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Leonardo Boff
LA SANTÍSIMA TRINIDAD ES LA MEJOR COMUNIDAD
ÍNDICE
Advertencia.
ADVERTENCIA.
DETRÁS de todos los grandes problemas humanos hay siempre una cuestión
teológica. Hay siempre una exigencia de radicalidad, es decir, de un sentido
último, de una referencia definitiva. Cuando uno estudia estas cuestiones se hace
teólogo, independientemente de su inscripción religiosa o confesional, del uso que
hace o deja de hacer de la terminología técnica que ha creado la llamada
"teología". Hay una pregunta insoslayable: ¿Cuál es la estructura última del ser?
¿Qué se esconde detrás de lo que vemos, vivimos y sufrimos? ¿Qué podemos
esperar? ¿Habrá un último bienestar? ¿Quién nos acogerá?
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Por otro lado, hemos de reconocer que el espíritu de comunión —y por eso mismo
la raíz trinitaria de la Iglesia— se conservó y se vivió mejor en la vida religiosa y
en el cristianismo popular. En estos terrenos el poder es más participado y está
muy presente el sentido de fraternidad. Esta tiene que abrir cada vez más
espacios a la participación igualitaria de todos, sin discriminación alguna por
razones de sexo o de la función específica que uno ocupa en el conjunto eclesial.
Sólo entonces podrá ser verdad lo que dice el concilio Vaticano II: "De esta
manera la Iglesia toda aparece como el pueblo reunido en la unidad del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo" (Lumen gentium 4).
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Nuestras reflexiones intentan reforzar este proyecto social a partir del propio
terreno específico de la teología trinitaria. Queremos transformaciones en las
relaciones sociales, porque creemos en Dios. Trinidad de personas en eterna
interrelación e infinita perijóresis. Queremos una sociedad que sea más imagen y
semejanza de la Trinidad, que refleje mejor en la tierra la comunión trinitaria del
cielo y que nos facilite más el conocimiento del misterio de la comunión de los
divinos tres.
Este libro traduce en un lenguaje más asequible lo que expusimos con una
terminología técnica en La Trinidad, la sociedad v la liberación (1987).
Consideramos la concepción trinitaria de Dios tan revolucionaria para la sociedad,
la Iglesia y la autocomprensión de la persona, que nos disponemos a difundirla en
esta forma más popular y, según espero, más universalmente comprensible. Por
el hecho de que hemos de tratar con lo más importante y fascinante, hemos
tenido que trabar una lucha permanente con las palabras, para que fueran las
más adecuadas. Realmente, pierden consistencia cuando se las confronta con lo
Inefable de la comunión de las tres divinas Personas. Resultan como alusiones o
frágiles saetas que apuntan hacia el misterio siempre conocido y al mismo tiempo
siempre desconocido en todo el conocimiento. Pero estamos convencidos de que
apuntan en una dirección exacta.
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INTRODUCCIÓN:
La santísima Trinidad es nuestro programa de liberación.
¿Por qué nos ocupamos hoy de la santísima Trinidad? Creer en un solo Dios
constituye ya una gran dificultad. ¡Cuánto más creer en tres personas que son un
solo Dios! ¿Vale la pena creer en Dios? ¿Qué ganamos con ello? ¿Qué cambia
en nuestra existencia el hecho de decir con toda sinceridad: creo en Dios, creo en
el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, siempre juntos y en comunión de vida y
de amor?
Estamos convencidos de que vale la pena creer en Dios. Con ello queremos
expresar la convicción de que no es la muerte la que tiene la última palabra, sino
la vida; no es el absurdo el que gana la partida, sino el sentido pleno. Decir creo
en Dios significa: hay alguien que me rodea, que me abraza por todas partes y
que me ama; él me conoce en lo mejor de mí mismo, en el fondo del corazón, en
donde ni la persona amada puede penetrar; él conoce el secreto de todos los
misterios y la dirección de todos los caminos. No estoy solo en este universo
abierto con mis interrogantes, para los que nadie me da una respuesta
satisfactoria. Él está conmigo, existe para mí y yo existo para él y delante de él.
Creer en Dios quiere decir: existe una última ternura, un último seno, un útero
infinito, en el que puedo refugiarme y tener finalmente paz en la serenidad del
amor. Si esto es así, vale la pena creer en Dios. Esto nos hace ser más nosotros
mismos, potencia nuestra humanidad.
Pero no basta acoger la existencia de Dios. ¿Cómo vive Dios? ¿Cómo es? Aquí
es donde entra la santísima Trinidad. Creemos que Dios no es soledad, sino
comunión. El uno no es lo primero, sino el tres. Primero viene el tres. Luego,
debido a la relación íntima entre los tres, viene el uno como expresión de la
unidad de los tres. Creer en la Trinidad significa: en la raíz de todo lo que existe y
subsiste hay movimiento, hay un proceso de vida, de extroyección, de amor.
Creer en la Trinidad significa: la verdad está del lado de la comunión y no de la
exclusión; el consenso traduce mejor la verdad que la imposición; la participación
de muchos es mejor que el dictado de uno solo. Creer en la Trinidad implica
aceptar que todo se relaciona con todo, formando un gran todo; que la unidad
resulta de mil convergencias y no de un factor solamente.
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CAPÍTULO 1.
En el principio está la comunión de los tres, no la
soledad del uno.
Si Dios significa tres personas divinas en eterna comunión entre sí, entonces
hemos de concluir que también nosotros, sus hijos e hijas, estamos llamados a la
comunión. Somos imagen y semejanza de la Trinidad. En virtud de esto, somos
seres comunitarios. La soledad es el infierno. Nadie es una isla. Estamos
rodeados de personas, de cosas y de seres por todas partes. Por causa de la
santísima Trinidad, estamos invitados a mantener relaciones de comunión con
todos, dando y recibiendo, construyendo todos juntos una convivencia rica,
abierta, que respete las diferencias y beneficie a todos.
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mismo lago. Cada fuente corre en dirección a la otra; entrega toda su agua para
formar un solo lago. Es algo similar a tres focos de una misma lámpara, que
constituyen una sola luz.
¿Qué significa decir que Dios es comunión y por eso Trinidad? Sólo las personas
pueden estar en comunión. Implica que una esté en presencia de la otra, distinta
de la otra, pero abierta, en una reciprocidad radical. Para que haya verdadera
comunión, tiene que haber relaciones directas e inmediatas: ojo a ojo, rostro a
rostro, corazón a corazón. El resultado de la entrega mutua y de la comunión
recíproca es la comunidad. La comunidad resulta de relaciones personales, en las
que cada uno es aceptado como es, cada uno se abre al otro y da lo mejor de sí
mismo.
Pues bien, decir que Dios es comunión significa que los tres eternos, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, están vueltos unos a los otros. Cada persona divina sale de sí
misma y se entrega a las otras dos. Da la vida, el amor, la sabiduría, la bondad y
todo lo que es. Las personas son distintas (el Padre no es el Hijo ni el Espíritu
Santo, y así sucesivamente), no para estar separadas, sino para unirse y poder
entregarse unas a otras.
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"Se ha dicho, en forma bella y profunda, que nuestro Dios, en su misterio más
íntimo, no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo
paternidad, filiación y la esencia de la familia, que es el amor. Este amor, en la
familia divina, es el Espíritu Santo"(Juan Pablo II en Puebla, el 28 de enero
de 1979, hablando a la Asamblea del CELAM).
Hay muchas personas que se sienten intrigadas por el número tres de la Trinidad,
ya que afirmamos que Dios es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo; por tanto, tres
personas divinas. La dificultad se agiganta más aún cuando decimos: los tres son
uno, es decir, las tres personas son un solo Dios. ¿Qué matemáticas son ésas, en
las que tres es absurdamente igual a uno? En función de este tipo de raciocinio,
dejan de tener fe en la Trinidad y abandonan el núcleo mejor del cristianismo. Y
entonces dicen: lo más normal sería, entonces, admitir tres dioses o quedarse
simplemente con un solo Dios.
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Padre como Padre y nadie más; sólo existe el Hijo como Hijo y nadie más; sólo
existe el Espíritu Santo como Espíritu Santo y nadie más. Rigurosamente
hablando, no deberíamos decir "tres únicos", sino siempre: el único es único, tanto
el Padre, como el Hijo, como el Espíritu Santo. Pero para facilitar nuestra manera
de hablar, decimos con poca precisión: "tres únicos" o también "Trinidad".
Y es bueno que así sea, tres personas y un único amor, tres únicos y una sola
comunión.
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1. El totalitarismo político
Ha habido gente que decía en otros tiempos: Lo mismo que existe un solo Dios en
el cielo, tiene que existir también un solo jefe en la tierra. Así es como surgieron
los reyes, los líderes y los jefes políticos que dominaban ellos solos a sus
pueblos, alegando que imitaban a Dios en el cielo. Dios solo gobierna y dirige el
mundo, sin dar explicaciones a nadie. El totalitarismo político creó, por parte de
los líderes, la prepotencia, y por parte de los liderados, la sumisión. Los
dictadores pretenden saber ellos solos lo que es mejor para el pueblo. Quieren
ejercer ellos solos la libertad. Todos los demás deben acatar sus órdenes y
obedecer. La mayor parte de los países son herederos de una comprensión
semejante del poder. Se ha metido en la cabeza del pueblo. Por eso es difícil
aceptar la democracia, en la que todos ejercen la libertad y todos son hijos de
Dios.
