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PREGÓN SEMANA SANTA 2006

30/MARZO/2006
PREGONERO: D. DOMINGO J. HERNÁNDEZ YANEZ

NOSTALGIAS DEL AYER

A ti levanto mis ojos, a ti que habitas y moras en los Cielos...


Saludo a las autoridades religiosas, civiles y militares, presidencia y
comité ejecutivo de la Junta de Hermandades, Hermanos y Cofrades
Mayores, Cofrades, señoras, señores.

En esta ciudad de los conventos y de las huertas, en esta ciudad en la


que la lluvia pule las piedras de sus blasones, en esta ciudad en la que en
su entrada sur existe una cruz que por ella vela como un fantasma junto
al camino, una cruz que representa su fe de siglos petrificada, como dijo
el poeta don Manuel Verdugo en su soneto dedicado a San Cristóbal de la
Laguna, en este Real Santuario del Santísimo Cristo junto al convento
franciscano de San Miguel de las Victorias, se me invita por la Junta de
Hermandades, Cofradías y Esclavitudes de esta arcaica ciudad como la
denomino el vate don Francisco Izquierdo, a que pronuncie el Pregón de
la Semana Santa que es, sin duda alguna, la Semana Santa por
antonomasia de Canarias.

Por supuesto, como decía don José Rodríguez Ramírez, que es la más
relevante porque sus templos, sus procesiones, la Cruz de su madrugada,
sus Pasos, su Cristo, son únicos, evocadores, hasta el punto de hundirse
en el alma y de rasgar las íntimas vestiduras de la duda humana, para
que, durante la celebración de la liturgia, penetre y se apodere de
nuestro espíritu el amor por aquellos hechos que fueron reales, como
reales son los que vivimos hoy; para que nos posea el Cristo que murió
para salvarnos y mantener nuestra ilusión de eternidad en una espera
sosegada; para ayudarnos a vivir y a soportar calvarios y amarguras, y
para que sepamos moderarnos en los momentos en que el optimismo, la
alegría, las pasiones nos desbordan o no ciegan.

Semana Santa en La Laguna. Palmas, espinas, cruz, melancolía,... días


de paz, días de meditación y de aprendizaje de vida, días en que todos los

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que llevamos nuestra cruz a cuestas nos sentimos confortados con el
abrazo, con el amor, con el alivio que nos procura el Cristo que tan
penosamente llevó la suya para trazarnos desde el Gólgota, con las siete
palabras más sublimes, más universales, el camino que debemos
recorrer, y cómo hacerlo. Para señalarnos bien claros, rectos y puros,
los senderos por los que a diario tenemos que transitar, y el equilibrio
para no caer.

Les confieso que por mi parte fue y es un atrevimiento, una osadía la


aceptación de tan honroso encargo, máxime cuando me han precedido
pregoneros tan ilustres en el pasado lejano y en el ayer reciente como,
entre otros, los profesores universitarios don Jesús Hernández Perera,
don Sebastián de la Nuez Caballero, don Ángel Gutiérrez Navarro, actual
Rector, don Leopoldo de la Rosa Olivera, doña Manuela Marrero-
cronistas oficiales de la ciudad-; abogados como don José Antonio de la
Torre Granados, don Jaime Manzanet de Blanes, médicos como don
Enrique González, don Pedro Gutiérrez, escritores y periodistas como
don Juan del Castillo, don José Rodríguez Ramírez, don Domingo García
Barbuzano, don José Carlos Marrero, religiosos como mi compañero de
clase en el colegio Nava el hermano Néstor Ferrera, el recordado y
querido amigo Padre Arenas, Fray José Arenas Saban, anterior Prior
Rector de este Real Santuario, sacerdotes como don Julián de Armas, don
Daniel Padilla, el Sr.Obispo don Damián Iguacen; pero pregonar la
Semana Santa, mi Semana Santa y, aquí, en el sitio y lugar por
excelencia, en el Cristo, y junto a Él, era y es algo que me puede, a lo
que no me puedo sustraer y que no puedo dejar pasar, por ello, que
preocupado por la responsabilidad, humilde, sencilla y modestamente, lo
acometo desde las vivencias de mi infancia y juventud, de ahí, su título...
“Nostalgias y vivencias del ayer”, que quiere ser a lo largo de esta
narración , por eso la conjugación de los verbos en pasado y presente ,
una semblanza actualizada de tiempos, ya algo lejanos, de los que
pretendo rescatar la memoria, pequeño y merecidísimo homenaje, de
muchas personas, sacerdotes, seglares, incluso familias y artesanos a
quienes debemos lo que hoy es nuestra Semana Santa tal y como la
vivimos y sentimos, su legado, su espiritualidad, su religiosidad, su
recogimiento, su carácter austero, ese sello que le imprime y da su
propia personalidad e idiosincrasia que la hace ser única respecto a las
celebraciones de los mismos hechos y acontecimientos en otros puntos y
partes de nuestra geografía insular y peninsular.

