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Definición de ciencias sociales

Concepto, significado o alcance


Véase también: Ciencias humanas
Etimología
Se denominan ciencias sociales a aquellas estudian las diferentes manifestaciones y
relaciones del ser-humano con el entorno y en sociedad, o a aquellas relaciones que se
generan en su relación con el medio natural o artificial que le rodea.
Ejemplo de ciencias sociales
son: enonomia, pedagogia, antropologia, sociologia, historia, etc. En suma, las ciencias
sociales abarcan todas aquellas ciencias, disciplinas y estudios que competan al
estudio de las sociedades, a nivel del individuo, a nivel de pueblos o de culturas
completas, y desde sus aspectos de pensamiento, manifestaciones, arte, economía, etc.
(excepto aspectos biologicos u otros competentes a las ciencias exactas).
Así mismo se les denominan ciencias blandas (en contraposición con las ciencias duras,
como matemáticas, física, etc.), y son prioritariamente cualitativas (en contraposición con
las ciencias exactas, que son principalmente cuantitativas). No buscan la repetitividad y
cuantificación de los fenómienos, sino su cualificación y su comprensión.
En la actualidad, a nivel académico, las ciencias sociales también fungen como una materia
tanto de escuela primaria, como de colegio (bachillerato) y educación media vocacional;
siendo a nivel universitario donde adquiririán la gran mayoría de estas ciencias sociales una
individualización como carrera, como área de estudio profesional.
Etimologia y origen de ciencias sociales
Origen, historia o formación
La palabra ciencia es procedente del latín “cientia”, asociada con el verbo scire (saber) y
significa conocimiento. Por su parte, la palabra social, deriva del latín “socius”, que
significa sociedad. Por lo tanto, ciencias sociales etimológicamente significa “estudio de la
sociedad”.
Usos y aplicaciones de ciencias sociales
¿Para qué sirve?
Las ciencias sociales sirven para dar cuenta de los fenómenos de la sociedad; de su cultura,
de su pensamiento, de sus diferentes formas de interacción, etc.
Para llevar un registro de sucesos, para aspectos estadísticos. Así mismo, es importante en
el estudio del comportamiento de masas, para entender su pensamiento, sus formas de
interacción, etc.

Definición[editar]
La investigación social es el proceso por el cual se llega al conocimiento en el campo de la
realidad social o investigación pura que permite diagnosticar problemas o necesidades
sociales. En primer lugar, es sistemática, es decir, está basada en relaciones lógicas fiables y
no únicamente en creencias personales. Por otra parte, duda de si los resultados obtenidos
son significativos y apunta las limitaciones inherentes a la investigación. Esta búsqueda
implica en primer lugar la fijación de un objetivo, por tanto, dentro de la diversidad existe el
propósito de describir un fenómeno y la búsqueda de respuestas y explicaciones que lo
atañen.
Se pueden encontrar distintos tipos de investigaciones sociales que se clasifican:
Según la finalidad[editar]

 Básica: tiene por objetivo principal diagnosticar y conocer más los conocimientos de una
determinada disciplina científica, a pesar de no ser prioritaria la aplicación práctica.
 Aplicada: su objetivo principal es la aplicación práctica de cierto tema.
Según el alcance temporal[editar]

 Sincrónica: busca conocer como es un fenómeno social en un momento determinado.


 Diacrónica: busca la evolución de un fenómeno a lo largo del tiempo.
 Retrospectiva: pretende conocer la evolución de un fenómeno desde el pasado.
 Prospectiva: busca conocer la evolución posible de un fenómeno en el futuro. Dentro de
las investigaciones prospectivas encontramos dos tipologías diferenciadas: la de panel y
la de tendencia.
Según la profundidad[editar]

 Descriptiva: trata de conocer un fenómeno social sin importar las causas.


 Explicativa: pretende conocer el fenómeno social y sus causas.
 Expositiva: no solo pretende medir variables sino estudiar las relaciones de influencia
entre ellas
Según la amplitud[editar]

 Macro sociológica: de corte clásico, enfocada a espacios de cierta relevancia universal.


Suele trabajar con grandes universos poblacionales.
 Micro sociológica: de corte postmoderno, enfocada a espacios de relevancia cotidiana.
Suele trabajar con universos poblacionales locales.
Según el carácter[editar]

 Cuantitativa: trata de fenómenos susceptibles cuantificación, haciendo un uso


generalizado del análisis estadístico y de los datos objetivos y numéricos.
 Cualitativa: se orienta a la interpretación de los actores, los propios sujetos que son objeto
de investigación.
Según las fuentes[editar]

 Primarias: utilizan datos o información de primera mano generada por los investigadores.
 Secundarias: utilizan información de segunda mano generadas con anterioridad o de
forma ajena a la investigación (registros, bases de datos y encuestas oficiales).
Cronología: Es la ciencia cuya finalidad es determinar el orden temporal de los
acontecimientos históricos
Cronograma: Representación gráfica de un conjunto de hechos en función del
tiempo.

