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EL DESASTRE DE LA GESTIÓN DE RIESGOS EN BOLIVIA

Las últimas semanas Bolivia ha sufrido el embate de la naturaleza a través de varios


episodios de inundaciones en varios municipios del país. Se ha tenido que lamentar no solo
pérdidas materiales y económicas sino también pérdidas humanas. De acuerdo al
Viceministerio de Defensa Civil en una última actualización del recuento de los desastres
naturales, se contabilizaron a 6.400 familias afectadas en todo el territorio nacional, esta
situación ha orillado al Gobierno Nacional a través del primer mandatario, Evo Morales, a
declarar el estado de emergencia con el fin de movilizar recursos económicos para la
atención de los damnificados.

Más allá dela declaratoria de emergencia como tal, sorprende el procedimiento que el Estado
sigue a la hora de atender las emergencias en nuestro país, Bolivia a más de contar con una
serie de instituciones especializadas en la Gestión del Riesgo no logra trasladar ese nivel de
burocracia en resultados concretos de garantías y resiliencia frente a eventos climáticos de
esta índole. Si uno analiza el Viceministerio de Defensa Civil, se puede encontrar que este
tiene a su cargo el Sistema Integrado de Información y Alerta Para la Gestión del Riesgo de
Desastres (Sinagersat), que a su vez se compone de otros subsistemas como: el Sistema
Nacional de Alerta Temprana para Desastres (Snatd), el Observatorio Nacional de Desastres
(OND), la Infraestructura de Datos Espaciales (Geosinager) y la Biblioteca Virtual de
Prevención y Atención de Desastres (Bivapad), en teoría, estamos hablando de una
organización institucional por demás interesante en sentido que da la impresión de realizar
un trabajo coordinado e integral, generando información de variables climatológicas,
construyendo escenarios probables e informando oportunamente a los municipios y
departamentos acerca de la inminencia de eventos climáticos extremos.

Lamentablemente nos encontramos en ausencia total de coordinación en todos los niveles


(municipal, departamental y nacional) que desencadena episodios de duplicidad de
funciones, intervenciones tardías, burocratización de los conductos para canalizar la
asistencia humanitaria desde las áreas afectadas y lo que es más grave aún, mantener en
situación de vulnerabilidad a los damnificados en aspectos tan básicos como el acceso a
agua potable, alimentos, seguridad física tanto de los afectados como de sus viviendas y
pertenencias.

Si bien se han implementado en los municipios las Unidades de Gestión de Riesgos (UGR)
estas no cuentan con el presupuesto suficiente y los recursos humanos calificados para
poder intervenir en sus ámbitos, coincidentemente no existen escenarios de coordinación y
planificación para la prevención, atención y reconstrucción en situaciones de emergencias en
la que todos los niveles territoriales tengan funciones claramente definidas y los recursos
para ejecutar las mismas. Nuevamente todo el proceso de planificación se consolida en un
manual de procedimientos donde no solo las entidades territoriales participan, sino donde se
incorpora a todos los sectores y organizaciones de la sociedad civil, y que se somete
continuamente a prueba a través de simulacros controlados de forma que la amenaza o el
riesgo, forme parte de la conciencia colectiva.

En su lugar tenemos declaratorias de emergencia nacional que solamente habilitan la libre


disposición de los recursos públicos para la atención inmediata de las emergencias, sin una
planificación previa, se hace un uso discrecional de los recursos públicos. Las buenas
intenciones se sobreponen a la racionalidad que un Estado debería mantener a la hora de
administrar sus arcas, sin embargo Bolivia mantiene una lógica peligrosa donde la
improvisación ha sustituido a la planificación.

Existen múltiples caminos para encarar la gestión de riesgos, Bolivia no ha elegido uno, se
constituyen en desastres por partida doble, los naturales y los de capacidad institucional.

Por: Carlos Armando Cardozo Lozada


Economista, Máster en Desarrollo Sostenible y Cambio Climático, Especialidad en Gestión del Riesgo
de Desastres y Adaptación al Cambio Climático, Presidente de Fundación Lozanía

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