Semana Santa que como pregonero os anuncio y a la que os invito a


ver y sobre todo a participar asistiendo a sus cultos, viendo sus
procesiones, visitando los Monumentos del Jueves, en esta ciudad abierta
y hospitalaria Patrimonio de la Humanidad, sin referencias a los estilos
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escultóricos de las imágenes suficientemente datados en las
publicaciones y programas editados.

Un año más y sin embargo podemos pensar que la Semana Santa de


La Laguna es eterna en el transcurso del tiempo. No es tan sólo el
encapuchado, o capuchino, entrevisto al caer el sol; ni el agudo sonido de
la trompeta ante el paso del Señor de la Columna; un pie desnudo junto al
charco de agua fría; ni tampoco la multitud que va toda la noche
acompañando desde San Francisco a Santa Clara, de Santa Clara a Santa
Catalina, a Santo Domingo... la imagen tremendamente realista del
Santísimo Cristo de La Laguna.

Es algo también muy diferente. Así, otro año, va a pasar la Semana


Santa ante tu alma y tus ojos, por estas calles que son esencialmente
procesionales, rectas de corazón y de entrañas, en las que se puede ver
hasta el lejano final, las cruces de plata y de madera y las filas de los
penitentes que anuncian con su cortejo el de los Cristos y las Dolorosas.

Se podría considerar que en este florecer de nuestras procesiones,


en este ambiente lleno de sugerencias; de fe y de amor, de esperanza y
amor, de caridad y amor, está, no sólo la esencia viva de nuestra religión
ante el misterio del calvario, sino el aroma de los siglos, reverente ante
la secreta palpitación de un anhelo.

Lo de menos, con ser tanto y mucho, es la plata y el oro de los


monumentos; la dulzura casi humana del rostro de la Dolorosa, en el que
tiembla una lágrima, el triste rayo de sol por las vidrieras de las iglesias,
el temblor de las velas innumerables, el lento y rendido marchitarse de
las flores...

Lo más es sentirnos identificados, personalizados en estas


recordaciones; saber que, dentro de las iglesias, en las aceras, o en las
filas de penitentes, estamos poniendo una señal muy alta en la
conmemoración de un hecho ante el que nos hemos de humillar atónitos.

Las calles son esos, estos, días peregrino y andariego museo donde
se muestra el arte consumado y la piedad sincera de sus escultores de
ayer y de hoy; donde la gubia de Antonio de Orbarán y Lázaro González
acompañan al realismo tranquilo de José Rodríguez de la Oliva; donde
lloran la Dolorosa de José Luján y derrama sus lágrimas la Magdalena de
Fernando Estévez; donde el cruento suplicio de los azotes surcados en
rojo sobre las espaldas genovesas del Cristo de la Columna va seguido
de las espinas punzantes del Ecce Homo y las caídas penosas del
Hombre Dios camino del Calvario; donde la amargura arrepentida que
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Estévez imprimió a la faz trasmudada de San Pedro arranca al Nazareno
la suave mirada del perdón; donde cuelga de su cruz la anatomía gótica
del Cristo de La Laguna, paternal protector de la vieja capital tinerfeña
desde los albores de su historia centenaria; museo donde yace, en su
urna-sarcófago de plata mandada construir por el corsario Amaro Pargo,
el cuerpo yerto, inerte del Salvador.

La platería presta al cortejo el brillo frío, señorial, de sus repujados,


gloria y primor de los antiguos orfebres barrocos de la ciudad; pero no
sólo las calles destellan con el metálico resplandor de la plata. También
las capillas de los templos donde la piedad enjoya los monumentos
eucarísticos que refulgen bajo el oro de los mudéjares artesonados
orgullo de nuestra arquitectura. Síntesis de arte y de fe, la Semana Santa
es la definición de un pueblo, el lagunero, que vive y experimenta
anualmente su tradición y religiosidad más profunda junto al madero de la
cruz.

Trompetas, tambores, penitentes, plegarias, amor. Van a pasar de


nuevo por las calles de la ciudad el Santísimo Cristo, la Dolorosa, los
Apóstoles de la Cena y del Huerto de Getsemaní, el Señor de la Humildad
y la Paciencia, San Pedro con sus Lágrimas, los Santos Varones,... los
mismos que años anteriores. Pero... ¿iguales en su valoración divina y
humana? ¿Habremos variado nosotros?. ¿Habremos cambiado?.

Hay que hacer un pequeño examen de conciencia. Ver lo que la


Semana Santa representa sobre todo para el alma, a la que clava en el
imponente misterio de la redención. Pero también para la ciudad y para la
cooperación individual y colectiva, ayudándonos a ser más justos,
comprensivos y compasivos, lentos a la ira y prontos al perdón.

