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Hasta la hora del ocaso amarillo

cuántas veces habré mirado


al poderoso tigre de Bengala
Ir y venir por el predestinado camino
Detrás de los barrotes de hierro,
Sin sospechar que eran su cárcel,

dice Jorge Luis Borges en “El oro de los tigres”, poema al que se debe el nombre de la
colección que hoy presentamos. Y me pregunto si la tradición poética es ese camino de
barrotes que repasamos como el tigre o si es el cobrar conciencia de la cárcel que nos lleva
a detener la marcha que se nos revela inútil. La analogía, que pareciera gratuita y forzada,
se justifica por que la poesía, en su pluralidad semántica y en su lógica sensual, abre vías de
entendimiento insospechadas. En Monterrey, una ciudad que a nivel nacional es calificada
como próspera para los negocios y la industria pero bárbara para la gastronomía y la
materia cultural, la pregunta es urgente. ¿Por qué publicar poesía, si --nos dicen-- nadie la
lee?, podríamos preguntarnos. ¿Por qué, si --nos dicen-- es una carga para el desarrollo de
otras competencias que nos son realmente útiles para la vida productiva?

Si seguimos con el símil y asumimos que la tradición poética es una cárcel, sería una cárcel
como la de Cernuda (otra vez la poesía nos abre brechas entre la maleza):

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien


Cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
Alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina,
Por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
Y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
Como leños perdidos que el mar anega o levanta
Libremente, con la libertad del amor,
La única libertad que me exalta.
La única libertad porque muero.

La poesía se nos abre como un camino sin absolutos, es la cárcel que nos sostiene a una
tradición, a una historia y es la amorosa llavera de innumerables llaves que nos muestra lo
que sin ella no advertiríamos. Así funciona El Oro de los Tigres: es una colección de poesía
internacional realizada amorosa y acuciosamente en una ciudad y en un país que se resiste
tanto a la reja como a la libertad de la poesía. La colección, cuya primera aparición fue en
2009, está configurada en cajas que contienen entre 5 y 7 libros de poetas tanto clásicos
como contemporáneos traducidos al español por traductores y poetas de América Latina y
España. Insisto en la labor de amor a la palabra y a la poesía que implica esta colección
porque los poetas, traductores e ilustradores aportan desinteresadamente su trabajo, con el
único afán de difundir la poesía.

La colección es dirigida por Minerva Margarita Villarreal como parte fundamental


de los proyectos editoriales y culturales de su gestión al frente de la Capilla Alfonsina
Biblioteca Universitaria y busca honrar a la figura de Alfonso Reyes en su faceta de
traductor. Hasta el momento se han publicado 31 libros de autores de diferentes lenguas y
nacionalidades traducidos por importantes figuras del mundo de habla hispana como Tomás
Segovia, José Emilio Pacheco, Antonio Colinas, Antonio Cisneros, Omar Lara, José
Kózer, Selma Ancira, entre otros. Una de las muestras más palpables del amor por la
palabra en El oro de los tigres fue la apariciónen 2013 del poema total Dios, de Víctor
Hugo, un libro de 608 páginas que Tomás Segovia comenzó a traducir desde su juventud en
los años sesenta y no había podido concluir porque había extraviado el libro original, sin
embargo en 2010 localizó en el Fondo Alfonso Reyes de la Capilla Alfonsina la misma
edición del libro, con lo que pudo continuar con la traducción. Aunque no pudo concluir la
traducción —de un poema que el mismo Victor Hugo había dejado inconcluso y se publicó
de manera póstuma—, dejando algunas lagunas, la experiencia de lectura del libro es
transformadora. Pero también es impresionante la de leer a Cavafis en el español de José
Emilio Pacheco, o a Ferreira Gullar en el de Paula Abramo... y podríamos repasar así con el
mismo entusiamo, uno a uno, los 31 libros publicados en la colección.

No sólo la conformación de un catálogo tan destacado por sus autores y traductores


le han valido a El oro de los tigres el reconocimiento nacional sino también su cuidado
editorial, que realiza en la Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria elequipo dirigido por
Minerva Margarita Villarreal y conformado por Martha Beatriz Ramos, Nancy Cárdenas,
Rodrigo Alvarado, Alfredo Iván Mata, José Vela, Diana Garza Islas y un servidor. Desde la
primera entrega de la colección, cuyo concepto visual concibió la diseñadora Marta Hoyos,
El oro de los tigres integra una gama de color particular en cada libro, que aprovecha
alternando los tonos en lomos, portadas y plecas y capitulares en los interiores. Desde la
quinta entrega se utiliza la obra de un artista plástico para ilustrar todas las portadas de una
colección, lo que le brinda a cada entrega una unidad dentro de la pluralidad de acentos
gráficos que, por supuesto, corresponden a las diferentes voces poéticas que se aglutinan en
una misma caja. Hasta el momento hemos utilizado la obra de los artistas Marco Arce y
Ramiro Martínez Plasencia en un ejercicio que me parece afortunado porque permite al
libro ser portador de obra de ilustradores: la portada también es sentido, no sólo accesorio
para resguardar las páginas del libro.