2. El autoritarismo religioso
Están también los que dicen: Como hay un solo Dios y existe un solo Cristo, así
también debe existir una sola religión y un solo jefe religioso. Según esta
comprensión, la comunidad religiosa está organizada en torno a un solo centro de
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poder, que lo sabe todo, que habla de todo, que lo hace todo; los demás son
simples fieles, que han de adherirse a lo que el jefe determina. Los evangelios,
por ejemplo, no piensan así: está siempre la comunidad y, dentro de ella, los
coordinadores para animar a todos.
3. El paternalismo social
4. El machismo familiar
Si Dios es trinidad de personas, comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo, entonces el principio creador y sustentador de toda unidad en los
grupos, en la sociedad y en las Iglesias tiene que ser la comunión entre todos
los participantes, es decir, la convergencia amorosa y el consenso fraterno.
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El Padre, el Hijo y el Espíritu siempre están juntos: crean juntos, salvan juntos y
juntos nos introducen en su comunión de vida y de amor. En la santísima Trinidad
no se realiza nada sin la comunión de las tres personas. En la piedad de muchos
fieles hay una desintegración de la vivencia del Dios trino. Algunos sólo se
quedan con el Padre, otros sólo con el Hijo y, finalmente, otros sólo con el Espíritu
Santo. De esta manera surgen desviaciones en nuestro encuentro con Dios que
perjudican a la propia comunidad.
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sería de nosotros si ese Padre no nos diese a su Hijo para hacernos también
hijos? ¿Qué sería de nosotros si no hubiésemos recibido al Espíritu Santo,
enviado por el Padre a petición del Hijo para morar en nuestra interioridad y
completar nuestra salvación? ¡Vivamos la fe completa, en una experiencia
completa de la imagen completa de Dios como trinidad de personas!
Jesús nos reveló su secreto de Hijo y su relación íntima con el Padre en una
oración cargada de la alegría del Espíritu: "Yo te alabo, Padre, señor del cielo y de
la tierra... Nadie conoce al hijo sino el Padre; y nadie conoce al Padre sino el hijo
y aquel a quien el hijo se lo quiera manifestar" (Lc.10:21-22). Así también nosotros
nos acercamos a la santísima Trinidad por la oración, por la adoración y por la
acción de gracias.
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causan un enorme asombro y una íntima alegría. Esta alegría es mayor cuando
nos sentimos invitados a la participación.
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Y podemos profundizar durante toda la eternidad sin llegar jamás al fin. Subimos
de un peldaño de conocimientos a otro peldaño, abriendo cada vez más los
horizontes sobre lo infinito de la vida divina, sin vislumbrar nunca un límite. Dios
es así vida, amor, sobreabundancia de comunicación, en la que nosotros mismos
quedamos sumergidos. Esta visión del misterio no provoca angustia, sino
expansión del corazón. La santísima Trinidad es misterio ahora y lo será por toda
la eternidad. Nosotros lo conoceremos cada vez más, sin agotar nunca nuestra
voluntad de conocer y de alegrarnos con el conocimiento que vamos adquiriendo
progresivamente. Conocemos para cantar, cantamos para amar, amamos para
estar juntos en comunión con las divinas personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
"Dios puede ser aquello que no podernos entender" (san Hilario). "¡Qué
profundidad de riqueza, de sabiduría y de ciencia la de Dios! ¡Qué
incomprensibles son sus decisiones y qué irrastreables sus caminos.!.. De él y
por él y para él son todas las cosas. A él la gloria por los siglos de los siglos.
Amén" (epístola a los Romanos 11:33, 36).
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¿Cómo se reveló la santísima Trinidad? Hay dos caminos que debemos seguir.
En primer lugar, la santísima Trinidad se reveló en la vida de las personas, en las
religiones, en la historia y, luego, en la vida, pasión, muerte y resurrección de
Jesús, y en la manifestación del Espíritu Santo en las comunidades de la primitiva
Iglesia y en el proceso histórico hasta los días de hoy. Aun cuando los hombres y
las mujeres no supieran nada de la santísima Trinidad, el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo habitaban desde siempre en la vida de las personas. Siempre que
las personas seguían las llamadas de sus conciencias; siempre que obedecían
más a la luz que a las ilusiones de la carne; siempre que realizaban la justicia y el
amor en las relaciones humanas, estaba presente la santísima Trinidad. Porque
Dios trino no se encuentra fuera de esos valores a que aludíamos. San Ireneo
(murió por el año 200) dijo acertadamente: "El Hijo y el Espíritu Santo constituyen
las dos manos por las cuales nos toca el Padre, nos abraza y nos moldea cada
vez más a su imagen y semejanza. El Hijo y el Espíritu Santo han sido enviados al
mundo para morar entre nosotros e insertarnos en la comunión trinitaria ".
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CAPÍTULO 2.
El proceso de revelación de la santísima Trinidad.
Los estudiosos piensan que esta fórmula es tardía, ya que recoge la experiencia
bautismal de la comunidad primitiva en el tiempo en que se escribió el evangelio
de san Mateo, por el año 85. Aquella comunidad había meditado mucho en la vida
y en las palabras de Jesús. A partir de allí comprendió que Jesús nos había
revelado de hecho quién es Dios, es decir, la santísima Trinidad, y que en nombre
de ese Dios trino tenían que ser bautizados los creyentes. Jesús está en el origen
de esta fórmula eclesial.
Vamos a considerar cómo nos reveló Jesús las tres personas divinas.
Comencemos por el nombre del Padre. Sabemos que Jesús siempre llamó a Dios
Abba, que quiere decir "papá". Si uno llama a Dios Padre es porque se siente hijo.
Este Padre es de infinita bondad y misericordia. Jesús mantuvo en sus largas
oraciones una profunda intimidad con él. Si se muestra misericordioso con los
pecadores es porque está imitando al Padre celestial, que es fundamentalmente
misericordioso y ama a los ingratos y malos (Lc.6:35).
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el Padre del Hijo eterno, que se encarnó y se llamó Jesucristo. Él nos revela al
Padre porque dijo: "El que me ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn.14:9).
El Padre es Padre, no ante todo por ser creador. Antes de la creación ya era
Padre, porque eternamente era el Padre del Hijo. En el Hijo él nos imaginó
como hijos e hijas suyos y, por tanto, como hermanos y hermanas del Hijo.
Desde siempre estábamos en el corazón del Padre. Allí están nuestras
raíces.
En tercer lugar, el mismo cielo dio testimonio en favor de Jesús, el Hijo de Dios.
No sabemos si el relato bíblico se refiere a un acontecimiento concreto o se trata
de expresar, por esta forma literaria, la experiencia íntima de Jesús, comunicada
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El Espíritu Santo es la segunda mano por la que el Padre nos alcanza y nos
abraza. El Padre y el Hijo enviaron al mundo al Espíritu Santo. Ya antes el
Espíritu actuaba desde siempre en la tierra: fomentando la vida, animando el
coraje de los profetas, inspirando sabiduría para las acciones humanas. Su mayor
obra fue venir sobre María y formar en su seno la santa humanidad del Hijo
encarnado en Jesús; bajó sobre Jesús con ocasión del bautismo de Juan; en la
fuerza del Espíritu, Cristo hace portentos para liberar al hombre de sus miserias.
El mismo Jesús dijo: "Si echo los demonios con el Espíritu de Dios, es señal de
que ha llegado a vosotros el reino de Dios" (Mt.12:28). Después de la ascensión
de Jesús a los cielos, es el Espíritu el que profundiza y difunde el mensaje de
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Cristo. Él nos hace acoger con fe y con amor a la persona del Hijo y nos enseña a
rezar: ¡Abba, Padre nuestro!
El segundo lugar es Jesucristo. Jesús estaba lleno del Espíritu. Por eso era el
hombre nuevo, totalmente libre y liberado de todas las ataduras históricas. En la
fuerza del Espíritu lanza su programa mesiánico de total liberación (Lc.4:18-21).
El Espíritu y Cristo siempre estarán juntos para conducir de nuevo a la creación al
seno de la santísima Trinidad.
Estas son las señales de la presencia del Espíritu: cuando hay entusiasmo en
el trabajo de la comunidad, cuando hay coraje para inventar caminos nuevos
para nuevos problemas, cuando hay resistencia contra todo género de
opresión, cuando hay voluntad de liberación empezando por la justicia de los
pobres, cuando hay hambre y sed de Dios y unción en el corazón.
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Habría otros textos que podrían ser leídos sin mayores explicaciones, como en la
epístola de Tito 3:4-6, en la primera de Pedro 1:2, en la epístola de Judas 20-21,
en el Apocalipsis 1:4-5 y en otros más.
Más importante que la conciencia del bien es hacer el bien. Más importante
que saber cómo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios es vivir la
comunión, que es la esencia de la Trinidad.
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sabiduría. Ella es el Dios presente entre los hombres, que abre caminos donde
hay dudas, que enciende la luz en medio de la búsqueda de los hombres. Ella es
Dios, pero posee una relativa autonomía respecto al mismo Dios. En segundo
lugar, se personifica la palabra de Dios. Por la palabra, Dios está en medio de la
comunidad; por medio de ella él comunica su voluntad, juzga la historia, salva y
promete al futuro liberador. Esta palabra es Dios, pero al mismo tiempo mantiene
una relativa independencia de él, lo cual demuestra que en Dios hay unidad y
diversidad. Finalmente, se personifica también a la fuerza de Dios: es el Espíritu
de sabiduría, de discernimiento, de coraje, de santidad. Esta fuerza de Dios se
manifiesta en la creación, en la historia, en la vida de las personas,
particularmente en los justos y en los profetas. El Nuevo Testamento vio en estas
manifestaciones la presencia del Espíritu Santo, tercera persona de la santísima
Trinidad.