Ahora bien, esa, aquella, esta Semana Santa que hoy vivimos,
experimentamos y celebramos se la debemos a las generaciones
pasadas, principal y fundamentalmente a las de las décadas de los ‘50,
‘60 y ‘70 que, como dije anteriormente, al principio, quiero como
agradecimiento y reconocimiento rescatar de la memoria, resaltando,
entre otros, y rogando sepan perdonarme las omisiones que, de seguro,
tendré:

Sacerdotes como el señor Obispo don Domingo Pérez Cáceres, el


Deán de la Catedral don Hilario Fernández Mariño, los canónigos don Luís
Van del Walle Carballo, don Carlos Delgado, don Ricardo Pereira, don
Luís Reyes Pérez, don Bernabé González, don Leopoldo Morales de
Armas, don Vicente Cruz Gil, don José Miguel Adán Rodríguez, don Pedro
Juan García Hernández, párrocos como don José García Pérez , don Juan
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Méndez Hernández, don Onofre Díaz Delgado, y religiosos como los
Padres Paúles en la Iglesia de San Agustín y el Hermano Ramón Padilla,
en el Colegio Nava la Salle.

Seglares como don José Tabares, don Francisco García Fajardo,


familia Salazar, vinculados a la Hermandad de la Sangre. Don Agustín
Santana, don José Manuel García Cabrera y don Mateo Arvelo, a la
Flagelación. Don Juan y doña Lourdes García Pérez, don Pascual Pérez
Garcia, don Alejandro Fuentes, don Orlando Febles, familias García
Maury, Ascanio, Monteverde y Montemayor, a la Misericordia. Don Juan
Marrero, don Domingo Bello, don Juan Trujillo Cruz, don Ramón Álvarez
Colomer, familia Alvarez Falcon a la Esclavitud del Cristo. Don José Luís
y doña Mª Asunción (Sisi) Álvarez Arvelo, don Santiago Galvan, don
Ignacio Siverio, don José Manuel González González, don Carlos Piti, don
Manuel R.Gonzalez Martín , familia Morín, al Nazareno-La Salle. Don
Norberto González Abreu, don Manuel Dorta Hernández, don José Luís
Rodríguez del Castillo, al Lignum Crucis. Don Eladio Pérez Delgado, don
Vicente Alvarez Falcon, don Juan Marrero, don Ramón Colomer, don
Bonfilio Marrero Salas, al Cristo de Burgos. Don Manuel Ramos, don
Miguel Feria ,don Augusto Guerra , familia Fariña a la Unción y Mortaja.
Don Eloy González Estévez y don Hercilio Padrón a la Hermandad del
Rosario. Don Alfredo Afonso García, don José Ventura Martín Martín y
don Juan Ríos Tejera, a las Caídas. Don Florencio y don Ricardo
Hernández Afonso, don Marcos López Barreto y don Manuel Hernández
García, a las Insignias de la Pasión. Don Enrique y don Álvaro González
(familia González de la Paz), don Juan Luís Gil Rodríguez y don Álvaro
Rivero Delgado a la Sentencia y Amargura. Don Rosendo Vigueras, don
José Manuel Tejera, familia Díaz Herrera, a El Rescate. Don Andrés
Pérez Galván, don Eduardo Delgado Expósito, don Cesar David Rodríguez
Hernández , familia Ríos, a la Entrada en Jerusalén. Don Rafael Ramos
Molina, don José Antonio Afonso del Castillo y don José Antonio
Rodríguez Felipe, al Cristo del Calvario. Don Yaqui Romero, don Gaspar
Ramón Suárez Hernández, a Nuestra Señora de los Dolores. Don
Alejandro Marrero Ceballos, a Jesús ante Caifás. Don Roberto Martín
Pérez y don Sergio Rodríguez Pérez, a la Santa Faz. Hermanos don
Carlos y don Pedro Afonso Brito y don Mateo Arvelo, a la Sección
Penitencial del Santísimo de la Catedral. Don Luís Melo Daitt, don
Enrique Villamanzo de Armas y don Manuel Martín y don Jesús Miguel
Pérez Barreto, al Amor Misericordioso. Don Luis Marrero, don Rafael
Delgado , familias Calzadilla y Regalado, a la Oración del Huerto.

Artesanos. Orfebres plateros como: Don Agustín Guerra Molina, don


Ventura Alemán y don Juan Ángel García González. Bordadores como:
Sor Nieves de Aranda, don Yaqui Romero, don Álvaro Rivero Delgado,
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cuyas obras y trabajo contemplamos en la huella que dejaron en los
Pasos, Tronos, insignias, mantos o banderas de las distintas cofradías y,
aprovechando la presencia de las primeras autoridades insulares y
locales, permítanme sugerirles la creación a través de las respectivas
Agencias de Promoción y Desarrollo Local, la puesta en marcha e
implementación de Escuelas Talleres para que no se pierdan estos
oficios de tanto arraigo en la ciudad.

¿Cómo era aquella Semana Santa? ¿Cómo es hoy?

