Vous êtes sur la page 1sur 20

MODELOS INICIALES DEL CAMBIO CIENTÍFICO

La relación entre conocimiento inductivo y el conocimiento subjetivo

El Círculo de Viena y Karl Popper ofrecieron los primeros modelos del cambio científico.
Justificar en un modelo lógico las razones del abandono de una teoría por otra que, de
algún modo, se considerase mejor es lo mismo que afirmar la racionalidad de la ciencia.
Lo común de estos primeros modelos es su base lógica y empírica. No obstante, la
diferencia teórica más irreconciliable tiene como centro la inducción y el papel que cumple
en el sistema científico. El modelo de cambio de teorías del Círculo de Viena fue expuesto
por Nagel (1961) en su tesis de reducción de teorías; por su parte, Popper (1992)
presenta la racionalidad del cambio de teorías como un proceso de ensayo y supresión de
errores.

En lo que sigue, se expone ambos modelos del cambio científico. La tesis de la reducción
de teorías de Nagel sintetiza la postura del empirismo lógico del Círculo de Viena respecto
de la racionalidad científica. La propuesta del análisis lógico del lenguaje de Carnap, el
requisito de la verificación de proposiciones de Schlick, así como las contribuciones
teóricas de otros filósofos como Reichenbach, Ayer y Hempel, son parte de los supuestos
asumidos por la tesis de Nagel. Desde sus inicios, el modelo lógico del empirismo
presenta tensiones en su sistema. Es decir, el sistema presenta contradicciones internas
producto del continuo reajuste del mismo frente a las críticas que, desde los años 1930,
Popper y otros filósofos le hacían. Quizá, la contradicción más evidente sea aquella en
que se acepta que la inducción no es un principio lógico de justificación y, sin embargo, se
le otorga un papel importante en la explicación del cambio de teorías. El progreso
científico por prueba y supresión de errores de Popper, por su lado, desestima la
inducción como principio de justificación lógico y, además, no le ofrece papel alguno en la
explicación del cambio de teorías.

Dos ideas guían la exposición. Por un lado, la presentación del modelo del empirismo
lógico sí contempla algunos problemas fundamentales como el relativo a la naturaleza del
conocimiento empírico y del conocimiento lógico. Además, el empirismo lógico se alejó
rápidamente de posiciones extremas como la que exige una verificación absoluta de las
teorías, en el caso de Hempel. Aun con todo, los neopositivistas mantuvieron una posición
justificacionista. Es decir, una posición en que la característica de la ciencia consiste en
que su conocimiento es conocimiento probado y justificado. Por otro lado, el modelo de
Popper sería justificacionista en el sentido que, aunque no busca el conocimiento
probado, sí busca el conocimiento justificado. Su base empírica convencional funciona
como la instancia final en que se decide la cientificidad o no de una teoría. La teoría
corroborada, aquella que soporta los embates de la contrastación, es tomada como mejor
y, en ese sentido, se pretende justificar la creencia de que al menos se está más cerca de
la verdad.

1.1. El modelo de reducción de teorías del Círculo de Viena

El modelo de reducción de teorías propuesto por el empirista lógico, Nagel, sintetiza una
racionalidad científica cimentada en la lógica. Esto es, en la capacidad para ofrecer
criterios de esta naturaleza que expliquen cómo y por qué una teoría científica es
abandonada para favorecer a otra. Sobre esta base lógica, el progreso científico se
justifica como un aumento de su poder explicativo.

La tesis de la reducción afirma que las teorías, como sistemas de símbolos complejos,
pueden ser subsumidas unas en otras. Esto quiere decir que la ciencia cuenta con
teorías, algunas de las cuales tienen un poder explicativo mayor que otras, porque
explican conjuntos de relaciones de objetos más amplios. Las teorías constituyen
sistemas de símbolos complejos, porque se construyen sobre la base de conceptos, es
decir, sobre la base del lenguaje proposicional. Según Nagel (1972:28 y SS.) los símbolos
de la ciencia tienen diferentes funciones en el sistema. Dos de estas son la función
descriptiva y la función auxiliar. A la primera se le asocian los símbolos que “podrían ser
aplicados por sus usuarios a asuntos que caen dentro de alguna observación controlada o
dentro de un conjunto de observaciones controladas” (Nagel 1972:29). En otras palabras,
estos símbolos con función descriptiva no serían otra cosa que los conceptos que refieren
directamente a los objetos percibidos. Un ejemplo de símbolo descriptivo sería león, casa,
lápiz; estos símbolos son diferentes de otros símbolos como velocidad, energía, electrón,
pues estos últimos pertenecen a la función auxiliar, cuyo “oficio es el de hacer de
eslabones de conexión en un sistema de símbolos, con cuya ayuda puede llegarse a
establecer relaciones lógicas entre símbolos descriptivos” (Nagel 1972:36). Bien puede
apreciarse que la diferencia entre funciones de los símbolos es equivalente a si existe una
percepción directa de lo que representan o no. Así, por ejemplo, los símbolos descriptivos
son conceptos ostensibles, esto es, conceptos cuya definición puede ofrecerse mediante
un señalamiento en la realidad, tal como Schlick los definió (1993: 96). También son
análogos a lo que Carnap, en su teoría de la constitución, llamó conceptos primitivos
(1961:454). Por otro lado, el poder explicativo de una teoría consistiría en la cantidad de
símbolos auxiliares que utilice. El proceso de reducción de teorías sería un proceso de
ampliación de la cantidad de sus símbolos auxiliares que

Son en primer lugar instrumentos que establecen vínculos entre símbolos


descriptivos: las teorías formulan relaciones amplias entre cosas y
acontecimientos, de manera que permitan que algunos de ellos sirvan de
signos naturales fidedignos de otros. (Nagel 1972:38)

