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La filosofía de Platón
(- 428 a - 347)
Biografía Obras Cronología Filosofía y
contexto Textos Ejercicios Curiosidades
4.1. La teoría del conocimiento: el análisis del
conocimiento en Platón
El análisis del conocimiento en Platón no es objeto de un
estudio sistemático, abordado en una obra específica
dedicada al tema, sino que, como ocurre con otros aspectos
de su pensamiento, se plantea en varios de sus diálogos, por
lo general en el curso de la discusión de otras cuestiones no
estrictamente epistemológicas, si exceptuamos el Teeteto,
diálogo en el que el objeto la discusión es el conocimiento.
El análisis del conocimiento
A los planteamientos iniciales de la teoría de la
reminiscencia, expuesta en el Menón y en el Fedón, con
ocasión de la demostración de la inmortalidad del alma,
seguirá la explicación ofrecida en la República (libro VI)
donde encontramos la exposición de una nueva teoría -la
dialéctica- que será mantenida por Platón como la
explicación definitiva del conocimiento. En el Teeteto, obra
posterior a la República, no encontraremos ninguna
ampliación de lo dicho en ésta respecto al conocimiento, sino
una crítica a la explicación del conocimiento dada por los
sofistas, basada en la percepción sensible, con objeto de
definir cuáles son las condiciones que debe cumplir el
verdadero conocimiento, condiciones que se habían
planteado ya en la República al explicar la teoría dialéctica.
La explicación del conocimiento en los filósofos
anteriores
2) Investigación
Las preguntas ¿qué es conocer? y ¿qué es la verdad? han preocupado a los filósofos
desde a Grecia clásica hasta los días de hoy. No es en vano, puesto que los
científicos que se basan en corrientes fenomenológicas, hermenéuticas y
autorreferenciales (en el sentido dado por la sociobiología), dudan de la existencia
de una realidad universal y procuran una forma interpretativa o subjetiva de
la verdad.
3) Investigación
- "La filosofía, destino y pasión por la verdad". D. José Francisco del Corral Sánchez.
Licenciado en Filosofía, en Ciencias Religiosas y en Teología. Profesor del Seminario y del
Instituto de Ciencias Religiosas de Málaga. Miércoles 27 de octubre de 2010, 19:00 h.
LA FILOSOFÍA,
DESTINO Y PASIÓN POR LA VERDAD
(EXTRACTO DE LA CONFERENCIA ESCRITA)
Esta conferencia tiene por objeto defender que la Filosofía encuentra su sentido y destino en la
búsqueda y consecución de la verdad. Incluso en la misma etimología de la palabra “filosofía”,
amor a la sabiduría, podemos entrever que se supone la verdad como la meta del filosofar, pues
la sabiduría no puede ser ajena a la posesión de la verdad.
Esta pasión por la verdad, que es el filosofar, hunde sus raíces en la estructura del ser que
llamamos “hombre”: «¿Qué desea el hombre más ardientemente que la verdad?» . Hay en el
hombre un deseo y una tendencia por conocer la verdad de las cosas, la verdad del mundo en
el que vive, la verdad de los otros y la verdad sobre sí mismo. Pruebas de este deseo de verdad
son:
Así, podemos decir, que la filosofía es una concreción más de la apetencia humana de verdad,
porque, como dijo Aristóteles, «todo hombre, por naturaleza, apetece saber» , la apetencia
de saber es apetencia por conocer la verdad de las cosas. Ahora bien, la filosofía como conquista
de la verdad ha de ser conquista de la razón. En esto consiste lo que se llama “el paso del mito al
logos”. Renunciar en filosofía a la verdad sería como desfondar a la filosofía, convertirla en
palabrería, desvitalizarla, pues la fuente que revitaliza a la filosofía es la pasión por la verdad.
Esta orientación de la filosofía griega hacia la verdad será acogida por la mayor parte del
pensamiento cristiano a partir del siglo II. No en vano el mismo cristianismo se presenta como la
plenitud de la verdad. «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6). Indudablemente, esta
verdad de la que habla el evangelio no es, sin más, la verdad filosófica. Sin embargo, tampoco es
ajena a la filosofía. Para los Padres de la Iglesia, verdad cristiana y verdad filosófica no se pueden
ignorar, sino que han de entrar en diálogo.