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CAPÍTULO 3.
La razón humana y la santísima Trinidad.
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eso es igualmente Dios, cómo y con el Padre. Luego se llegó a la idea clara de
que también el Espíritu es igualmente Dios cómo y con el Padre y el Hijo.
Solamente el año 381, en el concilio de Constantinopla, se definió con todas las
palabras que Dios es tres personas en la unidad de una misma naturaleza de
amor y de comunión.
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Los modernos prefieren partir de las relaciones entre las tres divinas personas.
Parten decididamente de la novedad cristiana. Dios es, desde el principio, Padre,
Hijo y Espíritu Santo. Pero las tres personas están de tal manera interpenetradas
unas en las otras, mantienen entre sí un lazo de amor tan íntimo y tan fuerte, que
son un solo Dios. Son tres amantes de un solo amor o son tres sujetos de una
única comunión.
Cada una de estas visiones tiene sus ventajas. En un mundo donde se tiende a
venerar muchos dioses y fetiches es aconsejable partir de la unidad de la
naturaleza divina. En una realidad en donde se acentúa demasiado la unicidad y
lo absoluto de Dios y la concentración del poder político y religioso es conveniente
partir de la trinidad de personas en comunión. En una sociedad de egoísmo, en
donde no hay comunión suficiente para humanizar las relaciones ni se respetan
las diferencias, está indicado partir de las relaciones iguales, amorosas y unitivas
entre las tres personas. Entonces aparece con claridad que la santísima Trinidad
es la mejor comunidad y que es el programa de liberación de los cristianos.
A los filósofos les agrada ver en Dios al absoluto. Este lenguaje tiene un
inconveniente: establece siempre un dualismo fundamental entre lo absoluto y
lo relativo, entre la eternidad y el tiempo, entre Dios y el mundo. Los cristianos
preferimos hablar de la comunión de las divinas personas, que es siempre
inclusiva, ya que engloba también a la humanidad, al mundo y al tiempo.
Naturaleza divina una y única: Para señalar lo que une en la Trinidad y hace que
las personas sean un solo Dios, la Iglesia utilizó la palabra naturaleza (sustancia o
esencia). La naturaleza es la esencia de Dios en su aspecto dinámico; por tanto,
es aquello que constituye a Dios como Dios, distinto de cualquier otro ser posible.
Esta naturaleza es numéricamente una y se encuentra presente en el Padre, en el
Hijo y en el Espíritu Santo.
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Procesiones designa la manera y el orden según los cuales una persona procede
(de ahí "procesiones") de la otra. Existen dos procesiones: la generación del Hijo y
la espiración del Espíritu Santo. Se dice que el Padre se conoce a sí mismo
absolutamente: esta operación es tan absoluta en el Padre que engendra al Hijo.
El Padre no causa al Hijo, sino que le comunica totalmente su propio ser. El Padre
y el Hijo se contemplan y se aman. Este amor hace que los dos espiren al Espíritu
Santo, como expresión de amor del Padre y del Hijo.
Relaciones son las conexiones que existen entre las tres divinas personas. El
Padre en relación con el Hijo posee la paternidad; el Hijo en relación con el Padre
posee la filiación; el Padre y el Hijo en relación con el Espíritu Santo poseen la
espiración activa; el Espíritu Santo en relación con el Padre y el Hijo posee la
espiración pasiva. Las relaciones permiten distinguir a una persona de la otra.
Pero las personas se distinguen también por su propia personalidad.
No se nos han revelado las palabras, sino las personas: el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo. Las palabras solamente valen cuando nos recuerdan y nos
llevan a las personas divinas. Por eso es preciso usarlas con unción y con
amor. De lo contrario, somos como camellos que se quedan ciegos antes de
llegar al oasis de aguas abundantes.
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Está, finalmente, el triteísmo. Algunos cristianos decían: Sí, existen tres personas
divinas. Pero son tres dioses distintos, separados unos de otros. Esta doctrina fue
rechazada. ¿Cómo puede haber tres infinitos?, ¿tres absolutos?, ¿tres eternos?
Las tres personas están eternamente relacionadas y en comunión entre sí, hasta
el punto de ser un único Dios-amor-y-vida.
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CAPÍTULO 4.
La imaginación humana y la Santísima Trinidad.
También es muy conocido el icono del ruso Rublev (por el 1410). Presenta a las
tres personas divinas bajo la forma de los tres ángeles que se aparecieron a
Abrahán en Mambré (Gn.18:1-5) y que luego desparecieron, dejando la impresión
clara de una visita del mismo Dios. Los tres están sentados alrededor de una
mesa, sobre la cual está la eucaristía. Son todos ellos iguales y al mismo tiempo
distintos. Se miran entre sí con respeto y en profunda comunión de amor. La
eucaristía significa la presencia de Cristo y, junto a él, la del Espíritu, que fue
enviado por el Padre; es decir, la presencia de toda la santísima Trinidad morando
con nosotros en la tierra.
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Cada persona humana, en primer lugar, aparece como un misterio para sí misma.
Por mucho que nos conozcamos, que nos conozcan los otros y que las ciencias
nos ofrezcan datos y más datos sobre la existencia humana, seguimos siendo un
misterio profundo para nosotros mismos. Por esto no podemos juzgar a nadie y
hemos de mantener una actitud de respeto y de atención profunda a toda persona
humana, por más humilde que sea. Todos tienen algo que decir y que revelar, y
con esas revelaciones podemos descubrir mejor el rostro del Dios-trino. La
persona, como misterio abismal, representa al Padre, que como persona divina,
principio sin principio, es el misterio primero y fundamental.
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unida a las otras personas y a las cosas. El Espíritu Santo es el amor dentro de la
santísima Trinidad. Une al Padre y al Hijo, haciendo que se supere la oposición
Padre-Hijo. Por el Espíritu Santo se revela entre las tres personas una unión de
comunión y de amor eternos que siempre las entrelaza. Cuando amamos y nos
sentimos confraternizados con los demás, estamos revelando en la historia lo que
significa el Espíritu Santo.
La persona como misterio, como inteligencia y como amor constituye una unidad
dinámica y siempre abierta. No son tres cosas yuxtapuestas. La persona misma
es la que es misterio, la que piensa y la que ama. Así, cada uno de nosotros, en
su unidad y en su diversidad, muestra que realmente es imagen y semejanza de
Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¡Con cuánto respeto hemos de tratar a
cada persona, por ser templo de la santísima Trinidad!
Cada persona humana lleva en todo su ser y en su obrar los rasgos de las tres
personas divinas. Toda persona humana nace de una familia. Ya aquí aparecen
signos de la presencia del Dios trino. Dios es comunión y comunidad de personas.
Pues bien, la familia se construye sobre la comunión y sobre el amor. Ella es la
primera expresión de la comunidad humana.
En toda familia completa y normal nos encontramos con tres elementos: el padre,
la madre y el niño. Hay diversidad de personas. El padre, en nuestra cultura, es la
expresión del amor objetivado en el trabajo, en la construcción del hogar y en la
seguridad. La madre, en nuestra percepción, es el amor que engendra y protege
la vida, la intimidad de la casa y el cariño. La madre y el padre se entrelazan en el
amor, en el mutuo reconocimiento y admiración, en la misma tarea de llevar
adelante la familia. Conviven bajo el mismo techo, comparten las mismas
preocupaciones y comulgan de las mismas alegrías. La expresión de la comunión
y del reconocimiento mutuo es el niño que nace. El niño une a los dos. Hace que
el marido y la mujer se transformen en padre y madre. Los dos salen de sí y se
concentran en una realidad más allá de nosotros y que es el fruto de su relación
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Finalmente, en tercer lugar está la fuerza cultural. Mediante ella creamos todos
los valores y significaciones que hacen que nuestra vida y nuestra práctica sean
válidas y expresivas. Así, por la fuerza cultural surgen los ritos de las religiones,
las filosofías, las artes y todos los símbolos por los que expresamos nuestros
pensamientos y valores. Nadie vive sin valorar las cosas que hace o que están a
su alcance.
Pues bien, eso precisamente decimos que es la santísima Trinidad: las tres
personas son distintas, pero actúan siempre juntas. La interrelación entre los
divinos tres hace que sean un solo Dios, reflejado en nuestra realidad social.
"La comunión que ha de construirse entre los hombres abraza el ser desde
las raíces de su amor y ha de manifestarse en toda la vida, aun en su
dimensión económica, social y política. Producida por el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo, es la comunicación de su propia comunión trinitaria"
(Documento de Puebla, n. 215).
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Un gran teólogo del siglo III, Tertuliano, uno de los primeros en formular la
doctrina sobre la Trinidad, escribió lo siguiente: "Donde está el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo, allí se encuentra también la Iglesia, que es el cuerpo de los tres".
En cada persona humana se refleja el misterio trinitario; se refleja también en la
familia; muestra sus signos en la sociedad. Pero es en la Iglesia donde este
augusto misterio de comunión y de vida encuentra su expresión histórica más
visible.
