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La racionalidad

en debate
1: Racionalidad y conocimiento;
la racionalidad en la ciencia
La racionalidad
en debate
I: Racionalidad y' conocimiento;
la racionalidad en la ciencia

Compilación y prólogo
de Oscar Nudler y
Gregorio Klimovsky
(comp)
E.M. Flichman, QJ. Gómez, M.
C. González, P. Junqueira ómith,
G. Klimovsky, A Moretii,
O. Nudler, G. Palau, V. Rodríguez,
M.H. éabatés, D. óosa

Cent ro Ediior de América Lat ina


Patrocinados por
Fundación Bariloche
LOGOS (Centro Bariloche de Filosofía)
SADAF (Sociedad Argentina de Análisis Filosóficos)
con el auspicio de:
CEDEPRO (Centro de Desarrollo de Proyectos)

Dirección: Ricardo Figueira


Secretaria de redacción: Oscar Troncoso
Asesoramiento artístico: Oscar Díaz
Diagramación: Ricardo Pereyra
Coordinación y producción: Natalio Lukawecki.
Fermín E. Márquez

© 1993 Centro Editor de América Latina S.A.


Tucumán 1736, Buenos Aires
Hecho el depósito de ley. Libro de edición argentina. Impreso en
Carybe, Udaondo 2646, Lanús Oeste, Prov. de Bs, As, Encuader­
nado en Haley, Av. Mosconi 640, Lc'"'oc Hol Mirador, Prov, de Bs,
As. Distribuidores en la República/
cellaro e Hijos, Echeverría 2469.
Dipu S.R.L., Azara 225, Capital.
Impreso en marzo de 1993.

ISBN: 950-25-2111 -0-


PROLO

OSCAR NUDLER* - GREGORIO KLIMOVÍ

Este volumen presenta una selección de los trabajos f.¡'.-■


fueron presentados y debatidos en el transcurso de! Primer
Coloquio Bariloche de Filosofía celebrado en agosto de 1
como parte de una serie de coloquios patrocinados por la
FUNDACION BARILOCHE. Este evento contó asimismo con
el auspicio académico de SADAF (Sociedad Argentina de
Análisis Filosófico) y LOGOS (Centro Bariloche de Filosofía),
así como el respaldo de CEDEPRO (Centro de Desarrollo
de Proyectos).
El propósito del Coloquio fue explorar el tema de la
racionalidad, tanto en sus aspectos filosóficos básicos como
en su relación con ámbitos determinados, particularmente el
de las ciencias. La cantidad y calidad de los trabajos pre­
sentados hicieron realmente difícil nuestra tarea de selec­
ción; la muestra aquí reunida se ajusta al criterio de reflejar
en la mayor medida posible la riqueza y variedad de po­
siciones y ángulos de enfoque. Esperamos haberlo logrado.
La fascinación con el tema de la racionalidad no ha nacido
por cierlo hoy sino que ha obrado a todo lo largo de la historia
de la filosofía. Así fue desde que ¡os presocráticos intro­
dujeron, en los albores de la filosofía occidental, la ¡des os
logos; así continuó aconteciendo cuando los mediev
debatían las relaciones entre la razón y la fe; y así cuín li­
cuando los modernos instituyeron el ideal de la ra . •
científica y polemizaron luego sobre sus posibles lím
Podría decirse no obstante que en el transcurso \le e : .
siglo, o posiblemente desde el último tercio del siglo ante

* Fundación Bariloche/CONICET
" Universidad de Buenos Aires/SADAF
el tema se ha vuelto más acuciante y también más polémico,
especialmente a partir de la irrupción de corrientes
cu est ion adoras de la tradición racionalista dominante en la
historia de la filosofía occidental. Por otra parte, la interro­
gación acerca de la naturaleza y el lugar de la racionalidad
en diversos ámbitos de la vida humana, desde el de la
creación y el desarrollo científico, artístico y filosófico hasta
el de las prácticas individuales y sociales, particularmente en
los terrenos de la política, el derecho y la moral, adquirió un
carácter más generalizado y sobre todo más radical que en
el pasado. Tanto es así que hablar de la "crisis de la razón",
ya sea para afirmar o dudar de su existencia, se ha vuelto
un lugar común. Una impresionante acumulación de acon­
tecimientos y procesos revolucionarios ocurridos durante
este siglo, desde revoluciones científicas y tecnológicas
como la cuántica, la relativista o la informática, hasta re­
voluciones artísticas (en música, artes visuales, literatura) y
revoluciones sociales y políticas de signos diversos y
consecuencias profundas, a veces catastróficas, sobre la
vida de los pueblos ha contribuido sin duda a que el tema
de la naturaleza, alcance y usos de la razón haya alcanzado
tan fuerte re'sonancia. Se ha formado así un suelo propicio
sobre el cual han crecido viejas y nuevas polaridades; razón
universal versus razón plural o fragmentada en paradigmas
o "mundos" inconmensurables; razón desapegada y neutral
versus razón "situada”, culturalmente dependiente; razón
esencialmente determinada por su inserción en un cuerpo
versus razón desencarnada, susceptible de ser sustentada
por un hardware mecánico; razón autotransparente versus
razón sometida a determinaciones ideológicas y mecanis­
mos inconscientes; razón individual, propia del Pensador
enfrentado en la acción, versus razón ideológica, social­
mente construida; razón que se ve a sí misma como per­
seguidora o amante de la verdad versus razón escéptica que
utiliza su propio poder para destruir esas pretensiones; razón
puramente instrumental versus razón ponderadora de fines
y valores, etc. Éstas y otras polaridades relacionadas son
materia de análisis y argumentación o se hallan en el
trasfondo de muchos de los trabajos que integran este
volumen. El lector podrá reconocerlas y ubicar las diferentes
contribuciones a partir de su toma de posición en relación
con tan compleja y vital problemática.
Hemos agrupado los estudios que siguen en cuatro
secciones: I. Racionalidad y Conocimiento: Conceptos y
Problemas Básicos; II. La Racionalidad en la Ciencia; III.
Racionalidad y Método en Ciencias Humanas; IV.
Racionalidad, Teoría de la Elección Racional, Razón
Comunicativa.
La primera sección agrupa trabajos donde se analizan
posiciones filosóficas generales en relación con el tema de
la racionalidad. En algunos de estos trabajos el análisis se
centra en un filósofo determinado (Davidson, Rorty, Stich,
etc.) mientras que en otros se recorre un amplio territorio de
la historia de las ideas. Sin embargo, en todos los casos
aparece enfocada la misma problemática de fondo a la que
recién aludíamos.
El estudio inicial, escrito por Plinio Junquiera Smith, es
un intento por aportar al tema de la racionalidad desde una
perspectiva escéptica. Con este propósito Junquiera Smith
defiende la existencia de una similitud entre Sexto Empírico,
Hume y Wittgenstein (a quien por tanto incluye en la tradición
escéptica). Esta similitud consiste en admitir un terreno
pre-filosófico, natural, dotado de una racionalidad que le es
propia y al cual no se extiende la duda escéptica. Al mismo
tiempo el autor, siguiendo al Wittgenstein del Uber
Gewissheit, considera erróneo buscar, como lo hiciera
Descartes, un fundamento a nuestras creencias como
respuesta a la duda filosófica. Tal respuesta implica una
definición dogmática de la naturaleza de lo racional lo cual,
según el punto de vista escéptico, es ilusorio, engañoso.
El trabajo de Oscar Nudler que sigue también aborda la
cuestión de la racionalidad desde el punto de vista de la
relación entre el conocimiento filosófico y el pre-filosófico, en
particular, las teorías acerca del orden del mundo presentes
en forma explícita o implícita en las culturas (cosmologías).
Nudler sostiene, apoyándose en autores como Popper y
Toulmin, que el antiguo vínculo entre filosofía y cosmología,
debilitado a partir de la modernidad, cortado desde Kant y
destruido durante el presente siglo, debería restaurarse. Sin
embargo, esa restauración no incluiría la de la concepción
racionalista de una razón universal, constitutiva y a la vez
juez de teorías, paradigmas y cosmologías, sino que im­
plicaría una racionalidad "situada" y plural. Pero no por ello
sería una racionalidad anárquica, feyerebendiana, ni tam­
poco instrumental a la Rorty, desapegada de toda tradición,
particularmente la de la filosofía occidental.
El desarrollo de la postura del autor emerge gradualmente
en el trabajo a partir de un relato del proceso de investigación
■que llevara a cabo. El relato también incluye un argumento
en favor de un modo no arrogante de entender la naturaleza
y práctica de la filosofía, modo que implica según el autor
un reconocimiento de la función específica de la filosofía
dentro, y no fuera y por encima, de tradiciones intelectuales
culturalmente significativas.
A continuación, el trabajo de Marcelo Sabatés argumenta
en contra de la tesis de una razón fragmentada tal como es
defendida por S. Stich en su conocida obra La
Fragmentación de la Razón. La argumentación desarrollada
en este libro en favor de dicha tesis es de un alcance amplio
ya que se apoya en la afirmación de la inaceptabilidad de
la posición metaepistemológica compartida por toda la
epistemología perteneciente a la tradición de la filosofía
analítica. Stich funda esta inaceptabilidad en criticas tanto
al monismo normativo en cuestiones ep¡stémicas como a la
apelación a intuiciones pre-filosóficas para dirimir disputas
entre diversas teorías normativas. Sabatés defiende frente
a estas críticas a la filosofía analítica (y en particular a la
teoría del equilibrio reflexivo) y, por lo tanto, impugna la razón
esgrimida por Stich en favor de la tesis de la fragmentación
mediante argumentos dirigidos a establecer las siguientes
dos afirmaciones: a) al menos algunas críticas de Stich son
injustificadas; b) la defensa que Stich hace de su propia
posición apela inevitablemente al mismo tipo de conceptos
y prácticas que critica.
Inmediatamente después se reproduce el trabajo pre­
sentado por Alberto Moretti donde también se aborda de
algún modo el problema de la fragmentación de la razón
aunque bajo la denominación más tradicional de “relativismo
conceptual''. La base del trabajo d» Moretti es un análisis de
la posición de Davidson sobre el tema tal como fue enun­
ciada en "Sobre La Idea Misma de Relatividad Conceptual".
El argumento central de Davidson se dirigía a mostrar que
la dicotomía esquema conceptual-experiencia no es
defendible. Moretti aduce al respecto razones para sostener
que el argumento de Davidson no es conclusivo. Sin em­
bargo, alega también que la versión extrema del relativismo
no es factible.
' El trabajo de David Sosa que sigue aborda el problema
clásico de la racionalidad de la inferencia inductiva a través
de una crítica de la célebre solución dada por Nels<
Goodman en Fact, Fiction, and Forecast. Sosa inicia
trabajo recordando el acertijo de Goodman. No impo
cuántos datos sostengan una hipótesis (no agotada), sií;
pre habrá una cantidad indefinida de otras hipótesis q ;
aunque difieran en algunos casos posibles, se acomod
igualmente bien a los datos. En otras palabras, los da
solos no pueden en general distinguir a la hipótesis jus:
cada. El acertijo de Goodman hace claro que, tan sólo c
elegir predicados apropiados tendremos, en base a cu
lesquiera observaciones, la misma confirmación para cur
quier predicción. Con palabras de^ Goodman, “Nos qued
mos... con el resultado intolerable de que todo confirm
todo". La propuesta del mismo Goodman para solucionar»
problema se basa en la noción de "atrincheramiento’'. So?
critica esta propuesta. En su lugar propone una respues’
basada en la noción de simplicidad; de acuerdo con ésta,
la confirmación de cualquier hipótesis depende en Rarte do
su simplicidad.
La primera sección del volumen concluye con un trabajo
de Gladys Palau que toma como base la teoría general de
la racionalidad y el cambio de estados epistémicos pro­
puesta por Peter Gárdenfors en Knowledge in Fluks (a par!
de trabajos conjuntos realizados con Carlos Alchourrón y
David Mackinson y por estos dos últimos). El propósito del
trabajo de Palau es según lo aclara la autora presentar un
modelo lógicamente riguroso de la teoría de la equilibracióo
de Piaget y poner de manifiesto la articulación entre el
enfoque piagetiano y el del cambio de estados epistémicos
arriba mencionado.
La segunda sección del volumen incluye trabajos que
versan sobre problemas ampliamente discutidos dentro d
campo de la filosofía de la ciencia y que se relación:. ¡
estrechamente con el tema de la racionalidad. Así, p
ejemplo, el lector encontrará en varios de estos trabaje -
aportes a la discusión entre partidarios y críticos de la tesis
de la inconmensurabilidad, especialmente tal como fu
formulada por Thomas Kuhn.
Esta parte del libro se inicia con el trabajo de Ricardo J.
Gómez acerca de la concepción de Kuhn de la racionalidr '
según aparece en su alocución presidencial "El Cam'r
desde la Estructura" (Philosophy of Science Associati
19$J0). A partir de una interpretación sistemática de
concepción kuhniana, el autor sostiene: (a) esta versión
reciente de la teoría kuhniana del cambio científico y de su
racionalidad es el corolario de ciertos cambios acaecidos en
la misma, especialmente después de su intercambio inte­
lectual sobre el tema con Cari Hempel en 1983, (b) tal nueva
teoría legítima de modo más explícito el modus operandi de
la ciencia y su desarrollo (los hace "más racionales") que las
versiones de la postura de Kuhn al respecto de los años
1962, 1965, 1969 y 1977, (c) las propuestas de 1990
enfatizan la presencia de ciertas coincidencias con las
versiones más conspicuas de la concepción standard de la
racionalidad científica, y (d) torna, tal como Kuhn reconoce
explícitamente en su alocución, más kantiana a toda su
teoría de la ciencia. Sin embargo, Gomes se propone
mostrar que en relación con la racionalidad científica es
dudosa la pretensión de Kuhn de estar proponiendo "un tipo
de kantismo post-darwiniano". El autor cree, por el contrario,
que Kuhn sigue defendiendo una teoría debilitada de la
racionalidad instrumental, no comprensiva .y que, indepen­
dientemente su posible carácter post-darwiniano, no es fiel
al espíritu y las propuestas centrales de Kant sobre la razón
operante en la actividad científica.
Seguidamente, y también en relación con la filosofía de
la ciencia de Kuhn, la contribución de Eduardo Flichman es
un intento por mostrar que la posición kuhniana acerca del
tema de la inconmensurabilidad, al menos tal como aparece
en los últimos trabajos de este autor, es una posición que
rescata el carácter racional de la comparación entre teorías
científicas. Para llevar a cabo este propósito, Flichman
expresa las ideas de Kuhn en el lenguaje de su propia
concepción referida a “haces naturales". Presenta esta
noción cono la elucidación de expresiones tales como
"clases naturales", “familias naturales", etc. Los haces na­
turales cambian con las teorías. Los lenguajes científicos
presentan nombres comunes cuyos correlatos son haces
naturales. Por lo tanto dos teorías que difieren en el re­
conocimiento de al menos un haz natural no son totalmente
traducibles entre sí. Sin embargo, sostiene el autor, son
perfectamente comparables.
El trabajo de María Cristina González que se inserta luego
analiza dos polaridades en el campo de la filosofía de la
ciencia. La primera divide a quienes sostienen que la función
de la filosofía de la ciencia es puramente descriptiva de
quienes afirman, por el contrario, que aquella debe cumplir
una función prescriptiva. Por otro lado está la oposición, en
e\ problema de la explicación del cambio científico, entre
historicistas y anti-historicistas. La autora describe ambas
polémicas y sostiene que no son independientes. Finalmente
discute la propuesta del modelo reticular de Larry Laudan.
El trabajo de Víctor Rodríguez que se incluye a conti­
nuación examina aspectos de! vasto programa de investi­
gación de Herbert Simón y- colaboradores en ciencias
cognitivas que se relacionan con la filosofía de la ciencia. El
autor analiza en particular las consecuencias de considerar,
como lo hace Simón, al descubrimiento científico desdo la
óptica de la resolución de problemas con utilización de
programas de computación. Luego de aclarar varias dis­
tinciones relevantes (como por ejemplo la distinción entre
problemas bien estructurados y problemas estructurados
deficientemente), de señalar la diferencia entre el enfoque
empírico de Simón y otros enfoques más formales, espe­
cialmente el de Kevin Kelly (con quien por otra parte coincide
en el lugar central de la computación en la epistemología),
Rodríguez delinea la fructífera perspectiva abierta por el
procedimiento de relacionar la racionalidad humana con la
resolución de problemas mediante heurísticas elaboradas
computacionalmente. Hace hincapié al respecto en el
concepto de complejidad computacional y su aporte a una
teoría de la racionalidad.
Cierra esta segunda sección del volumen el trabajo de
G regorio K lim ovsky sobre “ in conm ensurabilidad,
incomunicación e irracionalidad". El autor sostiene que el
fenómeno de la inconmensurabilidad de las teorías cientí­
ficas —tal como ha sido enfatizado por Thomas Kuhn— no
implica la imposibilidad lógica de comunicación entre los
partidarios de las respectivas teorías. Después de analizar
ejemplos como el de la geometría no euclideana o el de la
geometría descriptiva, Klimovsky señala que el emplee de
modelos internos, lógicas subyacentes y metalengusjes
convenientes permite siempre la comunicación. Entre tales
lógicas y metalenguajes se subraya el papel desempeñado
por la lógica del orden uno y por el lenguaje ordinario.
La tercera parte del volumen, dedicada a examinar el
vínculo entre las ¡deas de racionalidad y método en las
ciencias humanas, ofrece en sus diferentes trabajos un
análisis de una amplia gama de posturas metodológicas cis
influyentes escuelas contemporáneas así como también
análisis históricos.
Esta sección se inicia con un trabajo de Félix Gustavo
Schuster donde se pasa revista a diversos métodos que han
sido utilizados en las ciencias humanas tales como el
abstracto-deductivo, el dialéctico y el progresivo-regresivo.
El autor plantea asimismo la posibilidad de que el tipo de
análisis que propone sea aplicable también en los casos de
la inducción y e! método hipotético-deductivo. Un objetivo del
estudio es delinear la manera en que el elemento
metodológico contribuye al conocimiento y su conexión con
un modelo racional de ciencia. A tal fin se analizan las
relaciones existentes dentro del haz “método-descubri-
miento-justificación-racionalidad", en particular las que vin­
culan descubrimiento y justificación.
El trabajo siguiente, de Cecilia Hidalgo, tiene por objetivo
mostrar la influencia metodológica que el debate acerca de
la racionalidad, la traducción y la conmensurabilidad de las
culturas ha tenido en las ciencias humanas, especialmente
la antropología. La autora señaia, por una parte, el enfoque
apriorístico de los filósofos, enfoque que destaca el papel de
las reglas lógicas y las restricciones impuestas por la exi­
gencia de coherencia, delineando prerrequisitos orientados
a factores comunes de la racionalidad, universalmente
compartidos. Por otra parte muestra cómo, desde un en­
foque naturalista, los científicos sociales — aún aquellos de
inclinación relativista—, han desarrollado criterios de com­
paración adecuada con la meta de esclarecer el problema
de la unidad o pluralidad de los standards de racionalidad.
La autora defiende una extensión al campo del análisis
filosófico de los modos científicos de dirimir la cuestión con
el argumento de que éstos conducen a dar cuenta del
“espesor" y la significatividad de los standards de
racionalidad comparados, más allá del espacio formal
compartido.
La contribución de José Sazbón que sigue a continuación
enfoca el tema de la racionalidad a partir de un análisis de
la transición entre el estructuralismo y el postestructuralismo,
tal como se dip en Francia a partir de la década del 60. El
primer movimiento estaba basado, como nos lo recuerda el
autor, en la idea de una racionalidad y cientificidad reno­
vadas a partir del empleo generalizado en las ciencias
humanas del método estructural. El segundo en cambio
separa las ¡deas de racionalidad y método de modo tal que
un variado refinamiento metodológico se acompaña de un
estrategia de disolución de las pretensiones de la razón: .
cuestiona así tanto el carácter integrador de la racionalid
científica como su proyección humanística y emancipatori
Una tesis del autor referida a esta transición entr
estructuralismo y postestructuralismo es que ambos m ovi­
mientos no han sido, como se sostiene comúnmente, su
cesivos sino que, en cierta medida al menos, se han su
perpuesto en el tiempo. Esto se muestra especialmente a
través de referencias a la obra de Lévi-Strauss. Finalmente
el autor analiza cómo la historia,' tanto como disciplina
sistemática o como memoria social, se ha convertido en
objeto pre dilecto de e je rcicio s d econstructívos y
teorizaciones nihilistas.
Miaría Inés Mudrovcic analiza seguidamente el cambio de
esquema conceptual que se llevó a cabo durante la primera
mitad deS siglo XVIII en el ámbito de la historia. Se refiere
en particular a Voltaire y al nuevo papel que éste le confiriera
a la razón en la historia. A partir de este caso concreto la
autora procura establecer algunos puntos generales como,
por ejemplo, que el concepto de racionalidad se determina
dentro de un contexto histórico dado a partir de los ele­
mentos que una determinada comunidad reconoce como
extraños (irracionales).
Cierra esta sección el trabajo de Enrique E. Mari sobre
la relación entre racionalidad, ficciones y legitimación del
poder en dos contextos históricos diferentes: el religioso
medieval y el racional contractual, en particular a partir de
la Ilustración. En el primer caso el autor analiza, apoyándose
en estudios de Ernst Kantorowicz y otros, el caso del
"paradigma cristológico" como estructura simbólica de
legitimación del poder; en el caso de la sociedad contractual,
se focaliza sobre las doctrinas consensúales, particular­
mente en Locke, Diderot y Rousseau. La tesis principal que
defiende Mari es que, producido el colapso del universo
religioso, las ficciones empleadas en este universo sub­
sistieron en buena medida de modo que la legitimación
aparece siempre cojpo dependiente de constructos teóricos.
La cuarta y última parte de este volumen comprende u n -:
serie de trabajos en que se discuten modelos enfrentados,
particularmente los de Elster por'un lado y los de Apel y
Habermas por el otro, de la racionalidad de las acciones
humanas. Esta parte del libro exhibe así a la vez una fuerte
coherencia temática y pronunciadas diferencias en las
posturas. Constituye sin duda un valioso aporte a la bi­
bliografía sobre el tema.
El trabajo inicial, perteneciente a Cristina Ambrosini, se
propone contribuir al problema de la fundamentación de la
acción moral en el contexto de las actuales sociedades
democráticas mediante un análisis de modelos propuestos
de decisiones racionales. En particular, la autora expone y
analiza los principios básicos de la teoría de los juegos de
von Neumann y Morgenstern. Esta teoría demuestra que
ciertos comportamientos sociales pueden ser adecuada­
mente descriptos mediante modelos de juegos de estrategia,
juegos que son susceptibles de análisis matemático. La
autora realiza una crítica de la teoría de los juegos y de su
modelo de racionalidad estratégica oponiéndole el modelo
de racionalidad comunicativa, particularmente^en la versión
dada por Apel.
Graciela Barranco de Busaniche, cuyo trabajo se incluye
a continuación, analiza los problemas de indeterminación e
inadecuación que provoca la definición de "racionalidad"
dada tradicionalmente dentro de ios enfoques de elección
racional. Frente a estos problemas se han formulado dos
posturas: a) la que los ve como insolubles desde cualquier
teoría de la elección racional a menos que se eliminen
postulados fundamentales de la misma; b) la que los ve
como solubles pero a condición de que se suplemente la
teoría de la acción racional con consideraciones que au­
menten su poder explicativo. La autora toma como ejemplo
paradigmático de la primera posición la de Barry Hindess (en
Political Choice and Social Structure) y de la segunda la de
Jon Elster (Solomonic Judgements). Luego de un análisis de
ambas posturas, concluye con un intento de balance final.
El trabajo siguiente, de Marcelo Prati, compara los
análisis de las concepciones de Marx hechos, respectiva­
mente, por Jon Elster sobre la base de su teoría de la
elección racional y por Gerald A. Cohén desde una perspec­
tiva afín con el materialismo histórico. La comparación se
refiere especialmente a las posiciones opuestas de ambos
autores con respecto a las explicaciones funcionales en
ciencias sociales. El autor realiza un examen crítico de
ambas posiciones.
El trabajo de Francisco Naishtat que sigue a continuación
trata el tema de la articulación de la racionalidad
medios-fines con la racionalidad normativa en el dominio de
la acción política. El autor parte de la definición de acción
política dada en el texto El Oficio del Político de Max Webcr
y de la clásica distinción weberiana entre una ética de la
responsabilidad y una ética de la convicción. Su propósito
es mostrar que la acción política no se agota en el orden
estratégico sino que implica elementos normativos. A su vez
estos elementos normativos pueden aparejar conflictos de
racionalidad en el plano de la acción y condicionar modelos
de explicación. Entre estos últimos ej autor analiza en forma
concisa el modelo de la elección racional de Elster y el
modelo de la acción comunicativa de Habermas y señala
aspectos a su juicio insatisfactorios de ambos modelos.
Esta sección se cierra, y con ella el libro, con el trabajo
de Eduardo Rabossi donde el autor pondera el posible mérito
de la llamada “estrategia díalógica" aplicada a los problemas
tradicionales en torno de la validez, legitimidad, objetividad
y/o racionalidad de normas, principios y juicios básicos.
Según el análisis que hace Rabossi, esta estrategia apela
a! diseño de una situación dialógíca o conversacional que
establece restricciones sobre las actitudes y comportamiento
de los participantes, tales que (a) la situación tiene, por
necesidad, una resolución final, (b) el resultado es la
identificación comunitaria de una norma, principio y/o juicio
básico, (c) además de la identificación, los participantes
consensúan el contenido, (d) la aceptación consensuada del
resultado más el procedimiento empleado funda su validez,
legitimidad, objetividad y/o dialógicas, el autor elige focalizar
en la de J. Habermas. Pero al margen de diferencias de
contexto y de presentación, Rabossi considera que puede
hablarse válidamente de estrategia dialógica como un tipo
de estrategia teórica. Su propósito en este trabajo es refinar
dicha noción, mostrar ¡as dificultades genéricas que enfrenta
y criticar la pretensión de haber encontrado un recurso
teórico eficaz para dar respuesta a los problemas tradicio­
nales en torno de la validez, legitimidad, objetividad y/o
racionalidad de normas, principios y/o juicios básicos.
Como es posible apreciar a partir de los breves resí
menes anteriores, la temática abordada por los participante-
del Primer Coloquio Bariloche de Filosofía, fue amplia,
variada y de indudable significación teórica y práctica. Si bien
los problemas planteados quedan abiertos (como no podía
ser de otro modo tratándose de problemas filosóficos),
creemos que el lector encontrará en este volumen pers­
pectivas iluminadoras de los mismos.
Agradecemos profundamente a todos los ponentes sus
valiosas contribuciones, tanto las incluidas en esta selección
como las que por razones de espacio no hemos podido
incluir. Agradecemos asimismo a los numerosos asistentes
inscriptos en el Coloquio, quienes hicieron por cierto una
contribución decisiva ál éxito de esta experiencia de reflexión
y debate sobre el fascinante tema de la racionalidad.

