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ESCUELA DE CIENCIAS SOCIALES ARTES Y HUMANIDADES

401216 Seminario de Autor de Filosofía Moderna


Act No.8. Lección Evaluativa 2

TEXTO “LA LIBERTAD POLÍTICA EN KANT”

En las últimas décadas la filosofía moral y política de Kant ha recibido distintas críticas
provenientes tanto de otros pensadores liberales como de la corriente comunitarista. En ese
contexto, no han faltado quienes atribuyeron al kantismo intenciones totalitarias orientadas a
imponer una concepción particular y excluyente del bien. Hay quienes interpretan la libertad
política kantiana en la misma línea que la libertad positiva propia de la filosofía de Rousseau.

A partir de aquí, se sostiene que Kant pretendía legitimar la constante interferencia de los poderes
públicos en la vida de los individuos. Sin embargo, el sentido que Kant atribuye a la libertad
política difiere del que le asigna Rousseau: Kant es un pensador esencialmente liberal. Pero la
vigencia de las libertades subjetivas requiere, tal como demuestra la perspectiva adoptada por él,
el ejercicio de las libertades democráticas.

Distintas tradiciones del pensamiento político han entendido de modos diferentes el sentido del
término «libertad». Muchas veces, la discusión entre concepciones rivales se ha ordenado en
torno de dos conceptos que se presentan como opuestos: la «libertad positiva» y la «libertad
negativa». Por libertad negativa se entiende la situación en la cual un sujeto tiene la posibilidad de
actuar o de omitir una acción sin ser obligado o sin que se lo impidan otros.

Por eso, esta libertad se conoce como «ausencia de impedimento». La libertad negativa consiste,
pues, en que nadie interfiera en mi actividad impidiéndome conseguir un fin. Mientras que la
libertad negativa se refiere a la carencia de coerción, la libertad positiva alude a la situación en la
cual un agente tiene la posibilidad de orientar su acción hacia un objetivo, de tomar decisiones sin
verse determinado por la voluntad de otros. Esta forma de libertad, que se llama también
«autodeterminación» o «autonomía» se presenta enérgicamente en la idea rousseauniana que en
el Estado Civil el hombre es libre porque como miembro de la voluntad general sólo obedece las
leyes que él mismo se ha dado.

Estos dos conceptos suscitaron una narrativa histórica en la que se distingue entre la «libertad de
los modernos», que consiste en el disfrute privado de algunos bienes fundamentales para la vida y
el desarrollo de la personalidad humana, y la «libertad de los antiguos», que enfatiza la
participación en el poder político. La soberanía pública se convierte en esclavitud en las relaciones
privadas porque el ciudadano es, al mismo tiempo, legislador y súbdito de un orden arbitrario,
esboza una oposición entre las dos libertades que continúa todavía como una tensión al interior
de las mismas democracias modernas.

En efecto, se puede objetar la libertad positiva afirmando que como la democracia no siempre
produce un incremento de la libertad individual, no hay ninguna conexión entre la libertad
negativa y la autonomía. La libertad política sería simplemente el ámbito en el que un hombre
puede actuar sin ser obstaculizado por otros.

Pero también las criticas más usuales a la filosofía moral y política de Kant están orientadas a
señalar que el filosofo alemán no tiene en cuenta la variedad de las necesidades humanas básicas.
El pluralismo, por ejemplo, con el grado de «libertad negativa» que lleva consigo, puede ser

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considerado como un ideal más verdadero y más humano que el ideal del autodominio positivo de
los pueblos, porque reconoce que los fines de los hombres son múltiples, inconmensurables, y
están en perpetua rivalidad unos con otros.

Ciertamente, la interpretación del sujeto kantiano como drásticamente desdoblado y el carácter


coercitivo atribuido a la razón práctica como facultad legisladora que reprime las inclinaciones
mundanas, exhibiría el rasgo totalitario de la filosofía de Kant. La idea de un hombre escindido, de
acuerdo con esta perspectiva, «que lucha contra sí mismo» permite ignorar los deseos reales de
los individuos y de las sociedades, sometiéndolos al imperativo de su propia razón.