Cuando Tertuliano dice que la Iglesia es el cuerpo de las tres personas divinas,
quiere insinuar que a través de la vivencia de la fe, de la participación en el culto y
de la organización sagrada se da a conocer algo del misterio del Padre, de la
inteligencia del Hijo y del amor del Espíritu Santo. La Iglesia es todo esto, no
simplemente por el hecho de ser Iglesia, sino por el hecho de vivir con coherencia
el mensaje evangélico de ser en el mundo un espacio de fe ardiente, de
esperanza invencible y de amor comprometido.
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CAPÍTULO 5.
Lo que es la santísima Trinidad:
La comunión de vida y de amor entre los tres divinos.
El Dios cristiano es la comunión eterna de los divinos tres, Padre, Hijo y Espíritu
Santo. Los tres están eternamente borbotando el uno hacia el otro y construyendo
un solo movimiento de amor, de comunicación y de encuentro. ¿Cómo entender
mejor esta realidad? No se trata de descubrir el misterio de Dios. Se trata de
captar el movimiento divino para poder vivir mejor la presencia y la actuación de la
santísima Trinidad dentro del mundo y en nuestra trayectoria personal. La teología
bíblica ha encontrado una palabra para expresar esta dinámica divina: vida. Se
entiende a Dios como un vivir eterno, dador de vida y protector de toda vida
amenazada, como la de los pobres y oprimidos por la injusticia. El mismo Jesús,
el Hijo encarnado, se presentó como aquel que vino a traer vida, y vida en
abundancia (Jn.10:10). Si analizamos un poco lo que supone la vida, captaremos
mejor la comunión de los divinos tres.
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La persona humana nos ofrece una analogía para que entendamos mejor lo que
queremos decir cuando hablamos de los divinos tres como personas. En cada
existencia humana descubrimos las siguientes relaciones: siempre hay una
relación yo-tú. El yo nunca está solo. Es también siempre un eco de un tú que
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resuena dentro del yo. El tú es un otro yo, distinto, abierto al yo del otro. En este
juego de diálogo yo-tú es donde la persona humana va construyendo su
personalidad.
"Cristo nos revela que la vida divina es comunión trinitaria. Padre, Hijo y
Espíritu viven en perfecta intercomunión de amor, el misterio supremo de la
unidad. De allí procede todo amor y toda comunión, para grandeza y dignidad
de la existencia humana" (Documento de Puebla, n. 212).
Cuando decimos que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres divinas
personas, la mayor parte de los cristianos entiende la palabra "persona" en la
acepción común del término: un individuo que tiene inteligencia, voluntad,
sentimientos y que puede decir "yo". En Dios habría entonces tres inteligencias,
tres voluntades, tres conciencias. Si dijéramos sólo esto, sin añadir que los tres
están siempre relacionados, caeríamos fatalmente en el error del triteísmo. Con
ello queremos decir que tendríamos realmente tres dioses distintos.
Debido a esta dificultad del pensamiento moderno, ha habido dos teólogos, uno
protestante, Karl Barth, y otro católico, Karl Rahner, que han intentado sustituir la
palabra persona en el lenguaje trinitario. Esta palabra crearía más bien
dificultades y no ayudaría a los cristianos de hoy a entender el misterio de la
comunión trinitaria. Cuando hablamos de Dios simplemente, fuera de la referencia
trinitaria, decían estos teólogos, podemos hablar de persona. De lo contrario,
pensaríamos que Dios significaría una fuerza cósmica impersonal. Dios sería
entonces la persona absoluta o el sujeto eterno. Pero respecto a la santísima
Trinidad sugerían que había que evitar la palabra persona. En lugar de ella Barth
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propone hablar de tres modos de ser. Trinidad significaría, por tanto, que la
persona eterna (Dios) existe realmente en tres modos de ser, como Padre sin
origen, como Hijo siempre engendrado del Padre y como Espíritu Santo
eternamente procedente del Padre y del Hijo a la vez.
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Karl Rahner aceptó esta misma intuición, pero añadiéndole una pequeña
modificación. En vez de hablar de tres modos de ser prefería hablar de tres
modos de subsistencia. Esta modificación intenta evitar el error del modalismo.
Según esta doctrina errónea, como antes señalábamos, en el fondo no se
aceptaba a la santísima Trinidad, sino a un solo Dios revelándose de tres
maneras distintas; sería tres solamente para nosotros, pero en sí mismo Dios
sería y continuaría siendo uno. Entonces Rahner dice lo siguiente: Dios es un
misterio de comunión. Está siempre saliendo de sí y entregándose en vida y en
amor. Es la autocomunicación como misterio radical. Entonces, en cuanto que la
autocomunicación, en el propio acto de entregarse, permanece soberana e
incomprensible, un principio sin principio, se llama Padre; en cuanto que esta
autocomunicación se expresa y se hace comprensible y por eso es verdad, se
llama Hijo; en cuanto que esta autocomunicación acoge en amor y crea unión, se
llama Espíritu Santo. Este proceso no es sólo una forma de pensar por nuestra
parte, sino que Dios se revela así, tal como es en sí mismo; evitamos el
modalismo y estamos ante el misterio de la comunión, que se realiza siempre en
tres modalidades reales y nos inserta dentro del mismo proceso, haciendo que,
como personas, seamos cada vez más capaces de entrega y de amor.
Pero estas dos comprensiones nos parecen insuficientes. En primer lugar, son
muy abstractas; nadie ama y adora a tres modos de subsistencia, sino a unas
personas concretas como el Padre, el Hijo y el Espíritu. En segundo lugar, las dos
muestran la unidad de Dios, pero no responden bien a la trinidad de personas y a
las relaciones que existen entre las tres. En el fondo, no se consigue salir del
monoteísmo y se corre el riesgo del modalismo. Nosotros partiremos siempre de
los divinos tres en comunión y en eterno amor entre sí.
Si en la santísima Trinidad hay una lógica, ésta tiene que ser: dar, dar y dar
una vez más. Las tres personas son distintas para poder darse unas a otras. Y
este darse es tan perfecto, que las tres personas se unen y son un solo Dios.
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En el Génesis se dice que Dios creó a la humanidad y que la creó varón y mujer;
los creó a los dos como su imagen y semejanza (Gn.1:27). Sólo en cuanto
masculina y femenina la humanidad representa a Dios aquí, en la tierra. Dios está
más allá de los sexos. Pero lo masculino y lo femenino humanos encuentran su
última raíz dentro del misterio trinitario. Por el hecho de que el Dios-Trinidad es
masculino y femenino, nosotros podemos —como hombres y mujeres— ser a su
imagen y semejanza.
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valores de un sexo como los del otro para expresar la riqueza del misterio de
Dios?
En efecto, cada vez más cristianos, especialmente en los Estados Unidos, pero
también entre nosotros, evitan hablar sólo de hombre para expresar la humanidad
y aprenden a decir siempre "hombre y mujer", o simplemente "ser humano" o
"persona humana". De forma semejante evitan hablar de Dios solamente como
Padre, introduciendo también la palabra "Madre". El mismo papa Juan Pablo I, en
una audiencia pública dijo: "Dios es Padre, pero es especialmente Madre". Los
profetas en el Antiguo Testamento usaban expresiones que simbolizaban a Dios
como la Madre que levanta a sus hijos en sus brazos, los besa y les seca las
lágrimas (Os.11:4; Is.49:15; 66:13; Sal.25:6). Decir que Dios es misericordioso
para la mentalidad hebrea equivale a decir: Dios es como una madre que tiene
entrañas y se compadece de sus hijos e hijas. El papa Juan Pablo II en su
encíclica sobre la Misericordia nos recordó esta dimensión femenina del Padre.
Entonces podemos decir: Dios-Padre tiene rasgos maternales y Dios-Madre tiene
rasgos paternales. Dios es simultáneamente Padre y Madre de infinita ternura.
Algo parecido podríamos decir del Hijo y del Espíritu Santo. Son con-fuente de lo
femenino y de lo masculino. En su actuación en la historia de la salvación
muestran estos rasgos masculinos y femeninos en la vida de los hombres y de las
mujeres justas. De este modo los tres están cerca de cada uno de nosotros y nos
envuelven en nuestra propia realidad. Nuestra masculinidad y nuestra femineidad
se insertan en lo masculino y en lo femenino eternos, en una resplandeciente
comunión.
¿Cuál es nuestro futuro como hombres y como mujeres? No basta con decir
que resucitaremos para la vida eterna. Esto no sacia nuestra sed infinita. Cada
mujer y cada hombre que llegan al reino de la Trinidad participarán, como
hombre y como mujer, de la misma comunión trinitaria. Lo femenino y lo
masculino que nos hace imagen y semejanza de la Trinidad (Gn.1:27) estarán
unidos al eterno femenino y al eterno masculino.
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres únicos, unidos en la vida, en el amor
y en la comunión eterna. Por eso no son tres dioses, sino un solo Dios. Surgen
simultáneamente, irrumpen eternamente uno en dirección al otro, constituyendo
una sola comunidad de vida, de amor y de unión. Es algo parecido a tres fuentes
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cuyas aguas corren al encuentro unas de otras, formando una sola laguna. Es
como si tres chorros de agua saltasen hacia arriba y se encontrasen en la cima,
formando un solo chorro torrencial de agua. Y esto eternamente. Con razón los
padres de los concilios de la Iglesia insisten en reafirmar que cada persona divina
es igualmente eterna, igualmente poderosa, igualmente inmensa. Todo en la
Trinidad es simultáneo. Ninguno es mayor o superior, inferior o menor, antes o
después. Los divinos tres son co-iguales desde toda la eternidad. Debido a esta
igualdad frontal, las personas divinas son concomitantes. ¿Cómo se unifican y
son un solo Dios?
