técnicamente nono
eraexistía
simplemente un instrumento
en las conciencias. Había
cierta forma de hacha, tallada de cierta manera, según determinado tipo. En el seno de una
misma cultura esta forma se había impuesto, en la misma medida que la función. Otra
hacha, que hubiera permitido resolver las mismas dificultades técnicas, no era
intercambiable con el hacha tradicional. Presentaba superioridades técnicas que hacían que
no se impusiera de manera inmediata. El ambiente le resistía. Para penetrarlo, era necesario
que esa técnica superior adoptara la forma del utensilio más rudimentario que pretendía
reemplazar. Un objeto era a la vez una técnica y una forma, y la forma estaba en el objeto.
Una cultura se definía por su apegamiento a una forma que imponía un estilo constante a
las modificaciones de las técnicas, y, consiguientemente, por su repulsión de las formas
diferentes, características de otras culturas. Los hombres vivían entonces, cotidianamente,
en un mundo de diferencias. Por ello carecían de historia, salvo en la memorización de los
anales, las epopeyas,
experimentaban para finesdeque
la necesidad con frecuencia
tomar conciencia eran
de laslitúrgicos y sacros.
diferencias en queNo
estaban
inmersos. Y esta mentalidad, de srcen prehistórico, persistió en las épocas históricas, pero
en el silencio de los textos, o por lo menos en el de las formas superiores de expresión. En
efecto; los escritores y los artistas de esas edades trataron más bien de escapar a esas
diferencias, para fijar un tipo general de humanidad que les trasLA HISTORIA EN LA
CULTURA MODERNA 275

cendiera, y eso es lo que nosotros llamamos clasicismo. No creo que este fenómeno sea
solamente occidental: hay un clasicismo oriental. En un mundo de diferencias, se tendía a
afirmar una unidad más allá de esas diferencias. Hasta la revolución mental de los siglos
XVIII y XIX, el arte y el pensamiento, de tendencia siempre más o menos clásica, parecían
separados de la Historia, extraños al sentimiento popular de las diferencias. Este
sentimiento,
era reprimido,encomo
ciertos
unaperíodos,
forma detendía a horadar
emoción la generalidad
bárbara. deesloselclasicismos.
El clasicismo Pronto
canon literario y
artístico de sociedades que viven su existencia cotidiana en un mundo de diferencias. Pero
ese mundo de las diferencias sucumbió en el siglo XIX, o por lo menos no es ya un mundo
de formas singulares y amistosas. A partir de ese momento, no hay más que un hacha de
determinada forma, que es realmente un objeto distinto de esta símil-hacha, fabricada en
otro estilo. No hay más que una única hacha, definida por su función de utensilio cortante.
Puede haber distintos tipos de hachas, según su especialización técnica. Pero las diferencias
de forma han pasado a ser variaciones decorativas secundarias. El hacha es más o menos
hermosa: siempre es un hacha. En este momento de la cultura, la forma, que otrora estaba
en el objeto, está a la par de él, en el exterior. Se trata de un valor superficial que no
modifica la naturaleza del objeto; los objetos se reconocen solamente por sus fines técnicos.
Estamos tan habituados a esta manera de ver, que no concebimos casi la importancia
inaudita de esta revolución mental. El gran cambio que caracteriza al mundo moderno no
reside en el desarrollo de las técnicas sino en el papel determinante y absoluto que
desempeña la técnica en la designación de los objetos. En el fondo, no existen ya objetos,
sino reproducciones de un prototipo ideal definido por su destinación. No hay ya objetos,
sino funciones técnicas. No hay hachas, sino un instrumento cortante. En el límite, un
vocabulario tecnológico, nuevo y abstracto, reemplaza el nombre vi-
276 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