Los símbolos descriptivos de la ciencia conectan el sistema de símbolos auxiliares con el


mundo, pero el poder explicativo de una teoría es de naturaleza lógica, pues son los
símbolos auxiliares los que relacionan las cosas y los acontecimientos. Esta doble
característica del sistema científico supone otras dos teorías. En primer lugar, supone que
los símbolos auxiliares se relacionan entre sí de un modo imbricado debido a que los
conceptos de unos pueden ser traducidos a los conceptos de otros. Esta es la teoría de la
constitución de conceptos de Carnap. En segundo lugar, supone que una teoría está
justificada si puede verificarse su verdad o falsedad sobre la base de la experiencia. Esta
es la teoría de la verificación que iniciara Schlick. La ciencia, por tanto, supone métodos
de investigación empírica dignos de confianza, por un lado, y un grado estimado de
organización lógica, por otro (Nagel 1972:9). La racionalidad de la ciencia como
relaciones de símbolos complejos se basa en su poder unificado para establecer más y
mejores relaciones de símbolos descriptivos que aseguren un empirismo coherente. Esto
quiere decir que las teorías no se contradicen en algún punto entre ellas y no contradicen
los datos de la experiencia. Dos teorías se contradicen si afirman sucesos empíricos
contradictorios; el problema se resuelve comparando las teorías con el conjunto de teorías
ya aceptadas como leyes científicas y, luego, se decide cuál de ellas es coherente de
modo lógico con el corpus del conocimiento probado o leyes científicas aceptadas, y
coherente también con la experiencia.

De vuelta a la reducción, efectivamente, Nagel cree que hay dos maneras en que las
teorías se reducen unas a otras sin contradicciones gracias a su naturaleza lógica. La
primera forma de reducción se lleva a cabo cuando dos teorías abarcan una clase de
cuerpos diferentes y que presentan fenómenos diferentes como el electromagnetismo y el
calor; luego, los símbolos de alguna de aquellas teorías explican los fenómenos que la
otra explica, pero no a la inversa. Entonces, una teoría explicaba una serie de fenómenos
manifestados por una clase de cuerpos restringida, pero luego halló que tales fenómenos
también eran manifestados por otra clase más amplia de cosas (Nagel 1961:338). En la
segunda forma de reducción, el sistema simbólico más amplio fue formulado para explicar
las relaciones fenoménicas de un tipo de cosas, pero el sistema reducido pertenece a un
dominio cualitativamente diferente de fenómenos respecto del primero. En otras palabras,
los símbolos de ambos sistemas poseen un vocabulario distante en que, quizás, haya
términos en una que en la otra no se contemplen. Ello constriñe a que se realice una
traducción (Nagel 1961:339).

En su estudio introductorio a Principios matemáticos de la Filosofía natural (Newton


1987), Antonio Escohotado afirma que Newton interpretó matemáticamente lo que llama
él las visiones de Kepler sobre las elipses que describen los planetas alrededor del Sol.
Con esto, se distingue la verdad común, compartida por Kepler y sus contemporáneos,
del cálculo de aquellas observaciones mediante una herramienta matemática. Para la
segunda mitad de la centuria 1600, el sentido común sabía que las fuerzas se componen
y descomponen, que la parábola es dibujada por el movimiento de proyectiles o que todo
movimiento tiende a ser recto; sin embargo, no sabía el sentido común que los planetas
dibujan elipses en su movimiento, que la fuerza que mantiene a la luna en su órbita es
idéntica a la que arrastra a los graves hacia la Tierra (pp. XLVII). Ahora bien, este es un
ejemplo de la primera forma de reducción de Nagel. La teoría de Newton alcanzó mayor
poder explicativo subsumiendo la teoría de Kepler y, también, la teoría de la caída libre de
Galileo, en su explicación matemática. Su sistema de símbolos, en términos de Nagel, era
más amplio, porque la teoría de Galileo solo explicaba los movimientos terrestres, pero la
de Newton explicaba estos y, también, los celestes. Luego, en el mismo sentido, la teoría
de Einstein redujo las tres leyes de la dinámica y la teoría de la gravitación universal
(Diéguez 2005: 157). Como ejemplo de la segunda forma de reducción se puede ofrecer
el caso de dos teorías, la termodinámica y la mecánica. Conceptos como peso, volumen o
presión son explicados por la mecánica en una escala macroscópica. Por ejemplo, el calor
es producto del trabajo. Pero a nivel molecular, la termodinámica explica el calor como
una transferencia de energía entre un sistema de magnitudes y su entorno. La reducción
de estas teorías obliga a una traducción. Por ejemplo,
Obsérvense las transformaciones que ha sufrido el término “impulso”
desde su definición clásica como producto de la masa por velocidad,
hasta su uso corriente en mecánica cuántica, donde significa un operador
diferencial (Nagel 1972:68)

La tesis de la reducción de teorías apoya la concepción de la ciencia como progresiva.


Esta progresaría por la ampliación, siempre creciente al parecer, del poder explicativo de
las teorías. En ese sentido, la reducción de teorías supone que existe una distinción entre
ciencia madura y ciencia incipiente, en que la diferencia tiene como principal criterio la
evidencia empírica de la primera. En otras palabras, no todo sistema de símbolos puede
ser una teoría madura, sino que debe ser comparada con el corpus de leyes científicas
aceptadas, por ejemplo la gravitación universal, y luego verificada en la experiencia.
Como consecuencia, para el empirismo lógico no hay eliminación de teorías en las
ciencias maduras, sino ampliación progresiva de su poder explicativo. El análisis lógico
del lenguaje, la verificación de las teorías y la inducción son los supuestos de la tesis de la
reducción.

1.1.1. Análisis lógico del lenguaje

El análisis lógico del lenguaje tenía como objetivo caracterizar la racionalidad científica y,
consiguientemente, atacar la metafísica en su pretensión de conocimiento. Los empiristas
lógicos Otto Neurath, Hans Hahn y Rudolf Carnap, en el manifiesto del Círculo de Viena,
caracterizan este análisis:

Este método del análisis lógico diferencia sustancialmente al nuevo


empirismo y positivismo de los anteriores, que tenían una mayor
orientación biológica y psicológica. Si uno afirma: “no hay dios”, “la razón
primordial del mundo es lo inconsciente”, “existe la entelequia como
principio guía en el organismo”, entonces no le respondemos: “lo que
dices es erróneo”, sino le preguntamos: “qué quieres decir con tus
enunciados”. Se muestra entonces que hay un agudo límite entre dos
tipos de enunciados. Unos han sido hechos por la ciencia empírica: su
sentido puede ser determinado por el análisis lógico, a saber, a través de
una reducción a afirmaciones más simples sobre lo dado empíricamente.
Los otros enunciados – que son los que se han nombrado anteriormente
– resultan ser totalmente carentes de significado si uno los toma tal
como alude el metafísico (Neurath y otros 1995:5)
Por un lado, Schlick propuso el criterio empirista de significado. Según este, los
enunciados lingüísticos son proposiciones si tienen sentido. Y una proposición tiene
sentido si se puede colegir su verdad o falsedad por medio de la referencia al mundo
(Schlick 1993:92-93). Por otro lado, Carnap desarrolló su teoría de la constitución de los
conceptos como criterio de análisis lógico del lenguaje (Carnap 1961:453 y SS). Según
esta, los enunciados son proposiciones si los conceptos que las constituyen pueden ser
constituidos hasta conceptos cada vez más simples, llamados conceptos primitivos.
Estos, son conceptos que señalan ostensiblemente la realidad. Sobre esta base, Nagel
propuso que la ciencia se caracterizaba porque su conocimiento se obtenía por métodos
seguros. Estos tienen, a su vez, la característica esencial de establecer para el
conocimiento sistemas de medida y evaluación objetivos (1972:9). Claro está que tanto la
matemática como la lógica cumplen con tales requisitos. La lógica se aplicó al lenguaje de
las disciplinas para distinguir en ellas aquellas que expresaran proposiciones de aquellas
que no lo hicieran.

La racionalidad de la ciencia, según Carnap, se halla en que utiliza proposiciones. La


teoría de la reducción de conceptos de Nagel supone, como se vio, que las teorías son
sistemas de símbolos que por su orden lógico pueden traducirse unos a otros. Pero no
todos los enunciados pueden ser parte de una ciencia madura. En ese sentido, la teoría
de la constitución de conceptos de Carnap explica cómo las teorías pueden traducirse
sobre la misma base empírica. Esta sería una característica única de la ciencia madura,
imposible para la metafísica:

En el caso de la mayoría de las palabras de la ciencia, es posible precisar


su significado retrotrayéndolas a otras palabras (…). Por ejemplo:
““artrópodos” son animales que poseen un cuerpo segmentado con
extremidades articuladas y una cubierta de quitina””. (…) De esta manera
cada palabra del lenguaje es retrotraída a otras palabras y finalmente a
las palabras que aparecen en las llamadas “proposiciones de
observación” o “proposiciones protocolares”. A través de este
retrotraimiento es como adquiere su significado una palabra
(Carnap1961: 454)

Que la ciencia utilice proposiciones, significa, entonces, que sus teorías o sistemas de
símbolos se constituyen sobre la base de enunciados que refieren directamente a la
realidad, llamados “proposiciones de observación” por Schlick o “proposiciones
protocolares” por Neurath. La característica fundamental de una proposición, sería, que
puede decidirse su verdad o su falsedad mediante una inspección en la realidad. De este
modo, Nagel supone que la reducción de teorías de la forma segunda puede considerarse
un progreso por el aumento del poder explicativo de unas teorías que traducen símbolos
de otras. La unificación lógica del conocimiento proposicional (científico, entonces) era
una probabilidad muy grande para los empiristas lógicos. La imaginación científica ya
había dado con grandes teorías que subsumían a otras constituyendo un todo integrado
en que, por ejemplo, “la teoría cuántica moderna engloba ahora no solo gran parte de la
física clásica, incluso la mecánica, sino también la química” (Nagel 1972:64)

La posibilidad básica de este análisis lógico y de una gran ciencia universal (Neurath y
otros 1995) supone la posibilidad, también, de que se logre la verificación de las
proposiciones en la experiencia. Así pues, la verificación de las proposiciones es el otro
gran criterio para establecer la racionalidad científica.

1.1.2. La verificación científica de proposiciones

El Círculo de Viena mantuvo una postura empirista, pero nunca hubo total acuerdo sobre
la naturaleza de lo que llamaron lo dado. Por un lado, para Schlick, solo tenían sentido
aquellos enunciados cuyos conceptos podían ser constituidos hasta conceptos
ostensibles, es decir, conceptos que designan propiedades o magnitudes fácilmente
observables (Schlick 1993:92). Solo los enunciados que se componen de estos conceptos
pueden llamarse proposiciones, porque solo de ese modo tienen sentido empírico; es
decir, porque sus conceptos son ostensibles, pueden ser las proposiciones verdaderas o
falsas:

El primer paso de todo filosofar y el fundamento de toda reflexión,


consiste en advertir que sencillamente resulta improbable establecer el
significado de cualquier enunciado, si no es describiendo el hecho que
debería existir si el enunciado fuese cierto; si el hecho no existe,
entonces el enunciado es falso (Schlick 1993: 92-93)

Ya Wittgenstein había caracterizado los enunciados científicos como las únicas


proposiciones con sentido, es decir, las únicas que pueden ser verdaderas o falsas.
Además, concernió la experiencia psicológica con la construcción lingüística sobre la base
de las relaciones lógicas en su teoría pictórica de la realidad y afirmó que “en la
proposición se expresa sensoperceptivamente el pensamiento” (3.1). La proposición
reproduce la relación lógica entre los objetos mentados, por eso la verdad o la falsedad no
se predica sino que se constata. Es decir, no se puede decir que florero es verdadero o
falso, aunque bien es uno de los llamados conceptos ostensibles; pero sí puede
mostrarse si la proposición el florero está sobre la mesa es verdadera o falsa si se
comprueba la relación lógica de los conceptos en la realidad. Sobre estas distinciones,
Ayer, sin embargo, no llegará a la mismas conclusiones que Schlick, pues,

Lo que no podemos admitir nosotros es que toda proposición sintética


pueda ser puramente ostensiva. Porque la noción de una proposición
ostensiva parece encerrar una contradicción en los términos. Implica que
podría haber una oración que constase de símbolos puramente
demostrativos y que fuese, al mismo tiempo, inteligible. Y esto ni siquiera
es una posibilidad lógica. Una oración que constase de símbolos
demostrativos no expresaría una autentica proposición (Ayer 1971: 106)