El «contrato originario» kantiano, los principios naturales de la razón, obliga al legislador a dictar
sus leyes como si cada ciudadano pudiera aceptarlas, como si éstas hubieran emanado de la
voluntad unida de todo un pueblo. Un Estado libre estaría gobernado, pues, por leyes que fuesen
aceptables por todos los sujetos racionales. Y en la medida en que los sujetos no comprendan los
dictámenes de su razón queda justificada la imposición y el acato de la norma, es decir, queda
justificado el despotismo.

Pero creemos que en Kant hay elementos para entender de manera menos vertical su concepción
de la libertad política.

La libertad jurídica y, por tanto, externa no puede definirse, como se suele hacer, como la facultad
de hacer todo lo que se quiera sin perjudicar a nadie.

Mi libertad externa (jurídica), afirma Kant, debería definirse más bien como la facultad de no
obedecer a ninguna ley externa distinta de aquellas a las que he podido dar mi asentimiento. Kant
entiende la libertad jurídica, entonces, como el poder de auto legislarse, haciendo coincidir el
significado de libertad con el de autonomía política. El ideal de la libertad negativa quedaría
excluido de manera enfática.

Claramente, esta concepción está inspirada en el pensamiento de Rousseau, algunas de cuyas


nociones centrales Kant acabó de sistematizar. Desde este punto de vista, Kant, al igual que
Rousseau, entendería la libertad en términos de la participación de todos los miembros de una
sociedad en un poder público que tendría derecho a interferir en cualquier aspecto de la vida de
los ciudadanos. Por cierto, para Kant, el «contrato originario» o «pacto social» es la única forma de
asociación que puede permitir a los hombres alcanzar una constitución civil con validez irrestricta,
ya que aglutina cada voluntad particular en una voluntad comunitaria y pública, es decir, genera.
Por esa vía, los hombres renuncian a su libertad exterior para recuperarla inmediatamente como
miembros de un Estado. Abandonan su libertad salvaje y sin ley para volver a encontrarla en la
dependencia legal que brota de su propia voluntad legisladora.

¿Esto quiere decir que Kant concibe la libertad en términos positivos? En diferentes escritos Kant
explica que ni el contrato social ni la voluntad general pueden derivarse de una instancia empírica
vinculada con la naturaleza o con la historia de los hombres. En la Paz perpetua, Sección segunda,
Primer artículo, se elucidan los orígenes de la idea de República y las relaciones conceptuales
entre ésta y las nociones de libertad e igualdad.

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El contrato es, entonces, «una mera idea de la razón» que tiene una realidad exclusivamente
práctica y que funciona normativamente como un principio de justicia política. En otros términos,
la idea de contrato es un principio de acción que constriñe a todos los legisladores empíricos, los
cuales están a priori obligados a promulgar sus leyes de manera tal que éstas pudieran haberse
originado en la voluntad unida de todos. A diferencia del modelo rousseauniano de democracia
directa, el criterio del posible asentimiento universal no carga al proceso legislativo con la
responsabilidad de investigar la voluntad efectiva de la sociedad.

De este modo, el procedimiento kantiano para garantizar la justicia es de naturaleza lógica, y exige
meramente un experimento mental que es análogo al procedimiento de universalización de las
máximas en el plano de la moralidad.

La idea es que una ley no será aceptada por todos, si la restricción de la libertad que conlleva no
afecta a todos de la misma manera.

La idea racional de justicia que aparece en la teoría política de Kant se distancia, por lo tanto, de la
absorbente simbiosis de la asamblea rousseauniana. Al mismo tiempo, el contrato social es un
principio de la razón que proporciona una base para criticar cualquier discriminación legal
derivada del sexo, la raza o la religión.

La idea de una voluntad general, entonces, prueba ser el principio y el criterio de los derechos
humanos, en la medida en que éstos tienen un origen que es anterior al gobierno y a la autoridad.
En esta primacía otorgada a los derechos subjetivos básicos se verifica el compromiso de Kant con
el liberalismo.