LA REVOLUCION FRANCESA




| 8/7/1989 12:00:00 AM





LA REVOLUCION FRANCESA

LA REVOLUCION FRANCESA
La Revolución Francesa es uno de esos pocos eventos de la historia de la
humanidad, cuyas consecuencias sísmicas continuan reverberando a traves de los
siglos y más allá de las fronteras de Francia. La tempestad que se desató después
que el pueblo de París finalmente se rebeló y se tomó el odiado símbolo de La
Bastilla el 14 de julio de 1789, no solo marca el final de una débil monarquia y del
llamado "antiguo régimen". No fue simplemente el caso de una turba empobrecida
que se alzó contra sus despotas gobernantes en un desesperado intento de
revancha y de reivindicaciones. Fue todo eso y mucho más. Ya el escritor inglés
Charles Dickens, en 1859, intentó definir lo que fue la Revolución Francesa: una
época contradictoria, caótica, que dio para todo. "Fue una era de sabiduría, una
era de torpeza, fue una época de fe, una época de incredulidad, fue la estación de
las Luces, pero también la estación de la Oscuridad...".
La Revolución Francesa fue eso y mucho más. Los hechos que estremecieron a
Francia entre 1789 y 1799 son los más complejos y contradictorios de la historia
de Europa. En Francia misma, la Revolución trajo consigo profundos cambios
económicos, políticos sociales y culturales. El nacimiento del "nuevo orden" fue un
proceso sangriento que conmovió al mundo. Cientos de miles de inocentes
murieron. Las viejas cabezas coronadas de Europa temblaron al observar con
horror e impotencia la forma como la guillotina cortaba las cabezas de sus pares.
Pero ya desde aquellos días en que el Régimen del Terror mostraba sus dientes,
no por ello se aplastó la esperanza. Porque la Revolución Francesa fue también
un tiempo de ideales y de sueños. El pueblo, que había tomado en sus manos su
propio destino, estaba resuelto a reformar las cosas para labrarse un futuro mejor.
Las instituciones políticas, educativas, judiciales, culturales y militares fueron
renovadas. Y sus semillas se dispersaron por todo el mundo.
Todo esto se conmemora el 14 de julio, cuando la Revolución Francesa cumple
dos siglos, bajo el lema oficial de la Reconciliación. Es este el sello que ha querido
imprimirle el gobierno de Francois Mitterrand a ese aniversario que se considera el
mayor cataclismo moderno, pues si surgió inspirado por los ideales de la
Ilustración que prometían libertad, igualdad y fraternidad, derivó en un baño de
sangre que terminó en una violenta dictadura. Desde entonces hasta hoy ha
pasado mucha agua por debajo de los puentes de Francia. Ahora, bajo un regimen
socialista moderado que ha suavizado la diálectica izquierda-derecha, la pregunta
es si los franceses no revivirán viejas heridas no sanadas aún.
LA POLEMICA
Las imágenes tradicionales de la Revolución estan fijadas en la conciencia
colectiva y no son precisamente las más bellas: turbas enardecidas que cantan
"La sangre de los impios mojará nuestros campos!", cabezas clavadas en palos,
Marat asesinado en la tina, los reyes guillotinados... De ahí que no pocos afirmen
que más que para celebrar, el 14 de julio es una fecha para lamentar. Sin
embargo, la estrategia oficial ha sido la de enfocar el aniversario hacia lo que se
considera la mayor conquista democrática de todos los tiempos: la Declaración de
los Derechos del Hombre y del Ciudadano con sus postulados de igualdad,
libertad y soberanía popular. Todo, con la evidente y tal vez sana intención de
echar una cortina de humo sobre las famosas masacres de septiembre de 1792, el
Terror de 1793 y el levantamiento de 1793 y 1794, que dejó más de 400 mil
muertos.
En Francia, la conmemoración ha estado rodeada y adornada con multiples
