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ÉTICA, CIUDADANIA
Y DEMOCRACIA
CONTRASTES
Colección Monografía 12 [ISBN: 978-84-690-4782-8]
Málaga 2007
La educación ciudadana en la sociedad
mal ordenada
Ana María Salmerón Castro y Alexandra Rivera Ríos
Universidad Nacional Autónoma de México
I. Introducción
De acuerdo con Dewey la escuela puede constituir un ambiente social especial y pro-
metedor a partir de que, como ningún otro espacio de asociación humana, tiene la posibilidad –y
de hecho la función obligada- de simplificar, purificar y liberar las condiciones de intercambio
social de la comunidad más amplia de la que forma parte. Cf. J. Dewey, 1966.
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II
III
Algunos filósofos han manifestado una clara resistencia a identificar tan cer-
canamente el ejercicio del pensamiento experimental, con otras formas del pen-
sar. Israel Scheffler, por ejemplo, cuestiona la doctrina evolutiva del pensamiento
como herramienta de solución de problemas a partir de dos argumentos.
En primer lugar, señala, sostener que el pensamiento sirve para solucionar
problemas prácticos sólo resulta válido cuando se trata de tipos poco sofisticados
de pensamiento práctico o de aplicaciones tecnológicas. No resulta sostenible,
en cambio, cuando se habla de formas del pensamiento científico en el caso de
que la ciencia sea entendida como empresa teórica autónoma.
“En general [dice Scheffler] las teorías científicas no nacen de los conflictos
prácticos, ni tampoco, en sí mismas, sirven para guiar las actividades prácticas;
están empotradas en estructuras intelectuales complejas, conectadas sólo indi-
rectamente como conjuntos, a contextos de testimonio probatorio y experimento.
Su apreciación depende mucho de estas estructuras intelectuales y abarca, aparte
de la eficiencia práctica, consideraciones teóricas” (1977, p.149).
El segundo argumento de Scheffler en contra de la doctrina del pensamiento
como herramienta de resolución de problemas prácticos, se inscribe en su falta
de abarcabilidad de otras formas del pensar. No resolvemos problema alguno
–dice- cuando “cavilamos, recordamos o imaginamos algo”. Tampoco la activi-
dad intelectiva de los artistas es un buen ejemplo de pensamiento orientado a la
solución de problemas prácticos: “¿De qué problema es Macbeth la solución?”
se pregunta (Ibid., p.148).
La experiencia reflexiva- dice Dewey- sigue estos pasos: 1º. El sujeto se enfrenta a
una situación incompleta o desventajosa cuyo carácter lo somete a la perplejidad, la confusión
o la duda. 2º. Elabora una anticipación conjetural; una interpretación tentativa de los elementos
dados, atribuyendo a ellos una tendencia al efecto de ciertas consecuencias. 3º. Realiza una su-
pervisión cuidadosa (examen, inspección, exploración y análisis) de todas las consideraciones
alcanzables que definen y clarifican el problema. 4º. Elabora hipótesis tentativas. 5º. Toma un
plan de acción y lo aplica al estado de cosas existente. Es decir, hace algo abiertamente para
acarrear el resultado anticipado y probar así las hipótesis. J. Dewey 1966, p.150.
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IV
Para Kant “las dos razones, la teórica y la práctica, no son dos tipos distintos de razón,
sino la misma razón que difiere en su aplicación […] la razón en su uso práctico se ocupa de
[…] determinar la voluntad, la libertad, etc, y entonces su uso es ético o moral” F. Mora 1992,
p. 661. La opinión de Dewey al respecto, no es la misma, pues afirma que Kant “separa la razón
moral del pensamiento y el razonamiento en la forma en que se muestran en la vida ordinaria y
en la ciencia [como si se tratara] de una facultad única, cuya sola función es hacernos advertir
el deber y su imperativamente legítima autoridad sobre la conducta”. J. Dewey 1965, p. 145.
Entendida ésta como la habilidad para elegir medios conducentes al provecho propio.
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Aunque los tres tipos de problemas tienen vínculos innegables con las
condiciones empíricas y subjetivas (pues constituyen precisamente respuestas
razonadas a ellas), los problemas técnicos y pragmáticos se resuelven direc-
tamente en el orden de esas condiciones; los problemas morales no. Éstos
se resuelven bajo leyes que se fundan sobre la libertad y la autonomía de los
agentes –es decir, sobre la independencia de lo sensible- que es propia de su
pertenencia al mundo de lo inteligible. La condición apodíctica del mandato
moral no puede derivarse de la experiencia empírica, sólo la razón teórica es
capaz de construir ese mandato a priori.
Se trata de los problemas a que responden los imperativos hipotéticos; es decir, a los
imperativos que orientan la acción siempre bajo la condición de un propósito ya atado o prees-
tablecido subjetivamente y no, como sucede con el imperativo categórico, cuya condición no
puede estar preestablecida.
Un ejemplo de ellos se muestra en el siguiente párrafo: “Cuando la experiencia se
alinea con los procesos de vida y las sensaciones se alinean con procesos de reajuste, el alegado
atomismo de las sensaciones desaparece. Y esa desaparición permite abolir la necesidad de la
facultad sintética de la razón super-empírica que se suponía las conectaba […] así, cesa la ne-
cesidad de acudir a la complicada maquinaria kantiana y poskantiana de los conceptos a priori
y las categorías que sintetizan el material de la experiencia”. J. Dewey 1952, p.85.