Evidentemente, la libertad positiva en la filosofía de Kant tiene un sentido distinto del que le han
asignado otros autores. La mayor dificultad para interpretar su teoría política esta precisamente
en la diferencia entre la definición explícita que Kant provee de la libertad jurídica, que como
hemos visto remite a la libertad positiva, y el sentido general que puede inferirse de sus escritos.

Kant define el derecho como el conjunto de condiciones bajo las cuales el arbitrio de uno puede
conciliarse con el arbitrio de otro según una ley universal de la libertad. De esto se puede inferir
que el propósito final de la legislación jurídica es garantizar una esfera en donde los individuos
puedan actuar sin ser afectados por los demás. De esa manera, la libertad no sería entendida en
clave de autonomía colectiva, sino como no–impedimento o no–interferencia.

Puesto que la coerción está destinada a prevenir la invasión ilegítima de la libertad ajena, la
libertad se delimitaría como .la facultad de hacer todo lo que se quiera con tal de no perjudicar a
nadie..

En el mismo sentido, la propiedad, la libertad y el Estado son conceptos inmanentemente


relacionados en el pensamiento de Kant. Si el problema fundamental del derecho privado es el de
elucidar qué debe entenderse por «lo mío y lo tuyo externos», y si lo que me pertenece
inteligiblemente es aquello con lo que mantengo relaciones tales que su uso por parte de otro sin

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mi consentimiento me perjudicaría, la posesión equivale al «libre uso de una cosa», en dónde


«libre» quiere decir «no obstaculizado».

El concepto del derecho postula, pues, un área de permisibilidad al interior de la cual un agente
puede perseguir cualquier propósito, siempre que sus actos sean consistentes con la forma de la
relación entre voluntades libres.

Esto nos conduce directamente a la cuestión de los ideales del bien. Nadie me puede obligar a ser
feliz a su modo, tal como él se imagina el bienestar de otros hombres, sino que es lícito a cada uno
buscar su felicidad por el camino que mejor le parezca, siempre y cuando no cause perjuicio a la
libertad de los demás para pretender un fin semejante, libertad que puede coexistir con la libertad
de todos según una posible ley universal, esto es, coexistir con ese derecho del otro.

Frente a la acusación de que la filosofía política de Kant desconoce la variedad de los bienes y de
los fines de los hombres, queriendo imponer a todos ellos una misma concepción de la felicidad,
vemos que el mundo interior de los pensamientos y las intenciones no cae bajo la autoridad
racional de las normas del derecho. Y, por lo tanto, no puede ser legítimamente dominado por el
control de las leyes positivas.

En efecto, consciente de la diferencia entre la ley y la virtud, Kant sostiene que las cuestiones de
convicción no tienen relevancia legal. El rasgo distintivo del universalismo kantiano consiste, así,
en separar la corrección moral y jurídica de las acciones de los fines últimos perseguidos como
bienes por cada uno de los miembros de la sociedad.

Por cierto, el primero de los principios en los que se funda el Estado Civil se refiere a la libertad de
cada miembro de la sociedad en cuanto hombre. Con eso se enfatiza que un gobierno no actúa de
acuerdo con los principios racionales y contractuales de justicia cuando, al restringir la libertad de
los individuos mediante leyes e instituciones, excede la medida necesaria para garantizar y
asegurar su coexistencia. Igualmente, hace un uso ilegítimo de su poder cuando impone ideas
particulares atinentes a la felicidad, la moralidad o la religión de los ciudadanos. Las leyes son
legítimas cuando pueden ser objeto de una aprobación irrestricta; cuando se mantienen al margen
de conceptos religiosos, éticos, o eudaimonistas, orientándose exclusivamente por el principio
formal de la compatibilidad y coordinación de las diferentes esferas individuales de libertad. Para
Kant, el paternalismo ético o político es despótico.