El Miércoles de Ceniza marcaba y establece hoy como ayer el


arranque del tiempo de cuaresma, las iglesias y templos vestían y
cubrían sus altares, para no distraer nuestra atención, con un velo negro
dejándose, únicamente sin tapar, sólo los Cristos y las Vírgenes, y los
sacerdotes cambiaban, como ahora, el verde de sus ornamentos por el
morado propio de las celebraciones que se avecinaban; en el colegio, en
su capilla o en la iglesia de San Agustín junto con los alumnos del
Instituto Cabrera Pinto, se nos imponía la ceniza con la impresionante
frase “Polvo eres...”, y a partir de ese momento vivíamos pendientes de
los exámenes del segundo trimestre y de nuestro hábito y capirote; bajar
el vuelto, conseguir otro si aquel no daba para más, comprobar el ancho
o diámetro del capuchón, en fin, tener todo preparado y a punto para el
día de nuestra procesión.

Una Semana Santa en la que el Jueves era día de estreno, se


estrenaba ropa y calzado ese día, el Corpus y el Cristo; recuerdo, no sé
porqué, unos zapatos de charol negro, brillantes, duros, durísimos, quizás
fuese por ello, seguro. Se visitaban los monumentos después de la Misa
con el oficio del lavatorio, símbolo de servicio, humildad y hermandad, y
en esa visita era frecuente coincidir en ese recorrido con el señor
Obispo, revestido acompañado del Cabildo Catedral y las autoridades
civiles (provinciales y locales) y militares; me parece aún todavía ver a
los obispos don Domingo Pérez Cáceres y don Luís Franco Gascón
rodeados de aquel séquito.

Una Semana Santa en la que la música que se interpretaba por la


radio, no había televisión, era sacra y religiosa y nuestras abuelas o
madres si cantábamos alguna canción sin darnos cuenta, naturalmente,
cariñosamente llamaban nuestra atención diciéndonos que no se podía
cantar pues el Señor estaba muerto y, había que esperar a la noche del
Sábado al Domingo de Resurrección, una de las noches en que los
laguneros de mi edad podíamos trasnochar, las otras, las vísperas del
Corpus y del Cristo, y el propio 14 de septiembre, día del Cristo con

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motivo de los fuegos; Semana Santa en que las procesiones del día se
dividían en dos, unas por la tarde y otras por la noche.

La entrada sur de la ciudad, la marca la Cruz de Piedra, su entrada


norte el Calvario de San Lázaro, que se visitaba el viernes de Lázaro
para preservarnos junto con San Roque (visita obligada en el mes de
agosto) de las enfermedades ; la contemplación del Cristo y del Buen y
Mal ladrón captaban y cautivaban nuestra infantil imaginación tratando de
representar aquella escenificación.

El domingo quinto de Cuaresma partía de la desaparecida por el fuego


en el año 1964, Iglesia de San Agustín, el Cristo de Burgos con su
Cofradía de la Virgen de la Cinta que se nutría principalmente de
miembros de las cofradías de la Sangre y la Flagelación ya que, al tener
el hábito de color negro, igual al de dichas Cofradías , la vestimenta les
facilitaba su incorporación; la imagen destruida por el fuego, se ubicaba
en una capilla del fondo de su nave lateral, salía en la tarde-noche y era
la primera procesión con capuchinos, recuperada años más tarde gracias
al celo y diligencia del sacerdote don Pedro Juan García Hernández y el
buen hacer de su mayordomo y maestro de ceremonia don Bonfilio
Marrero Salas. Con el tiempo, más adelante, comenzó a hacer su salida
procesional a mediodía desde la iglesia de la Concepción, acompañado de
su Cofradía Penitencial, el Cristo del Rescate, imagen de la que se cuenta
que vendida para ser traslada a la vecina ciudad de Santa Cruz le susurró
a una vecina de la Villa de Arriba “rescátame, rescátame”, quien,
vendiendo sus propiedades, su casa, la adquirió anulando su venta, de ahí
su nombre, Cristo del Rescate.

Del lunes al viernes de Dolores tenían lugar los cultos propios,


triduos, funciones solemnes de bendición e imposición de hábitos, via
crucis, acrecentados en la actualidad con las Jornadas dias de cofradías,
conciertos de marchas procesionales, audiciones de musica religiosa,
exposiciones etc..., a los que se asistía en la medida en que la
preparación de nuestros exámenes nos lo permitía, el viernes, ya
comenzadas las vacaciones escolares, nos entregábamos y dedicábamos
plenamente a ultimar los preparativos de los actos programados, ese día
por la noche volvía a procesionar desde la iglesia de la Concepción la
Cofradía del Rescate acompañando a otro de sus titulares “La
Predilecta”, dolorosa debida a la gubia de Luján Pérez.