Esta constatación sugirió que la verificación de las teorías, que como se sabe serían
sistemas amplios de proposiciones lingüísticas, tenía como núcleo las proposiciones de
observación, pero entendiendo estas como afirmaciones de relaciones de objetos. Antes
de ello, Schlick todavía sugería que la verificación de una proposición tenía como base los
datos sensoriales dados. En efecto, así como Wittgenstein diferenció entre proposiciones
atómicas y moleculares, y estableció la verdad de las últimas como función de las
primeras, el empirismo lógico, en un principio, distinguió entre proposiciones de
observación, cuya causa son lo dado en la experiencia, de las teorías que se componen
de aquellas. De este modo, se relacionó también la experiencia psicológica con la
construcción lingüística; las proposiciones de observación que refieren a lo dado debían
ofrecer

Los hechos con absoluta simplicidad, sin retoque, sin modificación ni


añadidura alguna, en cuya elaboración consiste toda ciencia, y que
anteceden a todo conocimiento, a todo juicio referente al mundo (Schlick
1993: 215)

El Círculo de Viena, casi de inmediato, se dio cuenta de que el criterio de verificación


podía dejar fuera de la ciencia a teorías ampliamente aceptadas como la teoría de la
gravitación universal, pues ¿qué observaciones pueden hacer verdadera o falsa esta
teoría? Esta se compone de proposiciones que expresan más que solo conceptos
ostensibles, expresan relaciones (Ayer 1971:66-67).
Schlick y Ayer, ante este impase, desarrollaron el criterio de verificación en principio. El
primero, por su parte, continuó creyendo que existían proposiciones sobre lo dado, de tal
modo que no podía haber “otra prueba y confirmación de las verdades que no sea la
observación” (1993:62). Sin embargo, aceptó que la conexión de la base empírica con
algunas teorías no era directa, sino que debería bastar con que las proposiciones de las
teorías fueran constituidas hasta proposiciones sobre lo dado, aunque la experiencia
psicológica no se hubiera llevado a cabo:

No hay la menor duda de que la proposición “existe una montaña de tres


mil metros de altura en el otro lado de la luna” tenga un sano sentido,
aunque carezcamos de medios técnicos para verificarla. En el supuesto
de que sobre sus bases científicas y con certeza supiéramos de que no
hubiera posibilidad de que algún hombre llegara en alguna ocasión al otro
lado de la luna, ello no invalidaría su posibilidad significante; la
comprobación o verificación sigue siendo algo concebible (1993:94)

Ayer, por su parte, considera que tampoco las proposiciones sobre lo dado (ni las
concebibles ni las concernientes de facto a experiencias psicológicas directas) sean
concluyentemente referencias a la realidad, pues la experiencia depende de la mente del
sujeto cognoscente y, en tal sentido, las experiencias son contingentes por lo que las
proposiciones sobre lo dado también tienen esa naturaleza. Esto, porque, así como las
teorías, tales proposiciones serían construcciones lógicas de relaciones en el mundo. En
su propuesta, Ayer intenta distinguir con la mayor claridad posible los contenidos
psicológicos de los contenidos lógicos, pues en tanto que construcciones lógicas, las
proposiciones sobre lo dado pueden ser verdaderas o falsas, en cambio, en tanto que
contenidos de sensación, lo dado no puede ser ni verdadero ni falso debido a su carácter
eminentemente subjetivo, pues ¿Cómo pueden comunicarse las sensaciones personales?
Una experiencia sensorial, en tanto que parte de la sensación y no como aprehensión real
de objetos, se define como contenido sensorial orgánico. En ese sentido, la experiencia
no es comunicable entre dos sujetos a los que solo pertenecen sus propios contenidos
orgánicos (Ayer 1971:147). De hecho, Ayer considera que su postura es análoga a la de
Hume, para quien no existe un yo sustantivo, sino que aquello que se llama yo no es más
que la suma de la historia total de experiencias sensoriales (1971:143). También, por ello,
Nagel se esforzó en exponer el cambio de teorías como un proceso lógico en el que
importa el progreso objetivo de la ciencia y, este progreso objetivo, se evidencia en la
amplitud del poder explicativo de las teorías. Además, Ayer y, luego, Hempel en su trabajo
sobre la inducción, redelinearon las investigaciones del empirismo lógico.
Ayer, sobre la distinción entre verificación fuerte y verificación en principio, se esforzará
en distinguir los contenidos psicológicos de los contenidos lógicos del sujeto y, en ese
sentido, asumirá que no existen proposiciones incorregibles. Por un lado, su distinción
entre verificación fuerte y verificación en principio es análoga a la de Schlick:

Todavía no se ha inventado ningún cohete que permita ir y mirar a la cara


oculta de la luna, de modo que me veo incapacitado para decidir la
cuestión mediante la observación real. Pero yo sé qué observaciones la
decidirán para mí, si alguna vez, como es teóricamente concebible, me
encontrase en situación de hacerlas (1971:41)

Sin embargo, considera que estas observaciones que de facto no se han dado son, más
que percepciones, construcciones lógicas consistentes no con otras percepciones, sino
con otras construcciones lógicas. De esto se desprende dos consecuencias. Primero, que
las sensaciones no constituyen conocimiento alguno, pues no pueden ser ni falsas ni
verdaderas. Segundo, que incluso las proposiciones sobre lo dado serían construcciones
lógicas sobre contenidos de experiencias (Ayer 1971:71-74). De este modo, Ayer
desestima la verificación concluyente de las proposiciones y vuelve a un antiguo problema
¿cuál es la base última del conocimiento? En efecto, las sensaciones no constituyen
conocimiento porque no cumplen el requisito de objetividad ni, por eso, el requisito de
sentido. Solo los enunciados, como se vio, pueden ser objetivos y pueden ser verdaderos
o falsos. Sin embargo, no sucede lo mismo con las sensaciones personales. Tampoco los
recuerdos de sensaciones pueden ser conocimiento, a menos que se objetiven en
sistemas de símbolos que, no obstante, por ello mismo, se vuelven lógicos y dejan de ser
contenidos psicológicos:

Decir que un símbolo está constituido por signos que son idénticos entre
sí en su forma sensible, y en su significación, y que un signo no es un
contenido sensorial, o una serie de contenidos sensoriales, que se
emplea para transportar una significación literal, no es decir que un
símbolo sea un conjunto o sistema de contenidos sensoriales. Porque
cuando hablamos de determinados objetos, b, c, d… como elementos de
un objeto e, y de e como constituido por b, c, d,…, no estamos diciendo
que formen parte de e, en el sentido en que mi brazo es una parte de mi
cuerpo, o que un conjunto particular de libros de mi estantería es parte de
mi colección de libros. Lo que estamos diciendo es que todas la frases en
que aparecer el símbolo e pueden traducirse a frases que no contengan
e, ni símbolo alguno que sea sinónimo de e, sino que contienen símbolos
b, c, d,…, (Ayer 1971:72)
Los conceptos, y las proposiciones que los contienen, son construcciones lógicas a partir
de una base sensorial. De este modo, las proposiciones incorregibles no son posibles,
pues se suponen que debían objetivar los hechos sin alteración alguna. Las percepciones
y, por tanto, las proposiciones, pueden variar:

“¿Cuál es la naturaleza de una cosa material?” es, como cualquier otra


pregunta de esa forma, una cuestión lingüística, porque es la búsqueda
de una definición. Y las proposiciones que se formulan como respuesta a
ella son proposiciones lingüísticas, aun cuando puedan ser expresadas
de tal modo que parezcan factuales. Son proposiciones acerca de las
relaciones de símbolos, y no acerca de las propiedades de las cosas que
los símbolos representan (Ayer 1971:74)

La científica objetividad y la racionalidad, para el empirismo lógico, vendría dada por esta
consistencia lógica de los sistemas de símbolos, que son las teorías, leyes e hipótesis;
consistencia que se evidencia en la mutua traducción o, como Nagel lo llamó, capacidad
de reducción de unas a otras. Queda, no obstante, conocer el papel de la experiencia,
pues el neopositivismo es lógico, pero también empírico. Para Ayer, un empirismo
consistente con un sistema lógico de proposiciones o sistemas de símbolos, solo puede
ser ofrecido por un fenomenalismo. Según esta postura, toda referencia a la existencia de
objetos de lo que no se tenga inmediata percepción constituye una afirmación metafísica.
Pero la referencia fenomenalista de los objetos, es la única posibilidad de referencia. La
certeza, pues, de la sensación no es lógicamente justificable como se creía en el mismo
Círculo de Viena (Ayer 1971:141)

La consistencia del empirismo lógico que desarrolla Ayer lo llevó a desestimar el problema
de la génesis del conocimiento. Esta postura se haría compatible con aquella que
ofrecería como origen de las teorías a la imaginación del científico. Pero además, este
empirismo rechazaría toda referencia al mundo, rechazaría la posición realista, no porque
fuera imposible, sino porque no es lógicamente comprobable:

No debe pensarse que, al negar que nuestro conocimiento empírico


tienen una base de certidumbre, estamos negando que todos los objetos
son realmente “dados”. Porque decir que un objeto es inmediatamente
“dado” es, sencillamente, decir que constituye el contenido de una
experiencia sensorial (…). Todo lo que sostenemos en relación con todo
esto es que cualquier descripción del contenido de toda experiencia
sensorial es una hipótesis empírica, de cuya validez no puede haber
garantía alguna (1971: 142)
Los contenidos sensoriales, para Ayer, se “producen”, pero en sí mismos no son lógicos ni
físicos. Las construcciones lógicas son el nivel básico de análisis:

De modo que, cuando distinguimos un objeto mental dado de un dato


físico dado, o un objeto mental de otro objeto mental, o un objeto físico de
otro objeto físico, estamos, en cada caso, distinguiendo entre diferentes
construcciones lógicas, de cuyos elementos no puede decirse que sean
ni mentales ni físicos (1971:144)

El rechazo del realismo significa, no solo el rechazo de “un mundo suprasensible, que es
objeto de una intuición puramente intelectual” (Ayer 1971:158), sino que también, un
mundo que está fuera de lo inmediatamente dado en una percepción sensible. De hecho,
Ayer podría afirmar junto con Berkeley: Esse est percipis1. ¿Las cosas, entonces, pueden
existir sin que las percibamos? Al contrario de Berkeley, Ayer dirá que existen razones
para suponerlo, pero como tal enunciado no es empírico, nada puede afirmarse
(1971:171). Entonces, además, ¿sobre qué bases o procesos lógicos se pueden continuar
planeando la vida? ¿Cómo esperar que mi mesa y silla aguardarán al amanecer de la
misma naturaleza y modo en que los dejo de madrugada? Que es lo mismo que ¿cómo la
ciencia, sobre la base de un empirismo consistente, puede ser predictiva?

En la respuesta a esta cuestión, Ayer muestra otra vez que su análisis anticipó futuras
interpretaciones de la racionalidad científica. En efecto, si las teorías toman su significado
de las proposiciones experienciales, que no son absolutamente verificables, ello quiere
decir que la falla en una teoría o una hipótesis traspasa la inconsistencia hacia otras
teorías. La inconsistencia lógica, pues, de una teoría, significaría la inconsistencia lógica
de un conjunto de teorías, como más adelante lo evidenciarán Kuhn y Lakatos:

Supongamos que hemos proyectado un experimento para probar la


validez de una “ley” científica. La ley establece que, en ciertas
condiciones, sobrevendrá siempre un cierto tipo de observación. En este
ejemplo en particular, puede ocurrir que realicemos la observación (…).
Entonces, no es solo la ley misma la que es comprobada, sino también
las hipótesis que afirman la existencia de las condiciones requeridas.
Porque solo suponiendo la existencia de las condiciones podemos
sostener que nuestra observación es adecuada a la ley (1971:109)

En otras palabras, la predicción científica es posible solo si se asume la existencia de las


condiciones necesarias para que una hipótesis se verifique. Esto es, la inducción tiene el

1
Tradicionalmente comprendido como “ser es ser percibido” (Ayer 1971:165)
papel de justificar, de algún modo, la creencia en el futuro, así como la regularidad y la
explicación científicas,

Porque lo que nosotros afirmamos cuando decimos de una cosa que


existe aunque nadie esté percibiéndola es, como hemos visto, que si se
cumpliesen determinadas condiciones relativas, principalmente, a las
facultades y a la posición de un observador, se producirían determinados
contenidos sensoriales, pero que, en realidad, las condiciones no se
cumplen (Ayer 1971:171)