Oscar Nudler y Gregorio Klimovsky


!. R A C IO N A L ID A D Y C O N O C IM IE N TO :
C O N C E P T O S Y P R O B L E M A S BÁSICOS
W ITTG E N S TE IN : RAC IO NALIDAD Y
E SC EP TIC IS M O *1

P U N IO JU N Q U E R A SM IThT*

1. Uno de los diagnósticos sobre el panorama filosófico


actual afirma que vivimos una '‘crisis de la razón". Si, por un
lado, se puede hablar de una especie de fragmentación del
proyecto fenomenológico, por el otro, la filosofía analítica
habría terminado perdiéndose en debates tan minuciosos
como irrelevantes. Y también el marxismo ha dejado de
tener, en tanto alternativa filosófica, el significado que asu­
miera en otras épocas. Habría así un vacío en las reflexiones
filosóficas y una falta de paradigma, lo que conduciría a
cuestionar de nuevo la posibilidad misma de un conoci­
miento de la verdad que pudiese alcanzar algún consenso
entre los filósofos .2 De nuevo, pues hubo muchas otras
épocas en las que los filósofos denunciaron el estado
precario y lamentable del pensamiento filosófico y pretendie­
ron poner fin a la confusión establecida. En esta situación,
nuestra propia racionalidad parece desvanecerse, toda vez
que, sin parámetros para demarcar nuestras reflexiones,
ningún argumento o conducta parecería ser racional o
irracional. Y la victoria tal vez recaiga en aquel que se adapte
mejor a los gustos de la época.
El estado en que nos encontramos, según ese diag­
nóstico, no difiere mucho del señalado por Husserl al co­
mienzo de sus Meditaciones Cartesianas, de acuerdo con el
cual hasta faltaba un terreno común en que las divergencias
y discusiones pudiesen entrar en escena. Oponiéndose a las
filosofías del punto de vista, la fenomenología pretendió ser
una filosofía universal y no por casualidad buscó en Des-
i
* Traducción del portugués de Cecilia Hidalgo. Revisión de la
traducción: Oscar Nudler.
** Universidad de San Pablo, Marilia, Brasil.
cartes a uno de sus maestros. El esfuerzo por dejar de lado
los preconceptos adquiridos y las filosofías aprendidas para
encontrar una verdad primera, que se impusiere tan sólo en
virtud de su fuerza racional, manifiesta una preocupación por
encontrar una manera que permitiese instalar el diálogo
filosófico. Por cierto, en Descartes no hay una búsqueda de
"unidad de un espacio espiritual" (die Einheit eines geistigen
fíaumes),3 pero en Husserl vemos explícitamente el intento
de dejar de lado la controversia entre realistas e idealistas
para describir pura y simplemente aquello que se manifiesta
a nuestra conciencia sin utilizar ningún cuadro teórico
provisto por la filosofía o por la ciencia.
Esa actitud de Husserl nos parece común a varios filó­
sofos que definieron nuestro horizonte de reflexión, como por
ejemplo Bergson. En efecto, así comienza una de sus
principales obras: “Fingiremos por un instante que no sabe­
mos nada de las teorías de la materia y de las teorías del
espíritu, nada de las discusiones sobre la realidad o la
idealidad del mudo externo"/ Y todo el primer capítulo se
esfuerza por describir el campo de las imágenes tal como
se nos ofrece sin recurrir a ningún esquema teórico. También
el monismo neutral de William James o de Russell (en cierto
período de su vida) constituyeron un intento de cancelar toda
teoría acerca de las cosas y los pensamientos permitiéndose
recurrir, en la medida de lo posible, sólo el puro aparecer
para reconstruir nuestra visión del mundo.
Debido en parte a ese esfuerzo ya prolongado, se pueden
describir, como hace Habermas, algunos lineamientos ge­
nerales del pensamiento actual más allá de las divergencias
entre la filosofía analítica, e! marxismo y el estructuralismo.
"Pero lo específicamente moderno, que se apoderó de todos
los movimientos de pensamiento, radica no tanto en el
método como en los motivos de ese mismo pensamiento.
Cuatro motivos caracterizan la ruptura con la tradición. Los
rótulos son los siguientes: pensamiento postmetafísico, giro
lingüístico, carácter situado de la razón e inversión del
primado de la teoría sobre la praxis o superación del
logocentrismo".5 Al margen de que todos esos tópicos estén
interreiacionados, mi atención se centrará sobre todo en la.
cuestión de la racionalidad.
Intentaré mostrar en lo que sigue, apoyándome en
Wittgenstein, que hay una racionalidad interna, o inmanente
en nuestra vida práctica común, y que los intentos filosóficos
de instituir una racionalidad aogmatica que trascienda esa
esfera práctica no sor más que ilusiones. Por lo tanto
podemos hablar de Ui. lerreno pre-fiíosófico o metafísica-
mente neutro en que oe puedan instalar las discusiones
filosóficas y que tienen tal vez, alguna analogía con el
espacio espiritual de Husserl. En primer lugar, es preciso
situar la cuestión tal como la ve Wittgenstein, distinguiendo
la duda práctica presente en la vida común y la duda teórica
planteada por el idealista, es decir, Descartes, y que debería
ser respondida por Moore. En segundo lugar, a partir de la
caracterización misma de qué es una duda o una creencia
racional, intentaré establecer que la duda cartesiana y las
afirmaciones de Moore no tienen razón de ser. Luego,
identificaré aquellos argumentos que me parecen decisivos
para rechazar la disputa entre idealistas y realistas en lo que
atañe a su racionalidad y ofreceré una pocas indicaciones
para pensar la cuestión de la locura. Antes de concluir haré
una comparación histórica para justificar la caracterización
de la posición de Wittgenstein como escéptica. La particu­
laridad del escéptico es la de rechazar toda y cualquier
trascendencia de ese terreno común, incluso la que es
meramente formal. Así se puede distinguir, a grandes trazos,
entre una racionalidad inmanente a ese dominio común, y
que por eso sería aceptada por todos, inclusive por el
escéptico, y una racionalidad que nos llevaría fuera de ese
dominio, aceptada solamente por los dogmáticos.6
Cabe agregar que, aunque sin mucha precisión con­
ceptual, el propio Habermas caracteriza como "escéptica" a
la racionalidad situada históricamente. Al apuntar a las
ventajas y desventajas del carácter situado de la razón,
Habermas afirma que "los conceptos escépticos de la razón
tuvieron efectos benéficos sobre la filosofía, al desanimarla
con respecto a sus pretensiones desmesuradas y, al mismo
tiem po, al confirm ar su papel de guardián de la
racionalidad ".7 Y, cuando combate los intentos recientes de
reconstrucción de la metafísica, lo hace defendiendo “un
concepto escéptico de la razón, pero no derrotista".8 Lo
señalado, nos parece, apunta a diferenciar su pensamiento
del de Weber y del relativismo postmoderno, que sería una
especie de "escepticismo radical".9
El recurso a Wittgenstein no es enteramente arbitrario
como podría parecer a primera vista. Es interesante señalar.,,
antes que nada que el propio Wittgenstein concebía a la
filosofía como una especie de crisis permanente de la razón,
pues, al buscar respuestas dogmáticas para sus preguntas,
la filosofía terminaba colocándose en cuestión (PU, 133). Y
el problema de la racionalidad, aunque no se constituyera
propiamente en un tema autónomo, aparece abordado de
manera explícita en Über Gewissheit en conexión con los
debates entre realistas e idealistas .10 Si, por fin, como he
argumentado en otra parte," la filosofía wittgensteiniana
presenta fuertes semejanzas con la pirrónica y promueve
una especie de renovación de la tradición escéptica, enton­
ces un escéptico puede tomarla comcj una guía para sus
reflexiones sobre la racionalidad.

2. En Über Gewissheit, Wittgenstein emp!ea>varias veces la


expresión "der vernünftige Mensch"o aún "der Vernünftige".
La primera aparición de la expresión (UG, 19) ya es signi­
ficativa por sí sola pues en ella Wittgenstein distingue entre
la duda práctica y la duda teórica, entre el hombre racional
y el idealista. En lo que respecta a la duda práctica, el
hombre racional y el idealista están enteramente de acuerdo,
por ejemplo, acerca de si esa mano es mía o no. Por otro
lado, el idealista sustenta otra duda subyacente a ésta, en
torno a la cual gira su disputa con el realista. Según
Wittgenstein no es respondiendo a la duda práctica como se
consigue mostrar que la duda teórica es una ilusión.
Ese pasaje es muy rico y sugestivo. Rico porque apunta
a una dimensión de la racionalidad humana que se halla más
acá de las disputas entre realistas e idealistas, y sugestivo
porque descoloca al problema del lugar conferido por Moore
a la duda original que suscita la controversia. Moore s,e
habría equivocado porque no comprendió la pregunta del
idealista, que sería más o menos la siguiente: "¿Qué derecho
tengo a no dudar de la existencia de mis manos? 1 (y para
eso la respuesta no puede ser: 'Yo sé que existen')." (UG,
24) Moore trata al idealista como si fuese un loco, es decir,
como si al ver su mano fuese incapaz de reconocerla como
su propia mano. Pero, en el dominio práctico, el idealista es
un hombre sensato tal como cualquier otro hombre. Lo que
está en juego, parece, es otra forma de racionalidad, distinta
de la que empleamos en la vida ordinaria, pero que de
alguna manera se intenta justificar teóricamente. El idealista,
en tanto, al buscar esa otra forma de racionalidad termina
por complicarse con ilusiones, pues no cuestiona su propia
duda. Ignora “que primero deberíamos preguntar: "de qué
índole sería una duda semejante? y eso no se deja compren­
der sin más". (UG, 24).
Wittgenstein se propone, por tanto, una doble tarea. En
primer lugar tiene que mostrar que Moore no establece el
realismo por medio de la proposición “Yo sé que esto es una
mano" y, en segundo término, debe mostrar la falta de
sentido de la duda idealista. Contra Moore, cabe invocar
argumentos que sustentarían aparentemente la tesis
idealista: no tengo derecho a decir que sé que hay objetos
físicos. Contra el idealista cabe invocar argumentos que
sustentarían la tesis realista: mis dudas no constituyen
ningún motivo para decir que no sé si mi mano existe. Es
como si Wittgenstein recuperase la vieja estrategia pirrónica
de oponer ambos lados del conflicto para rechazar cualquie­
ra de las soluciones .12"También una proposición como la de
que vivo en Inglaterra presenta esos dos lados: no es un
error, pero, por otro lado ¿qué sé de Inglaterra? ¿No puedo
estar completamente equivocado en mi juicio?” (UG, 420)
Más adelante encontramos nuevamente ese doble rechazo:
“Lo extraño es que aunque encuentre enteramente correcto
que alguien rechace con las palabras '¡sin sentido!' el intento
de desconcertarlo con dudas acerca del fundamento, juzgo
incorrecto cuando pretende defenderse empleando las pa­
labras .yo sé'.” (UG, 498; cf. 623).
Tal vez por ello Wittgenstein a veces cree estar en una
posición ambigua y, por lo tanto, vacila. "¿No estaré equi­
vocado y no tendrá Moore toda la razón?" (UG, 397). "¿No
es mi comprensión apenas ceguera respecto de mi propia
falta de comprensión? Así me parece con frecuencia”. (UG,
418) Evidentemente Wittgenstein no cree estar equivocado,
pero sus vacilaciones son testimonios de que la dimensión
de las disputas entre el realismo y el idealismo no es fácil
de ser rigurosamente delimitada. Asociada a esta dificultad
está la de encontrar de modo preciso el punto débil de la
problemática de la existencia del mundo externo. "Pero, ¿es
una respuesta satisfactoria al escepticismo de los idealistas
o una garantía para los realistas decir que [la proposición]
‘hay objetos físicos' no tiene sentido? Para ellos, no es un
sin sentido. Una respuesta quizás sería: esa afirmación, o
su contraria, es un intento fallido de expresar (algo) que no
debe expresarse de esa manera. Es posible mostrar que
está equivocada, pero con eso su cuestión todavía no está
resuelta. Justamente se debe llegar a la intuición de que
aquello que se nos ofrece como primera expresión de una
dificultad puede ser aún una expresión completamente falsa.
Del mismo modo que alguien que censura con razón una
pintura en primera instancia planteará su crítica donde ella
no es pertinente y se precisará una investigación para
encontrar el punto correcto de ataque de la censura.” (UG,
37 ) Nuestra tarea es pues entender por qué a pesar de no
poder dudarde las proposiciones-M ,13 no podemos decir que
sabemos lo que ellas afirman. Y, de este modo, entender por
qué sólo disponemos de nuestra racionalidad inmanente a
la práctica común.

3 . Entre las diversas críticas que Wittgenstein hace a la duda


cartesiana, nos interesan aquellas que hablan acerca de su
racionalidad. Wittgenstein dice que no puede imaginar una
duda racional sobre la existencia de la tierra en los últimos
cien años. (UG, 261) Poco antes había dicho que quien
dudase de la existencia de la tierra en esos cien años podría
tener una duda científica o filosófica (UG, 259), y un poco
antes había dicho que "la duda tiene ciertas manifestaciones
características". (UG, 255) ¿Cuáles son las características
de la duda racional que la distinguen de la duda filosófica?
En un pasaje leemos: "¿Qué ocurriría si un alumno no
quisiese creer que esa montaña ha estado allí desde antes
del pensamiento humano? Diríamos que no tiene razón para
esa desconfianza." Y a continuación: “Por lo tanto, ¿la
desconfianza racional debe tener una razón? Podríamos
también decir: ‘el hombre racional cree eso"'. (UG, 322/3)
Wittgenstein parece decir que el hombre racional cree en
ciertas cosas y, por eso, será preciso dar razones para dudar
acerca de esas creencias. Por ejemplo no consideramos
racional la postura de alguien que cree en algo refutado por
las pruebas científicas. (UG, 324). Tenemos una cierta
imagen de lo que es dudar: las dudas que están de acuerdo
con esa imagen pueden denominarse "racionales" (o tam­
bién científicas).14 Y aquellas que escapan a esa imagen,
“filosóficas". El filósofo "tiene una imagen falsa de la duda"
(UG, 249), y eso aún cuando su duda sea semejante a la
nuestra, “o su juego no sería el nuestro" (UG, 255). Es por
eso que no podemos reconocer a su duda como una duda
(UG, 154). La duda filosófica es aquella que no parece^ner
ninguna razón y eso sólo puede decidirse en función de las
creencias que recibimos o de la imagen del mundo que
tenemos, pues es contra esas creencias que se levantan
nuestras dudas. La duda viene después de la creencia." (UG,
160).
Pero no se debe pensar que existe un criterio que pueda
distinguir nítidamente entre las dudas racionales y las
irracionales. “Pero lo que parece a los hombres racional o
irracional cambia. En ciertas épocas algo parece a los
hombres racional, y en otras épocas aparece como
irracional. Pero ¿no hay aquí un indicio objetivo? Personas
muy sensatas e instruidas creen en la historia del sacrificio
de la Biblia y otras la toman por obviamente falsa y sus
razones son conocidas por aquellas." (UG, 336; cf. 256)
Aunque sea cierto que no es racional dudar acerca de la
existencia de mi mano, eso no asegura la existencia de una
regla que me permita explicar la irracionalidad de esa duda
(UG, 452). Tampoco hay un criterio para diferenciar la duda
irracional de la duda lógicamente imposible. "Hay casos en
que una duda es irracional, pero otros en los que ella parece
lógicamente imposible. Y entre ellos parece no hab'er límites
claros." (UG, 454)
Eso no impide que Wittgenstein distinga dos situaciones
diferentes, la del hombre racional y la de Moore. “Me siento
con un filósofo en un jardín; él dice una y otra vez ‘yo sé
que esto es un árbol’, mientras señala un árbol próximo a
nosotros. Alguien llega y escucha esto y le digo: 'ese hombre
no es loco: solo estamos filosofando.'" (UG, 467) Esta
situación no se relaciona con ninguna de las situaciones
comunes en las que se usa la proposición-S: no puede ser
una comunicación, una enseñanza del término, una de­
mostración de que se aprendió el significado de la palabra,
etc. Moore quiere conservar en su sentido de comunicar un
saber, pero fuera de las situaciones en las que puede haber
una comunicación. Normalmente cuando decimos que sa­
bemos todas las cosas que Moore dice que sabemos, se
quiere decir no sólo que todo hombre racional sabría eso del
mismo modo, sino también que sería irracional dudar esas
cosas. Moore pretende que todo hombre dotado de
racionalidad debería saber, por ejemplo, que nunca fue a la
luna. Pero en la situación filosófica en la que Moore afirma
la existencia del cuerpo, ya no sabemos más distinguir qué
es racional o irracional (UG, 325/326). Entender lo que
cam bió al pasar de una situación a otra es entender por qué
no está permitido afirmar racionalmente la existencia real de
los objetos físicos.
Para examinar este punto un poco mejor, cabe retomar
otros pasajes en los que Wittgenstein considera la negación
de las proposiciones-S en las situaciones comunes.
“Piénsese en alguien que sin querer filosofar dijese: 'No sé
si ya estuve en la luna; no recuerdo haber estado allí jamás'
(¿por qué ese hombre sería tan fundamentalmente diferente
de nosotros?)." (UG, 332) Puedo no acedarme si ya estuve
en una ciudad, pero no si ya visité el país Y. Si dudase del
hecho de haber estado en la China, debería tener una buena
razón para eso, por ejemplo, el haber estado cerca de la
China y no saber dónde pasaba la frontera, o tal vez haber
ido con mis padres cuando era muy pequeño, etc. Luego de
esos ejemplos, Wittgenstein explícita lo que quiere decir: "es
decir: el hombre racional duda acerca de esosólo bajo tales
y cuales circunstancias," (UG, 334)
La idea de que las razones para dudar surgen en ciertas
circunstancias está asociada a la de que esas mismas
circunstancias despojan a las proposiciones-M de todo
impacto filosófico. "Pero ahora también es correcto emplear
'yo sé' en los contextos que Moore menciona, por lo menos
en ciertas circunstancias. (Ciertamente no sé qué significa
'yo sé que soy un ser humano'. Con todo también a eso se
le puede dar un sentido.). Puedo imaginar, para cada una
de esas proposiciones, circunstancias que las tornarían una
jugada en uno de nuestros juegos de lenguaje, a través de
lo cual perderían todo lo que es filosóficamente asombroso."
(UG, 622) Si volvemos a colocar las proposiciones-M en las
situaciones cotidianas, en las que tienen sentido, entonces
desaparece el supuesto sentido atribuido a ellas por Moore
en virtud de su carácter aparentemente excepcional. De
hecho, en la situación filosófica no pasan de ser sin sentidos.
“Sólo en el uso una proposición tiene sentido." (UG, 10, cf.
61, 229) Un problema es el de que no tienen ninguna
consecuencia práctica, ni la duda (117, 120, 338, 450, 572),
ni la afirmación de esas proposiciones." Así eliminamos a las
proposiciones que no nos dejan avanzar." (UG, 33). "Quiero,
sin embargo, decir algo que suene como pragmatismo." (UG,
422).15
Todas las proposiciones de Moore son tales que, si él las
sabe, todos nosotros las sabemos (UG 84, 100, 325). Mien­
tras tanto, le falta una razón correcta para decirlas y, en
consecuencia no las sabe (UG, 91). Es evidente que Moore
no dispone de una razón ordinaria para su afirmación, pues,
para un hombre común, él sería un loco. Y si alguien dijese
que Moore tiene una buena razón filosófica para afirmar la
existencia de su mano, pues está filosofando y el idealista
niega filosóficamente esa existencia ,16se le puede responder
que él no dispone de esa razón porque no comprendió la
pregunta del idealista (UG, 24).
Esas consideraciones indican sólo el camino para criticar
la idea de Moore de que todo hombre racional sabe que el
mundo existe. Hasta ahora mostramos que, de hecho,
Descartes y Moore no tienen una razón para dudar o afirmar
las proposiciones-M. Esto no asegura que, de derecho, no
se pueda dudar acerca de ella o afirmarlas, lo cual revela
que aún no hemos llegado a los argumentos decisivos de
Wittgenstein

4. Entonces, ¿por qué no se puede hablar de racionalidad


en el caso de Moore? La posición de Moore podría soste­
nerse si, en la
situación filosófica en que se encuentra, hubiese una refe­
rencia en relación a la cual se pudiese decidir si la utilización
de las proposiciones-M es racional o no. Y es precisamente
eso lo que falta en su posición. Mientras que para el hombre
común hay una racionalidad que se diseña a partir de sus
creencias, es decir, hay ciertas circunstancias que levantan
sospechas sobre alguna da esas creencias, propiciando
dudas racionales y, en consecuencia, creencias racionales,
para Moore, que lidia sólo con algunos tipos de creencias
para las cuales nada puede servir como razón, ya no hay
más patrón de racionalidad. En efecto, Moore enumera
ciertas proposiciones fundamentales para nuestro juego de
lenguaje, justamente aquellas que nos permiten caracterizar
a las creencias del hombre común como racionales o
irracionales, pero que en sí mismas no pueden ser carac­
terizadas de ese modo. "Ud. puede pensar que el juego lin­
güístico es algo, por así decir, impredecible. Yo quiero decir:
no tiene fundamento. No es racional (o irracional). Está ahí
—como nuestra vida— (UG, 559) Nuestra pregunta es
finalmente ¿por qué las proposiciones no pueden ser funda­
das? ¿Por qué no podemos dar una razón en favor de ellas?
En primer lugar, porque nada puede considerarse una
prueba en favor de ellas, ya que nada hay más seguro o
firme que las pudiese sustentar. El problema de Moore para
probar la existencia real del mundo es encontrar una premisa
más segura que la de su existencia misma. "Cuando se dice
que tal o cual proposición no se deja demostrar, natural­
mente no se quiere decir que no puede ser deducida de
otras; cualquier proposición puede deducirse de otras. Pero
éstas pueden no ser más seguras que ella misma." (UG, 1)
Ese es precisamente el caso de las proposiciones-M. “'Sé
que nunca he estado en la luna.’ Esto suena muy diferente
en las circunstancias reales de lo que sonaría si muchos
hombres hubiesen estado en la luna y algunos quizás sin
saberlo. En ese caso, se podrían dar razones para ese
conocimiento (...). Quiero decir: que no estuve en la luna es
tan seguro para mí como puede serlo cualquier fundamento
en favor de eso." (UG, 111) Más adelante cambia
Wittgenstein el ejemplo, pero repite la misma idea. “Que
tengo dos manos es, en circunstancias normales, tan cierto
como algo que se pudiese alegar como evidencia en favor
de eso. Por ello soy incapaz de concebir a la visión de mi
mano como una evidencia en favor de eso." (UG, 250; cf.
282) Si lo que es racional se apoya en razones sea para
dudar o afirmar, y si las premisas deben ser más sólidas que
la conclusión, entonces no se pueden sustentar racional­
mente las proposiciones-M.
Y, en segundo lugar, porque las proposiciones-M no
pueden ser fundamentadas a partir de la experiencia. Nadie
negará que nuestra racionalidad se manifiesta también en
forma argumentativa. Ahora bien, el propio procedimiento
argumentativo presupone ya un conjunto de proposiciones,
opiniones y creencias compartidas que permiten el enten­
dimiento mutuo entre las personas. No se puede concebir
una argumentación que se dé, por así decirlo, en el vacío.
Es preciso, por ejemplo, estar de acuerdo sobre lo que vale
como evidencia, sobre las formas argumentativas válidas o
sobre las premisas en que es posible refutación de una
suposición tiene lugar ya dentro de un sistema. Y por cierto
ese sistema no es un punto de partida más o menos
pertenece a la esencia de lo que llamamos un argumento.
El sistema no es tanto un punto de partida como un elemento
vital de los argumentos." (UG, 105; cf. 94) Existen por lo tanto
argumentaciones racionales dentro de un sistema, pero éste
no es en sí mismo "racional".
Por tanto, es preciso distinguir entre las proposiciones
empíricas comúnmente usadas y aquellas que están como
en los márgenes de nuestro hablar y constituyen ese “sis­
tema". "Muchas cosas nos parecen fijas y están retiradas del
tráfico. Están, por así decirlo, desplazadas hacia un camino
muerto." (UG, 210) Otra metáfora es la de los ejes. "Las
proposiciones que están fijas para mí, no las aprendo ex­
plícitamente. Puedo encontrarlas posteriormente como el eje
de rotación de un cuerpo que gira. Ese eje no está fijo en
el sentido de que se mantiene fijo, sino que el movimiento
a su alrededor lo determina como detenido." (UG, 152) En
el tráfico de nuestras proposiciones comunes podemos vis­
lumbrar a los proposiciones fundamentales como si ellas
constituyesen un código implícito de tránsito.
Todas esas proposiciones fijas pueden emplearse en la
vida común en ciertas circunstancias o podemos imaginar un
uso para ellas. Moore pretende ver un uso metafísico
exactamente allí donde están dejadas de lado, fuera de uso.
"Cuando Moore dice que sabe esto o aquello, enumera
realmente muchas proposiciones empíricas." (UG, 136)
Moore tiene por lo menos el mérito de percibir una seme­
janza lógica entre proposiciones aparentemente muy dife­
rentes tales como "existen objetos físicos" y "esto es una
mancha roja" (cf. UG, 53). Pero al juzgar que las
proposiciones-M son verdaderas, se le escapan las conse­
cuencias que se siguen de ese estatus lógico privilegiado.
¿Por qué esas proposiciones con papel lógico particular
no pueden ser consideradas racionales o irracionales? Esas
proposiciones desempeñan un papel diferente del de las
hipótesis, pues no pueden ser verdaderas o falsas sino que
constituyen el telón de fondo contra el cual distinguimos la
verdad y la falsedad. "En general tomo por verdadero lo que
está en los libros de texto, por ejemplo, de geografía. ¿Por
qué? Digo: todos esos hechos han sido confirmados cientos
de veces. ¿Pero cómo es eso? ¿Cuáles son mis pruebas en
favor de eso? Tengo una imagen del mundo ¿es verdadera
o falsa? Ella es sobre todo el sustrato de todas mis in­
vestigaciones y afirmaciones. Las proposiciones que la
describen, no están todas igualmente sujetas a testeo." (UG,
162; cf. 167, 402) Las proposiciones-M se distinguen de las
demás proposiciones empíricas precisamente porque no son
susceptibles de una confrontación con la experiencia. En
otras palabras, la imagen del mundo no refleja ni entra en
conflicto con la realidad, sino que determina qué es lo que
puede afirmarse con sentido sobre el mundo. Así, pretender
dar razones empíricas en favor de nuestra imagen del mundo
es no comprender su estatuto lógico. Y una idea recurrente
en Wittgenstein es que la experiencia no justifica nuestra
imagen del mundo. "Pero, ¿no es la experiencia la que nos
enseña a juzgar así, es decir, que es correcto juzgar de ese
modo? ¿Pero cómo nos enseña esto? Nosotros podemos
derivar eso de la experiencia pero la experiencia no nos
aconseja derivar nada de ella." (UG, 130; cf. 145, 240, 274-5)
Wittgenstein rechaza la ¡dea de que la experiencia determina
nuestros juicios. "Si ella (la experiencia) es la razón de que
juzguemos así (y no sólo la causa), entonces no tenemos
nuevamente una razón para ver eso como razón. No, la
experiencia no es la razón para nuestro juego de juzgar (UG,
130-1). Aún cuando ocurriera algo absolutamente inespe­
rado, no estaríamos obligados a cambiar nuestras con­
cepciones fundamentales -y es precisamente por eso que las
denominamos "fundamentales" (UG. 512). Podríamos, por
ejemplo, dudar de ía veracidad de ese acontecimiento o
conservar la antigua creencia (UG, 516).
En casi todos los pasajes citados, Wittgenstein no niega
el pape! extremadamente importante desempeñado por la
experiencia en la elaboración de nuestra trama conceptual.
En UG, 134, por ejemplo, pregunta retóricamente: "¿Se
puede negar el efecto de la experiencia sobre nuestro
sistema de suposiciones?" De dos maneras por lo menos se
hace notar la experiencia. En primer lugar, si el mundo fuese
diferente, probablemente (pero no necesariamente) nuestros
conceptos no serían los mismos. Frente a otro panorama
presentado por la naturaleza, nuestros conceptos se tor­
narían obsoletos y, se presume, serían sustituidos por otros
más adecuados que nos orientasen en nuestras prácticas
(UG, 63). Luego de considerar algunos ejemplos en los que
el cuadro de la naturaleza sería radicalmente diferente de
aquel en que se nos aparece, al punto de retirar el sustento
de todo juicio, no sólo de algunos, (UG, 613-616),
Wittgenstein se pregunta: “¿No es evidente que la posibi­
lidad de un juego de lenguaje está condicionado por ciertos
hechos?” (UG, 617) Por ejemplo, "si uno de mis nombres
sólo fuese usado muy raramente, podría ser el caso de que
yo no lo supiese. Sólo es obvio que sé mis nombres porque
yo, como cualquier otro, los empleo innumerables veces."
(UG, 568). En segundo lugar, si nuestras razones fueran
diferentes no serían posibles una serie de juegos. En el caso
de que nuestra naturaleza humana, por así decirlo, tuviese
otros rasgos (por ejemplo si no tuviésemos una buena
memoria, o si nuestra visión fuese mucho más aguda, etc.),
sería posible que tuviésemos ciertos juegos que no tenemos,
y algunos de los que tenemos podrían resultar impractica­
bles.
A pesar de estar condicionada de esas dos maneras,
nuestra imagen del mundo preserva una cierta autonomía
frente al mundo, pues no dice cómo éste debe ser o no debe
ser, sino que determina qué proposiciones sobre el mundo
tienen o no sentido, independientemente de su verdad o
falsedad. Ahora bien, pretender que las proposiciones que
describen nuestra imagen del mundo sean comparadas con
el mundo es incurrir en una circularidad. "Si todo está a favor
de una hipótesis y nada en su contra, ¿es entonces ella
ciertamente verdadera? Se la puede llamar así. ¿Pero
ciertamente ella concuerda con ia realidad, con los hechos?
Con esa pregunta Ud. ya se mueve en círculo." (UG, 191;
cf. 203) Nuestras evidencias empíricas, o los hechos, pre­
suponen o están fundadas en nuestra imagen del mundo
pues sólo lo que está de acuerdo con esa imagen (y su
sistema de evidencias) puede formar parte de nuestra ex­
periencia. Si es así, entonces no se puede pretender fundar
tal imagen del mundo en la experiencia afirmando que
concuerda con ella, pues eso introduciría el círculo de funcfar
la experiencia en la imagen del mundo y la imagen del
mundo en la experiencia. Esa pretensión errónea resulta de
la supresión de la diferencia lógica entre las proposiciones
empíricas testables y las “normas de descripción." (UG, 167)
Con este argumento se corta toda esperanza de derivar de
la propia experiencia o del mundo la racionalidad de nuestra
imagen relativamente autónoma del mundo.
En la imagen no hallamos, pues, el reflejo de una
“racionalidad del mundo”, es decir, no hay un parámetro
externo que permita juzgar su racionalidad. Ni hay, como
vimos, nada más seguro que pudiese servir como razón para
nuestra imagen del mundo. Ella está más acá de toda actitud
racional, pues es ella la que determina qué es racional o
irracional afirmar. La imagen del mundo diseña el mapa de
nuestra racionalidad.
5 Es necesario por lo tanto dar un último paso. Lo que vale
corno una prueba o argumento descansa en nuestra imagen
de! mundo, pero las proposiciones que describen esa ima­
g e n no se constituyen en el punto final de la descripción de