A las 9,30 horas comenzaban los cultos del Domingo de Ramos con la
bendición de los palmos y olivos y su procesión hasta la Catedral, tras la
solemne función procesionaba a las 12 el Cristo Predicador, llamado
también El Purificador, que iba acompañado por los alumnos del Taller
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Escuela Sindical de Artes y Oficios “San Alberto Magno”, este cristo iba
sentado en un sillón que más tarde fue sustituido y cambiado por un
borrico completando el paso un grupo de personajes compuesto por niños
judios portando palmas y adultos arrojando sus túnicas y mantos a los
pies del Señor; en la actualidad, sale a las 9,30 con la procesión de los
palmitos, nombre con la que se le conoce o Entrada en Jerusalén, estando
acompañada por el clero, autoridades locales, catequistas y su Cofradía
de niños vestidos a la usanza hebrea. Por la tarde, salía y sale de la
parroquia de San Juan el Cristo de las Caídas que en sus inicios
procesionaba la tarde del Jueves Santo y, por la noche, en un principio
desde las Claras y luego desde la Iglesia de la Concepción, el Señor de la
Sentencia, paso al que más tarde se le agregó el de María Santísima de la
Amargura. Ambas procesiones en la actualidad se unifican en la tarde del
domingo estando acompañadas de sus respectivas cofradías con la
novedad de que recientemente se ha comenzado a cargar el Señor de la
Sentencia (Nuestro Padre Jesús de la Sentencia) en un intento por volver
a recuperar, como se hacía muchísimos años, la tradición de cargar las
imágenes, costumbre esta mantenida por la Cofradía de la Misericordia
en la procesión del Silencio o Santo Entierro en la noche del Viernes
Santo después de haber concluido la Procesión Magna.

El lunes, era y es el día de las procesiones conventuales, salía por la


tarde desde el Monasterio franciscano de las Claras la Oración del
Huerto acompañada por la Venerable Orden Tercera y, desde hace pocos
años, por su Cofradía Penitencial. Por la noche tocaba el turno a las
Insignias de la Pasión desde el Convento dominico de las Madres
Catalinas, Dolorosa de singularísima belleza que se procesiona por su
Cofradía de hábito negro y ribetes morados, compuesta por un grupo muy
heterogéneo de hombres que nos enseña y nos demuestra cómo se puede
mejorar un paso sin desmerecer en nada la tradición de los orfebres y
plateros laguneros del siglo XVIII. Desde el año 1994 las procesiones del
lunes se han visto incrementadas con la incorporación desde la Catedral
del Cristo del Amor Misericordioso al que da culto su Hermandad de
“Servidores del Templo”, paso al que, en el año 2.000, se le autorizó la
entronización de la Magdalena para poder procesionar el viernes en la
Magna.

Los cultos y las salidas procesionales del martes se reparten en el


casco entre la Catedral y la iglesia de la Concepción y en La Cuesta
entre las parroquias Nuestra Señora de la Paz y Nuestra Señora de
Candelaria en los barrios de Arguijón y la Candelaria, respectivamente.
Por la mañana en la Catedral se celebraba la Misa Crismal y Bendición de
Óleos, función esta que, en alguna ocasión, se realizó la mañana del
Jueves. Por la tarde salía desde la Iglesia de la Concepción Las Lágrimas
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de San Pedro, de gran predicamento y solemnidad, en la que era
costumbre el acompañamiento del clero, comisiones de la curia contando
las crónicas ver al Deán Ossuna y a los canónigos don Eutimio Rojas, don
Manuel Pacheco, don Jacinto Caballero, don Bernabé González, don
Carlos Delgado y don Juan Negrín, presidiendo el tradicional cortejo.
Asistía también el Seminario Diocesano cantando el recurdatus est petrus
y la Hermandad del Santísimo; hoy, perdida esta costumbre, le acompaña
la Hermandad del Santísimo y la Cofradía del Rescate. Por la noche, el
impresionante Cristo de la Columna, la Virgen de las Angustias cuyo
manto se debe a Sor Nieves de Aranda y, desde hace algunos años, el
Cristo de los Remedios, acompañados por su capitular cofradía de la
Flagelación, cuyo cortejo lo abre una escuadra de soldados romanos con
trompeta y tambores.

En La Cuesta, arropada por su Hermandad, sale por la tarde desde el


templo Nuestra Señora de la Paz, Nuestra Señora de los Dolores llevada
sobre los hombros por sus propios costaleros y para la que, un penitente
anónimo, compuso esta bella poesía:

Es de mi carne y mi mano
hacerle a Dios un sendero.

¿No me conoces Señora?


Soy yo, tu costalero.
¡Que me miren, Madre ahora
esos ojos que yo quiero!

Soy tu tiesto y tu florero


Tú arriba eres la flor
sobre mis hombros de acero
Tú llevas el salero
de tu manto triunfador.

Y la gente te aplaudía
la saeta te alababa
el piropo te encendía
y la noche te besaba
y yo abajo decía
por ella soy costalero
por ella porque la quiero

y todo el palio temblaba


del goce que voy sintiendo
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y tu amor me bendecía
y tu pie me acariciaba.

Yo la tierra; Tú la flor
Por ella soy costalero.
Por ella porque la quiero.