1.1.3. El papel de la inducción

Se ha visto que la postura del empirismo lógico, desarrollada por Ayer, desestima toda
investigación sobre la realidad del mundo. En ese sentido, se pone en duda la referencia
inductiva inicial de los conceptos hacia objetos reales, tal como lo había requerido Schlick.
En efecto, los enunciados contrastadores de una hipótesis o ley científica, eran
enunciados del tipo “lo que veo, lo veo” (Schlick 1993:225). El fenomenalismo, entonces,
es la postura más coherente con respecto a la posición empirista, pues la existencia del
mundo no puede ser verificada, en cambio las percepciones directas sí, pues son
orgánicas, relativas a las capacidades biológicas del sujeto. Sin embargo, la cuestión
posterior es que el fenomenalismo no justifica la explicación ni la predicción científica. La
inducción, pues, según Hans Reichenbach y Carl Hempel, tendría el papel de justificar el
carácter explicativo y predictivo de la ciencia sin la cual, la objetividad y la racionalidad
científicas, desde el punto de vista del empirismo lógico, se verían mermadas. En lo que
sigue, se expone las posturas de Reichenbach y de Hempel respecto del papel de la
inducción. El primero, asume que la inducción debe justificar el grado de probabilidad de
una ley científica, toda vez que la verificación fuerte no es posible. Hempel, por su parte,
considera que antes que leyes con lo que trabaja el científico son hipótesis, por lo tanto, la
probabilidad es una probabilidad de las hipótesis. En tal sentido, la verificación empírica
es contrastación de un conjunto de hipótesis que ofrecen probabilidad, a su vez, a la
hipótesis contrastada.

Predecir científicamente un hecho significa anticipar las características y relaciones del


mismo con un conjunto de condiciones iniciales. Esto es, se anticipan las condiciones que
harían posible la ocurrencia de cualquier hecho o fenómeno manifestado por los objetos.
Por ejemplo, se puede sugerir la sencilla siguiente proposición: si se calienta un metal lo
suficiente, entonces este se expandirá. Se anticipa el fenómeno (la expansión del metal)
dadas las condiciones iniciales (calentar lo suficiente). Ahora bien, la cuestión central es
que la proposición del ejemplo no ha sido experimentada de facto, entonces ¿qué
sostiene la afirmación el metal se expandirá? En otras palabras ¿sobre qué bases se
justifica que las condiciones iniciales se relacionan con la hipótesis? Se puede citar la
experiencia pasada para justificar la predicción. Sin embargo, se ha visto que esta
experiencia justifica proposiciones sobre lo “dado”, pero no justifica las relaciones de tales
proposiciones con otras proposiciones, sino que tales relaciones son lógicas. En efecto,
Reichenbach cree que el problema se puede solucionar si las relaciones lógicas de las
proposiciones también pueden ser explicaciones de relaciones empíricas (1965:130 y
SS), y la relación empírica que, según él, explica la predicción es la relación causal de los
hechos y/o fenómenos.

En el concepto de causalidad, según Reichenbach, se hallan subsumidos cuatro


diferentes principios. El primero y, quizás, el más importante es el principio de causalidad.
Este principio es el que permite afirmar la conexión entre dos fenómenos; es principio
porque asume, de un modo general, que los fenómenos muestran características y
relaciones que funcionalmente pueden ser halladas en otros fenómenos. Como se ve, el
peligro latente es la interpretación de este principio como un a priori. El segundo principio
subsumido en el concepto de causalidad es aquel que sugiere que los fenómenos se
relacionan sin importar la determinación del espacio o del tiempo; ello “equivale a negar la
relevancia causal del espacio y tiempo. En otras palabras: las coordenadas espacio y
tiempo no parecen explícitamente en las leyes de la naturaleza” (Reichenbach 1965:138).
El tercer principio es el principio de la acción por contacto que sostiene que únicamente
se hacen comprensibles los efectos de una causa mediante la propagación de aquellos de
manera continua en el espacio (1965:138). El cuarto principio es aquel afirma la existencia
de un orden temporal en los acontecimientos, es decir, permite “asignar índices
temporales uniformes a todos los acontecimientos naturales, de tal forma que la causa
preceda siempre al efecto en el tiempo” (1965:139). Los cuatro principios subsumidos en
el concepto de causalidad, según Riechenbach, justifican la predicción y explicación
científicas.
En primer lugar, el principio de la causalidad es un principio inductivo cuyo origen no es a
priori, sino que, sobre la base de lo anticipado por Ayer, su origen son las relaciones
fenoménicas producidas en la experiencia. Según Riechenbach, estas relaciones, sin
embargo, no son únicas y exclusivas de la percepción directa, sino que constituyen
relaciones funcionales. Es decir, vendrían a ser relaciones que se expresan en lenguaje
lógico y que son producidas en otras circunstancias, aunque los fenómenos ya no sean
los mismos. Se puede afirmar, únicamente, que los acontecimientos naturales están
relacionados entre sí sobre la base de estas relaciones funcionales, pues los
acontecimientos de facto son diferentes, pero las relaciones serían re-producibles. En tal
sentido, sin importar el tiempo pasado, presente o futuro, este principio relaciona sin más
los hechos o fenómenos observados con lo no observados:

La relación funcional surge de consideraciones puramente inductivas. En


consecuencia, hablamos de un principio inductivo de causalidad. El
término “principio de causalidad” puede expresar el hecho de que la
inducción se lleve a afecto mediante una relación funcional que determina
los acontecimientos no observados. El principio inductivo de causalidad
dice que mediante una relación funcional se pueden predecir
acontecimientos no observados partiendo de los observados, siendo
indiferente que los primeros radiquen en el futuro, en el pasado, o sean
simultáneos al acto de observación” (Reichenbach 1965:137)