viente de los objetos concretos. Nuestra cultura ha dejado de estar fundada —como lo
estaban las culturas de otrora — en las particularidades constitutivas. Ni siquiera es
comparable a aquellas culturas antiguas que coexistían con estilos diferentes. No tenemos
ahora cultura, sino que tendemos a un tipo general y abstracto de cultura, lo que
comúnmente se llama la cultura moderna, caracterizada en Tokio, San Francisco y París
por la uniformidad
uniformidad de las
no llegue técnicas. Es
a imponerse posible
a las —y aun
costumbres y aacontece
eliminara todos — que
veceslos esta
elementos
tradicionales de diferencia. La historia contemporánea está hecha de las reacciones de estas
inercias del pasado contra la estandarización tecnocrática. Ello no impide que este ideal
tecnocrático se deslice a través de las representaciones más comunes de la vida.
Cualesquiera sean nuestras reacciones personales, nuestras nostalgias de un pasado más
concreto y singular, no podemos deshacernos del hábito inveterado de considerar en los
objetos la función antes que la forma. Y esta manera de ver las cosas es lo importante. A las
culturas de las diferencias se opone la cultura de la técnica, siempre semejante a sí misma.
Ahora bien, a medida que la técnica se iba imponiendo en las costumbres, las
particularidades, expulsadas del universo familiar de los objetos, iban conquistando el
mundo de las ideas y de las imágenes, del pensamiento y del arte, y reemplazaban poco a
poco al hombre constante y universal del clasicismo. Todo sucede como si el desleimiento
de las particularidades
necesidad destruyera
de ellas, sin que el clasicismo
se lo advirtiera en las modalidades
claramente, y de pronto sesuperiores. HabíaLos
desvanecieron.
hombres oscilaban entre la doble uniformidad de la técnica y del clasicismo. Corrían riesgo
de perecer. Entonces, los particularismos reprimidos se tomaron la revancha en el dominio
otrora reservado a las generalidades de un clasicismo unitario. Invadieron la literatura y el
mundo de las ideas. En esta penetración, la Historia desempeñó un papel curioso. LA
HISTORIA EN LA CULTURA MODERNA 277

Por una paradoja asombrosa, fue inicialmente el refugio del clasicismo, expulsado de la
literatura por la novela. En el siglo XIX la novela aseguró el triunfo de los tipos sociales,
diferenciados según el tiempo, el lugar, la condición. En cambio la Historia, por lo menos
en sus formas literarias, académicas, conservadoras, mantuvo la ficción del hombre clásico.
Postuló, en principio, la constancia de la naturaleza humana, inalterada por las
modificaciones
entonces pasajeras
en un lugar comúndeldedevenir. Esta idea
las maneras de la constancia
de pensar y de hablardel
dehombre se convirtió
la sociedad burguesa.
Todavía hoy, en una reunión de conservadores cultos, si alguien se atreve a sugerir, en el
curso de una conversación que los tiempos se suceden esencialmente diferentes unos de
otros, escapando a una generalización común, escuchará inmediatamente protestas
calurosas. Ese mismo auditorio conservador discutirá más fácilmente, con menos asombro,
el punto de vista marxista. No lo compartirá, pero lo comprenderá. Sin duda porque en el
fondo comparte la misma actitud sistemática. En cambio, frente a una interpretación
diferencial de la Historia, la burguesía se eriza como ante el absurdo.
6---- La supervivencia del clasicismo en la Historia forma hoy día parte de la conciencia de
clase burguesa. Proporciona a la burguesía una justificación moral. Si el pueblo es siempre
semejante a sí mismo, esto significa que sigue siendo siempre un menor de edad, expuesto
a los mismos peligros, pronto a sucumbir a las mismas tentaciones. Tiene, por ende,
necesidad de ser dirigido por una clase ilustrada. Por otra parte, en esta predilección por la
idea del hombre clásico hay algo más que un argumento: se trata del aferramiento a una
manera de ver el mundo en la cual la burguesía se siente cómoda y la mantiene en el único
sector que todavía preserva. Sin embargo, es una posición superada, ligada a opinio/nes y
costumbres ”victorianas”. Este repliegue al clasicismo era posible todav ía antes de la
invasión de la sensibilidad por la técnica. La burguesía clásica se servía de la técnica, pero
su universo mental, formado por las ”humanidades”, c onservaba algunas de las
modalidades anteriores a la era
278 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

técnica. En cambio, a partir de 1914, las diferencias de cultura fueron reducidas más
rápidamente al tipo promedio de cultura que caracteriza al mundo moderno. Y en el seno de
esta cultura, fundada sobre la uniformidad de las funciones y de las técnicas, es donde la
Historia, sentida como la diferencia de los tiempos y de las particularidades supera los
grupos desperdigados de los profesionales. Confluye con las corrientes de pensamiento
dominantes hoyo día
conservadoras y amenaza con invadir los últimos baluartes de las ortodoxias
marxistas.

A una civilización que elimina las diferencias, la Historia tiene que devolverle el sentido
perdido de las peculiaridades.
1949 Anexo I

ENTREVISTA A PHILIPPE ARIES, POR MICHEL VIVIER Aspects de la France, 23 de


abril de 1954.