La historia de la filosofía y de la ciencia recibieron del espíritu cristiano energías que la orientaban
en la búsqueda de la verdad. No es posible pararnos en los autores del pensamiento cristiano
antiguo más relacionados con la filosofía, pero digamos algo sobre el más conocido y sobre el que
también más influjo ha tenido en la historia de la filosofía: San Agustín. Éste concibe la filosofía
como sabiduría y a ésta como búsqueda de la verdad. Búsqueda que es condición para la vida
feliz. Imposible para Agustín alcanzar la felicidad sin la verdad: «Pues no llegarás a ver la
verdad misma de no consagrarte totalmente a la Filosofía (…) creed al que dijo: “Buscad y
encontraréis” (Mt 7,7). No hay que perder la esperanza de conocer la verdad» .
Pero Agustín no se conforma con la búsqueda de la verdad, sino que da un paso más. Al
joven Licencio del Contra Académicos le responderá que no basta con perseguir la verdad para
ser feliz, sino que es necesario alcanzarla. Ahora bien, la posesión de la verdad supera la
capacidad humana. Por ello, responde al escepticismo de los académicos desde la fe cristiana: el
hombre sólo puede conocer la verdad, y con ella, alcanzar la sabiduría, la plenitud de la filosofía,
con la ayuda divina.
2. IMPORTANCIA DE LA VERDAD
El ser humano es un ser relacional y comunicativo. Pero no sólo desea comunicarse con los otros,
sino que aspira a la amistad, a relaciones afectivas entrañables e íntimas con otros, deseando en
la hondura de su ser la comunión con otros.
Este mundo de relaciones y comunicaciones no sólo está sostenido y atravesado por los
sentimientos, los afectos, sino también por el conocimiento. Al estar el conocimiento presente en
todas nuestras interacciones con la realidad, con el mundo y con los otros, es esencial que el
conocimiento se oriente hacia la verdad y trate de poseerla, pues, de lo contrario, se falsearía
nuestra relación con la realidad y la posibilidad misma de la convivencia humana. Prueba de esto
último es la experiencia que tenemos del daño que hace al hombre, y a la comunicación humana,
la manipulación o falseamiento de la información. Cuando esto se produce desde el mismo
Estado, entonces estamos en camino de caer en manos de un Estado totalitario, que impone su
ideología y doctrina como única verdad, no permitiendo disidencias y silenciándolas, si es preciso,
por la fuerza (que puede tomar diversas formas). Pero no es sólo el poder político el que tiene la
exclusiva de la manipulación de la verdad, sino que con él, o sin él, los otros poderes de la
sociedad: el económico, el cultural, el de los medios de comunicación, etc.
La humanidad ha ido tomando cada vez más conciencia de que los seres humanos somos seres
libres y de que queremos serlo. Como también hemos ido descubriendo el “miedo a la libertad”.
Junto con la creciente sensibilidad con respecto a la libertad, también se ha venido produciendo
una creciente separación entre libertad y verdad. La libertad se llega a presentar como el bien
supremo al que hay que subordinar todos los demás bienes. La separación entre verdad y
libertad es una amenaza para la propia libertad. Una libertad sin verdad es una libertad
destructiva de la persona y de la sociedad.
Después de años estamos volviendo a ver la necesidad de educar en la excelencia. Para hacer al
educando excelente, la educación ha de buscar, amar y ser fiel a la verdad. Si la educación no
educa en la verdad y hacia la verdad, la educación no acaba produciendo personas. La persona
sólo llega a ser humana en la medida que ancla y vive su existencia en la verdad.
La vida entera hay que considerarla como tiempo de educación. Sólo la educación que
sensibilice para amar la verdad puede ser considerada excelente, generadora de excelencia. Esto
exige a los educadores ser veraces y educar para la verdad.
Dos formas de verdad inseparables son: la verdad sobre sí mismo y la verdad sobre el
sentido de la realidad y del existir humano.
Cuando con los sofistas y con Sócrates entró en la reflexión filosófica la cuestión antropológica
aparece en la filosofía la necesidad de conocernos a nosotros mismos. Desde entonces, todos los
períodos de la historia de la filosofía se han ocupado de las cuestiones y los problemas
antropológicos. Ya Kant, en el quicio de la modernidad a la contemporaneidad, hará también de
la pregunta antropológica, “qué es el hombre”, la cuestión central y resumen de la filosofía. A lo
largo del siglo XX ha vuelto a renacer con fuerza la necesidad existencial y filosófica del
conocimiento sobre el hombre. La filosofía y la cultura en general del siglo XX nos ofrecen
abundantes testimonios de que el hombre necesita, más que nunca, conocerse y responderse a
los grandes interrogantes de su existencia, a fin de encontrar un valor y un sentido a su propia
vida. Porque el hombre «no se resigna al sinsentido, no puede vivir sin pensar e interpretar, ni
puede morir sin preguntar, dejado al aturdimiento envilecedor o a la desesperación
aniquiladora». Un testigo cualificado de ello es el escritor-filósofo Albert Camus con su afirmación
emblemática: «Juzgar si la vida vale o no vale la pena vivirla es responder a la gran pregunta
fundamental de la filosofía» .