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de decir que las relaciones entre ellas son siempre ternarias: donde está una
persona están siempre las otras dos.
32. Tres soles, pero una sola luz: Así es la santísima Trinidad.
Hemos de partir de aquí: existen tres únicos: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Esta afirmación es importante: el fundamento de toda la realidad descansa sobre
la coexistencia de tres únicos y no en la soledad del uno, siempre idéntico a sí
mismo. Los tres únicos son irreductibles entre sí. Son distintos, pero no
desiguales. Así también está el samba, el rock, la bossa-nova, el canto
gregoriano, que son diferentes géneros de música, pero no son desiguales en
dignidad y valor. La diferencia no es sinónimo de desigualdad. Todos son
expresiones musicales. Algo semejante ocurre con los tres únicos. Son distintos:
el Padre no es el Hijo ni el Espíritu Santo, pero los tres son igualmente eternos e
igualmente Dios. Si son distintos, es para poder estar en comunión y poder
intercambiar su propia riqueza. Los tres únicos jamás están yuxtapuestos, uno al
lado del otro. Los divinos tres están eternamente vueltos unos a los otros. Más
aún: moran el uno dentro del otro, comulgan de la vida y del amor de uno y de
otro de forma tan infinita y perfecta, que constituyen una única comunidad. Por
eso decimos, sin ir contra la lógica y la matemática: las tres personas divinas
están de tal modo relacionadas entre sí, se interpenetran tan amorosamente y con
tanta radicalidad y totalidad, que constituyen un solo Dios.
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CAPÍTULO 6.
La comunión de la Trinidad:
Crítica e inspiración para la sociedad y la Iglesia.
¿Cómo realizan este ideal nuestros sistemas de convivencia que hoy dominan, el
capitalismo y el socialismo? El capitalismo se asienta sobre el individuo y su
evolución personal, sin ninguna ligación esencial con los otros y con la sociedad.
En el capitalismo los bienes están apropiados privadamente, con la exclusión de
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La Iglesia tiene una dimensión de misterio que sólo puede captarse por la fe. Es
portadora de la memoria de Jesucristo, de la fuerza del Espíritu y de la tradición
de los apóstoles. Creemos que la sustancia de la encarnación se perpetúa en la
historia a través de ella: por Cristo y por el Espíritu Santo, Dios está
definitivamente cerca de cada uno de nosotros y dentro de la historia humana.
Este misterio gana cuerpo en la historia, ya que se organiza en grupos y
comunidades. Las comunidades, a su vez, asumen los elementos de cada época,
de forma que la Iglesia tiene tantos rostros como encarnaciones ha conocido a lo
largo de su historia. La concepción monárquica del poder fue la que marcó más
profundamente a la Iglesia y a la forma con que ha organizado la distribución del
poder entre sus miembros. En este caso predominó, no ya una reflexión sobre la
santísima Trinidad, sino el monoteísmo pretrinitario o atrinitario. Todavía hoy se
sigue diciendo: como hay un solo Dios, como hay un solo Cristo, tiene que existir
en la tierra un solo representante oficial de Cristo, que es el papa para toda la
Iglesia, el obispo para la diócesis, el párroco para la parroquia y el coordinador
para la comunidad de base. Aquí se verifica una inmensa concentración de poder
en una sola figura. Al relacionarse con los otros, asume fatalmente una actitud
paternalista y asistencialista. El portador de poder se siente investido de grandes
responsabilidades, ya que debe representar a Dios delante de los demás. Tiene
que ejercer ese poder en beneficio de los otros, en orden a su salvación eterna.
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CAPÍTULO 7.
La persona del Padre: Misterio de ternura.
Jesús dijo: "Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera
manifestar" (Mt.11:27). El Padre es un misterio insondable. El Padre es invisible.
Se vuelve visible mediante su Hijo (Jn.1:18; 14:9). Por tanto, dependemos de
Jesús, el Hijo unigénito, para poder vislumbrar alguna faceta del rostro del Padre.
En primer lugar, Jesús deja bien claro que el Padre es un misterio de ternura. Lo
llama Abba, que quiere decir: "Mi papá querido". Jesús goza de tanta intimidad
con él que dice: "Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío" (Jn.17:10), y también: "Yo y el
Padre somos una sola cosa" (Jn.10:30). Consiguientemente, "el que me ha visto a
mí ha visto al Padre" (Jn.14:9).
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El Padre es aquel que eternamente es, incluso antes de que existiera cualquier
criatura. Si, por hipótesis, pudiésemos imaginar que no ha habido creación y que
no existe ningún ser creado, aun así el Padre sería Padre. El Padre es Padre no
fundamentalmente por ser creador. Podría haber un creador que fuese un Dios
uno y único, una única persona infinita, sin ser Padre. El Padre es Padre por ser
Padre del Hijo unigénito, por estar desde toda la eternidad en comunión con el
Hijo en el Espíritu Santo, por estar "engendrando" en virtud del Espíritu al Hijo
eterno. En una perspectiva trinitaria, la paternidad es propia del Padre. Al
engendrar al Hijo, el Padre proyecta hacia fuera de sí a todos los que son
imitables suyos y de su Hijo. En el Hijo engendrado son pensados todos los hijos
e hijas creados a imagen y semejanza del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Existe, por tanto, una dimensión eterna y filial de la creación. El Padre, con el
amor que engendra al Hijo, da origen en él a todos los demás seres en el Hijo, por
el Hijo, con el Hijo y para el Hijo (Jn.1:3; Col.1:15-17). Todos los seres participan
de la filiación del Hijo unigénito, así como de la espiración del Espíritu Santo.
Puesto que todos nosotros existimos en el Hijo (cf. Ro.8:29), todos somos
hermanos y hermanas. Cristo, Hijo eterno, es "el primogénito entre muchos
hermanos" y hermanas (Ro.8:29). Por tanto, Dios es Padre y nosotros somos
hermanos y hermanas, no ya en primer lugar porque Dios sea creador y nos haya
creado a todos, sino porque es Padre del Hijo unigénito (Ro.15:6; 1 Co.1:3; 2
Co.11:31; Ef.3:14). Y nosotros hemos sido proyectados en el Hijo eterno por el
Padre en el mismo movimiento de amor con que el Padre "engendró" al Hijo en
unión con el Espíritu Santo. De esta forma nosotros no somos meras criaturas
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Cuando la fe cristiana profesa que Dios es Padre del Hijo eterno junto con el
Espíritu Santo, quiere manifestar que en él experimentamos el misterio absoluto
del que todo viene y hacia el que todo va. Él es la fuente de toda fecundidad.
Pues bien, esta idea puede expresarse tanto por el término Padre como por el
término Madre. Las palabras son diferentes, pero el concepto (lo que se piensa)
es el mismo. Al decir Padre y Madre eternos queremos también expresar que lo
femenino y lo masculino, que son imagen y semejanza de Dios según el Génesis
(1:27), encuentran en la santísima Trinidad su última raíz y justificación. Quizá
haya cristianos poco acostumbrados a este tipo de terminología, ya que somos
herederos del predominio de lo masculino y de un lenguaje sexista de Dios.
Realmente, si consultamos la Biblia, veremos que Dios es presentado también
con los rasgos propios de la madre. Ya el buen papa Juan Pablo I decía
acertadamente: "Dios es Padre, pero es más todavía Madre". El concilio de
Toledo del año 675 enseña que "hemos de creer que el Hijo no procede ni de la
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nada ni de otra sustancia, sino que fue engendrado y nacido del seno del Padre,
esto es, de su sustancia". Aquí se hace una referencia al seno; pero es la mujer y
la madre la que posee seno. Dios es Padre maternal o Madre paternal. En otras
palabras, la fecundidad de Dios se expresa mejor por las dos fuentes humanas de
fecundidad que son el padre terreno y la madre terrena. Los dos expresan
dignamente lo que es Dios en su misterio que da origen a todo, el Dios que
subyace a todo el proceso de generación y aparición del nuevo ser.
La revelación que el Hijo encarnado nos ha hecho del Padre eterno nos permite
entrever alguna cosa de su realidad inmanente. Nosotros solamente conocemos
al Padre mediante la revelación del Hijo (Mt.11:27), en cuanto que el Padre
representa, por excelencia, el misterio abismal. Cada una de las personas es
misterio. Pero en el Padre el misterio destaca como misterio. Quede asentado que
el misterio divino es siempre un misterio de comunión, de vida y de amor. No es
una realidad que nos asusta, sino una realidad que nos fascina y nos invita a
participar de su felicidad. La fe dice que el Padre es el principio sin principio.
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Como las demás personas es una fuente que hace manar vida desde toda la
eternidad. Él comunica esta vida en plenitud. Por eso creemos que el Padre
"engendra" al Hijo en el Espíritu Santo. Como ya hemos visto anteriormente, el
término "engendrar" no significa un desdoblamiento del Padre; es la forma como
el Padre se revela en el Hijo eterno y muestra en él su fecundidad. El Padre
también está junto con el Espíritu Santo, "espirándolo" en la unión con el Hijo
unigénito. Esta "espiración" no significa que el Padre cause junto con el Hijo a la
tercera persona, el Espíritu Santo. El Espíritu Santo une al Padre y al Hijo en el
amor que interpenetra a las tres divinas personas. Porque los divinos tres están
siempre juntos, rezamos igualmente a los tres la misma oración: "Gloria al Padre,
gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo".
