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VÍA INICIÁTICA Y VÍA MÍSTICA 

René Guénon

La confusión entre el dominio esotérico e iniciático y el


dominio místico, o, si se prefiere, entre los puntos de vista
que respectivamente les corresponden, es una de las que se
cometen hoy con más frecuencia, y esto, al parecer, de una
manera no siempre completamente desinteresada; hay
aquí, por otra parte, una actitud bastante nueva, o que, al
menos en ciertos medios, se ha generalizado mucho en
estos últimos años, por lo que nos parece necesario comen-
zar por explicar claramente este punto. Está ahora de mo-
da, por así decirlo, calificar de “místicas” las doctrinas
orientales, incluidas aquellas en las que no hay ni siquiera
una sombra de apariencia exterior que pudiera dar lugar,
en aquellos que no van más allá, a una calificación seme-
jante; el origen de esta falsa interpretación es naturalmente
imputable a ciertos orientalistas, que, por lo demás, pueden
no haber sido inducidos en principio por una segunda
intención claramente definida, sino únicamente por su in-
comprensión y por un prejuicio más o menos inconsciente,
que les es habitual, de reducirlo todo a puntos de vista
occidentales1. Pero después han llegado otros, que se han


R. Guénon, Consideraciones sobre la Iniciación, Pardes, Barcelona,
2012, cap. I.
1
Así, especialmente desde que al orientalista inglés Nicholson se le
ocurriera traducir taçawwuf por misticismo, se ha convenido en Occi-
dente que el esoterismo islámico es algo esencialmente “místico”; e in-
cluso, en este caso, ya no se vuelve a hablar de esoterismo, sino úni-
camente de misticismo, es decir, que se ha llegado a una verdadera
sustitución de puntos de vista. Lo mejor del caso es que, en las
cuestiones de este orden, la opinión de los orientalistas, que sólo
conocen estas cosas por los libros, ¡cuenta manifiestamente mucho
más, a los ojos de la inmensa mayoría de los occidentales, que la opi-
nión de los que tienen un conocimiento directo y efectivo!
Vía iniciática y vía mística
adueñado de esta asimilación abusiva, y que, viendo el
provecho que podrían sacar para sus propios fines, se
esfuerzan en propagar la idea fuera de ese mundo especial,
y en definitiva bastante restringido, de los orientalistas y su
clientela; y esto es más grave, no sólo porque por esta ra-
zón esta confusión se extiende cada vez más, sino también
porque no es difícil advertir en ello las marcas inequívocas
de una tentativa “anexionista” contra la que es preciso
ponerse en guardia. En efecto, aquellos a los que aquí
aludimos son a los que se puede ver como los negadores
más “serios” del esoterismo; nos referimos a los exote-
ristas religiosos que se niegan a admitir cualquier cosa que
vaya más allá de su propio dominio, pero que sin duda
estiman esta asimilación o esta “anexión” más hábil que
una negación brutal; y, a la vista del modo en que algunos
de ellos se esfuerzan en travestir en “misticismo” las
doctrinas más claramente iniciáticas, podría parecer
verdaderamente que esta labor reviste a sus ojos un
carácter particularmente urgente2. A decir verdad, habría
no obstante, en el mismo dominio religioso al que perte-
nece el misticismo, alguna cosa que, en ciertos aspectos,
podría prestarse a un acercamiento, o más bien a una apa-
riencia de acercamiento: es lo que se designa con el térmi-
no “ascética”, pues al menos hay aquí un método “activo”,
en lugar de la ausencia de método y de la “pasividad” que
caracterizan al misticismo y sobre los que tendremos que
volver más adelante3; pero es evidente que estas similitu-

2
Otros se esfuerzan también en travestir las doctrinas orientales en
“filosofía”, pero esta falsa asimilación es quizá, en el fondo, menos pe-
ligrosa que la otra, en razón de la estrecha limitación del propio punto
de vista filosófico; estos últimos, por la manera especial en que pre-
sentan dichas doctrinas, apenas consiguen hacer algo totalmente despro-
visto de interés, y lo que se desprende de sus trabajos es sobre todo
¡una prodigiosa impresión de “aburrimiento”!
3
Podemos citar, como ejemplo de “ascética”, los Ejercicios espiritua-
les de San Ignacio de Loyola, cuyo espíritu es incontestablemente lo

