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Dedicado a Stephen Malkmus

Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 1

Mi vida es un maldito chiste, me di cuenta hoy durante la mañana. Pase una noche muy entretenida, las
horas volaron, y creo que yo también. No podría compararme con nadie, a decir verdad y por más de que
parezca algo que no es, o suene de una manera que en realidad no es, creo que no tengo comparación con
nadie, soy un espécimen raro y angustiosamente torturado por la realidad, necesito vivir un poco aislada
de la tediosa rutina del mundo real; en otra palabras: me di cuenta que vivo más tiempo dentro de mi
cabeza y en las fantasías de las historia que me genero alrededor que en la vida misma. Pude notarlo ayer
cuando me junte con una amiga para tomar un café, ella habló sin parar y estuve la mayor parte del
tiempo compenetradísima en lo que ella tenía para contarme, todo su lío amoroso con Andrés su novio, y
yo que venía de un encuentro familiar muy contenta por haber compartido mi nueva técnica y herramienta
para escribir: todo el tema de la memoria emotiva y el proceso que estaba para llevar a Franco( mi
personaje) hasta ciertos niveles de la realidad del texto para que no me doliera tanto tenerlo como un
“ente” que me sigue hacia todos lados sin darme lo que realmente necesito. Mi viejo se sorprendió
mucho de como vivía realmente toda la situación de mi novela en mi realidad y yo también me di cuenta
por primera vez lo increíble que era todo aquello; quise contárselo a Mariela como si se tratara de algo
real, como si en verdad Franco viniera por mí cualquiera de éstas noches para concluir lo que sea que
tuviera que suceder. Aunque en secreto, ahora y sobre estás palabras no puedo más que decir que me
encantaría que se quedara conmigo. En fin, la sensación que me generó darme cuenta que quizá para los
demás es casi inentendible ponerse realmente feliz por estar tan comprometida con un maldito texto de
una novela inservible, me hizo sentir realmente vacía. Hoy me desperté luego de haber estado
horas cantando y bailando mientras tomaba unos tragos sola en el living de mi casa, imaginándome que
Franco estaría viéndome hacer todas esas monerías hasta que caí rendida en el sillón de mi casa para ver
una película que no terminé de ver porque me quedé dormida. Esta mañana desperté de buen humor hasta
que me di cuenta de que hasta la motivación de mis fantasías sexuales para conseguir masturbarme eran
sobre: Franco. No puedo creer que no me había dado cuenta de lo estancada que estoy en el ámbito de la
vida social, es como si me hubiera quedado encerrada sobre ese viaje que no consigo que se convierta en
lo lejano que es. Llegué a la maldita conclusión de que estoy en una disparidad de condiciones visibles y
que me ubican dentro de un ámbito patético que nunca antes había experimentado, al menos en lo que
respecta a mi vida sexual. Hasta este punto de la novela, quizá esté considerando la idea de que ni
siquiera sea una escritora, quizá sólo soy una pobre chica con serias deficiencias atencionales para
mantenerme dentro de la realidad y construir una vida social que me complete lo suficiente como para
dejar de lado el hecho de que mis personajes dentro de la ficción se metan en mi vida hasta el punto de
enredarse en mi cama o peor, aún en mis pensamientos motivantes para tener un orgasmo por mí misma.
Lo que es obvio, y dice bastante sobre mi situación actual y mi vida. Estoy viviendo dentro de mis propias
construcciones mentales que ni siquiera puedo llegar a desarrollar dentro de la ficción de la manera más
adecuada para que entonces el desastroso y vergonzoso estancamiento emocional en mi vida, tenga
sentido, de esa manera podría decir, entonces que quizá o al menos dentro de alguna parte de mi mente,
mis ideas extremas e idealistas sobre el amor y los sentimientos profundos de libertad y pasión que con
gran ímpetu se despliegan sobre una imaginación alucinante : tienen sentido. Pero ¡no!. Nada tiene
sentido, y dentro de esa pérdida total de coherencia, estoy acá sentada escribiendo como una loca y
tratando de no olvidarme que tengo que almorzar porque todo este enredo mental y creativo me dejó
exhausta hasta el punto de haberme olvidado que ya son las cinco de la tarde y ni siquiera almorcé. Creo
que si en algún lugar del mundo Franco existiera, debería estar realmente agradecido de que por alguna
extraña razón le doy mi vida entera sin esperar nada a cambio. Pensándolo un poco mejor, quizá ese es el
problema, quizá necesito que se ponga en acción como el personaje que debe ser.
Mi vida es un maldito chiste - Capítulo 2

Lo recuerdo a todo con tanta pasión que me es difícil pronosticar un buen estado de ánimo para este año
inconcluso que sin querer me resigné a vivir. Me pregunto si realmente pensaba con coherencia, sentada
sobre mis propios sentimientos como si fuesen algo concreto en lo que uno puede verdaderamente
apoyarse. Porque es obvio que fantaseo mucho más de lo que debería. A las personas de mi entorno les
parece fascinante, pero para mí no lo es, y juraría que me tropezaré con ésta gran dicotomía de por
vida…, o quizá así es como se ve mi vida desde aquí, ahora y con este frío que congela mis pensamientos
reflexivos. Es que es muy evidente para mí sentirlo de esa forma. Lo estoy padeciendo en este preciso
instante. Estoy aborreciendo mis estados de coherencias porque soy una persona al extremo controladora
y me niego a que mis fantasías (por más reales y genuinas que puedan parecerle a los demás) me
controlen. Quisiera sacarme todo este peso de encima de una vez por todas, realmente quisiera que Franco
desapareciera de mi vida como si fuese uno de esos fantasmas de los que uno puede deshacerse cuando el
miedo es una sensación de un momento , y por consecuencia es sabido que no dura para siempre. Trato de
recordar qué fue lo que me dio, entonces, tanto miedo que no pude simplemente permanecer en Buenos
Aires para realizar mi vida, o al menos una parte de ella… A veces pienso que Franco tiene mucho que
ver en todo esto. Porque siempre desparece de mi mente cuando me voy lejos, cuando me decido
finalmente a encarar mi vida y construir algo mejor para mí misma. Cuando me alejo de lo que en algún
momento alguien internalizó de manera automática dentro de nuestra cabezas pretendiendo un evidente
estancamiento diciéndonos que ¨ las personas que nos rodeaban a una cierta altura de nuestras vidas y
con una cierta edad, son las personas que debían acompañarnos hasta el fin de nuestros días ¨ . ¡Qué
estupidez! Hoy se ve tan claro que me deslumbra la mirada cada vez que mis enormes ojos se posan sobre
aquellos recuerdos que hace unos días me parecían tan lejanos y obtusos. Es una obviedad que da temor
pero la cual merece ser enfrentada como el resto de las verdades que nos esperan al final del camino, o
quizá al dar vuelta la página y empezar nuevamente con otro texto, otra historia, algo mejor y que
supere lo que hemos creado en el pasado. Creo en la certeza de mi autoanálisis porque nadie más que uno
sabe perfectamente lo que quiere, lo que necesita y nadie mejor que uno para juzgar su propio estado. Es
evidente, entonces, que estaba escapando de mí misma. Suena obvio pero nadie dijo que enfrentar
nuestras más humillantes y vergonzosas verdades sería tarea simple. Era evidente que por primera vez en
mi vida estaba sola en una gran ciudad, como la telenovela de mi vida a la cual siempre había recurrido en
aquellas horas de oscuridad para iluminar mi futuro y entonces tranquilizar mi presente.
Tiempo. Ahora que tengo miles de horas por rellenar en el día puedo darme todo el tiempo del mundo
para repasar mis errores más humillantes, y puedo decir con un gusto amargo en los labios, pero a la vez
una sensación de triunfo, que evidentemente (otra vez la evidencia de los hechos se aproxima para
degenerarme la mirada), no estoy tan mal como creía, ya que hace falta mucho valor para no negar la
realidad. Si, lo sé: no pude estar tan lejos de Franco ( el personaje de mi novela) durante aquella estadía
en Buenos Aires, y es obvio que tengo un serio problema para conectarme con el mundo real. Seguiré
postergando mi vida, escribiendo sobre Franco.

Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 3

Otro día estancada y sin inspiración. Me pregunto cuál será la causa.


Otra mañana de autocomplacencia y de una humedad que se prolonga en las mismas proporciones
del tiempo que pasó desde que no tengo relaciones sexuales con otro ser humano u miembro de un
cuerpo que no sea más que la extensión de mi propia mano. Parece sonar patético pero no lo es. En verdad
es una elección que quizá desde los hechos reivindique esa porquería de análisis barato de que ¨ soy una
persona hedonista con una notable necesidad de búsqueda continua y una hipersexualidad exacerbada¨.
Debo aclarar que quien creó esa absurda frase fue un hombre, aunque no lo culpo debido, y considerando
que se supone que soy una mujer (bilógicamente juro que está confirmado, incluso mi satisfactoria mano
es quien puede dar testimonio de aquello). Las mujeres hemos incendiado nuestras necesidades básicas
como seres humanos mentalmente sanos con un montón de fundamentos maternales para demostrarles a
los hombres que aparte de tener vagina somos unas dulces compañeras y unas responsables madres que
no iremos tras el primer pantalón que se nos cruce. Suena escalofriante y perturbador saber que todo
aquello sucede en el género masculino y con más frecuencia de la que las ingenuas mujeres cornudas
podemos imaginar.
Quizá y entonces, basándonos en esas premisas culturales: yo sea un pibe. De hecho, a algunos rockeros
y seudo transgresores les resulto atractiva justamente por eso, me refiero al salamín con pan y quesito de
las siete de la tarde, el wisky, la pornografía en internet y luego fumarse un buen cigarrillo después de
masturbarme pensando en aquél recuerdo que retengo como un tesoro. Mi último contacto
humano esparció de manera explícitamente sensual su semen sobre mi vientre mientras mis labios se
entreabrían como los de cualquier mujer dentro de una imagen publicitaria de la venta de un perfume o
desodorante para hombres.
Si, tengo que confesarlo: soy un ser visual, casi rozando la perversión que a los psicólogos les gusta
llamar ¨ voyeur ¨, y basándome en que yo también tengo labios vaginales y una boca lo suficientemente
abierta y durante estos años aún más calibrada que cuando era sólo una niña, puedo decir lo que digo sin
temer a que puedan llamarme: ¨ puta ¨. Me refiero a las personas de mi mismo sexo; ¡sí!, esas con las
cuales compartimos la misma conformación biológica que nos permite ser madre, ovular, volvernos locas
después del parto. En el caso de que el bebé nazca ¨ hombre ¨ le enseñamos todas esas cosas por las cuales
muchas veces renegamos: que se cuiden de las mujeres que somos unas verdaderas arpías, que la mujer
debe reprimir lo que siente, incluso si es sometida. Porque las mujeres creemos que debemos ser
castigadas desde el primer momento en que descubrimos que nuestro himen se romperá y sangraremos
cuando nos brindemos a aquél hombre. Lo más terrible y equívoco de todo: la mujer considera que debe
complacer al hombre con sus gemidos para aumentar, de esa manera, la hombría de éste. Entonces,
posándose sobre unos orgasmos mayoritariamente imaginarios, contribuimos, de ésta manera a poner a la
mujer en una situación de ¨ objeto de satisfacción ¨ que es realmente triste.
Basándome en todo esto: ¿Para que negarlo? Si, soy una puta con orgasmos múltiples que me masturbo
desde niña viendo pornografía. A los once años me emborraché por primera vez con una lemoncello que
había en mi casa y llegué a lo de Celeste, mi amigade la infancia muy mareada. Cuando tenía
catorce años compré por primera vez marihuana a un desconocido vía internet. Y desde que tuve mi
primer novio hasta ahora, me he acostado con muchos chicos, hasta logré cumplir mis fantasías de niña
con Mariano y Ulises, quienes me encantaban en primer grado.
Calculo que también soy una puta porque si me fijo en el grosor del bello que cubren mis axilas (debido a
que olvidé depilarme ésta semana), lo que creo que en Italia es considerado como una señal de ser ¨ una
puta profesionalmente activa¨.
Por último, no debo olvidarme de que sé con certeza que si hoy saliera de noche con mi soltería acuestas
tendría un orgasmo asegurado porque justamente: soy puta y fácil. Pero prefiero quedarme en casa, leer
un libro, escuchar un poco de punk y tomarme un buen vino mientras me preparo unas pastas de cenar.
Luego vendrá el wisky y toda esa música psicodélica que anulará por completo mi mente. Me tocaré por
tercera o cuarta vez en el día y luego de descargar mi energía hipersexual, pensaré por décima cuarta
vez sintiendo mucha culpa, que quizá no soy una puta, quizá sólo sea un pibe, lo que,
entonces, convertiría en homosexuales a aquellos hombres que se sienten atraídos por mí. Basándonos en
estas premisas culturalmente tan erradas y mentirosas.

Mi vida es un maldito chiste -Capítulo 4

Sentirme incómoda sabiendo que estoy siendo sincera con mi propio sentir es algo común en mí; también
es muy común que salga huyendo de algún enredo amoroso a través de algún orgasmo barato y sin
sentido propio de la unión ¨ humana ¨ sobre las cuales se basan los fundamentos de las relaciones entre
personas. Porque así de idiota soy. Porque parece que me quedé estancada en algún estadio infantil en el
cual niego mis sentimientos a través de la agresión constante al objeto de amor. Eso sucedió siempre, pero
soy consciente de que en éstos últimos años; y con la adquisición de mi exquisita paranoia: todo se fue
empeorando paulatinamente; lo que no puede más que significar otra cosa que: mis agresiones son más
explícitas y es por eso que nunca llego a tener nada formal, o lo que es peor aún: ¨ real¨ con nadie. Antes
tan sólo fingía no prestar atención a lo que el objeto de amor hacía, decía o lo que fuera que estuviese
ocurriendo en aquél momento. Tan solo me mostraba distante y la agresión se denotaba de manera más
pasiva que ahora. Justo en este intervalo de preocupaciones es en la cual me refiero específicamente a
Franco. ¿Es posible que me haya comportado como una verdadera estúpida aquellos días en Buenos
Aires? ¿Será, quizá tan sólo la impresión de ciertos recuerdos aislados que hoy puedo acomodar a mi
gusto y que dependiendo de mi estado anímico el análisis de los acontecimientos va tomando en cada
situación un matiz distinto? No lo sé. Sé todo lo que odié de él, pero no encuentro la razón por la cual aún
ocupa un lugar importante en mi vida. Hasta me resulta miserablemente penoso encontrarme a mí misma
hablándole a las paredes de mi casa, teniendo interminables monólogos sobre su accionar en aquél viaje y
mis necesidades. Siempre mis necesidades: yo, yo y yo. Todo esto debido a que no hay un ¨ otro yo ¨ que
pueda responder a todas mis acusaciones. El hecho grave, urgente por remediar y ¨preocupante ¨, es mi
evidente necesidad de pensar en él, y haciéndolo concreto en mi vida, dejarme, entonces, llevar por mis
impulsos por ser sincera. Como si se tratase de algo realmente definitivo para mí.
No lo entiendo. Ni siquiera pudo llegar a comprender ¨ el por qué ¨ de esta lastimosa existencia, todo lo
que puedo decir es que lo odio y lo aprecio en las mismas proporciones, y que es un total y completo
desconocido para mi, tomando en cuenta que sólo lo vi tres veces en mi vida, teniendo en cuenta que no
todas aquellas veces estaba con mis sentidos despiertos debido al exceso de alcohol y pastillas, y en
general mi estado mental era al extremo inestable debido a la aparición repentina de mi madre en mi vida,
en mi casa y usurpando los espacios habitables, respirables, y por sobretodo ¨pacíficos ¨ . Yo era un
completo y obstinado caos a punto de resolver un gran trauma. Y sin olvidarme de nuestra espantosa
despedida, el sexo fue igual o tan absurdamente inocuo e innecesario. No creo haber participado de la
situación, y no entiendo porque los recuerdos son tan borrosos. Pero aun así, lo peor de todo es que siento
una extraña y fervorosa atracción por aquél desconocido. Me hubieran gustado tantas cosas…Quisiera
borrarlo…Realmente quisiera cambiarlo todo y volver a comenzar para que estuviera en mis recuerdos de
una manera un poco más grata. Creo que se lo merece. Tal vez, quizá todo se deba a que sé que yo
también lo merezco.
Recuerdo aquél mediodía; mi ausencia, el vacío y la desesperación. Recuerdo las ganas confusas, esa
contradicción constante…, un interrogante siempre al final de una afirmación al borde de ser concretada.
Sin más metáfora…, sin más lírica: el empobrecimiento de los pensamientos dentro de una erupción de
reflexiones hechas y deshechas sin sentido alguno. Completamente ausentes de la esencia propia: sin mi
ser dentro de mi cuerpo, sin mi pesar acurrucado sobre el desliz preciso naturalmente diseñados de mis
omóplatos. Cubriéndome la espalda de tristeza, ahuecándome las alas de niebla; empañándome la mirada.
Así estábamos: mi ausencia y yo, esperando el resultado de una muerte ya anunciada. La última plegaria.
El último buen recuerdo.¡ ¿Quien diría que todo se iría a estropear de repente…?!¿Se puede predecir lo
que no se conoce, incluso dándole a la propia esencia esa conexión única en donde no hay lógica posible
de abordar desde el cambio? El nacimiento de una transmutación impredecible dentro de los parámetros
de la mentalidad ajena y lo poco o mucho que se puede controlar a través de esa respuesta ya
programada. Porque de alguna manera todo se arruinó en esa época del año…, porque de alguna manera
todo se reinventó durante ese mes, aquellas vacaciones, aquél verano….

Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 5

Me duele saber que fue aquella mañana, oscura, ennegrecida por la lluvia, agotada de alcohol supurando
sobre las horas del tiempo; ese tiempo que se derretía sobre sus manos húmedas acumulando la excitación
que lenta y suavemente se arraigaba a un orgasmo a punto de estallar sobre mi mente, tiritando sobre sus
dedos que rozaban mi vagina; esa femineidad que acaparaba todo el cuarto de hotel, conjugándose con la
hombría desamparada de aquél chico tímido, perdido entre mi elocuencia fingida aquella noche que nos
conocimos, aquella noche en el bar. Pero fue evidente mi discurso desesperado, mi huida, la necesidad de
calma y la exaltación de la ansiedad predispuesta a arruinarlo todo, fu también evidente la reacción
de Franco, con su naturalidad siempre tan empática, el apego hacia el dolor ajeno, esa necesidad obsesiva
por reparar cualquier cosa, sentimiento o desesperanza que estuviera por arruinar una sonrisa ideal, un
momento perfecto, una vida íntegra. Por eso Franco estuvo allí, acostado sobre mi cama, o la cama que
había elegido para reposar mi angustia unos cuantos días de añoranza, de esperanza sobre una felicidad
que esperaba a acuestas a mis ganas de despegarme de mi antigua lugar, del mar, de mi familia, de toda
una vida…, de lo único que en verdad conocía. Porque yo también estaba allí para ello, supuestamente
había viajado para descansar sobre la idea de abrirme un nuevo horizonte, una nueva vida, una posibilidad
de quedarme a vivir en ese lugar paradisíaco, sin más ni menos. Y fue Franco quien el primer día en que
llegué estuvo dispuesto a cambiar el rumbo de la historia, a revolverlo todo con sus recuerdos atosigados
por una inexpresividad absoluta, como si en verdad todo lo que salía de sus labios fueran puros inventos,
o quizá su mente era lo demasiado astuta para controlar cada gesto mientras con aquella tranquilidad en
su voz me contaba todo lo que ahora sé. Todo aquello sobre esa cantidad de personas a las que salvó o
intentó salvar…, todos esos amores frustrados, ese daño irreparable, y otra vez esa maldita necesidad de
reparar lo irreparable. Parecía orgullosamente triste de haber vivido todo aquél sufrimiento oscuro y
desengaños que ensima fundamentaba con sentimientos de autocompasión y simplistas análisis sobre la
vida de esas mujeres vacías y sin alma. Todo me resulta tan injusto, que no puedo más que pensar que es
una gran ironía del destino, o tal vez sea la vida que desde el recuerdo de todos mis errores se esté riendo
de mí, como si todo se tratase de una gran venganza, una rendición de cuentas a mi propia conciencia;
cuando en verdad todo el universo sabe que Franco debía estar ahí para aliviar mi dolor, para asegurarme
una vida de momentos de intensa calma, con su inexpresividad huyendo de sí mismo para recordarle que
yo era su nueva víctima, su preciado objeto cargado de desazón y desesperanza, de desilusión y
frustraciones acumuladas; que en realidad ahí estaba él, una vez más ahuecando sus manos para
sostenerme dentro de ellas y hacer de mí lo que tuviera ganas, incluso si tuviese que desangrase las manos
para reparar mis cicatrices añejas, oscurecidas por el tiempo, por la lluvia, aquellos besos, aquella
mañana, aquél cielo…
Mi vida es un maldito chisto- Capítulo 6

Hay cosas que sé que Franco no haría conmigo y probablemente son las mismas cosas en oposición que
yo misma quise hacer con él. Quizá por eso, su promesa de venir a visitarme, aquí, en mi ciudad, quedó
latente de manera obsesiva sólo en mi mente. No hay nada más patético que la verdad sin matices ni
estructuras, sin un mínimo sentimiento de autocompasión. Sin un poco de cordura, pero con un millón de
miligramos de pastillas despedazadas esperando ser inhaladas por mi nariz. Eliminando el despertar de un
nuevo día en el universo intenso de las emociones intactas de siete días de vacaciones planeadas para
arruinarlas a las dos horas de abordar y arrasar por completo dentro el nuevo escenario: Buenos Aires. Un
fracaso. Realmente un nuevo fracaso.
Recuerdo la pesadumbre de aquél despertar. La almohada mojada de humedad, el calor sofocante de un
nuevo día por emprender…tantas humillaciones, tantas palabras por decir que poco importan para el resto
de la gente de éste lugar. Y mi necesidad de una conversación intensa, quizá frente al lago como
habíamos planeado con Franco, aquella noche que lo conocí. De alguna manera la lírica y el simbolismo
del lenguaje empático y literalmente aceptado por todos los románticos esperando una aprobación ( como
yo ), dentro de una estructura tan sistemática, me permiten escurrirme. Esconderme dentro de la oscuridad
de la profundidad de mis propias palabras para, entonces, no ser del todo específicamente detallista como
la situación lo merece. Es que la realidad es humanamente más aburrida en comparación con todo lo
maravilloso que podría haber ocurrido.
Porque en verdad estábamos solos, enamorados del amor, de la fantasía en la escena de un set de
grabación predestinado a convertirse en cada segundo costosamente invertido, dentro de un marco
teóricamente fallido del cual sólo era sostén a mi mente y el laberinto emocional de las reacciones dentro
de la cual estaba sujeta en consecuencia. Porque las montañas nos abrazaban mientas el sol descendía
sobre el lago. Mis manos temblorosas buscaban la respuesta inaudita de la inseguridad de Franco para
sentir la aprobación de una sensación compartida más allá de su armadura de fierro y mis ahuecados ojos
para percibir la realidad. Tal vez simplemente me enamoré de aquella situación inconexa y audazmente
inconclusa para dejar abierta cualquier tipo de posibilidad en un futuro que ya estaba desechado antes de
que ¨ algo ¨ comenzara en realidad.
Porque el atardecer enmudeció mucho antes de lo previsto, y porque éramos sólo él y yo en el universo,
sin un entorno asfixiante de amistades, de un bar atestado de gente ebria, sin una familia patológica, sin
un pasado aguardando en nuestras bocas por querer escupirlo con fuerzas, desde el primer suspiro antes
de comenzar a expresarnos. Porque no vimos todo aquello…: mi soledad intocable. La distancia, la gran
distancia de nuestros verdaderos mundos rutinarios.
Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 7
Si soy o no, una autoridad en el estado de ¨ felicidad ¨, realmente ¡no me importa! Ser escritora puede
haber sido el mejor regalo o quizá el peor…Todo depende de mí, como no sucede siempre con todo lo
que emprendemos.
Es aterrador estar despierta de madruga, sin un murmullo que apacigüe éste silencio ensordecedor, una
botella de whisky vacía al lado de mi computadora. La mirada entre tinieblas y sin mucho más que
decir…

