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Levítico 6:8-13
Introducción: Una cosa es evidente a través de estos versículos. El fuego del altar
debía estar permanentemente encendido, no debía debilitarse, mucho menos
apagarse, debía ser continuo y constante. Tres veces en estos cortos versículos Dios
dice: “Mantengan el fuego encendido. Jamás permitan que se apague.”
1. La presencia de Dios. Quiero usar la figura del fuego sobre el altar para desafiarles
a conservar su pasión por Jesucristo. El fuego sobre el altar representa dos cosas
para nosotros. En primer lugar representa la presencia de Dios. A menudo en la
Palabra de Dios, el fuego representa Su presencia. Por ejemplo, Dios le habló a
Moisés por medio de la zarza ardiendo. La nación de Israel fue guiada en el desierto
por una nube de día y por una columna de fuego de noche. El sacrificio de Elías sobre
el monte Carmelo fue consumido por fuego que cayó del cielo. Juan el Bautista dijo
que venía uno detrás de él que los bautizaría no con agua sino con fuego. Y en el día
de Pentecostés donde nació la iglesia, aparecieron lenguas como de fuego sobre los
cristianos. El fuego representa la presencia de Dios.
En Mt. 24:12 Jesús habla acerca de los postreros días, y dice: “y por haberse
multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará.” ¿Podemos leer este versículo
otra vez? “Y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará.” Es
muy posible que esta mañana yo les esté hablando a muchos que una vez tuvieron
corazones encendidos con una pasión por Jesucristo, pero que ahora se han enfriado,
y cuyo fuego por Cristo es ahora una brasa a punto de apagarse. Solían tener hambre
por la palabra de Dios, solían tener celo por su santidad, solían prevalecer en oración,
pero el fuego sobre el altar de su corazón se enfrió. Y Dios te dice esta mañana:
“Mantén el fuego encendido. No permitas que se apague.”
El segundo punto de mi mensaje esta mañana es que tenemos que avivar el fuego del
don de Dios. En 2 Tim. Pablo escribe a su joven discípulo y amigo, Timoteo. Timoteo
era exactamente igual que muchos de ustedes. El había sido criado en un hogar
cristiano. Había tenido una madre y una abuela piadosas. Había sido enseñado por el
apóstol Pablo, y estaba trabajando en el ministerio cristiano. Pablo tenía una
preocupación por Timoteo, su hijo en la fe, que el fuego de su corazón comenzara a
decaer, que su pasión por Jesucristo comenzara a morir.
En el cap. 1:6 de 2 Tim., Pablo escribe: “Por lo cual te aconsejo que avives el fuego
del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos.”
2. Viva con los recursos de Dios. La mayoría de las cosas que Dios me ha enseñado,
las he aprendido por medio del fracaso. ¿Ha tratado de vivir la vida cristiana por sus
propio esfuerzos, con sus propios recursos? Yo lo he hecho. Lo que he encontrado es
frustración y derrota. Jesús dice: “Separados de mí, nada podéis hacer.” Sus recursos
son más que suficientes. Y si vamos a mantener el fuego encendido sobre el altar de
nuestros corazones, debemos aprender a vivir con los recursos de Dios.
3. No acepte sustitutos. En Ap. 2 Jesús confronta a la iglesia de Efeso. Efeso era una
buena iglesia; a ustedes les hubiera gustado la iglesia de Efeso. Eran activos, no
toleraban el mal; habían resistido las pruebas, habían trabajado duro. Pero Jesús les
dice en 2:4-5 “pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por
tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras.”
Ellos habían caído en la misma trampa a la que estamos sujetos el día de hoy. Ellos
habían reemplazado activismo por intimidad. Elevaron los ritos por encima de la
relación personal. Reemplazaron la forma por el compañerismo. Si vamos a conservar
el fuego de la pasión por Cristo en nuestro corazón, no podemos aceptar ningún
sustituto por la comunión con El.
Hermanos, no acepten sustitutos para su comunión con Jesús, de ese modo el fuego
sobre el altar de su corazón será conservado.
¿Qué valor tiene el pasar diariamente tiempo en la presencia del Señor? ¿Qué valor
hay en seguir una disciplina espiritual en nuestra vida? En Lucas 24 se nos cuenta la
historia de dos discípulos que caminaban rumbo a Emaús. Sus vidas habían tomado
un giro inesperado. Estaban deprimidos, desanimados y derrotados. Todos sus
sueños y esperanzas habían sido clavados en la cruz del calvario. Sus vidas estaban
en el nivel más bajo. ¿Se ha sentido usted así, alguna vez? Entonces, el Cristo
resucitado apareció en medio, y caminó y habló con ellos, se reveló a ellos y luego se
marchó.
Pero noten lo que dice en el v. 24:32 “...” ¿Qué es lo que mantiene el fuego encendido
en nuestros corazones, queridos hermanos? Es la Palabra de Dios y el tiempo que
pasamos en la presencia del Señor.