La concepción del derecho expuesta por Kant presenta, de acuerdo con lo dicho, un orden para la
coexistencia equitativa de la libertad de los seres humanos, que define el dominio que cada uno
puede considerar de su propiedad, de modo tal que lo ocupe a su antojo, defendiendo ese espacio
contra intromisiones arbitrarias. Contrariamente a las objeciones comunes hechas a Kant, en su
filosofía política se concibe la libertad como un ideal que resguarda una esfera privada al interior
de la cual todo hombre tiene el derecho irrevocable de poner en práctica la forma de vida que
considera más conveniente.

Esta concepción jurídica de la libertad afirma que la condición de que mi libertad exterior sea
compatible con la de todos los demás, persigue el objetivo de mantener nuestra independencia

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frente al .poder arbitrario de otros... Aún así, se sostiene que el liberalismo kantiano tiene su
núcleo en una concepción negativa de la libertad, que mantiene, no obstante, una diferencia
sustancial respecto de otras teorías liberales, a saber: la primacía de la justicia sobre cualquier
valor.

El sistema jurídico kantiano revolucionó la manera tradicional de representar el contrato. Para


Kant, hay sólo un argumento válido para la constitución del Estado. Este argumento es que la
justicia y la injusticia únicamente pueden determinarse legalmente, y no por medio de opiniones
personales, en un Estado Público de leyes. Y tal estado no es exigido porque la paz tenga el efecto
positivo de detener el derramamiento de sangre, sino porque es una condición indispensable para
que se realice la legalidad que demanda la razón. El Estado es, por lo tanto, una forma de auto-
organización de individuos libres e iguales que tiene el propósito de establecer un sistema público
de justicia.

La validez práctica del contrato originario kantiano tiene, así, el objetivo de establecer un
procedimiento de decisión y consenso que garantice la justicia de sus resultados. En ese sentido,
su manera de proceder sitúa a la formación democrática de la voluntad de una comunidad
contractual en el lugar del criterio para los test de justicia. La consecuencia política del derecho a
la libertad es, de ese modo, el derecho de estar sujeto sólo a leyes que puedan recibir un
asentimiento universal. Desde luego, ningún sujeto maduro y psicológicamente sano aceptaría una
distribución de la libertad que lo perjudicara.

El Estado kantiano no se desarrolla con vistas a maximizar la libertad como no interferencia, sino a
ampliar la libertad de acción atendiendo a las exigencias de la justicia. Eso equivale a maximizar el
disfrute de un grado igual de libertad para todos los ciudadanos. Por un lado, la naturaleza
coercitiva de la ley es indispensable para conseguirlo. Pero, por el otro, esa autoridad para el uso
de la fuerza no es arbitraria porque debe atender a la visión del mundo del público y no de sus
detentadores.

Los actos de interferencia por parte del Estado deben seguirse, en consecuencia, de una
interpretación de los intereses compartidos por los afectados que sea capaz de conseguir, al
menos idealmente, su adhesión. Esto vuelve evidente que la libertad negativa no solamente no es
incompatible con la justicia, sino que exige su primacía por encima de cualquier otro valor. En
otros términos, la libertad negativa sólo puede sostenerse por medio de la idea práctica del
contrato que establece un criterio que excluye tanto la arbitrariedad como la distribución no
equitativa de la libertad.

Ahora bien, para los defensores de la libertad negativa la libertad individual es el fin último del ser
humano, de modo que no podría admitirse nada que la contrajera. Quienes están vinculados al
concepto negativo de libertad se les puede perdonar si creen que la autonomía no es el único
método para superar obstáculos y que también es posible quitarlos por la fuerza o por medio de la
persuasión. Los defensores de la libertad negativa propondrían un principio de maximización de
los derechos individuales que propiciaría que la intervención del Estado en la vida de las personas
fuera la menor posible, ensanchando hasta el extremo la esfera de acciones no impedidas de los
miembros de una comunidad.