la justificación. “El fin no es una presuposición infundada,


sino un modo ce actuar infundado." (UG, 110) El propio
sistema del conocimiento remite, en última instancia, al
comportamiento humano, a nuestra forma de actuar y reac­
cionar. “Sin embargo, la fundamentación, la legitimación de
las pruebas, llega a un fin. Pero el fira no es que ciertas
proposiciones aparezcan como inmediatamente evidentes
para nosotros, es decir, una especie de verde nuestra parte;
es nuestro actuar \o que yace en el fondo de nuestro juego
de lenguaje." (UG, 204) Para expresar esa idea Wittgenstein
cita la paráfrasis que Goethe hace de la Biblia: "En el
principio, fue la acción.” (UG, 402)
Pretender sobrepasar ese nivel y encontrar otro funda­
mento constituye una tarea ingrata, pues intenta cavar en
una roca firme. "Es tan difícil encontrar el comienzo. O,
mejor, es difícil comenzar en el comienzo. Y no intentar ir
más allá." (UG, 471) Lo que los filósofos normalmente no
aceptan es que nuestras creencias no tienen un fundamento
racional, absoluto o último o que haya un punto en el que
nuestras justificaciones llegan a un fin. “La dificultad consiste
en ver la falta de fundamentos de nuestra creencia." (UG,
166) Cuando encontramos la roca firme de nuestro actuar
no cabe más preguntar por las razones que nos llevan a
actuar de cierto modo. Muchas de nuestras acciones no
están motivadas por ninguna razón. "¿Ppr qué no me cer­
cioro de que todavía tengo dos pies cuando quiero levan­
tarme de una silla? No hay un por qué. Simplemente no lo
hago. Así es como actúo." (UG, 148; cf. 77-8, 212) Y esa
acción con frecuencia no deja espacio para la duda sobre
el modo de actuar, fuera de que esa indubitabilidad no
constituya ninguna garantía objetiva de su verdad. “Actúo
con una certeza completa. Pero esa certeza es mía." (UG,
174) No puedo dar una razón para alguna de mis acciones
pues no habría nada más seguro que las pudiese justificar.
"Y aquí lo que es curioso es que cuando estoy completamen­
te seguro del uso de las palabras o no tengo duda sobre eso,
no puedo con todo dar razones para mi manera de actuar.
Si lo intentase, podría dar mil, pero ninguna que fuese tan
segura como precisamente aquello que deberían fundamen­
tar." (UG, 307)
Wittgenstein indica el modo por el cual quiere entender
esa certeza completa que se manifesta en nuestras ac­
ciones: "Esto significa que quiero concebirla como algo que
está más allá de lo legitimado o no legitimado; por lo tanto,
como algo animal." (UG, 359) Otro pasaje confirma esta
aproximación del hombre con el animal. “Aquí quiero con­
siderar al hombre como un animal, como un ser primitivo al
que le concedemos el instinto pero no el raciocinio. Como
un ser en una situación primitiva. Pues tampoco precisamos
avergonzarnos de la lógica que basta para un entendimiento
primitivo. El lenguaje no se originó en el animal, el que
sustenta nuestros juegos de lenguaje. En Zettelse encuentra
un pasaje más fuerte en el que Wittgenstein llega a identificar
el juego de lenguaje y comportamiento, resaltando el papel
que desempeñan nuestros instintos naturales. "Estar seguro
de que otro tiene dolores, dudar de que los tenga, etc., son
de las tantas maneras instintivas naturales de relación
(Verhalten) con otros hombres y nuestro lenguaje es apenas
un instrumento de ayuda y elaboración posterior de esa
relación. Nuestro juego de lenguaje es una elaboración del
comportamiento (Benehmen) primitivo (pues nuestro juego
de lenguaje es comportamiento) (instinto)." (Z, 545) Nuestra
racionalidad en última instancia se apoya en ciertas reaccio­
nes totalmente independientes del raciocinio.
Evidentemente es una exageración decir que nuestras
creencias sori puramente animales o instintivas. Al decir esto
Wittgenstein quería resaltar su carácter no racional; o, en
otras palabras, que toda racionalidad descansa en algo no
racional (pero no irracional) y que depende del comporta­
miento humano. Pero es preciso recordar todos sus pasajes,
mucho mayores en número que aquellos que hablan de
nuestra animalidad, dedicados al cambio de los juegos de
lenguaje con el tiempo y que, por ello, muestran su carácter
histórico-cultural (por ejemplo UG, 63-65, 96-99). "Que es­
tamos completamente seguros de eso no quiere decir sólo
que cada individuo está seguro de eso, sino que pertene­
cemos a una comunidad que está unida por la ciencia y la
educación." (UG, 298) Además, estamos entrenados en
ciertas técnicas que nos permiten jugar ciertos juegos de
lenguaje lo que muestra que nuestras reacciones "espontá­
neas” son en gran parte sociales. "Un niño, me gustaría
decir, aprende a reaccionar de tal o cual modo; y si no hace
eSo, entonces aún no sabe nada. El saber sólo comienza en
un nivel posterior." (UG, 538)
Esa imagen del mundo en función de la cual pensamos
es recibida por medio de la persuasión. Un niño, por ejemplo,
puede no aceptar lo que le decimos y creer que el hombre
ya fue a Saturno. "Pero un niño habitualmente no mantendrá
esa creencia y se persuadirá pronto de aquello que le
decimos seriamente (UG, 106). Si eso no ocurriera diremos
que no fue capaz de aprender ciertos juegos (cf. UG, 283).
No es por medio de argumentos que adquirimos una imagen
del mundo, sino porque acabamos de aceptar lo que los
adultos nos enseñan, pues nos dejamos persuadir con
frecuencia acerca de aquello que nos dicen. Lo mismo vale
para los adultos. “ Puedo imaginar a un hombre que creció
en circunstancias muy particulares y al que se le enseñó que
la tierra surgió hace 50 años y que por ello cree esto. A ese
hombre podríamos enseñarle que la tierra existe hace
mucho más, etc. Pretenderíamos darle nuestra visión del
mundo. Esto ocurre a través de una especie de persuasión."
(UG, 2; cf. 92) Si alguien no cree en las predicciones de la
física y consulta un oráculo, ¿qué podemos hacer? Si
decimos es "erróneo" consultar u orientarse'por un oráculo,
salimos de nuestro juego de lenguaje y "luchamos” contra
otro (UG, 609). Más adelante Wittgenstein explica mejor qué
entiende por "luchar" "Dije que 'lucharía' contra los otros,
pero ¿no les daría razones? Ciertamente, pero ¿qué alcance
tendrían ellas? Al término de las razones aparece la persua­
sión. (Piénsese en lo que ocurre cuando los misioneros
convierten a los nativos)" UG, 612).
¿Debemos decir entonces que para Wittgenstein tene­
mos diferentes formas de racionalidad irreductibles? Un
pasaje parece confirmar esta interpretación. "Podría por lo
tanto seguir preguntándole a quien dice que la tierra no
existía antes de su nacimiento para descubrir con cuáles de
mis convicciones entra su contradicción. Y podría ser el caso
deque contradijera mis creencias fundamentales. Y si así
fuese debería darme por satisfecho." (UG, 238; cf. UG, 217)
Aunque no hay un patrón absoluto de comparación y eva­
luación de los diferentes juegos de lenguaje, es evidente que
podemos compararlos a partir de nuestro propio juego de
lenguaje. Podemos describirlos, frecuentemente compren­
derlos y, asimismo, juzgar que el nuestro es más rico (por
ejemplo podemos explicar su juego y ellos no pueden
explicar el nuestro). Refiriéndose a las personas que creen
que es posible ir a la luna, Wittgenstein dice que "si com­
parásemos nuestro sistema de conocimiento con el de ellos,
el suyo se mostraría más pobre." (UG, 286) La extrañeza que
nos causa otro juego de lenguaje puede ser superada según
Wittgenstein con un poco de imaginación. "Si Ud. cree que
nuestros conceptos son los correctos y adecuados a seres
humanos inteligentes, que cualquiera con conceptos diferen­
tes no captaría lo que captamos, entonces irrjagine ciertos
hechos generales de la naturaleza diferentes de lo que son
y estructuras conceptuales diferentes de las nuestras le
parecerán naturales."'7 La multiplicidad de los juegos de
lenguaje no conduce a un puro relativismo, pues no
abandonaríamos nuestro juego simplemente porque es re­
lativo. '¿Pero entonces no hay ninguna verdad objetiva? ¿Es
o no verdad que alguien ya estuvo en la luna? Si pensamos
en nuestro sistema, entonces es cierto que ningún hombre
estuvo en la luna." (UG, 108) No existe un lugar fuera de
todos los sistemas en el que se pudiese contemplar la
relatividad de ellos y negar pura y simplemente toda y
cualquier verdad objetiva. Y, dentro de un sistema, podemos
esforzarnos por comprender los otros sistemas.
Cuando Wittgenstein habla de diferentes comportamien­
tos y de creencias irreconciliables no pretende afirmar la
imposibilidad de comprar unos con otros, sino tan sólo
resaltar que, desde el punto de vista de aquello que deno­
minamos “razón", se llega a un punto de la discusión en el
que ya no se pueden dar más argumentos. Eso no quiere
decir que diversos argumentos no sean inteligibles para los
dos lados. Imagínese por ejemplo una discusión acerca de
la existencia de Dios entre un católico y un ateo, en la que
las razones de ambos lados son inteligibles para ambos. El
hecho de que la cadena de razones llegue a un fin no quiere
decir que no haya razones que se puedan invocar o que no
hayan sido invocadas, sino tan sólo que a veces la discusión
racional llega a un término y sólo es posible la persuasión,
con sus técnicas y palabras de orden. "Donde realmente se
encuentran dos principios irreconciliables entre sí, ahí cada
hombre toma al otro por loco o hereje."(UG, 611) Pero en
la medida en que las personas con diferentes sistemas
puedan conversar, sus sistemas son conmensurables.
6. Este pasaje nos lleva ahora a considerar la otra cara de
la moneda, la locura. Si la afirmación de que sabemos que
el mundo existe no es una afirmación racional, sino que se
apoya en premisas menos seguras o incurre en circularidad
al pretender fundarse en la experiencia, ¿qué decir entonces
de la duda que incide sobre nuestras creencias más bási­
cas? La duda puede surgir a partir de errores cometidos por
nosotros o a partir de consideraciones de nuestro estado, por
ejemplo, la locura (o el estar soñando). Por eso, es funda­
mental distinguir la locura del error, fuera de que, como
siempre en Wittgenstein, no existan fronteras nítidas entre
ambos. Un error se diferencia de la locufa o perturbación del
espíritu por ser pasible de explicación a partir de las reglas
que infringe. “Se puede decir: ¿un error no tiene sólo una
causa sino también una razón? Esto quiere decir más o
menos lo siguiente: se encuadra en el saber correcto de
aquel que se equivoca.” (UG, 74) Un error, por lo tanto, no
consiste en la trasgresión de nuestra racionalidad, pues
puede ser explicado por un raciocinio equivocado o corre­
gido a partir de una trama de fondo común incuestionada.
"Para cometer una equivocación, un hombre ya debe juzgar
de acuerdo con la humanidad.” (UG, 156) La duda que se
basa en el error, como reconoce Descartes, tiene un alcance
bastante limitado y no sería capaz de derribar nuestras
creencias fundamentales.
Una perturbación del espíritu, sin embargo, pone en jaque
a nuestras creencias más fundamentales. Un error siste­
mático con respecto por ejemplo, a mi domicilio, número de
teléfono, edad, etc., ya no puede ser entendido a partir de
aquella trama de fondo común compartida por los hombres
(cf. UG, 67-74), pues es justamente esa trama de fondo la
que desaparece y con ella el propio sentido de las palabras.
Es como si al escribir en castellano creyese estar escribiendo
en chino u otra lengua cualquiera que no domino. Si tomo
por falsas o dudosas ciertas proposiciones, entonces mi
comprensión de ellas la que corre el riesgo de perderse (UG,
80-81). "¿Como sería si un hombre no pudiera acordarse de
que siempre tuvo cinco dedos o dos manos? ¿Lo enten­
deríamos? ¿Podríamos estar seguros de que lo entende­
mos?" (UG, 157) Entre las proposiciones que, si se las duda,
apuntan hacia la locura de quien las duda, están las
proposiciones-M. "Si alguien duda de que tiene un cuerpo,
yo lo tomaría como un semiloco. Pero no sabría en qué
consistiría el convencerlo de que tier-cé un cuerpo. Y s
hubiese dicho algo y eso hubiese remedado la duda, no
sabría no cómo ni por qué.” (UG, 257) La duda acerca de
la existencia de los cuerpos corta completamente la posibi­
lidad del diálogo y la argumentación racional. Una duda tal,
que revela la falta de comprensión de la proposición, escapa
a los patrones de nuestra racionalidad y no podemos invocar
nada que la sano. "Si mi nombre no es L.W., ¿cómo puedo
confiar en lo que debe entenderse por 'verdadero' y ‘falso’?"
(UG, 515) No habría cómo mostrar al otro que está equivo­
cado y lo encuadraríamos en la categoría de loco.
Wittgenstejn parece reconocer al argumento de la locura
el mérito de apuntar hacia la falacia de Moore, que pretende
deducir la verdad de ciertas proposiciones de su
indubitabilidad. “No puedo dudar de que nunca estuve en la
estratosfera. ¿Se sigue de allí que sé eso? ¿Qué es por eso
verdad? ¿No podría estar loco y no dudar de aquello de lo
que debería necesariamente dudar?" (UG, 222-223) Una vez
más, Wittgenstein parece decir que Moore no respondió al
desafío del idealista: el argumento empleado por éste parece
mantenerse en pie frente a las proposiciones indubitables de
Moore. Más aún, se extiende hasta las cuentas más simples
como "1x1” (UG, 658), sustituyendo con ventaja a la hipó­
tesis del genio maligno.
Pero, si bien el argumento de la locura es eficaz contra
Moore y es capaz de obstruir el realismo, no logra el intento
de establecer el idealismo, puesto que lo que caracteriza al
loco ó al perturbado de espíritu es que no comprende el
discurso y por eso sus proposiciones no tienen ya sentido.
El argumento de la locura, en todo semejante al del sueño,
se anula a sí mismo, pues si fuese posible que estemos
soñando o delirando, las proposiciones que usamos care­
cerían de sentido. "El argumento ‘tal vez esté soñando’
carece de sentido, pues entonces precisamente esa expre­
sión también sería soñada, y en verdad también el hecho de
que esas palabras tienen un significado." (UG, 383, cf.
465-676) Curiosamente, Wittgenstein emplea contra Descar­
tes el argumento de que, sin conciencia, las proposiciones
no tienen sentido, al margen de que por cierto la conciencia
que admite Wittgenstein es muy diferente de la del cogito
cartesiano, pues no es una sustancia, ni está presente en
todo momento, sino tan sólo cuando estamos despiertos .18
La consideración de la'locura sirve de contraprueba para
los análisis previos, donde distinguimos dos tipos de propo­
siciones empíricas, a saber, las que se confrontan con la
experiencia y aquellas fundamentales que no se confrontan
con la experiencia. Solamente con respecto al primer tipo se
puede hablar propiamente de racionalidad, mientras que el
sistema básico de nuestra visión del mundo no era racional.
Aquí se da algo semejante. En tanto que el error está aún
en la esfera de la racionalidad y, por eso, es corregible
mediante argumentos y pruebas, la locura suprime todo
procedimiento racional y rompe con todos los parámetros por
los cuales nos orientamos en nuestras acciones y re­
flexiones. También aquí, a pesar de que los límites no están
definidos, encontramos que de un lado está la irracionalidad
(o racionalidad) y de otro, la pérdida total de sentido o la
condición de sentido de las proposiciones.

7. Hagamos algunas consideraciones históricas con respec­


to a las posibles relaciones entre el pensamiento-de
Wittgenstein y los excepticios pirrónico y humano. Se impo­
nen dos comparaciones, la de la existencia de una
racionalidad del hombre común, al miso tiempo que se
rechaza la racionalidad dogmática, y la de que nuestra
racionalidad descansa en una especie de naturaleza huma­
na y está determinada por nuestro comportamiento animal
y por la educación que recibimos.
No se puede comprender al pirronismo si no se distingue
entre el fenómeno y lo que se dice del fenómeno. El dominio
de aquello que se dice sobre el fenómeno e6 el de la filosofía
dogmática, es decir, de los discursos que postulan la realidad
o irrealidad de las cosas, en tanto que el dominio del
fenómeno es el de la vida común, en que reconocemos todo
aquello que se nos manifiesta, sea sensible, como tener frío,
o inteligible como 17x15 = 255. Una vez que hemos suspen­
dido el juicio sobre las filosofías, nos queda el dominio feno­
ménico, pues éste se nos impone y no depende de nuestro
discurso filosófico. En una visión retrospectiva, el pirrónico
reconoce que siempre estuvo inmerso en el dominio de lo
aparencial y que todo su cuestionamiento fue posible sólo
porque se valió de los fenómenos, de los cuales-forma parte
el lenguaje común. En ese dominio, podemos encontrar
espacio para la concepción de una racionalidad análoga a
la que Wittgenstein reconoce en el hombre racional.
El escéptico dice vivir según el fenómeno y eso se da de
cuatro modos: según la sensación y el pensamiento; según
las pasiones e instintos; según las tradiciones, leyes y
costumbres; y según las artes y las ciencias {HP I, 23-24).
Adviértase en primer lugar la presencia de elementos "na­
turalistas" en la descripción del comportamiento de! escép­
tico, que no difiere esencialmente del común de los hombres.
Para las acciones y reflexiones humanas hay una base
natural (sensible e intelectual) sin la cual la vida se tornaría
imposible. Veremos a continuación, por ejemplo, cómo la
memoria es indispensable para esforzarnos y aprender con
la experiencia. Además, las acciones y el pensamiento del
escéptico se insertan en un contexto socio-cultural del cual
no pueden escapar: sus valores son aquellos que aprende
en la sociedad en que vive. El escéptico juzga una acción
según la educación recibida, al margen de que no afirme que
su juicio es verdadero, y actúa correctamente según los
patrones vigentes, sin hacer de esos patrones una norma
absoluta de comportamiento. También el arte que practica
le fue enseñado en gran parte por profesores o técnicos que
ya lo dominaban. Hay, por así decirlo, una lógica del fe­
nómeno que conlleva elementos naturales y culturales y que
prescinde de cualquier metafísica.
Para el pirrónico también existe una racionalidad en las
artes o en las ciencias empíricas. El escéptico elabora ese
punto a través de una discusión con la teoría estoica de los
signos. El signo indicativo, aquel que, siendo algo evidente,
apunta hacia algo no evidente (AM VIII, 54, 143), se
constituye en un instrumento privilegiado de la argumenta­
ción dogmática. Por razones que no cabe retomar aquí, el
escéptico rechaza ese signo en beneficio del signo conme­
morativo (HP II, 100-2; AM VIII, 151-3), es decir, de aquél
que habiendo sido observado frecuentemente en conjunción
con otra cosa nos recuerda esa otra cosa cuando ella se
encuentra temporariamente fuera de la observación (AM VIII,
288). Los ejemplos clásicos son los del humo y el fuego y
el de la cicatriz y la herida. En un pasaje Sexto caracteriza
esa relación como causal (AM V, 104). En el signo conme­
morativo concurren dos factores, una conjunción constante
entre dos acontecimientos u objetos de la experiencia y la
capacidad humana de rememorar, sin los cuales jamás
seríamos capaces de razonar causalmente. Tal como
Wittgenstein, Sexto reconoce que la experiencia no justifica
nuestras previsiones, pues nuestras observaciones son ¡imi­
tadas y no garantizan la universalidad de la correlación entre
los acontecimientos y los objetos (HO II, 204; cf. AM I,
224-226), lo que no impide, con todo que sea racional
guiarse por las regularidades de la naturaleza.
El hecho de que nuestra razón sea incapaz de conocer
la "estructura de ¡o real" no es obstáculo para la vida común.
Al contrario del dogmático, insatisfecho con lo que es ne­
cesario para el uso práctico y, por ello, ansioso por esta­
blecer lo que es meramente posible, es decir, que los
fenómenos no sólo aparecen sino que también subsisten
(AM, VIII, 368),19 el pirrónico juzga que la vida fenoménica
se basta a sí misma. "Pues es suficiente, pienso, vivir
empíricamente y sin opinar de acuerdo con las observacio­
nes y prenociones comunes.” (HP II, 246). No hay por qué
trascender el mundo de la vida común, ya que nada en ella
exige la postulación de una instancia externa.
Se delinea, pues, en la esfera fenom énica una
racionalidad empírica, toda vez que el signo conmemorativo
correlaciona sólo observables y el fenómeno es todo lo que
necesitamos y disponemos para la vida práctica. Cuestio­
nando al signo indicativo y la posibilidad de trascender la
esfera de la vida común, el pirrónico se concibe a sí mismo
como un defensor de la racionalidad del hombre común.
“Ahora bien, entonces, dado que afirmamos el signo conme­
morativo, que el hombre ordinario emplea, además de
ningún modo entramos en conflicto con la vida común, sino
que abogamos en su favor, toda vez que refutamos, por
medio de la investigación sobre las cosas de la naturaleza,
a los dogmáticos que se levantaron contra la prenoción
común y dicen conocer las cosas naturalmente no evidentes
por medio de signos." (AM VIII, 158, cf. HO II, 102)
Adviértase la semejanza entre Wittgenstein y Sexto Empírico
en la estrategia de defender la vida (o el sentido) común: no
se trata de reafirmar (dogmáticamente), las tesis del sentido
común como lo hace Moore, sino de rechazar la crítica que
se les plantean los dogmáticos (AM págs. 48-49). Sexto, con
todo, avanzó poco en este sentido pues estaba interesado
en especial en combatir dialécticamente el dogmatismo y tal
vez juzgaba peligroso demorarse más en los aspectos po­
sitivos del pirronismo. Desgraciadamente esa "parsimonia"
de Sexto impide una comparación detallada con Wittgenstein
y no permite juzgar hasta qué punto aquél podría concordar
con la descripción de la racionalidad ofrecida por éste. De
cualquier modo se ven nítidamente en Sexto el reconoci­
miento de una racionalidad inmanente a la vida común y el
rechazo de los argumentos que, por medio del signo indi­
cativo, nos llevasen más allá del fenómeno.