La característica de toda ley científica, según el empirismo lógico, es su universalidad más


que su generalidad. Esta supondría una relación funcional para cualesquiera fenómenos
observados de facto, pero la universalidad afirma la relación funcional para cualquier
fenómeno, sin importar el espacio o el tiempo. Por otro lado, el tercer principio subsumido
en el concepto de causalidad es el que debería ser usado para comprobar empíricamente
la predicción universal aunque pareciera contradictoria tal pretensión. En efecto, la
comprobación empírica, en el empirismo consistente de Ayer, requiere que la proposición
experencial se relacione directamente con las sensaciones orgánicas producidas por la
experiencia. Sin embargo, este tercer principio afirma que los efectos experimentados en
un cuerpo se transmiten de cuerpo a cuerpo, por lo que es siempre posible re-producir la
experiencia. Así pues, una inferencia inductiva sobre un fenómeno no observado se
prueba por la reproducción de la experiencia inicial, es decir, por la reproducción de las
relaciones funcionales (Reichenbach 1965:139). En tal sentido, la predicción supone la
explicación de los fenómenos en sus características, es decir, predecir es lo mismo que
explicar. Por ejemplo, se puede pedir la explicación para los siguientes casos: ¿por qué,
conforme avanza el día, sopla viento más fuerte desde el mar? ¿Por qué los organismos
vivos requieren comida para vivir? Y la explicación no es más que la afirmación de
condiciones que deben cumplirse para que el fenómeno ocurra. La explicación, pues,
tiene la misma forma lógica que la predicción: dada una ley general y condiciones
iniciales, se pueden colegir las características de un fenómeno futuro:

Por ejemplo, observamos que a medida que el día avanza empieza a


soplar viento del mar a la Tierra; explicamos este hecho por la ley general
de que los cuerpos calientes se dilatan y aligeran de este modo según
proporciones iguales (…) Observamos que los organismos vivos
necesitan alimentos para poder existir; explicamos este hecho por la ley
general de la conservación de la energía. La energía que los organismos
gastan en sus actividades debe ser sustituida con las calorías de los
alimentos (Reichenbach 1967: 16)

Queda, sin embargo, una cuestión que explicar. Las relaciones funcionales permiten
inferir fenómenos no observados, es decir, se espera que la misma función de un conjunto
de hechos observados sea la misma para otro conjunto de hechos no observados. No
obstante, los posibles conjuntos de hechos no observados son infinitos. Es decir, las
relaciones funcionales se verifican para cualesquiera hechos tomados en consideración,
pero de aquellos que no, la universalidad de una ley científica no se comprueba. La
solución de Reichenbach es proponer un principio de probabilidad. El principio de
probabilidad justifica el uso del principio de inducción porque, primero, aquel establecería
un número finito de conjeturas de hechos a los que aplicar la inducción; segundo, por ese
motivo, la probabilidad permite establecer una ley particular de la naturaleza de modo tal
que puede ser puesta a contrastación (Reichenbach 1965:141-150) Luego, obtener una
ley general de la naturaleza implica, otra vez, llevar a cabo una inferencia de probabilidad
que asume que la misma función será obtenida en una secuencia infinita de conjuntos de
hechos:

La afirmación de que nuestra función representa más que una mera


descripción de datos observables, que representa una ley objetiva, una
descripción de todas las observaciones posibles depende de la aplicación
de una inferencia de probabilidad (1965:149)

En otras palabras, se acepta una ley científica como racional debido a su alto grado de
probabilidad. Las ingentes observaciones pasadas y presentes en las que se cumple una
función cualquiera para los fenómenos, hacen muy probable la afirmación de que la
misma función se cumpla en cualesquiera casos no observados, pero empíricamente
observable en principio, de fenómenos. Es razonable, por ejemplo, esperar que cuando se
lance una piedra al aire con la fuerza de las manos esta caiga al piso nuevamente.
Mientras más experiencias se tengan de este fenómeno, más alta su probabilidad en el
futuro será. Esto equivale a decir que se aplica el principio de la inducción.

Por el contrario, Carl Hempel critica la pretensión de que las conexiones causales sean
necesarias. De hecho, Hempel retira el título de regla lógica a la inducción; primero,
porque, a diferencia de lo que creía Reichenbach, los fenómenos no poseen relaciones
causales necesarias, ello implica, segundo, que incluso las leyes científicas son hipótesis,
pues los datos empíricos solo apoyan hipótesis. En cambio, según el mismo Hempel, la
creencia de que los datos empíricos apoyan leyes es producto de lo que él llama la
concepción de la inducción estrecha (1987:25 y SS). Esta supone que la ciencia tiene
cuatro estadios. Estos son la observación, la clasificación, la derivación inductiva o
hipótesis y contrastación de las generalizaciones. Básicamente, esta postura sostiene que
las hipótesis solo aparecen en el tercer estadio y que no influyen en la sistematización de
datos. En efecto, Reichenbach creía que las relaciones funcionales se obtenían de la
experiencia de cualesquiera fenómenos observables. Pero, para Hempel, la
sistematización no es posible de modo relevante sin establecer relaciones empíricas y
lógicas con hipótesis ya asumidas. Por ejemplo, para averiguar ¿por qué las mujeres
parturientas de una sala de hospital A fallecen en mayor medida que las mujeres de una
sala B del mismo hospital?, sin usar hipótesis previas, podría llevar a sistematizaciones
irrelevantes como las relacionadas a la edad, sexo, dieta, estado civil, color de piel, el
temor al demonio, el número de hijos, etc. Pero si la hipótesis es que la comida es la
causante de la muerte, entonces, solo tales datos relevantes y no otros serán necesarios
(Hempel 1987:28). Las hipótesis científicas son inventos de la mente científica que, sobre
la base de datos empíricos, los asume relevantes para explicar un fenómeno o problema:

No hay, por tanto, “reglas de inducción” generalmente aplicables por


medio de las cuales se puedan derivar o inferir mecánicamente hipótesis
o teorías a partir de los datos empíricos. La transición de los datos a la
teoría requiere imaginación creativa. Las hipótesis y teorías científicas no
se derivan de los hechos observados, sino que se inventan para dar
cuenta de ellos. Son conjeturas relativas a las conexiones que se pueden
establecer entre los fenómenos que se están estudiando, a las
uniformidades y regularidades que subyacen a estos (Hempel 1987:33)