Mientras la rutina agobiante y ya mencionada con intención de irritar a cualquier imbécil que no tuviese
nada más que hacer que leer éstas palabras sin sentido. No sé muy bien que fue exactamente lo que hice,
dije o pensé cuando inconscientemente generé este cambio gradual en mi persona; sin perder de vista que
a veces cuelgo mi sonrisa sobre algún recuerdo de aquellos alocados momentos del pasado. Insisto en que
la calma era mi mayor opción dentro de un círculo literalmente vicioso del que me costaba desintegrarme.
Eso significa que me encuentro sola porque realmente así lo deseo, porque no creo que pueda construir
nada positivo bajo los cimientos de un pasado atormentado en donde la diversión se mezclaba
continuamente con la perversidad y un montón de gente con ideas, incluso, más oscura y dañinamente
más peligrosa de lo que mi agresividad pasiva puede llegar a provocar. En estos instantes de meditación,
de vuelta hacia el pasado, encontrándome en el mismo obsceno escenario y en la misma puta ciudad de
siempre; es justo en esta parte de la historia en donde me refugio en amistades ¨ sanas ¨. Aquellas
personas que en los momentos de locura simplemente olvidé.
Entonces aparece Mariela, con sus problemas regularmente ordenados por fecha de vencimiento, con su
fuerte temperamento, una mente abierta y programadamente funcional para mi estilo. Con la
determinación dentro de unas extensas charlas que nos llevan de paseo por todas las secuencias analíticas
de nuestras vidas.
Ella me prefiere sana y eso es reconfortante; pero sin embargo, y entonces nuevamente buscando algo por
lo cual puedo sacar ventaja para quejarme, vuelvo a sentirme frustrada al notar que necesito rendir
examen sobre lo que se supone que estoy haciendo con mi vida, mi felicidad y mi estado óptimo de
estabilidad. Incluso siendo Mariela la persona más egoísta que conozco, y que en algunos aspectos por
ello la admiro, siento deberle explicaciones. Argumentos, datos, datos y más datos de mi estado de
conciencia actual. En verdad me complico más de lo que la relación lo requiere, y me asusta saber que
todo esto no me sucedía durante aquél verano, antes de partir. Antes de emprender el viaje que se suponía
que no tenía vuelta, y que tristemente la tuvo. Hoy, luego de unos cuantos cigarrillos, una charla de horas
interminables e intensamente compenetradas en el momento que compartíamos, me di cuenta que no
confío en nadie. Sinceramente, no puedo confiar en nadie que viva en esta maldita ciudad de mugre y
pescado que sólo mantiene mis pensamientos crespos y rizados las veinticuatro horas del día.
Mimetizándose con mi pelo, que de manera secreta y voluntaria esta creciendo sin parar sobre un enredo
de palabras que no dejan de cuestionarme aquellos sentimientos de culpa que se supone que iban a quedar
despedazándose con el viento, a través del asfalto de la ruta que está muy lejos de esta ciudad.
Ahora, que Mariela también me elije por mis actitudes sanas y mi semblante pálido de promesas
expectantes que murieron sobre un regreso que maquillaron mi mirada para intentar lentamente envejecer
esa sensación de incumplimiento con mis mayores deseos de despegar de este lugar de mierda. Hoy, me
di cuenta, que aunque aún quisiera volver a sentirme libre dentro de aquél recuerdo de diversión, pero ésta
vez con la enseñanza del equilibrio, ni siquiera podría concretarlo en esta ciudad. Nada más que todo un
cúmulo de planes con las valijas ya preparadas en la punta de mi cama para volver a emprender dentro de
ocho meses la partida pueden hacerme sentir libre en esta ciudad.
Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 8

No había pensado en una frase que pudiera resumir en forma de verso intenso lo que me sucedió a mi sola
en esta relación de dos en la cual yo no fui más que la sombra de alucinaciones incomprensibles de una
historia que aún estaba latiendo. Quizá para ser proyectada en mí como una maldita película que en la
cual yo ni siquiera soy parte de los personajes de reparto. Tal vez fui el espectro de alguna escena en la
vida de alguien…, y aunque suene patético quedé enceguecida con la luz blanca y potente de una
proyección que me traspasó hasta en la fibra más interna de mí ser. Una vez más como una criatura
despreciable y atontada de tantas emociones rebalsando sobre mis pensamientos, me encuentro
rompiendo una vez más mi cabeza contra la pared. Solo sirviendo como un instrumento para aniquilar una
historia de amor ajena a sí misma, sirviendo como un ejemplo de lo que se supone que no debe sucederle
nunca a alguien. Armo y desarmo palabras uniéndolas como si de mí dependiese el futuro de una pareja
en la cual no estoy incluida. O tal vez, y entonces en el peor de los casos, soy el consuelo del pesar de un
hombre que estuvo ausente en mis sueños, y en aquellas tardes que imaginé y las que nos tocaron
representar antes o después de que mi mundo imaginario se viniera abajo del todo. Pudriéndose en
frustraciones e ilusiones. Tan vacío y opaco. Descolorido. No sé si reírme a carcajadas hasta tropezar con
mi propio malestar y decididamente encontrarme en un estado de euforia que denotaría aún más mi
naturaleza patética, o llorar sobre una angustia tan pasada en la cual mi mente y mi alama quedaron
estancadas como queriendo apoderarse de las palabras, de los puntos, las comas y cada espacio que
pudiera existir sobre aquellas páginas que no son mías, no pertenecen al amontonamiento de papeles que
reúnen los retazos de mi vida. Llorar hasta que la evidencia de mis párpados sean una razón física para
avergonzarse de mi poco fundamento ante lo que es una gran mentira: Franco. Franco es el otro extremo
en donde mis sueños descansan sin remedio ni culpa, quizá porque fueron muchos días de ausencia
mental durante aquél viaje. No puedo entender como aún sigo empecinada en trazar algún tipo de lazo
que nos mantenga en contacto, es como si una parte importante de mí quisiera saber qué le deparará su
destino. Es una ilusión que se transformó en necesidad desde que caí en la cuenta de que en realidad lo
poco que recuerdo de aquella estadía en su mundo, su vida, yo no estuve presente y cuando estuvimos
juntos o compartimos aquellos momentos tan llenos de niebla y ahora siendo tan lejanos, él tampoco
estuvo ahí. Su pesar pertenecía a otra historia, y yo no fui más que un instrumento para desaburrir una
mente aturdida. Ahora que lo pienso mejor, mi imagen es patética, aún incluso más de lo que en algún
momento consideré.
Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 9

Las paredes intentan librarse de las telarañas que prometen deshacerse con las cerdas de mi escobillón ya
casi difunto de tanto fregar, limpiar y postrarse por el suelo. Al igual que mi autoestima. Más allá de eso,
podría decir que soy feliz. ¡Sí!, soy feliz porque es imposible no serlo dentro de la humedad de esta
ciudad mugrosa, con gente al igual de miserable de lo que la mitad de los seres humanos del planeta lo
son. Entonces, se podría revindicar el concepto de felicidad basándonos en que si así es como se supone
que la vida genera sentimientos de este estilo en ésta rutina interminable de asfixiantes métodos
retrógrados; evidentemente ¨ éste ¨ es el lugar…Esta es la ciudad perfecta para pegarse un tiro en la frente
sonriendo con los dientes bien apretados luego de haber pasado por el típico estado de euforia que suelen
tener los suicidas antes de descubrir que la ¨ felicidad ¨ no pudo llegar a ser más intensa de lo que algún
momento fue.
Deseo explotar a través del viento que lleva y trae una soledad, que ésta vez elijo y profeso, gritarle sobre
las olas del mar que tan sólo transmiten nostalgia dentro de sus propios matices de un color grisáceo,: ¨
ésta ciudad está matándome lentamente ¨.

El grito se prolongó hasta que los vecinos del piso de arriba se asomaron por sus balcones y comenzaron a
golpear la ventana de mi departamento con alguna especie de palo de escoba o algo similar. Creí estar
alucinando, pero de repente me di cuenta de que sólo me había quedado dormida. En el momento
no supe diferenciar qué era lo que exactamente se proponía mi mente con todo aquello. Había sido un día
extenso, un día largo de trabajo, si con el término ¨ trabajar ¨ también podemos incluir el hecho de estar
vestida con una ropa ajustada y extremadamente incómoda caminando por toda esa maldita ciudad en la
que me tocó vivir este año que parece una eternidad y recién comienza. Tratando de conseguir un empleo
para dignificar lo que en algún momento la sociedad calificó como ¨ autoestima ¨ .Queriendo ser lo que
uno no es mientras tratamos de vender aquella imagen que sólo vamos a mantener hasta que en un futuro
no muy lejano nos sintamos seguros de que aquél mugroso empleo va a ser el que nos va a mantener con
vida, o quizá pudiendo pagar las botellas necesarias de un whisky no del todo caro pero tampoco lo
suficientemente barato como para luego tener un irreparable ardor en el hígado.
De todas maneras creo que el whisky se pronunciaría de manera aún más provocativa para mi hígado si
lo combinara con la astucia de mis grandes amigas: las pastillas. Considerando que pasé una larga
temporada sobre el infierno de la fiebre emotiva que me dejó estancada sobre muchos recuerdos a medio
terminar y a desviarme no se ya cuántas veces de mi rumbo. Mi destino, el que había planeado con tanto
esmero; sería realmente una gran desilusión para ¨ el contemplar siempre tan presente y altivo de mi
consciencia ¨, el saber que traicionaría su confianza de ese modo. Después de todo fue Franco quien me
mantuvo todo este tiempo en vilo, quien se acurrucó en mi almohada pretendiendo ser algo más que una
madre, algo mejor que un padre, alguien más frecuente que un siniestro terapeuta. Franco fue y seguirá
siendo mi mejor amigo, más allá de los percances y mi tan abnegada paranoia, yo lo necesito, y de alguna
manera extraña, por alguna razón que aún no conozco ni comprendo: él parece también necesitar de mí.
No sé qué fue exactamente lo que ocurrió, creo que llegué a casa luego del atardecer y encontré mi casa
tan vacía que me desesperó tanto silencio, el malestar era tan profundo que probablemente me
emborraché sin darme cuenta terminándome la mitad de la botella de whisky que tenía escondida en el
placard de mi habitación.
Imaginaba que Franco estaría probablemente con alguna de esa chicas del momento…. Franco, quien ya
no quería saber nada sobre mí…, tal vez, y probablemente porque en verdad nunca estuvo interesado, más
que para elevar su ego tratando de ayudarme…
.Franco, que ya no respondía mis llamadas.
Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 10

Hoy se supone que es un día especial, bueno….lo es y seguirá siéndolo pase lo que pase, para mí. Hoy es
mi cumpleaños, un día como hoy, salvando la distancia del pasado y sus años avejentados, nací. Quisiera
poder decir algún día, que hoy nació un talento que vende millones de libros y es famosa por su estupenda
lírica y sus personajes intensos, pero no estoy segura de si eso ocurrirá o no. Puede que mi sueño sea algo
pretencioso. La única verdad es que estoy malditamente loca, y eso es un buen punto para desarrollar.
Muy a pesar de eso puedo decir con orgullo que soy una persona muy feliz la mayor parte del tiempo.
Creo que aprendí a ser feliz con pocas cosas desde que era muy chica, pero no estoy hablando de cosas
materiales, sino de un mundo interno extremadamente mágico que no me abandona nunca, y aunque a
veces suelo renegar del mismo, hoy puedo decir con toda esa gama de sensaciones que me permite
experimentar, que estoy contenta de que así sea. Tengo que aceptar que mi locura es la que me brinda esa
hermosa posibilidad, y que a veces me cuesta dejar mi mundo alternativo y no evitar mezclarlo con la
realidad; suele ser muy dificultoso a veces. Tal vez los especialistas en la salud mental afirmen que todo ¨
esto ¨ sea parte de mi motor interno, algo así como un mecanismo defensivo que utilizo para engañarme
de una manera saludable, o mejor dicho, ¨ engañar a mis miedos¨, los cuales no tienen porqué ser parte de
mi personalidad, aunque viéndolo desde esa perspectiva, y si es que mi mundo interno se creó a partir de
ellos, puede que así lo sea.
Hoy, por ejemplo, tengo la enorme motivación de encontrarme con Franco. Quisiera que viniera por mí,
que me diera una de esas sorpresas increíbles que están tan bien armadas y detalladamente planeadas y
que son muy poco creíbles. Las posibilidades de que aquello ocurra en mi mundo real (y en el de
todos…), son pocas, por no decir: nulas. Pero estoy advertida, y no me refiero a los litros de alcohol que
tengo en la heladera; sino porque sé como es el mecanismo de mi mundo interno. Convivo con él hace
tres décadas, y sé que hay un punto en el cual no tengo que dejarme llevar tanto por el entusiasmo de
cualquiera sea la circunstancia que imagine y recree en mi cabeza. Por eso sé que al final del día, o
probablemente, y para ser más explícita con el ejemplo actual, sé que Franco no va a venirme a
rescatarme de la espantosa rutina sin movimiento ni intensidad de la realidad. También sé con certeza que
luego de ello me inventaré alguna excusa para creer que Franco tuvo serias razones para no hacerlo, y así
seguirá conmigo hasta que encuentre algún otro alter ego que lo sustituya. En otras palabras, y
simplificándolo un poco, parece que soy la creadora de mi propio universo mental, y eso no es una
cualidad maravillosa que tengo como persona, estoy cada vez más convencida de que todos tenemos esa
posibilidad, porque el universo es mental, el mundo y la percepción del mismo también lo son. Quizá a
todos nos falte jugar un poco más.

Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 11

Las mañanas que se sacuden dentro de un océano de versos inconexos; y ahora que me detengo a pensarlo
un poco mejor, creo haber tenido en otro momento ésta misma sensación de aspereza en donde lo que en
algún momento “fueron mis sueños”, se deslizaban incansablemente sobre mis dedos, atrapándome sobre
una nauseabunda maraña de textos narcisistas y sin sentido aparente. Poco pretenciosos. Demasiado
íntimos.
Y lloro.
Mis lágrimas cargadas de una aparente emotividad sin sentido se derraman sobre mi rostro casi sin poder
notarlo. Sé que estoy siendo, una y mil veces, más dramática de lo que “debería”, más sincera y honesta
de lo que, en verdad, es conveniente para mí. Porque…, en realidad: ¡está todo muy bien! Porque, por
primera vez, puedo decir que sé lo que la palabra “estabilidad” significa, sin ajustarme demasiado y de
manera simplista sobre una teorización de lo que el estado mental de la llanura sobre las percepciones del
entorno lo conceptualizan. Realmente ésta sucediendo. “Me” está sucediendo. Lo notaría cualquiera que
entrarse en mi vida, que fuera especialmente invitado/a mi hogar. El silencio rodea mis días. El silencio
sobre mis pasos que se posan mudos sobre el suelo frío de mi departamento con la intención de no
molestar a mis vecinos; con el único propósito de ausentar la euforia de madrugadas extasiadas de
alaridos incongruentes, del alcohol brotando sobre aquellas palabras, que en soledad repetía sin cesar,
hablando conmigo misma, sellando cualquier emoción viviente y restándole, entonces, importancia a lo
que fuera que sucediera por mi mente. Pero todo aquello acabó. Ya no hay monólogos desabridos
que puedan perturbar la calma del edificio, ya no hay alcohol en excesos, ni excesos controlados
cronológicamente en el “calendario de mi imaginación”. Se terminó, también el permiso que mi
consciencia me permitía desplegando todas mis excentricidades y dejándolas fluir sobre la privacidad de
mi departamento. Incluso, sabiendo, que todos los excesos sólo duran lo que mi calendario semanal
dictamina, evitando, de esa manera, la falta de cordura cotidiana, y un posible alcoholismo en el futuro,
junto con problemas pulmonares y afonía que atentaba, también, en el terreno audiovisual de las películas
que durante la madrugada me acompañaban; mi actitud civilizada quiso derrumbar la poca diversión que
le quedaba a mi vida.
Ahora me cruzo a mis vecinos en el pasillo y se sorprenden de verme, asumiendo que casi no vivo allí,
mientras yo asiento con la cabeza y, entonces, una mirada de aprobación me devuelve el entusiasmo de
saber que finalmente todo el esfuerzo por extraer y aniquilar mi absurda extravagancia me haya
transformado en una persona “normal”, al menos, en lo aparente de mis hábitos. Y soy ridículamente feliz
creyendo que si el mundo me juzga de esa manera, entonces se puede decir con total certeza: que voy por
el camino correcto. Es por eso que, ahora, dedico mis noches a escribir una nueva novela demostrándole a
todos los que decidieron vivir, como yo, ésta vida patética motivada por la aprobación de un mundo
externo, que en realidad puedo ser una escritora mediocre que arma cuidadosamente una historia sobre las
páginas de lo que será, en el futuro, un nuevo libro. Y que, también, puedo ser premiada por familiares y
los pocos amigos que aún me quedan, por haber distribuido bien mi tiempo, y “ al menos” , haber hecho
algo productivo con mi obstinada imaginación que en realidad no es más que una dosis de locura que fui
adquiriendo con los años. Todos están felices con esa promesa de que algún día, quizá, cuando aprenda a
escribir mis ideas con la soltura que pueden hacerlo los ingeniosos “best seller” de la industria, me
convierta en una famosa escritora y el pasado que me vio crecer, aprendiendo lecciones a mi manera tan
revoltosa, pueda entonces, perdonarme verdaderamente, entonando aquella frase, que todos nosotros: los
ridículos que nos adherimos a la ecuación de un mundo que se rige sobre normas de aceptación social,
perseguimos con ansias: “ nos sentimos orgullosos por tus logros” .
Pero, aún siendo conscientes de lo que ocurre, y de lo que seguramente va a suceder en la persecución de
esa meta, que parece, de a momentos, inalcanzable, descubrimos un millón de cosas que ya habíamos
logrado. Porque la palabra “logro”, es la que en éste texto, y en la vida real, suena demasiado
pretenciosa. Por mi parte, “logré”, entender que puedo equilibrar mi vida si así decido hacerlo. Puedo ser
una persona “normal” y sentirme de esa forma, por más aburrido que pueda ser. Caigo en la cuenta de
que, “estoy a salvo “de las críticas desmesuradas y que generalmente, provienen de un historial de “locura
transitoria” que lamentablemente no se borra en la mente de todos aquellos seres con memoria selectiva
que se alimentan del morbo de sus propias represiones que se reflejan en nuestro salvaje pasado. A
diferencia de cualquier otro tipo de persona, ni mejor ni peor, yo puedo escribir historias, puedo hacer
personajes mucho más alocados de lo que en algún momento fui, y sólo, entonces, ser feliz cuando estoy
reviviendo en mi mente, y desde la experiencia, lo bien que la pasé durante esos años de ingenua y, por
consecuente, peligrosa diversión. Entonces escribo sin parar durante la madrugada, encierro mi euforia
animal y la transformo en un personaje que se llama “Leonora”, pero entre amigos, se hace llamar
“Leo”. Me encanta su apodo porque es ambiguo como el personaje merece. Por suerte, y al menos, en la
escritura puedo crear un personaje ambiguo y no hay nadie más que yo misma que lo juzgue, lo cual, no
dejo de hacerlo, pero con la óptica de alguien que sabe de lo que está hablando, como a mi manera de ver,
debería ser en la realidad. Quizá, exactamente en éste momento, sí, puede que esté siendo un poco
pretenciosa.
Leo es desordenada, trabaja cada seis meses en distintos tipos de trabajo porque su manera de ser a sí se
lo permite. Ella dice que escribe textos que algún día podrían convertirse en novela, pero conociendo yo,
su futuro, un poco más de lo que ella cree conocerlo, puedo asegurar que no va a ser de ese modo. De
todas maneras dejo que sueñe con ello porque me parece que su vida es demasiado difícil como para
negarle esa posibilidad mental. Tal vez, sea la escritora de un personaje devastado, pero feliz a su manera,
y esa actitud, además de ridícula, me convierte en una escritora honesta, incluso mucho más honesta de lo
que les hago creer a muchos cuando al leer esto, piensan realmente en aquella absurda posibilidad de que
en “yo”, pueda ser una gran “best seller” en MÍ futuro.
Luego está Mateo, un músico talentoso y dedicado de lleno a su profesión; es por eso que Leo le dio alojo
en su departamento, porque confía en que su arte puede inspirarla de alguna manera para vivir esa gran
aventura que viven los artistas. Porque aunque todos los ridículos que vivimos con el afán desmesurado
de vender lo que sólo nosotros creemos verdaderamente importante, tratemos de obviar la mejor parte de
ese camino tortuoso de esperanzas inmortales , sabemos que lo más hermoso de todo el proceso de
descubrimiento artístico, es el reviente que promete esa vida de altibajos emocionales. Muchos teóricos
podrían insistir con que mucho de lo que nos sucede no son más que “síntomas” de alguna de esas
enfermedades raras que con los años van cambiando de nombre de acuerdo al mercado farmacológico.
Pero, por suerte, nosotros somos ridículos y en nuestra ceguera, o como “ellos” llamarían: negación, no
queremos darnos cuenta de nada. La verdad, que me permite mi honestidad como escritora y la
experiencia de toda una vida de altibajos emocionales, es que todas las acciones en nuestra vida son parte
de una elección de vida, como expliqué al comienzo.
Leo y Mateo son esa pareja de cómplices que caminan juntos hacia un destino de incertidumbres y de
sensaciones intensas que nadie más que ellos podrían asegurar lo bien que se siente atravesarlas. Porque
además de que su naturaleza esencial les permite vivir esa vida con un desenfado , que en algún momento,
convivía conmigo, la historia de éstos personajes aún falta ser escrita, más allá de que en mi cabeza está
toda la historia impresa, y yo, más que nadie puedo saber, qué es lo que les ocurrirá. Es una historia
malditamente divertida y llena de drogas, escenas eróticas, pasión, y un amor que es algo más profundo y
entretenido que todos los acontecimientos que ocurrieron éste año en mí vida como creadora. Pero, por el
momento, sólo pido a gritos que alguien me saque de ésta ficción, o al menos que la edición de mi última
novela se concrete de una vez por todas, así me quedo tranquila de que no tengo que escribir para un
público imaginario nunca más en la vida. Quizá, todo eso se deba a mi gran logro por convertirme en una
ridícula que al menos es “consciente “de su propia condición. Tal vez por eso sólo quisiera escribir para
mí, más allá de lo que todos esos teóricos obtusos aseguren que “un texto se escribe para ser leído”, lo
cual no descarto en totalidad, pero creo que ésta vez necesito dejar de sentir envidia cuando voy por la
calle y veo a una parejita llena de tatuajes y con sus pelos largos y esos cuerpos desgreñados que me
recuerdan tanto a Leo y a Mateo. Porque, aparte de emocionarme por haber experimentado en la práctica
lo que la estabilidad significa, y me sienta muy bien ésta actitud pacífica, es incluso la misma la que me
lleva a querer vivir un poco más toda ésta experiencia en la selva de lo que el mundo realmente es…
Porque quiero tomarme una petaca de whisky a las cuatro de la tarde con las persianas bajas y los pies
descalzos. Porque quiero dormir en el colchón que está tirado sobre el suelo de una de mis habitaciones, y
soñar que me esa historia, la de Leo y Mateo, también me está sucediendo a mí.
Porque, honestamente, necesito la intimidad del mundo externo, adentro de mi departamento,
compartiendo la oscuridad vertiginosa, esa que no hace daño. Vivir la comodidad de ser una ermitaña y
todas las rarezas que me describen, para luego invadir el calor de la noche sobre la alfombra de mi casa
mientras bailo al compás de Lou Reed. Emborracharme sin preocupaciones, con la estabilidad acuestas y
con el desenfado que antes me pertenecía.

Mi vida es un maldito chiste-Capítulo 12

Segunda entrada del día. Lo cual puede indicar mi necesidad de poner mis pensamientos en algún lugar
que no sea en el living de mi casa en esos interminables monólogos que me recuerdan lo poco que creo en
los psicólogos clínicos. Porque puedo tener mi propio consultorio en mi departamento asociando palabras
que brotan de mi mente de manera expresiva. Sin perturbadas ganas de llorar. Tan sólo rigiéndome por las
ganas de hablar constantemente. Como si estuviera en una especie de trance, me conecto con mis
lamentos existenciales, y ahora, un poco menos romántica que tiempo atrás, me siento malditamente
estúpida y la sesión termina mucho antes de lo esperado. Con una linda sonrisa en mi rostro, sabiendo que
no gasté ni un centavo en atormentar a nadie con mis idioteces momentáneas. Y vuelvo a reposar mis
ganas del descanso mental sobre ese colchón ajetreado y cubierto de almohadones que compré para
adornar esa habitación en donde paso encerrada la mayoría de mis tardes. Esperando que caiga el sol y la
noche vuelva a encender mi energía, comprendo que estoy viviendo al revés que los demás seres
humanos.
Pero hoy, como aquél domingo que abrí una buena botella de vino mientras todos en el barrio se
preparaban para un gran día bajo el sol, cambié la botella de vino por una petaca de whisky y una pastilla
que me encargué de disolver sobre aquél líquido que me prometía un nuevo despertar sobre éste
atardecer, que ahora me parece tan parecido a tantos otros…
Creo que moriré de aburrimiento durante este agobiante verano, escuchando como todos allí afuera
consiguen divertirse de una manera que me resulta repugnante, o para suavizar la ansiedad actual: poco
atractiva. Algunas que otras voces en mi cabeza me preguntan insistentes: “¿Qué carajo querés entonces?
“ , y simplemente, respondiéndome a través de éstas letras que desatan mis dedos sobre el teclado de la
computadora; tratando de armar algún tipo de frase conveniente que pueda describir lo que sólo yo puedo
saber, diría que me encantaría tener un grupo de personas amablemente pacíficas que no me miren
extrañados si de repente digo: “ ésta tarde voy a tomar una buena medida de whisky y a escuchar un poco
de música antes de que el sueño se despedace sobre mis párpados” . Pero parece que la fiesta siempre
estuviera programada únicamente para mí. Porque la mayoría de la gente aburrida que he conocido éstos
últimos años, sólo quieren hacer lo mismo que hace todo el mundo: fumarse un porro bajo el sol entre
amigos, y abuchear a quienes queremos mezclar un poco de alcohol con algún que otro químico. Porque
parece que para enturbiar los sentidos, el alcohol necesita el permiso de ciertos horarios. Todo me parece
tan absurdo que no deja de causarme gracia, ya que no veo la diferencia entre una y otra cosa.
Entonces sigo con mi vida y ese atardecer que me espera inmersa sobre la genialidad de algún libro de
todos esos que descansan conmigo rodeando el colchón de inspiración o lo que mierda se supone que es
todo esto.

Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 13

Casi las dos de la madrugada y aun sabiendo que tendré que dormir unas pocas horas mal acostumbradas
debido a éste fiel amor trasnochador; quiero volver a escribir algunos pensamientos que lentamente se
han convertido en sentimientos de incertidumbre que me hacen sentir un tanto incómoda. Más allá de que
decidí que al ponerlos en palabras, entonces se disolverán de manera instantánea, creo que se me hace
necesario involucrarme con los mismos, al menos, desde éste punto de intersección que me permito en
estas páginas.
Me reencontré con un viejo amigo hace unos días. Fue un buen momento para volvernos a ver, o al menos
esa fue mi impresión desde el primer momento que supe que, de alguna forma, retomaríamos el contacto
que hace un año perdimos por estar buscando diferentes cosas, y en consecuencia: viviendo distintas
etapas. Pero al parecer, algo sucedió como no lo esperaba. No me refiero a la invitación que le hice a ver
una película de un festival de cine que se realizaba en mi ciudad y que al llegar descubrí que había dejado
mis entradas en casa; ni siquiera me remito a la previa invitación a cenar, siendo el motivo de retraso
debido a que se me quemó parte de la comida. No, creo que fueron los cigarrillos que fumamos en casa
como un pretexto de seguir hablando y hablando para que finalmente todas esas palabras nos llevaran a
esos besos que de manera intensa volvimos a vivenciar como si quisiéramos de esa forma recordar lo
que nos había llevado, hacía un año atrás, a trasgredir ese estatuto en el cual aún éramos “amigos” . Pero
ésta vez dejamos en claro lo que se suponía que cada uno pretendía de la relación o lo que pudiera suceder
entre nosotros. Nuestro lema principal fue: “no pelearnos bajo ningún tipo de circunstancia”, y debo decir
que al principio me sentí aterrorizada, pero a la vez confiada de que así iba a ser y así será. No pude ser
más honesta de lo que fui aquella noche, aunque me hubiese gustado dejarlo tranquilo haciendo hincapié
en que no tiene que cambiar absolutamente nada por mí ni por nadie, que ese no es el concepto que yo
tengo de ningún tipo de relación. Lamento no haber dejado en claro que no era necesario que hiciera nada
extraordinario para querer comunicarse conmigo, si así es como en verdad él lo siente. Porque sólo las
ganas y el fluir de la motivación se encargarán de ello sin que siquiera tenga que evaluarlo.
Pero como dije antes, aún no tengo noticia de aquella persona especial que por alguna razón tanto quiero
tener en mi vida. No me importa de qué manera, pero sólo puedo decir que hasta ahora, es la única
persona con la que puedo ser yo verdaderamente, sin tapujos ni secretos. Porque no siento esa mirada
acusadora cuando estamos juntos. Porque sé, que aunque seamos sólo amigos, “esto” puede funcionar.
Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 14

Demasiada comida éstos últimos días, unos cuantos cigarrillos diarios que suelen atorar mis palabras de
humo, y un olor intenso en mi ropa que dejó opacar el poco perfume que de por sí llevo en mi piel. Una
semana de alcohol cuidadosamente ingeridos, si con eso queda expuesto que no despierto con resaca y , al
menos he podido dar clases sin vomitar delante de los pocos alumnos que de por sí tengo. He tratado de
enmudecer lo que estaba pensando cada momento que aquél beso volvía sobre mis labios rememorando
una sensación que ya casi me parecía olvidada. ¿Estoy exagerando? No. Sólo yo sé porque esto sucede, y
no pretendo quitarle mérito al generador de éstas emociones: aquél viejo amigo que no es nada más que
una ilusión que aparece una vez al año de la misma manera y sin ningún tipo de intenciones. Porque en
realidad esto va muchos más allá de ese beso que me reveló tanto sobre mí misma. Y, entonces no dejo de
pensar que el pasado vuelve a posarse sobre mis días para dejarme reflexionando “a mi manera”:
cigarrillos, alcohol, apetito peligroso en ésta época del año (verano). De alguna manera me di cuenta de
aun necesito aprender más sobre mi persona. Me consuela saber que no dejé que sucediera más que ese
beso entre nosotros, porque con todo eso bastó para que hoy sienta que quizá me expuse demasiado al
entregarme de esa forma. No me arrepiento de nada. Creo que sólo es una señal de alarma: necesito estar
segura de lo que la otra persona, en éste caso: mi viejo amigo, está en la misma sintonía que yo en lo que
respecta a “relaciones”. ¿Será porque hace nueve meses que no tengo sexo más que conmigo misma, que
de repente cualquier tipo de contacto físico me sensibiliza? Me resulta tan extraño escuchar a mi mente
decir todo esto que entre palabras estoy escribiendo. Siento como si no fuese a mí la que le está
sucediendo esto. Pero no se trata de ningún tipo de personaje. En esta ocasión soy yo la que escribe: “la
ridícula escritora”.
Hay muchas cosas que dije que me parecieron acertadas. Hubo muchas cosas que dijimos que fueron lo
suficientemente honestas como para poner en tela de juicio el silencio de parte de él, quien en realidad no
volvió a mi vida siendo la sombra de algo que sigue doliéndole, asustándolo, o, y en el peor de los casos
para mi autoestima ya acostumbrada a éste tipo de situaciones: simple desinterés. Cualquiera sea la
situación, no puedo enojarme. Lo prometí. Pero incluso si esa promesa no hubiera existido, no podría
enojarme. De hecho, no podría sentir ningún tipo de sentimiento negativo, y éste es el punto en el cual
creo que no estamos de acuerdo con mi amor fallido. Porque una de las cosas que resuena en mi cabeza
como una intuición del conocimiento que tengo con certeza de quién es éste chico triste y de sentimientos
transparentes, fue esa explicación, que bien podría ser una simple excusa por motivos personales que sólo
él prioriza, sobre cómo esa crianza que compartimos a través de la amistad de nuestros parientes podía
interferir en “todo esto”. Insistió en que le daba miedo perderme o que las cosas se arruinaran y eso
salpicara a nuestro entorno. Le dejé en claro, de la manera lógica, desde mi perspectiva, que me resultaba
imposible que eso pudiera suceder, ya que justamente lo que nos ha mantenido cercanos, tanto a mí como
a nuestra familia, es especialmente la certeza de la clase de personas que somos todos. Me da mucha
lástima que no estemos de acuerdo en eso. Porque aún sin saber con seguridad la razón de su ausencia,
cuando el entusiasmo en éstas ocasiones es lo primordial (hablando estrictamente desde mis experiencias
anteriores), no podría sentir otra cosa más que una profunda desilusión por la situación en sí. Quizá por
haber estropeado todo desde el comienzo cuando hace un año atrás en el cual él salía de una ruptura
dolorosa de muchos años de convivencia con alguien, yo lo invite a dormir y a intimar mucho más allá de
un beso. Aunque, si tengo que ser del todo sincera, diría que nadie nunca puede arrepentirse enteramente
de algo si en verdad eso fue lo que necesitaba hacer en ese momento específico, incluso cuando esas
necesidad esconden otro tipo de sentimientos más profundos.
No puedo arrepentirme de lo que hice porque no voy a permitírmelo. Sólo puedo hacerlo desde una
actitud omnipotente en la cual desde ese futuro que en el pasado desconocía, me retrotraigo de la
situación y analizando las eventualidades sucedidas hasta el día de hoy, lamento no haber dejado las
cosas como estaban desde un comienzo, y así, al menos, me aseguraba su compañía. Una simple amistad
mucho más cercana de la que siempre existió entre nosotros, más allá de lo inevitable del destino y todas
esas cosas que suceden por alguna razón.
Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 15

Realmente me hubiera gustado irme de viaje sabiendo que me llevaba algo de ese entusiasmo del que
mencioné antes. Porque hace dos semanas que venimos planeando este “escape” con una amiga. Pero no
me siento mal al respecto, sólo estoy transitando esa “dulce espera” en donde no puedo evitar las ganas de
gritarle al mundo y a ese amigo que tiene un nombre incierto, al menos, hasta que las dudas desaparezca y
se defina de alguna manera. Incluso si todo se convirtiese en el “ la nada misma” que hace un año nos
trajo hasta la misma situación que hoy por hoy sigue latente como aquella vez que realmente no era
momento para nosotros.
No sé muy bien porque, pero tengo ganas de aclarar aún más mi posición al respecto. Me refiero a la
postura que tomé ya hace un tiempo para relacionarme con las personas, y con esos amores que aparecen
y se esfuman sin siquiera decir una sola palabra que esboce un entendido “hasta luego”. Tal vez todo se
deba a que mi experiencia me llevó a darme cuenta de que hay cosas que no quiero repetir en mi vida: las
discusiones, los malentendidos, los malditos celos egoístas que nunca fueron de mi agrado. Lo más
importante para una persona como yo, es tener mi propio espacio, ya que vivo inmersa en un mundo
antagónico que alimenta las fantasías más profundas de una oscuridad que nunca llevaría a las acciones de
la vida real. Creo que el miedo de muchos de los amores fallidos que pudieron ser aventuras extensas con
un inmenso grado de satisfacción, con la premisa de “ vivir el momento de manera intensa “ sin rastros
de esa extraña forma de interactuar que tienen las parejas, y que a personas solitarias y necesitadas de su
individualismo como yo, nos dejan en una situación endeble. Dando una falsa impresión por el
entusiasmo normal que motiva los primeros momentos de todo encuentro con un “ otro” que nos resulta
atractivo y complementa nuestras vidas, sin el agobiante deseo de “ poseer” que está tan malditamente
instaurado en la mente de todos. Porque no es mi deseo que el divertimento de las necesidades inquietas,
que de diferente manera despliegan ese tipo de personas que suelen ser, en general, de mi agrado se
exterminen por llevar ese título que culturalmente nos aleja de la propia intimidad con uno mismo. Porque
no creo que tengamos que coincidir en todo, de hecho es otra de las cosas en las cuales estoy en
desacuerdo. No tenemos que tener las mismas los mismos gustos ni pretender que el otro los resigne por
mí.
La intensidad no dura mucho. Desde mi óptica, puede llegar a durar lo imprescindible para que la vida
sexual de la pareja sea óptima, y luego cada uno sigua con su vida como siempre. Todo se convierte en un
amalgamiento de las partes en donde ambos tratan de coordinarse de la manera más sana para que la
relación perdure. Lo sé porque las relaciones suelen agobiarme lo suficiente como para tener la necesidad
de quedarme un tiempo considerable en soledad para poder, entonces, desplegar mi mundo literario y
dejar que resurjan mil historias en las páginas de un posible libro. Esa soy yo, y al menos así funciona
para mí. Puedo llegar a dar otro tipo de impresión al principio, pero siempre, siempre voy a volver a ésta
quietud mental que me es tan imprescindible. Mi soledad, mi mundo interno, ese que me permite respirar
sobre un universo tan diferente. Quizá esa es la complicidad de la cual hablaba Yourcenar cuando decía
“Entre nosotros hay algo mejor que un amor, hay una complicidad”.
Estoy experimentando un estancamiento a nivel literario, y con esto me refiero estrictamente a “Leo y
Mateo” como principales víctimas en cuestión. Esta es la señal que estaba esperando para anunciar la
evidencia de la estabilidad. No puedo vivir de manera neurótica mi vida a través de dos personajes y su
historia de amor, la cual necesito para equilibrar la calma de una relación duradera que estoy tratando con
una inagotable paciencia de generar.
No estoy eligiendo al primero que se cruza por mi camino, hace un año que “toda ésta incertidumbre”
podría haberme enamorado con esa complicidad que sé que podemos construir.
Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 16

Unas cuantas pastillas para aletargar el sueño que de por sí envuelve con su sombra cambiándome la
perspectiva real de las cosas. Lo digo de una manera poética y suena extremadamente profundo, pero no
significa otra cosa que el simple y cotidiano hecho de haber madrugado.
Trataré de no omitir lo que sucedió luego de haber ido a buscar trabajo ésta mañana, volver al
departamento, esperar al plomero a que se llevara aquél calefón que me tiene hace una semana
bañándome con agua fría. Luego de estupenda noticia de que el arreglo me salía $200. No sé si fue la
bronca por notarme agotada de suturar emociones causadas por relaciones afectivas (familia, amigos, ex
amigos, soledad) .Pero me digné a llamar a mi viejo amigo, a pesar de que el último plan que propuso me
había dejado esperando sobre la confusión de esos sentimientos humillantes, que en realidad son una
simple proyección de la imagen que evidencia su ausencia. Con eso quiero decir que siempre que él otro
es quien obra de la manera correcta, cometemos el error de hacernos cargo de esos sentimientos. Quiero
decir: sentirnos como unas/os boludas. Pero nadie respondió nadie en su casa. De inmediato entendí que
no había interés, es por eso que recorrí con apuro la agenda de mi celular y encontré el teléfono de un
chico que había conocido con una amiga en un bar y que después de muchos mensajes y ninguna
respuesta de mi parte, la situación se enfrío completamente. Éste chico, Santiago, contestó mi llamada.
Me excusé diciendo lo que todos decimos en éstos casos: “perdí mi celular, pero por suerte recuperé el
chip del mismo con tu número que quedó registrado en el Back-up “. A diferencia de las mentiras del
mismo tono que he escuchado a lo largo de mi corta vida, lo subestimé al decirle aquello, pero no lo
suficiente como para saber que no me estaba creyendo ni una palabra. Santiago estaba justo en una
entrevista laboral y me pidió que le enviase un mensaje de texto con “mi nuevo numero”, que él luego me
llamaría. Así sucedió. Quedamos en juntarnos para ir a la playa mañana en la tarde, lo cual, debo decir
que me entusiasma. Después de todo es mejor que quedarse en casa durmiendo todo el día, esperando la
llamada de ese chico que nunca apareció. Pensando en lo bien que la hubiéramos pasado juntos y
odiándolo por no tener celular para que, entonces, la comunicación fuese más fluida.
Con pequeños vestigios de paranoia mientras revuelco mi cuerpo sobre el colchón de mi habitación,
dudando si me habrá mentido sobre todo eso de que no tiene celular. Entonces el narcisismo es el punto
de intersección para nublar aún más mis pensamientos, y considero la posibilidad de que todos estén
mintiéndome. Es justo en ese momento en el cual me siento una leprosa a la que todos esquivan temiendo
que les cause tantos problemas. Luego me duermo tranquila, con la certeza de que los somníferos no me
harán soñar con la incertidumbre de la lanza clavada en el costado, esa noche me contó con mucha
timidez, lo temeroso que se sentía con lo que pudiese pasar entre nosotros. Pero despierto pensando en
Santiago y me pregunto, ignorando lo que me conviene pensar para mi estabilidad emocional, si no habrá
alguna chica más atractiva e interesante siendo el motivo, entonces, por el cual mi viejo amigo no me
llama. No puedo dejar de sentirme una gran imbécil, no sólo por pensar todas éstas cosas, sino porque
tengo todo el derecho de hacerlo, ya que el año pasado sucedió exactamente lo mismo. Me había acostado
con él pero habíamos quedado en amigos y yo lo aconsejaba sobre una reventada con la que estaba
saliendo que le volaba la cabeza.
Si pudiera haber evitado invitarlo a dormir hace un año atrás ahora seríamos sólo amigos, y al menos
sería, de alguna u otra forma, parte de mi vida. Porque ni siquiera la pasamos bien cuando dormimos
juntos. Recuerdo como lloró contándome lo raro que era para él estar con otra chica luego de tantos años
de noviazgo.
Quizá fue una vez más mi culpa.
Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 17

Hace unos días tuve una charla con mi padre en lo referente a mi situación sentimental, y no puedo dejar
de evitar sentirme desilusionada por el concepto tan erróneo que tiene sobre mi. La mayor parte de mi
familia no entiende que los cambios por los que uno transita cuando es joven, son definitivos, en lo que
concierne a nuestros hábitos y específicamente nuestra “forma de pensar”. Sé que nos pasa a todos. Sé,
también, que todo eso se debe a la diferencia cuando uno decide tomar caminos tan diferentes a los que
quizá ellos pretendían para sus hijos. Todo eso no tiene absolutamente nada que ver con el amor que nos
tienen, pero hay una evidencia marcada generacional que cuanto más cerca se está de ellos, aún más
incómodo se siente todo. Es parte de un proceso normal que tanto padres como hijos suelen transitar.
Retomando, entonces aquella última charla que tuvimos, no puedo dejar de observar como “mis errores”,
que no fueron otra cosa que la manera que utilicé para reivindicar mi crecimiento y madurez, ganan
terreno cuando mi padre se pregunta si “estaré enamorada del amor o realmente soy ésta persona adulta
que toma decisiones dejando de lado el narcisismo adolescente”. No sé si esa pregunta, para mí tan
estúpida, es parte de la conformación mental que de por sí tiene mi viejo, o una simple preocupación por
no lastimar a quienes me rodean .De cualquier forma, y aunque puedo racionalizarlo y entenderlo como
una deficiencia en el concepto que tiene de mí persona, me incomodó. La incomodidad que sentí se sumó
a muchas otras preguntas que me hicieron sentir totalmente despersonalizada, como si no fuera conmigo
con quien él estuviera entablando esa conversación. No puedo dejar de analizar que toda situación
incomoda deviene de la sensación de uno saberse tan distinto a todo lo que están catalogándolo como
propio, cuando no podría ser más ajeno. Entonces comprendí que no sabe muchas cosas de mí, ni mis
gustos, ni la clase de gente que en verdad me gusta y me hacen sentir bien. Luego me retrotraje sobre mis
declaraciones en forma de texto, y me puse a pensar si aquello era mi responsabilidad.
Quizá hablo de más con él, y me expongo a que me juzgue desde “ciertos aspectos” sin tener presente
la totalidad de lo que en verdad soy en su mente. Por eso la sentencia con todos aquellos conceptos.
Si tuviera que definirme a través de lo que mi padre dice que soy, aún sería esa nena temerosa que quedó
estancada en una etapa oscura de mi vida. Tendría que olvidar todos mis grandes esfuerzos y la
experiencia que a medida de los años fui acumulando.
A veces siento que mi pasado no va a dejarme en paz si no me alejo de éstas personas que me recuerdan,
con las mejores intenciones, todo lo que ellos siguen viendo como “equivocaciones”. Es toda aquella
presión implícita la que me mantuvo en vilo durante tantas noches buscando la manera de huir hacia
donde fuera que nadie me conociera. De alguna forma aún tengo esa fantasía de que se puede empezar de
cero sin que todo aquello sea una carga tan grande. Sin culpas. Porque ya es suficientemente penoso
descubrir que analistas y médicos no nos dejan crecer desde sus estructuradas mentes, como para ensima
tener que vivenciar exactamente lo mismo dentro del esquema familiar. Siempre pensé que era mucho
más sano cambiar de ciudad, de provincia o de país para, entonces, evitar esa incomodidad. No por nada,
es casi esperable que así suceda.
Mi necesidad por independizarme de manera completa, sin recibir ayuda económica, se debe
específicamente a ésta situación. Para ser honesta, como suelo serlo, no creo que mis sensaciones cambien
en lo que respecta a mis deseos. Porque es más factible que yo pueda “acomodarme” para mi propio
beneficio (profesionalizarme aún más en los siguientes años), que esperar que la rigidez del pensamiento
familiar lo haga. Es por eso que callar y mantener distancia es, por el momento, mi mejor opción.
Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 18

Quisiera enojarme con Horacio, mi viejo amigo, ese del que tanto vengo hablando en éstas páginas.
Realmente quisiera poder actuar todas éstas emotivas palabras y olvidar, entonces, que son sólo eso:
sensaciones. Porque teóricamente debería estar muy molesta, ya que tengo razones para que así sea. Pero
mi habilidad por ir hasta lo más profundo de la cuestión me deja reflexionar, y no puedo más que llegar a
la conclusión, de que subjetivamente siempre tendremos razones para estar molestos con el mundo. Quizá
con el universo en general. Eso nos hace sentir solos. A mi me hace sentir sola, vacía. Tal vez por eso
necesitamos de “otros”, porque ¿qué sería la vida, entonces, sin éste sentir? , sin ese análisis subjetivo.
Probablemente sería todo mucho más sencillo, más aburrido… Las sensaciones no existirían más que
como una mera necesidad corporal. La mente estaría mecánicamente organizada para responder a simples
estados básicos del organismo. La sociedad no representaría el caos que en verdad actualmente es.
Sí, también quisiera enojarme con toda mi familia, y con aquellos amigos que no estuvieron cuando los
necesité. Pero no puedo. Sólo comunico civilizadamente mi punto de vista y me quedo con el arrebato
impulsivo para descargarlo sobre éstas páginas.
Pero, incluso, aquellos precursores que tanto nos enseñaron a sobrevivir en el mundo: nuestros padres,
parecen no ver la grandeza, ese esfuerzo. El crecimiento espiritual: el manejo de mis emociones. Debo
confesar, que alguna que otra vez, la frustración es tan grande que me vuelvo a conectar con esa pulsión
de vida que genera discusiones efímeras, y me siento tan humillada. En mi interior llego a darme cuenta
de que, como ellos, caí en un círculo vicioso: me enredé en el pensamiento de los otros. Ellos responden
y, es justo en ese momento, en el cual sé que tengo callar. Es todo un trabajo mental de meditaciones
constantes. Es una maldita maravilla que me regaló la vida cuando la misma me sobrepasó por completo
arrasando con toda mi cordura y permitiéndome verlo todo desde una despersonalización intensa. Como
si durante unos años hubiera sido el omnisciente de mi propia vida.
Pero la vida en sociedad en todos los tiempos remotos de su historia en donde existieron seres humanos,
se basó en intercambios. Recién ahora puedo darme cuenta de que debo cargar con la sabiduría que
culturalmente nos hace creer que cualquier circunstancia estará resuelta gracias a la adquisición de la
misma. En realidad, esa es otra de las pruebas que el saber nos brinda: el aprendizaje continuo.
No, no creo haber enloquecido en algún momento de mi vida por pura casualidad. Ni siquiera considero
la posibilidad de que el sufrimiento sea en vano. El pesar no es pasajero, es tan vívido y gratificante como
la felicidad, y sólo cuando, sin miedos, nos atrevemos a distanciarnos un poco de lo que estamos
viviendo, podemos llegar a darnos cuenta de que estamos sintiendo, y eso es maravilloso. Si tan sólo
pusiéramos un poco más a menudo eso en práctica, quizá, y en una pequeña porción de nuestra mente,
sabríamos con certeza que cada momento es único e irrepetible. Por eso es que agradezco ésta sensación
de “locura cultural”, que me permite escribir, reflexionar. Ser el omnisciente de mi propia historia,
sin actuarlo todo generando, entonces, daños a terceros.
Generalmente, y en ésta instancia de mi vida, me duele, todavía, un poco que mis seres más queridos no
pueden llegar ver mi crecimiento espiritual. O si lo hacen, sea estableciendo parámetros con el pasado.
Ellos ven el cambio desde lo que no dicen, pero piensan, que fueron errores. Desde mi perspectiva, la
mayor de las equivocaciones, fue, tal vez, ser una persona que no sentía ser durante mucho tiempo en mi
vida. Sí, rompí todos esos “parámetros” con los que ellos solían estar tranquilos. Sí, lo hice de una manera
“salvaje” según sus gustos. Y no puedo obviar que dejé un remolino de tempestades en cada lugar,
situación y relación en la que estuve. Me antepuse firmemente con una actitud que me hacía ver como una
persona débil ante lo que el mundo me tenía predispuesto. Pero sobreviví a todo aquello, porque, en
realidad, de eso se trataba: salir en búsqueda de la verdad. Mi verdad. Soy consciente de que me expuse a
los riesgos de una nueva apertura mental. También, sé que eso generó mucho más miedo en mi entorno de
lo que puede haber causado en mí, quien desde un primer momento, con o sin la ingenuidad que la
circunstancia amerita, me abrí a un universo de diluvios emocionales.
Cuando rememoro todo esto, no me olvido de la oscuridad, del llanto, de mis conversaciones con la
muerte y del caos que es el protagonista en cuestión. Sólo estoy viéndolo desde mi perspectiva, ya que
hasta el momento, y, quizá, por siempre, mis “errores” queden como un estigma en la mente de quienes
no decidieron atravesar el camino que yo sí elegí. Porque, honestamente, pude haber sido la persona
ordenada que mi familia pretendía. Porque tuve y sigo teniendo las posibilidades de un entorno tan
contenedor. Lo que quiero decir es que no es una maldita excusa. No hay traumas ni episodios dramáticos
para argumentar dentro del diván de algún teórico de la salud mental. Otra vez, me estoy arriesgando a ser
juzgada desde la conformación de mi propia esencia y personalidad. Y ¿saben qué? : estoy bien con eso.
No adquirí una fuerza mental a través de lo que muchos llaman “locura”, porque no hay ningún tipo de
lógica en ese razonamiento. Al responsabilizarme, también, y además de todavía, tener que aprender lo
que la frustración me genera cuando otros no pueden verlo desde mi óptica, soy yo la que se lleva todo
el mérito. Me armo de gratitud desde mis propias acciones y de las mismas tengo que aceptar las críticas
y, con ellas, la falta de experimentación de lo que vivencié. Necesito tener presente aquello, cuando mi
padre, mi abuela, o algún que otro familiar obtuso de apertura mental, analizan lo que para mí es tan
evidente y normal. Es imprescindible seguirles el juego. Mantener mi cordura en silencio y sabiendo que
sólo yo puedo valorar mis esfuerzos internos. Porque hay que dejar de querer trasmitir una profundidad
que es tan inherente a la teoría misma. Tengo que dejarlos ser, como ellos, a su manera, y con las mejores
intenciones, intentan conmigo.
Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 19