Philippe Ariés acaba de publicar, en Editions du Rocher, una obra titulada El tiempo de la
historia, que nos parece de interés excepcional. Formado en la escuela de Bainville y
orientado más tarde hacia lo que é l denomina la ”historia existencial”, Philippe Ari és
expone, en los diversos
y sus concepciones sobreensayos quehistórico.
el género ha reunido en gran
Con su libro, su experiencia
gentileza comoahistoriador
se ha prestado responder
a las preguntas que para información de los lectores de Aspects le formulamos: P.A.: Estoy
absolutamente persuadido, nos dice, de que la historia no está orientada en un sentido o en
el contrario. No hay nada más falso que la idea de un progreso continuo, de una evolución
perpetua. La historia con una flecha de dirección del tránsito es algo que no existe. Esto es
para mí tan evidente, que quizás en mi libro no lo destaqué suficientemente. Cuanto más se
estudian las condiciones concretas de la existencia a lo largo de los siglos, mejor se ve lo
que hay de artificial en la explicación marxista, adoptada actualmente por muchos
cristianos. Una historia atenta a todas las formas de lo vivido lleva, por lo contrario, a una
concepción tradicionalista. M.V.: Esa historia que lleva al tradicionalismo, ¿es, con todo,
diferente de la historia bainvilliana? Usted señaló en su libro que el sentido maurrasiano de
la tradición viviente puede inspirar formas de historia que difieran de las vastas síntesis
explicativas
llamar de las que Bainville
”mecanicistas”, ha proporcionado
o mejor aun, el modelo,
”cartesianas”. ¿Podría síntesis
usted a lasese
precisar que cabría
punto de
vista? P. A.: Bainville, contesta Philippe Ariés, tenía un gran
280 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

talento. Su Historia de la Tercera República, por ejemplo, tiene una pureza de líneas
admirable. ¡Y qué lucidez en el análisis de los acontecimientos! Basta mirar las obras
luminosas que se han armado después de su muerte con sólo empalmar sus artículos
periodísticos. Añadiré que era un maestro demasiado grande para no ser sensible tanto a lo
particular como a lo general, a las diferencias como a las semejanzas. Pero me parece que
podría redundarse
flexibilidad un grave
su método riesgo si los continuadores
de interpretación e hicieran de ladehistoria
Bainville aplicasen sinde
un mecanismo
repetición, útil para presentarnos siempre y en todas partes lecciones enteramente armadas.
Para ellos, Francia dejaría pronto de ser una realidad viviente y se convertiría en una
abstracción sometida únicamente a leyes matemáticas. M.V.: A su juicio, el verdadero
historiador, que sería al mismo tiempo el verdadero maurrasiano, tendría que dedicarse a
hacer la historia del país real, con sus comunidades, sus familias... P.A.: Exactamente. La
historia es, para mí, el sentimiento de una tradición que vive. Michelet, a pesar de sus
errores, y Fustel, tan perspicaz, lo habían sentido fuertemente. Hoy día esta historia es más
necesaria aun. Marc Bloch ha dado el ejemplo, y Gaxotte, en su Historia de los franceses,
lo saludó como un iniciador. Pero incluso entre el público este sentimiento de la historia
está más vivo que antaño. Como muchas tradiciones han desaparecido, sobre todo después
de la fractura de 1880 de la que hablaba Péguy, esta historia permite tomar plena conciencia
de lo que otrora
sentimiento de lafue vividoesespontánea
historia y sobre todo
sentir y comprender queinconscientemente. Tener
el presente no puede el
ser separado ni
del futuro, ciertamente, ni del pasado. M.V.: Es decir que para usted hay allí un magnífico
campo que podrían explorar los jóvenes historiadores preocupados por su nación. Su libro,
me parece, es apto para suscitar ese tipo de vocaciones. P.A.: Mucho me alegraría, ya que
la historia existencial mostraría cómo perviven las tradiciones en el seno de ENTREVISTA
A PH. ARIES 281