El ojo puede verlo todo, pero no puede verse a sí mismo. Cada río remite a
la fuente, pero la fuente no remite a nada. Mana por sí misma. Esto se
parece al misterio del Padre. El Padre es el origen escondido que lo
permite todo y del que todo tiene comienzo. El está siempre presente,
aunque invisible; presente para producir vida y defender a los que se
sienten amenazados en su vida.
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Es un misterio la existencia del universo; no tendría por qué existir, y sin embargo
existe. Es un misterio la vida humana personalizada, la trayectoria individual de
cada existencia, lo que ocurre en las profundidades del corazón humano, el
sentido último de todo lo que existe. Todas estas investigaciones que vienen
envueltas en la penumbra del misterio remiten al misterio del Padre. El Padre está
presente en tales experiencias. Está presente en nuestro propio misterio, ya que
andamos siempre en busca de un último puerto feliz o de un abrigo último. Se
trata de un interrogante incansable: ¿De dónde venimos?, ¿qué hacemos aquí, en
la tierra?, ¿hacia dónde caminamos? Intuimos más de lo que sabemos, ya que
permanecemos en el misterio indescifrable. El Padre habita en nosotros, cuando
suscitamos semejantes preguntas.
Otras veces nos vemos inmersos en crisis radicales; nos sentimos perdidos. 0
bien se trata de un pueblo postrado, ya que ha sido vencido y se ha visto privado
de su identidad. Tiene que recomenzar todo de nuevo y rehacer los caminos. En
una situación de crisis semejante, Jesús exclamó a Dios llamándolo "mi querido
Papá" (Mt.26:39-42); el pueblo de Israel, al verse libre de la esclavitud, descubrió
a Dios como Padre (Is.63:16). Hizo la experiencia de Dios, que escucha el grito de
sus hijos oprimidos. Se reveló como el goel esto es, como Dios-Padre, vengador
de los oprimidos injustamente.
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CAPÍTULO 8.
La persona del Hijo: Misterio de comunicación y principio
de liberación.
Al lado del Padre y en eterna comunión con Él está el Hijo. Él es la total expresión
del Padre. El Padre se reconoce en el Hijo, en su eternidad y en su misterio de
ternura. El Hijo muestra la distinción en Dios y, al mismo tiempo, la comunión. Por
eso el Padre y el Hijo están siempre juntos, conociéndose, reconociéndose y
entregándose mutuamente. Para llevar la creación a su plenitud, pasando por la
redención, el Hijo se encarnó. Por su encarnación se nos reveló el misterio de
comunión que es el Dios trino. Ya lo hemos considerado: en medio de las
personas, actuando de forma liberadora, el Hijo nos revela al Padre; el dinamismo
transformador que irradiaba de él significaba la presencia del Espíritu Santo.
¿Cómo Jesús de Nazaret, aquel hombre pobre y solidario con todos los que
sufren, nos reveló a la segunda persona de la santísima Trinidad, el Hijo? Si
tomamos los evangelios tal como están escritos, no es difícil percibirlo: el Hijo
está allí con toda su presencia densa, como revelador de los secretos del Padre,
como mediador de la plena liberación para todos, empezando por los pobres, en
la fuerza del Espíritu que habita en él. Sin embargo, los textos actuales del Nuevo
Testamento recogen, además de las palabras y de las prácticas de Jesús, las
reflexiones que las primeras comunidades cristianas hicieron sobre el
acontecimiento Jesús. Actualmente no es fácil distinguir entre lo que procede del
Jesús histórico y lo que se deriva de sus seguidores. Lo importante reside en el
hecho de que tanto Jesús como las reflexiones de los primeros cristianos
atestiguan con claridad que estamos ante el Hijo de Dios. Este Hijo de Dios plantó
su tienda en medio de nuestra miseria.
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El Hijo está encarnado dentro de nuestra historia. Con eso confiere un carácter de
hijo y de hija a todas las criaturas, especialmente a las humanas. En cierta forma,
ahora que el Hijo resucitado está de regreso dentro de la Trinidad, algo de nuestra
naturaleza ha quedado eternizado y ha sido hecho definitivamente partícipe de la
vida de comunión y de amor eternos. Si él es el Hijo del Padre unido al Espíritu,
nosotros somos hijos e hijas en el Hijo, y todos somos hermanos y hermanas en
virtud del mismo Espíritu.
Por muy siniestra que pueda parecer la trayectoria humana, hay algo de ella
que ha sido absolutamente preservado y radicalmente realizado: la santa
humanidad de Jesús, asumida por el Hijo eterno e introducida definitivamente
en el seno de la Trinidad. Hay algo nuestro, de nuestro corazón, de nuestro
deseo infinito, que por Jesús está para siempre a salvo.
El Génesis nos revela que somos imágenes y semejanzas de Dios en cuanto que
somos varones y mujeres (Gn.1:27). Esto supone reconocer que las raíces
últimas de nuestra realidad personal, tanto masculina como femenina, se
encuentran en el misterio del mismo Dios. Las personas divinas no son sexuadas.
Están más allá de estas determinaciones creadas. Pero los valores y dimensiones
que se comunican a través de lo masculino y de lo femenino son también valores
divinos. En virtud de esta consideración, podemos pensar en la dimensión
femenina y masculina de cada una de las personas divinas. En Jesús
encontramos la integración perfecta de lo femenino y de lo masculino.
Primeramente de lo masculino, ya que Jesús no fue mujer, sino varón. Pero como
todo varón, él incluía también dentro de su realidad la dimensión femenina, que
expresó perfectamente. Todo el dinamismo de Jesús, su capacidad de decisión
en favor de los pobres, primeros destinatarios de su mensaje; su coraje al
enfrentarse con las oposiciones y con la misma muerte, revelan su dimensión
masculina, presente también en la mujer, pero de forma distinta. Lo femenino
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Con actitudes muy femeninas se inclina sobre los pobres que encuentra en su
camino; se llena de compasión (se conmovían sus entrañas) frente al pueblo
abandonado (Mr.6:34), no esconde las lágrimas cuando se entera de la muerte de
su amigo Lázaro (Jn.11:35). De forma muy femenina dice que quiso juntar a los
hijos de Jerusalén como una gallina que reúne a sus polluelos bajo sus alas y
ellos no quisieron (Lc.13:34).
El Hijo fue enviado al mundo por el Padre junto con el Espíritu Santo. El no
solamente ilumina a todas las personas que vienen a este mundo (Jn.1:9), sino
que nos visitó en nuestra propia carne, haciéndose hermano nuestro en nuestra
situación de pobreza y de opresión. ¿Cuál es el sentido último de la venida y de la
misión del Hijo entre nosotros? ¿Cuál es la intención del eterno? Hay dos
corrientes que, históricamente, se han disputado la mejor interpretación. La
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primera corriente parte del credo, que dice: "Por nuestra salvación (el Hijo) bajó
del cielo y fue concebido del Espíritu Santo". En esta visión la encarnación se
debió al pecado de la humanidad que nos separaba de Dios. El pecado ocupa
aquí todo el centro. En función de la redención de este pecado, el Padre nos
envió a su propio Hijo. Nos preguntamos: ¿Es digno de Dios dejar que el pecado
ocupe un puesto tan central? ¿No es acaso Dios y su gloria el centro de todo?
Debido a estas preguntas, la segunda corriente parte de otra comprensión basada
en el prólogo de san Juan, en las epístolas a los Efesios y a los Colosenses y en
algunas afirmaciones de la epístola a los Hebreos. Allí se afirma que "todo fue
hecho por él (el Verbo), y sin él nada se hizo" (Jn.1:3). San Pablo dice que el plan
de Dios es "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef.1:10). Por eso mismo podía
decir también que "absolutamente todo fue creado por él y para él" (Col.1:16), y
que "todo lo sometió bajo sus pies" (He.2:7-8). En otras palabras, la encarnación
no es una solución de emergencia para reconducir la creación a su dirección
primitiva, de la que se había derivado. La encarnación del Hijo pertenece al
misterio de la creación. Sin la venida del Hijo todo se quedaría sin cabeza, esto
es, sin un último sentido y sin una última coronación.
Nos parece que esta segunda corriente interpreta mejor los misterios divinos en
consonancia con la propia glorificación divina. El Hijo verbifica, es decir, hace
participar de su naturaleza de Verbo a todo el universo, hace a todos los seres de
la creación, incluso a los infrahumanos, hijos e hijas. Por causa del pecado de los
hombres, que contaminó también las relaciones con la naturaleza, la encarnación
se dio bajo la forma de humillación y no de gloria; pero esta modalidad no cambia
en nada la esencia del plan de la santísima Trinidad de incluir en su comunión al
universo entero.
Todo lleva las marcas del Hijo porque todo fue hecho en él, con él y para
ÉL. El sapo que está en medio del camino, la estrella del cielo, la partícula
atómica son filiales porque están en el Hijo. Son también nuestros
hermanos y hermanas. Y ésa es la razón por la que los respetamos y
amamos como a nosotros mismos.