eventos -exposiciones, convenciones, inauguraciones como la de la opera de La
Bastilla que ha ocasionado una agria polémica y que le ha costado 430 millones
de dólares al gobierno frances, lo mismo que seminarios, conferencias, paradas
militares y fiestas populares. Por estos días, París es realmente una fiesta.
Pero tras la parafernalia y el alborozo, la polémica histórica sigue viva. Los
historiadores formados en las ideas marxistas interpretan la Revolución y su lucha
de clases como la madre de la revolución bolchevique, y justifican la ejecución de
Luis XVI, como la del zar Nicolas II, como la única forma de aplastar la monarquía.
Y el Terror, como las purgas estalinistas, como una etapa necesaria de transición
a la dictadura del proletariado. Por eso muchos consideran que el mensaje de
1789 continua vigente y que Francia es aún un país de lucha de clases en
construcción, que debe sacudirse el yugo del capitalismo multinacional.
Otros más sostienen que no se puede recordar la fecha por encima de los
revolucionarios y que hay que hacer claridad sobre el verdadero papel que jugaron
algunos de ellos: Robespierre, Danton, Marat, Saint-Just... No se puede presentar
al público una revolución aséptica, pasteurizada y empacada para ser consumida
sin que cause indigestión. Todas las revoluciones cometen excesos y las que no
los cometen son susceptibles de sospecha, afirman.
Y hay también quienes intentan recuperar una imagen más compleja de la
Revolución: los nobles que trataron de debilitar el poder real dieron apoyo a la
rebelión popular; los campesinos, en su mayoría, ya estaban libres de la
servidumbre feudal; muchas de las masacres sucedieron después que las fuerzas
extranjeras y los contrarrevolucionarios fueran derrotados.
Por otra parte, consideran que la revolución se acabó, y que Francia se ha
convertido en una república de centro en la cual ha surgido un consenso nacional
en favor de una economía de libre mercado, combinada con un fuerte sistema de
seguridad social. Y señalan tres factores decisivos en el cambio: el
establecimiento por parte de la Quinta República de un fuerte régimen
presidencialista que ha dado estabilidad a la administración; el debilitamiento del
Partido Comunista con pobres resultados electorales en las pasadas elecciones
municipales (apenas 4% de la votación), y la distensión del conflicto entre la
Iglesia Católica y el Estado. Para no mencionar la crisis generalizada de los países
de economía planificada como China y la Unión Soviética.
La polémica sigue y seguirá por los siglos de los siglos. Lo único cierto, sin
embargo, es que el 14 de julio los franceses conmemoraran los eventos de 1789
que dieron al traste con el "antiguo régimen". Para bien o para mal. Y si la
Reconciliación es simplemente un slogan, lo cierto es que los franceses, una vez
más han dado muestras evidentes de la pasión que sienten por su propia historia.
Para los interesados en leer sobre el tema, SEMANA ha preparado este informe
especial con el fin de sintetizar, si eso es posible, los principales acontecimientos
que prepararon y desembocaron en lo que se conoce como Revolución Francesa.
Pero más que eso. Resulta interesante también acercarse a la Revolución no sólo
como un hecho histórico sin precedentes, sino a través de los ojos de quienes
vieron esos 10 años de conmoción política y social. Apasionante resulta saber
cómo vivían, jugaban, amaban, trabajaban, peleaban y morían los franceses de la
época, y entender que no todos los nobles eran especies de vampiros ansiosos de
sangre plebeya, ni todos los revolucionarios santos varones motivados solamente
por el amor abstracto a la humanidad.