8 . En sus consideraciones sobre el escepticismo, Hume


somete la duda universal cartesiana a una breve, pero dura,
crítica, en la que se reconocen dos de las objeciones de
Wittgenstein.20 Hume concluye su crítica afirmando que “si
la duda cartesiana fuese, por tanto, posible de ser tenida por
cualquier criatura humana (como claramente no lo es) sería
enteramente insalvable, y ningún raciocinio podría jamás
traernos a un estado de seguridad y convicción en cualquier
asunto." (EHU, 116) Al margen de que Hume no sea explícito
en cuanto a los motivos que lo lleva n a afirmar esto, está
claro que su opinión es que no es humanamente posible
dudar de todo. Y aunque fuese posible la duda universal, no
podría cumplir su propósito de establecer el fundamento de
las ciencias, pues, al hacernos desconfiar de nuestras facul­
tades, impide toda y cualquier argumentación. Así, la duda
universal arruinaría nuestros procedimientos racionales y
nada podría ser afirmado o negado. Hume no afirma que la
duda cartesiana carece de sentido (y ciertamente tampoco
los argumentos de los escépticos extremos), pero hay poca
diferencia entre su posición y la de Wittgenstein.
Y, tal como Wittgenstein, Hume juzga que es un argu­
mento de peso, en verdad decisivo, el.que relaciona la duda
escéptica con sus consecuencias prácticas. Si para
Wittgenstein la duda escéptica no tenía ninguna consecuen­
cia práctica y era por eso mismo irrelevante (apenas nos
hace hablar un poco más; cf. UG, 338), para Hume tendría
consecuencias nefastas, si la naturaleza no fuese lo suficien­
temente fuerte para ella (EHU, 128). Las consecuencias
prácticas de la duda escéptica serían la apatía y el letargo,
pues no tendríamos ya ninguna creencia y seríamos inca­
paces de actuar. Nuestros instintos, en'tanto, nos obligarían
a actuar para satisfacerlos, independientemente de cualquier
consideración teórica, mostrando ridículo el intento escéptico
por mortificarlos. Por lo tanto, ambos aceptan la relevancia
de los criterios pragmáticos en las discusiones filosóficas,
va|e decir, no comparten ya la distinción tradicional ente
teoría y práctica. Es por eso que encontraremos otra seme­
janza entre ambos filósofos, la de que no se debe pensar
a |a racionalidad humana desde el punto de vista teórico,
sino inmersa en nuestra vida práctica.
Tam bién Hume co ncibe una ra cio na lida d
¡ntrafenoménica, apoyada en última instancia en una natu­
raleza humana o en el comportamiento e instinto. Hume
define a la razón de la siguiente manera: "La razón es el
descubrimiento de la verdad o la falsedad. Es cuestión de
hecho que la verdad y la falsedad consisten en un acuerdo
o desacuerdo sea con las relaciones reales de las ¡deas o
con la existencia real. Así pues, lo que no es susceptible de
ese acuerdo es incapaz de ser verdadero o falso y no puede
jamás ser un objeto de nuestra razón." (T. 458) Dejemos de
lado la razón abstracta que concierna a las matemáticas,
tanto como el problema del realismo suscitado ppr este
pasaje, pues nos llevaría demasiado lejos y veamos sólo la
razón empírica, que concierne a cuestiones de existencia.
La crítica dirigida por Hume a la noción de causalidad es bien
conocida, pero aún así vale recordar los pasos de su
argumentación. En primer lugar, Hume se pregunta sobre el
fundamento de los raciocinios causales para concluir que no
es la razón sino la experiencia la que los fundamenta (T,
78-82 I 86-88 , EHU, 23-27). E incluso con la ayuda de la
experiencia, dice Hume, la razón no es capaz de inferir que
el futuro será igual al pasado, siendo esa inferencia hecha
por la imaginación (T, 88-92; EHU, 28-35) mediante el
principio del hábito. {T, 92-94; EHu 36-38). En varios pasajes
Hume caracteriza al hábito como un "instinto", es decir, es
la naturaleza humana la que, de modo no justificado por la
experiencia e inconscientemente, nos hace razonar de cierta
manera (T. 179; EHu, 45, 8 5 ,127). El escéptico extremo (ese
personaje ficticio creado poi Hume para resaltar la fuerza de
la naturaleza) pretende que puede suspender el juicio sobre
la base del argumento de que los instintos pueden ser
falaces (EHU, 127). Eso nos conduciría al letargo y a la
muerte; felizmente, la naturaleza es más fuerte e impide que
se siga ia conclusión del escéptico extremo. Así, concluye
Hume, razonamos y creemos, aunque no podamos justificar­
lo racionalmente (EHU, 128).
Es innecesario decir que la concepción humana de la
causalidad no nos conduce a ninguna realidad externa al
dominio de los fenómenos, pues en las dos clásicas defini­
ciones ofrecidas por Hume se mencionan tan sólo las con­
junciones constantes entre fenómenos y no entre fenómenos
y objetos externos (T, 172; EHU, 60). Además, él mismo nos
advierte que, según sus análisis, no se puede afirmar la
existencia de ninguna relación causal metafísica, es decir,
que un objeto realmente produzca otro en virtud de algún
poder interno secreto. Reparando en las definiciones ofre­
cidas, "podemos percibir fácilmente que no hay una nece­
sidad absoluta o metafísica." (T, 172) Así, se reconoce que
la racionalidad que se diseña a partir del principio del hábito
no traspasa la esfera fenoménica y consiste sobre todo en
describir regularidades de la naturaleza y del comportamien­
to humano. Todo otro procedimiento sería visto como
irracional porque postularía una relación completamente
arbitraria, puesto que sin la experiencia y sin el hábito somos
ciegos para las conexiones entre objetos y eventos.
Este breve resumen de la doctrina humana de la
causalidad nos permite ya señalar algunas semejanzas con
el pensamiento de Wittgenstein. En primer lugar, nuestras
creencias y razonamientos no tienen justificación racional
última,, sino que son impuestos por la "naturaleza humana".
La naturaleza nos obliga a actuar y creer independientemen­
te de que consigamos encontrar en la razón un fundamento
para ello. Donde cesa la justificación sólo nos resta decir "es
así como actuamos", "es así como la naturaleza nos ha
hecho". Por eso, los análisis humanos encuentran su punto
final, a partir del cual no pueden ir más allá, en un principio
natural. No sólo no se puede investigar la causa del hábito
(EHU, 36), también ocurre lo mismo en relación a los
principios de la moral: "Es inútil llevas nuestras investigacio­
nes tan lejos como para preguntar por qué tenemos hu­
manidad o sentimientos de compañerismo para con otros.
Es suficiente que eso sea experimentado como un principio
de la naturaleza humana." (EPM, 178n) Y Wittgenstein,
como vimos, también concluía que, en el fondo de nuestros
juegos, está la acción infundada. Para ambos nuestras
reflexiones terminan en el reconocimiento de un. por así
decirlo, hecho bruto del comportamiento humano y lo que es
racional está condicionado por ese hecho.
Por otro lado, si no justificamos el principio del hábito,
podemos decir que nuestras justificaciones, en lo que
concierne a cuestiones de existencia, tienen como base, o
referencia implícita, el principio del hábito. Sin ese principio
no habría justificación empírica posible. Es como si Hume,
siguiendo a Wittgenstein, distinguiese entre las proposicio­
nes empíricas de la investigación científica y las proposicio­
nes empíricas que son "normas de descripción". La fuerza
norm ativa del principio del hábito se revela en las reglas
propuestas por Hume para juzgar las causas y los efectos
(T, 173-176): sólo porque tenemos ese instinto natural que
resiste los ataques del escéptico extremo es que tiene
sentido investigar empíricamente la naturaleza.
Y, del mismo modo que para Hujne, también para
Wittgenstein la uniformidad presupuesta por los razonamien­
tos causales no se justifica en la experiencia (UG, 133,
499-500, 558), ni recurrimos conscientemente a ella en la
mayoría de los casos. ‘‘¿Pero no seguimos simplemente el
principio de que lo que siempre sucedió sucederá también
de nuevo? ¿Qué significa seguir ese principio? ¿Lo introdu­
cimos en nuestra razonamiento? ¿O es sólo una ley de la
naturaleza que nuestra inferencias aparentemente siguen?
Puede ser esto último. No es un elemento en nuestra
reflexión." (UG, 135) Considérese incluso la comparación
hecha por Hume entre el hombre y algunos animales para
confirmar su doctrina del hábito (T. 176-179; EHU, IX) y el
siguiente pasaje de Wittgenstein: “la ardilla no concluye por
inducción que también el próximo invierno necesitará provi­
siones. Y nosotros tampoco necesitamos una ley de la
inducción para justificar nuestras acciones o predicciones."
(UG, 287) Es nuestra manera espontánea de proceder y
razonar la que tiene como encastrada en sí misma la
expectativa de una regularidad de la naturaleza.
Pero es preciso agregar que para Humé, así como para
Wittgenstein, nuestras creencias no tienen su origen tan sólo
en la naturaleza, sino también en la educación, concebida
como forma de inculcar hábitos. "Todas aquellas opiniones
y nociones acerca de las cosas a las que fuimos acos­
tumbrados desde nuestra infancia adquieren una raíz tan
profunda que para nosotros es imposible, con todos los
poderes de la razón-y la experiencia, erradicarlas; y ese
hábito no sólo se aproxima en influencia sino que incluso
prevalece en muchas ocasiones sobre aquél que surge de
la unión constante e inseparable de las causas y los efectos.”
(T, 116) Y Hume reconoce que la educación es la fuente
principal de nuestras opiniones. "Estoy persuadido de que,
luego de una investigación, descubriremos que más de la
mitad de esas opiniones que prevalecen entre los hombre
se deben a la educación." (T, 117) Por fin, también Hume
se refiere a la relatividad de las opiniones propiciadas por
las diferentes formas de educación. "Pero como la educación
es una causa artificial, y no natural, y como sus máximas
frecuentemente son contrarias a la razón e incluso entre sí
en diferentes épocas y lugares.no es jamás, en base a esa
explicación, reconocida por los filósofos a pesar de ser
construida, en realidad, casi sobre el mismo fundamento de
la costumbre y la repetición que nuestros razonamientos de
causa y efecto." (T, 117)

9. Luego de esta disgresión, en la que inteqta justificar una


aproximación entre el pensamiento de Wittgenstein y el de
los escépticos, cabe volver a las preocupaciones iniciales y
ubicarme en relación a las propuestas de Moore y Descartes
en lo que concierne al tema de la racionalidad. En tanto que
el primero presentaba una racionalidad, por así decir,
indolente, en la que la razón podía saber con certeza una
serie de cosas sin necesitar argumentar en favor de ellas,
el segundo tomaba un camino bastante más arduo, propo­
niendo argumentos completos- y definitivos para ciertas
proposiciones. La posición de Wittgenstein y la de los escép­
ticos es intermedia, en el sentido de que reconoce la ne­
cesidad de argumentos para una actitud raciona!, pero no
del tipo exigido por Descartes. En otro sentido, la
racionalidad admitida por Wittgenstein y los escépticos es
radicalmente diferente de esas dos racionalidades filosófi­
cas, pues no conduce a la postulación de ninguna tesis sobre
la realidad del mundo: se trata de una racionalidad que opera
estrictamente dentro de nuestra vida común sin ninguna
implicación metafísica. Veamos estos aspectos un poco más
de cerca.
Según Wittgenfetein, defender el sentido común no
consiste en un regreso al realismo precartesiano como
pretendía Moore. El sentido común no es una filosofía del
sentido común, así como tampoco el filósofo' del sentido
común es un hombre común cuando filosofa (BB, 48-49).
Moore interpreta al sentido común confiriéndole un carácter
dogmático y metafísico que no posee y atribuyéndole al "yo
sé" una importancia que esa expresión no conlleva en
nuestro lenguaje cotidiano. "Es como si el 'yo sé' no sopor-
¡ara ninguna acentuación metafísica." (UG, 4982) Todo
ocurre como si Moore sustituyese el "yo pienso" kantiano por
otra cláusula, el "yo sé", y ella garantizase no sólo la
aplicabilidad de nuestros conceptos a los fenómenos sino
también al mundo de las cosas en sí. "‘Yo sé' es aquí una
intuición lógica. Sólo que el realismo no se deja demostrar
por ella." (UG, 59)
Todo conocimiento tiene que apoyarse en alguna razón
(por ej. UG, 18, 40, 243, 504) y la mera garantía de que "yo
sé” no es prueba de nada (UG, 12, 487-488). Moore asimila
aquí el concepto de "saber" a los de "creer", "suponer",
"dudar", "estar convencido", etc., qu^ son conceptos de
estados subjetivos (UG, 21; cf. UG, 90). Por eso Wittgenstein
empleará a lo largo de todo ei libro la expresión
"externalización" (Áusserung) para las proposiciones-S,
retomando la terminología que empleara en la crítica del
lenguaje privado. Con ese pase mágico, Moore podrá pre­
tender la infalibilidad de las proposiciones "yo sé que ...",
pues cuando alguien afirma que tiene dolores, no se duda
(normalmente) de que tenga dolores (UG, 178). Con todo,
“seria correcto decir 'yo creo ...' tiene una verdad subjetiva;
pero 'yo sé ...’ no. O también 'yo creo' es una externalización
pero no ‘yo sé'." (UG, 79-80) Ahora bien, lo que está en juego
son "verdades objetivas", y se necesitarían razones, que
Moore no proporciona, para tornar su certeza subjetiva en
certeza objetiva (UG, 270). Se evitaría toda la empresa de
Moore sí, desde el principio, se reconociese que saber algo
no es un estado subjetivo y que la mera afirmación pgrsonal
no garantiza nada con respecto a aquello que se dice saber.
Nuestra racionalidad no nos proporciona argumentos para
establecer algo de manera objetiva.
Sin embargo, no parece que nuestra racionalidad exija
argumentos tan rigurosos que todo deba ser primero so­
metido a duda para que se pueda tener después alguna
certeza objetiva. Pretender poner todo en duda, como hizo
Descartes, también parece un procedimiento irracional, no
sólo porque se suprimen las certezas que posibilitan la duda,
sino también porque esa duda no admite solución posible.
Por un lacio, la propia duda no existiría si desapareciesen
las certezas que presupone. "¿Cómo sería dudar ahora de
que tengo dos manos? ¿Por qué no puedo imaginarlo en
absoluto? ¿En qué podría creer si no creyera en esto? Hasta
ahora no poseo ningún sistema en el que se pueda dar ests
duda." (UG, 247) Si todo cayera bajo el régimen de la duda,
el sentido de las palabras también estaría comprometido y
por lo tanto no se conseguiría formular esa duda universal
(UG, 114-115). Por otro lado, es preciso conceder a quien
duda "la posibilidad de convencerse. Pero quien dice que (tal
vez) no existan objetos físicos no hace eso." (UG, 23) ¿Qué
podría convencernos de que los objetos existen? "Si alguien
dudase de que la tierra tiene más de cien años, yo no lo
entendería pues no sabría que admitiría él todavía como
prueba y qué no.” (UG, 321) Una duda universal inutilizaría
pues nuestro propio sistema de argumentación. Una "duda"
que se suprime a sí misma y que no deja abierta la posi­
bilidad de encontrar una solución, no puede ni siquiera carac­
terizarse como duda, mucho menos como una duda racional.
Por eso mismo, aceptar la. imagen del mundo que reci­
bimos cuando somos pequeños y que transformamos poco
a poco por la experiencia y por la crítica no constituye un
acto precipitado o una manifestación de credulidad, sino que
resulta inevitable luego de un examen minucioso de aquello
de lo que podemos dudar y de lo que no podemos dejar de
creer y aceptar. "Aprendí muchas cosas y acepté esto por
la autoridad de los hambres y entonces descubrí que muchas
cosas se veían confirmadas o refutadas por la experiencia."
(UG, 161) No hay un puerto seguro en el que se pueda
reconstruir de una sola vez todo un navio, sino que vamos
reformándolo paulatinamente conforme a nuestra expe­
riencia y espíritu crítico. Si esto es así, no cabe caracterizar
esa actitud como ingenua, pues esas creencias no son
aceptadas racionalmente ni puede la razón abatirlas a todas
de una vez. "Y que algo sea firme para mí no se funda en
mi estupidez o credulidad." (UG, 235) La certeza que se
expresa en las proposiciones-S no resulta de una investiga­
ción sino que está presente en nuestro modo de actuar. “Me
gustaría considerar a esa certeza no como algo parecido a
la precipitación o la superficialidad, sino como (una) forma
de vida." (UG, 358)
La duda universal, por el contrario, aparece como un
síntoma de perturbación del espíritu, toda vez que, al colocar
en duda el sentido mismo de las proposiciones que emplea,
se aproxima a la locura. Si alguien dudase de su propio
nombre, dirección, número de teléfono, no diríamos que
comete errores sino que tiene perturbado el espíritu (UG,
71). Si la filosofía es para Wittgenstein, ai igual que para los
pirrónicos, una terapia que nos cura la perturbación del alma,
entonces el caso de Descartes parece ejemplificar doble­
mente esa tarea, pues también desde el punto de vista dei
contenido doctrinario se puede hablar de una perturbación.
Del mismo modo, Moore revelaba un estado que inspiraba
cuidado. “Ahora bien ¿se puede enumerar lo que se sabe?
Sin más, creo que no. De otro modo, la expresión ‘yo sé'
estaría mal usada. Y ese mal uso parece revelar un estado
mental extraño y extremadamente importante." (UG, 6 )
En oposición a esos estados mentales, la aceptación de
nuestra imagen del mundo aparece\como una actitud de
serenidad plena. “Mi vida consiste en que me doy por sa­
tisfecho con muchas cosas." (UG, 344) No querer afirmar o
durar las proposiciones-M, que describen nuestra imagen del
mundo, también revela un espíritu calmo y no perturbado por
cuestiones filosóficas, pues se puede decir que '"yo sé’
expresa una certeza tranquilizada, no aquella que todavía
lucha." (UG, 357) ¿Dudaríamos de que la tierra es redonda?
“Estamos satisfechos con el hecho de que la tierra es
redonda." (UG, 299) Aceptamos de buen grado, después de
rechazar la racionalidad “indolente" de Moore y la excesiva
de Descartes, la racionalidad común, que no nos lleva a
ninguna perspectiva dogmática o metafísica, al realismo o
a¡ idealismo. La satisfacción con nuestra imagen del mundo
expresa la tranquilidad del alma alcanzada luego de la
terapia escéptica. Y dejamos a cargo de la ciencia y de la
práctica su reformulación en virtud de nuevas experiencias.
El vacío actual de la filosofía al que me referí al comienzo
de este trabajo nos condujo no sólo a sospechar de la
existencia de una racionalidad filosófica sino también a
entrever un acuerdo más profundo entre las diferentes
tendencias en un terreno pre-filosófico. El análisis de algu­
nos de los argumentos de Wittgenstein sobre las condiciones
de sentido de las dudas y las afirmaciones racionales
confirmó esa sospecha y apuntó hacia nuestra racionalidad
común. El escéptico reconoce, al final de la terapia que
pretende realizar, el confinamiento a ese terreno neutro y
admite que en última instancia su racionalidad no difiere
esencialmente de la racionalidad común, siendo sólo más
crítica, autoconsciente y sofisticada. Sus argumentos utilizan
sólo aquello que es comúnmente aceptado y no apuntan a
conocer nada nuevo con respecto al mundo. La razón,
cuando se cree fuente de conocimientos, se transforma en
mera fantasía.
Volvamos entonces a la "crisis de la razón”. Confinada al
dominio de la filosofía, "crisis de la razón" es una expresión
que sólo se adecúa a la razón clásica, es decir, a aquella
que al afirmar que este mundo de nuestra vida común es
mera apariencia, pretendió trascenderlo y descubrir el
mundo del ser. El diagnóstico de que hay una crisis tal refleja
la toma de conciencia de que la tentativa de trascender el
terreno metafísicamente neutro no logró los resultados,
deseados de conocer la "estructura del mundo” o de es­
tablecer tesis incontrovertibles sobre la "naturaleza de las
cosas". Esa toma de conciencia, con todo, sólo tiene el sabor
de una crisis cuando todavía se desea otra racionalidad que
establezca, de alguna manera, una tesis metafísica. La
posibilidad de hablar de una "crisis de la razón" muestra que
la filosofía actual, pese a su "giro lingüístico", aún no se
encuentra completamente libre de alguna forma de
dogmatismo, lo que tal vez pueda explicar buena parte de
las discusiones y de la ambigüedad de algunos pensa­
mientos. Para el escéptico esa situación expresa más bien
la propia condición de la filosofía dogmática y la necesidad
de su vigilancia constante: una vez que se pierden los
parámetros de nuestra racionalidad y se penetra en las
tinieblas de la imaginación delirante, nada es más natural
que la proliferación insensata de opiniones.

NOTAS

1 Agradezco a Oswaldo Porchat y Luis Enrique Lopes dos Santos


por las críticas y sugerencias hechas a una versión preliminar.
También agradezco al CNPq por el apoyo financiero sin el cual este
artículo no habría sido posible.
* Véase por ejemplo esta afirmación de Habermas (1990 págs.
15-16); “En tanto la filosofía analítica se supera y se suprime a sí
misma y la fenomenología se fragmenta a sí misma en múltiples
corrientes, en el caso del marxismo y del postestructuralismo y el
final se efectúa en la forma de cientifización y cosmovisión, res­
pectivamente,
3 Husserl (MC), pág. 47.
* Bergson (MM), págs. 11/169.
s Habermas (1990), pág. 16. En una compilación de articule
recientes cuya finalidad es presentar un cuadro general de
filosofía actual, los compiladores apuntan hacia una especie d
consenso general entre las más variadas posturas. “Este volúmei
fue organizado con la convicción de que aquellos que a vece
parece una torre de Babel, de hecho tiene la índole de un
conversación genuinamente filosófica." (Baynes (1987), pág. 3) A
continuación, exponen brevemente algunos de los tópicos de
consenso: crítica de las concepciones fuertes de la razón, crítica al
sujeto soberano racional, crítica de la irr^agen de un conocimiento
como representación y crítica de la filosofía como disciplina sepa
■ teda de la retórica y de la poética (págs. 3-6).
6 En la introducción a la compilación de artículos referida en la nota
anterior, los compiladores afirman que "todos los pensadores re­
presentados en este volumen hicieron un 'giro lingüístico’. Esto ya
no es más controversial. La cuestión ahora es adonde lleva ese
giro.” (pág. 6). Esa idea parece estar de acuerdo con la que aquí
proponemos: hay un rechazo del dogmatismo aceptado por todos
los bandos, pero la controversia se reinstala cuando se propone algo
nuevo en lugar de la filosofía tradicional.
7 Habermas (1990), pág. 18: para una explicación de la idea de razón
situada, ver págs. 50-54.
8 Habermas (1990), pref.
0 Habermas (1990), pág. 61. Obviamente, no estoy alineándome con
Habermas sino sólo indicando algunas semejanzas bastante ge
nerales, tales como que hay una racionalidad en el mundo de la vida
y que el rechazo de una racionalidad dogmática no implica un
rechazo de la racionalidad tout court.
10 Ya se ha vuelto un lugar común entre los comentadores de
Wittgenstein la ¡dea de que Über Gewissheit se constituye en una
crítica no sólo a Moore sino también a Descartes Por ejemplo:
Kenny (1974, págs. 179-80); Bouveresse (1987, pág 601); von
Wright (SD, págs, 165-66) y Malcolm (1986, pág 201). Tal vez sea
posible pensar una articulación de la crítica wittgensteniana a
Descartes en las Investigaciones Filosóficas y en Über Gewissheit
del siguiente modo: en tanto ¡a primera obra critica al mentalismo
ya constituido de la Segunda Meditación, a través de la crítica al
lenguaje privado, la segunda obra impide el movimiento mismo de
la institución de! cogito, al disolver la ¡dea de una duda universal.
11 Véase Smith (NO).
12 Esta ¡dea surgió en una conversación (de bar) con Bento Prado
Jr.'
53 Para simplificar empleo el término “proposiciones-M" para de­
signar todas las proposiciones del tipo que Moore afirma saber, tales
como “tengo dos manos", “nunca fui a la luna", etc., Y empleo
“proposicjones-S" para las afirmaciones en primera persona del
singular de las proposiciones-M, como por ejemplo"yo sé que tengo
dos manos” y 'y ° sé que nunca fui a la luna”. El propio Wittgenstein
con frecuencia para de consideraciones de un tipo de proposición
al otro sin que eso afecte en nada la fuerza de sus análisis.
1:1 Incluyo las dudas científicas entre las racionales, porque en UG,
259 (citado arriba) no me parece que Wittgenstein quiera asimilar
a las dudas filosóficas. La duda científica sobre el tiempo de
existencia de la tierra (sea cien, un millón o un billón de años) puede
resolverse mediante experiencias y pruebas empíricas, pero la duda
filosófica no.
'5 Una comparación de Wittgenstein y el pragmatismo de Pierce se
encuentra en Bouyeresse (1987, págs. 567-589).
16 Moore respondió a la objeción de que las palabras "yo sé" no
tenían sentido del siguiente modo; “Claro, en mi caso estaba
usándolas con un propósito, ei propósito de refutar una proposición
general que hicieron muchos filósofos; de modo que yo no estaba
usándolas solo en su sentido usual, sino también en circunstancias
donde ellas tal vez pudiesen servir a un propósito útil, a pesar de
no ser un propósito para el cual serían usadas comúnmente.-' (citado
por Stroud [1984, pág 99]). Stroud concuerda con Moore en cuanto
a la idea de que “yo sé" tiene sentido pero niega que su prueba de
la existencia de un mundo exterior sea una respuesta satisfactoria
al desafío escéptico (págs. 100 y 55). Esa posición de Stroud no
me parece muy diferente de la de Wittgenstein: Moore no respondió
al escéptico porque no entendió exactamente el punto en cuestión
(págs. 110-112).
17 RPP. I, 48; citado por Baker y Hacker (1985, pág. 240).
13 Debo a Bento Prado Jr. la idea de que, para Wittgenstein (en UG),
la conciencia es necesaria para que las proposiciones tengan
sentido.
14 Cabe notar al respecto una diferencia entre Wittgenstein y los
pirrónicos: mientras que para el primero la filosofía es un error para
los segundos permanece abierta, en algún sentido, la posibilidad de
que alguna filosofía sea verdadera,
80 Con cierta frecuencia se señalan semejanzas entre Wittgenstein
y Hume, a pesar de que el primero no ha tenido simpatía por el
pensamiento humano. Por ejemplo: Strawson (1985, cap. I); Fogelin
(1976, págs. 146-147); Jones (1976, págs. 191-209 y 1982, págs.
176-188); Hanfing (1989, págs. 167-168).