Soy de la idea de que un libro, en su materialidad de objeto impreso portador de


texto, debe sostener un ritmo, descubrirlo en la jerarquización de sus apartados mediante
variaciones tipográficas, colgados, falsas; con el fino cuidado del equilibro de la mancha
tipográfica. Esto es difícil, y más en la poesía, donde en ocasiones el ritmo se logra
precisamente rompiendo las convenciones tipográficas. Si es difícil encontrar el ritmo
tipográfico de un libro, lo es más el de una colección, donde cada libro debe tener el propio
sin desestabilizar la armonía general. El oro de los tigres VI logra reunir en una sola caja,
por ejemplo, a la portuguesa Ana Luísa Amaral y a la norteamericana Rae Armantrout, dos
poetas del siglo XX que con once años de diferencia recorren senderos formales muy
distintos. Hacerlas convivir con un mismo estilo editorial sin que éste asfixie al poema
exige el cuidado de quien en un mismo jardín cultiva las más diversas flores; creo que el
cuidado amoroso y apasionado que el equipo editorial y de diseño de la Capilla Alfonsina
le imprime a la colección logra que ésta no sea el “jardín que murió de geometría” por el
que Zaid llora, sino el de quien sabe que tiene muros —en el poema de Isabel Fraire— “y
acepta que su jardín es un refugio/ que hay que defender/ del oleaje caótico/ imperfecto/ de
la realidad circundante”.

La sexta entrega de El oro de los tigres comprende 5 libros, cuyas portadas ilustra la
obra de precisión figurativa pero con rasgos desconcertantes del pintor Ramiro Martínez
Plasencia, artista nacido en la Ciudad de México y radicado en Nuevo León desde hace más
de 35 años, quien ha expuesto obra de manera individual en las más importantes galerías
del país y en exposiciones colectivas en el extranjero. El primer libro de la colección es 35
sonetos, parte de la obra en inglés del poeta portugués Fernando Pessoa y traducida por
Eduardo Langagne. El trabajo de Langagne es un riesgo, no sólo por enfrentarse a la obra
de un poeta que ha declarado que "cualquier texto que pudiera ser traducido jamás debió ser
escrito", sino por que se esmera en la versificación del texto en español, para el que
propone una innovadora versión del soneto compuesto por catorce versos alejandrinos: una
interesante combinación de la tradición métrica inglesa y española. De este modo se nos
muestran facetas de Pessoa que no aparecerían con una traducción literal o una que
procurara atender al sentido sobre la materia rítmica porque las formas métricas, al
constreñir al poema, revelan vías secretas de sentidos.

El doloroso cuerpo que deprimido y lento


El alma busca, y odia encontrar el lamento.

El libro Palabras, de Antonia Pozzi, traducido por el poeta español Carlos Vitale, que
además incluye un prólogo de Eugenio Montale trasladado también a nuestra lengua por
Vitale, nos muestra una obra con un estilo desconcertante porque, como lo señala Montale,
es un “estilo que no parece estilo y no se advierte como tal”. La poesía de Antonia Pozzi
surge de la contemplación: el paisaje es presentado con la conciencia de una mirada, no
como imitación de la realidad sino como una construcción en la que tanto poeta como
lector están implicados. Así las imágenes paisajísticas aparecen en la obra de la italiana
como sublimación de dimensiones anímicas:

Nenúfares

Nenúfares pálidos leves


recostados sobre el lago —
Almohada que un hada
Despertada
Dejó
sobre el agua verdeazul—

Nenúfares—
Con las raíces largas
Perdidas
En la profundidad que descolora—

Yo tampoco tengo raíces


Que aten mi
Vida —a la tierra—

También yo crezco desde el fondo


De un lago — colmado
De llanto.

Durante el proceso de edición de esta última entrega de la colección lamentablemente


falleció David Ojeda, quien tradujo el libro Recurrencias, de la poeta norteamericana Rae
Armantrout. En este libro Armantrout recurre a elementos de la cultura pop y al juego con
la polisemia verbal para señalar la descomposición de los pilares del sueño americano: el
dinero, el poder, la avaricia y la condición vulnerable de la mujer. En “Dinero habla”, por
ejemplo, a la manera del arquetípico espectacular del doctor T. J. Eckleburg en El gran
Gatsby, de Fitzgerald, la publicidad de un casino —el dinero— ordena: “Cállate y juega”.

Sombras y rompeolas, del rumano Dinu Flamand, traducido por Catalina Iliesco
Gheorghiu, explora la irrupción de la memoria, de las sombras del pasado que se cuelan por
el rompeolas y se erigen como imágenes. En ello funda su ars poética Flamand: nos enseña
que escribir un poema es como encender una hoguera:

Y me enseñó cómo se ingenia un poema


Nombre
Verbo palabras del pasado reseco

Bajo ellas el hálito el alma el grano de centella

Y es el hogar en la obra de Flamand una constante —como receptáculo del fuego


doméstico y en su sentido de sinécdoque, como el espacio familiar—, porque la nostalgia
por el pasado familiar (aún y con la infamia avasallante de la dictadura) es la yesca con la
que combustiona el poema:

Yo no pensé que duraría la dificultad de adentrarse


En esta ausencia tuya que se me abre a diario
Con la presencia de tu ausencia
madre
Entre Oscuro, de la poeta portuguesa Ana Luísa Amaral, y 35 sonetos, se cierra el tejido de
la colección, porque se extienden puentes entre éste y el de Pessoa, no sólo por la condición
de pertenecer ambos a la tradición poética portuguesa, sino porque Amaral asume esta
tradición y se apropia de la palabra de Pessoa:

Fingieron todos,
Todos me fingieron
Y por tradición me dieron
Fingimiento.

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