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Vivir de las letras

Andrea Reyes González

“¿Pero qué era el humanismo? El amor de los hombres, nada más, y por eso mismo el

humanismo no era otra cosa que una política, una actitud de sublevación contra todo lo que

mancha y deshonra la idea del hombre.” (Freire, 1959). Partiendo de estas palabras del

famoso pedagogo brasileño surge entonces la pregunta: ¿por qué en la actualidad es

menospreciada la labor de un humanista? Es muy sencillo crear prejuicios y desdeñar la

ocupación del hombre que dedica su vida a aquello que no responde al método científico,

como lo es un literato. Muchas veces hemos escuchado que aquel que desea vivir de o para

las letras está destinado a carecer de ingresos económicos, padecer hambre e incluso caer en

vicios, sin mencionar las inclemencias del desdén social. El presente ensayo busca

desmitificar esta idea y esclarecer el panorama al que un egresado en letras podrá enfrentarse,

así como remarcar la basta importancia de su trabajo para la vida hoy en día.

Al poner un poco de atención se vuelve evidente la creciente indiferencia y desinterés

casi autómata del mundo actual y ante esta desensibilización se vuelve indispensable la

existencia de personas que transmitan el arte y la literatura, ya que son estos entes los que,

con ayuda de las letras y la creación remiten al hombre a un estado de catarsis y

humanización, nutriéndonos de historia, cultura y valores, siendo estos los niveles más altos

que una persona puede y debe alcanzar.

Para Roland Barthes (1977): “La literatura es una expresión estética que opera a través

de signos muy precisos: los signos escritos. La literatura es fundamentalmente creación

humana, espejo del hombre y de su mundo, testigo de la historia bajo ropaje estético.”

Entonces, sabiendo que la literatura es un quehacer humano, social, ético y estético, es


consecutivo que nos permita valorar y comprender el espíritu de una época así como el del

hombre que la produjo.

Es por esto que la literatura se ha vuelto parte importante de la vida del hombre. Desde

que –en una de sus labores más importantes- el ser humano inventó el lenguaje y la escritura,

le fue necesaria la documentación y creación de la historia; la existencia de estos textos

antiguos nos ha hecho posible tener un vestigio de la forma de pensar e incluso de las hazañas

de nuestros antecesores en el mundo. La recreación de la realidad que ofrece la literatura ha

hecho posible denotar la transición que hemos realizado a lo largo de la historia de la

humanidad, además de asomar el espíritu creativo que caracteriza a nuestra especie. Es aquí

donde nos enfrentamos a una labor crucial del arte y en especial de la literatura: nos

humaniza.

Cuando alguien, no sin valentía, ha tomado la decisión de dedicarse a las letras, asume

una preparación que no sólo transcurre en un par de años ni en ciertos horarios del día; aquel

que decide formarse como profesional en letras, encuentra a la literatura como algo

indisociable de su vida; lo ha marcado y a partir de entonces, todo será mirado bajo el velo del

artista, el hombre sensible, el literato. Es imprescindible para esta labor volverse adepto –y

adicto- a la lectura, inicialmente por la inmediata adquisición de conocimiento y cultura, y

más tarde por placer. Es un arduo trabajo intelectual e incluso emocional que debe suponer un

resultado aún más gratificante.

Sin embargo la realidad –en el sentido laboral y económico- es otra: el desempleo y el

subempleo es padecido por la mayoría de los egresados en letras que no tienen una salida

laboral inmediata, a pesar de haber invertido tanto tiempo en el estudio. Según declara Ana

Risco (2005): “Una explicación posible del porqué de esta situación se basa en la

imposibilidad de crear la cantidad suficiente de puestos de trabajo que absorba la real

demanda laboral. La realidad provincial y la realidad nacional en crisis deterioran la

capacidad de concretar ilusiones. Insatisfacción, angustia, miedo, desvalorización personal,

desgaste emocional, resentimiento, sensación de pérdida de tiempo, sensación de inutilidad,

depresión son, entre otras, las cualidades psíquicas de quienes viven en esta situación.” Pero,

para apartar la niebla del panorama, es indispensable exponer el campo laboral en que se

puede desempeñar el egresado en letras. En primer lugar, se encuentra capacitado para la


docencia en los niveles educativos medio y superior, el asesoramiento lingüístico-

comunicativo (aunque éste muchas veces no es reconocido como una tarea remunerativa, a

pesar de ser necesario), la corrección de estilo, la investigación, la extensión y promoción de

cultura e incluso la creación literaria.

Los conocimientos adquiridos por el licenciado en lingüística y literatura hispánica

involucran a la lengua española en sus niveles y funciones, las principales teorías de las

ciencias del lenguaje, las construcciones culturales, semióticas y lingüísticas de los textos

literarios clásicos, la teoría literaria, el análisis de textos y la crítica, así como un

conocimiento de las literaturas nacional, latinoamericana y universal y su contexto histórico

de producción, entre otros temas importantes englobados en la trayectoria de la licenciatura

que no sólo deben ser entendidos como parte de la formación académica, sino que deben

poseer un sentido y función social, que podrían traducirse como servicios a la comunidad, es

decir, sea cual sea su empleo, su labor es fungir como transmisor de cultura –dicho ya- con un

carácter valorativo y humanizante.

Es entonces indispensable –y forzoso- despojarse de los prejuicios que a lo largo de

nuestra vida ha impuesto la sociedad acerca de las pertinencias de un hombre de letras;

necesitamos con urgencia un retorno a la cultura, a los sentimientos y a los valores, ahora más

que nunca que las ocupaciones, el estrés, la automatización, la criminalidad y la infamia han

opacado el verdadero sentido de la vida. La reflexión, la obnubilación y catarsis de espíritu y

el goce de la vida misma que la literatura engendra han de encarnarse en una consciencia cada

vez más amplia y con ella, la mejora de nuestra estancia en este mundo.
Referencias

Barthes, R. (1977), Fragmentos de un discurso amoroso. Siglo veintiuno editores, S.A de

C. V. Francia, Recuperado de:

http://www.medicinayarte.com/img/biblioteca_virtual_publica_deleuze_barthes_frag

mentos_de_un_discurso_amoroso.pdf

Freire, P. (1959) La educación y la realidad brasileña. Recife: Universidad Federal de

Recife, 139p. (Tesis de licitación para la silla de Historia de la Educación y Filosofía

de Bellas Artes de Pernambuco). Recuperado de:

http://www.uhu.es/cine.educacion/figuraspedagogia/0_paulo_freire.htm

Landero, L. (2010), La fascinación por el lenguaje. Madrid. Recuperado de:

http://www.mecd.gob.es/revista-cee/pdf/n8-landero-luis.pdf

López, A. (1990), El quehacer literario. Centro virtual Cervantes. THESAURUS.

Recuperado de:

http://cvc.cervantes.es/lengua/thesaurus/pdf/45/TH_45_001_286_0.pdf

Risco, A. (2005).El perfil del egresado en letras. Aciertos contrastes y contradicciones. V

Coloquio Internacional sobre Gestión Universitaria en América del Sur. Recuperado

de: www.inpeau.ufsc.br/wp/wp-content/BD_documentos/1677.doc

Risco, A. (2007), Representaciones sociales de los Estudios Clásicos en el contexto

universitario argentino. Universidad Nacional de Tucumán. Recuperado de:

http://erevistas.saber.ula.ve/index.php/praesentia/article/viewFile/3788/3631

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