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Modelos de soluciones: ideales y reales.

Vivimos en el tiempo de las facilidades; en el que las cosas parecen tan sencillas como
efímeras; en el que no nos preguntamos siquiera qué es lo que nos mantiene con vida.
Podemos responder y decir “el aire” pero, ¿qué es aire? “eso que nos mantiene con vida” y
fingimos esclarecer nuestras dudas. El aire, sin embargo, es una mezcla de gases que
contiene Nitrógeno, Oxigeno, Argón y pequeños rasgos de otros componentes (Buckius &
Howell, 1990).

¿Y qué es una mezcla? Parece un poco más complicado. Intentemos pensar en una
situación cotidiana: al bebernos una taza de café con crema al gusto y dos cucharadas de
azúcar o cuando pedimos una malteada. En ambos casos, tenemos una parte en mayor
cantidad y otras tantas en menor presencia, independientemente de que tanto haya
llamaremos a estas partes “componente”. Por ejemplo, al preparar una malteada, nuestro
mayor componente es la leche y el de menor presencia podría ser el saborizante (que
también es una mezcla).

Las mezclas, sin embargo, es su definición formal, es un sistema en el que convergen dos
o más componentes. Al de mayor cantidad le llamaremos solvente y al de menor –o los– les
llamaremos solutos (Castellan, 1987). Cabe mencionar que esta categorización es arbitraria
y podríamos denominar solvente al de menor cantidad, según convenga. Ahora bien, existen
dos tipos de mezclas: homogéneas y heterogéneas (Chang, 2010).

Gran parte de la química y bioquímica sucede en mezclas homogéneas llamadas


“disolución”. Según expone Levine, (2004), se puede entender como “un sistema de una fase
con más de un componente. La fase puede ser sólida, líquida o gas.” Pensando en la
importancia de las soluciones en química, consideremos especies químicas dispersas a escala
molecular conviviendo entre sí.

Así, pues, existen aspectos importantes de contemplar al estudiar una mezcla


homogénea o heterogénea, tales como: concentración, cantidad de un componente
cualquiera con respecto a la cantidad total (fracción másica/volumétrica/molar), etc.
Además, podemos describir una disolución mediante la comprensión del comportamiento
individual de los componentes, refiriéndose por ejemplo a la presión parcial, entalpía,
entropía, etc. En realidad, la importancia de las mezclas radica en el empleo de estas
propiedades que exhiben.
Basándonos en el comportamiento de una mezcla en particular podemos categorizarla
como ideal o no ideal. En ese sentido las soluciones –o mezclas– ideales son aquellas que
obedece a la ley de Raoult en todo el intervalo de concentraciones. Dicha ley, especifica
que, según Castellan, (1987): “La presión de vapor del disolvente sobre una solución es igual
a la presión de vapor del disolvente puro multiplicada por la fracción mol del disolvente en la
solución”.

Por otra parte, las soluciones que muestran un comportamiento opuesto a las ideales,
teniendo en cuenta que sobrepasan los límites establecidos por la Ley de Raoult, se les
conoce como soluciones ideales (Capparelli, 2013).

Estas diferencias que se encuentran en las soluciones reales con respecto a las ideales
se deben a que los efectos de las interacciones moleculares cobran fuerza a medida que se
desvían de los valores límite contemplados por la Ley de Raoult. De manera análoga, los
gases se desvían del comportamiento ideal a medida que se alejan de la presión cero
(Boles & Çengel, 2015).

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