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R A C IO N A L ID A D , A R R O G A N C IA ,
O R D E N DEL M UN DO

OSCAR NUDLER'

1 . En un coloquio filosófico dedicado al tema de la


racionalidad parece oportuno debatir, junto con cuestiones
tales como la racionalidad del cambio científico o la
racionalidad en las ciencias humanas, la cuestión de la
naturaleza y el papel de la racionalidad en la filosofía misma.
Abordar un tema como éste no está por cierto exento de
serias dificultades y riesgos; nos lleva naturalmente, por
ejemplo, a tener que plantearnos el problema de justificar
modos de hacer filosofía, entre ellos los propios. No me
extenderé mucho aquí sin embargo sobre este problema;
sólo aludiré a una distinción entre modos arrogantes y no
arrogantes de concebir la empresa filosófica y argumentaré
brevemente, hacia el final de estas reflexiones, en favor de
los segundos.
El camino que transité para cumplir con mi objetivo de
tratar el tema arriba mencionado fue más bien indirecto,
sinuoso. Elegí como punto de partida el siguiente texto de
Karl Popper:

Mi opinión es que la filosofía debe volver a la cosmología y a


una teoría simple del conocimiento. Hay, al menos, un problema
filosófico en el que todos los hombres de pensamiento están
interesados: el de comprender el mundo en que vivimos y, por
tanto, el de comprendernos a nosotros mismos (que formamos
■ parte de ese mundo) y a nuestro conocimiento de él.'

A'partir de estas afirmaciones de'Popper me pregunté,


en primer lugar, de qué manera debía entender el término
"cosmología" en contextos como el de la cita anterior. Una

* Fundación Bariloche/CONICET
vez que hube delimitado, tentativamente, el alcance de esta
noción, mi segunda pregunta fue si era realmente defendible
hoy la tesis de una vuelta de la filosofía a la cosmología. Y
finalmente llegué a la cuestión que tiene que ver más
directam ente con este coloquio: ¿cuáles serían las
implicancias de esta empresa de regresar a la cosmología
para la idea de racionalidad y su papel en la filosofía? Lo
que sigue es un intento de reproducir la línea de pensamien­
to que seguí cuando intenté contestar estas preguntas.

2. Varios años después que Popper escribiera las palabras


arriba citadas Stephen Toulmin dedicó un libro entero — The
fíeturn to C o s m o lo g y a defender sustancialmente la
misma tesis. Dicho concisamente, el esquema argumental
que Toulmin desarrolla en ese libro es el siguiente: después
de la exclusión del tema cosmológico hecha por el pen­
samiento filosófico moderno, nuevos desarrollos de la
ciencia durante este siglo requieren y justifican un “retorno
a la cosmología". Desafortunadamente, al igual que Popper,
Toulmin tampoco define el término “cosmología". Sin em­
bargo, a partir de ciertas afirmaciones como la de que la
cosmología se ocupa de la "interrelación entre todas las
cosas" o de que se refiere al “Universo como un todo”, y de
sus respectivos contextos, me resultó claro que Toulmmin
no se estaba refiriendo a la disciplina científica del mismo
nombre sino a una disciplina filosófica (aunque ésta debería
ser según él, lo mismo que otras ramas científicas rele­
vantes, un insumo necesario de la disciplina en favor de la
cual abogaba). EL objetivo de tal disciplina parecía ser el de
diseñar una teoría acerca del prden general del mundo. Un
término clave que se destacaba aquí era el de “orden".
Buscando alguna manera de entender este término en usos
como éste tropecé con el siguiente texto de Iredell Jenkins
que me pareció bastante iluminador:

"El concepto de orden alude a nuestro reconocimiento de


una pauta y una regularidad en el mundo. Se refiere al hecho
de que discernimos hilos de interconexión entre objetos y
eventos discretos. El orden anuncia las similitudes que
descubrimos entre las cosas y las secuencias que descu­
brimos entre los eventos... Dicho concisamente, "orden"
significa “continuidad" y “predictibilidad". “Desorden", por
supuesto, implica lo contrario de todo esto ”.3

Me pareció pues que podría entender tentativamente a la


cosmología como teoría o doctrina acerca del orden general
del mundo en el sentido de “orden” descripto por Jenkins
pero aquí apareció una dificultad. El uso de los términos
■leoría" o ‘doctrina" parece implicar la idea de una articu­
lación y formulación explícitas. Sin embargo, el término
‘cosmología” se usa frecuentemente para designar sistemas
de creencias acerca del orden del mundo no explícitas o sólo
parcialmente explícitas, aunque supuestamente incorpora­
das a diversas manifestaciones de las culturas, tales como
el lenguaje cotidiano, obras de arte, instituciones sociales
etc. En este sentido se usan por ejemplo expresiones tales
como “cosmología hopi", “cosmología hindú", “cosmología
occidental”, "cosmología medieval", etc. Pues bien, decidí
entonces respetar estos usos y entender el término
'cosmología" en un sentido amplio, como referido a todo
conjunto de creencias, explícito o implícito, acerca del orden
general del mundo. En caso de querer referirme sólo a la
cosmología como doctrina explícitamente formulada y de-
sarrollada utilizaré, cuando el contexto no lo aclare sufi­
cientemente, la expresión "cosmología filosófica”.
A decir verdad.no he encontrado muchos filósofos ac­
tuales que usen el término. Para referirse a la idea de
ordenamiento u organización del mundo (o de la experiencia)
suelen utilizarse más bien términos tales como "esquema
conceptual”, "marco categorial", sistema de creencias"
"sistema cognitivo", etc. Pero ninguno de estos términos es
por cierto equivalente a "cosmología", cuyo uso parece
preferible cuando queremos aludir a un sistema de creencias
o de conocimientos acerca del orden del mundo como un
todo. De algún modo podría decirse que una cosmología
presupone un esquema conceptual, un marco categorial, etc.
pero es claro que se refiere específicamente, como ño lo
hacen los otros términos y como lo indica la raíz "kosmos",
al ordenamiento que, como los griegos indicaron, ha de ser
un buen ordenamiento, del mundo como un todo.
El desuso en que cayó el término "cosmología” en el
léxico filosófico corriente no es por supuesto casual. El
término en su uso filosófico quedó fatalmente identificado
a partir de Kant, como nombre de una especie metafísica
originadora de antinomias insolubles.'* Y dado que corrientes
fundamentales de la filosofía contemporánea son corrio es
sabido militantes antimetafísicas, un eventual uso del tér­
mino dentro de las mismas sólo lo sería en un sentido
negativo, para designar algo ilegítimo e indeseable. De modo
que sería poco arriesgado apostar a que la doctrina del
retorno a la cosmología, si este término es efectivamente
entendido en un sentido metafísico, despertaría una opo­
sición frontal do buena parte de los filósofos contemporá­
neos. Así, por ejemplo, se opondrían los positivistas, los
wittgenstenianos de distinto tipo, los neopragmatistas
americanos, los postestructuralistas franceses, etc. Si bien
por razones distintas en cada caso, todos sumarían sus
voces de rechazo hasta formar un coro atronador.
Supongamos sin embargo que revisáramos nuestra de­
finición de "cosmología" tomando en cuenta la distinción
strawsoniana entre metafísica revisionista y descriptiva5 de
modo tal que, en lugar de considerarla como una teoría
acerca del mundo fuera entendida como una teoría acerca
de nuestro pensamiento o de nuestro lenguaje acerca del
orden del mundo. Si así hiciéramos es claro que el coro
reprobatorio se debilitaría porque se retirarían del mismo por
lo menos las voces kantianas, la de los admiradores del
Tractatus y aún las de pragmatistas como C. I. Lewis .6 El
coro seguiría sin embargo siendo poderoso. Permanecerían
en él todos aquellos que tuvieran razones para creer, o
sospechar, que un intento de descripción de las reglas
"básicas" de nuestro pensamiento o de nuestro lenguaje se
deslizaría inevitablemente hasta hacerse indistinguible con
una tarea justificatoria de búsqueda de fundamentos últimos.
Y eso sería ciertamente inaceptable, particularmente para el
último Wittgenstein (la consideraría como una muestra de lo
que ocurre cuando el lenguaje "se va de vacaciones ".7
También los neopragm atistas estilo Rorty o de los
postestructuralistas estilo Derrida rechazarían la cosmología
aún en la versión revisada (y tal vez aún con más fuerza en
este caso por asociarla con las filosofías del sujeto, típico
"mito logocéntrico"). Pues bien, en este contexto más bien
desfavorable, las perspectivas de éxito de un intento de
defensa de la tesis Popper-Toulmin de retorno a una
cosmología filosófica no parecían ser muy brillantes.

3. Revisando las argumentaciones en contra de la


cosmología en el sentido fuerte de teoría general acerca del
orden del mundo inspiradas por Kant, los positivistas y el
primer Wittgenstein encontré que todas ellas tienen un punto
en común: la empresa cosmológica sería ilegítima porque
sería una transgresión de los límites de la razón, en el primer
caso, o del lenguaje, en los dos últimos. El punto en común
sería pues el ver a la cosmología como transgresora o
violadora de límites. Si se preguntara de qué límites se trata,
es decir qué es lo que hay más allá y más acá del límite,
surgiría que más allá del límite está para Kant lo
incondicionado, para Wittgenstein aquello de lo que no se
puede hablar y para los positivistas el skn sentido. O sea, que
las concepciones de lo que hay más allá del límite divergen
notablemente. Y con ello también la importancia que se
asigna a lo que aquello pudiera ser. Para Kant es sin duda
algo muy importante, en verdad lo más importante, pero que
no puede ser alcanzado por ningún conocimiento (aunque
sí por la experiencia moral); para el primer Wittgenstein
parece ser también algo muy importante (“lo místico "8 o lo
"absolutamente bueno o valioso"9) pero que no pueda ser
alcanzado de ninguna manera; para los positivistas es
simplemente una mistificación. Hay pues grandes diferen­
cias en esto entre las tres corrientes. Pero cuando nos
preguntamos qué hay más acá del límite, hallamos más
convergencia: es la razón, ejemplarmente encarnada en la
ciencia y entendida como un mecanismo provisto de un
conjunto de reglas de inferencia que se aplica a procesar los
datos de la experiencia. Ese conjunto de reglas es universal
en el sentido de que un individuo racional, no importa su
ubicación en tiempo y lugar, que tenga a su disposición
ciertos datos no podrá evitar, en la medida en que per­
manezca racional, aceptar las conclusiones derivadas de
ellos siguiendo esas reglas por él mismo o por otro individuo
racional. Existen por cierto distintas posturas acerca de
cómo se justifican tales reglas, posturas que van desde una
intuición a priori tipo Kant hasta una convalidación a
posteriori, circular aunque "virtuosa", tipo Nelson Goodman.
Pero ninguna de estas justificaciones distintas implica
desconocer la universalidad de las reglas de inferencia. Por
lo tanto, desde esta perspectiva, que con justicia se ha
llamado "clásica", el orden que emerge progresivamente a
partir de aplicar la razón a los datos de la experiencia debe
ser también, al menos idealmente, un orden universal, único.
¿Qué ocurre entonces con la tesis del retorno de la
cosmología desde esta perspectiva? Es claro que podría
defenderse a condición de mantener la cosmología más acá
del límite. Sería la disciplina que nos mostraría la "imagen"
del universo construida a partir de la aplicación correcta y
sistemática de la razón a la experiencia, en otras palabras,
la imagen que emerge de las ciencias. Usando la formulación
de Sellars10 en relación con la filosofía en general, sería una
“mirada sobre la totalidad" lanzada a partir de las ciencias:
nos enseñaría a ''manejarnos" no ya en los dominios propios
de cada ciencia sino en relación con el “paisaje total". •
Pero aún esta aceptación de una cosmología filosófica
más bien modesta, subordinada a la ciencia, sería recha­
zada, como se menciona arriba, por autores muy influyentes
en el pensamiento filosófico contemporáneo. Así por ejemplo
el segundo Wittgenstein. Hay de acuerdo con él una pro­
liferación de juegos de lenguaje, cada uno con sus propias
reglas de juego — y éste es el punto crucial— no existe un
juego privilegiado desde el cual poder evaluar a los otros
juegos. Desaparece entonces la posibilidad de legitimar una
cosmología siguiendo la estrategia anterior. En efecto, esa
estrategia se basaba en aceptar como legítima la teoría del
orden basada en la ciencia, considerada como el juego
legítimo por excelencia; pero si este privilegio no existe más,
si la ciencia es sólo un juego entre otros ¿sobre qué base
legitimar una cosmología en lugar de otra?
Podría darse por ejemplo una respuesta fundada ex­
clusivamente en una comparación entre las cualidades
estéticas de ias distintas propuestas cosmológicas. Pero
esto nos encerraría en los oscuros dilemas que acosan la
fundamentación del juicio de valor en general y del estético
en particular. O podría darse una respuesta radical: no sólo
no es posible sino que tampoco es deseable elegir una
cosmología y rechazar las demás porque ello implicaría no
sólo perder la libertad de espíritu sino también el goce
estético derivado de la deliberada proliferación de
cosmologías. Este goce estético constituye, desde esta
perspectiva, una justificación suficiente de la tarea del
cosmólogo. Un ejemplo notable de tal postura es el de Jorge
Luis Borges, quien, a pesar de su pesimismo acerca de la
posibilidad de conocer el orden del mundo (su imagen
favorita del universo es la de un laberinto) nos incita al juego
cosmológico en cuentos como "La Biblioteca de Babel o
“Tlón Uqbar, Orbis Tertius". Parafraseando al mismo Borges,
podría decirse que la cosmología sería, desde esta pers­
pectiva, nada más y nada menos que una rama de la
literatura fantástica."
Pero no es por cierto este declinar de la pretensión
cognoscitiva a lo que aspiran Popper y Toulmin cuando
proponen un retorno a la cosmología. Es evidente que, sin
ignorar la dimensión estética, es importante para Popper y
para Toulmin que una cosmología posea alguna forma de
legitimidad cognoscitiva más sólida que el fundado exclu­
sivamente en un criterio estético. En otras palabras, una
legitimidad que trazaría una línea de'diferenciación entre
productos aceptables y no aceptables de' la imaginación
cosmológica independiente de sus cualidades estéticas.
Dejando pues de lado el esteticismo, procuré seguida­
mente apelar, siem pre dentro de la co ncepción
wittgensteniana de los juegos del lenguaje, a otra estrategia
posible de justificación de una teoría cosmológica: la ad­
misión de la existencia de un superjuego racional, aunque
no ya a la manera clásica, sino como producto de un
consenso entre los jugadores de los distintos juegos. Esta
es básicamente la estrategia de Habermas en su teoría de
la acción comunicativa.12 El detalle molesto aquí es que esta
estrategia ha sido sometida a fuertes críticas y no estoy
seguro de que haya salido airosa. Stephen Stich por ejemplo
desarrolla una que, en lenguaje wittgensteniano, podría
parafrasearse así: afirmar, como lo hace la teoría del
consenso racional, que el mero jugar un juego de lenguaje
supone un consenso mínimo sobre reglas universales de
significación e inferencia implica que no es posible usar el
lenguaje y al mismo tiempo apartarse significativamente de
cierta racionalidad básica. Pero esto, sostiene Stich, está en
contra de una evidencia empírica masiva suministrada por
la. psicología y, además, carece de una sólida justificación
conceptual.’3 Por su parte Lyotard objeta que el consenso
de Habermas no es más que una versión disfrazada de! viejo
monismo autoritario pre-wittgensteniano."1 En definitiva, me
pareció que podía no ser beneficioso para la solución de mi
problema comprometerse en una línea tan controvertible.

4. Resumiendo la situación en que me encontraba en ecte


punto, mi problema era hallar un criterio de diferenciación
entre cosmologías legítimas y no legítimas sin comprome­
terse ni con el monismo epistémico clásico ni con la teoría
habermasiana del consenso racional. Se me ocurrió en­
tonces que podía tal vez apoyarme para encontrar el criterio
que estaba buscando en sugerencias hechas por los
pragmatistas americanos. Encontré así que Richard Rorty
decía, de un modo probablemente a propósito reminiscente
del “cash valué"de William James, que una teoría para ser
aceptable tiene que “rendir beneficios"15 (to pay ofí). Pensé
que esto, si lograra aplicarlo a las cosmologías, me daría
presumiblemente un criterio de demarcación al permitirme
distinguir entre cosmologías que han rendido beneficios y
otras que no lo han hecho. Pero al tomar en su totalidad el
texto de Rorty, vi que si aceptaba esta solución ello me haría
asumir, al menos según el mismo Rorty, compromisos aún
más fuertes que ios que hasta ese momento había rehuido.
Por ejemplo, tenía que condenar prácticamente en bloque
a toda la filosofía occidental, al menos desde Platón en
adelante, y tenía que renunciar por lo tanto a todas las
cosmologías propuestas por esta filosofía. Un argumento a
la Rorty conducente a esta conclusión podría formularse más
o menos así:

“La filosofía occidental, en particular el platonismo, ha pretendido


que le era posible alcanzar el conocimiento de una realidad
absoluta o Realidad con mayúscula. En consecuencia, también
ha pretendido que las sentencias que constituyen las doctrinas
filosóficas referidas a esa Realidad no son simplemente ver­
daderas, como pueden serlo “el gato está debajo de la mesa"
o aún E = mxce sino que son Verdaderas con mayúscula. Pero
esta dicotomía entre dos clases de sentencias verdaderas es
indefendible, del mismo modo como lo son otras célebres
dicotomías tales como la del analítico/sirltético, teórico/
observacional, etc. Ahora bien, al derrumbarse la dicotomía entre
dos tipos de sentencias verdaderas se derrumba también la
Filosofía fundada sobre ella', es decir, la tradición central de la
filosofía occidental, representada especialm ente por el
platonismo.

Este argumento de Rorty tenía para mí un costado


atractivo. En especial, simpatizaba con su rechazo dé la
actitud arrogante de muchos filósofos de creerse en pose­
sión de verdades absolutas. Sin embargo, había al mismo
tiempo para mí algo muy insatisfactorio en la postura de
Rorty. Mi insatisfacción empezó cuando me di cuenta que
rechazar la filosofía platónica usando el argumento de Rorty
implicaba mucho más que un rechazo de esta filosofía; era
rechazar también una cosmología que la "excedía", por
decirlo así. En efecto, más allá de sus pretensiones de
verdad elerna, trans-histórica y trans-cultura'l, el platonismo
fue esencialmente un refinamiento 16 de ciertas categorías y
creencias colectivas. Como subyrayara por ejemplo Gregory
Vlastos,17 la teoria de las ideas fue un imaginativo desarrollo
de la visión del mundo jerárquica y dualista implícita en la
religión olímpica y la visión mística dfe sectas como las de
los órficos y pitagóricos. Parece claro que Platón diseñó su
teoría de las ideas no para sustituir sino para salvar a esas
visiones tradicionales, y a las instituciones sumergidas en su
época y como respuesta a la amenaza contra ellas de
minorías intelectuales, particularmente las de los atomistas
y los sofistas. El hecho de que Platón sacralizara el mundo
de las ¡deas era por otra parte coherente con el hecho de
que su sistema era una versión sofisticada de una
cosmología religiosa que dividía al mundo en regiones
cualitativamente distintas y sacralizaba una de ellas.
Ahora bien, este modo de ver la filosofía platónica como
un refinamiento de creencias acerca del orden del mundo
preexistentes en el universo cultural en que surgió puede a
mi entender generalizarse .18 Diversos sistemas filosóficos a
lo largo de la historia de la filosofía occidental han sido
también también refinamientos de creencias cosmologicas
preexistentes. Por ejemplo el aristotelismo puede conside­
rarse como una versión parcialmente diferente de la
platónica de la cosmología jerárquica y teleológica, el
cartesianismo como un compromiso entre ésta y el
mecanicismo, etc.19 Esto estaría indicando un papel de la
filosofía dentro de la cultura más modesto (y a mi modo de
ver más positivo) que e! que le han atribuido los filósofos
clásicos pues, en lugar de ser una descubridora de verdades
eternas sería ante todo una refinadora de intuiciones y
creencias implícitas en el lenguaje y el sentido común. Este
papel también es por supuesto desempeñado por otras
ramas de la cultura como la literatura, el arte, etc. Pero la
filosofía en general lo ha desempeñado de un modo es­
pecífico, literariamente idiosincrásico: formulando y deba­
tiendo esas intuiciones y/o sus consecuencias especialmen­
te a través del modo de la argumentación racional.
Sin embargo, me encontré con que Rorty negaba el valor
positivo que yo asignaba a esta función de la filosofía clásica
como formuladora y refinadora de intuiciones presentes en
la cultura. Esto queda claro en su polémica con un
intuicionista realista a la Kant, más precisamente, Thomas
Nagel. De acuerdo con Nagel, es cierto que en filosofía no
es posible alcanzar certezas; es más, los llamados "pro­
blemas filosóficos’' han mostrado ser insolubles. No obstante
sería un error según Nagel inferir de ello que son
pseudo-problemas o que no debemos ocuparnos de ellos.
Por el contrario, son problemas importantes porque están
asociados con intuiciones que nos muestran los límites de
nuestro entendimiento, como diría Kant. En otras palabras,
nos dicen algo acerca de qué implica ser humano. En su
crítica a Nagel, Rorty aclara que no es su intención negar
la existencia de tales intuiciones; por supuesto las tenemos,
dice, ya que ellas forman parte de nuestra educación basada
en la tradición occidental. Lo que ocurre, sostiene, es que
se trata de intuiciones que deben ser "reprimidas" o
“erradicadas". ¿Por qué razón? Porque, nos dice apelando
al criterio pragmatista, las doctrinas elaboradas sobre la
base de la existencia de tales intuiciones no han rendido
beneficios.
Rorty no aclara qué debería entenderse por "rendir be­
neficios" en relación con una teoría filosófica. Pero sin
salimos de la tradición pragmatista, Wiliiam James puede
venir en nuestro auxilio: "Toda la función de la filosofía
debería consistir en hallar qué diferencias nos ocurrirían, en
determinados instantes de nuestrá vida, si fuera cierta ésta
o aquella fórmula acerca del mundo”.20 Y Stich también:
"..nuestros procesos cognitivos pueden ser evaluados
instrumentalmente. Eso es, pueden ser evaluados esta­
bleciendo de qué modo contribuyen a hacer realidad estados
de cosas que la gente típicamente valora, tales como poder
predecir y controlar la naturaleza o contribuir a una vida
interesante y plena1’.2'
Ahora bien, si entendemos la expresión "rendir benefi­
cios" de alguna de estas maneras, es decir por las con­
secuencias concretas sobre la vida humana o por la medida
en que tales consecuencias tienen que ver con valores
instrumentales (y supongo que Rorty estaría de acuerdo con
ello), es difícil negar que el platonismo, contrariamente a lo
que sostiene, ha rendido beneficios, al menos si lo consi­
deramos en una perspectiva de largo plazo, como corres­
ponde a una de las tradiciones intelectuales más persis­
tentes en la historia epistémica de Occidente. En efecto, el
platonismo ha tenido, para tomar sólo un ejemplo, una clara
influencia en la emergencia de la concepción matemática de
la naturaleza de Galileo y, por lo tanto, en el surgimiento de
la ciencia moderna.22 Obviamente ha tenido estas influencia
merced a su énfasis en el lugar privilegiado de las "formas"
o modelos matemáticos en el orden cósmico y en el carácter
superior que atribuía al conocimientos de los mismos. Puede
sostenerse, como se hiciera desde el aristotelismo, que se
trata de un énfasis equivocado, pero e¿ difícil negar que ha
rendido beneficios en el sentido pragmatista arriba men­
cionado.