Conviene señalar que Dewey no distingue tajantemente entre pensamiento y expe-
riencia, uno forma parte de la otra; y ambos (en su inexorable conexión con el conocimiento)
constituyen el proceso por el que la vida se sostiene y en cuyas condiciones se encuentran
implicados. Cf. J. Dewey 2004.
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“Si la capacidad de distinguir lo bueno de lo malo debe tener algo que ver con la
capacidad de pensar, debemos poder “exigir” su ejercicio a cualquier persona que
esté en su sano juicio, con independencia del grado de erudición o de ignorancia,
inteligencia o estupidez, que pudiera tener” (1971, p.114).
“La cognición siempre persigue un fin objetivo definido, que puede establecerse
por consideraciones prácticas o por ‘ociosa curiosidad’; pero una vez alcanzado
este objetivo, el proceso cognitivo finaliza” (H. Arendt, 1993, p.187).
En este sentido, es posible decir que para ambos filósofos, a diferencia del
conocimiento, el pensamiento envuelve en un proceso continuo de reflexión,
en un constante acudir a la razón teórica a modo de un mecanismo que facilita
la más acertada conducción de las acciones.
Hay, además, otras condiciones que hacen posible sostener las coinciden-
cias que nos interesa destacar. Habíamos señalado ya que el pensamiento –en
el sentido arendtiano- era entendido como exigencia (o en términos kantianos,
como mandato), pues bien, además de ser una exigencia, el pensamiento apa-
rece, en la teoría de H. Arendt, como una necesidad:
“El hombre tiene una inclinación y además una necesidad […] de pensar más allá
de los límites del conocimiento, de usar sus capacidades intelectuales, el poder
de su cerebro, como algo más que simples instrumentos para conocer y hacer”
(H. Arendt, 1971, p.113).
Para mayor detalles, ver: H. Arendt 1953: “Comprensión y política (Las dificultades
de la comprensión)” en: H Arendt 2005.
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último consiste en personas con las que está hablando sobre algún punto o
suceso, el objeto sobre el que se habla forma parte también de la situación” (J.
Dewey, 2004, p.86).
La presencia de la dimensión social en nuestras experiencias abre paso
a la responsabilidad que conllevan nuestras acciones, por sus consecuencias.
Es decir, si las experiencias no sólo ocurren en función de lo que es real en
el espacio público que comparten quienes las sufren, sino que también esas
experiencias han de afectar a lo que ocurre en la vida colectiva, entonces, el
pensamiento reflexivo ha de ser inherente a la experiencia educativa. Debemos
procurar el fortalecimiento, como hábito intelectual, de la capacidad de pensar
reflexivamente. Y ese hábito, en palabras de Dewey, significa la “[…] formación
de disposiciones intelectuales y emotivas así como un aumento de facilidad,
economía y eficacia de la acción. Todo hábito marca una inclinación, una pre-
ferencia y elección activa de las condiciones comprendidas en su ejercicio. Un
hábito indica también la disposición intelectual” (J. Dewey, 2001, p.51).
Por ello, insiste el autor, debemos procurar que con el hábito logremos
crear una disposición intelectual de pensamiento reflexivo. Con el hábito,
entendido como un modo de inclinación a cierta forma de acción reflexiva,
nuestras acciones en el espacio público serán, sin duda, más racionalizadas, más
razonables, más prometedoras y comprometidas con un ordenamiento social
más justo y mejor ordenado. Dewey así lo entiende: cuando el pensamiento re-
flexivo deviene en hábito intelectual para cada individuo, aparece, nuevamente,
el aspecto social y responsable que tiene. “Nuestros hábitos individuales son
eslabones que forman la interminable cadena de la humanidad; su significación
depende del medio heredado de nuestros antecesores y se intensifica a medida
que vemos por anticipado los frutos que nuestras obras rendirán en el mundo
en que vivan nuestros sucesores” (J. Dewey, 1975, p.31).
En el contexto de la formación y el ejercicio de la ciudadanía, la capacidad
y necesidad de pensar (que Arendt liga a la comprensión) o, lo que es lo mismo,
el pensamiento reflexivo (tal como lo entiende Dewey), debe fomentarse como
hábito intelectual. Un constante cuestionamiento (en términos del qué, el cómo
y el por qué) sobre las condiciones de la vida social en general y lo que allí
acontece, son los elementos clave para el entendimiento cabal de la realidad
y la condición de acción inteligente sobre ella; mucho más que la inmersión
llana en sus condiciones fácticas. Particularmente porque el cuestionamiento
constante, guiado por la capacidad de pensar, o el pensamiento reflexivo, con-
duce a una dilucidación de múltiples y variadas realidades posibles, distintas,
mejores, más ordenadas, incluso ideales.
Es por ello que sostenemos que el fomento de la actitud teórica de la razón
constituye la herramienta fundamental para formar ciudadanos capaces de me-
jores acciones en el espacio público. Esto sólo puede ocurrir si procuramos el
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VI
Bibliografía