Ante la crisis de sentido del siglo XX, muchos se vieron atraídos o fueron arrastrados por el poder
de ideologías totalitarias. Éstas se presentaban como la “verdad total” sobre el hombre y su
felicidad. Pronto desengañaron y dejaron de ser tótems sagrados. Pero, cuando mueren los
dioses ¿habrá que inventar nuevos dioses?, ¿o se podrá vivir cimentados en el puro nihilismo y
en el escepticismo? La era del vacío es insoportable, la pérdida del significado de la vida, sobre
todo de la propia y personal, es insostenible para la mayoría. El desarrollo de la propia misión
vital y existencial orienta la propia existencia y plenifica al sujeto que la porta, pero siempre que
se realice en un contexto de verdad y de libertad, belleza, bien y amor.
Sean cuales sean las formas de pensamiento que pongamos en acción para alcanzar la
verdad sobre el hombre y sobre el sentido de la existencia, no es tarea fácil dar con ella.
Capacidad para dejarse asombrar. Esta capacidad, connatural al hombre, necesita ser
despertada por la educación y por la compañía de otros. Pero, ¿qué nos asombra? No
sólo el mundo exterior, sino nuestro propio mundo interior, y aquello que la humanidad
ha ido creando a lo largo de su historia (arte, literatura, música, cine, etc.), pero,
también, la propia vida.
Apertura consciente a la realidad. Hemos de ir a la realidad dejándonos enseñar y
sorprender por ella. La verdad buscada por la inteligencia exige a ésta no plegarse en sus
propias construcciones, no imponer a la realidad ideas preconcebidas.
Apertura a la propia conciencia. Hay una verdad que surge del corazón humano, que
ha de ser escuchada y sometida a examen.
Actitud crítica. Ésta conduce a replantearse las cosas dichas y establecidas. Pero
cuando esta actitud se extralimita, conlleva un riesgo: el de que cosas valiosas puedan
negarse y puedan perderse verdades alcanzadas por el camino. Por ello, la tarea crítica
de la filosofía es imprescindible. De lo contrario, la filosofía se parecería más a
adoctrinamiento que a indagación de la verdad.
Actitud humilde. Admitiendo el dicho socrático «sólo sé que no sé nada», que hoy sigue
siendo válido como antídoto frente a las tentaciones prepotentes y soberbias que nos
pueden hacer creer que lo sabemos todo o casi todo.
Esta actitud de humildad frenaría el rechazo que tantas veces produce la verdad. San Agustín, en
las Confesiones, se preguntaba por qué «la verdad pare el odio», y contestaba que: «Odian la
verdad por causa de aquello mismo que aman en lugar de la verdad» .
La humildad de la que estamos hablando nos ayudará también a reconocer que la verdad no es
tanto conquista humana, como don que viene al hombre. Sólo desde esta actitud, el camino de la
verdad se puede abrir a la aceptación de Dios y su revelación.
San Agustín, Contra Académicos, II, 3, 8, en: San Agustín, Contra los Académicos, Encuentro,
Madrid, 2009, pp. 77-78.
Tomamos esta expresión de la obra de Erich Fromm El miedo a la libertad. Con ella queremos
indicar lo que el mismo Fromm desarrolla en su libro: los hombres tienen miedo de tomar
decisiones por sí mismos, de ser responsables y de afrontar las consecuencias de sus libres
elecciones; prefieren la seguridad al riesgo de la libertad.
Como bienes para la persona, la encíclica señala la protección de la vida humana, la comunión de
las personas en el matrimonio, la propiedad privada, la veracidad y la buena fama, que, como
dice la misma encíclica, son los bienes que los preceptos negativos del Decálogo tratan de
salvarguardar (Cf. Veritatis Splendor, 13).
No puedo menos de pensar que tras el aborto buscado y premeditado hay una actitud propia del
pensamiento dominador.