EL PRINCIPIO DEL FIN


Pero, qué es una revolución? A modo de definición podría decirse que es el súbito
hundimiento de las instituciones que en pocos años, destruye lo que ha tardado
siglos en arraigar. Es la caída, el derrumbamiento rápido de todo lo que ha
constituído la esencia social, política y económica de la vida de un país.
Una revolución así es lo que se produce en Francia en el siglo XVIII, cuando la
civilización tradicional se hace caduca. El rey, que en los días de Luis XIV podía
darse el lujo de decir "El Estado soy yo", ha perdido poder. La nobleza,
anteriormente al servicio del Estado federal, se halla sin mayores obligaciones y
su papel parece reducido al de ser ornamento de la corte. Pero esto sucede, entre
otras razones, porque en Europa se ha venido experimentando un cambio
profundo debido al enriquecimiento, gracias al comercio interoceánico, de la
burguesía, que ahora busca el control del poder, hasta entonces monopolizado por
la aristocracia. El régimen feudal se ha debilitado y la burguesía exentos de
tributos.
El clero y la nobleza son las clases privilegiadas. Se las llama el Primer Estado y
el Segundo Estado, respectivamente. El clero lo forman algo así como 130 mil
personas y la nobleza unas 140 mil. Sin embargo, aunque son las clases
privilegiadas, esto no significa que sean ricas y que no hagan nada. Hay clérigos y
nobles pobres. Hay obispos y nobles muy ricos. Hay trabajadores y ociosos en
una y otra clase.
El pueblo, el Tercer Estado, es la clase sin privilegios. De los 25 millones de almas
que constituyen entonces la población de y parte del campesinado han logrado
acceso a la propiedad territorial. Además, con el auge del comercio se está
comenzando a dar una verdadera revolución industrial que ha permitido que ahora
sean otros, la burguesía, los que acumulen riqueza. Pero también es cierto que el
peso de los tributos recae sobre los campesinos y las nuevas clases, mientras el
clero y la nobleza disfrutan de enormes privilegios y estan Francia, el Tercer
Estado representa algo así como el 96%. Y así como hay diferencias de riqueza y
de manera de vivir entre las clases privilegiadas, también las hay en el Tercer
Estado. Unos 250 mil de este, la alta clase media o burguesía, lo pasan muy bien
en comparación con el resto del pueblo. Lo mismo que otro grupo compuesto por
artesanos que residen en las ciudades o poblaciones: 2.5 millones más o menos.
Los demás, algo así como 22 millones de personas, son campesinos que trabajan
la tierra, pagan impuestos a los Estados, diezmos al clero y derechos feudales a la
nobleza.
Aunque en teoría los gobiernos intentan ordenar sus gastos de tal manera que
estén determinados por los ingresos, esto está muy lejos de suceder en la Francia
del siglo XVIII. El Rey anda en medio del fasto y el esplendor de la corte, rodeado
de aspirantes a cargos públicos que viven a expensas de la recaudación de
impuestos. Se gasta el dinero tonta y extravagantemente, sin método y con
corrupción. Basta un sólo ejemplo. El "Libro Rojo" contiene la lista de las
pensiones concedidas por el gobierno. En ella figura, entre otros, el nombre de un
tal Ducrest. Es un barbero. Por qué este hombre tiene derecho a una pensión de
1.700 libras anuales? Pues porque ha sido el peluquero de la hija del conde de
Artois. El hecho de que la niña haya muerto a temprana edad, antes que su pelo
necesitara las atenciones de la peluquería, no importa. Ducrest cuenta con su
pensión.
Este es apenas un botón de muestra para probar lo mal que son administradas las
finanzas francesas. La negligencia y el derroche en los gastos significa que hay
que obtener mucho dinero mediante la recaudación de impuestos.
Un célebre francés, Alexis de Tocqueville, expone lo que significan los impuestos
en la vida diaria del campesino trabajador: "Imaginemos un campesino francés del