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CAPÍTULO 9.
La persona del Espíritu Santo:
Misterio de amor e irrupción de lo nuevo.
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Los latinos parten de la naturaleza divina, que es la misma y única en cada una
de las personas. El Padre, al engendrar al Hijo, se lo entrega todo (cf. Jn.16:15),
incluso la capacidad de espirar conjuntamente al Espíritu Santo. Por la comunión
el Padre y el Hijo son una sola cosa (cf. Jn.10:30) y un solo principio de espiración
del Espíritu Santo. De lo contrario, el Padre tendría dos hijos o habría dos causas
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para el Espíritu Santo. Por eso los latinos dicen que el Espíritu procede del Padre
y del Hijo (Filioque) como de un solo principio.
Esta comprensión de los latinos es rechazada por los griegos porque, según ellos,
sacrifica la cualidad específica del Padre: la de ser la causa única y la fuente de
toda la divinidad. El Hijo participaría entonces de esa cualidad exclusiva (sería
una especie de segundo Padre), y así la paternidad dejaría de ser exclusiva. La
intención de las dos corrientes es la misma: garantizar la plena divinidad e
igualdad de las personas del Hijo y del Espíritu Santo. Los griegos consiguen esta
comprensión haciendo proceder al Hijo y al Espíritu Santo de la misma y única
fuente que es el Padre. Los latinos intentan lo mismo, pero por otro camino, al
insistir en el hecho de que las tres divinas personas son consustanciales, es decir,
tienen juntas la misma naturaleza. El Espíritu Santo tiene la misma naturaleza que
recibió el Hijo del Padre. Como el Hijo la recibió del Padre, también él la entrega
junto con el Padre al Espíritu Santo. Por eso, dicen los latinos, el Espíritu Santo
procede del Padre y del Hijo.
Las discusiones sobre la forma con que el Espíritu Santo procede y se relaciona
con el Padre y el Hijo dividieron a la única Iglesia en dos expresiones históricas: la
Iglesia romano-católica y la Iglesia ortodoxo-católica. En dos concilios
ecuménicos, el de Lyon (1274) y el de Florencia (1439), se intentaron fórmulas de
conciliación. En Lyon se dijo claramente que el Espíritu procede del Padre y del
Hijo, no como de dos principios o causas, sino como de un solo principio. El Padre
y el Hijo están tan unidos, ya que tienen la misma naturaleza-comunión y la
misma vida, que constituyen una sola fuente. En Florencia se explicó que puede
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LA SANTÍSIMA TRINIDAD ES LA MEJOR COMUNIDAD
decirse también: el Padre espira al Espíritu Santo a través del Hijo, o también por
el Hijo. El Hijo no es como una causa instrumental, sino que por la mutua
comunión de amor participa del origen del Espíritu Santo. Las explicaciones no
lograron acabar con las divisiones ni anular las mutuas sospechas de herejía. Las
disputas continúan hasta hoy.
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LA SANTÍSIMA TRINIDAD ES LA MEJOR COMUNIDAD
Más que en relación con el Padre y con el Hijo, la reflexión teológica vio muy
pronto dimensiones femeninas en el Espíritu Santo. Empezando por el nombre
Espíritu Santo, que en hebreo es femenino. En las Escrituras el Espíritu aparece
siempre asociado a la función generadora y al misterio de la vida. El evangelio de
san Juan nos dibuja la actuación del Espíritu Santo en una terminología
típicamente femenina. Él nos consuela como paráclito, exhorta y enseña cómo
hacen las madres con sus hijos pequeños (Jn.14:26; 16:13). No permite que nos
quedemos huérfanos (Jn.14:18). Nos enseña a balbucear el verdadero nombre de
Dios Abba, que quiere decir "papá". Él nos transmite también el nombre secreto de
Jesús, que es Señor (1 Co.12:2). Finalmente, como hacen también las madres, él
nos educa en la oración y en la forma de pedir las cosas verdaderas (Ro.8:26).
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Dios nos encuentra en unos valores que nuestra cultura califica de masculinos,
como el vigor, la decisión, el trabajo; valores masculinos que existen en el
varón y en la mujer. Pero nos encuentra también en los valores femeninos que
existen en ambos sexos, como la ternura, el sentido del misterio y la solicitud.
El Espíritu Santo en su acción entre nosotros ha privilegiado este aspecto de
la existencia humana.
El Espíritu Santo está vinculado con lo nuevo y con lo alternativo. Siempre nos las
tenemos que ver con leyes, hábitos e instituciones. Estas instancias nos dan
seguridad y nos garantizan una dirección. Pero el espíritu humano está siempre
abierto hacia arriba y hacia adelante. Es insaciable. De vez en cuando surgen
crisis de identidad; se esconden las estrellas de nuestro cielo. Las sociedades
sienten la necesidad de nuevos caminos. Ocurren revoluciones que dejan atrás
venerables instituciones y caminos trillados. Se abren nuevos senderos. Se crea
un orden nuevo. El Espíritu Santo está siempre presente en estos procesos,
generalmente dolorosos, de cambio estructural. Es él el que inaugura el cielo
nuevo y la tierra nueva. Podríamos decir figuradamente que el Espíritu Santo es la
imaginación creativa de Dios. Especialmente el Espíritu actúa en la Iglesia, ya que
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El Espíritu Santo fue enviado juntamente con el Hijo a la tierra para santificar a
todas las criaturas y reconducirlas al seno de la Trinidad. ¿Quién acogió esta
venida del Espíritu Santo? ¿A quién vino él personalmente y en total entrega? La
reflexión teológica no ha precisado de forma clara este punto todavía. Sabemos
ciertamente que el Espíritu está en la vida de todos los pobres y de todos los
justos de la historia, que se encuentra más densamente en la comunidad de los
fieles, que actúa particularmente en los sacramentos y que presta una asistencia
infalible al Papa, cuando éste habla para toda la Iglesia, para expresar la fe de
esta misma Iglesia de forma conscientemente vinculante para todos los fieles.
Pero ¿no podríamos concretar mejor la presencia personal del Espíritu en el
tiempo, como lo hacemos y lo sabemos con referencia al Hijo? El Hijo fue acogido
por la santa humanidad de Jesús: tal es la esencia del misterio de la encarnación,
la unión inseparable e inconfundible entre la realidad humana y la realidad divina
en Jesús de Nazaret, Hijo de Dios y hermano nuestro carnal. ¿No podríamos
buscar también algo semejante en referencia con el Espíritu Santo?
Efectivamente, la reflexión respetuosa de los cristianos puede elaborar una
hipótesis (un teologúmeno) que no ofenda a las otras verdades de la fe y que
avance en el conocimiento y en el amor de la santísima Trinidad. No se trata de
ninguna doctrina oficial que pueda enseñarse en las aulas de la catequesis. Se
trata de un esfuerzo, marcado por la unción y por el respeto, de ver más
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profundamente los misterios de Dios, que nos desafían siempre y que nos invitan
a una penetración mayor. Expongamos esta hipótesis teológica.
Hay un texto de san Lucas que nos parece iluminador; hablándonos de María,
dice: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del altísimo te cubrirá con su
sombra; por eso el niño que nazca será santo y se le llamará Hijo del altísimo"
(1:35). Aquí se dice que el Espíritu ha de venir sobre María, como vino de hecho.
"Cubrir con su sombra" es la expresión bíblica para decir que el Espíritu planta su
tienda en María, es decir, que tendría allí una presencia palpable (cf. Ex.40:34-
35). Con razón el concilio Vaticano II llama a María "sagrario del Espíritu Santo"
(LG 53). La presencia del Espíritu en María la convierte en madre; transforma su
maternidad de humana en maternidad divina. Por eso lo que nace de ella es "Hijo
del altísimo". El concilio dice: "María es como plasmada por el Espíritu Santo y
formada una nueva criatura" (LG 56). Decir que es "como plasmada por el Espíritu
Santo" supone reconocer una relación única con la tercera persona de la
santísima Trinidad. Se realiza entonces la mayor dignificación de la mujer, a
semejanza de la del varón con Jesús. El varón y la mujer son imagen y
semejanza de Dios, de la santísima Trinidad (Gn.1:27). Ambos participan de la
divinidad, cada uno a su manera, pero real y verdaderamente. Nosotros,
hermanos y hermanas de Jesús y de María, participaremos en unión con ellos, y
de una forma propia a cada uno.
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CAPÍTULO 10.
La Trinidad en el cielo y la Trinidad en la tierra:
La historia interna de la Trinidad reflejada en la historia
externa de la creación.
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La Trinidad se revela tal como es: como comunión del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. Los apóstoles y los primeros cristianos descubrieron que Dios-
Padre estaba presente y activo en la creación y en la historia. Se dieron cuenta de
que en Jesús de Nazaret estaba el mismo Hijo de Dios encarnado. Percibieron
que el Espíritu Santo actuaba en la historia con sus cambios y en la comunidad,
movía los corazones de las personas para reconocer a Dios como Padre y
aceptaron a Jesús como el Hijo de Dios, que nos salvó por su vida, comprometido
con la justicia y el amor sin restricciones, por su muerte y su resurrección, y que
seguía penetrando en la historia para llevarla hacia su buen fin. Llamaron Dios a
estas tres presencias, sin caer por ello en el politeísmo ni traicionar la fe en un
solo Dios. Dios, a partir de entonces, será comprendido como Trinidad, es decir,
como comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, siendo un solo Dios de
amor, de vida y de comunicación.