El papel de la inducción, para Hempel, es el de ser un canon de validación en lugar de


descubrimiento de hipótesis. No obstante, queda fuera de lugar la verificación fuerte de
las proposiciones y, con ello, toda proposición científica es hipótesis. En este sentido, por
la inducción, una hipótesis solo se confirma por la gran cantidad de fenómenos empíricos
que le prestan apoyo. La inducción, pues, ofrece un criterio para decidir qué datos son
relevantes y cuales no respecto de una hipótesis. En este sentido, también Hempel cree
que la contrastación de hipótesis es una contrastación conjunta de la hipótesis en
cuestión y las demás que le prestan apoyo. Por ejemplo, si el problema es ¿por qué las
mujeres parturientas de la sala A mueren en mayor medida que las parturientas de la sala
B? y si la hipótesis es que en la sala A los médicos no se lavan las manos luego de abrir
cuerpos muertos, entonces, la implicación contrastadora es que si los médicos se lavan
las manos con una solución de cal clorural, en lugar de solo agua y jabón, para eliminar
los residuos cadavéricos de las manos, ello disminuirá la mortandad (Hempel 1987:43).
Pues bien, tal implicación contrastadora asume que el jabón no es suficiente como la cal
para limpiar las manos de los médicos. Además, se asume que el contacto con el cadáver
es lo que contamina las manos y no otro elemento:

Por tanto, no estamos autorizados a afirmar aquí que si la hipótesis H es


verdadera, entonces debe serlo también la implicación contrastadora I,
sino solo que si H y la hipótesis auxiliar son ambas verdaderas, entonces
también lo será I (Hempel 1987:43)

Toda hipótesis se contrasta junto a teorías auxiliares y condiciones iniciales. Asumir una
hipótesis implica asumir inductivamente que las condiciones iniciales como el medio
ambiente, la temperatura, la altura, la velocidad, etc., son todas correctas respecto de lo
que exige la hipótesis.

1.1.4. La racionalidad científica según el Círculo de Viena

El método de la reducción de teorías para explicar la racionalidad del cambio de las


mismas en la ciencia, se ha visto, era un método lógico y empírico. ¿Qué significa
racionalidad científica según esta postura? Racionalidad científica sería la capacidad que
tiene la ciencia para ofrecer criterios lógicos que justifiquen el abandono de unas teorías
por otras consideradas mejores y que, suponen, un progreso o avance en el conocimiento
de un modo progresivamente lineal. Este último, se ha visto también, en la medida que
puede llamarse racional, según el empirismo lógico, se debe obtener mediante un método
seguro y objetivo, como el análisis lógico. El panorama de la metodología del Círculo de
Viena no estaría completo si no hacemos mención a uno de sus principales objetivos, la
eliminación de la metafísica. Solo si se inscribe la comprensión el empirismo lógico en su
amplia lucha contra la metafísica, se comprende su apego a la lógica y la matemática,
pero, además, salen a la luz sus contradicciones.

En primer lugar, el neopositivismo nace como una metodología normativa, esto es, una
metodología que ofrece reglas y criterios que deberían seguir los científicos. Ahora, toda
metodología tiene sus propios fines y, en ese sentido, el empirismo lógico evolucionó
hacia un fenomenalismo en que difícilmente se podría justificar, primero, la verdad de la
realidad como objetivo y, segundo, la total validez del criterio empírico. Respecto del
primer punto, el fenomenalismo del empirismo consistente de Ayer hace imposible
establecer la verdad de la realidad como objetivo, porque el mismo criterio supone tal
pretensión como “irracional”, es decir, imposible de ser abarcado por él. Todo enunciado
respecto de la “realidad” es necesariamente un sin sentido. Entonces, pues, el empirismo
lógico falla como metodología normativa porque la historia de la ciencia muestra que esta
disciplina se desenvuelve como si las teorías y los conceptos que postulan relaciones
teóricas existen en la realidad. No hay mayor hipótesis a favor de esta pretensión que
cuando se ve la incidencia de la ciencia en la vida humana por medio de la tecnología.

En segundo lugar, el empirismo lógico, se ha visto, anticipó algunas posturas filosóficas


como la imposibilidad de la justificación inductiva de las proposiciones en la experiencia o
la que afirma que toda teoría se contrasta junto con un conjunto de teorías que le prestan
evidencia. Pero a pesar de ello, el empirismo lógico mantuvo la inducción como la
justificación de la unidad científica en la reducción de teorías. Su objetivo contra la
metafísica no permitió otros criterios para explicar este avance, por ejemplo, Richenbach
distinguió en la actividad científica los dos famosos contextos, el de justificación y el de
descubrimiento. El contexto de descubrimiento bien podía ser objeto de la historia, pues
en él se halla la explicación del trabajo científico en términos de creencias, pensamientos,
errores, logros, fracasos, así como los cientos de intentos para fabricar, dígase, la
bombilla, etc.; en cambio, el contexto de justificación debía hacer abstracción de tales
datos y ofrecer la explicación lógica y matemática de los descubrimientos. La irrupción de
un contexto en otro es problemática cuando el de descubrimiento (que es subjetivo)
invade al de justificación (que es objetivo), de ese modo,

Las oscuras concepciones de los sistemas filosóficos han tenido su


origen en ciertos motivos extralógicos que intervienen en el proceso del
pensar. A la legítima búsqueda de explicaciones por medio de la
generalidad se le ofrece una seudo-satisfacción con lenguaje de
imágenes. Esta intrusión de la poesía dentro del terreno del conocimiento
es estimulada por un impulso de construir mundos imaginarios, que
puede tomar el lugar de la búsqueda de la verdad. La tendencia a pensar
en imágenes puede llamarse un motivo extralógico, porque no representa
una forma de análisis lógico sino que tiene su origen en necesidades
mentales ajenas al reino de la lógica (1967: 37)

Aceptar que existen otros criterios que unifican las teorías científicas, sería aceptar que
los motivos extra lógicos son gravitantes en la historia de la ciencia y, por eso, la
metafísica también. Sin embargo, no es posible ofrecer ni una metodología normativa ni
una explicación de la actividad científica si no se acepta que los componentes extra
lógicos, como los llama Reichenbach, tienen influencia en la ciencia, aunque sea solo
como una creencia razonable de que existe el mundo. Sino ¿tendría sentido hablar de
investigación científica si no se acepta la existencia de aquel? ¿Qué es lo que la ciencia
pretende conocer? De esto, el conocimiento que sostiene la inducción en el metodología
científica del Círculo de Viena es un conocimiento subjetivo porque se sostiene en la
creencia psicológica de la evidencia empírica: yo veo, yo creo, yo pienso, etc.

Vous aimerez peut-être aussi