siglo XVIII... tan apasionadamente enamorado del suelo que gastaría todos sus
ahorros para comprarlo... Para realizar esta compra primero debe pagar un
impuesto... Al fin es su dueño y entierra su corazón con la semilla que siembra...
Pero otra vez esos vecinos le llaman de su surco y le obligan a trabajar para ellos
sin pagarle. El pretende defender sus primeras cosechas del juego de aquellos,
pero nuevamente se lo impiden. Cuando cruza el río, le aguardan para que pague
el peaje. Del mismo modo en el mercado tiene que comprar el derecho para
vender su propia producción. Y cuando, al regreso a su hogar, quiere usar lo que
le resta de su trigo para su propia susbsistencia, no puede tocarlo hasta que lo ha
llevado al molino para convertirlo en harina, y lo ha cocido en el horno de los
mismos hombres. Parte del ingreso de su pequeña propiedad es pagado en rentas
a estos. Para cualquier cosa que haga el infeliz campesino, los molestos vecinos
están siempre en su camino. Y cuando termina con ellos, otros con los hábitos
negros de la Iglesia se presentan para llevarse las utilidades de la cosecha. La
destrucción de una parte de las instituciones de la Edad Media, hizo cien veces
más odiosa la porción que sobrevivió".
Todo esto parece una descripción del sistema feudal del siglo XI. Es que acaso
para el siglo XVIII no se han registrado cambios?. Sí. De los 22 millones de
campesinos que hay en Francia en 1700 solo un millón son siervos en el viejo
sentido de la palabra. El resto ha ascendido en la escala, desde la servidumbre
hasta la plena libertad. Pero los antiguos derechos y servicios feudales no han
desaparecido, a pesar de que su razón de ser ha sido abolida. Los nobles, que
han recibido servicios feudales y favores a cambio de la protección que daban, ya
no forman el ejército del Rey, su función militar ha desaparecido. Tampoco tienen
funciones administrativas o políticas, a no ser individualmente en algunos casos.
Ni cultivan la tierra ni hacen negocios. No tienen función económica. Toman sin
dar nada a cambio. Pero muchos demandan y reciben servicios de los
campesinos. Se ha estimado que entonces el campesino paga el 80% de sus
ingresos en impuestos y que con el restante 20% debe cubrir sus necesidades de
vivienda, alimentación y vestido. Razones hay, entonces, para que el Tercer
Estado este hasta la coronilla.
Cuando Voltaire, el decidido y viejo filósofo, pensador, historiador, escritor y
enemigo de toda imposición política, comienza a lanzar dardos contra el orden
establecido, el público frances lo aplaude y sus obras teatrales hacen levantar a
los auditorios. Cuando Juan Jacobo Rousseau se pone sentimental sobre la
felicidad del hombre primitivo, ajeno a la corrupción de la civilización, toda Francia
lee "El contrato social" y aquella sociedad en la que el Rey y el Estado son una
unidad derrama lágrimas al oír al filósofo clamar por el regreso de los dichosos
días en los que la soberanía estaba en manos del pueblo y el Rey era su servidor.
Y en "El espíritu de las leyes" de Montesquieu el barón compara el excelente
sistema político inglés con el atrasado de Francia y defiende la sustitución de la
caduca monarquía absoluta por un Estado en el cual los poderes ejecutivo,
legislativo y judicial esten en manos distintas y funcionen en forma independiente.
Cuando el librero Lebreton anuncia que los señores Diderot, D'Alambert, Turgot y
otros cien distinguidos escritores van a publicar una Enciclopedia que incluirá "las
ideas nuevas y las nuevas orientaciones de la ciencia y el conocimiento", la
respuesta que obtiene del público es tan vibrante que la intervención de la policía
no puede reprimir el entusiasmo con que la sociedad francesa acoge la más
importante contribución a las polémicas de entonces.