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El problema con este principio es que los Estados occidentales están compuestos por una
pluralidad de etnias, culturas y doctrinas. Y muchas de ellas, cuando están juego cuestiones
políticas fundamentales, insistiendo en lo que ellas creen que es la verdad aunque otros no lo
consideren así, pretenderán utilizar el poder del Estado para impedir que el resto de la ciudadanía
profese o afirme sus puntos de vista. La cuestión es que, por lo general, una distribución desigual
de las libertades individuales e incluso el aniquilamiento o persecución de algunos grupos,
maximizaría la libertad de acción. Los más poderosos podrían, al mismo tiempo, incrementar su
libertad negativa a expensas de los menos aventajados. A la luz del principio de maximización de
las libertades individuales esto estaría permitido porque nada prescribe sobre la justicia o la
igualdad. Su aplicación, evidentemente, conduciría a la supresión del pluralismo impidiendo a
todos los hombres perseguir sus propios fines.

La perspectiva adoptada por Kant demuestra que solamente un Estado que legisle
republicanamente, es decir, sometiendo sus disposiciones a un mecanismo procedimental de
legitimación, es capaz de promover una expansión de la libertad que haga prácticamente posible
la libertad de acción de todos los miembros de una comunidad. Lo que Kant impulsa es una
comunidad que tienda a la participación y que al producir justicia genere libertad política.

En la medida en que exige de cada individuo en su propia persona que siga de manera precisa las
normas que él se propone a sí mismo según su propio juicio imparcial, la autodeterminación moral
kantiana constituye un concepto unitario.

Pero el carácter vinculante de las normas jurídicas no se funda en la formación privada del juicio,
sino en las disposiciones colectivamente aceptables de las instancias que legislan y aplican el
derecho.

De esto se desprende una división de papeles entre quienes legislan y los destinatarios que se
encuentran sometidos a ese derecho. La autonomía que en el ámbito moral está hecha de una
sola pieza, en el ámbito jurídico se desdobla en autonomía privada y autonomía pública. Estos dos
momentos se concilian cuando sin perjudicarse mutuamente, las libertades subjetivas de acción
del sujeto de derecho privado y la autonomía pública del ciudadano se posibilitan recíprocamente.
En ese sentido, las personas jurídicas sólo pueden ser autónomas en la medida en que en el
ejercicio de sus derechos ciudadanos puedan entenderse como autores precisamente de los
derechos a los que deben prestar obediencia como destinatarios.

Así mismo, los derechos fundamentales no pueden imponerse a un pueblo de manera


paternalista, sino que es necesario que sean los propios implicados quienes en su condición de
ciudadanos presten asentimiento a ellos al interior del proceso legislativo. Sin dudas, la libertad
positiva y la negativa constituyen dos caras de la misma moneda en la filosofía de Kant. En ese
sentido, la esfera de no interferencia como espacio que todo sujeto tiene derecho exige a
reclamar para dar a su vida el rumbo que prefiera.

La obturación de la resistencia tendría una validez exclusiva bajo el Estado de Derecho. Suprimido
éste, el ciudadano queda en libertad de oponerse a los poderes establecidos. Pero esta situación,
lejos de promover el autoritarismo, exige meramente la preservación de la igualdad, la

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imparcialidad y la equidad. Así como el mundo interior de la persona está caracterizado por el
auto-gobierno de la razón pura práctica, el mundo político se basa en la independencia que
adquiere la justicia respecto de la voluntad y el arbitrio de los individuos.

Al mismo tiempo, la autonomía personal, que está en el centro de la moral kantiana, solamente se
puede desplegar en el contexto de una interacción con otras personas regulada por los principios
de la moralidad. La República es, pues, la contrapartida social y política que completa la moralidad
individual: tanto ésta como el Estado Republicano son diferentes manifestaciones de la misma
Razón autónoma. En consecuencia, la idea de un “pacto civil racional” que pretendería garantizar
la corrección de las decisiones tomadas desde él, prestándoles, a la vez, la incondicionalidad de
haber emanado de la voluntad racional de un pueblo, constituye el núcleo del régimen político
que garantiza a sus miembros que serán tratados como personas autónomas, es decir, que les
asegura un trato digno de personas tanto entre conciudadanos como con relación al Estado.

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