Esta experiencia histórica permite decir: si percibimos que bajo el nombre de Dios
existen tres personas, es porque Dios en sí mismo es trino y es la comunión de
tres personas. Las tres personas no constituyen realidades solamente para
nuestra percepción. Es una realidad en sí misma. A la Trinidad de la tierra
corresponde la Trinidad del cielo. Y, viceversa, también podemos decir: a la
Trinidad del cielo corresponde la Trinidad de la tierra.
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Gracias a la encarnación del Hijo en Jesús y a la venida del Espíritu sobre María,
hay una historia de la santísima Trinidad dentro de nuestra propia historia. Esta
historia no se caracteriza por las dimensiones visibles de grandeza, de gloria y de
poder. El camino privilegiado que Dios escogió en el Antiguo y en el Nuevo
Testamento, incluso en las religiones del mundo, es de simplicidad y de humildad.
Jesús fue pobre, un profeta ambulante, despojado de todo poder, a no ser del que
se deriva de la palabra y de la bondad radical. María fue una mujer del pueblo,
que caminó en la oscuridad de la fe y que participó de la estrechez de la situación
histórica de su Hijo. Sin embargo, ellos eran la presencia viva del Hijo y del
Espíritu Santo entre nosotros. Incluso en estas situaciones de humillación
manifestaron lo que es el Hijo y, respectivamente, el Espíritu Santo en el seno de
la Trinidad. Jesús revela el rostro misericordioso del Padre, siendo él mismo
misericordioso con los pecadores que encontraba. Manifestaba la verdad divina
contra todas las distorsiones de la religión de aquel tiempo, verdad que libera lo
humano, que alivia del peso de las tradiciones y que pone de manifiesto la
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La creación tiene dos caras: una temporal y visible; es la que nosotros percibimos
en la sucesión de todas las formas y expresiones del ser; la otra es eterna e
invisible, como idea y proyecto de las tres divinas personas. La posibilidad de la
creación surge de la intimidad misma de la comunión trinitaria. El Padre, unido al
Espíritu Santo, se revela totalmente en el Hijo y al Hijo. La imagen eterna de sí
mismo junto con el Espíritu es el Hijo. Pero en el Hijo proyecta también todas las
posibles imágenes menores de sí mismo; son todas las criaturas que constituyen
el universo. En cuanto proyección del Padre en el Hijo con el amor del Espíritu
Santo, la creación es eterna y por ella se sitúa dentro del círculo de la comunión
trinitaria. En cuanto que los divinos tres escogen, entre las infinitas imágenes de
la Trinidad, a algunas de ellas para que existan fuera de este círculo de comunión
interna, surge la creación que ahora tenemos. Lo que era proyecto eterno pasa a
ser ahora proyecto temporal; lo que era antes proyección, ahora es realidad.
Como realidad está sacada por la Trinidad de la nada. Es diferente de la Trinidad,
pero está sellada por las marcas de la Trinidad. Porque es diferente, puede recibir
dentro de sí la comunicación personal de cada una de las personas, puede ser
asumida hacia dentro de la comunión trinitaria. Para esto existimos, para esto
existe todo lo que existe.
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En la Trinidad todo es trinitario, es decir, todo circula, todo incluye siempre a las
tres divinas personas, todo es expresión de la comunión de los tres divinos
distintos. Esto mismo pasa también en relación con la creación. Santo Tomás de
Aquino, en la Suma Teológica, dice que cada persona actúa a su manera y
siempre juntos (como un solo principio) en la creación del universo. Es parecido,
dice, a lo que ocurre con el artista: él aplica la inteligencia y el amor en la
producción de su objeto de arte. De forma análoga, la creación se hace con el
Padre, con la inteligencia que es su Hijo y con el amor que es el Espíritu Santo.
En virtud de esto todas las cosas remiten a su Creador, todas revelan y suponen
una sabiduría sumamente lógica, todas son amables y expresión de un posible
amor. En una palabra, todos los seres son imagen y semejanza de la Trinidad.
Veamos un poco cómo podemos imaginarnos esta íntima colaboración de las tres
personas en la creación de todos los seres. El Padre actúa como misterio
abismal, como aquel en quien vemos que la Trinidad es eterna, sin principio y
dando principio a todo. Todas las cosas tienen un carácter misterioso; por más
que las conozcamos, siempre podemos conocer más; todas remiten a una causa
más alta, de donde provienen. Es el misterio del Padre el que allí se anuncia. Por
otra parte, cada cosa hace derivar de sí otra cosa. Es principiada, pero al mismo
tiempo se hace principio creado de otra cosa. Es nuevamente expresión del
Padre, que es principio y se encuentra en el principio de todo. Cada cosa es
paternal y maternal.
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Cada ser que existe conserva la marca del Padre; por eso se presenta
siempre como un misterio. Lleva la marca del Hijo; por eso puede
comprenderse y es fraternal y sororal. Tiene la marca del Espíritu Santo; por
eso puede ser amado y alimenta nuestra dimensión espiritual.
Así, en la fe percibimos que la lucha de los oprimidos contra el pecado del hombre
y de la violencia tiene una especial densidad trinitaria. Siempre que se
recomienza de nuevo, desde el principio, después de cada fracaso o incluso
después de haber alcanzado el objetivo, se está anunciando la señal del Padre en
esta iniciativa. Siempre que en medio de las contradicciones se avanza en
dirección hacia unas relaciones más fraternales y productoras de vida, es el Hijo
el que allí se revela. La unión de los oprimidos, la convergencia de intereses en la
línea del bien de todos, el coraje para enfrentarse con los obstáculos, la valentía
de la palabra que denuncia, la habilidad para la creación de alternativas, la
solidaridad con los más oprimidos entre los oprimidos, hasta la identificación con
su causa y con su vida son indicaciones de la presencia activa del Espíritu en la
historia. Existenciales y colectivos. A pesar de eso, está misteriosamente habitada
por el augusto misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esta presencia es
eficaz, dando ánimo para la lucha, capacidad de resistencia a la fuerza del
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Todo este universo, estos astros sobre nuestras cabezas, estos bosques,
estos pájaros, estos insectos, estos ríos y estas piedras, todo, todo se
conservará, transfigurado y convertido en templo de la santísima Trinidad.
Y viviremos en una casa grande, como una sola familia, los minerales, los
vegetales, los animales y los seres humanos con el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo. Amén.
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CONCLUSIÓN.
Resumen de la doctrina trinitaria:
El todo en muchos fragmentos.
3. Lo que permite vislumbrar por qué las tres divinas personas son un solo Dios es la
perijóresis. Perijóresis significa la interrelación eterna que existe entre los divinos
tres. Cada persona vive de la otra, con la otra, por la otra y para la otra persona.
Están desde siempre entrelazadas e interpenetradas, de manera que no podemos
pensar ni hablar de una persona, por ejemplo, del Padre, sin tener que pensar y
hablar también del Hijo y del Espíritu Santo.
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del Hijo, para liberarnos y hacer hijos e hijas, y del Espíritu Santo, para
santificarnos y reconducirnos al seno de la santísima Trinidad.
9. Todas las expresiones técnicas que utilizamos para intentar comprender algo de
la Trinidad poseen un valor aproximativo, analógico y figurativo, como
"
generación" por parte del Padre en relación con el Hijo, o "espiración" por parte
del Padre y del Hijo respecto al Espíritu Santo, o las demás palabras como
"naturaleza", "persona", "relaciones", "procesiones", "misiones". Podernos utilizar
también la forma bíblica de expresarse, como "revelación", "reconocimiento",
"comunión", "vida" y "amor".
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Trinidad tiene para nuestra vida. Por la fantasía es como percibimos que la
persona humana, la familia, la comunidad, la sociedad, la Iglesia y el cosmos son
señales, símbolos y sacramentos de la Trinidad.
11. En virtud de la interrelación (perijóresis) entre las tres divinas personas, todo en
ellas es ternario y participado. Esto no impide que haya acciones propias de cada
una de las personas, por las que aparece la propiedad de la persona singular.
12. La acción propia del Padre es proyectar toda la creación en el acto de "engendrar"
al Hijo a la luz del Espíritu Santo. Por eso todos los seres tienen un carácter de
misterio (que viene del Padre) y también un carácter filial (que viene del Hijo,
engendrado por el Padre), así como un sentido espiritual (lleno de dinamismo,
que viene del Espíritu Santo).
14. La acción propia del Espíritu Santo es unificar y crear lo nuevo mediante la
santificación. Así lo realizó plenamente en Jesús y de un modo totalmente
personal en María santísima.
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Glosario:
Palabras técnicas y afines de la reflexión trinitaria.
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ESPIRACIÓN: Acto por el que el Padre, junto con el Hijo, hace proceder a la
persona del Espíritu Santo (según los latinos) como de un único principio.
Los griegos hacen proceder al Espíritu solamente del Padre y del Hijo o del
Padre a través del Hijo.
GENNESIS: Término griego para expresar la generación del Hijo por parte
del Padre.
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NOCIÓN: Son las características propias de cada una de las personas, que
las diferencian a unas de otras: la paternidad y la innascibilidad para el
Padre, la filiación para el Hijo, la espiración activa para el Padre y el Hijo, la
espiración pasiva para el Espíritu Santo. Por tanto, hay cinco nociones.
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