5. Así pues el criterio pragmatista me empezó a resultar


sospechoso ya que, al menos en la aplicación hecha por
Rorty del mismo, de hecho no excluía aquello que se
proponía excluir (más adelante en la nota Ne 29, añado otra
razón para no adoptar el criterio pragmatista, a pesar de mí
afinidad en principio con el mismo). Por otra parte, no me
parecía decisiva la crítica de Rorty a la arrogancia de la
filosofía clásica ya que no reparaba en que en los hechos,
más allá de las pretensiones de varios de sus represen­
tantes, esa filosofía estuvo lejos de ser arrogante ya que
"abrevó", por decirlo así, en las fuentes de una sabiduría
colectiva.23 La idea de dependencia amorosa de la filosofía
respecto de una sabiduría que la trasciende, que nunca
puede capturar plenamente, fue después de todo la que la
alimentó en su origen. En cambio, no v'eía siquiera cómo
atenuar la arrogancia de un planteo que rechazaba toda la
tradición filosófica occidental y, en general, se declaraba
independiente de toda tradición cultural.
Pensé entonces que lo único que me quedaba en pie
como posible criterio de diferenciación entre cosmologías
aceptables y no aceptables era después de todo el criterio
de la relación con la ciencia. Este criterio aparecía como
efectivo. En una primera etapa permitiría excluir á todas
aquellas cosmologías no compatibles con la ciencia. Se­
guidamente debería permitir llegar, de acuerdo con su visión
monista de la razón, a una única cosmología, aquella que
se seguiría partiendo del estado actualizado del conoci-
Sin embargo, el cúmulo de objeciones a esla estrategia
de defensa de la cosmología que inmediatamente apare­
cieron me llevó a verla como mucho menos sólida de lo que
podía parecer a primera vista. En primer lugar, el esquema
delineado arriba según el cual la ciencia, producto de una
razón universal funcionando "más acá" del límite, es el
fundamento de una única cosmología legítima, aparece
inmediatamente subvertido si admitimos que la ciencia
contiene a su vez presuposiciones cosmológicas. Y en
verdad, a partir de estudios clásicos de historia de la ciencia
como los de Edwin Burtt,24 Alexander Koyré” y tantos otros
es difícil dejar de admitirlo. Por lo menos yo me incliné ante
la evidencia histórica según la cual importantes teorías
científicas incluyen elementos de visiones de! mundo, en
especial elementos pertenecientes a lo que denominé en
otro trabajo tradiciones culturales o intelectuales de “larga
duración ”.26 Es cierto que no se trata en general de una
simple apropiación de tales elementos (por ejemplo el
m ecanicism o o el atom ism o o, contrariam ente, el
organicismo o el holismo) por parte de las teorías científicas
sino más bien de una reconstrucción o “explicación" (en el
sentido de Carnap) de los mismos. De cualquier manera, ello
me indujo a descartar la ¡dea de una relación simple entre
una ciencia fundante y una cosmología fundada sobre ella.
A partir de esta subversión del vínculo ciencia-cosmología
empecé a considerar con seriedad las objeciones al fun­
damento último de este vínculo, es decir, la concepción
monista clásica de la razón. La validez universal de las reglas
lógicas (base de este monismo) ha sido cuestionada, como
es sabido, a partir de la emergencia de las lógicas no
standard o de críticas como las de Quine a la dicotomía
analítico/sintético y la consiguiente extensión de la falibilidad
a la lógica. En cuanto a otro atributo de la razón clásica, la
autonomía (en el sentido de independencia de todo sistema
de creencias, incluidas las cosmologías, y de todo contexto
espacio-temporal), ella ya fue en realidad cuestionada
mucho antes, especialmente a partir del reconocimiento del
carácter históricamente “situado” de la razón por parte de
Hegel y la filosofía historicista alemana del siglo XIX. Sin
embargo, este cuestionamiento hizo verdaderamente pie en
el campo de la filosofía de la ciencia principalmente gracias
a Thomas Kuhn, a través del papel constituyente de los
standards de racionalidad de cada paradigma o matriz
disciplinar que le asignara a las comunidades científicas .27
En resumen, la concepción clásica de la razón aparecía
a la luz de éstas y otras objeciones seriamente jaqueada y,
aunque había muchos que a pesar de ello seguían teniendo
fe en la misma, éste no era mi caso y no me pareció entonces
que podía usarla como fundamento de un criterio de dife­
renciación entre cosmologías.
Mi conclusión a partir de esto fue como es fácil 'de
imaginar bastante desalentadora. Pensé que lo mejor que
podía hacer era simplemente abandonar el objetivo que me
había propuesto de hallar un criterio de diferenciación y
reconocer a todas las cosmologías ¡guales derechos, a la
manera de “anything goes” de Feyerabend. Pero este fra­
caso de mi propósilo original me permitió vislumbrar final­
mente una nueva y consoladora perspectiva. Me llevó a
preguntarme por qué después de todo debía suponer como
meta deseable encontrar un criterio de demarcación entre
cosmologías desde la filosofía. Proponerme esta meta ¿no
implicaba acaso un modo arrogante, y por lo tanto para mí
indeseable, de representarse el lugar de la filosofía dentro
de la sociedad? Me pareció pues más apropiado dejar de
lado la pretensión y seguir la práctica de los filósofos clásicos
(aunque no sus pretensiones) de hacer explícitas cuando no
lo están y refinar las especies cosmológicas existentes en
la cultura. Por ejemplo, hoy en día la cosmología asociada
con la creciente sub-cultura ecológica25 o las cosmologías
entretejidas con ramas de la ciencia y del arte de este siglo.
Esto no daría lugar por cierto, como lo exigía la concepción
clásica de la razón, a una única cosmología legítima pero
evitaría a la filosofía lidiar con una proliferación sin límites
de cosmologías ya que reduciría el campo, por lo menos
inicialmente, a las cosmologías culturalmente significativas .29
Sería pues un "retorno" de la filosofía a las cosmologías, en
plural y sin posibilidades de legitimar a una por encima de
ias demás.
Como no podía ser de otro modo, varias objeciones se
agolparon en el camino de esta propuesta de un pluralismo
cosmológico limitado por la cultura. En primer lugar, la
imputación, recogida por Rorty, de "chauvinismo cultural". En
segundo lugar, el cargo de que sería un freno arbitrariamente
impuesto a la imaginación y la innovación en el campo de
la filosofía. Ninguna de estas dos objeciones me pareció, sin
embargo, decisiva. La primera debía de algún modo
concederse pero ello no la convertía en mortal, como supo­
nían sus proponentes. ¿Acaso puede sensatamente negarse
a esta altura la envolvente influencia de la cultura, en
primerísimo lugar a través del lenguaje? Nuestra única
posibilidad de libertad, si es que hay alguna, reside justa­
mente en el reconocimiento de este hecho y no por cierto
en una ingenua declaración de independencia. Por otra
parte, atender a lo culturalmente significativo no implica
necesariamente limitarse a lo dominante o más visible;
puede implicar, por el contrario, una apuesta en favor de
visiones marginales o en formación en el “subsuelo” de la
cultura. En cuanto a la segunda objeción, bastaría quizás
recordar que no existe novedad sino sólo en relación con
algo viejo, con una tradición. En verdad, aún en la ruptura
se está limitado por aquello con lo cual se rompe.
Finalmente tropecé con la objeción más seria: la opción
por el pluralismo cosmológico con raíces en la cultura implica
un abandono de standards racionales de crítica y de hecho,
la admisión de cualquier cosmología con tal de que perte­
nezca a alguna tradición cultural. Frente a esta objeción me
pareció importante efectuar un distingo entre standards'de
racionalidad supuestamente objetivos, independientes de las
distintas tradiciones culturales y sus cosmologías, y
standards internos, relativos a las tradiciones en que se usan
e históricamente variables junto con ellas. A partir de esta
distinción reconocí que, en efecto, quedaban abolidos en el
pluralismo cosmológico los standards de racionalidad, pero
sólo si éstos se entienden en el primer sentido. Quedaban
en pie los standards de racionalidad internos. Estos a su vez
podrían ser aceptados sin justificación alguna o podrían
contar con una justificación como la propuesta por ejemplo
por la teoría del equilibrio reflexivo de Nelson Goodman .30
Sólo estos últimos serían finalmente los aceptados por el
filósofo crítico.
Seguramente este rescate parcial, relativista, de
standards de racionalidad sería considerado insuficiente y
aún irrelevante por un racionalista clásico pero para mí era
en principio aceptable. El motivo era que pensaba que de
todos modos el filósofo no está en condiciones de poder
imponer su propia concepción sobre standards de racio­
nalidad presuntamente “objetivos” ya que su criterio de elec­
ción entre standards de racionalidad no puede ser a su vez
objetivo, libre de "contaminación" por una tradición cultural.
Podría verse el argumento anterior como una especie de
admisión resignada del pluralismo. Y en cierto modo lo es,
a| menos en contraste con las ilusiones absolutistas de los
filósofos clásicos. Es una concepción resignada sobre todo
porque implica un reconocimiento de la falta de autoridad de
la filosofía para imponer standards de racionalidad y, en
consecuencia, un criterio propio de demarcación entre
cosmologías. Pero no obstante hallé que esta autoimagen
de la filosofía como parte de una sabiduría que la "excede"
o, dicho de otro modo, como un saber con supuestos,
dedicado prioritariamente a la reflexión ^obre concepciones
arraigadas en tradiciones culturales acerca del orden del
mundo y el lugar del ser humano en el mismo, podía tener
sus compensaciones. Tal vez siguiéndola, pensé, la filosofía
vuelva a ocupar el lugar en la cultura que ha perdido, lugar
añorado por filósofos como Popper o Toulmin y que algunos
científicos como David Bohm o llya Prigogine, al verlo
vacante, tal vez se sintieron tentados o forzados a ocupar.

NOTAS

' K, Popper, “Back to Presocratics", Conjectures and fíefutations,


London, Routledge and Kegan Paul, 1962.
2 S. Toulmin, The Return to Cosmology, Londres, University of
California Press, 1982.
3 1. Jenkins, "Modes of Law” en I. C. Lieb (ed), Experience, Existense
and the Good: Essays in Honor of Paul Weiss, Carbondale, Illinois,
Southern Illinois University Press, 1961.
4 Cf. las cuatro antinomias cosmológicas que Kant desarrolla en la
Crítica de la Razón Pura, esp. 294-296 y 308, 309, 315 y 315 y en
los Prolegómenos a Toda Metafísica Futura, 343-347,
5 P, F. Strawson, Individual: An Essay in Descriptive Metaphysics,
New York, Doubleday, 1963.
0 C. I. Lewis, Mind and the World Order, New York, Dover, 1929.
7 Dice Wittgenstein a propósito de la imposibilidad de formualr
fundamentos últimos: “Darfundamentos, justificarla evidencia, llega
a un fin, pero el fin no es ciertas proposiciones impactándonos como
inmediatamente verdaderas, es decir, no es una forma de ver de
nuestra parte; es nuestro actuarlo que yace en el fondo de! juego
del lenguaje’ . (On Certainty, London, Harper & Row, 1969, 204)
8 L. Wittgenstein, Tratatus Logico-Philosophicus, London, Routledga
& Kegan Paul. New York, 1961 (1a ed. 1922). Cf. 6.522: -Hay por
cierto cosas que no pueden ser puestas en palabras. Ellas se ponen
de manifiesto por sí mismas. Son lo místico".,
4 "Wittgenstein's Lecture on Ethics", The Philosophical Review, New
York, Jan 1965.
10 W. Sellars, Ciencia, Percepción y Realidad, cap. 1: “La filosofía
y la imagen científica del hombre", Madrid, Tecnos, 1971.
" El predominio de la dimensión estética en las fantasías y juegos
cosmplógicos que Borges traza parece ser en efecto una suerte de
consuelo frente a un descreimiento escéptico radical en la posibi­
lidad de conocer cómo es realmente el universo. Dice-Enrique
Anderson ímbert refiriéndose a la concepción borgiana del mundo:
“El universo es un laberinto... Ya que no podemos responder al
problema del Ser con verdad, que nuestra propuesta sea poética.
La literatura no nos dará la verdad, pero nos depara placer, y el
placer es un alto valor vital" (en “Su concepción del mundo", Gaceta
deí FCE - Destiempo de Borges, Móxicoi, n° 188, agosto 1986). En
un sentido similar, cf. A. M. Barrenechea, La Expresión de la Irrea­
lidad en la Obra de Borges, Buenos Aires, Centro Editor, 1984,
especialmente cap. 2: “El caos y el cosmos".
12 J. Habermas, Theorie der Kommunikativen Handelns, 1981.
13S, P. Stich, The Fragmentation of Reason, Cambridge, MIT Press,
1990.
u J.-F. Lyotard, La Condition Postmoderne, París, Les Editions de
Minuit, 1979.
15 R. Rorty, Introduction to his collected essays, Consequences of
Pragmatism, Minneapolis, Univ. of Minnesota Press, 1982.
16Uso este término en el sentido que tiene el verbo inglés “to refine"
según el diccionario Oxford: liberar de impurezas o defectos,
'purificar, clarificar; emplear sutileza en el pensamiento o lenguaje,
hacer distinciones finas". En este contexto la tarea de refinar
implicaría en primer término sacar a luz los postulados y presupo­
siciones de la cosmología sobre la cual focaliza el filósofo “sepa­
rándolos" de la envoltura con que vienen revestidos en las historias
y las metáforas colectivas. A partir de allí, y a diferencia del
antropólogo, el filósofo “trabaja” sobre esos postulados y presupo­
siciones, muchas veces cuestionando algunos o muchos de ellos.
Por ejemplo, en el caso de cuestionar el realismo inherente a toda
cosmología popular.
17 G, Vlastos, Plato's Universe, The Univ. of Washigton Press, 1975.
18Cuando hablo aqyí de la filosofía como “refinamiento" strícto sensu
me aparto del famoso dictum wittgensteniano de que “la filosofía
deja todo como está'. Sin embargo, al usar este término quiero
implicar al mismo tiempo que la filosofía no descubre ni inventa nada
realmente nuevo. Y entonces me parece que mi distancia con la
posición de Wittgenstein en esto, si bien real, no es tan grande.
i» Cf. O. Nudler, "Hacia un Modelo de la Historia Epistémica
Manuscrito, vol XVII, 2, dic. 1991.
O c c id e n ta l” ,
20 vv. James, Pragmatism and the Meaning of Truth, Cambridge,
Mass., Harvard University Press, 1978.
2 1 s P. Stich, op. cit, págs. 20-21.
» En mi artículo “Cambio científico y larga duración”, Reviste La­
tinoamericana de Filosofía, vol. XVII, 2, 1991, defiendo esta in ­
terpretación de la obra de Galileo basándome especialmente en A.
Koyré, Eludes d'Histoire de la Pensée Scientifique, París, Gallimard,
1973 La influencia del platonismo en la física moderna no se reduce
por cierto al caso de Galileo. Otro caso notable en este sentido es
el de Einstein. Véase lo que el mismo Einstein cálice: “Estoy conven­
cido de que la construcción puramente matemática nos permite
descubrir los conceptos y las leyes matemáticas que los enlazan,
los cuales nos dan la clave para comprender los fenómenos de la
naturaleza. La experiencia puede sin duda guiarnos en nuestra
elección de los conceptos matemáticos que vamos a utilizar; pero
no es posible que sea la fuente de donde se desprenden. Si sigue
siendo, seguramente, el único criterio de utilidad, para la física, de
una construcción matemática, es en las matemáticas donde reside
el pcincipio verdaderamente creador. En cierto sentido, pues, tengo
por verdadero que el pensamiento puro es competente para
comprender lo real, como los antiguos lo habían soñado”. (A.
Einstein, On the method of theoretical physics, Oxford, 1933, págs.
6-13). Agradezco esta referencia a mi alumno de filosofía, el físico
Willy Pregliasco.
23 No estoy usando aquí el término “arrogancia” para referirme a una
característica personal, subjetiva, relacionada con el estilo de un
filósofo. Lo aplico más bien a un modo de entender y practicar la
filosofía según el cual ésta se supone independiente de tradiciones
culturales (al menos las extra-filosóficas) y, desde esa indepen­
dencia, capaz de evaluar las mismas.
21 E. A. Burtt, Los Fundamentos Metafísicos de la Ciencia Moderna,
Buenos Aires, Sudamericana, 1960.
25 A. Koyré, op. cit.
26 Aplico este concepto tomado de Femand Braudel en mi artículo
“Cambio.. " ariba citado.
27 Cf. para una clara exposición de este aspecto del pensamiento
de Kuhn tal como se presentó especialmente en The Structure of
Scientific Revolutions, B. Barnes, “Thomas Kuhn". en Q, Skinner,
The Return of Grané Theory in the Human Sciences, Cambridge,
Mass., Cambridge University Press, 1985.
23 En verdad, el trabajo filosófico en derredor de la problemática
ecológica, aunque no ocupe aún un lugar destacado, ha crecido
substancialmente en los últimos años. Cf. para una revisión de ese
trabajo, R. Fraizer Nash, The Rights of Nature: A history of
Environmental Ethics, New York, The University of Wisconsin Press,
1990.
26 El término ''culturalmente significativo" es aplicado aquí a las
creencias cosmológicas que han ejercido influencia en la formación
de tradiciones culturales de larga duración, independientemente de
que esta influencia sea reconocida o no por los miembros de la
respectiva cultura. En relación con este criterio de significatividad
cultural creo que es oportuno además efectuar un par de aclara­
ciones a dicionales. En p rim er lugar, no sostengo que
"significatividad cultural” implique legitimidad'’ o “valor intrínseco";
es sí un indicio de la presencia de tales propiedades. Por lo tanto,
la apelación a la significatividad cultural como criterio de diferencia­
ción entre cosmologías no implica de por sí una posición favorable
al relativismo. En segundo lugar, aunque parecería posible equi­
parar este criterio con el criterio pragmatista de rendimiento de
beneficios que consideramos antes no seria adecuado hacerlo.
Además de lo argumentado en el texto acerca de mi discrepancia
con la aplicación de ese criterio, no deseo asociarme con las
implicaciones a mi juicio etnocéntricas de la manera en que los
neopragmatístas suelen presentar su criterio. Véase por ejemplo en
la cita de Stich hecha más arriba cuando sostiene como criterio para
evaluar procesos cognitivos el modo en que “contribuyen a hacer
realidad estados de cosas que la gente típicamente valora tales
como poder predecir y controlar la naturaleza o contribuir a una vida
interesante y plena". Es difícil imaginar una formulación más propia
de la corriente principal de la cultura occidental moderna, y aún
norteamericana, de un criterio pretendidamente general de eva­
luación epistémica.
30 N. Goodman, Fatc, Fiction and Forecast, Indianápolis,
Bobbs-Merril, 1965.
SOBRE LA RAZO N DE LA FR A G M EN TA C IO N

M A R C E L O H. S A B A TE S *

La filosofía como disciplina que intenta buscar puntos de


partida más allá de tradiciones culturales se deconstruye. La
razón se fragmenta. Es más, nunca debió estar unida. Los
pedazos aislados fueron artificialmente juntados por la tra­
dición F ilosófica,’ la que según los contextos, un
fragmentalista como Rorty suele remontar hasta Platón o a!
menos hasta la filosofía moderna. En The Fragmentaron of
Reason, Stich hace su aporte a la deconstrucción de la
filosofía. Su blanco específico es la epistemología, pero sus
críticas pueden tener un alcance más general.2 En su caso,
la tradición atacada es la epistemología (y más general­
mente, la filosofía) analítica. La razón se fragmenta al
comprenderse que se debe adoptar una posición pluralista
cuando de racionalidad se trata. Y esto se comprende
cuando se percibe que los intentos filosóficos no pluralistas
en el área están irremediablemente destinados al fracaso.
La arena de estos fracasos sin fin es la epistemología
analítica. Así, las razones contra la epistemología analítica
constituyen la razón de la fragmentación. Mi propósito es
poner en duda las críticas de Stich con una doble estrategia.
Por un lado, mostrando fallas en la argumentación que
sustenta su ataque. Por el otro, mostrando que su misma
posición está comprometida con algunos de los conceptos
y prácticas que él critica. En una palabra, me propongo evitar
la fragmentación de la razón impugnando la razón de la
fragmentación.

' Brown University, U.S.A.


Pluralismo, relativismo, pragmatismo

La racionalidad epistémica es evaluada según las estrate­


gias de razonar o modos de inferir. Stich denomina cognitivo
al conjunto de modos de inferencia que adopta un individuo
o grupo de individuos. Podemos hacemos las siguientes
preguntas sobre los sistemas cognitivos así entendidos: 1 )
¿Cuántos sistemas cognitivos hay de hecho? 2) ¿Cuántos
sistemas cognitivos (correctos) debe haber? 3) ¿De qué
manera una teoría de evaluación cognitiva debería decidir
entre distintos sistemas cognitivos? Las posiciones'relativas
a la racionalidad se dirimen entonces en las diferentes
respuestas a tales preguntas. En los primeros dos casos se
oponen:

1a) monismo descriptivo: hay un sólo un sistema cognitivo


compartido por toda cultura humana (y por todo individuo).
1b) pluralismo descriptivo: distintas culturas (y/o individuos)
usan diferentes sistemas cognitivos.
2a) monismo normativo: hay sólo un sistema cognitivo co­
rrecto.
2 b) pluralismo normativo: hay (o al menos puede haber)
distintos sistemas cognitivos correctos.

Más allá de la incompatibilidad entre 1a)/1b) y 2a)/2b), no


hay relaciones de implicación entre las tesis. Stich presu­
pone que el pluralismo descriptivo es obviamente verdadero
y esto tendrá cierta influencia (aunque sólo como un punto
de partida) en sus argumentos en el plano normativo. Es
interesante notar que 2b) incluye tesis muy diferentes entre
sí, entre las que cuentan:

2 b¡) relativismo: sistemas cognitivos diferentes pueden ser


igualmente adecuados para diferentes culturas (o indivi­
duos).
2 bii) no relativismo: sistemas cognitivos diferentes pueden
ser igualmente adecuados para cualquier cultura (o indivi­
duo).
2biii) escepticismo: ningún sistema cognitivo es mejor que
otro.

Esta última respuesta es en realidad la negación de que


la pregunta 2 ) tenga sentido: lleva a rechazar cualquier
posición en el plano normativo. Para esta posición la pre­
gunta 3) es inútil: su misma presuposición es falsa. Para las
otras posiciones, en cambio la respuesta a 3) es crucial. Nos
ceñimos a dos posibles respuestas que son las que resultan
enfrentadas en la dialéctica argumentativa de Stich:

3 a) epistemología analítica: un sistema cognitivo C es mejor


que otro C* si y sólo sí C concuerda mejor que C* con las
nociones epistémicas presentes en nuestras intuiciones.
3 b) pragmatismo: un sistema cognitivo C\es mejor que otro
C* para un grupo X (o individuo I) si y sólo si C permite
alcanzar más probablemente que C* los fines últimos de X
(o I).

Es en estos términos en los que se ataca' a la


epistemología analítica y se propone una evaluación de corte
pragmatista.

La critica a la epistemología analítica

Al describir sus motivaciones para el rechazo de la


epistemología analítica Stich cita principalmente dos ele­
mentos: su admiración ante la diversidad cognitiva y sus
propios fracasos en la justificación ¡nferencial (principal­
mente en el campo de la inducción) a partir de sus trabajos
sobre equilibrio reflexivo. Y si bien su ataque comienza con
el equilibrio reflexivo a la Goodman, se extiende a otras
versiones como las de equilibrio reflexivo amplió o a una
forma de equilibrio reflexivo basado en expertos (una es­
pecie de división de la labor justificatoria) que él y Nissbett
habían propuesto diez años atrás. Su carrera continúa con
cualquier teoría posible del equilibrio reflexivo, para invalidar
finalmente cualquier teoría posible de raíz analítica. Me
centraré en esta última —y según Stich decisiva— crítica,
pues es sin duda la que sostiene el peso dialéctico del libro .'1
El punto central contra la epistemología analítica es el
siguiente: dado que ei pluralismo descriptivo es verdadero,
al menos parle de las diferencias entre sistemas cognitivos
deben ser atribuidas a diferencias culturales. Pero, para
evaluar estas diferencias cognitivas, la epistemología ana­
lítica recurre a nociones intuitivas de evaluación epistémica
que también son productos culturales. Tomando como ar­
quitectura de toda epistemología analítica un esquema
elaborado por Goldman,5 Stich argumenta en contra de
cualquier teoría en la tradición analítica. Una teoría de este
tipo puede ser vista como sigue:

a) debemos dar un 'sistema de reglas S para evaluar el status


justificaforio de nuestras creencias.
b) ya que puede haber diferentes sistemas St, S2,...Sn,
necesitaremos un criterio de corrección para sistemas de
reglas, dado en un conjunto de condiciones suficientes y
necesarias.
c) ya que puede haber distintos criterios de corrección,
necesitaremos decidir entre ellos.
d) la evaluación de tales criterios será realizada a través del
análisis conceptual de las intuiciones preteóricas sobre
justificación.

Aquí aparece el problema de la diversidad cognitiva.


Procesos cognitivos culturalmente diferentes serán evalua­
dos, de acuerdo con este modelo, por los correspondientes
sistemas evaluativos S,, etc. Pero estos sistemas son eva­
luados por criterios que a su vez son evaluados a partir de
nociones intuitivas culturalmente adquiridas. La pregunta es:
¿cómo podemos elegir entre sistemas cognitivos alternativos
si su evaluación depende de intuiciones que también tienen
intuiciones alternativas como rivales? Diferentes intuiciones
preteóricas nos darán diferentes criterios para evaluar sis­
temas. ¿Qué razón podríamos tener para pensar que
nuestros correctamente evaluados procesos cognitivos de
una cultura con diferentes intuiciones justificatorias? Y en
este punto Stich se pregunta si nuestras intuiciones
justificatorias tienen valor intrínseco o instrumental. De te:
nerlo, podrían ser preferibles a intuiciones alternativas. Pero
Stich no encuentra ninguno de estos valores en nuestras
intuiciones justificatorias. Así concluye que la epistemología
analítica es conservadora y chauvinista. Y con ello decreta
a !a razón fragmentada, ya que parece considerar a la
epistemología analítica como el más sólido candidato para
defender el monismo normativo .6
Resulta crucial dejar en claro cuál es el rasgo común que
torna a la epistemología analítica en una empresa descami­
naba. No es el tipo de proyecto que Intenta proveer un
a.iálisis conceptual de "conocimiento" o "justificación" o
encontrar una expresión sinónima que llene los puntos
suspensivos a la derecha de tales términos. Se trata en
cambio de la apelación a intuiciones justificatorias, a cómo
intuitivamente responderíamos ante situaciones posibles de
aplicación de las reglas que conforman uno u otro sistema
cognitivo.7

Monismo normativo y epistemología analítica

Hemos señalado que no hay relaciones de implicación entre


las tesis que responden a la pregunta 1 ) y las que responden
a la pregunta 2). Stich asume que sólo las hay entre las
respuestas a 2) y a 3). Al menos sostiene que 3a) {la tesis'
a favor de la epistemología analítica) implica la tesis 2a) (el
monismo normativo), y que 3b) (la tesis pragmatista) implica
la tesis 2a¡) (la versión relativista de pluralismo). Este punto
resulta central como sostén de la argumentación de Stich en
su camino hacia la fragmentación. Sin embargo, tales
implicaciones no resultan tan claras. No puede descartarse
que el pragmatismo en conjunción con alguna otra tesis
implique el monismo normativo. Supongamos por ejemplo
que un pragmatista sostiene una posición monista acerca de
las cosas que tienen valor intrínseco. Si es así, todos los
fines a los que es relativa la evaluación de los distintos
sistemas cognitivos se transforman en el'mismo fin, y por lo
tanto hay siempre un conjunto de reglas de inferencia que
es mejor que los otros. Y esto se acerca mucho a la
caracterización del monismo normativo.8 Es cierto que esta
tesis monista involucra cierta fuerza modal, y que el
pragmatista podría sostener que el monismo en fines últimos
es una cuestión de hecho. Pero para alguien que defiende
que los fines últimos son los mismos para todos, es tanto
o más razonable afirmar esto como tesis a priori. No sé qué
tan plausible le resulte una tesis de este tipo a un
pragmatista, pero me parece claro que no hay incompati­
bilidad en sostener esta combinación. Es cierto que el mismo
Stich considera que el pluralismo en valores intrínsecos es
“vastamente más plausibles" que el monismo (volveré sobre
ésto más abajo), pero también señala que este punto no
juega ningún rol en su argumentación. El problema
monismo-pluralismo para valores intrínsecos parece clara­
mente independiente del problema monismo-pluralismo para
sistemas cognitivos. El pragmatismo, entonces, no implica
al relativismo cognitivo ni probablemente a ninguna de las
otras tesis pluralistas.
Sin embargo, mi interés está más bien centrado en la otra
implicación, esto es la que va de 3a) a 2a). Hemos ca­
racterizado a la epistemología analítica como aquella que
decide entre sistemas cognitivos de acuerdo a intuiciones
sobre conceptos epistémicos. A pesar de esto, es absolu­
tamente plausible la defensa de una tesis como la siguiente:
3a') Un sistema cognitivo C es mejor que otro C* para un
grupo X o un individuo ! si y sólo si C se adecúa mejor a
las intuiciones epistémicas de X (ó I).
Esta tesis sigue resolviendo las disputas entre sistemas
cognitivos (y también entre teorías epistémicas) en con­
formidad con la práctica de la epistemología analítica. Y sin
embargo es claramente relativista (y por lo tanto pluralista
cognitivo) según cualquier criterio razonable de "relativismo",
Así, las eventuales virtudes del pluralismo normativo no
constituyen razones contra la epistemología analítica. De
todos modos es justo aclarar que Stich no argumenta es­
trictamente de esta manera. De hecho no podría hacerlo sin
pagar el precio de la circularidad: de las bondades del
pluralism o norm ativo co n clu iría el fracaso de la
epistem ología a n a lítica y de aquí (ya que la
metaepistemología compartida por toda la epistemología
analítica es el último bastión del monismo), concluiría la
fragmentación (i.e. el pluralismo normativo). Aquí, el punto
de Stich se basa en la implausibilidad de aceptar un
monismo de intuiciones (las del evaluador) más que de
sistemas. Volviendo al esquema de Goldman, la artillería
debería apuntar al paso d) (la evaluación de criterios será
realizada a través del análisis conceptual de las intuiciones
preteóricas) y no al paso b) (habiendo diferentes sistemas
S |f...Sn, necesitamos un criterio de corrección’para sistemas
de reglas). Pero si se considera a 3a') como una tesis
posible, nada nos obliga a aceptar d) de la mariera en la que
Stich la interpreta. Las intuiciones resultan relativas a la
cultura cuyo sistema cognitivo se está considerando. Así,
debe quedar claro que el ataque involucra sólo una especie
de epistemología analítica.9 Pero supongamos que de todos
modos el epistemólogo analítico no se conforma con verse
circunscripto a 3a'). ¿Puede aún defenderse de la objeción
de Stich sin resignar una posición monista normativa?

