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El poder del tacto: ¿la mano piensa?

(post-383)
por Amalio Rey el 11/23/2013 en Artesanos, Creatividad, Educación, Hibridación, Lecturas, Personales 16

“Cada par de manos cuenta con huellas


dactilares únicas que no cambian un ápice a partir del cuarto mes de gestación del
individuo: estos grabados en la piel humana son jeroglíficos secretos prenatales
de su individualidad”.
La cita anterior es del arquitecto finlandés Juhani Pallasmaa, autor de “La mano
que piensa”, un libro que descubrí estando de paseo por Barcelona. El título ya
me atrajo porque insiste en el universo que abrió en su momento Richard
Sennett con “El Artesano”. El subtítulo: “Sabiduría existencial y corporal en la
arquitectura” sugería además una mirada complementaria, en la intersección de
disciplinas, así que salí con mi ejemplar de la librería más contento que un perro
con dos colas.
El libro prometía más de lo que fue. Al final me pareció demasiado disperso,
además de que se me hizo algo lineal en varios capítulos, pero en él encontré
reflexiones y citas muy bien elegidas, que me sirvieron para enriquecer las tesis de
Sennett, cuya influencia sobre el autor es notable. La verdad que empecé a
disfrutarlo a partir del capítulo-4 con el capítulo de “La mano que dibuja”, que es
cuando se pone interesante.
Este es un tema que me interesa muchísimo porque tiene conexión directa con el
mundo fascinante de los “makers” (por fin estoy leyendo ahora el libro de Chris
Anderson) y el fenómeno de los Fab Labs, que tanto interesa al amigo Pere
Losantos. Ya hablé hace tiempo de esto al reseñar mi visita al Critical Making
Lab de la Universidad de Toronto que, por cierto, ha sido de los posts que más
he disfrutado escribiendo porque salí alucinado de aquel encuentro con Matt Rato.
En esa entrada decía que “hacer artefactos tangibles” es una herramienta
cognitiva que aporta un valor en el aprendizaje que no se consigue a través de
la lectura o el texto. Son formatos distintos y complementarios. Añadía que
el Lenguaje del “Making” es muy potente para: 1) Cultivar una vocación de
acción, “de hacedor”, 2) Familiarizarse con los interfaces entre teoría y práctica,
entre reflexión e implementación, 3) Potenciar la conexión entre manos y mente,
como metáfora cognitiva que ayuda a comprender la complejidad desde la
humildad del que entiende las restricciones, 4) Favorecer dinámicas de consenso
(ya hablábamos de eso en este post), 5) Superar la tendencia de la gente a
obsesionarse con el producto, el “outcome”, y en su lugar disfrutar del proceso, de
lo que significa “hacer cosas juntos”.
Pues todo esto se ve confirmado en el análisis que hace en su libro Juhani
Pallasmaa sobre la conexión entre la mano y la mente. Dice él que “la mano no
es solo un ejecutor fiel y pasivo de las intenciones del cerebro, sino que tiene
intencionalidad y habilidades propias”, mientras se queja con razón de que “la
modernidad ha estado obsesionada por la visión y ha suprimido el tacto”.
La idea de explorar nuevas formas de educación sensorial que ayuden a
recuperar el poder del tacto me parece un hilo del que se puede tirar hasta el
infinito, porque “usar las manos puede cambiar la percepción de lo observado o
escrito”, como indican estos dos ejemplos que aporta el arquitecto finlandés en su
libro: Constantin Brancusi, con su “Escultura para ciegos” expuesta en Nueva
York en 1917, que se exponía oculta en una bolsa de tela de modo que solo podía
experimentarse mediante el sentido del tacto. O Sandra Iliescu, de la Universidad
de Virginia, que enseña dibujo a los estudiantes de arquitectura a través del
sentido del tacto (los objetos que dibujan no son visibles y sólo acceden a ellos
tocándolos con la mano). Lo curioso en este caso es que al hacer los dibujos, los
alumnos se fijan en características y cualidades de los objetos completamente
diferentes según si los perciben con las manos o con los ojos. Otros como Cy
Twombly o Aulis Blombstet experimentaban dibujando con los ojos cerrados o a
oscuras para “emancipar la mano del control visual”.
Es una pena, como dice Pallasmaa, que la idea de una formación sensorial esté
ahora ligada únicamente a la educación artística propiamente dicha, porque “el
refinamiento de una cultura y un pensamiento sensoriales tiene un valor
insustituible en todas las áreas de la actividad humana”.
Esta idea me encanta por su poder gráfico: “El ojo y la mano colaboran
constantemente; el ojo lleva a la mano a grandes distancias, y la mano informa al
ojo en la escala íntima”. Es cierto, creo que no es difícil sentir eso tal como lo
describe Pallasmaa: “Normalmente no nos damos cuenta de que existe una
experiencia táctil inconsciente en la visión. Cuando miramos, el ojo toca y,
antes de ver un objeto, ya lo hemos tocado y hemos juzgado su peso, su
temperatura y su textura superficial”.
Me pareció interesante ver cómo el autor subraya las limitaciones corporales de
la fotografía como acto de registro de experiencias si se compara con el dibujo:
“Puedo recordar vívidamente cada una de las centenares de escenas que he
dibujado en mis cincuenta años de viajes alrededor del mundo, mientras que a
duras penas puedo recordar ninguno de los lugares que he fotografiado, resultado
de un registro corporal más débil (…) Todos los grandes observadores son
diestros dibujantes”.
El arquitecto finlandés quizás va demasiado lejos en su argumento cuando afirma
que “el ordenador convierte el proceso en una manipulación visual pasiva”
provocando una distancia entre el creador y el objeto: “Al dibujar con el ratón y el
ordenador, la mano normalmente selecciona las líneas entre un conjunto dado de
símbolos que no tienen una relación analógica con el objeto del dibujo”, generando
lo que llama con sus palabras: “una construcción mediada”.
Sea cierta o exagerada la interpretación de Pallasmaa sobre el rol “mediador” del
ordenador, me parece inteligente su propuesta de que se utilicen el dibujo a mano
y el trabajo con maquetas físicas en las primeras fases de diseño y arquitectura.
Dice que los estudiantes deberían aprender a trabajar con sus imágenes mentales
interiorizadas y con sus manos antes de que se les permita utilizar el ordenador.