Pasamos una tarde agradable con Santiago, el chico con quien salí a dar un paseo por la ciudad después de
tanto tiempo de haber desaparecido y no contestar sus mensajes. Sí, creo que “agradable” es el adjetivo
perfecto para definir un encuentro apático y lleno de preconceptos. Probablemente suene contradictorio,
pero desde mis propias vivencias el término “agradable” me parece el más amable desde mi humilde y
subjetiva observación de los hechos. No sucedió nada fuera de lo común, quizá por eso el resultado en mi
descripción. Para ser más explícita y despejar confusiones, fue uno más de todos esos sujetos que
aparecen en la vida de una chica durante una noche de bares y sonrisas impuestas, que luego de una
charla convencionalmente programada dicen creen conocerte más de lo que uno se conoce a sí mismo.
Patético y predecible. De todas maneras no fui exigente al respecto, sólo conversamos y fui sincera en
todo momento. Quizá, un poco más directa de lo que él pudo manejar. Pero con certeza, sé que podemos
ser amigos en un cercano futuro.
Le conté que no lo había llamado porque no me había sentido cómoda con la imagen que le había dado la
noche en la cual nos conocimos. Luego de algunos sucesos personales mis ganas se habían agotado para
ser receptiva con aquél posible encuentro que el proponía. También mencioné que la reaparición de mi
viejo amigo, Horacio, y el fracaso de todas las ilusiones que me había hecho con el mismo, era la razón
que me había impulsado a comunicarme nuevamente con él.

-Podés irte de acá y decirle a todos tus amigos que soy una hija de puta, pero yo prefiero decirte la
verdad…Después de todo, casi no te conozco para tomarme la molestia en mentirte.- dije mientras
enterraba mis manos en la arena de la playa en donde nos encontrábamos.

Santiago se rió y con ese gesto de aprobación derribó sus absurdas ideas descontextualizadas sobre mi
persona, y comenzamos una extensa conversación. Me sentí cómoda. Esquivé con altura y trasparencia su
brutalidad por cortejarme con esas manos pegajosas que intentaban escurrirse a través de mis brazos.
Nada fuera de lo común. Por eso amigos.
Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 20

Esa tarde no había sucedido nada inusual. Tal vez eso fue lo que me llevó directo a dormir hasta la
madrugada del día siguiente. Desperté abombada. Había estado soñando con Horacio durante toda la
noche, o al menos eso era lo que recordaba. Su cuerpo junto al mío en el asiento trasero de lo que parecía
ser un ómnibus de larga distancia. No había otros pasajeros, éramos sólo nosotros dos. Ni siquiera había
una persona que condujera el mismo.
Reíamos con la certeza misma de saber que era el momento justo para hacerlo. El camino era largo y
desde la ventanilla que estaba de mi lado podíamos ver la naturaleza desplegarse ante nosotros. El sol no
dilataba nuestras pupilas. El clima era perfecto para viajar.
Pude volver a sentir, a través del sueño esa comodidad que siento cada vez que estamos juntos. No había
demasiadas palabras ni molestos silencios en nuestra conversación. Parecíamos estar seguro de lo que
hacíamos, lo sé porque así de vívida fueron las sensaciones. Creo que no hubo hechos específicos, al
menos que yo recuerde, para tener en cuenta. Sólo la complicidad que nos envolvía dentro de ese mundo
paralelo de ensueños. Estábamos felices. Ya no estaba sola.
No hay nada más terrible que despertarse sediento durante la madrugada y con la imagen mental impresa
en la retina de un momento de felicidad que lentamente se va volviendo cada vez más y más borroso,
hasta desaparecer por completo. La realidad y su omnipotencia se pasean por cada rincón del
departamento dejando explícito el vacío. El enorme vacío. Esa extraña sensación de dejar morir lo que no
pudo ser.
Fui en busca de mi botella de whisky a pesar de no haber probado bocado. Me trasladaba de un lugar al
otro en total oscuridad. No había ni un mínimo vestigio de luz sobre mi departamento. Pensé, que quizá
de esa forma podía atravesar los minutos, transformarlos en ese deseo de compañía que había logrado
desentrañar en el sueño.
Bebí hasta quedar acostada sobre la alfombra del living, tratando de hilvanar en mi mente aquellas
palabras ausentes que no dijimos en mi sueño.
No había ruido alguno que encegueciera ese momento tan íntimo. Esa conversación con la muerte de la
ilusión de ese amor fallido.
Imaginé, como tantas otras veces, que esa madrugada en particular Horacio vendría por mí.
Rescatándome de la soledad. Imaginé que lograríamos, de alguna forma, escapar del tedio intenso de los
miedos. Pensé fuertemente en esa posibilidad. Me sujeté con fuerza a la idea que nunca había perdido de
vista, desde la primera vez que había tenido la bendición de experimentar la sensación de dejarme fluir.
Me dejé llevar por esas ganas locas de encontrarme con su mirada, de dibujar en su rostro un gesto que
perdurase en el tiempo como un recuerdo.
Me levanté del suelo en busca del celular y de mi bolso. Encendí la luz de mi departamento y visualicé
por primera vez el desorden que se amontonaba en cada rincón. La mesa del comedor estaba llena de
libros y papeles. Había ropa tirada por el suelo y no podía recordar con exactitud si me había bañado
durante aquella última semana. El departamento representaba el caos interno que, esa madrugada, se
había apoderado por completo en mi mente. Algo estaba por estallar, y muy a pesar de mi estado de
inconsciente ebriedad, sabía muy bien que iba en busca de un final.
Dicen que para comenzar a vivir nuevamente es necesario desenterrar toda la oscuridad latente de las
dudas e incertidumbres internas. Estaba decidida a recorrer una vez más mis palabras y hacerlas concretas
frente a Horacio. Definir con mi confesión lo que fuese que tuviera que suceder. Era imprescindible frenar
mis obsesivos pensamientos. Seguir adelante.
Mientras encendí un cigarrillo marqué el número de un taxi. Al hablar con el operado me di cuenta de que
no tenía la dirección de la casa de Horacio. Trataba de figurar en mi mente la casa, la calle, pero los
recuerdos se me hacían cada vez más lejanos. Las últimas veces que nos reunimos en familia había sido
en la casa de mi viejo o en casa de otros amigos o parientes.
No tenía idea hacia donde me dirigía, pero eso no me detuvo.
Subí al taxi y le indiqué una dirección dentro del barrio de Horacio, quien siempre había vivido en el
mismo lugar. Confiaba que al dar unas cuantas vueltas alrededor del mismo, quizá, la casa se me haría
familiar. Después de eso, realmente, no tenía ningún plan.
El taxista era un hombre que aparentaba unos cincuenta años y al observar su semblante serio a través del
espejo retrovisor del auto, supe que debía decirle la verdad.

-Disculpe señor, pero realmente necesito ir a la casa de un amigo pero no recuerdo la dirección…- me
llevé las manos hacia la cabeza para sostener de esa forma el intenso mareo que comenzaba a dar vueltas
mi cabeza, y agregué- pero si damos unas vuelta sé que voy a acordarme enseguida de la casa.

-¿Mucho whisky ésta noche?- dijo haciendo de esa pregunta un lamento tan evidente para mí.

Me hice la desentendida moviendo incómoda en el asiento y respondí con una pregunta:

-¿Por qué lo dice?-

-Soy grade, querida…, sentí el olor a alcohol ni bien te sentaste en mi auto.

Suspiré sobre la inevitable verdad que trasparentaba el caos que llevaba conmigo a todos lados.

-¿Podría ir más despacio?- pregunté suavizando mi voz.

-Sí, pero si querés vomitar me avisás.-

Dimos unas cuantas vueltas y hasta que finalmente me encontré con la casa de Horacio. Recordé de
inmediato las tardes de inocencia jugando sobre aquella vereda y una sensación de intensa adrenalina
recorrió todo mi cuerpo.
Pagué con una inevitable sonrisa en mi rostro .Abrí la puerta y la voz del taxista me distrajo por unos
instantes del emotivo discurso que con ansiedad intentaba armar en mi mente, antes del encuentro con
Horacio, mi viejo amigo.

-Tené cuidado querida, éste es un barrio oscuro.-


-No pasa nada. Mi amigo me está esperando.- contesté convenciéndome de esa mentira que minuto a
minuto se volvía tan peligrosa.

El taxi se puso en movimiento, pude ver como se alejaba mientras mis manos temblorosas se distanciaban
de la seguridad que la compañía de ese consejo me brindaba.
Debía buscar una manera de hablar con Horacio sin despertar a toda su familia. Lo maldije por no tener
un celular con el cual comunicarme de manera directa. Incluso hasta en ese pequeño detalle, sentí como,
sin querer, estaba involucrando a un montón de personas que eran tan ajenas a lo que entre nosotros
sucedía. No me importó en ese momento, porque si íbamos a ser pareja en el futuro, tarde o temprano la
familia lo sabría. Nadie podía llegar a tomar de mala manera ese gesto de mi parte que no era otra cosa
que puro romanticismo.
El corazón me latía muy fuerte, fue por eso que abrí el bolso en busca de mi billetera en donde guardaba
algunos tranquilizantes. Mientras mastiqué un par de pastillas tomé el atado de cigarrillos del bolsillo de
mi campera y justo antes de arrimarme a la puerta de entrada con intención de tocar el timbre, sentí una
mano que sujetaba mi cuello desde atrás. Luego unos pasos que se acercaban mientras los dedos de
aquella mano se enredaban entre mi pelo tirándolo con fuerzas de un lado al otro.

-¡Callate pendeja y dame todo!- dijo una voz turbia y cargada de ira.

No pude ver quien me hablaba, sólo podía sentir como sus manos me sujetaban con tenacidad. Luego
varios pasos acercaban hasta mí. Unas manos comenzaron a sacudirme y entre gritos indescifrables me
golpeaban en el estómago como si se tratase de una gran lucha en la cual yo no parecía tener contrincante.
No podía moverme. Mi cabeza estaba inclinada justo delante de la puerta de esa casa que durante mucho
tiempo había representado un lugar de cálida inocencia. Aquella enorme puerta blanca aparecía y
desaparecía mientras mis párpados caídos intentaban mantenerse abiertos. Entonces un gran golpe en la
cabeza deslizó mi cuerpo abatido sobre la vereda de la casa de Horacio.
Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 21

Me levanté del suelo sintiendo como la sangre se derramaba por toda mi cara. Atiné a golpear la puerta
pero justo antes de hacer cualquier otro movimiento encontré con unos ojos absortos que me miraban
fijamente.

-Martina… ¿qué te pasó?...escuché unos gritos. Soy Luciano, ¿me escuchás?-


Luciano es uno de los hermanos de Horacio. Me cargó entre sus hombros y me sentó sobre una silla con
un bolsa llena de hielo que sostuve sin poder, al principio, sentir que estaba sobre mis manos. Todo lo que
sucedió durante esos minutos no puedo más que explicarlo con sensaciones. Las imágenes eran borrosas y
nada era lo que parecía.
Volví a recobrar el conocimiento cuando escuché las sirenas de la ambulancia. Los enfermeros me
inmovilizaron el cuello con un plástico duro y me recostaron sobre una camilla. La ambulancia se puso en
movimiento y Luciano envolvía sus manos con las mías.

-Todo va a estar bien Martu…Fue sólo un susto. No te preocupes…, yo estoy acá-

-¿Dónde está Horacio?- pregunté mientras intentaba sacar fuerzas para hablar.

-Horacio está en la casa de la novia…- dijo Luciano asombrado por mi pregunta.

-Necesitaba decirle algo…- dije mientras volví a sentir como mi corazón latía con fuerzas.

-¿Fuiste hasta mi casa para verlo? Creí que estabas en el barrio de casualidad- preguntó haciendo,
entonces, tan obvio, mi ridículo y romántico plan.
Mi vida es un maldito chiste-Capítulo 22

Corrí lejos durante todos esos días. Atrapando tempestades a mí alrededor. Envuelta sobre la ráfaga del
tiempo fugaz que trasladaba mi mente. Ahuyentando los vacíos. Alejándolos de una posible sensación por
explorar. Incluso sabiendo que tarde o temprano iba a tener que encontrarme conmigo misma y esa
quietud tediosa que siempre evito. Me dejé llevar. Como siempre sucede.
Lloré durante las noches. Dormí de día. Escuché flotar la densidad del humo ahuecando cada poro de mi
piel. Fumé demasiado. Recibí reiteradas llamadas de familiares, pero ninguna de Horacio. Me sentí
estafada por mi propia ingenuidad y escondí mis sentimientos de frustración sobre cada rincón de mi
departamento. Ahogándome en secreto, me olvidé de todo lo que realmente importaba, mi salud. Creo
que, de alguna manera me concentré más en las sensaciones de despojo de un amor frustrado que
desarrollé en mi imaginación. Denotando, entonces, mi necesidad por sentirme acompañada. Ni siquiera
pensé en el robo ni en la violencia de los golpes. Nada de todo lo ocurrido invadió mi mente lo suficiente
como para dejarme paralizada ante el sacudón que la vida me había dado. No hay rastros de odio. No
estoy posicionándome sobre el odio ajeno de una sociedad turbia y enajenada.
Aún, estoy sufriendo por amor. Porque éste sentimiento de deseo por conformar algo hermoso, algo mío
por compartir, es mucho más fuerte.
Seguí con mi rutina desprogramada de horarios para evitar que la mugre del mundo me alcanzara. Corrí
lejos.
La familia de Horacio fue muy gentil como siempre. Esa madrugada Luciano me acompañó al hospital y
se quedó a mi lado hasta que se aseguró de que el golpe en mi cabeza no había causado más que un susto
para ambos. Luego me llevó a mi casa, avisó a mis familiares y me acostó en la cama hasta que quedé
completamente dormida.
A las horas, y con la claridad del día encegueciendo cualquier noción del tiempo en mis recuerdos, me di
cuenta de que Luciano seguía ahí, en mi departamento. Me contó algunas cosas que había olvidado,
calculo que por la intensidad del golpe, y ambos nos reímos de mi disparatado comportamiento. Al
parecer había estado delirando en la ambulancia.

-Estabas convencida de que uno de los enfermeros era mi hermano- dijo mientras yo tomaba el té que
él me había preparado.

-Estoy loca por tu hermano, ¡¿qué más puedo decirte que no sea evidente?!- dije haciendo una mueca de
resignación.

-Sé que es mi hermano de quien estoy hablando, pero la verdad, y por el aprecio que te tengo, te digo que
no te conviene.-

-Él también me dijo exactamente lo mismo.- afirmé asombrada de una realidad que, entonces, sea hacía
cada vez más consciente.

La verdad había estado ahí durante todo ese tiempo. El dolor de Horacio. Sus angustias más profundas era
lo que tanto traté de ocultar con la frescura que me devolvía una esperanza que yo misma había
inventado. Porque después de todo, y de una manera un tanto inconsciente, Horacio había sido honesto
desde el comienzo. Pero hasta que no experimenté, con la empatía que tanto me caracteriza, y, posándome
sobre la miseria de un sufrimiento aún latente, la contradicción de sus actos, no entendí aquél mensaje
subyacente. Todo ese discurso que ahora y alejándome de mi obstinada necesidad por crear algo sano y
reconfortante entre nosotros, tenía un sentido. El significado de lo que Horacio había pretendido desde un
principio. Quizá, mi narcisismo y el desconocimiento de su dolor, de ese maldito dolor que sé que con
tiempo se va a desintegrar, perdí objetividad. Horacio había sido honesto, a su manera.
MI VIDA ES UN MALDITO CHISTE- Capítulo 23

Volví con una animosa motivación por una buena conversación. Un par de cigarrillos y esa cafetería que
tanto me gusta. Me encontré con Santiago, una vez más. Pensé que, luego de mis negativas ante sus
obtusos intentos por hacer contacto físico había dejado en claro la situación entre nosotros. Obviamente
me equivoqué.
La mayor parte de la tarde entrecruzamos palabras y hablamos de lo que había sucedido en la vida de
cada uno esa semana que no nos vimos. Le conté del robo y de la humillante situación con Horacio. Él
habló sobre su nuevo trabajo, sus amigos, y sus planes para éste verano. Hasta ese momento todo estuvo
bien, no hubo indicios de su torpeza y arrebatos que dejan tan expuesta la diferencia de edad que,
evidentemente, nos aleja tanto. Porque me irrita de sobremanera que su ingenuidad se haga presente
cuando decide galardonarse con toda esa pedantería. Su inocencia es tan desmesurada que no puede,
simplemente, entender cuánto se contradice cuando los piropos se desbordan sobre sus labios. No sé si
reírme, abrazarlo, o volver a explicarle, como ya lo he hecho, que se equivoca. Nada tiene sentido. Dice
que soy “rara”, “distinta”, “que conmigo puede hablar de todo, a diferencia de otras chicas que conoció”.
Yo lo escucho. Observo como trata inútilmente de desarrollar esas teorías psicológicas que aprende en su
carrera, arruinándolo todo. Es tan obvio el pobre, que hasta la persona más distraída podría notarlo. Está
en esa etapa en la cual todavía encuentra satisfacción por cosas mundanas y efímeras. Todas esas
glotonerías de sexo, drogas y alcohol que prometen un paraíso que es malditamente increíble, y, por
sobretodo, recomendable. Yo estuve ahí. Fueron mis “años dorados”. Incluso, aún ahora, cuando me
encuentro con alguna vieja amiga y recordamos todo aquello, concordamos en lo mismo: fueron buenos
momentos. Pero ya pasó. No podría volver a ello, aunque quisiera. Quizá porque, como la cultura y los
instintos biológicos me demandan, necesito algo más profundo. Es por eso que cuando noto de manera
inmediata, la diferencia en la sincronización de nuestras vidas y prioridades, sé con certeza que sólo una
linda amistad podría salir de esos encuentros.
De todas maneras no deja de resultarme graciosa de insistencia. Como dije páginas atrás, Santiago cree
saber lo suficiente de mi vida, y es debido a eso, su comportamiento. Está convencido que la edad no es
una razón para tener en cuenta, pero lo que no advierte en mis respuestas ante su accionar, es que en éste
caso: sí es imprescindible. Lo noto cada vez que durante ese juego histérico que siempre propone, dice
“ciertas cosas” tratando de acapararme in atención, como si sus palabras salieran, de esos esculpidos
manuales de psicología. Pero la verdad es que ni siquiera es de mi agrado compartir algunos de mis
intereses cuando decido distenderme una tarde de buena conversación con un amigo.
Utilicé la simpatía y mi amabilidad para aclararle que esas características que utiliza para definirme cada
vez que me alejo de sus dedos escurridizos, son erróneas.

-Santi, no soy una persona arisca por no permitir que me abrases cuando sólo nos vimos tres veces.-
haciendo hincapié en su ego al analizar la situación, agregué- lo que vos llamás “ esperanza”, cuando
desde tu observación, decís que “quiero pero no quiero que me toquen”, en realidad no es otra cosa que “
intolerancia” de mi parte.

-Intolerancia... ¿por qué?- preguntó asombrado.

-Porque tomás mi mano, utilizando ese truco tan viejo. Me señalás “la línea del amor” como si fueras un
experto en leer el futuro, tan sólo para acercarte pretendiendo besarme.- luego de decirlo me reí para
distender un poco el momento.
Santiago se sonrió también. Aquél fue el indicador perfecto para continuar con lo que tenía que decirle.

-No quiero asustarte con esto, y espero que sepas entender y no juzgues las partes que no conocés sobre lo
que te voy a decir…La verdad es que estuve en una relación muy comprometida durante cuatro años.
Luego me separé y desde los 19 a los 23 estuve saliendo y disfrutando de mi soltería como loca. Me
acosté con media ciudad y me importaba muy poco con quien, cuándo y donde. Era mí momento y sólo
estaba pensando en eso. Llegué a trasgredir mis límites, acostándome con varias mujeres .Avancé muy
poco a nivel académico y profesional porque fumaba marihuana todo el día y tomaba demasiado alcohol.
Conocí gente muy interesante y gente muy oscura. Mi mejor amigo se volvió siniestro conmigo. Tomaba
ácido día medio.-

Hice una pausa esquivando su mirada. Saqué mi celular del bolso para chequear la hora, y luego continué
diciendo:

-Fui esa clase de chica que se dejaba abordar por otros flacos con igual o peores tácticas que las tuyas,
pero eso ya pasó y no me interesa. -

-Eso fue un golpe bajo.- dijo Santiago con una risita nerviosa.

-No quería ofenderte. Sólo quiero que me conozcas y que entiendas en que punto de mi vida estoy en éste
momento. Te lo dije de una manera más sutil la última vez que nos vimos y parece que no entendiste…-
dije tomándolo del brazo para apaciguar lo que para él fue “un golpe”.

-No, está todo bien…Te entiendo.-

-Y yo te entiendo aún más .Sé por lo que estás pasando, es una buena etapa y creo que, justamente por
eso estaría bueno que fuéramos amigos.- lo miré de reojo diciendo- si es que aún te interesa…-
-Sí, obvio que me interesa Martu…Sos muy copada.- concluyó con una gran sonrisa.

Al salir de la cafetería caminamos unas cuadras. Santiago se ofreció a acompañarme hasta la parada de
colectivo.
En un momento comenzó a reírse pero cuando le pregunté qué era lo que le resultaba tan gracioso no
quiso decirme nada.
-Dale, no seas tonto… ¡Contame!- dije insistente.

-Sólo me imaginé que loco sería si nos robaran justo ahora…-

-¿Eso te causa gracia? ¿Acaso no te diste cuenta de que estás caminando con una chica que tiene un ojo
morado debido a un robo?- dije extrañada por su espontánea idiotez.

-Bueno, no quise hacerte sentir mal. Te dije la verdad, ¿no es que te gusta la gente así?- preguntó en tono
irónico.

-Hay una diferencia grande entre ser honesto y ser simplemente bruto. Pero ya fue…Olvidate.- dije,
también, irónica.

Llegamos a la parada y me propuso comer en su casa, ofreciéndose como un “muy buen cocinero”.

-Sí, estaría bueno, aunque todavía queda pendiente mi invitación a ese bar de comidas exóticas del que te
hablé. - contesté, nuevamente reduciendo el romanticismo en nuestra relación de “posibles amigos”.

