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El centro sur mexicano está cruzado por dos grandes fallas, una geológica y expuesta a huracanes y
otra creada por el orden social dominante. Ahí se anudan algunas de las ciudades triunfadoras de la
globalización con miles de pueblos resultado de poblamientos milenarios, las riquezas Forbes con
las mayores pobrezas de América Latina y del mundo, el individualismo extremo y viejas raíces
comunitarias. Su condición es frágil y precaria. Es vulnerable por esas dos grandes fallas. Dos masas
de fuerza que destejen patrimonios y horizontes de individuos, familias y comunidades, una natural,
otra construida, imaginaria, fruto de las relaciones de poder.
El centro sur se asienta sobre cinco placas que en sus acomodos y fricciones la someten hasta a 40
sismos diarios. Es un suelo que tiembla poco conocido en el norte y la península yucateca. El 7 de
septiembre un sismo de 8.1 de intensidad impactó a la región del Istmo y a la costa de Chiapas como
efecto de los movimientos de dos grandes placas, la del Norte y la de Cocos. El 19 de septiembre el
reacomodo al interior de otra placa provocó el sismo de 7.1 que se expandió por el centro – sur. En
ambos casos las sociedades rurales y urbanas vieron afectadas vida y patrimonios e igual salieron
de la seguridad de sus casas y se volcaron hacia la ayuda para desenterrar al vecino, al rescate en
los edificios derrumbados, al resguardo de santos y objetos de culto en Iglesias con torres y bóvedas
destruidas, a la compra de agua, alimentos, mantas para donar en los centros de acopio. El desastre
natural liberó, en franca paradoja, el magma de la energía plural y ciudadana. Arrojó un ánimo civil
y solidario que alumbró ciudades y pueblos, zonas de clase media alta y poblaciones precarias.
El hilo conductor
Este escrito quiere seguir la huella de esa potencia social que se expresó primero en el rescate de
atrapados, luego en la pugna por defender la acción civil ante la presencia de marinos y policías que
intentaban desplazarla, siguió con las decisiones técnicas para calibrar la magnitud de los daños, las
urgencias oficiales por demoler, la realización de los censos de damnificados, las medidas a
implementar para que tuviesen recursos, hasta las propuestas de reconstrucción. No es una crónica
de esa potencia social en acto, sino su huella en cuatro grandes problemas que a juicio de quien
escribe se hicieron evidentes ante la quiebra del orden cotidiano por los sismos. La potencia social
indemne y sus problemas para coagular. El rechazo y la desconfianza de la gente hacia gobernantes
y partidos. La reconstrucción acelerada del orden hegemónico. Y la persistencia de las fracturas
sociales y simbólicas.
El primer 19 de septiembre, el del 85, dio luz a una densidad social organizativa donde tuvieron que
convivir no sin dificultades las organizaciones combativas del movimiento popular urbano surgidas
desde los años setenta y las asociaciones de damnificados que brotaron como hongos. Un momento
de cruce entre mentalidades y organizaciones populares radicales y el naciente sentido de “sociedad
civil” que acopia poder propio e incide en la acción de gobierno. Había además un segundo factor
de peso, una cultura dispuesta a asociarse a estos actores colectivos, ya sea como conocimiento
técnico alternativo, difusión masiva a través del periodismo, resignificación simbólica donde Carlos
Monsiváis fechó el nacimiento en México de la sociedad civil como poder del ciudadano. Un tercer
factor fue que ante la fuerza social activada, que al mes del sismo ya había constituido la
Coordinadora Única de Damnificados, un gobierno paralizado tuvo que ceder y aprovechar a
personajes y áreas dispuestas a construir una gobernabilidad mediante la concertación y el acuerdo
con entes colectivos. Se hizo posible entonces una de las incursiones sociales más relevantes en el
espacio de lo público, de impacto en recursos, políticas y conquistas, que negoció desde la vivienda
concreta hasta su proyección hacia zonas habitacionales y diseños urbanos. La reconstrucción de
ese momento, entre intentos clientelares del PRI por sacar raja de esa circunstancia, no tuvo más
que aceptar a la Coordinadora Única de Damnificados como su interlocutor central y a una miríada
de organizaciones a escala de calle, barrio o colonia. Se aceptaron diseños urbanos alternativos y se
hicieron posibles mediante expropiaciones de predios y el financiamiento con recursos públicos. El
pueblo actuaba en la política. 1985 no quedó ahí, activó un ciclo donde el sujeto híbrido fue
cobrando fuerza en las coyunturas calientes de 1988 con la primera y muy competida elección
presidencial, el 1994 zapatista y el primer gobierno de izquierda de la ciudad de México en 1997.
Limpiar la escena
En el segundo 19 de septiembre de este año una oleada nueva de acción colectiva se encontró con
grandes transformaciones en gobiernos, mercados, medios masivos, culturas, partidos y en la
formación de las subjetividades. Había cambiado el terreno, el poder aprendió, se hizo red que
colaboraba desde varios frentes autónomos y no permitió que se constituyeran actores civiles y
colectivos, un pueblo organizado.