las comunidades. Algunas se conservan bajo formas inéditas; las hay que mueren, pero
también están las que nacen. Un ejemplo llamativo es el sentido de la familia. En un mundo
mecanizado, el hogar es probablemente lo único que se sustrae a la técnica. Este sentido de
la familia, tal como se lo entiende en la actualidad, nace en el siglo XVIII, pero se afirma
y se desarrolla de manera paradójica a partir de
1940 en que
suponer la mayor parte de loscomo
esta postguerra, paíseslade Occidente,
anterior, conconsigo
traería excepción
una de Españade
epidemia e Italia. Era de
divorcios,
una disminución de la natalidad, un desmembramiento de la familia. Pero en esos países, en
otros tiempos malthusianos, se produjo todo lo contrario. No hubo una repetición mecánica
ni una evolución lineal, sino un hecho nuevo que dio lugar a una tradición nueva. El
incremento de la natalidad y el refuerzo de los vínculos familiares se observan en Inglaterra
tanto como en Francia, y las fiestas de la Coronación pusieron en evidencia un tipo
particular de fidelidad: la que se profesa no tanto a un miembro de la realeza como a toda la
familia, a un hogar en conjunto. Lo divertido es que muchos franceses sintieron esa
fidelidad casi tanto como los ingleses. A Jacques Perret esto le causó mucha gracia. M.V.:
Interrogarlo sobre sus proyectos, imagino, no nos llevará a abandonar el tema de la historia.
P.A.: Ni tampoco el de la familia. En la actualidad estudio el sentimiento de la infancia a
través de los siglos. En el siglo XVIII, la infancia inspira ya a los adultos los sentimientos
modernos que conocemos. Por lo tanto, estudio la evolución de esos sentimientos entre la
Edad Media y el siglo XVIII. La iconografía proporciona datos interesantes. Además, todo
lo que se refiere a la vida escolar es prácticamente desconocido. No deja de ser curioso, si
se considera que la enseñanza de la historia está a cargo de profesores: el pasado de su
propia corporación no parece interesarles. Y hay allí una verdadera mina...

Conversamos un largo rato con Philippe Aries, quien nos manifiesta su interés por la
sección literaria de este
282 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

periódico. Para finalizar expresa su deseo de que muchos de los jóvenes lectores tengan
vocación de historiadores y logren que la tradición francesa sea mejor comprendida y más
amada. Anexo II

CARTA DE VICTOR L. TAPIE A PHILIPPE ARIES,


17 de abril de 1954
Es una agradable lectura y una provechosa ocasión de meditar durante mis vacaciones de
Pascua lo que usted, señor, me ha proporcionado. Permítame que se lo agradezca. No es
sin una sonrisa que acepto su dedicatoria, excesivamente amable. Usted no puede pensar
que yo sea un gran historiador, ni vacilar en someterme esas páginas tan variadas,
cautivantes y profundas. Mientras leía me he preguntado varias veces: ”¿En qué categoría
me incluiría a mí?” Probablemente en la de la historia científica, también en la de un
mundo situado al margen del mundo viviente, un mundo de hechos completos y lógicos,
pero carente de ese halo que da a las cosas y a los seres su verdadera densidad.” Por otra
parte tiene usted toda la razón en rendir a lo que denomina la historia existencial, la de
Marc Bloch y de Lucien Febvre, el homenaje que merece. Formemos o no parte del grupo
(por razones que no son siempre doctrinarias), tenemos con ella una deuda indiscutible. Su
primer
mucha capí tulo, ”Un
gentileza niño independencia
y mucha descubre la historia”,
para esame pareci
bella ó pleno de
confesión, encanto.
y usted Se necesita
la presenta con
gran sinceridad y un tacto impecable. Tal vez la experiencia que evoca podría ser ampliada.
Esta nostalgia por la vieja Francia no era patrimonio exclusivo de los círculos de la Action
Française y, respecto de otros grupos sociales, no sería exacto decir que ”el pasado no iba
más lejos de 1789, salvo por su repercusión en la vida de los Pretendientes.” A comienzos
de siglo había una nostalgia de la vieja Francia que incluía también el Segundo Imperio, sus
arios de prosperidad económica, su resguardo del orden social, su protección a la Iglesia,
todo aquello que se había perdido en la catástrofe aún vivamente sentida de 1870, y cuya
supervivencia, con ese colorido propio de una imagen
284 EL TIEMPO DE LA HISTORIA