Tras el recorrido por su barrio de Arguijón, se dirige atravesando la


Carretera General Santa Cruz-Laguna, al barrio de La Candelaria al
encuentro del paso de Jesús Cautivo que, acompañado por su propia
cofradía y cargado por los costaleros de la Macarena, ha salido de su
parroquia Nuestra Señora de Candelaria, producida la emotiva reunión o
encuentro la procesión discurre conjuntamente por dicho barrio hasta la
entrada de este último en su templo parroquial, momento en el que se
produce el retorno de la Virgen a su iglesia.

En la mañana del miércoles, en la Iglesia de la Concepción, a las 8, se


celebraba Misa Solemne y la ceremonia del Velo Blanco, “sonarán los
tronadores, se oscurecerá el templo y el velo blanco se rasgará en dos”.
Por la tarde, desde el Colegio Nava, nos dirigiamos hacia San Agustín
para la procesión del Nazareno y Nuestra Señora de la Soledad, entrada
la noche, y desde el mismo templo, comenzaba la procesión del Ecce
Homo, acompañado por la muy antigua Hermandad de la Sangre, primera
que procesionó en esta Ciudad, suntuosa y solemne procesión a la que
abría paso una escuadra de soldados a caballo del Regimiento de
Artillería Número 93, radicado en esta plaza que, al son de sus
trompetas, anunciaban “he ahí el hombre”, todavía permanece en mi
recuerdo el Sargento Baena al frente de la misma con los agudos sones
de su trompeta y las chispas que las herraduras de los caballos
arrancaban de los adoquines de las calles, años más tarde las
celebraciones y procesiones de este día se aumentaron con la aportación
que, desde la parroquia de San Benito, hizo a la Semana Santa la Villa de
Arriba incorporando el paso y cofradía de la Verónica y la Santa Faz.

El jueves, día del Amor Fraterno, a las 12 partía de la Catedral la


Santa Cena acompañada por el clero y la Hermandad del Santísimo; por
la tarde, después de la solemne celebración eucarística y ceremonia del
Lavatorio, tras la visita a los Monumentos, ya de noche, desde la
parroquia de Santo Domingo, en la Villa de Abajo, salían acompañados
por su penitencial cofradía de la Misericordia, el Señor de la Humildad y
Paciencia y Nuestra Señora de la Soledad con su sección penitencial de
la Hermandad del Rosario, más tarde se unió a esta procesión la de los
Santos Varones con su cofradía de la Unción y Mortaja que procesionaba
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el viernes a las 3 de la tarde y la Santa Cena con su sección penitencial
de la hermandad del Santisimo que se incorporaba a su paso por la
Catedral; culminan las procesiones de este día, desde la iglesia de San
Lázaro el Cristo del Calvario con las imágenes del Cristo, el Buen y el
Mal Ladrón, que sale a las 9,30 horas de la noche estando acompañado
por su cofradía penitencial; originariamente desfilaba la mañana del
Viernes agregándosele en su camino por la Concepción el Lignum Crucis
y la Piedad.

Para los laguneros el día más corto del año es el viernes, le faltan las
horas, los minutos y diría que hasta los segundos. Comienza a las 3 de la
madrugada en este Real Santuario con el inicio de la celebración de las
Siete Palabras para, seguidamente, empezar la procesión de las
procesiones laguneras “la de la madrugada”, el Cristo, la Dolorosa, San
Juan y la Magdalena acompañados por la Pontificia, Real y Venerable
Esclavitud.

Citando a don Juan del Castillo, el Cristo es el gran protagonista de la


madrugada desvelada del Viernes Santo, o mejor, simplemente, de la
madrugada. Porque para los canarios, para los tinerfeños, para los
laguneros, sólo hay una madrugada. Cristo milagroso, venerado,
legendario, el Cristo interior de cada uno, al que nuestro pueblo le cuenta
sus penas y desdichas en rezos y folias y al que don Adrián Alemán
compuso y dedicó la poesía titulada “Estoy solo”, de la que extraigo los
siguientes versos:

Señor, Estoy aquí


junto a tus pies en esta madrugada
porque me siento solo...

Porque Te sientes solo, estoy aquí


dispuesto a acompañarte,
...porque estás solo, Señor,
como estuviste un viernes milenario
en tu Gólgota gris
de rotos velos y lágrimas sin llanto,
de guardianes con lanzas,
de blasfemia, de hiel y de vinagre.
(...)

Cristo Sereno, Cristo de La Laguna.


Te cambiamos la plata por madera,
como hicieron contigo
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del Domingo de Ramos
al viernes de tu muerte.

(...)

Nada vengo a pedirte, Señor.


Estoy aquí como todos los años
abrigando mi cuerpo en esta noche,
acompañando a Tu desnudo Cuerpo,
maltratado por mí,
por mí, sangrante,
y te pido perdón,
y te acompaño,
y rezo junto a Ti un Padrenuestro
Para aliviar mi pena...