-Ah ¡cierto! Bueno, en la semana te llamo y arreglamos bien a dónde vamos-

-¡Genial! Va a ser divertido…Imaginate que soy un amigo de los tantos que tenés, pero no dejo de ser
mujer. Voy a poder darte la perspectiva femenina cuando tengas mambos con otras chicas- dije contenta
de haberme dado cuenta de que definitivamente Santiago no era para mí.
Llegó el colectivo. Nos despedimos. Le deseé buena suerte en su trabajo aquella noche, y antes de irme
Santiago preguntó:

-¿Ni siquiera me vas a dar un beso en la boca?-

-¡Sos terrible!- dije subiéndome al colectivo.

“Wow… es como hablarle a un primate que está teniendo su primer celo” pensé.
Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 24

Hace unos días que recibí una llamada de desesperación de Dolores a media noche. Su voz se
resquebrajaba con cada respiración que entrecortaba el aire que inhalaba con cada palabra .Al parecer
hacía unos días atrás Dolores había encontrado un mensaje en el celular de su pareja. Con la obstinada
necesidad por saber quién era esa chica misteriosa que ponía caritas en los mensajes que le enviaba a su
novia, Dolores me atosigó con un monólogo interminable sobre sus sentimientos. El timbre de mi
departamento sonaba por sí solo con ese tono tan particular que asoma dentro de las fibras nerviosa que
recubren los ansiosos dedos de Dolores. Entonces cada vez que el timbre sonaba sin parar durante más de
cinco minutos ya sabía que se trataba de ella. Incluso podía imaginármela parada frente a la puerta de mi
edificio haciendo muecas de desesperanza. Con una sonrisa forzada saludando al encargado de mi edificio
mientras que con la otra mano inclina el reloj de pulsera hacia sus ojos. Así pasaban los minutos en mi
cabeza atormentada por el sentimiento de culpa. Eso me hizo pensar en lo difícil que es ser una persona
socialmente adaptada y pretender, al mismo tiempo, negociar con nuestros propios deseos. A veces pienso
que todo aquello no es más que una gran ilusión dentro de un sueño idealista de tolerancia. Una gran
honestidad que nuestro ego, siempre tan dispuesto a tomarse todo a modo personal, no nos deja
simplemente vivir relaciones en las cuales la ¨ paz ¨ sea una de sus prioridades. Estamos cubiertos de
mentiras.
Por mi parte, estuve mintiéndole a Dolores. Haciéndole creer que no estaba en la ciudad, que había
decidido hacer un pequeño viaje para visitar a mi familia. Puse la excusa de siempre: mi celular estaba en
modo silencioso. Me limité a dejarle un mensaje en su contestador para evitar ciertas conversaciones
incómodas en las cuales no dejo de ser complaciente, amable y reconfortantemente negadora como a ella
le gusta que sea. En definitiva: todo lo que en general no pienso, no soy ni siento. Es increíble cómo
podemos llegar a ser todo lo que odiamos en los demás, todo lo que criticamos generalmente. Creo que
vivenciar tanto compromiso con aquella persona que no suelo ser cuando estoy puertas adentro de mi
departamento en los momentos de silencio y apasionada calma, resultó una experiencia extenuante, pero,
al mismo tiempo, reparadora sobre mi actitud en un próximo futuro. Porque no quería que la culpa me
invadiese. Necesitaba evitar aquellos llamados de auxilio de Dolores, alucinando nuevamente sobre su
relación homosexual con replanteos feministas que disfrazan un machismo tergiversado, ¡sí!: un extremo
estado de letargo. Pero sin querer me rendí ante mi propia necesidad de compañía .Preguntándome si la
necesitaré en algún futuro en el cual me sienta sola y deprimida. Observando mi vida con una ansiedad
que exaspera, al igual que Dolores aquellos días de desilusión en la puerta de mi edificio.
Como dicen por ahí: ¨ el remedio fue peor que la enfermedad ¨. De alguna manera, y después de aquél
viaje imaginario que le hice creer a Dolores que había sido real, tomé algunas copas de más mientras
escondía pensamientos en algún texto que fácilmente desecharía mientras me paseaba por todo mi
departamento. Tratando de encontrar alguna idea reconfortante para mi nueva novela, caí sin más
expectativas sobre un sueño beneficioso dentro de aquél río de emociones que habían envuelto mis días
durante aquella semana. Quedé exhausta y totalmente dormida sobre mi sillón. Calculo que pasaron unas
cuantas horas de descanso hasta que sonó inesperadamente el teléfono. Era la voz nerviosa de Dolores.
Ésta vez parecía tratarse de algo realmente serio, o al menos así lo hizo notar ella. Quizá también ayudó a
su dramatismo el alcohol que había estado consumiendo mi salubridad la noche anterior. Siempre es
curioso observar cómo la gente a quien más evitamos en algún momento suele ser la misma persona que
luego desaparece cuando más la necesitamos. Parecen estar programados para arruinar momentos de
tranquilidad y empeorar aquellos en los que la vida pretende deshacerse de nosotros mismos. Es
terriblemente agotador ponerse en ese rol de observador pasivo. Genera una extraña sensación de
incomodidad, es como ver a través de un espejo nuestro narcisismo que en algún momento molestó tanto
a otros, en el pasado.
Creo que por eso contesté a su pedido de ayuda cuando necesitó un lugar donde quedarse. Porque, al
parecer, su encarnizado orgullo ya no le permitía permanecer bajo el mismo techo de esa persona a quien
había amado. Estaba triste, había estado fumando sin parar mientras su agitada y desahuciada voz
pronunciaba cada una de todas esas palabras que no me decían nada específico. Simplemente denotaban
una extrema angustia. De alguna manera me hice cargo de la situación. Una vez más fui manipulada por
aquél enemigo que tanto conocía: la culpa. Tal vez me sentí parte de ese engaño, después de todo yo era
una gran estafadora en aquella relación de amistad, ya que la mitad de las cosas que pensaba no las decía
y soportaba más de lo que cualquier persona toleraría en otra , era un gasto enorme de energía pero la
culpa siempre terminaba derrotándome.
Le dije que la esperaba. Que trajese lo que iba a necesitar por unos cuantos días.
Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 25

Relacionarse se volvió toda una molestia. Realmente quisiera estar sola. Completamente.
Sé que podría irme lejos. Sé que podría respirar en otro lugar. Tengo la seguridad de la fortaleza para
hacerme bien a mí misma, si me mantengo fuera del alcance de las opiniones ajenas.
Estoy harta de Dolores. No soporto su manera de ver la vida. Me siento sensibilizada. Apretando
entre los dientes una óptica mucho más elevada y profunda de lo que pueden llegar a tener toda esta
gente que me rodea. No los quiero cerca porque es incómodo tener que estar defendiendo mi forma de
pensar, mi accionar en cada circunstancia. A veces creo que obtienen de mí una atención tan intensa que
es inevitable no caer dentro de la influencia de sus comentarios. Me ahogo dentro de un mar de
confusiones que no fue más que un océano de calma en algún lejano pasado. Porque intenté reinventar
mi historia y acomodarme dentro de los parámetros sociales más beneficiosos. Sostuve la entereza para no
destrozar la soltura de mis pensamientos y la imaginación en el trascurso del proceso creativo.
Debo concentrarme en mí misma. Liberar mis emociones sin tapujos. Necesito generar
una relación estrecha con esas personas controladoras que pretenden cambiar a los demás desde sus
estructuras. Se convierten en un atentado que, de alguna manera, ponen en evidencia mis limitaciones.
He estado pensándome un tanto solitaria. Más allá de mis dotes de diplomacia que obtengo de manera
automática cada vez que hay más de dos personas a mi lado. En reuniones familiares o cualquier tipo de
evento grupal, me convierto en esa persona dulce, amable y sonriente con quien todos quieren compartir
un momento placentero. Porque soy divertida cuando tengo energía, voluntad y la cuota suficiente de
objetividad para dejar de lado mi oscura negatividad con el mundo que me rodea. Puedo ser una persona
agradable durante un tiempo razonable. Sé que funciono dentro de una sociedad. Con el trascurrir de los
años la madurez me enseñó a pensar las relaciones en términos de ¨ negocios ¨y, entonces, no estar todo el
maldito tiempo peleada con el mundo.
Considero que para mantener mi estabilidad emocional en un equilibrio perfecto es necesario establecer
una distancia de esos seres que resultan ser siempre una amenaza.
Al fin y al cabo, fue todo un aprendizaje vivir ésta terrible experiencia de convivencia con Dolores, ya
que liberó mi verdadera forma de querer encarar la vida. Obvio que se me hizo dificultoso desapegar mis
emociones, mis miedos y toda la incertidumbre que producen los cambios dentro de una amistad o
cualquier relación afectiva. No puedo negar que luego de la aparición de esas espantosas frustraciones, no
sentí más que una infinita rabia. Un enojo benigno porque me dio fuerzas para hacer concretos, dentro de
mi mente, todos estos pensamientos que hoy reivindico como la persona que soy y que quiere permanecer
intacta. Hice una tregua con el mundo y decidí que podía ser sociable y a la vez poner límites en los
otros. Desterrando anteriores paradigmas mentales y revitalizantes momentos de soledad. Debo serme fiel
en este aspecto, ya que luego de compartir tanto con Dolores, pude comprender el tipo de relación que
quiero mantener fuera de mis vínculos primarios. Porque hay momentos definitivos en la vida, en los que
tenemos que dejar de mirar hacia el costado. Después de una temporada en la cual estuvimos haciéndonos
tanto daño, tiene que llegar la calma. Ser complacientes con nosotros mismos sin caer en el autoengaño.
Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 26

Dolores se había convertido en un intenso dolor de cabeza para mí. Durante toda la primera semana que
convivimos prácticamente había tenido que respirar y vivir por ella. Podía sentir como mi energía
disminuía. Era un castigo escuchar a primera hora de la mañana los disparates que estaban a la orden del
día si la conversación se trataba de su ex. Hablar con Dolores no era nada sencillo. Quizá todo se debía a
su incapacidad por aceptar aspectos negativos de su persona, y lamentablemente había cientos de ellos por
doquier arremetiéndose dentro de la calma de mi hogar.
Al parecer su ex novia había estado de viaje. Esa ausencia se entrometía en la relación, haciendo de la
misma algo real. Pero, de una manera muy hábil Dolores se las ingeniaba para arruinar cualquier situación
que pudiese salvarla. Sacarla de su propia miseria. Porque de otra forma no sería Dolores la protagonista
de sus propias obsesiones.
Lo que más escuché decir aquellos días fue la palabra: ¨ traición ¨.Se había estado sintiendo traicionada
porque Andrea, su ex, había conseguido un ascenso en la compañía aérea para la cual trabajaba .Esa
misma posibilidad la llevó a convertirse en una sensual y atractiva azafata.
Desde mi punto de vista, eran simples cuestionamientos, que desde la lógica de Andrea, siempre tan
ecléctica con respecto a sus proyectos de vida, resultaban totalmente aceptables. Pero para la mente
retorcida de Dolores las cosas eran mucho más complejas. Según ella, Andrea le ocultaba cosas desde que
la habían ascendido en su trabajo. Pero todas esas sospechas eran otras de las artimañas de Dolores por
mantener a las personas estáticas, con el fin de tener controlada la situación a futuro. Debido a eso, todos
los avances de Andrea le resultaba algo estrictamente amenazador. Sentí compasión, considerando las
pocas herramientas que posee Dolores para enfrentar los obstáculos que se le presentan en la vida.
Después de todo siempre había estado debajo de las polleras de su simbiótica madre. Andrea no era más
que una ¨ sustituta ¨. Una proyección dentro de aquella enfermiza relación.
El conflicto apareció con la llegada de Andrea, rodeada por sus nuevas compañeras de trabajo, y un gran
ramo de rosas para su novia, que anunciaban sólo el comienzo de una hermosa velada en un lujoso
restorán. Porque Andrea había preparado todos y cada uno de los detalles por adelantado, luego de
haberse encontrado ya recibida de azafata.
Pero, incluso, a pesar de lo que estaba a la vista: Andrea estaba profundamente enamorada de ella,
Dolores insistía en que tenía una ¨doble vida¨. Realmente le gustaba imaginar cosas que no eran y no se
daba cuenta de como todo eso la perjudicaría en el futuro. Muy pronto se quedaría sola.
Sinceramente no sabía como trasmitirle mi preocupación al respecto. Siempre había estado para ella como
una persona que se mantiene en silencio, omitiendo opiniones para no generar problemas. De modo
que opté por callar más allá de que mi afecto por ella me hacía sentir un tanto disconforme al respecto.
Podía tener una amistad con Dolores si evitaba que se acercase lo suficiente como para generar en mí ese
sentimiento de despersonalización. Porque yo soy una comunicadora por naturaleza. Es casi instintiva mi
manera de expresarme y estar demasiado tiempo con Dolores significaba, entonces, estar extremadamente
alejada de mí misma.
Pero me dejé fluir a través de ella como la lluvia que golpea la ventana y se desliza sin miedo hasta caer al
suelo. Una especie de intensidad en el ambiente que explotaba sobre toda aquella humedad haciendo
estragos sobre mis emociones. Dejándome expuesta. Totalmente expuesta y deliberando sobre la locura
de las circunstancias dentro de la vida de los otros, sus pensamientos, sus obsesiones. Me había
convertido en la observadora pasiva de todos esos seres que viven en una especie de letargo sobre esta
gran ciudad. Dolores había llegado con sus ofensivos delirios que irradian destrucción adonde quiera que
vaya. Recordándome en donde estoy y no debería permanecer.
Mi vida es un maldito chiste -Capítulo 27

Fue difícil mantener la rutina laboral teniendo a Dolores en mi casa. Una petaca de whisky en la cartera y
el maquillaje corrido luego de haber prácticamente desperdiciado mi tiempo hablando de manera
neurótica conmigo misma .Llorando lágrimas de frustración mezcladas con el rechazo generalizado que
de por sí me provocaba el hecho de descubrirme cada minuto que pasaba un poco más ebria . Con todas
aquellas palabras, sucesos, con esa mirada en el rostro que siempre tengo cuando me observo frente al
espejo del baño de cualquier café. De alguna extraña manera solía esconderme de las presiones usando
algo para intoxicar mi memoria. Era consciente de que pretendía, con todo aquello, alterar mi
percepción porque mi mente rechazaba fervientemente todo lo podía pero no estaba prepara para
comprender.
Necesitaba estar sola, y sabía que iba a tener que materializar esas ganas de un silencio reparador
enfrentándome a ese mutismo que había optado como camino alternativo. El exceso de alcohol y esos
intensos dolores de cabeza eran indicadores de alerta para lo poco que quedaba de mi autobservación.
Debía dejar de evitar a Dolores. Era imprescindible poner en práctica aprendizajes del pasado para
ahorrarme un colapso mental que luego me tendría semanas enteras enajenada sobre reproches
interminables. Lo había decidido: iba a decirle de una vez por todas lo que estaba sintiendo. Luego del
llanto y de un largo trago de whisky, recogí los pequeños pedazos de autoestima que se había disuelto
junto a mis lágrimas. Invertí los últimos minutos de descanso mientras esperaba a mi siguiente alumna y
llamé a Dolores. Llamé al número fijo de mi departamento porque imaginaba que Dolores estaría allí, ya
que prácticamente no había salido en los últimos tres días, ni siquiera para verificar si el mundo
continuaba sin ella. No me equivoqué: continuaba atada a su necedad, aparentemente con la tv a todo
volumen y caminando de acá para allá como suele hacer cuando habla por teléfono. Interrumpí cualquiera
de las tonterías que estaba diciéndome y le conté que estaba encerrada en el baño.

-No sé muy bien como comenzar a decirte esto…- dije mientras sentía la respiración nerviosa de Dolores
al otro lado del teléfono.

- Te noto rara desde hace unos días y hoy me di cuenta de que lo te pasa…- dijo Dolores con una
seguridad que me sorprendía.

-¿Cómo te diste cuenta?- le pregunté aliviada por ahorrarme todo lo que había estado evitando decirle.

-Te conozco…Sos mi amiga, sé cuando estás ocultando algo- y luego de un silencio, agregó- Sé que
Andrea te llamó para que intentaras convencerme de que vuelva con ella. Y dejame decirte que, aprecio tu
preocupación pero deberías ponerte de mi lado. ¿Acaso no sentís compasión por lo que me hizo? No
entiendo…- su voz se extinguió suavemente sobre mi oído mientras alejaba el celular de mi oreja y lo
tiraba con resignación al inodoro.
Mi vida es un maldito chiste - Capítulo 28

Ya todo había quedado atrás como si se tratase de un mal recuerdo. Por primera vez sentí esa necesidad
que se había convertido en algo tan básico, tan imprescindible para la subsistencia de mi creatividad. La
soledad, esa maldita obsesión que alimentaba mi imaginación e inundaba con su oscuridad siniestra mi
persona. Ese estallido de emociones que se descomponían en silencio durante las angustiosas madrugadas
me había encapsulado sobre el encierro mental que me incitaban a escribir. Aquél impulso fue el que me
llevó a decirle a Dolores que se buscase otro lugar donde vivir. Pese a su obstinado orgullo, su inusitada
idiotez, concordamos en que esa posibilidad era la mejor para ambas.
Otra vez sola. Creo haber aprendido la lección finalmente, parece que de alguna forma tuve que amputar
desde la estructura mental que gobernaba mis emociones, pensamientos oscuros y destructivos.
Sucumbe como un corazón palpitante de adrenalina sobre ésta inmensa quietud incesante. Se esparció la
calma necesaria dejando un silencio un tanto incómodo. El contraste de los revoltosos días y la inanición
del insomnio que consumía lentamente mis sueños. Era la ambigüedad clandestina que había estado
persiguiendo. No podía quejarme, y aunque tuviera ganas de gritarle al mundo que me en mis palabras
escondía siniestros sentimientos de abandono, me había prometido estar alerta sobre mis propias
reacciones de disconformidad.
Todos los acontecimientos sucedidos durante las últimas semanas habían sido más significativos de lo
que mi mente podía procesar.
Horacio y sus desprogramadas ganas de enredarme en el vaho de su confusión. Dolores sumergiéndome
sobre el letargo del mutismo inerte de una malograda reciprocidad. Mi alterado narcisismo y la
inseguridad para priorizar mis necesidades. El golpe y la caída en desgracia. La ausencia continua me
acompañaba a todos lados. A donde quiera que fuera llevaba impreso la representación del esquema
filial como un mandato venenoso del cual parecía no poder librarme. Todo el mundo estaba pensando en
sí mismo. Todos habíamos estado desgarrándonos el alma por evitar cualquier tipo de compromiso
afectivo. Ese había sido el mayor el golpe de todos. El peor desconsuelo para alivianar el despertar dentro
de un nuevo paradigma: la necesidad de compartir.
La crisis estaba cerca. Podía sentir como lobreguez de la muerte, que con su despedida empantanaba la
casa de un frío tenebroso. Debía pasar por el dolor intenso del cambio. Arrastrar mis miedos hasta el
ahogo más profundo. Invitar a la muerte a naufragar sobre todas aquellas palabras putrefactas que habían
aniquilado mis sensaciones. Una vez más, sabía que era lo que me esperaba.

Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 29

Mis pies ensangrentados de tanto caminar se deslizan suavemente sobre las sábanas de mi cama. Imagino
que estamos juntos, que ese joven de múltiples personalidades con las que me deleitó durante todos los
años de mi infancia en realidad sigue aquí, junto a mí. Porque cuando aún me permito ser esa niña, y de a
ratos soñar despierta, me envuelve con su nostalgia aquél pasado esperanzado. Y es entonces, cuando
intento aferrarme a ese mundo fantástico, esperando con ansias un mejor amanecer sobre todos esos
recuerdos.
Pasaron dos días de encierro absoluto. El mutismo de la euforia que me encontraba caminando sobre cada
rincón de mi departamento. Sí, las pastillas otra vez. Nada podía impedir que la sustancia que retorcía
aún más mis malditos pensamientos, me liberase de la automutilación emotiva mientras masticaba con
furia el vacío contenido. No creo haber sido tan feliz en la inconsciencia del anestésico de la basura
cotidiana que reparte la ciudad. Todo en mi memoria se retuerce respondiendo a una necesidad de estar
tan lejana y contaminada por el encuadre del entorno dentro de los hechos explícitos sobre una realidad
que desconozco. Me es difícil no mirar sobre aquellos días sin tener en mi cara un gesto de confusión.
Todo es borroso y está perfectamente dispuesto para ser modificados, transformado. Porque ahora sé que
Horacio puede ser el hombre más dulce del mundo o el más cruel existente sobre la tierra. Para el caso, y
en esta circunstancia: da igual. Lo importante es tener algo…, alguien a quien poder disfrazar y poder
recostarse sobre ese recuerdo de manera cálida y entre sueños imaginarme hermosa y excitante de todas
las formas en las que una mujer lo puede ser. Puedo disfrazarme rememorando mi frescura en la manera
de caminar un tanto revoltosa, el desdén en la mirada denotando un destino incierto y caótico sobre el
final de mis días. Resulta ambivalentemente hermoso. Realmente hermoso. La decadencia de la propia
vida cuando la autobservación no está incrementada puede resultar “simplemente “fascinante. El muerto
pide a gritos volver a la vida, para entonces poder volver a jugar con la muerte. Es un estado
toxicológicamente mágico, desenfrenado y alucinante en cada punto de intersección. Pero contrariamente
a todo aquello, Horacio sigue estando inevitablemente lejos, lleno de niebla sobre el recuerdo.
Atosigándose entre besos y alcohol, respirando humo y abrazando el viento. No hay nada más tentador
cuando todo está a punto de estallar en tu vida e iluminarse por completo: moverse hacia el lado opuesto,
poder saber que en todo caso y de cualquier manera, los miedos se vencen recordando que puede haber
otra realidad. Porque la hay. Hoy no encuentro necesidad de alejarme de mis palabras porque quiero
demostrarme a mí misma la coherencia que puede existir dentro del caos mental que me anida. Sé quien
soy aunque esté vagando sola y con miedos sobre este mundo asmático de ilusiones que paralizan la
movilidad del tiempo. Sé que nunca voy a poder ser fiel al curso lineal de la naturaleza. Simplemente
porque no quiero… Sólo quiero morir joven a pesar de que eso le resulte extraño a la mayoría de las
personas que conozco y les sugiero de manera espontánea mi decisión. Lo dejaré todo…, Porque no me
aferrare a la ilusión del exorcismo de los males que me aquejan para, entonces, remediarlos sobre el
concepto celestial de la seguridad. Me iré sin nada material, y absolveré la culpa ante la mirada ajena por
no compartir mi decisión tan egoísta. Y me libraré de todos a través de aquella “presencia mental” .Mi
único y verdadero amor: mi amigo imaginario. Mi ego. Mi otro yo. Nos iremos juntos; es por eso que
reposo tranquila fluyendo en cada momento, sabiendo que no hay un futuro inmenso para mí.
Nos iremos juntos, nos iremos con versos…

Mi vida es un maldito chiste- capítulo 30

Las paredes intentan librarse de las telarañas que prometen deshacerse con la humedad sedienta que
cubren de manchas mi habitación. Más allá de eso, podría decir que soy feliz. ¡Sí!, soy feliz porque es
inconcebible no serlo. La sociedad no nos permite el fracaso, y yo estoy muy lejos de rehusarme a
practicar lo contrario.
Esta es la ciudad perfecta para cometer un crimen. El crimen de la propia existencia. Sonriendo con los
dientes bien apretados luego de haber pasado por el típico estado de euforia que suelen tener los suicidas
antes de descubrir que la ¨ felicidad ¨ no pudo llegar a ser más intensa de lo que en algún momento fue.
Y yo también estoy considerando la idea de deshacerme de mi misma. Tan sólo esfumarme. Desaparecer
a través del viento que lleva y trae una soledad que ésta vez elijo. Porque lo único que quiero es gritar
sobre las olas del mar que tan sólo son una proyección de la nostalgia que invade mis pensamientos
grises sobre un oscuro profundo.
Sí, lo sé muy bien. Se ve claramente en mis ojos: ésta ciudad está matándome.
Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 31
Ayer conocí a un chico, y como suele suceder cuando bebo, terminé totalmente borracha. Creo que el
alcohol es una ambiciosa costumbre que me permite desnudar sin pruritos mis defectos y todos esos
secretos más oscuros.
Volviendo al punto de partida que me arrastró hacia los brazos de ese desconocido; puedo retroceder unas
horas antes de mi noche salvaje y transcribirlo para generar el sentido lineal de la historia.
Debieron de ser los frascos de anti depresivos que quise tirar por el inodoro, pero que por algún motivo
sin lógica, me tragué a puñados.
¡En fin!...Tal vez me equivoque sobre éste dato específico, pero estoy intentando recordar si el chico se
llamaba Samuel o Santiago. Lo único que puedo asegurar es que empezaba con “ s”. De todos modos, y
para el caso, no tiene mucha importancia. Lo relevante sobre la anécdota es que tenía unos años más que
yo, era escribano y tenía un auto lindísimo que combinaba de manera perfecta con esa sonrisa tímida que
tanto me enamoran.
Sus labios eran dulces y suaves al igual que aquellas manos sedientas con las que no dejó de tocarme toda
la noche.
Para ser más detallista y responder al morbo social, confieso que hubo penetración. Sé que últimamente
me había mantenido en una especie de celibato, o algo por el estilo, pero mis ganas por sentirlo adentro
mío trasgredieron cualquier tipo de disciplina. Tal vez se deba a que quería volver a ser esa persona
sexual y multiorgásmica que soy en realidad.
Dormimos juntos y nos besamos hasta pasado el mediodía. Aunque moría por hacerle todas esas cosas
excitantes que él me había hecho, ya había amanecido, y no podía permitir que todo terminase de esa
manera: en mi boca, chorreando en las sábanas o dejando una marca en su ropa interior. No podía
permitir que un completo desconocido tuviera la misma cantidad de orgasmos que yo había tenido sobre
sus manos…, su lengua. Realmente no quería que todo terminara tan pronto. Porque muy adentro mío
tenía la sensación rasposa de una noche de sexo, y eso significaba sólo una cosa: el chico de la sonrisa
simpática se olvidaría de mí al cruzar la puerta de mi casa.
Tal vez necesite un novio…Alguien con quien compartir sensaciones; y por sobretodo que no quiera
alejarse de mí antes de quitarse el preservativo.