EL HUECO
Pero, aparte de las discusiones filosóficas, hay graves problemas económicos.
Cuando Francia llega a la cifra de 4 mil millones de francos de deuda con un
Tesoro exhausto y sin mas posibilidades de gravar con nuevos impuestos al
pueblo, todos, incluído el Rey Luis XVI, que era excelente cerrajero y gran
cazador, pero estadista incapaz, caen en la cuenta de que hay que hacer algo. El
Rey llama entonces a Turgot, Jacobo Turgot, barón de L'Aulne, para hacerlo su
ministro de Hacienda en 1776. Con 60 años cumplidos, representa a la clase de
los señores feudales en vía de extinción. Ha desempeñado con acierto el cargo de
gobernador de provincia y se ha revelado como hábil economista. Como es
imposible seguir exprimiendo con tributos a las masas campesinas, piensa que la
solución es gravar a los privilegiados, lo cual lo convierte en la figura más odiada
de los cortesanos de Versalles. Su principal enemiga es la misma Reina, María
Antonieta, que se opone a todo aquel que ose pronunciar en su presencia la
palabra economía.
Turgot pretende imponer algunas reformas, pero los privilegiados se levantan
contra su iniciativa en el Parlamento de París (alto tribunal de justicia y no órgano
legislativo), el cual expone su posición en forma clara: "La primera regla de la
justicia es conservarle a cada uno lo que le pertenece; esa regla consiste no
solamente en preservar los derechos de propiedad, sino todavía más, en
preservar todo lo que pertenece a la persona, derivado de la prerrogativa del
nacimiento y la posición... De esta regla de derecho y equidad viene que todo
sistema que bajo apariencias humanitarias y de beneficencia tienda a establecer la
igualdad de derechos y a destruír las distinciones necesarias, pronto
desembocarfa en el desorden (inevitable resultado de la igualdad) y traería el
derrumbe de la sociedad civil. La monarquía francesa, por su constitución, está
compuesta por varios estados. El servicio personal del clero es llenar todas las
funciones relativas a la instrucción y al culto. Los nobles consagran su sangre a la
defensa del Estado, y asisten al soberano con sus consejos. La clase más baja de
la nación, que no puede prestar al Rey servicios tan distinguidos, cumple sus
deberes con el mediante sus tributos, su industria y su labor corporal. Abolir estas
distinciones es derrocar toda la Constitución francesa".
La posición de Turgot se hace insostenible y tiene que dimitir. Lo sucede un
hombre de sentido práctico, el suizo Necker, que se ha enriquecido con la
especulación con cereales y es socio de un banco internacional. La ambición de
su esposa lo ha empujado a buscar posiciones en el gobierno pues ella quiere
colocar bien a su hija cosa que logra, pues la casa con el ministro de Suecia en
París, barón de Stael. Madame Stael ganará luego renombre como una de las
figuras más ilustres de las tertulias literarias de comienzo del siglo XIX.
Necker emprende su tarea dando tan excelentes muestras de celo como Turgot.
En 1781 publica un detenido estado de cuentas de la Hacienda francesa, pero el
Rey no entiende una sílaba. Acaba de enviar tropas a América del Norte para
apoyar a las colonias contra los ingleses, que son el enemigo común. La
expedición resulta más costosa de lo que supone y le pide a Necker que busque el
dinero necesario para financiarla. Pero Necker, en lugar de hacerlo, continúa con
su cuento de cifras y estadísticas, y utiliza la peligrosa consigna de que hay que
hacer economías. Tiene entonces contados los días. Es destituído como
funcionario incompetente.
Después viene Carlos Alejandro de Calonne, funcionario que ha hecho carrera a
base de ingenio y falta de escrúpulos y honradez. Encuentra a Francia
completamente entrampada en deudas pero se ingenia una manera de salir del
atolladero: pagar las viejas deudas contrayendo nuevas. El procedimiento no es
nuevo, pero los resultados son desastrosos. Por este procedimiento, la deuda
francesa aumenta en menos de tres años en 800 millones de francos. Calonne lo
hace sin preocuparse y, además, firma cuantas solicitudes de dinero hacen el Rey
y su joven consorte, que ha adquirido en Viena la costumbre de derrochar el
dinero a manos llenas.
LOS ESTADOS GENERALES
En el mismo Parlamento de París y sin ánimo de faltar a la debida lealtad al Rey
se acuerda que es imprescindible tomar medidas. Calonne intenta nuevos
empréstitos por 80 millones de francos. El año ha sido de malas cosechas y en las
provincias rurales la miseria se agudiza. Francia se precipita hacia la ruina.. Según
la costumbre, el Rey no se hace cargo de la situación. ¿No es bueno, entonces,
consultar a la representación del pueblo? Desde 1614 no se han convocado los
Estados Generales (los estamentos sociales que tienen representación son el
clero, la nobleza y la clase media). El pánico económico presiona su convocatoria.