La calidad de la movilidad social tanto en la ciudad de México como en ciudades pequeñas y pueblos
rurales fue impactante. Hubo la novedad de los jóvenes, sus maneras de actuar y visiones. En el
corredor de clases medias de la Roma-Condesa afectadas en la ciudad de México surgieron
iniciativas civiles que organizaron información y apoyos. El Centro Cultural Horizontal, convocó a
“más de un centenar de desarrolladores, diseñadores, economistas, matemáticos,
internacionalistas, antropólogos y sicólogos” que crearon una plataforma llamada #Verificado19S
que verifica y organiza información para hacer más eficiente la respuesta ciudadana”. Y también la
persistencia renovada de las comunidades. En el pueblo náhuatl de Hueyapan, trepado en la falda
del Popo, el 90% de las casas de sus casi seis mil quinientos habitantes fue derrumbado junto a su
palacio municipal e Iglesia. La asamblea popular activó su Guardia Comunitaria quienes organizaron
tanto al pueblo como a las ayudas de los brigadistas que empezaron a llegar. Ahí no llegó el Ejército
ni la Cruz Roja. En ese abanico tan dispar y abarcador, entre popular y ciudadano, urbano y rural,
con presencia masiva de los jóvenes, surgió esa fuerza civil plural y diversa que rescató y ordenó la
vida cuarteada. Sin embargo, estas potencias de energía social, de saberes, lenguajes y capacidades
cooperativas se toparon con un vaciamiento cultural y político. La acción, la organización política y
la reflexión alternativa se desplazó masivamente desde el cuerpo social a guetos culturales, a nichos
de periodismo convencional o bien, al terreno de la política institucional. Otra cosa ocurrió en 1985.
No pudo surgir una red organizativa, aunque si muchas experiencias diversas. Y en el terreno
simbólico faltó el mito que reconozca esta potencia en su condición local y de culturas diversas, y
que trabaje formas de cohesión que ya no pueden ser las probadas y desgastadas en el ciclo 1970-
2006. Falta el reencuentro de otra cultura y política imbricada con el cuerpo social.
Pero las muchas experiencias si toparon con varias señales de una gran mutación histórica. El
Gobierno Federal activó casi al mismo tiempo dos dispositivos, uno militar y técnico, el otro
financiero. El primero fue la intervención de la Marina, el Ejército y la policía en las áreas devastadas
para contener y desalojar la naciente acción colectiva. Siguió el acordonamiento de estas zonas
donde se tomó el control mediático y técnico: desde magnificar a expertos, marinos y políticos
percudidos, hasta inventar burbujas de atención como el de la escuela Rébsamen. Los dictámenes
de daños y los censos de afectados individualizaron los casos y sembraron la cimiente de una
reconstrucción unilateral, no pactada socialmente. Fue además una labor de supresión del conflicto
contra las inmobiliarias y de desarticulación de las redes sociales y comunicativas nacientes.
Los sismos de septiembre que alteraron el orden cotidiano, mostraron a la vez la potencial
asociativa y de cooperación de muy diversos segmentos de la sociedad y la dificultad de coagular
actores sociales y políticos novedosos y consistentes. La fragilidad del orden social hegemónico pero
también sus novedades y capacidades para controlar y aprovechar la catástrofe. Y como radiografía
despiadada, iluminaron las grandes brechas que recorren a este orden donde se asienta su crítica y
la posibilidad de su superación.
A las 3:02 del 20 de septiembre de 2017 la brigada de los topos denunció mediante un mensaje
enviado por Whatsapp que había “45 puntos de la ciudad de México donde está atrapada la gente,
el ejército y la policía no dejan que la gente ayude, que los miles de personas cooperen donde están
las personas atrapadas, ni siquiera para hacer cadenas humanas para acarrear escombros.” En los
tres primeros días las redes sociales se fortalecieron como comunicación alternativa para orientar
la acción ciudadana pero también para expresar el hartazgo hacia la casta política gobernante. Con
fotos o videos se mostró como cualquier político que asomó a la calle de inmediato fue repudiado.
Osorio Chong, secretario federal de Gobierno no pudo ni acercarse a unas fábricas siniestradas en
la Colonia Obrera pues los ciudadanos que laboraban en el rescate lo abuchearon y lo obligaron a
tomar las de Villadiego. Y lo mismo le pasó a los expresidentes panistas, Felipe Calderón y Vicente
Fox, que dejaron de tuitear sus “ideas” ante la reacción irónica de las audiencias digitales. Prosperó
el hashtag #PartidosDenSuDinero para la reconstrucción, se criticaron los altos sueldos de los
funcionarios del Instituto Nacional Electoral y un video que mostraba cómo los policías del Gobierno
de Morelos interferían a los tráiler que llevaban ayuda civil a los damnificados más castigados del
Estado y los desviaban hacia las bodegas del DIF en manos de la esposa del Gobernador para
etiquetarlos con su marca clientelar; desató una ola de ira y desconfianza hacia los tres niveles de
gobierno. Esa liberad comunicativa duró poco, fue interferida por robots y avisos falsos hasta que
el Presidente de la República pudo decir que era una fábrica de noticias falsas.