Pluralismo descriptivo

Stich deriva su ataque del pluralismo descriptivo. Recor­


demos que tal pluralismo afirma que distintas culturas o
individuos usan diferentes sistemas cognitivos. Lamenta­
blemente no nos da ejemplos que ilustren tal diversidad;
Tampoco nos dice cómo debe identificarse un sistema
cognitivo, aunque reconoce que dados dos individuos o
culturas el límite entre tener el mismo sistema cognitivo y
tener diferentes sistemas cognitivos es difuso .10 La diferencia
entre monismo y pluralismo es entonces cuestión de grado,
y los casos con diversidad cognitiva suficiente para sostener
el pluralismo deberán ser casos intuitivamente claros, ya que
carecemos de un criterio preciso de delimitación. Es en este
contexto en el que la falta de ejemplos adquiere relevancia.
Con respecto a la diversidad cultural sólo menciona en
una nota al comienzo del libro los trabajos de algunos
antropólogos que concluyen una posición pluralista (nada
dice cuando trata el ataque que nos ocupa). Sin embargo
en la misma nota señala algún caso donde se extrae una
posición monista. A esta lista pertenecerían antropólogos no
mencionados por Stich como Colé, Scrieben o Henle, en
cuyas interpretaciones de los datos se rechaza que los
individuos sometidos a los experimentos fallen o resulten
divergentes en el aspecto ¡nferencial. Lo esencial de esta
postura no pluralista en lo descriptivo queda claramente
ilustrada en la siguiente conclusión de un estudio sobre los
procesos inferenciales en una sociedad no occidental:

(...) un modelo de lógica folk desarrollado a partir de fuentes


puramente occidentales completamente adecuado como ex­
plicación del razonamiento espontáneo de los Trobriand (...) No
hay necesidad de proponer una lógica diferente, tanto sea
alógica (...) preoperatoria (...) o trivalente (...). La clara diferencia
entre culturas con respecto al razonar es en la representación
del mundo sobre el que se piensa más que en los procesos
empleados al pensar (...) el mismo tipo de relaciones lógicas
subyace a las conexiones entre proposiciones en nuestras
concepciones y en las de ellos, y las inferencias que surgen en
su razonar resultan las mismas inferencias que nosotros ha­
cemos."

Es dudoso así que la apelación a las conclusiones de


algunos antropólogos sea decisiva en este tema.
Con respecto a la diversidad individual, tampoco ofrece
ningún ejemplo en el contexto que nos ocupa. Sin embargo,
parece obvio que ejemplos dados para otros contextos
podrían ocupar este ro!. Específicamente los experimentos
de psicólogos que intentan probar que hay desviaciones
frecuentes en las maneras de razonar de personas de
nuestra misma cultura. De todos modos, debe tenerse en
cuenta que un pluralismo descriptivo basado meramente en
diferencias individuales no alcanza para sostener el argu­
mento de Stich. Su ataque a la epistemología analítica
comienza con la premisa de que las divergencias que hay
de hecho al razonar son tales que se explican al menos
parcialmente por diferencias culturales. De allí que al evaluar
sobre tales diferencias culturales cdn intuiciones propias de
una cultura resulta chauvinista. Pero si las divergencias son
entre individuos de una misma cultura (y específicamente de
nuestra misma cultura), el chauvinismo se desvanece. Ex­
perimentos como los analizados a continuación no avalan
así el tipo de pluralismo requerido por as críticas de Stich.
Aún más: puede dudarse de que tales experimentos con­
sigan mostrar una masiva divergencia al razonar. La in­
terpretación de esta clase de datos empíricos es una
cuestión altamente debatible. La comprensión tanto de las
instrucciones como de los enunciados que componen un test
no es algo que se puede dar por descontado .12
Tomemos uno de los experimentos en los que Stich se
basa para concluir el masivo error al razonar, y por tanto la
indiscutida diversidad cognitiva .13 Simplificando, es claro que
la probabilidad de un enunciado conjuntivo nunca puede ser
mayor que la probabilidad de ufio de sus conjuntos. Pero
consideremos la siguiente historia. Juan es un graduado en
filosofía que durante su carrera ha sido líder estudiantil con
una posición de izquierda y una clara oposición a una
dictadura militar. Se ha recibido hace un año y no ha variado
cu riosam ente— sus ideales (podría especificarse aún más
el ejemplo pero con esto es suficiente). Ahora bien, se le
pregunta a un grupo de gente cuál de los siguientes
enunciados es más probable.

(i) Juan es empleado de correos y militante de derechos


humanos.
(¡i) Juan es empleado de correos.

Los resultados del experimento son que un número al­


tísimo de los interrogados opina que (i) ek más probable,
contrariando el claro principio enunciado antes. Probable­
mente muchos de nosotros daríamos la misma respuesta en
muchos casos similares'. De esto podría inferirse una di­
vergencia cognitiva de cierta magnitud. Pero debe seguirse
tal divergencia? En el contexto del experimento, es alta­
mente plausible que (ii) conlleve como implicatura
conversacional:'4

(ii') Juan es empleado de correos y no es militante de


derechos humanos.

Si así fuera, ia elección sería entre (i) y (i¡‘) y el error


masivo no sería tal. Stich se cubre de esta réplica señalando
que el experimento no varía sus resultados si se reemplaza
(ii) por:

(ii") Juan es empleado de correos sea o no militante de


derechos humanos.

Sin mencionarlo explícitamente, esta versión del expe­


rimento intenta cancelar la implicatura conversacional en (ii').
Sin embargo, (¡i” ) no sigue el patrón de cancelación de una
implicatura de cantidad. Una implicatura P es cancelable con
la expresión no P,!5 pero es altamente relativo al contexto
si puede cancelarse con una expresión mucho más débil del
tipo "sea o no el caso de que P". Hay claros ejemplos de
contextos donde una implicatura de este tipo no puede
cancelarse en la forma de (ii”).16 Algo más debe ser dicho
para mostrar que (ii") cancela la implicatura de (ii) y así
sostener que la segunda versión del experimento prueba
realmente la divergencia en el razonar. Resulta entonces
discutible que en este tipo de experimentos quede demos­
trado el pluralismo individual.
En suma, la carencia de ejemplos de diversidad cognitiva
y la dificultad para llenar este espacio con ejemplos dados
en otros contextos, tanto de diferencias culturales como
individuales (aún si éstas fueran relevantes), hacen que el
pluralismo descriptivo no parezca un punto de partida seguro
para la estrategia fragmentalista.

Justificación y parcialidad

Recordemos que la crítica central de Stich al uso de una


noción de justificación que se dirima —como es el caso en
la epistemología analítica— a partir de intuiciones, es que
la parcialidad de tal noción socava la plausibilidad de que
las creencias justificadas tengan valor intrínseco. Hay un
amplio espectro de nociones alternativas (reales o posibles)
de justificación que no son tomadas en cuenta. Estos son
los materiales con los que descalifica a las estralegias
evaluativas de corte analítico en el caso de sistemas
cognitivos. Con estos elementos Stich podría haber dado un
argumento del s ic u ^ ^ e tipo:

4) nuestra noción de justificación es parcial.


5) atribuirle valor intrínseco a algo que es parcial es inco­
rrecto.
6) por lo tanto, no debemos considerar a las creencias
justificadas como intrínsecamente valiosas.

Sin embargo, él no extrae esta conclusión. Dice Stich: "El


hecho de que nuestra noción de justificación no sea sino un
miembro idiosincrático de una larga familia de nociones
similares, por supuesto, no hace imposible para una persona
considerar que tener creencias justificadas es intrínseca­
mente valioso. No hay nada lógicamente incoherente acerca
de ese tipo de chauvinismo epistémico".17 No' hay nada
incoherente porque es concebible que se valoren las propias
intuiciones epistémicas. D. Sanford señala algunas razones
para valorarlas: son las que tenemos a mano, no tenemos
otras, y han probado no ser vacuas y trazar distinciones
útiles.18 Pero más allá be esto hay otra razón por ia cual la
conclusión 6 ) no resulta convincente. Para que la premisa
5) sea aceptable deberíamos apoyarla con una afirmación
de estas características:

7) si tenemos un valor intrínseco de carácter epistémico, no


podemos valorar intrínsecamente ningún otro.

Pero como ya fue señalado,. Stich favorece el pluralismo


en cuestiones de valores intrínsecos, con lo cual 7) resuita
inaceptable y así queda bloqueada la conclusión del ar­
gumento. Sin embargo, Stich ofrece un argumento muy
similar a 4)-6) que podría reconstruirse en estos términos:

4) nuestra noción de justificación es parcial.


5') atribuir valor intrínseco a algo que es parcial es con­
servador y chauvinista.
6') por lo tanto atribuir valor intrínseco a creencias justifi­
cadas es conservados y chauvinista.

Pero resulta obvio que este argumento también depende


de un supuesto no explicitado:

7') si tenemos un valor intrínseco de carácter epistémico,


seremos refractarios a considerar otras propiedades
epistémicas.

Pero no hay razones para pensar que 7') sea más


plausible que 7). Además, sostener 7‘) como fundamento de
5') lleva a que entendamos parcialidad como inclinación a
rechazar nociones alternativas. Pero la parcialidad a la que
se refiere la premisa 4) es la mera propiedad de tener
nociones alternativas posibles. El precio de hacer aceptable
5') es entonces la ecfuivocidad de "parcial” en las premisas
de! segundo argumento. Si nos quedamos con la idea de la
premisa 4), una noción de justificación como la utilizada por
la epistemología analítica no queda impugnada como valor
intrínseco .19
Recapitulando: hemos señalado qué la relación entre
e pistem ología a n a lítica y plu ralism o n orm a tivo/
fragmentación es más compleja de lo que puede parecer, y
que las "desviaciones inferenciales" no parecen ser sufi­
cientes para afirmar la diversidad cognitiva que requiere la
argumentación fragmentalista. Por último, la mera posibili­
dad de intuiciones epistémicas alternativas no impide con-
siderar a las intuiciones del evaluador como valiosas. En lo
que sigue supondremos que Stich ha tenido éxito en sus
críticas y veremos si la propuesta que él favorece (en tanto
intenta ser una respuesta a nuestra tercera pregunta inicial)
es capaz de sobrevivir dichas críticas. Si no lo fuere, surgirá
la sospecha de que el tipo de chauvinismo que Stich hace
derivar de la apelación a intuiciones, es más bien un rasgo
común de toda tarea de evaluación epistémica.

Dos tipos de pragmatismo

Justificadamente o no, el rótulo de neopragmatismo está


fuertemente asociado a la obra de Richard Rorty. La opo­
sición a la "objetividad", o simplemente a la "Filosofía".20 es
—para Rorty— el pragmatismo. Compartiendo tanto el
rechazo de la filosofía analítica como el relativismo (además
de la autodeterminación de "pragmatista"), podría pensarse
en una posición común entre Rorty y Stich. Sin embargo, hay
diferencias centrales entre ambas propuestas — diferencias
relevantes para mis críticas a Stich.
Hemos visto cómo Stich defiende un pragmatismo en-
tendido como pluralismo normativo de tipo relativista. Su
objetivo es la evaluación de sistemas cognitivos tratando de
"señalar qué modos de emprender la búsqueda del cono­
cimiento — qué modos de construir y reconstruir la propia
casa doxástica— son los buenos, cuáles los malos y por-
qué ".21 El pragmatismo de Rorty es más extremo. No hay
propósito normativo, sólo "ver cómo las cosas, en el sentido
más amplio del término, cuelgan juntas, en el más amplio
sentido posible del término". La diferencia se ve tal vez más
claramente considerando el tipo de relativismo que, según
Rorty, está implicado en su posición:

”Relativismo es el epíteto tradicional aplicado al pragmatismo por


los realistas. Tres posiciones diferentes son referidas común­
mente por este nombre, la primera es que toda creencia es tan
buena como cualquier otra. La segunda es que “verdadero" es
un término equívoco, teniendo tantos significados como pro­
cedimientos de justificación. La tercera es que no hay nada que
decir sobre la verdad o la racionalidad más allá de las des­
cripciones de los procedimientos familiares de justificación que
una determinada sociedad —la nuestra— usa en una u otra área
de investigación. El pragmatista sostiene el etnocéntrico tercer
punto de vista. Pero no sostiene el autorrefutante primer punto
de vista ni el excéntrico segundo punto de vista.21

No queda absolutamente claro si el relativismo de Stich


entra fácilmente dentro de esta taxonomía, pero si lo hiciera,
sin duda lo ubicaríamos e n . la segunda categoría. En
cualquier caso no quedan dudas de qu,e no cabe en el
tercero de los grupos. Stich sostiene que debe haber criterios
para decidir entre sistemas cognitivos. Se autoinscribe (a
pesar de la diferencia de sus resultados) en la línea de
aquellos “escritos epistemológicos dedicados al proyecto de
evaluar y criticar estrategias cognitivas" en la cual continúa
a Bacon, Mili, Carnap ó Popper. Stich cree acompañarlos en
tanto ellos:

están convencidos de que el razonamiento defectuoso y las


malas estrategias de investigación están ampliamente disemina­
das, y de que estas falencias cognitivas son la causa de grandes
daños y desgracias. Desarrollando sus explicaciones de qué es
el buen razonar y las estrategias apropiadas de investigación,
y explicando porqué ellas son mejores que sus alternativas, ellos
esperan que otros puedan llegar a ver el error de sus caminos
cognitivosP

Así, a diferencia de Rorty, Stich está fuertemente com­


prometido con una respuesta sustancial a la pregunta de
cómo decidir entre distintos sistemas cognitivos.

Pragmatisno e intuiciones

Supongamos por un momento el éxito del ataque de Stich


a la epistemología analítica. Podemos preguntarnos ahora
qué ocurriría con el pragmatismo a la Stich. Consideremos
la siguiente situación: un individuo XX usa una regla de
inferencia I, a saber: A B, —.A, por lo tanto -,B. Este individuo
considera al dinero como su valor intrínseco. (O dejando a
X ser pluralista en cuestiones de valores, supongamos que
sus fines son salud, dinero y amor). Supongamos también
que X ha usado la regla I tres veces en su vida del siguiente
modo. El sabe que apostar es condición necesaria para
ganar dinero en las carreras. El está convencido de que si
no apuesta no ganará dinero de ese modo. Tres veces ha
apostado y otras tantas ha ganado. X está tan persuadido
acerca de I que esta tarde va a apostar todos sus ahorros
en la cuarta carrera de Palermo. Las ganancias prometen
ser enormes y el dinero es un valor intrínseco para X. ¿Es
probable que I haga que X obtenga su valor intrínseco?
Recuérdese que ésta debe ser la preocupación del
pragmatista. X parece estar seguro acerca de eso. Sin
embargo, sospechamos que está equivocado. ¿Pero porqué_
iba a estarlo dado el éxito de I en el pasado? Porque
nosotros, evaluadores, sabemos que I —en las circuns­
tancias descriptas más arriba— no garantiza la obtención de
los fines de X. Aún más, estamos inclinados a pensar que
I puede llevar a X a una situación altamente disvaluable:
perder todos sus ahorros. ¿Pero cómo sabemos eso?
Porque sabemos que en condiciones normales, no es
probable que I conduzca a valores' intrínsecos. Hemos
analizado la regla I, hemos atribuido valores a X, y hemos
evaluado si es probable que I conduzca a X a sus fines. En
este proceso, nosotros, como evaluadores, hemos pensado
acerca de cómo esta regla funcionaría para conseguir los
fines de X en otras situaciones que no son sus tres apuestas
exitosas. Y hemos analizado, imaginado, e inferido de
acuerdo con nuestras intuiciones. Parecen ser nuestras
intuiciones las que nos dan los criterios para evaluar una
regla o para compararla con otras respecto de ciertos fines.
Y en el camino, intuiciones alternativas (como las de X)
quedaron descartadas. Pero recordemos que el principal
problema de la epistemología analítica era apelar a intui­
ciones que descartaban intuiciones alternativas. Así, el
pragmatista que propone Stich parece tener problemas
análogos.
Consideremos otro caso. El pragmatismo es diseñado
como un modo de evaluar sistemas cognitivos. Así, reco­
mendará qué sistema cognitivo debe adoptar un determi­
nado grupo o individuo. Supongamos que tenemos una
situación de divergencia cognitiva (que un pluralista descrip­
tivo debería aceptar) en el cua! un grupo G rechaza masi-
v'amente cualquier inferencia del tipo: A — B, B, por lo tanto
A £1 principio del pragmatismo dice que un sistema cognitivo
eS mejor que otro (ytambién que debe adoptarse) si y sólo
s¡ es más probable que conduzca a los fines de G. Pero
nuestro grupo G, aún conociendo el principio pragmatista y
ronociendo qué sistema cognitivo más probablemente al­
canzará sus objetivos, no inferirá que tal sistema cognitivo
es mejor que otros ni que ellos deberían adoptarlo. Para este
grupo G el principio pragmatista es absolutamente irrele­
vante ya que no lleva a comportarse de acuerdo a sus fines.
Esto no prueba por supuesto el fracaso del pragmatismo.
Dado que el pragmatismo de Stich, como\ hemos visto, no
es nihilista en cuestiones cognitivas, podría establecer que
al rechazar la regla de inferencia antes citada, el grupo
estaría rechazando una importante inferencia que lo con­
duciría a sus fines. Así, al defender una tesis pragmatista en
la evaluación hay una regla de inferencia que resulta ne­
cesaria para preferir entre sistemas cognitivos. De este
modo, para que el pragmatismo sea un método viable de
evaluación cognitiva debemos expresarlo dentro de un
sistema cognitivo que posea ciertas reglas. ¿Pero cómo
sabemos que ese sistema cognitivo es mejor que otros
sistemas alternativos? Concretamente, ¿qué pasaría con
sistemas alternativos en los cuales se hayan formulado
métodos de evaluación epistémica que también relacionen
sistemas cognitivos con fines, pero que carezcan de la regla
de inferencia en cuestión? ¿Será a partir de nuestras in­
tuiciones de cuál de los métodos alcanzaría mejor los fines,
descartando las intuiciones alternativas que avalan métodos
de evaluación alternativos?
En ambos casos el evaluador pragmatista será tan
chauvinista y conservador como el epistemólogo analítico .24
El pragmatista debería mostrarnos por qué debemos en­
contrar que es valioso tener procesos cognitivo cuya pro­
babilidad para obtener fines estó.de acuerdo con nuestras
intuiciones culturalmente ancladas. ¿Encontraremos a ésto
intrínsecam ente va lio so, o al menos va lio so
instrum entalm ente? En este punto parece que el
pragmatismo de Stich no escapa al destino que él mismo
augurase a !a epistemología analítica. ¿Podría defenderse
Stich descartando el rol de las intuiciones para librarse de
la parcialidad? La única manera sería renunciar a las tareas
evaluativa y correctiva. Pero por supuesto el pragmatismo
perdería su fuerza com o teoría norm ativa. Nos dice Stich-J

i
- fácil■de desechar
La primera crítica contra el relativismo, y la más
es que es nihilista: que simplemente abandona el proyecto de
distinguir el buen conocimiento del malo y abraza un libertinismo
cognitivo Feyerabendiano (...) el pragmatismo no renuncia al
proyecto de evaluar procesos cognitivos. Todo lo contrario, g
pragmatismo epistémico ofrece una noción de evaluación
cognitiva que es tanto exigente como diseñada para producir
evaluaciones que le importen a la gente?*

De este modo, en tanto se diferencia de una posición


meramente descriptiva, Stich se ve atrapado en la parcia­
lidad de las intuiciones. ¿Valdrá la pena, al fin y al cabo, el
chauvinismo epistémico?26

NOTAS

' Uso la mayúscula siguiendo la distinción de Rorty entre la “Fi­


losofía '1 tal como se ha practicado tradicionalmente y la “filosofía"
que es según Rorty una actividad propia de la sociedad
post Filosófica que él pregona (el. sus (1982) y (1985)). Una dis­
tinción similar —aunque con una posición opuesta— es la trazada
por E. Sosa entre "filosofía en serio" y “libertad de espíritu" en su
(1987).
2 Una muestra reciente de posiciones metafilosóficas similares
aplicadas a un área diferente es su (1990b).
3 En esta sección intento reconstruir algunas posiciones relevantes
para la discusión, basándome en distinciones trazadas por el mismo
Stich en sus (1990) y (1984). (Algunas de las distinciones aparecen
de manera muy similar en Goldman (1986)). No pretendo, por lo
tanto, hacer justicia con las tradiciones filosóficas que se adjudican
estos “ismos".
4 Stich considera a las teorías de justificación inferencial vía
equilibrio reflexivo como teorías que se ajustan al esquema a)-d)
expuesto más abajo, y por consiguiente como especies de teorías
epistemológicas analíticas (cf. (1990) pág. 90). Así el argumento
general alcanza también a dichas teorías. El tipo de críticas de Stich
que alcanzan específicamente al equilibrio reflexivo han sido discu-'
tidas en Cohén (1987) y Sosa (1989), pero lamentablemente no son
recogidas en The Fragmentaron of Reason.
5 Cf. Goldman (1986), cap. 4.
* Esta suposición no aparece explícitamente, pero sin embarqo
parece necesaria para concluir la fragmentación.
* Como señala Sosa (1989), Stich parece confundir estos dos
proyectos. Un claro ejemplo se ve en su (1988) cuando cita, como
muestra de aquello a lo que va a oponerse, la literatura relativa al
análisis de "conocer” (pág. 411).
i Nótese que si esto fuera así, los ataques que empiezan con el
equilibrio reflexivo y culminan con la epistemología analítica no
serían concluyentes para lograr el objetivo fragmentalista. Queda­
rían epistemologías posibles de corte monista que no caerían presas
de los argumentos de Stich.
* Dicho sea de paso, no es cierto que de hecho los epistemólogos
(o más generalmente los filósofos) analíticos sean
abrumadoramente antirrelativistas. Muchos no estarían de acuerdo
con Fodor (1990) pág. xii cuando dice: “Odio el relativismo, Pienso
que es una afrenta a la dignidad inteíeciual".
■oNo me detendré en este punto, pero podría argumentarse que sin
a) un limite claro entre tener y no tener el mismo sistema cognitivo
y b) un criterio para determinar cuando sistemas cognitivos dife­
rentes divergen lo suficiente para avalar e) pluralismo, la presente
discusión pierde sentido.
■' Hutchins (1980), págs. 127/8. Esta cita y todas las que le siguen
son mis traducciones de los originales ingleses.
Adapto básicamente en este punto las críticas de D. Sanford en
su (1992), aunque éstas se dirigen a otro aspecto del libro de Stich'
su ataque a la tesis Dennett-Davidson de que el razonar global mente
mal es imposible. Véase también sobre este punto el tercer capítulo
de Cohén (1987).
|J Lo que sigue es una variación de los experimentos de Tverskv
& Kahneman (1983).
'* En este caso muy probablemente estaría funcionando la sequnda
maxima de cantidad: "No hagas tu contribución más informativa de
lo que es requerido". Cf. Grice (1989), páq. 26
,s Cf. Grice (1989), pág. 44.
13 Cf. Sandford (1992), pág. 115.
17Stich (1990), pág. 95.
13Cf. Sanford (1992), # 7. Algunas de estas razones nos llevarían
al terreno del valor instrumental. Tales razones, de todos modos
no forman parte de mí argumento.
15 Stich también niega que tal noción tenga valor instrumental
especialmente porque tampoco le concede ningún valor a la noción
de verdad, a la cual Ja de justificació.: podría estar
■nstrumentalmente ligada (cf. (1990), cap. 5). Algunas respuestas a
las observaciones de Stich sobre la verdad ponen en riesgo también
esta segunda parte de la estrategia (cf. Goldman (1991) y Loewer
(1992)). Por supuesto que la cuestión del valor instrumental sólo se
p.antea si se ha descartado que la noción de justificación tenqa valor
intrínseco.
20 Cl. nota 1.
2’ Stich (1990), pág. 1.
22 Rorty (1985), págs. 5/6. Mi subrayado.
23 Stich (1990), pág. 2.
24 Un pragmatismo a la Stich puede ser conservador en un sentido
en el que no lo es la epistemología analítica: puede favorecer la
irreversibilidad de los valores intrínsecos sostenidos por un grupo
o individuo. Para un argumento en esta dirección véase mi (1991),
25 Stich (1990), pág. 141. Cf. también su (1991), pág. 179: “¿Qué
tipo de cambios (epistémicos) serían deseables? ¿Qué es lo que
hace que una estrategia sea mejor que la otra? Estas preguntas
normativas son el centro de la escena en la segunda parte de The
Fragmentaron of Reason". El subrayado es de Stich.
26 Agradezco a Fernando Broncano, Ernesto Sosa y Adam
Thompson sus críticas y comentarios sobre mi (1991), que es un'
ascendiente directo del presente trabajo.