A las 4 de la madrugada, se han parado todos los relojes, cesa el


murmullo y el silencio se convierte en oración. En la noche el Himno
Nacional, el Cristo se recorta en los portales, la imagen no luce la cruz
de plata de septiembre sino que se ha sustituido por un ascético madero
penitente. La primera visita para las Hermanitas de los Pobres, los
Esclavos, de treinta y tres se han convertido en centenares formando
con sus cirios encendidos una fila larga y trepidante que apenas sacude
el viento. La ciudad se despierta al redoble de los tambores en esta
madrugada cargada de emociones y recuerdos a la que, el más insigne de
los poetas laguneros, don Manuel Verdugo, dedicó la composición “Pasa
el Mártir”:

“Procesión de madrugada...
¡Cómo brillan los luceros
que los ángeles encienden
por el Cristo lagunero!
Procesión de madrugada...
¡Con qué fervor y silencio
va la gente tras la efigie
del clavado Nazareno
entre filas de alumbrantes
que avanzan a paso lento!
No hay repiques ni cohetes;
no hay ni murmullos de rezos...
Cuando el Mártir moribundo
en el sagrado madero
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pasa cual sacro fantasma
entrambos brazos abierto,
hasta calla, en homenaje,
el tenue rumor del viento;
tan sólo de los tambores
suena el redoble severo,
y acaso una marcha fúnebre
despierta dormidos ecos
que el suave ambiente saturan
de congoja y de misterio...
(...)”

De las Claras a las Catalinas, de las Catalinas a Santo Domingo,


cuando el cortejo llega al desfiladero de la Carrera, el pueblo entero
camina tras su crucificado. Está amaneciendo y la mañana se empieza a
hacer a salpicones de azul y blanco. A los sones de la marcha tradicional,
de la opera Tosca, “El Adiós a la vida”, las altas palmeras y araucarias
de la plaza de la Catedral, ponen sordina al eco lejano del sonido de las
trompetas y los tambores con el que se ha anunciado la procesión y
despertado la población, los hachones de los esclavos parpadean junto a
la torre tronchada de la Concepcion y con la cera las calles se hacen
sendas algodonadas para que las pisadas no despierten el lamento sonoro
de las piedras.

A las 11 de la mañana, hace un para de horas, que ha finalizado la


procesión de madrugada; descalzos, anónimos, oculto su rostro bajo la
capucha franciscana de su conventual hábito negro, en la mano un farol,...
alguno lleva por el centro de la procesión una pesada y tosca cruz de
madera arrastrando cadenas en sus pies, la Cofradía del Lignum Crucis y
la Piedad, bajo el palio un trocito del madero santo en que Cristo fue
crucificado; al mediodia los oficios propios , la Adoración de la Santa
Cruz. Por la tarde, a las 4, salida del Santo Entierro, el Señor difunto,
desde Santo Domingo a la Catedral, su escolta antes la Guardia Civil de
gala, mosquetón a la funerala, hoy la Policía Local tambien de gala, no
podia ser de otra manera, su Cofradía la de la Misericordia. A su llegada,
la Procesión Magna, síntesis de las conmemoraciones de estos santos
días, todos los pasos, todas las Cofradías y Hermandades unidos por una
misma fe, un mismo espíritu, un mismo credo, el anonimato del hábito, el
amor fraterno, el sentimiento eucarístico del día anterior.

Y llega la noche, la de los Cofrades de la Misericordia, la otra de las


procesiones laguneras por excelencia, la del Silencio, y aquí voy a tomar
y hacer mías las palabras de mi hermano en tantas y tantas vivencias
cofrades, don Juan Luís Maury, él, como no podía ser de otra manera, de
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casta e hidalguía le viene, es quien mejor, por vivirla y sentirla, la ha
descrito, por ello callo y hago mías sus palabras:

“Cuando la brillantez de la procesión Magna ha dejado en nuestro


ánimo una solemne espiritualidad y mientras el ocaso lentamente va
sumiendo a la ciudad en un recogido silencio, el silencio del Viernes
Santo, las Cofradías más próximas a la Santa Iglesia Catedral, poco a
poco se van acercando a ella y las más lejanas, con una premura que
tiene algo de especial y de ilusión, acompañan a sus respectivos pasos
hasta sus parroquias para, nada más hacerlo, regresar al centro.

Y es que el largo-corto día aún no ha terminado; son, han sido


muchas procesiones en él; la multitudinaria y sobrecogedora procesión
de madrugada, donde “pasa el mártir...y hasta calla en homenaje el tenue
rumor del viento”. La luminosa y respetuosa procesión del Lignum Crucis
y la siempre importante procesión Magna.

Pero el lógico cansancio físico se torna en fuerzas renovadas que ya


habrá tiempo luego de descansar. Y es que falta el único colofón posible
al momento: la procesión del Silencio.

Después de que con una persistente tradición algunos fieles hayan


recogido en un instante los tulipanes del Señor, la urna del señor difunto
ya se encuentra trasladada a la parihuelas y en el centro del presbiterio
rodeada de una devota multitud de fieles.