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des son completamente exteriores, y, por otra parte, que
esta “ascética” posiblemente no tiene sino objetivos dema-
siado visiblemente limitados como para que se pueda uti-
lizar ventajosamente de esta manera, mientras que, con el
misticismo, nunca se sabe exactamente adónde se va, y
esta misma vaguedad es sin duda propicia a las confusio-
nes. Únicamente aquellos que se entregan deliberadamente
a esta tarea, y los que les siguen más o menos inconscien-
temente, no parecen sospechar que, en todo lo que se rela-
ciona con la iniciación, no hay en realidad nada de vago ni
de nebuloso, sino por el contrario cosas muy precisas y muy
“positivas”; y, de hecho, la iniciación es, por su misma
naturaleza, propiamente incompatible con el misticismo.
Esta incompatibilidad no resulta, por otra parte, de lo que
originalmente implica el propio término “misticismo”, que
está incluso manifiestamente emparentado con la antigua
designación de los “misterios”, es decir, con algo que por
el contrario pertenece al orden iniciático; pero este término
es de los que, lejos de poderse relacionar únicamente a la
etimología, se está rigurosamente obligado, si uno quiere
hacerse comprender, a tener en cuenta el sentido que le ha
sido impuesto por el uso, y que es, de hecho, el único con
el que se le asocia actualmente. Ahora bien, todo el mundo
sabe lo que se entiende por “misticismo” desde hace varios
siglos, de manera que ya no es posible emplear este térmi-
no para designar otra cosa; y es esto lo que, como decimos,
no tiene y no puede tener nada en común con la iniciación,
en primer lugar porque este misticismo concierne exclusi-
vamente al dominio religioso, es decir, exotérico, y des-
pués porque la vía mística difiere de la vía iniciática en
todas sus características esenciales, y esta diferencia es tal
que hay entre ellas una verdadera incompatibilidad. Preci-

menos místico posible y para los cuales es al menos verosímil que se


haya inspirado en parte en ciertos métodos iniciáticos de origen islá-
mico, aunque aplicándolos a un objetivo completamente diferente.

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semos además, que se trata de una incompatibilidad de
hecho más que de principio, en el sentido de que no se
trata en absoluto de negar el valor, al menos relativo, del
misticismo, ni de poner en duda el lugar que legítimamente
le puede pertenecer en ciertas formas tradicionales; la vía
iniciática y la vía mística pueden por lo tanto coexistir per-
fectamente4, pero lo que queremos decir es que es impo-
sible que alguien siga a un tiempo una y otra, y ello incluso
sin prejuzgar de antemano el objetivo al que pueden llevar,
aunque por lo demás se puede ya presentir, en razón de la
profunda diferencia entre los dominios a los que se refie-
ren, que este objetivo no podría ser el mismo en realidad.
Hemos dicho que la confusión que hace que algunos
vean misticismo allí donde no hay el menor rastro de él
tiene su punto de partida en la tendencia a reducirlo todo a
los puntos de vista occidentales; y es que, en efecto, el
misticismo propiamente dicho es algo exclusivamente
occidental y, en el fondo, específicamente cristiano. Por
cierto, tuvimos ocasión de advertir algo que nos parece lo
bastante curioso como para que lo mencionemos aquí: en
un libro del que ya hemos hablado en otro lugar5, el filó-
sofo Bergson, oponiendo lo que él llama la “religión está-
tica” a la “religión dinámica”, ve la más alta expresión de
esta última en el misticismo, al que por otra parte apenas
comprende, y al que él admira sobre todo por lo que no-
sotros podríamos, por el contrario, encontrar como vago e
incluso, en ciertos aspectos, como defectuoso; pero lo que
puede parecer realmente extraño por parte de un “no-
cristiano” es que, para él, el “misticismo completo”, por
poco satisfactoria que sea la idea que él se hace, no deja de

4
Podría ser interesante a este respecto comparar la “vía seca” y la
“vía húmeda” de los alquimistas, pero esto se saldría del marco del
presente estudio.
5
Les deux sources de la morale et de la religion. – Ver a este respecto
Le Règne de la Quantité et les Signes des Temps, cap. XXXIII.

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ser el de los místicos cristianos. A decir verdad, como una
consecuencia necesaria de la poca estima que siente por la
“religión estática”, se olvida de que aquellos son cristianos
antes incluso de ser místicos, o al menos, para justificar
que son cristianos, sitúa indebidamente al misticismo en el
origen mismo del Cristianismo; y, para establecer a este
respecto una especie de continuidad entre éste y el Ju-
daísmo, llega a transformar en “místicos” a los profetas
judíos; evidentemente, del carácter de la misión de los pro-
fetas y de la naturaleza de su inspiración, no tiene la menor
idea6. Sea como sea, si el misticismo cristiano, por defor-
mada o disminuida que sea su concepción, es a sus ojos el
tipo mismo del misticismo, la razón es, en el fondo, fácil
de comprender: de hecho y estrictamente hablando, apenas
existe más misticismo que éste; e incluso los místicos a los
que se ha llamado “independientes”, y que de buen grado
calificaríamos de “aberrantes”, no se inspiran en realidad,
aunque no lo sepan, sino en ideas cristianas desnaturali-
zadas y más o menos enteramente vacías de su contenido
original. Pero también esto, como tantas otras cosas, escapa
a nuestro filósofo, que se esfuerza en descubrir, con ante-
rioridad al Cristianismo, los “esbozos del misticismo fu-
turo”, cuando se trata de cosas totalmente diferentes; hay
aquí especialmente, sobre la India, algunas páginas que
testimonian una incomprensión inaudita. También se refie-
re a los misterios griegos, y aquí la aproximación, fundada
en el parentesco etimológico que señalábamos más arriba,
se reduce en suma a un mal juego de palabras; por lo
demás, Bergson se ve obligado a reconocer que “la mayor
parte de los misterios no tuvieron nada de místico”; pero
entonces, ¿por qué utiliza este vocablo? En cuanto a lo que
fueron estos misterios, se los representa de la manera más
“profana” posible; al ignorarlo todo sobre la iniciación,

6
De hecho, no puede encontrarse misticismo judío propiamente dicho
hasta el Hasidismo, es decir, hasta una época muy reciente.