Siempre me he preguntado si hay alguna diferencia significativa en la capacidad


creativa entre escribir un texto a mano, a si se hace con un ordenador o una
máquina de escribir. Juhani Pallasmaa considera que el propio proceso táctil es
una fuente de inspiración, y reivindica el papel de la vaguedad natural, la
riqueza expresiva y la vacilación innata de lo hecho a mano, frente a la fría
precisión del ordenador.
Pudiera ser que todo eso que se dice en relación con el dibujo afecte también el
acto de escribir: ¿Será que al escribir con ordenador también se produce una
“construcción mediada” que puede coartar la imaginería? ¿Qué opinas
tú? La opinión del poeta Billy Collins da pistas que me suenan familiares:
“Siempre redacto con pluma o lápiz en lugar de con el teclado, solo porque para
mí el teclado hace que todo parezca estar hecho, congelado, y escribir sobre una
página me da una sensación de fluidez, de que lo que estoy escribiendo de
momento es provisional”.
Quiero terminar el post con esta cita del autor que va más allá de la conexión entre
mano y mente (aunque la refuerza) al describir de un modo genial la importancia
de que en los ejercicios creativos sepamos liberarnos de un sentido
preconcebido del propósito:
“Cuando uno es joven y de mente estrecha quiere que el texto y el dibujo
concreten una idea preconcebida, quiere dar a la idea una forma instantánea y
precisa. Pero gracias a una capacidad creciente de tolerar la incertidumbre, la
vaguedad y la falta de definición y precisión, uno aprende gradualmente la
habilidad de cooperar con el trabajo propio y permitir que este haga sus
sugerencias y tome sus giros y movimientos inesperados. En lugar de imponer
una idea, el proceso de pensamiento se torna en un acto de espera, de escucha,
de colaboración y de diálogo. El trabajo se convierte en un viaje que puede llevarte
a lugares y continentes que nunca has visitado antes, o de cuya existencia no
sabías antes de haberte dejado guiar por el trabajo de tu mano, de tu imaginación
y de tu propia actitud combinada de vacilación y curiosidad”. 

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