Gradualmente va descendiendo el rumor en las naves del templo


catedralicio para que, cuando el sacerdote haga prometer a los cofrades
el silencio durante la procesión, ya no se vuelva a oír otro ruido que el de
los pasos lentos y firmes de los nazarenos.

Al toque de varas del maestro de ceremonia, la cofradía más joven


inicia la marcha hacia la iglesia de Santo Domingo, y siguen tras ella, en
corporación y por riguroso orden de antigüedad, las demás Cofradías.

Todos, como un solo hombre, meditando con un emotivo y recogido


silencio. En el recorrido la ciudad permanece oscura, los faroles de los
penitentes dan luz a la marcha hacia el sepulcro, el rostro del Hombre –
Dios aparece iluminado, es el centro de las miradas acuosas y de las
almas emocionadas.

El paso marcado de la Misericordia, acompañado con el apoyo de los


regatones en el asfalto, así como el tintineo de las campanillas que

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anuncian la presencia de Dios que, aunque va muerto, incluso en ese
momento, vive con fuerza en nuestros corazones.”

Luego, concluida esta procesión, desde la iglesia de San Agustín, en


un ambiente de gran recogimiento y meditación, la del Retiro
discurriendo por las calles próximas a dicho templo.

El sábado, la Vigilia Pascual; pero antes, desde la iglesia de Santo


Domingo la procesión de la Soledad de María Santísima, la solemne
vigilia, la más solemne de las celebraciones del año cristiano, esencia,
ser y fuente de todas nuestras conmemoraciones, se rasgaban los velos
negros que cubrían los altares de los templos, la luz, las flores, los
himnos y los cánticos lo inundaban todo. Cesaban las matracas y
resonaban los repiques alegres de las campanas anunciando: ¡Aleluya,
Cristo ha resucitado, vive!

En la catedral, el domingo a las 12, la solemne Misa Pontifical


impartiendo el señor Obispo la Bendición Papal, a continuación procesión
de Su Divina Majestad. Por la tarde y desde el año 2002, la Hermandad
del Rosario procesiona, cargado a hombros por su sección de costaleros,
el Cristo Resucitado, nueva procesión debida, fundamentalmente, al
impulso y entusiasmo del párroco don Alejandro Hernández González,
recientemente fallecido, y los cofrades don Luís González y don Jesús Gil
García , digno colofón de las procesiones de nuestra semana mayor, de
nuestra semana de pasión.

Esta y mucho más, es nuestra Semana Santa, mi Semana Santa que


anuncio y a la que os invito una vez más, en ella se han puesto , se ponen
esfuerzos y sacrificios, sentimientos y vivencias; esperanzas, no se ha
regateado ni escatimado nada para cada año poderla celebrar
nuevamente manteniendo vivas nuestras tradiciones y costumbres que
nos dejaron las generaciones pasadas a las que al principio de este
pregón aludí y que nosotros debemos legar y traspasar a las próximas y
venideras, ofreciéndoles valores y principios como la solidaridad, la
tolerancia, la fraternidad, la comprensión y la compasión; el respeto y
amor a nuestras tradiciones, a nuestras costumbres. Así aprenderán a
amar y querer de dónde venimos y lo que fuimos, lo que somos y cómo
somos; aprenderán a amar y querer nuestro patrimonio, en el año 1964
perdimos la iglesia de San Agustín, este año, lamentablemente, el
Obispado, que debemos reconstruir entre todos ; así también aprenderán
a amar y querer nuestras singularidades, esas que nos hacen ser
distintos, únicos.

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Decía León Felipe que “para cada hombre o mujer tiene reservado un
rayo de luz el sol y un camino virgen Dios” ellos, aquellas generaciones,
recorrieron el suyo dejándonos su legado, su huella; nosotros estamos
recorriendo el nuestro que debemos ofrecer a los que vienen detrás,
ofrecer nunca imponer, pues las ideas, los valores, las creencias no
pueden ser objeto de testamento: se ofrecen no se imponen.

Y termino, “no tengáis miedo a abrir las puertas a Cristo”, fue un


pensamiento y un mensaje reiterado del recordado Papa Juan Pablo II. En
esta ciudad de calles viejas y rectas, de frondosas plazas desiertas por
las que el viento murmura rancias consejas y tradiciones, que se duerme
con el redoble de sus campanas y se despierta a los repiques con que se
anuncian las procesiones, en esta ciudad que tiene una cruz vetusta justo
a su entrada, símbolo enhiesto que es algo humano y algo divino, su
propio emblema y su fe de siglos, esta Semana Santa, en este ambiente
de recogimiento y espiritualidad, es un buen, quizás el mejor momento
para ello, para abrir las puertas a Cristo porque como dice el cántico, su
palabra nos da vida, su palabra es eterna , en ella esperaremos.

El Pregón ha finalizado, el anuncio queda hecho, la invitación cursada.


Queda dicho. Muchas gracias.

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