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dice Jorge Luis Borges en “El oro de los tigres”, poema al que se debe el nombre de la
colección que hoy presentamos. Y me pregunto si la tradición poética es ese camino de
barrotes que repasamos como el tigre o si es el cobrar conciencia de la cárcel que nos lleva
a detener la marcha que se nos revela inútil. La analogía, que pareciera gratuita y forzada,
se justifica por que la poesía, en su pluralidad semántica y en su lógica sensual, abre vías de
entendimiento insospechadas. En Monterrey, una ciudad que a nivel nacional es calificada
como próspera para los negocios y la industria pero bárbara para la gastronomía y la
materia cultural, la pregunta es urgente. ¿Por qué publicar poesía, si --nos dicen-- nadie la
lee?, podríamos preguntarnos. ¿Por qué, si --nos dicen-- es una carga para el desarrollo de
otras competencias que nos son realmente útiles para la vida productiva?
Si seguimos con el símil y asumimos que la tradición poética es una cárcel, sería una cárcel
como la de Cernuda (otra vez la poesía nos abre brechas entre la maleza):
La poesía se nos abre como un camino sin absolutos, es la cárcel que nos sostiene a una
tradición, a una historia y es la amorosa llavera de innumerables llaves que nos muestra lo
que sin ella no advertiríamos. Así funciona El Oro de los Tigres: es una colección de poesía
internacional realizada amorosa y acuciosamente en una ciudad y en un país que se resiste
tanto a la reja como a la libertad de la poesía. La colección, cuya primera aparición fue en
2009, está configurada en cajas que contienen entre 5 y 7 libros de poetas tanto clásicos
como contemporáneos traducidos al español por traductores y poetas de América Latina y
España. Insisto en la labor de amor a la palabra y a la poesía que implica esta colección
porque los poetas, traductores e ilustradores aportan desinteresadamente su trabajo, con el
único afán de difundir la poesía.
La sexta entrega de El oro de los tigres comprende 5 libros, cuyas portadas ilustra la
obra de precisión figurativa pero con rasgos desconcertantes del pintor Ramiro Martínez
Plasencia, artista nacido en la Ciudad de México y radicado en Nuevo León desde hace más
de 35 años, quien ha expuesto obra de manera individual en las más importantes galerías
del país y en exposiciones colectivas en el extranjero. El primer libro de la colección es 35
sonetos, parte de la obra en inglés del poeta portugués Fernando Pessoa y traducida por
Eduardo Langagne. El trabajo de Langagne es un riesgo, no sólo por enfrentarse a la obra
de un poeta que ha declarado que "cualquier texto que pudiera ser traducido jamás debió ser
escrito", sino por que se esmera en la versificación del texto en español, para el que
propone una innovadora versión del soneto compuesto por catorce versos alejandrinos: una
interesante combinación de la tradición métrica inglesa y española. De este modo se nos
muestran facetas de Pessoa que no aparecerían con una traducción literal o una que
procurara atender al sentido sobre la materia rítmica porque las formas métricas, al
constreñir al poema, revelan vías secretas de sentidos.
El libro Palabras, de Antonia Pozzi, traducido por el poeta español Carlos Vitale, que
además incluye un prólogo de Eugenio Montale trasladado también a nuestra lengua por
Vitale, nos muestra una obra con un estilo desconcertante porque, como lo señala Montale,
es un “estilo que no parece estilo y no se advierte como tal”. La poesía de Antonia Pozzi
surge de la contemplación: el paisaje es presentado con la conciencia de una mirada, no
como imitación de la realidad sino como una construcción en la que tanto poeta como
lector están implicados. Así las imágenes paisajísticas aparecen en la obra de la italiana
como sublimación de dimensiones anímicas:
Nenúfares
Nenúfares—
Con las raíces largas
Perdidas
En la profundidad que descolora—
Sombras y rompeolas, del rumano Dinu Flamand, traducido por Catalina Iliesco
Gheorghiu, explora la irrupción de la memoria, de las sombras del pasado que se cuelan por
el rompeolas y se erigen como imágenes. En ello funda su ars poética Flamand: nos enseña
que escribir un poema es como encender una hoguera:
Fingieron todos,
Todos me fingieron
Y por tradición me dieron
Fingimiento.