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¿cómo podría comprender que allí hubo, al igual que en la
India, algo que en primer lugar no era en absoluto de orden
religioso, y que además iba incomparablemente más lejos
que su “misticismo”, e incluso, es preciso decirlo, que el
auténtico misticismo, que por mantenerse en el dominio
puramente exotérico también tiene forzosamente sus limi-
taciones7?
No nos proponemos ahora exponer en detalle y de una
manera completa todas las diferencias que separan en rea-
lidad los puntos de vista iniciático y místico, ya que para
ello se necesitaría un volumen entero; nuestra intención es
sobre todo insistir aquí sobre la diferencia en virtud de la
cual la iniciación, en su mismo proceso, presenta unas ca-
racterísticas totalmente distintas a las del misticismo, in-
cluso opuestas, lo que basta para demostrar que se trata de
dos “vías” no solamente distintas, sino también incompa-
tibles en el sentido que ya hemos precisado. Lo que la ma-
yoría de las veces se dice a este respecto es que el misti-
cismo es “pasivo”, mientras que la iniciación es “activa”;

7
El Sr. Alfred Loisy ha querido responder a Bergson y afirmar frente a
él que sólo hay una “fuente” de la moral y de la religión; en su calidad
de especialista de la “historia de las religiones”, prefiere las teorías de
Frazer a las de Durkheim, y también la idea de una “evolución”
continua a la de una “evolución” por mutaciones bruscas; a nuestros
ojos, ambas tienen exactamente el mismo valor; pero hay al menos un
punto sobre el que debemos darle la razón, y que debe sin duda a su
educación eclesiástica: gracias a ella conoce a los místicos mucho
mejor que Bergson, y señala que éstos nunca tuvieron el menor indicio
de algo que se pareciera, incluso de lejos, al “impulso vital”; eviden-
temente, Bergson ha querido hacer “bergsonianos” antes de tiempo, lo
que no es muy conforme a la simple verdad histórica; y el Sr. Loisy se
asombra también con razón al ver a Juana de Arco incluida entre los
místicos. – Señalemos de pasada, pues es bueno indicarlo, que su libro
comienza con una divertida confesión: “El autor del presente opúsculo
declara que no tiene una particular inclinación por las cuestiones de
orden puramente especulativo”. He aquí al menos una muy loable
franqueza; y, puesto que es él mismo quien lo dice, y de manera total-
mente espontánea, ¡de buen grado creemos sus palabras!

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lo que por otra parte es muy cierto, a condición de determi-
nar la acepción bajo la que hay que entenderlo exacta-
mente. Esto significa sobre todo que, en el caso del misti-
cismo, el individuo se limita a recibir simplemente lo que
se le presenta, y tal como se le presenta, sin que él mismo
tenga nada que ver; y, añadamos enseguida que en esto
reside para él el principal peligro, en el hecho de que esté
así “abierto” a todas las influencias, de cualquier orden que
éstas sean, y que, por lo demás, en general y salvo raras
excepciones, no tiene la preparación doctrinal que sería
necesaria para que pudiera establecer entre ellas la más
mínima discriminación8. En el caso de la iniciación, por el
contrario, es al individuo a quien corresponde la iniciativa
de una “realización” que se proseguirá metódicamente,
bajo un control riguroso e incesante, y que normalmente
deberá conducir a sobrepasar las posibilidades mismas del
individuo como tal; es indispensable añadir que esta inicia-
tiva no basta, pues es evidente que el individuo no podría
sobrepasarse a sí mismo por sus propios medios, pero, y
esto es lo que nos importa por el momento, es esta inicia-
tiva lo que constituye el punto de partida obligado de toda
“realización” para el iniciado, mientras que el místico no
tiene ninguna, incluso para aquello que no va más allá del
dominio de las posibilidades individuales. Esta distinción
puede ya parecer bastante clara, pues demuestra verdadera-
mente que no podrían seguirse a la vez las vías iniciática y
mística, aunque podría no ser suficiente; podríamos inclu-
so decir que sólo responde al aspecto más “exotérico” de la
cuestión, y, en todo caso, es demasiado incompleta en lo
que concierne a la iniciación, de la que está muy lejos de
incluir todas las condiciones necesarias; pero, antes de

8
También es ese carácter de “pasividad” el que explica, sin justificarlos
en absoluto, los errores modernos que tienden a confundir a los mís-
ticos, ya con los “médiums” y con otros “sensitivos”, en el sentido que
los “psiquistas” dan a esta palabra, ya incluso con simples enfermos.

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abordar el estudio de dichas condiciones, nos quedan
todavía algunas confusiones por disipar.

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