La República S. A.
Por un instante, los 40 segundos que duró el sismo abrió una posibilidad en el tiempo histórico. Que
el brutal acontecimiento abriera grietas en la recia armadura oligárquica del Estado actual donde
prosperara una redensificación de los intereses sociales y ciudadanos. En control de daños
apresurado, no se cierran sus brechas, se hacen gobernables mediante un co-gobierno de la
República representativa, desprestigiada pero con instrumentos poderosos, y la cúpula más alta de
la jerarquía social, no electa, sin regulación democrática, pero con mecanismos de legitimidad y
consenso muy poderosos. La hegemonía, dañada en sus componentes públicos, fortalece sus tejidos
previos surgidos de la razón neoliberal.
Sin embargo, hubo otro aspecto muy importante de esta evaporación de la confianza en el sistema
político nacido de la transición democrática a la mexicana fue capturado y condensado por los
contenedores de los medios masivos y de la iniciativa Fuerza México. La corrupción y el altísimo
costo de gobiernos y partidos, así como su alejamiento de las causas y esperanzas sociales permitió
un lavado y planchado de la otra gran casta gobernante, la de los negocios, cruzada como cebras
por muchas rayas negras de corrupción. Desde sus hombres selectos privilegiados con las
privatizaciones realizadas sin ninguna trasparencia, los salvamentos bancarios, carreteros y de
empresas como el grupo Alfa, orgullo de Monterrey, ahogada por deudas e ineficiencia, hasta su
asociación delictuosa con grupos gobernantes, miembros del poder legislativo y partidos políticos
para aprobar leyes complacientes que han favorecido a los grandes monopolios, o bien, para entrar
sin ninguna regulación apegada a norma a conseguir licitaciones y contratos en los mercados y en
la obra pública. Gracias al rechazo social a la casta política y al hábil manejo mediático hubo joyas
del cinismo público de alta calidad. Por ejemplo, los intentos publicitados de donaciones (a cargo
del gasto público) de senadores y políticos no al Fondo Nacional de Reconstrucción, de carácter
federal y público, sino a Fuerza México. La entronización de esta iniciativa como garante de un
manejo honesto y eficiente (de acuerdo a criterios de mercado, no de economía moral o de éticas
de equidad y justicia social) de las donaciones internacionales y de ciudadanos. Al respecto, y con
una franqueza que se agradece en un país de mentiras verdaderas, Manuel Herrera Vega, presidente
de la Confederación de Cámaras Industriales (Concamin) afirmó, la reconstrucción y los recursos
requridos “Es un tema empresarial”. la intervención de la Cámara Mexicana de la Industria de la
Construcción (Cmic), la Cámara Nacional de la Industria de Desarrollo y Promoción de Vivienda
(Canadevi), la Cámara Nacional del Cemento (Canacem), así como otras industrias asociadas. ¿Qué
significa un “tema empresarial”? Que la entrega gratuita de tiempo, bienes y saberes que realizó la
población civil después de los 40 segundos de terror, ahora, ya en la reconstrucción, se transforma
en negocio limpio con super ciudadanos vigilantes.
Los
En los varios momentos del desastre (derrumbe y rescates, demoliciones y responsabilidad oficial y
empresarial, la reconstrucción pactada entre gobiernos, empresarios y damnificados atomizados)
se expresan emociones y razones de desconfianza y de franco rechazo. Primero ante la fractura de
los encadenamientos ciudadanos para el rescate por marinos, “expertos” y policías; al acoso e
interferencia en redes sociales. Luego ante Protección civil y la escasa o nula respuesta de las
empresas constructoras e inmobiliarias. Y la tensión hacia medidas no consultadas con damnificados
sobre materiales y técnicas de construcción, vivienda, créditos, reorganización urbana. La ira e
impotencia se dirigió en los primeros días hacia el financiamiento exorbitante de los partidos
políticos, la cara más ofensiva de una democracia cara sin responsabilidad social. Lo que se hace
patente otra vez que ante los graves problemas sociales el sistema político surgido de la transición
mexicana no da respuestas. Son gestores de una muy grave deformación del sistema democrático y
republicano: la gestión prioritaria de intereses de casta política, de negocios en asociación peligrosa
con redes empresariales, y de impulso a un modelo de convivencia anti social.
Un nuevo tejido entre gobiernos y empresas que lo contuvo e intenta absorberlo. La gran diferencia
entre el 2017 y 1985 es de naturaleza política, simbólica, hegemónica. En el 85 hubo fuerza y espacio
para la configuración de nuevos actores sociales con constelaciones de aliados diversos que
debatieron y negociaron desde la habitación hasta el trazo urbano. Ahora la situación ha cambiado
sin que ello elimine las grandes fracturas sociales y simbólicas que persisten y aumentan.