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Filosofía de la Imagen
Andrea Muñoz Álvarez
La percepción de la belleza en una imagen depende tanto del contexto en que haya
sido creada como de las características del entorno que la califica, debido a la
capacidad del hombre de generar cultura los diferentes juicios de gusto se establecen
según la cultura de cada sociedad. Aunque las concepciones de belleza han cambiado a
lo largo de los siglos y estableciendo que el nivel de belleza es subjetivo, existen dos
épocas que permiten el reconocimiento de lo bello (y sublime) según la cultura.
Inicialmente, la cultura que permitió la base y actual desarrollo del mundo occidental
fue la Greco-Romana donde, en su antigüedad, la concepción de belleza se reconocía
en lo inmediato, y lo perceptible por los sentidos es entonces lo bello. De ahí que su
arquitectura le hablara a lo tangible, apartando cualquier noción de idea, pues la
belleza no podía ser encerrada en un imaginario y debía por el contrario exaltarse en
las calles y estadios donde los hombres pudieran apreciarla sintiéndose de tanta
calidad como lo que se exponía. Su cultura les otorgaba la cualidad de hombres libres,
y en su búsqueda continua de la verdad, no disponían de ningún temor a la
representación; aunque estas fueran genéricas (en el caso de Grecia) o de rasgos
específicos (como sucedía en Roma) no había ninguna prohibición en presumir la
belleza de sus dioses. Característica que no comparte la época medieval.
El segundo agregado organizado comprende la Edad Media y los cambios que hubo en
la concepción de belleza durante sus largos siglos. Principalmente caracterizada por el
rechazo al “libertinaje” de la antigüedad, el medioevo escondió cualquier vestigio de
libertad y en nombre de Dios interiorizó la belleza, castigando al hacedor de imágenes
e imponiendo la iconoclastia. Además de una extrema neofobia, el arraigo a la palabra
divina ya establecida y verdadera, ahuyentaba la producción de imágenes religiosas
que intentaran reemplazar la veneración al dios espiritual por una terrenal. Estos
siglos negaron con violencia y dolor los significados en las imágenes, dejando la
austeridad como principal componente visual alejando también un interés sensorial
en las imágenes hechas durante dicho periodo. La belleza fue entendida como una
buena acción de fe, todo un fenómeno espiritual que no debía ser atribuido a nadie
más que a Dios y se era bello si Él estaba dentro del individuo.
Tenemos así, dos momentos que bien se podrían situar en las antípodas físicas entre
sí, pero incluso dado este caso es posible afirmar que ambas culturas fueron
estudiadas hasta que en el siglo XVIII (y aún hoy) se consolidó la estética como
disciplina que permitió alejar o fortalecer muchos mitos sobre los motivos del
contraste que permitía por un lado la libertad total a las imágenes, sin temer sobre sus
significados y, por el otro, el encierro en la buena acción espiritual que no ofendiera el
poder divino.