Pero Luis XVI, blando como siempre para tomar decisiones, piensa que la medida
puede ser excesiva y propone, más bien, una reunión de notables, que equivale a
una entrevista con las principales familias, para discutir qué conviene y qué no
conviene hacer, sin alterar los privilegios del clero y la nobleza. Los 127 notables
reunidos se resisten a abandonar sus privilegios, mientras en las calles el pueblo
pide el regreso de Necker. Se producen revueltas, los nobles insisten en conservar
sus prebendas, Calonne es depuesto.
El cardenal Loménie de Brienne es nombrado ministro de Hacienda en 1787 y el
Rey, atemorizado por las amenazas de la turba, accede a convocar los Estados
Generales en cuanto sea posible. Las promesas del Rey no convencen a nadie.
Millones de personas viven bajo la presión del hambre.
Es necesario que el Rey dé algún paso en firme para recuperar la voluntad
popular. Aquí y allá, en las provincias, se van creando pequeños núcleos
republicanos en los cuales hace mella el grito que hace 25 años han lanzado los
rebeldes norteamericanos: "No hay impuestos sin representación del gobierno!".
La anarquía amenaza a Francia. Para apaciguar los ánimos, el gobierno retira la
censura que había impuesto sobre los impresos. Un diluvio de tinta cae enseguida
sobre Francia: aparecen más de 2 mil folletos y sobre el ministro de Hacienda
llueven críticas. Se llama nuevamente a Necker para aplacar los ánimos. Las
cotizaciones suben en un 30% y la gente se calma un poco. En mayo de 1789 se
deben reunir los Estados Generales: la nación misma debe resolver el difícil
problema de cómo convertir de nuevo a Francia en un Estado fuerte.
Pero Necker, en lugar de sostener con mano dura las riendas del poder que se le
ha confiado, deja que las cosas sigan su curso. La fuerza de la policía se debilita,
la gente de los suburbios parisienses, capitaneada por agitadores profesionales,
toma cada vez más conciencia de su fuerza y empieza a desempeñar el papel que
tan bien había de cumplir durante los años de la gran revuelta, para obtener por
los hechos todo aquello que no ha podido lograr por medios legítimos. Aunque
antes se han dado intentos por derribar los privilegios feudales mediante revueltas
campesinas, los logros son aún insuficientes. Los campesinos necesitan ayuda y
dirección, cosa que encuentran en la creciente clase media. Porque es esta, la
burguesía, la que trae la Revolución Francesa y la que más gana con ella. Su
posición es la misma que la de un polluelo vivo dentro de un cascarón: lo rompe o
muere. Para la naciente burguesía, las regulaciones sobre el comercio y la
industria, la concesión de monopolios y privilegios a grupos pequeños, el bloqueo
del progreso por parte de ciertos gremios obsoletos, la carga impositiva la
existencia de viejas leyes y la aprobación de nuevas en las cuales tiene poco que
decir, el número creciente de funcionarios que intervienen en todo y el volumen
cada vez mayor de la deuda del gobierno, es precisamente el cascarón que tiene
que romper.
La burguesía son los escritores, los médicos, los maestros, los abogados, los
jueces, los empleados civiles, la clase educada; los comerciantes, los fabricantes
los banqueros, la clase adinerada. Por encima de todo quieren y necesitan echar
por la borda las reglas del derecho feudal pues la realidad material de entonces no
encaja dentro de las viejas normas e instituciones. Se quieren quitar de encima la
camisa de fuerza feudal para ponerse un más cómodo saco capitalista. Todo esto
encuentra expresión en el campo económico en los escritos de los llamados
fisiócratas y los de Adam Smith, y en el campo social en Voltaire, Diderot y los
enciclopedistas. El laissez-faire en el comercio y en la industria tiene su
contraparte en el dominio de la razón sobre la religión. La burguesía tiene talento y
cultura. Y dinero. Pero carece de la posición legal en una sociedad que no le abre
campo. Sin embargo, le llega una oportunidad y la aprovecha.
La oportunidad se presenta porque el caos que vive Francia le impide encontrar
una salida dentro de las viejas instituciones. Es lo que admite el conde Calonne,
miembro de la nobleza, cuando afirma que Francia "es un reino muy imperfecto,
muy lleno de abusos, y en su presente condición, imposible de gobernar. Si a esto
se suma el descontento de las masas y el empuje de una clase en ascenso y
ansiosa de poder, se tienen los ingredientes suficientes y necesarios para una
revolución". Es la que llega en 1789 y se conoce como la Revolución Francesa.
Una declaración simple y tajante de sus propósitos está condensada en un
panfleto popular escrito por uno de sus líderes el abate de Sieyes titulado "¿Qué
es el Tercer Estado?" "Debemos hacernos nosotros mismos estas tres preguntas:
Primera: ¿qué es el Tercer Estado? Todo.
Segunda: ¿qué ha sido hasta ahora en nuestro sistema político? Nada.
Tercera: ¿qué es lo que pide? Ser algo".