Mi vida es un maldito chiste-Capítulo 32

Me masturbé pensando en él. En Samuel…o Santiago. En realidad no sé si realmente importa detenerme


en detalles.
Me enredé en cada una de las palabras que lentamente se desvanecían sobre el papel de los apuntes que en
ese momento estaba leyendo. Me dejé llevar por el impulso, sosteniendo sobre mi mano la certeza de que
aquello era lo que necesitaba para alimentar mi obstinada desconcentración.
Desabroché botón por botón, rememorando lo sucedido: el semen deslizándose sobre sus manos y
empapando sus dedos de esa sustancia orgásmica que lentamente caía como en espasmos sobre mi
vientre.
Recordé la humedad de mi vagina sobre su miembro, minutos antes de que todo se convirtiese en el
estallido que juntos habíamos exploramos.
Y, entonces, apoyada sobre el respaldo de mi cama y con todos esos conceptos transformados en apuntes
que aún permanecían intactos sobre mis piernas; me encendí de entusiasmo al sentir, nuevamente, el
roce interno de mí propio ser. La naturaleza sabia que se despojaba de cuestionamientos, permitiéndome
conectar, cada vez un poco más con la intensidad de la femineidad que me mantiene viva. Invadiéndome
suavemente la efímera prolongación de una tensión que libremente sería desterrada. La abstracción de la
ausencia de la comunión sexual como un mandato ya no perseguía mi mente. Porque, justo, en ese preciso
instante en el que el universo se volvió infinito, una ráfaga de inesperados suspiros invadieron mis labios.
Y una vez más me sentí mujer.

Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 33

Una llamada desesperante durante la madrugada volvió a ser el síntoma patológico de una compensación
hedonista a través de un orgasmo apagado. Totalmente fuera de contexto.
Santiago. Finalmente pude recordar el nombre de aquél hombre en quien había estado pensando las
últimas noches de alcohol y horas desperdiciadas en llanto. Porque por alguna extraña razón la obsesión
me había atrapado entre sus garras asfixiantes, y no podía, simplemente, olvidarme de él. Aunque a mí
misma me resulte exagerado confesarlo, sentía una extrema conexión con Santiago. El pesar de mis
continuos e incesantes pensamientos extrañaba el roce de su piel como si se tratase de alguien con quien
había compartido algo más profundo que un simple revolcón bajo un estado de total ebriedad.
Santiago llegó a mi casa demasiado exaltado en comparación con la poca energía que yo tenía. Sus ojos
estaban totalmente desorbitados y creo que ese debió de ser la señal para evitarme un mal momento. Pero
creo que no lo pensé demasiado, tal vez mi ansiedad por llenar el agobiante vacío, era más urgente, y
estaba dispuesta a pagar las consecuencias.
Su actitud paranoica y agresiva me traspasó por completo. Parecía estar tan dispuesto a tener sólo sexo
que ni siquiera tuvo la decencia de ser amable cuando traspasó la puerta de mi casa. En todo momento
llevó al extremo su actitud dominante. Traté de escaparme con la excusa de que necesitaba una copa de
vino para relajarme un poco más, pero Santiago estaba demasiado alterado como para reparar en lo que a
mí me sucedía. Probablemente él tampoco supiera mi nombre ya que no lo mencionó ni una sola vez
durante nuestro encuentro.
Me agarró desprevenida mientras sacaba de la heladera la botella de vino, y rodeó con sus pesadas manos
mi cintura. Todo pasó demasiado rápido y no pude controlar lo que estaba sucediendo. Creo que me dejé
llevar porque la botella se deslizó de mis manos y se estrelló contra el suelo. Mi autoestima también se
diluyó entre las manchas rojas vino y los pedazos de vidrios despezados.
Santiago me arrojó contra la mesada de la cocina y no dejaba de susurrarme cosas al oído mientras sentía
como su miembro me penetraba hasta dejarme sin reacción.

Las horas se me escaparon de las manos. Sólo sé que en algún momento terminamos acostados en mi
cama. El sol filtrándose sobre las rendijas de la persiana de la habitación, intentando poner un poco de
claridad en mis pensamientos.

-¿Te molesta que te hable así? –preguntó Santiago, al parecer, un poco más lúcido que horas atrás.

-¿A qué te referís?-

-Nada…, sólo que a veces me resulta excitante decir ciertas cosas cuando estoy teniendo sexo…- dijo
haciendo evidente mi ausencia dentro de sus necesidades.
-No entiendo…, si es tu forma de hablar cuando tenés sexo…, ¿por qué me lo preguntás?-

-Es que…- dijo titubeando- no suelo comportarme así con todas las mujeres…

La verdad se hacía cada minuto cada vez más humillante. Opté por disimular mi malestar y sólo me limité
a decir:

-Está todo bien…, es sólo sexo.-

Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 34

Te caés y el primer reflejo innato de tu cerebro deja de ser una prioridad. Ese instinto defensivo que te
permite juntar tus malditas manos para que tu hermosa y pulcra cara no choque contra el asfalto.
Aquél era el retrato perfecto de mi desolado vacío de sábado trasnochado.
Así me dejaba hundir bajo el efecto de las patillas y el alcohol. De esa manera me ahogaba sobre mi
propio vómito autoinflingido que la culpa me regalaba.
Las manos pesadas de cargar pastillas sobre la escasa circulación de mi sangre.
No esperaba a nadie.
No necesitaba nada concreto porque la realidad me había abandonado, una vez más.
La habitación sedienta. La habitación hambrienta conteniéndome sobre sus paredes. Solitaria me
enfrentaba a la oscuridad de mi ser….Esos pensamientos suicidas. El quiebre mental que se presentaba
insaciable para destruir todo lo que soy…Para acabar con todo sin ningún tipo de objeción.
Los recuerdos asfixiantes de las vivencias de días anteriores morían con mis ganas apagadas.
Recuerdos…Santiago…Samuel…, o como fuera que se llamara ese hombre siniestro.
La sangre se había estado derramando. La sangre se deslizaba lentamente por mis muñecas, y el sudor frío
de las endorfinas explotaba sobre mis sensaciones…Y en mi memoria ese hombre siniestro que me
vendía ilusiones, excesos…
Dos mentes perturbadas. La cocaína del pasado. La cocaína del presente. La cocaína que oxidaría nuestras
narices en el futuro.

Mi vida es un maldito chiste: Capítulo 35

¿Me odio por eso? ¿Por ser tan frágil y dependiente?


Dependiente del amor, del afecto. No puedo dejar de sufrir porque muy profundamente soy consciente de
ello, y siento mucha verguenza.
Lo único que me haría felíz sería un hombre....Un hombre real...Un hombre de verdad como mi padre.
Una persona normal, que con su simplicidad me haga sentir completa.
Soy débil...Estoy completamente perdida...No sé hacia donde voy, ni que se supone que tengo que hacer
con mi vida.
Hace una semana que Samuel o Sebastián estaba rodeando mi cintura con sus brazos. Haciéndome sentir
especial... Como si en verdad mi persona significara algo para él y su vida tan descomprometida.
Hablo durante toda la noche, y de alguna manera sus palabras eran una especie de anestécico que aliviaba
mis pensamientos más destructivos.
Hablo y lo escuché atentamente, incluso sabiendo que todo era una gran mentira. Jugó con mis ilusiones,
y yo permití que lo hiciera. No tenía nada que perder, y lo poco que quedaba de mi hacía tiempo había
dejado de tener importancia alguna.
Jurp que cuando cruzó la puerta de mi casa supe inmediatamente que no volveríamos a vernos nunca más.
Tal vez, siempre conocí el final de aquella historia narcisista que vivimos. Más allá de la cantidad de
palabras y planes que se acumulaban en forma de oraciones imprudentes dentro de una conversación cruel
y pretenciosa; la realidad siempre estuvo presente, siendo una gran mentira. Porque Sebastián había sido
el vendedor de desiluciones que mi masoquismo me permitió...Por eso nos dejamos fluir, hablando sin
filtro, como si nada tuviera un sentido estricto de ser...Quizá nadie es verdaderamente real para nosotros.
Para nuestros pensamientos intoxicados. Porque el viento nos atrapó una madrugada para que
explorásemos juntos un poco de placer....Sólo eso: placer. Unas cuantas horas de concentración para no
perder el hilo de la continuidad dentro de una relación ficticia. La concentración como una herramienta
para continuar fingiendo. Actuando.
Hoy sólo es un recuerdo, que con el tiempo se distorcionarpa en mi mente colmaándose de subjetividades,
mantiendo, entonces, a la mentira como única prioridad.
Mientras tanto mi cama sigue intacta. Sin rastro de un nuevo amor. Empapada de un sudor vació que
quedo impreganado sobre las sábanas. Para, entonces, poder, al menos, conservar la única verdad que me
queda de ésta absurda y superflua historia: sexo.
Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 36

Me he pasado una vida tratando de clarificar palabras que se desdibujan sobre una rima de inconstancias
que manipulan esta prosa dejándome, entonces sin ritmo.
En verdad no importa…Tal vez ésta sea la última vez que me deje llevar por el continuo fluir de la
expresividad sobre un texto. No lo sé….El futuro es un ir y venir y sucede todo el tiempo. Sobre este
presente hay un mundo de ilusiones y realidades que mantienen en equilibrio mi universo. Atravieso el
mar con una sensación de tranquilidad que se figura de manera inevitable sobre mi mente. Respiro
profundo y caigo en la cuenta de que nunca antes me había sentido de ésta manera. La paz atraviesa mis
sensaciones y me deja desnuda sobre un cielo inagotable de fantasías que ya no me lastiman. Me regodeo
en silencio con la certeza del gran esfuerzo vital que fue el generador de la fortaleza, y precursor de que
esto pudiera llevarse a cabo. Sé que fue una demostración de confianza interna, y no puedo más que estar
agradecida.
Solté el pasado sabiendo que sus intentos por venir a visitarme en el futuro son inevitables, y los recibiré
con unas renovadas ganas de calma, sonriéndole sin más.
Me distraje pensando en Dolores, Santiago, Horacio… y toda éstas personas que me ayudaron a construir
éstos recuerdos que respirarán innumerable cantidad de veces sobre mi piel ajetreada de acumular tan
vívidos momentos. Abracé cada rincón de mi mente rememorando cada acontecimiento que quedó
situado en la historia de mis días. Me reí para mis adentros, consciente entonces, de que una infinidad de
recuerdos realmente perturbadores habían sido creados por mi imaginación mal encausada, sedienta por
hacerse presente. Entendí que la desesperación y la locura se combinan de muy mala manera, y que
probablemente evite ciertos impulsos en el futuro.
No tiene sentido suponer que es en vano la pasión intensa de los supuestos. Quizá me arriesgue con la
misma cantidad de efusividad a creer ciegamente que se figuró la intencionalidad de lo mencionado
anteriormente. En realidad no tiene ningún tipo de lógica…Suponer no tiene ningún tipo de lógica.
Basándome en los hechos, puedo decir sin ánimo de ofender, que finalmente encontré el remedio a las
ansiedades que mantienen despiertos ciertos delirios que antes parecían inagotables. Meses antes de que
todo lo que ocurrió hasta ahora se traspapelase sobre una novela, había experimentado una mágica
sensación sobre unos personajes exageradamente opuestos a mi persona. Con las ganas justas para
motivar a mis manos a emprender un viaje sobre terrenos desconocidos, me afiancé sobre el ojo
observador y dispuse mi voluntad entera a desenmascarar esa necia obsesión por analizar cada personaje
literario como una posible imagen retorcida de quien lo narra. Escribí una historia opuesta a mis
necesidades y ganas de interactuar en la vida real. Nunca experimenté tanto bienestar. Desde ese
momento supe que no volvería a escribir nunca más sobre mis sentimientos, porque no tenía ningún
sentido para mí. Generalmente se suelen desparramar de manera catártica una cantidad de emociones que
son desproporcionalmente más profundas de lo que se está viviendo en realidad, y la suma de esos malos
momentos hace de uno toda una patología. Tal vez me alejé de la constante mezcla de sinsabores que me
daban ciertas ciencias, y otra vez, sin ánimo de ofender, resultó bien después de todo. Según dicen por
ahí: no importa el mensajero sino el mensaje… Todo esto teniendo en cuenta el recurso ambivalente de la
“descontextualización”.
No sé exactamente qué sucederá en el futuro con cada una de las personas, que conjuntamente con ésta
soledad, fundieron mis palabras sobre un texto, encendiendo mi vida hasta soltar una carcajada de risa y
maldecir mi eterna ridiculez. No lo sé…
Sólo de a ratos me pongo a pensar en silencio que a pesar de la infaltable dosis de locura, todo fue real.
No puedo evitar la veracidad de los hechos sobre mi sentir: todo lo que ocurrió fue real porque yo lo viví.
Luego me sonrío y miro a mi alrededor diciendo: “ ya pasó”.

Mi vida es un maldito chiste-Capítulo 37

Sé muy bien porque elegí ser escritora, si es que en verdad en algún momento tuve aquella posibilidad de
¨ elegirlo¨. No sé que tan útil soy haciéndolo y hasta me resulta un tanto incómodo observarme a mí
misma generando algo realmente ¨ bueno¨, quizá, también, ¨algo brillante¨. No me gusta ser admirada, por
más tentador que a veces resulte.Creo que la presión que genera en todos y en uno mismo es demasiado
elevada como para pagar el precio de esa sensación de ¨ amor ¨ en el aire que no está siendo dirigida
desde nadie y hacia nadie en especial. Simplemente a lo que todos imaginan que podés llegar a ser, o
incluso que piensan que sos. ¨ Te estás mirando desde otra óptica¨, te susurran sorprendidos al notar que
obviaste por completo lo maravillosa que podés ser. Yo creo que son ellos lo que se están subestimando y
mirándose desde otra óptica, la misma con la que miran a los demás e incluso podrían llegar a mirarme a
mí. Yo, honestamente, no veo nada. Simplemente eso: nada. Tampoco considero que ¨ haya algo
realmente para ver que fuese tan maravilloso¨. Para mí eso no existe y no creo que pueda a llegar a existir
nunca; y no por un afán de mantenerme distante a la premisa del mundo, sino llanamente porque no creo
que valga la pena todo aquello. Quizá el entusiasmo de mi libido no pase por ahí. Yo sólo quería ser
normal. Normal como era antes… Simple, llena. Sintiéndome completa todo el maldito tiempo. Pensando
en complacer a mis padres siendo la persona normal que era; y dentro de esa normalidad manteniéndome
exigida a no mirar hacia los costados porque, entonces tal vez todo se desmoronaría. Y así sucedió. Así lo
recuerdo yo, y según los especialistas de la salud mental el recuerdo lo es todo, ¨el recuerdo nos hace ser
lo que somos ¨ . Desde que aprendí eso intento todo el tiempo recordar cosas positivas, más allá de la
realidad, más allá del mundo, más allá del asco que en general me produce vivir en él y
sentir…¨SENTIR¨. Muchas veces me encuentro reposada en mi cama odiándome a mí misma por el
simple hecho de ¨ sentir ¨. Resulta cómico verlo desde esa ¨óptica ¨ ya que sé con certeza que es eso
mismo lo que los demás admiran y califican como ¨maravilloso ¨. Pero todo tiene un precio, o al menos
eso dicen por ahí…, y hay un precio universal que padecemos todos y que recuerdo que sucedió de
manera brusca e intensa en mí, y fue crecer. Debe de ser el precio más caro que exista en el universo.
Acarrea muchos males y se propaga como una epidemia, sin evitar mencionar la tragedia de que los ratos
de felicidad se reducen cada vez más porque la labor de ser adulto es justamente tener que trabajar para
conseguir aquellos preciosos instantes. Porque hace poco leí que si la perfección se definiría sería en un
instante, y no podría estar más de acuerdo en el concepto, pero universalmente en desacuerdo con lo que
el mismo significa en sí.
Hace unos años íbamos caminando con Franco rumbo a la playa, sin molestias sobre las suelas de
nuestros zapatos y despreocupadamente con tantas dudas por responder. Recuerdo que él me dijo que
había estado reflexionando mucho sobre los distintos caminos y elecciones que nos pueden condicionar a
través de nuestras vidas. Me contó que para él hay momentos específicos que pueden cambiarlo todo para
siempre y que quizá siempre seremos los mismos pero yendo por caminos equivocados, y que tal vez por
eso nuestro pesar. También coincido. No es por elegir la manera simplista de culpar a mis padres por mi
locura o mi gran soledad; pero no puedo tampoco evitar que el remedio no termine siendo peor que la
enfermedad, y sé que de alguna forma hay una explicación para tanto dolor. Algunos podrían atreverse a
decir que tenemos demasiado, demasiadas cosas, demasiados pensamientos, demasiadas preguntas,
demasiado ego…. , demasiado. Otros dirán que sufrimos locamente porque nuestro cerebro funciona así,
y ¨qué se le va a hacer…¨. Unos pocos nos sentaremos sobre aquella vereda que recorrimos con Franco y
despreocupadamente evitaremos pensar si lo que elegimos en ese ¨instante¨ para poder sentirnos felices
esta bien o está mal.
Es por eso mismo que sé que escribo, porque amo el proceso de los instantes acumulados, más allá de que
de por vida esté destinada a que los malditos especialistas en la salud mental me tilden de ¨ hedonista¨.
Porque me gusta tenerlos eternamente conmigo para siempre y por siempre sentirlos en cada cosa que
hago y digo, en cada lágrima que desparramo al llorar de alegría. Porque la tristeza no sirve para nada, ni
siquiera para hacernos más fuerte, ni para redescubrirnos por dentro. Porque siempre supimos quienes
somos: ¨ simplemente somos y nada más ¨ , el resto es un invento del mundo y sus estereotipos. Logré
descubrirlo y me siento eternamente deprimida por eso. Nada me llena tanto como lo haría una sonrisa de
verano deslizándose sobre la bruma que abraza el tiempo a través del vaivén de mi sonrisa. Con los
labios entrecortados por la sequedad viento que se pasea sobre lo alto de un globo aerostático que flota en
el cielo acostado sobre una nube. Nada puede llegar a ser tan motivante como las sensaciones que recreo a
través de Franco, de esos espectros imaginarios, o como fuera que se denomine ésta locura…, Nadie
puede igualarlos, y nada podrá nunca hacerme sentir tan especial. A pesar de esas rarezas que a veces me
transforman y me dan tanto miedo. Porque más allá de esas sensaciones nunca nada se sintió tan real a
pesar de no serlo. Es por eso que no importa si tengo novio, amistades, si soy millonaria o inmensamente
pobre, si moriré mañana de una enfermedad letal y dolorosa, si creo lograr encontrar el trabajo perfecto, el
lugar indicado, la ciudad más divertida, el amanecer más tranquilo, la vocación de mis sueños, la familia
perfecta, la casa junto al lago…Porque nada de eso cambiará lo que siento, lo que sentí la primera vez que
supe que el universo podía ser mío si yo decidía con la imaginación cambiarlo. Y duele…, el mundo
duele mucho sabiendo que en realidad hay otros mundos…, porque siempre hay un espacio mental en el
cual se asoma el vacío y la ¨ nada ¨ es completa, y nada más que tu mente puede llenarlo.
Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 38
Por alguna razón, y luego de tanta quietud, me siento abandonada de cualquier prejuicio, y
contradictoriamente vacía, desde la explicación del amor que siento de todo mi entorno. La inevitable, la
perduración de toda aquella obsesión de querer yo misma despojarme ¨de todos ¨, incluso de la maldita
ansiedad.
Así pasó un día más sin alborotos mentales hasta que el efecto de aquellas pequeñas pastillas en forma de
sustancia adormecedora se despojaron, ellas también, ¨ de aquél vacío ¨, y entonces de mí escencia. Todo
había comenzado la noche anterior, cuando estuve horas hablando con Franco vía net, intercambiando
opiniones, él queriendo nuevamente ganarse mi confianza. Mi confianza…, esa hermosa burbuja en la
que me mantengo absuelta del dolor ajeno. La burbuja de la confianza que está dentro mío y que me cuida
no es nada más ni nada menos que mi fuerza interna. Lo único que me queda en la realidad. Porque volví
a relacionarme con Franco a través de esas redes cibernéticas, justo cuando me sentía íntegra y segura de
mí misma. Después de haber estado todo un miércoles llorando por última vez aquella separación
dolorosa de mis padres entre lágrima y sollozos que me parecían absurdos. Ya casi agonizando el último
suspiro de la muerte de un dolor del pasado que se reflejaba en ese presente que me tocaba vivir. Trataba
de relajar mi mente con pensamientos alternativos, diciéndome a mí misma para calmarme que: ¨ mi
padre y su nueva familia, habían hecho un plan en el cual yo no estaba incluida, pero que eso no
significaba que ellos no me amaran tanto como yo a ellos ¨. Aquél miércoles durante mi visita a la casa de
mi viejo me fui asustada de mis propias sensaciones, de aquél dolor añejo. Desmembrado recuerdos
infinitos, todos ellos formando parte de lo que hoy soy. Caminé unas cuadras hacia la parada del colectivo
repitiéndome para evitar las lágrimas desmedidas que: ¨ no era la primera vez que eso ocurría, que era
ilógico sentirme así…: tan triste. Tan sola. Porque sabía que era ridículo llorar. Pero el frío comenzaba a
congelarme el habla, y ya no había nadie para consolarme ni para protegerme. Transportarme lejos de esa
realidad tan intensa que me tocaba afrontar. El tiempo pasaba y el colectivo no asomaba sobre los minutos
que corrían sobre las agujas de mi reloj. Nada parecía tener sentido o quizá era todo lo contrario y en
verdad todo aquello era necesario. Fue por eso que mis lágrimas comenzaron a oscurecer mi rostro debido
al rímel corrido que hacía de mi maquillaje un total simbolismo de desnudes. Mis pestañas secas se
amontonaban para darle lugar a que mis ojos se abrieran más ante la visión de todo lo que estaba por
acontecer en ese momento: la muerte. ¡Sí!, la muerte se aproximaba ante mí como una sombra que desde
lejos comenzaba a acercarse de manera muy lenta. Despidiéndose mientras recorría cada recuerdo, cada
episodio de mi madre tomando cientos de pastillas para ahogarse en el profundo dolor por la partida de mi
padre. Mi habitación a oscuras y yo, con mis once años llenos de miedos escondida en el placard
escuchándola llorar, romper platos y gritar por el balcón del departamento aquél que en algún momento
había sido, también, la casa de mi padre. Nuestra casa. Las horas pasaron, recuerdo haberme quedado
dormida en el placard. Al despertar encontré a mi madre inconsciente en la cama. El hospital y el miedo a
vivir con ella. Siempre el miedo a vivir con mi madre y sus reproches continuo, ya que luego de aquél
incidente había decidido irme a vivir un tiempo con mi padre y su nueva familia.
Todos aquellos horribles episodios volvieron a mi mente mientras esperaba el colectivo. Esos absurdos
mediodías después del colegio en que iba a saludar a mi madre a su trabajo y ella me cerraba la puerta en
la cara diciéndome que para ella yo estaba muerta, que por mi culpa toda la familia de mi padre pensaba
que ella estaba loca.
Aquél miércoles luego de que el colectivo y, también la muerte, me llevaron hasta mi hogar, muy lejos de
todo aquello: de la nueva familia de mi padre, de ¨mí ¨nueva y hermosa familia, me encontré sola y
empezando a armar todo mi mundo nuevamente. Todo el universo y sus contradicciones. Porque sabía
que era momento de formar mi propia familia. Construir un espacio para mí en el departamento donde ya
no estaba mi madre ni mi padre, donde ya no habitaba esa niña asustada de once años. Porque estaba
segura de que finalmente mi madre y la muerte habían desaparecido. Sólo quedaba una vida por vivir, y
ésa era mi vida y pensaba construirla lentamente. Con ganas. Con muchas ganas.
Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 39