de Epinal que usted tan bien describe, estaba simbolizada por la interminable existencia de
la emperatriz Eugenia. Todo ello más provincial, quizás, que parisiense. He apreciado
mucho la ”desavenencia” que usted analiza entre el atractivo del pasado y las exigencias
científicas que plantea la facultad. Me ha complacido su estudio sobre el compromiso del
hombre moderno con la historia, sobre la influencia de los acontecimientos cósmicos, a
escala
historiamundial,
marxistaencon
losuna
destinos
mesuraindividuales. Su espíritu
y una comprensión penetrante
dignas le permite
de elogio. hablar de la
Creo haber
entendido su explicación de la historia conservadora y su testimonio sobre la influencia de
Jacques Bainville; no considero que tal influencia haya sido benéfica, pero ésa es otra
cuestión. Temo que haya provocado cierta rigidez espiritual, un endurecimiento de los
corazones en los ambientes burgueses, frente a las cuestiones urgentes del mundo moderno.
Que la burguesía, que se decía partidaria del orden establecido, haya hecho tan mal uso del
razonamiento y de la experiencia, y rechazado la sensatez, es, en mi opinión, la causa de
muchos de nuestros males (aunque no creo que el fenómeno sea tan exclusivamente francés
como suele decirse). No desearía extenderme demasiado en esta carta, que pecaría en tal
caso de indiscreta. Me referiré a un último punto, si me lo permite. En el fondo, el
problema esencial es el lugar de la Historia en el mundo moderno. Acepto todo lo que usted
dice y lo refrendo: historia de las estructuras diferentes, diálogo en el que el presente no
está nuncaparticulares.
historias ausente, historia total incluso
Agregaría y colectiva
unasque no es
sabias ni la suma
palabras ni el promedio
del viejo historiadordeG.las
Lefebvre: enseñanza de la historia e investigación. El error de la enseñanza universitaria
(error que persiste) fue complacerse en una erudición estéril, basar su orgullo en una
literatura hermética, cultivar una historia muerta y no viviente, proscribir el talento. Pero
me inspiran temor el ensayo, las generalizaciones apresuradas, las construcciones
deslumbrantes que, puestas bajo análisis, resultan contradichas precisamente por un estudio
erudito. Siempre se dice que CARTA A PH. ARIES 285

”por supuesto, la erudici ón es indispensable como base”, pero los que lo dicen son a veces
personas que no enserian o que no tienen que enseriar a estudiantes. Le aseguro que no es
fácil apartar a los estudiantes de las preocupaciones utilitarias relativas al diploma,
plantearles exigencias científicas y habituarlos a razonar. Imitarían muy pronto la
pedantería
por y recubrirían
el contrario, los tengocon
enella
gransuestima
ignorancia.
y ellosNo
mecrea que no
brindan comprendo
pruebas a mis alumnos:
de confianza que son
para mí más valiosas que el éxito de un libro. Lo ideal sería hacer una historia viviente, que
resultara atractiva para el lector, pero que garantizara al mismo tiempo la autenticidad.
Entiendo que algunas obras recientes (pienso en el Oriente y la Grecia de mi amigo
Aymard) son satisfactorias en ese sentido. Y un libro como el suyo, que alienta y a la vez
ayuda a conseguirlo, se hace acreedor a mis felicitaciones, que hubiera deseado expresar
con más elocuencia que lo que me ha sido posible. Reciba mi agradecimiento por su amable
atención y la seguridad de mi más alta consideración y estima.
PAIDOS STUDIO (cont.)

35.D. J. O’Connor (comp.): Historia crítica de la filosofía occid Hegel, Schopenhauer y


Nietzsche)
36.D. J. O’Connor (comp.): Historia crítica de la filosofía occ filosofía en la segunda mitad
del siglo XIX)
37.D. J. O’Connor (comp.): Historia crítica de la filosofía occ filosofía contemporánea)

38.A.
39.M. M. Guillemin:
R. Lida Virgilio.
de Malkiel: Poeta, artista
Introducción y pensador
al teatro de Sófocles
40.E. Dyke: Filosofía de la economía
41.M. Foucault: Enfermedad mental y personalidad
42.D. A. Norman: El procesamiento de la información en el hotri
43.R. May: El dilema existencial del hombre moderno
44.Ch. R. Wright: Comunicación de masas
45.E. Fromm: Sobre la desobediencia y otros ensayos
46.A. Adler: El carácter neurótico
47.M. Mead: Adolescencia y cultura en Samoa
48.E. Fromm: El amor a la vida
49.J. Maisonneuve: Psicología social
50.M. S. Olmsted: El pequeño grupo
51.E.
52.G. H. Allport: El
W.Erikson: ciclo vitaly completado
Desarrollo cambio
53.M. Merleau-Ponty: El ojo y el espíritu
54.G. Lefebvre: El gran pánico de 1789
55.P. Pichot: Los tests mentales
56.L. E. Raths y otros: Cómo enseñar a pensar
57.E. De Bono: El pensamiento lateral. Manual de creatividad
58.W. J. H. Sprott y K. Young: La muchedumbre y el auditorio
59. R. Funk: Fromm. Vida y obra
60.R. Jastrow: Escritos fundamentales de Darwin
61.Ph. Arias, A. Begin, M. Foucault y otros: Sexualidades occidentales
62.E. Wiesel: Los judíos del silencio
63.G. Deleuze: Foucault
64.M. Poster:
67.Ph. Foucault,
Arias: El el marxismo
tiempo de la historiay la historia
1

Esta edición se terminó de imprimir en los Talleres Gráficos Offsetcolor, S.R.L., Olazábal
3920/26, Buenos Aires febrero de 1988,

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