EL GOLPE
Los Estados Generales se reúnen, por fin, el 5 de mayo de 1789. El clero y la
nobleza han hecho saber que no renunciarán a privilegio alguno. Por primera vez
desde 1614 un rey de Francia va a hablar pública y solemnemente a la nación. El
evento alimenta la esperanza del pueblo. Se reúnen después de cinco meses de
preparación y llegan con los llamados cahiers, especie de memoriales de agravios,
en los cuales cada francés tiene la oportunidad de expresarse.
La esperanza se traduce poco a poco en exigencias. El Tercer Estado considera
que la situación es injusta e inequitativa. Todos los ojos se centran en Luis XVI.
Son 1.200 diputados que se congregan en una inmensa bodega acondicionada
para la ocasión: Menus Plaisirs. Se inicia la sesión y el Rey toma la palabra, pero
no da la menor muestra de querer abandonar sus poderes soberanos: "Hay un
excesiva deseo de innovación", afirma, y el Tercer Estado, incómodo, se mueve al
fondo del salón. Habla luego el Canciller, pero los diputados quieren oir a Necker,
pues esperan que él revele las verdaderas intenciones del monarca. El ministro de
Hacienda, sin embargo, habla durante tres interminables horas y solamente sobre
asuntos financieros. De reformas, de Constitución, de votación personal ni una
sílaba. A las cinco de la tarde el Rey se levanta y se da por terminada la sesión.
El Tercer Estado siente que lo han dejado con los crespos hechos y por eso crea
una Asamblea el 11 de junio, independiente del Rey, que decide rechazarlos
poderes legislativos de los otros órdenes y dejarle al Rey el poder de veto.
Los diputados se sorprenden cuando el 20 de junio llegan a Menus Plaisirs y
encuentran sus estrados bloqueados. Deciden, entonces, buscar otro lugar de
reunión, para evitar caer en la trampa de la dilación de sus demandas. Se
sugieren unas canchas de juego conocidas como Jeu de Paume. Allí se reúnen y
juran no separarse, y reunirse cada vez que las circunstancias lo requieran, hasta
que se establezca una Constitución. Se jura y se sella la unidad de la Asamblea.
Llevados por el entusiasmo, muchos gritan: "Larga vida al Rey!".
La Reina decide que hay que hacer algo y promueve una contrarrevolución. Se
hace dimitir de improviso a Necker y se concentran tropas leales en París. Cuando
el pueblo conoce las medidas, asalta la fortaleza de la prisión de La Bastilla y el 14
de julio destruye aquel familiar pero aborrecido símbolo de la autocracia. Una
fortaleza que ha sido durante mucho tiempo cárcel para sentenciados por delitos
políticos y que desde hace poco sirve de prisión para ladrones y malhechores.
Muchos nobles comprenden la señal de alarma y se refugian en las provincias.
Al enterarse de la toma, el Rey suspende un plan de caza que tiene previsto y da
órdenes para reprimir la rebelión. Sin embargo, no alcanza a medir la
trascendencia de lo que está sucediendo. El duque de La Rochefoucauld tiene
otra perspectiva. Le dice al Rey que la situación es grave y que tiene que ponerse
al frente con decisión. "Es una rebelión", dice Luis XVI. "No, sire, es una
revolución", replica el marqués.
Gritos de "Larga vida a la nación y a los diputados!" se escuchan en boca de los
delegados de la Asamblea, cuando La Fayette y Bailly, sus líderes, acuden el 15
de julio al lugar donde los electores han establecido lo que se conoce como la
Comuna de París. Esos dos hombres constituyen dos poderosos símbolos: Bailly
representa el histórico juramento del Jeu de Paume, La Fayette es el héroe de la
revolución norteamericana y el comandante de la milicia que ha establecido la
burguesía, la Guardia Nacional.
La Asamblea Nacional comprende su tarea y motivada por el clamor popular
elimina todos los privilegios. A este acto lo sigue, el 27 de agosto, la Declaración
de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, el famoso preámbulo de la primera
Constitución Francesa.
EL PODER EN PARIS
Hasta aquí todo parece marchar normalmente, pero la corte no se da cuenta de la
lección recibida. Circulan rumores sobre un complot del Rey para intervenir
restrictivamente en las reformas. Como consecuencia, el 5 de octubre se
promueve otra revuelta en París. El alboroto, acaudillado básicamente por
mujeres, llega a Versalles adonde se desplaza el populacho que quiere ver de
vuelta al Rey en París. La marcha de miles de parisinos pone punto final a siglo y
medio de presencia real en la ciudad del Rey Sol. Una revuelta del siglo XVII,
durante los violentos hechos de la Fronda, forzaron al rey Luis XVI a establecerse
en las afueras de París.
Ahora, otra revuelta devuelve al monarca a París. El pueblo quiere tenerlo donde
pueda vigilarlo e intervenir su correspondencia solicitando ayuda con Viena,
Madrid y otras cortes europeas.
Entretanto, Mirabeau, un noble que se ha convertido en caudillo del Tercer Estado,
intenta poner orden en aquel caos. Pero muere el 2 de abril de 1791, antes de
poner a salvo al Rey, que ha empezado a temer en serio por su persona. No
existe confianza alguna entre la Asamblea y el Rey y sus ministros.
Francia está profundamente dividida. Inclusive la misma Asamblea no es unánime,
pues mientras algunos consideran que se debe establecer una monarquía
constitucional, otros piensan que hay que constituír una república. Hay en el aire
sentimientos contrarrevolucionarios y se presentan alzamientos en algunas
ciudades. Entonces, el 21 de junio de 1791, el Rey intenta escapar, amparado por
la oscuridad de la noche. Es detenido en Varennes. Su regreso a París anticipa
nueva tormentas.
Mientras la mayoría de la Asamblea preocupada porque las cosas se salgan de
madre, inventa la teoría de que fue un intento de secuestrar al Rey, los más
radiles, encabezados por el llamado Club de los Cordeliers, demandan la
eliminación del poder real. El conflicto hace explosión el 17 de julio, cuando la
Guardia Nacional, conducida por el general La Fayette, dispara a la multitud que
acude a firmar una petición republicana. Dos meses después, y como si no
hubiera pasado nada, el Rey jura respetar la Constitución el 14 de septiembre de
1791, pocos días antes de disolverse la Asamblea Nacional que da paso a la
Asamblea Legislativa, compuesta por nuevos miembros.
Pero las cosas no andan bien. El intento del Rey de huír demuestra que la
monarquía constitucional se ha parado con el pie equivocado. Por otra parte, las
expectativas que nacieron en 1789 no se han convertido en realidad. Los
ciudadanos excluídos del voto se sienten insatisfechos, mientras las ideas
democráticas se extienden por los clubes, las "sociedades populares" y aún en la
Asamblea, donde Robespierre demanda el sufragio universal. La pregunta es si la
nueva Asamblea Legislativa va a poner su corazón en mantener una Constitución
que aún conserva principios pasados de moda.
EL REY A LA GUILLOTINA
En las reuniones de la Asamblea Legislativa, que ha de continuar con el trabajo de

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