El sábado fui a ver una hermosa película. Al volver a casa me tomé una copa de vino y me quedé dormida
en el sillón, sabiéndome viva. Sintiendo que mi vida comenzaba. Quizá fue por eso que el domingo abrí
mi notebook y me metí en internet, decidida a trabajar en mis nuevos proyectos. Dejando todos esos
paradigmas de lo que pensaba que debía ser, empecé a planear un futuro nuevo con actividades distintas.
Oficios varios que me permitiese despejar la mente y salir de la intelectualidad que tanto me oprimía.
Recibí un mensaje de una de mis jefas pidiéndome unos plotters para promocionar mis clases de yoga.
Pensé que era el momento ideal para ponerme a ¨ hacer¨ y no pensar en nada más.
Mientras esbozaba mi propia publicidad, me metí en esos canales de charlas interactivas y comencé a
hablar con diferentes personas, que enseguida me resultaron muy agradables. Hasta que finalmente me
encontré con Franco. No podía entender qué era lo que estaba haciendo allí, en esa sala de chat, buscando
conversaciones con desconocidos. No parecían actitudes de él, no de lo poco que recordaba de aquél viaje
meses atrás. Pero lo supe inmediatamente que comenzamos a hablar. Vivía en Buenos Aires, trabajaba en
el ámbito comercial y tenía treinta y cinco años como Franco. Lo noté de manera instintiva: la forma de
armar las frases, el énfasis por parecer agradable, eran marcas distintivas en Franco. Fue aquello lo que
me había enamorado durante los siete días que estuvimos juntos.
Durante las horas que estuvimos conversando noté que sólo mintió acerca de su nombre. Puso una foto
distinta en el perfil de esa extraña página que intermediaba nuestro reencuentro. Por alguna razón, e
incluso sabiendo quién era yo, se hizo pasar por otra persona. Actualmente su nombre de incógnito es ¨
Jonás ¨.
Luego comencé a asociar las distintas conversaciones que había tenido con todas las personas con quien
había estado hablado durante la tarde, y comprendí que se trataba de la misma persona todo el tiempo.
Franco había estado rastreándome, utilizando diferentes identidades.
Durante nuestro primer intercambio de palabras, se hizo pasar por un tal
¨ Manuel ¨, con la intención de verificar si los datos que yo brindaba eran reales. Quería corroborar la
veracidad de mi discurso. Debo confesar que al principio me pareció un poco astuto de su parte debido a
que era demasiado sigiloso a la hora de abordarme. “Manuel” dijo ser escritor y se me hizo evidente que
su intención era representar el lado salvaje de Franco, mientras que Jonás era “la moral”: el civilizado, el
más medido de los dos. Creo que trató de alguna manera de ver a quién elegiría. Ayer concluí en que el
lado salvaje de Franco: Manuel, se había comportado como un verdadero imbécil. Manipuló mi mente y
logró hacerme sentir mal conmigo misma. No fue específicamente por el hecho de haberse burlado de
uno de los fragmentos de mi nueva novela en la cual él aparecía como un personaje frío y distante; sino
por la intención de tomárselo tan a modo personal. Como si en verdad a través de la ficción yo quisiera
herirlo. De alguna manera sentí que quería hacerme sentir culpable de utilizar personajes de la vida real
para hacer mi novela. Probablemente su límite mental alcanza hasta cierto punto e inevitablemente su
torpeza lo lleva sentirse insultado. Toda la paranoia de “Manuel” me traspasó por completo. Más allá de
sentirme terriblemente lastimada tuve la necesidad de felicitarlo por su hermoso trabajo (realmente
Manuel escribe muy bien). Le expliqué que, a pesar de parecerme un excelente artista no era la clase de
persona que yo estaba buscando, y que por eso no me dejaba otra opción que dejar de hablar con él.
Obviamente repartió sobre mí un montón de insultos fiel a su estilo salvaje que me dejó un sabor amargo.
Lo paradójico de la situación fue que Jonás terminó hablando conmigo hasta las 3 a.m. tratando de
convencerme que él no era amigo de Manuel y que no tenían nada que ver uno con el otro. Pero yo sé que
no es verdad, sé que Jonás miente…, aunque en realidad sea Franco quien esté engañándome en primera
instancia. Lo negativo de toda la situación es que Franco apareció con su orgullo desmedido tratando de
arruinar mi paz mental. Porque sé que me odia, aunque racionalmente no pueda fundamentar tanto
resentimiento. No creo haberlo lastimado nunca. Sólo compartimos unos días, durante un viaje que hoy ya
es parte del recuerdo. Pero, por alguna razón sé que me mataría emocionalmente si pudiera.
Ahora Franco me habla a través de Jonás. Y me resulta muy curioso porque hasta se inventó un nombre y
un apellido para que yo pudiera ver a través de mi paranoia los mensajes subyacentes de lo que no se
atreve a decirme en la realidad. En aquella realidad que ahora parece tan lejana. La realidad de nuestra
amistad.
Ahora Franco es ¨ Jonás Moral ¨. Me escribe mensajes al celular y pretende hacerme creer que quiere
verme bien cuando ni siquiera me conoce. De todas formas yo le sigo el juego manteniéndome en mi
postura y riéndome de su ingenuidad y su ego siempre tan presente. No puedo más que hacerme la tonta,
y dentro de ese rol sé que no puedo confiar en ¨ Jonás. Si no puedo confiar en Franco, mucho menos
podría confiar en su alter-ego.
Todo esto es un absurdo. Las relaciones lo son. Por eso odio relacionarme con la gente. De hecho ayer le
pregunté vía net durante la madrugada a Juan, si él me hablaba o me enviaba mensajes porque me
percibía como una persona frágil y solitaria, y tuvo la brutalidad que lo caracteriza para decirme que ¨ si ¨.
Le dije que no era necesario, que yo elegía estar sola y que no necesitaba todo aquello para sentirme bien.
Por un instante dudé en contarle que tengo un mundo interno inmensamente más complejo y maravilloso
de lo que en algún momento él podría imaginarse. Luego me advertí mi actitud soberbia, y casi sin decirle
¨ adiós ¨ cerré la notebook.
Los párpados ya me pesaban, los 5 mg de clonazepan se asomaban por entre mis temblorosas piernas, fue
por eso que caí rendida en mi cama hasta que me despertó un mensaje de ¨ Jonás ¨ contándome que había
llegado tarde al trabajo y que le encantaba charlar conmigo, que yo no era una obligación para él. Solo le
contesté porque pienso seguirle el juego que parece proponerme con todo éste delirio. Porque como dicen
por ahí ¨cuando el zorro escucha chillar a la libre no corre para salvarla ¨. Será porque conozco muy bien
a Franco. Sé muy bien que disfruta haciéndome sentir mal, y sé, también, que a veces no siquiera puede
darse cuenta. Ésta utilizando todo lo que alguna vez le conté sobre mis padecimientos mentales para hacer
la tesis de su licenciatura en psicología. Una vez más pretende convertirme en su sirviente intelectual. Me
pregunto si pensará que con todo esto pasaré el ¨ examen ¨ que se supone que ideó para mejorar mi estado
anímico o si en verdad le daré una gran sorpresa a través de mi literatura y quien terminará reprobando el
¨ examen¨ será él. Porque recuerdo que en el bar, cuando nos conocimos, me dijo que estaba tratando de
terminar su ¨tesis ¨. ¿Acaso fue mi texto lo que motivó el enojo de Franco cuando interpretó el papel de
Manuel? Aquél fragmento de palabras que contaban nuestra historia, y en la cual yo lo describía como un
¨ salvador de almas fallidas, frío e inexpresivo ¨. Presiento que se sintió tan inseguro de sí mismo, que
probablemente pensó que su ¨ tesis¨ estaba en la cuerda floja, y que, quizá su fallida vanidad concluyera
ahorcándolo.
No lo sé. Solo sé que todo es una gran y maldita farsa.
Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 40
Sé que Franco a través de ¨ Jonás¨, esa superconsciencia que inventó, intenta generar una reacción a
través de nuestras charlas por internet. Al final el maldito y ¨ casi ¨ licenciado en psicología parece tener
una especie de frustración profesional. Quizá Franco quiera a través del delirio creativo, ser “el cineasta
de mi novela “.Porque de alguna manera se las está ingeniando para ser quien direcciona mis fantasías.
Parece haberlo logrado y desde mi ego enmudecido y cargado de ambigüedades, que él mismo se ingenió
por generar, debo decir que perdí esta jugada: acá estoy escribiendo sobre él, nuevamente. Hacía un par
de días que no escribía, que realmente no me sentaba a escribir y sé que con el whisky adherido a la
conversación que tuvimos ayer en la noche, en la cual gracias a sus consejos o su simple escucha, me
dispersó algunas dudas y gracias a eso pude hoy salir al mundo con una realidad impregnada en la piel en
la cual el universo entero encajaba dentro de mi cuerpo y se disolvía naturalmente brindándome la
confianza para armarme un futuro inmediato, un plan que hoy tengo para mi vida que ya no tiene
fantasmas cargados de energía negativa, de miedos inconclusos debido a mi maldita ansiedad. Dentro de
las tantas horas en las que acumulamos palabras a veces mal formuladas, otras tantas veces llenas de
malentendidos debido a mí ya tan marcada paranoia y a su ego, que al inversa que el mío, denota una gran
necesidad de controlarlo todo. Intenta buscar en mí, a través de la provocación, el elemento perfecto para
encajar dentro de una teoría subjetiva. Más allá de toda la porquería mezquina que puede existir entre los
dos, yo me aparte unos instantes de mi misma con un poco de ayuda tóxica. El alcohol ahuecaba el sonido
de las palabras y los cigarrillos se convertían en un aliado para darle a mis labios la participación que
requiere una verdadera conversación. Le confesé a Franco…o a “Jonás”, que necesito sentir cada frase,
casa palabra. . Le conté, también, que cuando salgo a la calle no puedo dejar de pensar en cada detalle,
cada gesto, cada parte de “la superficie de todo “. Porque sé que esa es la forma que mi mente automatiza
para nutrir a un personaje .Sin poder evitarlo no hago otra cosa que pensar en ello todos los malditos días
de mi vida. Porque si tengo que ser sincera: es a través de mis sensaciones que la historia termina
revelándose por completo. Todo esto no significa otra cosa que ¨ dejar al desnudo mi complejidad
mental. Soy consciente de que Franco se hace pasar por Jonás con el único objetivo de estudiarme,
analizarme, controlar mis actos.
Más allá de todo aquello, y de la iluminación que provocó en mí algunas sensaciones necesarias para
escribir, sé que todo es un gran plan. Y me siento abatida en la guerra imaginaria en la cual me rehúso a
que un completo extraño con aires de superioridad pretenda direccionar mi novela.
Ayer luego de tanto parloteo le avisé que no hablaríamos más de mis problemas existenciales porque
quería saber sobre más sobre él y su vida. Con esa declaración traté de seguirle el juego en el cual me
distraigo por unos instantes de que estoy con Franco. Porque por momentos, no puedo dejar de pensar
que mi necesidad de estabilidad se debe a la reacción de los movimientos bienintencionados de Franco.
Todo esto, también era una necesidad creativa con la que él mismo lucraba porque yo intentase
desarrollar. Puedo verlo todo tan claramente que me asusta saberme dentro de este gran y perverso enredo
mental. Es evidente que, dos meses después de la ruptura con su ex novia, vuelve buscando mi cariño
encubriéndose bajo el título de un licenciado en psicología que pretende ayudarme.
Franco, Jonás y yo somos personas diferentes. Entre los tres conformamos el esquema mental perfecto
para la explosión de éste caótico mundo interno que nos contempla. Estamos desfragmentados.
Separados. Cada parte de mi mente se distancia lentamente, dándole lugar, entonces, al nacimiento de
aquello que está por venir: el amor mí misma. Quizá sea fundamental dejar de esconder en la
desconfianza de éste juego y sólo dejarme fluir a todos lados con amor. Tal vez ya no quede más odio por
demostrarles a Franco y a Jonás, incluso si todo esto fuera un maldito e insignificante invento desde el
comienzo.
Mi vida es un maldito chiste-Capítulo 41

Extraño a Franco. ¡Sí!, extraño bailar como una loca que soy sobre la alfombra de mi casa y soñar con él.
Extraño el silencio de nuestra intimidad y esa inevitable situación en la cual cada noche se volvía más
evidente evidente que de sus labios nunca saldrían una respuesta sin que antes no hubiese pasado por el
filtro de mis pensamientos. Porque descubrí que conocí a un chico llamado Franco en un momento
tormentoso de mi vida, y justamente por eso ubiqué su imagen dentro de la conciencia fragmentada de mi
mente que pedía a gritos control. Fue por eso que Franco representa mi “super yo”. Esa estructura
psíquica que me mantiene a salvo de mis actitudes autodestructivas. Y es indispensable que en ésta parte
de la historia Franco, mi conexión con la realidad más honesta, sea una persona que reivindique otros
valores en mí. Ayer me di cuenta de que Jonás existe. Quizá exista en el mundo real, pero desde el plano
mental que estoy buscando ¨ Jonás ¨ no es realmente Franco. Porque Franco existe en la realidad y en la
fantasía. En la realidad auténtica de las horas transcurridas que compartimos en aquél viaje, meses atrás, y
en la ficción que yo misma me encargué de imaginar. Porque Franco es universal en mi mente, más allá
de que a veces lo odie y pueda hacerme tanto mal.
Pero ¡no!, es hora de que Franco se reivindique, de que saque a relucir su mejor cara. La verdad absoluta,
esa tranquilidad en forma de soledad que le sienta tan bien.
Porque me harté de Jonás, de sus conceptos sobre la amistad y ese mundo que tanto rechazo a la hora de
establecer prioridades. Sé que, en algún momento pude llegar a tener esa visión sobre lo que debía ser la
vida para mí.
Fue ayer cuando sentí por primera vez un hastío absoluto mientras conversábamos por chat con Jonás. Me
mostraba fotos y desarrollaba sus ideas sobre la amistad, la familia y como para él era tan importante
mantener esa relación al extremo estrecha entre sus amigos, quienes ya están casados y la mayoría con
hijos.
Jonás vive en Buenos Aires y quiere volver al sur de la Argentina porque extraña a sus amigos. Situación
que está a kilómetros de distancia de lo que estoy viviendo en ésta etapa de mi vida. Lo dejaría todo y
cambiaría sin pruritos la comodidad de la dependencia emocional por la placentera sensación del
anonimato. Lo arriesgaría todo: la distancia a través de una amistad verdadera, la familia, mi propio
hogar. Quizá la vida no me pasa por ahí. Estoy buscando gente con la cual compartir ideas, hábitos… “
Eso es lo fundamental. “
Si Jonás no estuviese hablándome tanto con el fin de en algún momento despertarse a un lado de mi
cama, todo esto tendría más sentido y me alegraría saber que gané, quizá, un buen compañero cibernético
con quien hacer catarsis. Pero lamentablemente empezamos equívocamente en ese punto. No creo que
haya vuelta atrás, al menos desde mi desmotivación por devolver llamadas, mensajes y conectarme cada
noche a hablar por la net. Nuestras diferencias no se complementan.
Yo sólo puedo pensar en Franco. En aquél chico real que luego transformé en una simbología de
conciencia. Quizá, desde la empatía, nuestras similitudes me llevaron a una especie de encantamiento.
Una simple proyección.
Cuando nos conocimos Franco no estaba en el momento más maduro de su vida. Lo sé porque me lo dijo
cuando volvíamos de aquella tarde en la playa junto al lago. Arrastrando los pies sobre la humedad de la
tierra con mi ferviente deseo de evitar encontrarnos con el asfalto de la ruta. Recuerdo sus palabras
cuando se revelo ante sí mismo sobre esa frase que por alguna razón quedo impregnada en mi mente:
“Necesito viajar solo, tal vez perderme para encontrar lo que aún no aparece en mí… Necesito vivir una
vida así…Aunque sea por un tiempo”.
Pero hoy es diferente, lo sé porque escucho la voz de Franco en el aire susurrándome ¨ que es el
momento, que ahora todo va a salir bien, que sólo tengo que ser un poco indulgente con el pasado y
amigarme conmigo misma. No podría darle una respuesta inmediata, pero lo que sí sé es que extraño su
ausencia, su presencia y aquellas noches de alcohol en la intimidad de mi inconsciente que no cesaba de
imaginarlo observándome.
Necesito comunicarme con Franco desde la honestidad. Necesitamos volver a ese punto de interferencia
para volver a comenzar. Para lograr un final un poco más amable que éste.

Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 42


Sigo agobiada por la pérdida de un sueño. El sueño de que Franco, ese chico de ojos dulces, me lo
observara, por primera vez hacer lo que tanto había estado deseando desde pequeña: ser
actriz. Convertirme en la productora de mis propias obras. Dirigir mis propios diálogos sin limitarme
desde la represión de un “super yo” sobrestimado. Porque, como la persona creativa que considero ser, sé
que puedo hacer cualquier cosa que me proponga.
Pero el destino de la historicidad de mi baja autoestima me jugó una mala pasada. Confié en las personas
equivocadas, una vez más….Y mi ilusión se destruyó por completo.

Desde el año pasado que concreté, desde la visión a futuro, en convertirme en una productora de obras
teatrales. Escribir guiones….Ser yo misma sin el prurito de lo que la sociedad pudiese opinar sobre mi
manera de pensar…. Pero evidentemente el ego que existe y existirá por siempre en el ámbito de las artes
escénicas, asfixió mi humildad como escritora. Esa experiencia de estar siempre “detrás de escena”.
¿Reamente es imprescindible explorar la vivencia actoral para cumplir mi sueño? La puesta en escena de
todos esos textos….. Mi objetiva observación de cada movimiento, secuencia.

Aun así, reposo mis ganas ocultas impregnadas de rabia, rencor….Desconsuelo.

Sujeto un cuchillo en mis manos. Estoy despierta en la oscuridad de un silencio que por momentos parece
enceguecedor. Impulsivamente pienso en escribir. Quizás hablar conmigo misma y establecer un diálogo
subjetivo con mi inconsciente.

Pero, si tendría que ser sincera, confesaría la reciprocidad de éstos sentimientos que me transportan hacia
un dolor que parece ser sólo la realidad de un momento. Me paralizo ante el sufrimiento, pero a la vez,
descubro su luminosidad que, de algún modo, me tranquiliza.

Debo, también, destruir ´ésta ambigüedad que me acecha, afirmando con total convicción: no soy
partidaria de los finales felices.
Es en ese instante impredecible de mi inconsciencia. Ese maldito momento, en donde la conciencia
fragmentada, cuando Franco, que se aleja de mi psiquis, dejándome ser…; veo mi muñeca transpirando
sangre. El cuchillo limpio para emprender un nuevo despertar.

Me sonrió cortésmente, y converso con mi mente. Pienso en las proyecciones de todas esas personas con
las cuales compartí un escenario….Un proyecto. Reflexiono sobre mi rechazo ante esos seres indulgentes
por la aprobación ajena. Me reencuentro en aquél reflejo. Luego caigo en la cuenta, de que, a pesar de ser
una persona mental y pensante; eso no cambia absolutamente el destino de las cosas. Entonces cierro los
ojos, sintiendo cada gota de sangre resbalándose sobre mi antebrazo. Como si fueran esas lágrimas que no
me fueron permitidas exponer….

Cierro los ojos. Lentamente apretó los dientes esperando sentir algo más que resignación…

Mi vida es un maldito chiste- Capítulo 44


Sí, es verdad, aún no puedo identificar, al menos en éste momento, qué es lo que me aterra más; incluso
considerando que la palabra ¨ aterrar¨ ya habla lo suficiente como para explayarme en profundidad sobre
mis sensaciones. Quizá si pueda sentarme a reflexionar sobre mis obsesiones, mis angustias, mi eterna
ansiedad y la soledad. Sí, la soledad. Creo que la soledad tiene un nombre, al menos en mi caso; yo le
puse Franco y Franco existe aunque probablemente ni siquiera tenga en cuenta todo aquello. Sé que ahora
para él soy sólo una conquista; una conquista doblemente encerrada sobre un ego desmedido pero
fortuitamente bien predispuesto a llegar a sus objetivos finales: hacerse el amor a sí mismo como nunca
nadie lo hizo por él de esa forma. Con todo esto quiero decir que Franco, hoy por hoy, disfrazado de ¨Juan
¨ , intenta realizar una nueva técnica terapéutica para entonces finalizar su tesis; y tal vez, sólo tal vez,
hacerme suya en todos los sentidos que incluso trasgreden la obscenidad del secreto profesional y todas
esas cuestiones. Creo que se refugia (por momentos), en saberse un ¨ simple estudiante ¨, y entonces
poder tener orgasmos y decirme cosas a través del teléfono cuando por las noches tenemos esas charlas
extensas hasta la madrugada. Porque algo sucedió en el medio. Algo concreto que probablemente haya
sido su elocuente manera de encarar mis miedos, mis paranoias, y entonces meterse dentro de mi vagina
y convertiste en algo más que un ¨ acompañante terapéutico ¨; porque no tengo porque negarlo más: todo
esto ocurrió porque debía ocurrir, y Mariela, aquella tarde en un café, mientras me contaba lo
entusiasmada que estaba por irse de viaje con su novio a Brasil, también desborda sobre sus palabras una
necesidad de afecto que se complementaban de manera perfecta con sus ojos brillosos y llenos de
esperanza, porque ambas sabemos que Ariel no la quiere, o quizá no de la forma en la que a ella le
gustaría . Fue esa misma tarde lluviosa, cuando le conté que había renunciado a mi trabajo, que quizá
también dejaría en vilo aquél plan de dedicarme a algo más superficial, menos complejo y entonces poder
darle de esa manera un respiro a mi mente. Estaba confundida. Estuve confundida y aunque me sentí
terriblemente frágil por momentos, siempre supe que aquello sedería…Se fundiría en el mar.
Conjugándose con la sal y la espuma de una cerveza bien fría, el dolor terminaría por apaciguar cualquier
duda. Incluso todos éstas certezas que están tan escondidas adentro mío y que tanto miedo genera dejar
aflorarlas. ¿Por qué? Tan sólo miedo, es común, nada patológico y le sucede a la mayoría de las personas
últimamente. La gente tiene miedo. Tenemos miedo; y aunque no me quiero poner filosófica al respecto,
voy a acudir a la practicidad de los hechos ocurridos hasta éste último momento.
Al parecer le hice caso a Mariela cuando le conté sobre Juan (obviamente, evitando todo lo que yo sé de
Franco y ella ignora por completo). Le dije que había conocido a un flaco por la net un domingo aburrido
y frustrante, y que habíamos entablado una relación muy empática desde todo punto. Y por supuesto y
para no faltar a la costumbre, le pregunté:
- Marie, ¿te parece que le siga la corriente a ¨ éste tal Juan “? Te pregunto porque me parece al extremo
confianzudo. Desde que intercambiamos celulares no para de enviarme mensajes todas las mañanas
deseándome: Buenos días….¨ - y pensando en Franco y en su astuta manera de abordarme
terapéuticamente agregué- ¿No hará todo esto porque me percibió como una mina solitaria y confusa? - ,
a lo que Mariela, con un gesto extremadamente irónico pero a la vez amistoso, cargado de complicidad,
me dijo:

-Valen, nadie hace nada sin un interés, pero está bien, a mí me pasaba con Ariel cuando él estaba lejos y
nos separaba la distancia. Pero, de todas formas es re lindo mantener un contacto con alguien, incluso si
ese alguien contradictoriamente no es nadie.-

Yo sonreí mirando el celular que estaba apoyado sobre la mesa de aquél café que nos protegía de la lluvia
y le pregunte, una vez más temerosa:

-¿Te parece? –

Y mientras ambas llamábamos a la moza para pedirle la cuenta, ella me miró y me dijo:
- Ya fue…no perdés nada…Y seguro será divertido-
Y no se equivocó. Sí, es divertido. Juan puede ser obsesivo, terriblemente siniestro y envuelto en una
oscuridad fantasmagórica que a veces hasta me asombra, pero no deja de ser malditamente divertido.
Después de todo él no sabe mi apellido ni nada que pueda comprometerme; exceptuando esas dos noches
de intensa charla en la cual sin decir explícitamente nada, ambos terminamos tocándonos y escuchando
nuestros gemidos por teléfono. Al principio me sentí extrañada de mí misma, y luego pensé: ¨
bueno…después de todo ésta es otra forma de conocerlo¨. Juan siempre estuvo haciendo alarde de su
caballerosidad y su respeto para con las mujeres a lo cual lo asociaba con el sexo. Siempre supe que todo
era mentira, sé que la mayor parte de lo que me dice es mentira, lo sé muy bien porque yo lo conozco, o
al menos conozco a Franco y a sus reiteradas relaciones casuales y cómo se maneja con las mismas. Y en
los momentos en los cuales considero la posibilidad de que no sea mentira es cuando me siento realmente
aterrada. Aterrada porque Juan entonces existe como un ente ajeno a Franco, y eso no significaría otra
cosa que: Franco sólo está observando como vuelvo a boicotear mi estado anímico estableciendo una
relación con un completo desconocido vía internet. Hasta puedo imaginar todo lo que está pensando sobre
mi perversidad y mis gustos extravagantes, en lo que al sexo respecta.
Sí, debo confesar que a diario lo pienso. Pienso como debe de pensar Franco y es entonces cuando tengo
unas largas discusiones con Juan porque de repente me vuelvo paranoica con esto o con aquello. Sólo me
tranquilizo cuando sé que tiene 34 años y que es casi un hombre, más allá de que muy internamente sé
que eso no me da la seguridad de nada. Si tengo que ser sincera me siento abrumada y totalmente
desconfiada de su estado de continua dependencia, lo cual es irónico porque es lo que siempre quise en un
hombre. No me refiero a esas relaciones agresivas en la cual la mujer, sino a otra forma de agresión o de
hábito simbiótico de amor.
A veces pienso que mi obsesión por Franco tiene mucho que ver con ésta necesidad de encontrar a
alguien que esté pendiente de mí, al igual que yo de él. Pero sin perder el silencio suficiente para llenar el
espacio con nuestras extravagancias. ¿Sería mucho pedir? De todas maneras le aclaré que no era mi
intención viajar a Buenos Aires a conocerlo ni que él viajara a mi ciudad en esos términos; principalmente
porque a veces su atención desmedida me provoca sospechar que quizá sea un psicópata en potencia con
instintos asesinos, o que esté lo suficientemente loco como para llenar su vacío emocional a través de
medios tecnológicos. No lo sé… ¿Estaré proyectando en Juan? …Me refiero… ¿Estaré con todo esto
hablando de mí?

Mi vida es un maldito chiste-Capítulo 45


¿A qué se debe tanto desconcierto? ¿Por qué será intensa la sensación de miedo y del despojo de la
soledad? Mi soledad. Mis amigos imaginarios. Franco, siempre tan silenciosamente siendo él mismo:
amándome y odiándome de las maneras más extrañas que se puedan imaginar. Ambos somos perversos y
estamos enjaulados como dos animales salvajes, y uno sin el otro no seríamos absolutamente nada ni
conquistaríamos a nadie en realidad. Aún no sé quién es el más fuerte de los dos, pero con seguridad sé
que sus certezas pueden ser profundamente hirientes .En éste momento no significa otra cosa que su
propia ausencia. Franco está ausente y la realidad me envuelve como si todo comenzara a tener sentido
para el resto pero está tan fuera del alcance que puedo sostener. Quizá no se deba a una mera necesidad de
voluntad, sino más explícitamente a la pulsión de vida que se comporta de manera desafiante para
recordarme que sólo tenemos que ser felices cada vez que podamos. Y a veces, sólo cuando es necesario:
ser estructuradamente falsos con nosotros mismos. Resignar toda una vida de libertad para ser quienes
odiamos ser.
Hoy retomo el eterno pesar de mi trabajo en la editorial que me aleja de cualquier tipo de esperanza por
ser feliz. Luego de unas merecidas vacaciones mentales debido a algún tipo de stress y una certificación
de licencia por “tratamiento psiquiátrico”, vuelvo a la escribir mi columna semanal en esa estúpida
revista. Una vez más la rutina…
La ausencia de Franco, y todas esas noches desveladas de charlas agobiantes, cibernéticas o por teléfono
con Juan. ¡Sí!, la Moral de Juan destruyó mis esperanzas de mantener una relación con Franco. Franco y
su estupidez masiva por querer salvar el mundo, prácticamente me asquea reconocerlo tal cual es, pero no
puedo evitar a amarlo. Tarde a temprano termino por amar a mis enemigos, porque sin ellos no podría ser
quien soy ahora. Amo ser quien soy más allá de que allá afuera todos estén esperando que dé un giro
inesperado y los haga felices con mi aparente estabilidad. Como si la felicidad prometiera ciertas cosas
que no podrían igualar la posibilidad de tener un pensamiento crítico y sufrirlo para vivir entonces la
diferencia. Toda esa gente que me dicen esas cosas no son felices ni desgraciadamente infelices, tan solo
están apáticos ante cualquier emoción fuerte; es por eso que deciden seguir sus vidas ordenadamente y
rechazar cualquier tipo de caos mental. Imagino que es debido a ello que Franco se parece tanto a Juan, y
por consecuencia, ambos se convierten progresivamente en mis enemigos.
Juan planea venir a mi ciudad a conocerme desde que comencé con mis estados de paranoia debido a la
evidente asfixia que me genera estar sin Franco. De alguna manera quiere conocerme, cogerme o
quitarme las tripas con un cuchillo y dejarme muerta sobre una bañera. Tal vez sólo quiera amarme o
pensarse dentro de esa situación…
Pero no me interesa la realidad, no me interesa la asfixia que me provoca Juan y su dependencia
emocional que tanto me devuelve en proyección a mi persona. Prefiero a Franco y su obsesión por
graduarse como especialista en la salud mental. De todas maneras, y en algún punto, ambos son
realmente detestables, aunque debo reconocer que la manera en la que pueden llegar a irritarme está
haciendo de mí una persona mucho más tolerante.
Prácticamente dejo que crean lo que quieren creer y no me someto ante ningún tipo de prueba más que a
las que yo misma me impongo para mejorar.

Mi vida es un maldito chiste-Capítulo 46

Vi los ojos de mi padre húmedos de lagrimear a escondiéndose, incluso de él mismo. También, y otras
muy pocas veces he visto esa luz resplandeciente que sin palabras me hace sentir conforme conmigo
misma y con todo lo que él me brindo éstos años. Soy tan afortunada que sería ilógico para los demás
saber que adentro mío guardo secretos oscuros y cargados de una lastimosa angustia. ¨ Angustia¨ : una
palabra recurrente últimamente; más allá de que sé que soy una persona con un millón de posibilidades
por desarrollar. Más allá de que tengo una familia y un padre maravilloso. Es por eso que decidí hacerlo
feliz, o al menos dejarlo tranquilo con mi supuesta felicidad. El otro día fui de visita a su casa y le conté
que había vuelto a mi trabajo en la editorial y que ya no me sentía tan deprimida como hacia un tiempo.
Pero mi sonrisa se desfiguró rápidamente. Al caer en la cuenta de que mis lágrimas brotaban
acompañadas de una incontinencia verbal, supe que ya nada volvería a ser lo mismo. Me odié a mí misma
por mostrarte infeliz ante su presencia. Eso no debe ni debió suceder nunca. Soy consciente de que tengo
que decir menos y hacer más para que él confié en que puedo, en que soy capaz de mejorar mi futuro.
Nada es real en mi vida. Todo se reduce a un creciente y maldito chiste que éstas personas están
haciéndome padecer de la manera más dolorosa y cruel que alguien pudiera experimentar. Las carcajadas
de la gente se multiplican posándose sobre mis espaldas como si fuese una obligación dejar conforme a
todo el universo. Es probable que esté proyectando toda mi vulnerabilidad, conjuntamente con mi destino
trágicamente fracasado.
Con Franco siempre sucede exactamente lo mismo, tiene ese tipo de cualidades que lo hacen único y de
las que lamentablemente no puedo huir. Porque lo necesito. Franco representa el desapego hacia mi
familia que de manera neurótica se convierte en un mecanismo de defensa en donde proyecto todo lo
que no puedo controlar y tanto me asusta: el abandono.
El hecho de que Juan sea real es lo suficientemente incómodo como para seguir intentando exponerme de
la manera compulsiva como lo estoy haciendo. Porque sé que me estoy fundiendo lentamente en el
peligro. Demasiados riesgos que se supone que la gente normal puede controlarlos con tranquilidad y sin
ningún tipo de obsesiones. Porque internalicé hace mucho tiempo todo aquello de que tengo una mente
insana producto de algún que otro trauma de la infancia. Tal vez mi madre me enseñó a que el abandono
es algo terriblemente doloroso, porque lo fue para ella y lo seguirá siendo para toda su vida. Quizá y,
también, por eso Franco es tan imprescindible. Aunque debo confesar que desde que Juan es real y está
tan pendiente de mí, comienzo a experimentar como Franco se disuelve lentamente. Todo eso significa
que el soberbio e hijo de puta de mi psiquiatra, quien tiene el tupé de caracterizarme como “hedonista”,
quizá tenga razón: necesito una pareja.
Según parece Juan es como yo nada más que no tiene miedo de mostrárselo al mundo entero y hacerse
pedazos cada vez que se enamora. Y todo eso porque no tiene a alguien como Franco a su lado.
Sólo ayer mientras nos masturbábamos frente a la cámara web, tuve miedo al imaginar que Franco nos
estuviera viendo. La simple posibilidad de pensar que si así hubiera sido no le hubiera importado, me
dolió. Porque yo no le importo una mierda. Sólo soy un billete que mi padre le enseña todos los meses
para que cuide de su patológica hija. Probablemente Franco hasta se las haya ingeniado para pedirle a un
amigo llamado Juan (quien está igual de desesperado por terminar su licenciatura en Psicología)
ayudándose mutuamente y experimentar a través de mi hipersexualidad hedonista, el verdadero sentido
de la fragilidad extrema que representa mi patología.
¡Sí!, sé que Juan existe y que es un invento de Franco, una de sus piezas dentro de éste proyecto: su tesis.
Mi vida es un maldito chiste-Capítulo 47
Franco o Juan a través de esa intencionalidad, de esa motivación de la necesidad de terminar su tesis, me
pregunta ¨ si me siento ansiosa por su visita a mi ciudad¨. Hoy a la mañana me envió un mensaje
diciéndome que quería verme. Que sólo faltaba un día y medio para concretarnos nuestro encuentro, pero
que quería verme. Repitió hasta el cansancio que estaba pensando en mí, que se había despertado
haciéndome el amor…; fue entonces cuando yo me pregunte: ¨ ¿cómo puede ser que alguien me haga el
amor y yo ni siquiera me dé por enterada? , incluyendo el dato de que estamos a 400 km de distancia. Es
absurdo.
Estoy muy preocupada porque Franco no aparece, y necesito que vuelva siendo como antes: tan real. Sé
que regresará. Sé que cuando vuelva nuestra relación va a ser magnífica como lo era antes. Sólo
necesitaba confiar en alguien…, ahora pude comprenderlo. Aún no concluye el proceso del
¨ armado de confianza¨, y necesito que Franco lo sepa. Acaso… ¿no le estoy dando yo mi propio parte
médico sin que él pronuncie ni una sola palabra? Es extraño... Todo parte de mi interior. Franco sale
desde mí, y Juan es real, y dentro de esa realidad no puedo sentirme ansiosa ni temerosa, porque yo sé lo
que puede llegar a suceder. Me refiero a que los límites de la realidad son un cúmulo de constantes
variables desde mi paranoia.
Lo único que tengo certero es que Juan es real; Franco se ocupó de eso. Franco se ocupó de que Juan
fuese real, lo trajo a mi realidad para observar como interactuábamos .Si, así es. De modo que dentro de
mi universo mental me gustaría comunicarle a Franco que yo en la realidad puedo ser una persona
normal, porque desde la lógica en mis fantasías pueden suceder un montón de cosas, que sólo yo manejo.
Lo escribo, lo palpo, lo beso… Lo amarro, lo estrujo, lo tiro y lo escupo. Tal vez sea mi inestabilidad
emocional la que encarga de mezclarlo con la realidad, y es justo ahí en donde ¨ Franco podría llegar a
ser Juan y Juan se convertiría en Franco”. Posiblemente es en esos momentos cuando todo se vuelve
intenso y doloroso.
Mi vida es un madito chiste- Capítulo 48
Todo se sintió tan malditamente horrible que no puedo entender porque me siento tan vacía. No sabía que
el vacío traería éste tipo de consecuencias macabras y que quizá tenía que ver con la tristeza de haber
hecho todo lo posible porque algo funcionara. ¡Sí!, Juan era una persona real, con nombre apellido y una
locura más extrema de la que en algún momento imaginé. Su locura siempre estuvo ahí, latente,
esperando por ser explayada. Yo siempre lo supe pero me dejé llevar por su desmedido entusiasmo, y por
eso mi paranoia; por eso esa” constante” en mi pensamiento en el cual asociaba continuamente a Juan con
Franco. Franco, mi consciencia. Quizá en alguno de esos arrebatos de miedos en los que me encerré en el
placar de mi habitación a tomar whisky y mezclar un montón de pastillas para aplacar las dudas que me
generaba todas aquellas palabras de Juan que pretendían una honestidad calculada por ganar mi
confianza. Las actitudes de Franco no eran más que avisos en los cuales pretendía trasmitirme a través de
su mirada de rechazo, mi comportamiento. La exposición que me llevaría al fracaso, o tal vez a un nuevo
aprendizaje. Porque Juan vino a mi ciudad, a conocerme. El primer día fue realmente hermoso, cargado
de risas y confianza. Incluso, y, a pesar del deseo sexual, me mantuve firme ante mis expectativas de
llegar a concretar una relación seria, haciéndome respetar mi cuerpo. Pero nada de eso fue suficiente.
Como dicen por ahí: “cuando uno no quiere, dos no pueden “, y ésta vez fui yo la que no quise. No quise
exponerme por eso nunca le dije mi apellido ni en donde vivía. Me encargué de buscarle un hotel lejos de
mi casa, más allá de su insistencia controladora. Nada funcionó como él quería. Nada funcionó como yo
quería. No somos ni seremos jamás compatibles. Juan es una persona controladora. A Juan le molestó que
me fuera a dormir a mi casa luego de haber cenado juntos y haber compartido varios tragos en algunos
bares. Justificó todo lo que no podía controlar con mis “supuestas” paranoias. Y todo se derrumbó a las 22
horas de su llegada a mi ciudad, cuando volvíamos en colectivo de caminar por la playa y se ofendió
porque le hice un chiste sobre su cansancio y los 9 años que nos distanciaban desde diferencia de edad.
Me agarró fuerte del brazo con una mano mientras que con la otra sostenía mi cara y me decía con una
cara que denotaba una furia descontrolada: “ubícate un poco nenita, sos una maleducada”. Me fui
corriendo. Saqué sus pertenencias (una cámara fotográfica, un atado de cigarrillos, la billetera y el
documento) y me fui lejos, me fui corriendo, me asusté. Me siguió hasta que me encontró caminando
sola. Nos sentamos en las escalinatas de la catedral de la plaza a tratar de apaciguar las cosas. Pero no
hubo disculpas de su parte, más allá de mi llanto, de mi angustia, sólo obtuve críticas sobre mi persona
que no se conjugaban en nada con respecto a todo lo que venía diciendo días anteriores. Los halagos
también huyeron lejos, simplemente ya no existían.
Me fui lejos y el volvió a donde pertenecía: siendo una simple ilusión fallida.

Mi vida es un maldito chiste-Capítulo 49

Un domingo más y todo ya pasó. Todo lo que sucedió quedó adentro mío como si se tratara de un nuevo
comienzo. Un nuevo amanecer entrevistándome sobre las sábanas desiertas de silencios abruptos que
inquietaban mi necesidad de un abrazo.
Pero algo me tenía contenta : Franco había vuelto de Buenos Aires. Me llamó avisándome que en los
próximos días estaría en mi departamento. Es lo menos que podía hacer luego de perder la cabeza con
todos mis delirios de persecución debido a que sus constantes rechazos. Aunque debo decir que durante
un tiempo me sirvió utilizar su nombre para hacer de él un personaje en mi novela. No creo que se
moleste por ello, después de todo fue él quien me enseñó a sublimar mi ira en todas esas sesiones de
terapia cuando aún yo era su paciente.
Franco, conectándome nuevamente con la realidad. Ahuyentando las infinitas ilusiones de seis meses
perdidos. Porque Franco volvió ansioso, esperando de mí una respuesta sobre mi fin de semana de
exposición ante un completo desconocido. Me hizo pensar…Quizá fue todo una locura. Tal vez Franco
tenía razón cuando me advirtió con sus mails que tanta paranoia me había estado causando. Pero ¿qué se
suponía que debía hacer, entonces, con su ausencia? ¿Acaso ni siquiera su imaginación le permitió ver
con detenimiento que todo lo que me sucedía tenía que ver con una necesidad de tenerlo a mi lado?
Nunca pudo verme más que como esa paciente de la cual se enamoró. Recuerdo que cuando renunció
como psicólogo y se puso un bar en Buenos Aires capital sentí como mi mente se revolucionava por
completo. Me derivó a otro especialista y dijo que todo lo sentíamos era una simple “proyección”. Una
ilusión.
Pero dentro de esa ilusión hay tanta realidad que rebalsa un mar de palabras no dichas para no arruinar lo
poco que me queda de él: su amistad, la complicidad del compañerismo que me permite que le preste
alojo en mi departamento mientras está trabajando acá en mi ciudad. Cuidando de su padre, cuidando de
sus amigos, cuidando de sus pacientes. Alejándose de una teoría inconclusa en la cual yo soy una mujer
estancada en un pasaje de la historia de mi vida en la cual quedé totalmente traumada y él sólo representa
ese amor enfermizo de manera proyectiva y desencontrada con la realidad. Porque eso es lo que piensa
Franco, sin darse cuenta de que estoy completamente enamorada de él.
Tal vez nunca se dejó amar de la forma en la que yo podría haberlo hecho si no hubiese elegido a su
novia. Esa vida tan íntegramente fraccionada de recuerdos que lo atan por completo a mantener una
relación que cree que es para él la indicada. Mientras yo aceptando nuestras diferencias y nuestras
similitudes, en secreto y a escondidas lo admiro incluso cuando se equivoca de manera tan obtusa y da
millones de vueltas para remediar todo lo que no tiene sentido. Con esa pulsión intensa de terquedad que
lo hace ver ante mis ojos como un completo idiota. Porque seis meses atrás cuando pasé de ser una simple
paciente a su amante, supe que era el amor de mi vida. Que mi cuerpo le pertenecería, más allá de que
tuviera una novia y un montón de amores en el camino esperando por él. Tal vez me lo merezco. Quizá en
algún rincón de mi mente, sus impulsos salvajes que lo hacen ser una persona experimentada en el caos
tanto como yo, me salva de tener que recordar que mi pasado es entonces desastroso. Eximiéndome de
convertirme en esa persona que rechazo. Por eso el amor y el odio con Franco, por eso hay tanta realidad
entre ambos. Una realidad nunca va ser vista como una “posibilidad” desde sus teorías tan firmemente
expuesta. Sólo yo sé cuanto lo amo, cuánto podría ser amado incluso siendo esa persona que detesto por
momentos.
Es probable que cuando llegó tocando la puerta de mi casa a las 3 a.m. y yo me encontraba abrazada a mi
botella de vino, con un montón de bolsas de basura en la cocina de mi casa llenas de una evidencia
incriminatoria que me harían ver como una alcohólica patética y depresiva; me sorprendí tanto. Me miró
sin ningún tipo de expresión en la cara a pesar de que su ansiedad se denotaba encubierta en sus manos
impacientes por sacar del bolsillo un cigarrillo. Sonreí al ver ese tic nervioso que tanto lo caracteriza. Esa
seriedad que se esfuerza por sostener como si se tratase de un personaje que tiene reservado para su
entorno afectivo. Porque es evidente que le cuesta no hacerse cargo de que no todo el tiempo debe estar
para todos nosotros prestándonos un servicio profesional como hace con algunos de sus pacientes. Lo
primero que hizo mientras pasaba y dejaba los bolsos en el sillón de mi casa, fue no dejar de mirarme
mientras yo también hacía lo mismo cerrando con llave la puerta , como queriendo asegurarme que
aunque sea por un tiempo no ser iría otra vez tan lejos. Me preguntó:

-¿Cómo te fue con Juan? – noté que trataba de no expresar ninguna emoción.

-Mal. Nos peleamos. El flaco es un obsesivo. Un denso.- dije omitiendo lo más importante.
- Lo lamento Valen- dijo con la misma cara inexpresiva de antes, y mientras me miraba sus labios
deslizaron una frase que nunca antes había escuchado:

- ¡Te extrañé!- ¿Sabías que te quiero?-agregó mientras acomodaba unas cosas de su bolso y con la otra
mano enseguida acercaba el vaso de vino a su boca.

Tal vez para enmudecer todo aquello que yo por primera vez escuchaba decir desde sus palabras siempre
tan de espontaneidad: “… te quiero”. Pero me hice la tonta, guardé el entusiasmo para otro momento,
quizá para rememorarlo a solas en mi cama y acariciar mi cuerpo imaginando que eran sus manos las que
me tocaban estando a unos metros de distancia que separaban una pared una habitación de la otra.

-Debés estar cansado- le dije mientras apagaba la computadora y agarraba un libro de la mesa con la
intención de irme a mi pieza- ¿Vamos a dormir?-

- La verdad que sí, estoy muerto, allá hay un quilombo jodido, el bar…, mi vieja, los chicos, Camila…,
estoy agotado.- y fue justo cuando terminó de decir su nombre, el nombre de ella, que se dejó caer en el
sillón. Luego de un silencio y de que su mirada encontrase algunas manchas de vino en la alfombra e
hiciera un gesto de asombro frunciendo el entrecejo, me miró y preguntó:

- ¿Tenés más vino o te lo tomaste todo borrachita? –

Me sonreí y mirando de reojo hacia la cocina y pensando que quizá no tenía por qué avergonzarme de
nada porque Franco me conocía más que nadie en el mundo. Incluso confiaba ciegamente en que si había
estado tomando de más era solo una manera de matar un recuerdo reciente: Juan. Distanciándome de
cualquier preocupación por el evidente desastre que era mi cabeza, mi casa, mi aspecto y todo a mí
alrededor, me quedé tranquila sabiendo que finalmente Franco había vuelto y con la transparencia que se
automatiza en mí cada vez que estoy con él, lo miré y le dije:

-Por supuesto que tengo nene, ¿qué te pensás, que no guardo munición pesada para éstos casos? – y
mientras escuchaba su risa que denotaba un gran alivio de volver al chiste morboso que era mi vida.
Porque eso nos permitía compartir los secretos más humillantes para luego enterrarlos en una botella de
whisky. Me dirigí a la pieza a buscar la botella y cuando volví al sillón había sacado los bolsos y lo había
dejado tirados en el suelo, junto a las manchas de vino de la noche anterior que me había quedado
dormida en la alfombra y en algún movimiento había derramado vino de el vaso que aún estaba bien
sujeto a mi mano cuando desperté. Entonces me acerqué con la botella en mis manos escondiéndola
detrás de mi espalda y él me dijo antes de que hiciera cualquier movimiento:

-Whisky, me tenés que deleitar con tu wisky de mala muerte, ¿no es así? –

Yo sonriente y encarando mis pasos nuevamente hacia mi habitación le dije:

- Ya entiendo, vas a la gran Capital y volvés con muchas pretensiones, ¡hubieses traído algo de tu bar
entonces…!-

Se rió y antes de que me fuera a la habitación hizo un gesto con la mano dándole palmadas al espacio que
sobraba en el sillón y me dijo:

-Vení tonta, tomemos juntos y quedémonos dormidos como si nada hubiera pasado.-

Me acerqué sorprendida, el corazón se me salía del pecho y me preguntaba que hubiera pasado si no
hubiera estado tan desinhibida a causa de la botella de vino que ya me había tomando antes de que Franco
volviera. Cuando me senté en el sillón le di el whisky mientras recordaba que faltaban los vasos y el
hielo. Me paré enseguida rumbo hacia la cocina, pero antes de que cruzara la puerta me dijo:

-¡¿Podés sentarte al lado mío de una vez y quedarte quieta?! –

Me senté y con la actitud que en general tengo cuando estamos él y yo, solos, aislados de nuestras vidas y
no pensando en las consecuencias de qué, cuándo, por qué ni dónde. Le saqué la botella de las manos. La
destapé lo más rápido que pude. Arrojé con fuerza la tapa hacia la puerta de entrada de mi casa y luego de
darle un gran sorbo lo miré y dije:

-¡Hasta que se termine entonces!-

Franco se sonrió. Agarró la botella de mis manos. Le dio otro gran sorbo. Me miró a los ojos y dijo algo
que no me había dicho desde que había entrado en mi departamento:
-¡Hola Valen! -

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