Referencias

Cohén, J. (1986), The Dialogue of Reason. Oxford: Oxford University


Press.
Fodor, J. (1990), A Theory ol Contení and Other Essays, Cambridge
(MA): MIT Press.
Goldman, A. (1986), Epistemology and Cognition, Cambridge (MA):
Harvard University Press.
Goldman, A. (1991), “Stephen P. Stich: The Fragmentation ol
Reason", Philosophy and Phenomenological Research, vol. 51.
Grice, P. (1989), "Logic and Conversaron” en Studies in the 1May
of Words, Cambridge (MA): Harvard University Press.
Hutchins, E. (1980), Culture and Inference, Cambridge (MA):
Harvard University Press.
Loewer, B. (1992), “The Valué of Truth", manuscrito.
Rorty, R. (1982), “Pragmatism and Philosophy" en Consequences
of Pragmatism, Minneapolis: -University of Minnesota Press.
Rorty, R. (1985), "Solidarity or Objectivity?" reimpreso en (1991),
Objectivism, Retativism and Truth, Cambridge (UK): Harvard
University Press. (Las citas son de la reimpresión).
Sabates, M. (1991), “Does Stich's Pragmatism Escape Analytic
Epistemology's Fate?”, manuscrito.
Sanford, D. (1992), “The Anastylosis of Reason", Inquiry, vol. 35.
Sosa, E. (1987), “Serious Philosophy and Freedom of Spirit”, Journal.
of Philosophy, vol. 84.
Sosa, E. (1989), “Equilibrium in Coherence?" reimpreso en (1990),
Knowledge in Perspective, Cambridge (UK): Harvard University
Press,
Stich, S. (1984) “Relativism, Rationality and the Limits of Intentional
Description", Pacific Philosophical Quarterly, vol. 65.
Stich, S. (1988), “Reflective Equilibrium, Analytical Epistemology and
the Problem of Cognitive Diversity", Synthese, vol. 74.
Stich. S (1990), The Fragmentaron of Reason, Cambridge (MA): MIT
Press.
Stich, S. (1990b), What is a Theory of Mental Representation?,
manuscrito.
Stich, S. (1991), The Fragmentation of Reason: Prócis of Two
Ch'apters". Phitosophy and Phenomenotogicai Research, vol. 51.
Tversky, A. & Kahneman, D. (1983), “Extensional \<ersus Intuitive
Reasoning: The Conjunction Fallacy in Probabilistic Judgement",
Psychological Review, vol. 90.
LA R A C IO N A L ID A D DE LA INDUC CIO N V
DE LA S IM P L IC ID A D EN EL N U E V O ACERTIJO

DAVID SOSA'

El concepto de la racionalidad es de importancia central en


la epistemología. La racionalidad es una noción normativa
con la cual se pueden distinguir tipos de razonamiento. Un
tipo importante de razonamiento lo .constituye la inferencia
inductiva. Históricamente, este tipo de razonamiento ha sido
problemático. Hume nos enseñó que. toda inferencia
inductiva involucra un paso ampliativo entre premisas y
conclusión: las premisas no implican necesariamente la
conclusión de una inferencia inductiva. No se da la garantía
de la preservación de valor de verdad que tenemos en la
inferencia c/eductiva. Pero si no tenemos esa garantía, ¿qué
nos justifica en hacer esa inferencia? En otras palabras,
cuándo es racional hacer una inferencia inductiva, y cuándo
no lo es? El problema de la inducción es el problema de la
racionalidad de la inferencia inductiva. A ese problema se
dirige N. Goodman en su libro Fact, Fiction, and Forecast,
y a ese problema me dirijo yo aquí.
Los ataques al Fact, Fiction, and Forecast y su célebre
acertijo que involucra Verdul’ no han declinado a través de
los años, según Goodman (pág. xxiv), en volumen o ve­
hemencia o futilidad. Un artículo reciente (Eider) señala que
después de treinta años de comentario sobre el acertijo de
Goodman, uno podría suponer que lo que menos necesita
el mundo filosófico es otro ensayo sobre el tema. Pero, el
artículo sigue, el miembro promedio de ese mundo no ve al
acertijo como solucionado, sino sólo como passé. La solu­
ción propuesta por el mismo Goodman puede molestar a un
realista, promoviendo la búsqueda de una alternativa. En

* Princeton University, U.S.A.


eSte ensayo consideraremos al problema general del cual
surge el nuevo acertijo. A través de nuestra discusión,
llegaremos a una propuesta m enos molesta para el realista.
Goodman ve al nuevo acertijo como un aspecto de un
oroblema mayor acerca de las disposiciones, los condicio­
nales contrafácticos, y las leyes científicas (pág. 3). Se niega
a tomar ninguno de estos conceptos como precedentemente
entendido (págs. 31, 33, 72-3). Según Goodman debemos
concentrarnos sobre un problema de la proyección, el
problema de las disposiciones, un problema que "se parece
sospechosamente a uno de los más viejos amigos y ene-
migos del filósofo: el problema de la indicción. Efectiva­
mente, los dos no son nada más que distintos aspectos del
problema general de proceder desde un conjunto de casos
dado a un conjunto más ancho" (págs. 57-8).
Con respecto al problema de la inducción, Goodman cree
que las cosas andan, en una palabra, mal. Pero cree que
lo que comúnmente se considera como el "Problema de la
inducción" ha sido disuelto por Hume. Los problemas surgen
porque las inferencias inductivas no son ni reportes de la
experiencia ni consecuencias lógicas de ellas (pág. 59). ¿Por
qué una predicción en vez de otra? "Hume responde que la
predicción a elegir es una que acuerde con alguna regu­
laridad pasada, porque esta regularidad ha establecido un
hábito" (pág. 60). Esto puede parecer trazar los orígenes de
las predicciones electas en lugar de establecer su validez.
Pero Goodman cree que los problemas de justificar la
inducción y describir como ocurre no se deben disociar tan
agudamente (pág. 61).
Podemos dirigirnos hacia las inferencias no-inductivas
para entender mejor esto. Según Goodman, las inferencias
deductivas se justifican por su conformidad a reglas ge­
nerales válidas, y las reglas generales se justifican por su
conformidad a inferencias deductivas válidas. Admite que
esto parece “flagrante circular" pero pretende que el círculo
es "virtuoso". "Las reglas y las inferencias particulares a la
par se justifican cuando entran en un equilibrio reflexivo. Y
todo esto aplica igualmente a la inducción" (pág. 64).
Esto aclara malentendidos pero deja mucho por hacer. Como
principios de la inferencia deductiva tenemos las leyes lógicas
familiares y altamente desarrolladas; pero no hay disponibles
tales principios tan precisamente expresados y bien reconocidos
de la inferencia inductiva (págs 64-5).
Así Goodman se vuelve hada a lo que llama la "tarea
constructiva de la teoría de la confirmación." El fin es definir
en lugar óe justificar la confirmación. Basándose en el trabajo
pionero de Hempel, Goodman se pregunta si debemos
simplemente tomar la confirmación como aproximadamente
la conversa de la consecuencia. "Las leyes de la deducción
al revés estarían entonces entre las leyes de la inducción"
(pág. 67}. Aunque esta formulación necesita ajustes (y los
recibe, en las manos de Hempel y de Goodman), la sus­
titución del problema de la justificación por el problema de
la definición parece hacer avanzar el tema. Pero nuestra
satisfacción dura poco. En este momento Goodman desvela
una "dificultad nueva y seria," una dificultad “de un tipo
mucho más grave"; el nuevo acertijo de la inducción.
El acertijo de Goodman introduce el predicado VerduP,
'Verdul' se aplica a toda cosa examinada antes de f si y sólo
si es verde, pero a otras cosas si y sólo si son azules.

[E]n un momento / tenemos, para cada enunciado de evidencia


que afirma que una esmeralda es verde, una oración de evi­
dencia paralela que afirma que esa esmeralda es verdul... Así
... la predicción de que todas las esmeraldas quG posteriormente
se observarán serán verdes y lá predicción de que todas serán
verdules están igualmente confirmadas por las oraciones de
evidencia describiendo las mismas observaciones. Pero si una
esmeralda posteriormente observada es verdul, entonces es azul
y por lo tanto no verde (pág. 74).

Debemos apreciar la belleza de este ejemplo. En su


prefacio a la cuarta edición de Fact, Fiction, and Forecast,
Hilary Putnem dice, "[h]ay algo muy parecido a una obra de
arte acerca de este pedazo de invención filosófica" (págs.
vii-i). El ejemplo hace impresionantemente claro que si
simplemente elegimos predicados apropiados, entonces en
base a cualesquiera observaciones, tendremos la misma
confirmación (bajo la definición de ‘confirmación1 en consi­
deración) para cualquier predicción acerca de cualquier
cosa. “Nos quedamos ... con el resultado intolerable de qi/e
todo confirma a todo” (págs. 74-5). ¿Qué haremos?
Una respuesta prometedora es la de admitir como
proyectibles sólo predicados que sean 'puramente cualita­
tivos' o ‘no-posicionales’. Goodman alardea de una incapa-
ciclad para distinguir si un predicado es cualitativo o
poskíional salvo tal vez dando totalmente por sentado lo que
está en cuestión y preguntándose si las hipótesis que lo
aplican son legaliformes. Luego reconsideraremos esta
movida dialéctica en más detaíle.
Una manera provechosa de ver el problema de Goodman
es como el problema general de la subdeterminación de las
hipótesis por la evidencia, o como el problema general de
amoldar la curva (Harman, 1990a, págs. 2-4). No importa
cuantos datos sostengan alguna hipótesis (no agotada),
siempre habrá una cantidad indefinida de\ otras hipótesis
que, aunque difieran en algunos casos posibles, acomoden
igualmente bien los datos establecidos. Los datos solos no
pueden en general distinguir a la hipótesis justificada. Los
científicos a veces señalan puntos como una representación
gráfica de la evidencia. Pero no hay ningún límite al número
de maneras de conectar cualquier número de puntos — un
número indefinido de hipótesis en conflicto entre sí pero que
acomodan esos datos. No obstante, en muchos de estos
casos creemos que hay un&^curva especial, una hipótesis
especial: la curva indicada por l°s puntos, la hipótesis
confirmada por los datos.
La respuesta del mismo Goodman se basa sobre la
noción de 'atrincheramiento'. Predicados veteranos que fi­
guraron en proyecciones anteriores y en muchas más
proyecciones están mejor atrincherados que otros predi­
cados (pág. 94). El atrincheramiento de una hipótesis de­
pende del atrincheramiento de sus predicados, y la validez
de una inferencia se ve afectada por su atrincheramiento. La
hipótesis de que todas las esmeraldas son verdes se induce
válidamente de —esta confirmada por— los datos (y la
hipótesis de que tod^s las esmeraldas con verdules no lo
está) porque esa hipótesis está más atrincherada que
cualquier hipótesis (sostenida, no violada, y no exhausta)
que compite y que acomoda los datofe (e.g. la hipótesis de
que todas las esmeraldas son verdules). Criticaremos- esta
propuesta más abajo.
Un rasgo importante de la sugerencia de Goodman es
que hace de "proyectible" un término relativo. La definición
de “confirmación" tendría un parámetro para la crónica de
proyecciones pasadas. Y esta cró n ica pod ría
concebiblemente variar a través de los mundos posibles,
incluso dentro de un mundo posible de una cultura a otra.
¿Cuál crónica específica de proyecciones pasadas seria ei
valor del parámetro? Esta resulta ser una cuestión contin-
gente. Tal resultado puede molestar al realista. Los realistas
a menudo creen en una tesis de tipos naturales.

Miembros (o muestras) de un tipo natural deben por su natu­


raleza poseer suficientes propiedades en común como para
distinguirlos como un tipo en sí, y la ejemplarización de la
“naturaleza" por lo cual hacen no pueden ser relativa a nuestro
lenguaje {o teoría, etc.). Pero hablar de las propiedades poseídas
en común por naturaleza por los miembros {o muestras) es
hablar de algo más que sólo las propiedades que los miembros
(o muestras) poseen por casualidad. (Eider, pág. 115).

Según tal punto de vísta, los predicados proyectibles


deben expresar propiedades naturales. Si una hipótesis es
proyectible o no depende de si los predicados involucrados
caracterizan los casos observados por su naturaleza o por
accidente. Para el realista, la proyectibilidad es fundamen­
talmente independiente de la historia de proyecciones pa­
sadas.
Goodman está de acuerdo en que la validez inductiva
involucra una categorización correcta. Pero para él, "como
la categorización correcta es obviamente no una cuestión del
descubrimiento de tipos ‘naturales, sino de la organización
de tipos relevantes, el papel del atrincheramiento debe ser
tenido en cuenta" (pág. xxiv). Luego Goodman distingue los
tipos 'genuinos' de los meramente 'artificiales' de la siguiente
manera: "el atrincheramiento de clases es alguna medida de
su autenticidad como tipos; hablando burdamente, dos
cosas son más consanguíneas a medida que hay un pre­
dicado más específico y mejor atrincherado que se aplica a
las dos" (pág. 123). Así Goodman abraza el anti-realismo
que se sigue de su solución propuesta al acertijo. Ningún
realista puede ser tan flemático.
Una línea general de respuesta involucra (a veces tá­
citamente) negar que los varios problemas discutidos por
Goodman son realmente aspectos del mismo problema. Si
estamos dispuestos a tomar el concepto de un condicional
contrafáctico como entendido precedentemente, por ejem­
plo, podemos darles solución a los problemas de las gene­
ralizaciones legaliformes, las disposiciones, y !a inducción.'
Pero Goodman hace el círculo de esas cuatro ideas muy
ajustado; es difícil, haciendo frente al nuevo acertijo, consi-
¿erar que alguna de ellas sea intuitivamente no problemá­
tica.
Pasem os entonces a criticar la solución propuesta por el
mismo Goodman. En una nota introductoria, Goodman nos
aconseja acerca de los “argumentos especiosos frecuen­
temente ofrecidos para objeciones [a su teoría de proyec­
ción] que se anuncian como fatales" y nos amonesta "contra
la suposición de que se ha mostrado que la teoría tiene la
consecuencia de que ningún ... predicado nuevo puede
proyectar" (págs. xxiv-v). Tal objeción es sin embargo
tentadora hasta que Goodman introduce las nociones de los
predicados matrices y el atrincheramiento heredado. Estos
aspectos aumentan la efectividad de la teoría del
atrincheramiento de Goodman — la teoría puede admitir la
introducción de predicados nuevos aceptables. A la vez nos
guían hacia una posible debilidad de la teoría.
"La comparación del atrincheramiento heredado de dos
predicados viene al casos sólo si ninguno de los dos tiene
mucho más atrincheramiento ganado que el otro. El
atrincheramiento ganado, por decirlo así, establece los ni­
veles mayores del atrincheramiento, y sólo dentro de estos
efectúa el atrincheramiento heredado una clasificación
subsidiaria" (pág. 107). Podemos empezar a sospechar una
insuficiencia en la teoría de Goodman. A veces está justi­
ficado moverse inductivamente a una hipótesis que contiene
predicados nuevos, no sólo en preferencia a otras hipótesis
que también tienen predicados nuevos, sino también en
preferencia a hipótesis que contienen predicados veteranos
con atrincheramiento ganado significativo. La historia de la
ciencia presta ejemplos de ‘cambios de paradigmas' y de
introducciones de nuevos entramados teóricos. Estas nue­
vas teorías se adoptan porque proporcionan coherencia
explicativa. A menudo no hay evidencia, ningún experimento
antecedente, que demuestre la superioridad de la nueva
teoría sobre la vieja. Aceptamos la nueva teoría, con sus
predicados que determinan nuevas extensiones, en base a
la misma evidencia sobre la cual aceptábamos la vieja. Pero
rechazamos la vieja teoría por su inferioridad explicativa. La
nueva teoría es tal vez más. simple, más coherente, o
requiere menos explicaciones ad hoc.
Pondré el punto abstractamente, para enfatizar la estruc­
tura de la objeción; pero más abajo mencionaré un ejemplo
de la historia de la ciencia. Imagínese una teoría bien
atrincherada con algunos axiomas que contengan los pre­
dicados fundamentales de la teoría. Estos predicados fun­
damentaos sindican lo que la teoría toma como las
entidades básicas de su dominio (La química, por ejemplo,
toma a los elementos como básicos.) Ahora b'en, según el
desarrollo de la teoria —según, por ejemplo, cuales teo­
remas resulten fértiles— a veces resulta más conveniente
reorganizar la teoria. Diferentes clases se toman como
básicas, algunos principios que antes eran teoremas es­
pecialmente fértiles llegan a ser axionas, y los que antes eran
axiomas ahora han de probarse. El sistema nuevo es
consistente con todos los datos observados: con respecto a
esos datos, la revolución es completamente interna a la
teoría. No obstante, ei sistema nuevo puede o no hacer
p redicciones que entren en conflicto.
La cuestión es que a veces ganancias en virtudes teóricas
justifican estas revoluciones teóricas. En estos casos, pre­
dicciones que involucran a los predicados atrincherados
(aunque igualmente sostenidas, no violadas, y no agotadas)
están menos justificadas que predicciones que compiten
involucrando predicados de la nueva teoria. Estas ganancias
en virtud teórica resultan «n ¡-¡r; .-¡sai'- -r: en coherencia en
general. Pódeme ■srencia acerca
de la justificador -- . la teoría del
atrincheramiento oe G oournan.
Aunque la posibilidad de la situación que describo basta
para rechazar la teoría del atrincheramiento, puede haber
algunos ejemplos reales de la historia de la ciencia que
hacen la objeción más vivida y apremiante. Creo que un
buen ejemplo del tipo relevante de revolución teórica es el
trabajo de Lavoisier en la quimica del siglo dieciocho. En
1 772 Lavoisier planeó el debate de la teoría del flogisto sobre
la base de los mismos experimentos que se usaron origi­
nalmente en el Desarrollo y la defensa de esa misma teoría.
La nueva teoria química de Lavoisier involucraba una nueva
clase de entidades fundamentales. El introdujo el predicado
oxígeno". Este predicado nuevo no era co-extensivo- con
ningún predicado de la vieja teoria de flogisto (aunque poco
antes del trabajo de Lavoisier, Priestley y algunos otros
empezaron a hablar dei "aires deflogistado") La evidencia
para la nueva teoría era la misma que la evidencia para la
teoría que proponía reemplazar. (Las generalizaciones de
cada teoria no estaban claramente violadas, y estaban
igualmente sostenidas y no exhaustas). Pero la nueva teoría
era más coherente, y las hipótesis involucrando predicados
de la nueva teoría se volvieron preferibles casi inmediata­
mente.
Una manera de interpretar la respuesta de Goodman a
su propio acertijo es corno un paso incompleto hacia la
coherencia. La mayoría de las generalizaciones inductivas
que son más coherentes con nuestro sistema de creencias
involucran predicados profundamente atrincherados. Que
una teoría del atrincheramiento y una teoría de la coherencia
rara vez se separan es el resultado del papel del conser­
vadurismo en cualquier teoría plausible dé la coherencia. El
tipo de revolución teórica discutida arriba revisa radicalmente
cuáles creencias se toman como justificadas. Tal revisión
está ella misma justificada sólo si las ganancias en cohe­
rencia son igualmente radicales. Como hecho contingente,
estas revoluciones han ocurrido con relativa infrecuencia. El
atrincheramiento y ¡a coherencia rara vez compiten como
criterios Pero sí lo pueden hacer; y a veces lo han hecho;
y cuan^-. lo hacen, la coherencia parece emerger como el
criterio mas apropiado.
Nuestra breve investigación acerca de la relevancia de la
coherencia muestra que el atrincheramiento no es el rasgo
definitivo de la proyectibilidad. Tai vez la coherencia no lo
es tampoco. Si la coherencia de una hipótesis se mide en
gran parte por su relación con creencias reales acerca de
disposiciones, c o n tra fa ctico s, y g e n e ra liza cio ne s
legaliformes, donde estas creencias involucran los mismos
predicados que la hipótesis en cuestión, el problema más
profundo de Goodman puede surgir de nuevo. Luego co­
mentaré un poco más sobre el papel de- la noción de
coherencia. Pero una crítica com pleta de la teoría
coherentista de la justificación y una discusión de su sufi­
ciencia con respecto al acertijo de Goodman, están más aliá
del alcance de este ensayo. La discusión de una solución
alternativa ha estado pendiente; paso ahora hacia la
'cualítatividad" y la "posicionalidad".
Desde Carnap, una manera popular de atacar la distin­
ción entre generalizaciones legalitormes y accidentales ha
stdo la de considerar predicados que no son puramente
cualitativos. ¿Qué quiere decir que un predicado es cualita­
tivo? Dos sugerencias iniciales consideradas por Goodman
son (i) que debe sei equivalente a una expresión libre de
términos para individuos específicos, y (¡i) que no debe ser
equivalente a ninguna expresión que contenga tales tér­
minos. Según Goodman, con (ii), cuando rechazamos
predicados que no son cualitativos, estaremos rechazando
todos los predicados; con (i), no estaremos rechazando
ninguno.
El planteamiento de Goodman aquí depende de su
perspectiva extensionalista extrema acerca de los predica­
dos y la equ iva le ncia. Todo predicado equivale
extensionalmente a algún otro que contiene términos para
individuos específicos, y ningún predicado equivale
extensionalmente sólo a predicados que contienen tales
términos. Para Goodman la coextensión es suficiente para
la equivalencia. Y con esa perspectiva acerca de la equi­
valencia, Goodman probablemente tenga razón en que la
exclusión de predicados no-cualitativos (“impuros'') no logra
nada. Probablemente es verdad que para todo predicado
cualitativo, hay uno impuro con la misma extensión, y vi­
ceversa.
Pero los predicados cualitativos no se distinguen de los
impuros por sus extensiones. Lo que distingue un predicado
puramente cualitativo tiene que ver con ¡a propiedad ex­
presada por el predicado. La cualitatividad tiene que ver con
el sentido, no sólo con la extensión. Goodman se detiene a
continuación para considerar esta posición. Desafortuna­
damente, encuentra oscura la noción de sentido, y pretende
no poder decir directamente si un predicado es puramente
cualitativo. Tal vez es imposible (en las palabras de David
Lewis) “refutar una mirada sin expresión1'. Pero Goodman por
lo menos considera una protesta posible a su ignorancia
declarada sobre tal distinción. Seguramente es claro que
'Verde" es cualitativo y ‘Verdul" no lo es, porque el sentido
del segundo involucra una referencia a una posición tem­
poral específica. Goodman rechaza el argumento así: “[S]i
empezamos con..."verde", entonces ‘Verdul”...se explicará
en términos de 'verde '1 y un término temporal. Pero se
igualmente verdad que si empezamos con “verdul"...,
entonces..."verde" se explicará en términos de ‘Verdul" y...un
término temporal;... Así la cualitatividad es una cuestión
totalmente relativa..." (págs. 79-80, énfasis mío).
Es implausible suponer que el sentido de una palabra se
expresa por los términos en los cuales la palabra se explica.
El objetor que propone que el sentido de "verdul" visible­
mente involucra una referencia a una posición temporal
específica (de una manera que el sentido de “verde” no ¡o
hace) no propone que la explicación de “verdul" deba
involucrar tal referencia (y que la explicación de “verde” no
deba hacerlo). A veces es preferible explicar un término sin
expresar el sentido de ese término. A veces podemos
explicar un término simplemente indicado su extensión. Lo
que se sigue del argumento de Goodman no es que la
cualitatividad sea una cuestión totalmente relativa, sino que
nuestra explicación de las expresiones es una cuestión
totalmente relativa. Esto no es sorprendente, ni relevante.
Considérese: “Soltero" quiere decir hombre no casado.
pero hay un sentido de “significación" asimétrico (y no
reflexivo, aunque si transitivo), en el cual por ejemplo
"hombre no casado” no quiere decir soltero. Alguien que
conozca un sistema de predicados que incluya a "soltero"
pero que no incluya a “hombre no casado" pudiera aprender
la expresión "hombre no casado" por medio del predicado
"soltero1'. Pero esta persona no debería creer que e! sentido
de "hombre no casado” es solo soltero. Del mismo modo,
aunque aprendemos “verdul" por medio de “verde" y un
término temporal, y alguien familiarizado con “verdul'’ pero
no con “verde" tendría quizá que aprender "verde" por medio
de "verdul" y un término temporal, la cuestión del significado
puede ser independiente. Y es esta noción del significado
sobre la que el objeíor hace descansar su propuesta.
Me parece que todavía no tenemos un argumento con­
vincente de Goodman contra el establecimiento de una
dicotomía de predicados en base a su cualitatividad. Con­
sideremos nosotros mismos la propuesta con más detalle.
Siendo honrados, debemos admitir que cuando pretendió
que si empezamos con “verdul", ‘‘verde" se explicaría con un
término temporal, Goodman puede haber querido decir más
que el que tal vez explicaríamos por casualidad la expresión
de ese modo. Quizás quiso decir que “verde” se explicaría
apropiadamente de ese modo. Asumimos que para explicar
un término apropiadamente hay que articular el sentido de
ese término, "hombre no casado" articula el sentido de
"soltero" pero "soltero" no articula el sentido de “hombre no
casado".
Ahora, sin embargo, las premisas del argumento de
Goodman no son tan obviamente aceptables. No está claro
que podamos articular el sentido de '‘v ^ r d ^ e ^ S ñ i nos de
"verdul" y un término temporal. El argumento que Goodman
quiere rechazar es que "verdul" sea obviamente impuro,
involucrando, como visiblemente lo hace, una referencia a
una posición temporal específica. Su respuesla es que la
cuestión de si un predicado involucra una referencia tal es
cuestión totalmente relativa, dependiente de los otros pre­
dicados con los cuales "empezamos". Goodman sin duda
tiene razón en que si una explicación de un predicado
involucra una referencia tal es una cuestión relativa, y tal vez
tiene razón en que siempre habrá predicados correferen-
ciales o coextensos que involucran o r.^ involucran tal refer­
encia. Pero lo que dice no lo enfrenta claramente con la
cuestión de si hay otro tipo de significado que no sea relativo.
Considérese la posición siguiente:

Las propiedades íienen una estructura intenciona!. Algunas son


compuestas y algunas son no compuestas. Y de las que son
compuestas, algunas son conjuntivas, algunas son disyuntivas,
y algunas son negativas. Asi, rojo y redondo en una propiedad
compuesta y conjuntiva; rojo o redondo es compuesta y
disyuntiva y no rojo es compuesta y negativa (Chisholm, 1989,
pág. 142).

Chisholm rechaza explícitamente el punto en que "la


estructura de las propiedades’ no es nada más que la
estructura del lenguaje que usamos en la formulación de
nuestros predicados" (Chisholm, 1989, pág. 142) y continua
con análisis detallados de propiedades conjuntivas,
disyuntivas y negativas. Si aceptáramos tal posición, y
aceptáramos que el significado de un predicado es preci­
samente la propiedad expresada, entonces podríamos
responder al acertijo de Goodman de una manera que su
argumento de arriba deja sin tocar.
Ya no represento la respuesta tradicional basada en la
noción de cualitatividad. Pero la respuesta que defiendo se
podría ver como un desarrollo de esa idea. "Verdul" expresa
una propiedad disyuntiva; "verde" no lo hace. Verdul es una
propiedad compuesta y verde no lo es. Ahora parece que
tenemos una manera de distinguir el tipo de predicado
problemático.
Sería abrupto, sin embargo, simplemente desechar cual­
quier generalización que contuviera un predicado compues­
to. Algunas generalizaciones que contienen predicados al­
tamente conjuntivos, por ejemplo, pueden ser válidas. Es
mejor seguir la iniciativa de Goodman e introducir una nocion
que admita grados. La teoría del atrincheramiento se supone
que sea operable sólo cuando no hay ninguna duda razo­
nable acerca de si un predicado está más atrincherado que
otro (pág. 96). La nuestra será una teorío de la simplicidad.
Asumiendo que la simplicidad de una u.ipótesis es función
de la simplicidad de sus propiedades constitutivas, una
proyección se debe eliminar si entra en conflicto con otra
proyección más simple (que esté igualmente sostenida, no
violada, y no agotada). Por supuesto puede haber conflictos
entre proyecciones de predicados que sean casi igualmente
simples: pero taies conflictos se d eb e n'resolver de otras
maneras y no nos preocuparán aquí (la decisión debe
esperar a un exoenmento crucial) Sólc. diferencias mar­
cadas en grado de simplicidad se toman en cuenta. Una
pretensión implícita de esta teoria, no obstante, e^ aue no
habrá dos hipótesis icualmente sostenidas, no violadas y no
ngotadas, una de ellas obviamente inválida al estilo de la
hipótesis involucrando al "verdu!", taies que no haya ninguna
diferencia marcada en su simplicidad.
Esta prepuesta me parece la respuesta apropiada al
acertijo de Goodman. Claro eslá que la ¡dea de que alguna
propiedad de simplicidad distingue las hipótesis válidas de
las inválidas no es nueva ni está libre de controversia. Pero
muchas versiones de este tipo de respuesta están sujetas
a la impugnación de Goodman citada arriba. Los que piensen
que la noción del significado se debe eliminar, como
Goodman, rechazarán mi enfoque como algo execrable, con
su use de significados que tienen una estructura intencional.
Una discusión completa del realismo de las propiedades, sin
embargo, tendrá que esperar otro foro.
Mí respuesta debe ahora enfrentarse a una objeción.
Antes usé ¡a coherencia para derrotar la teoría del
atrincheramiento de Goodman. Un problema semejante
surge para la propuesta que esbozo aquí. Supongamos (y
gracias al Profesor B. Loewer, que me señaló el ejemplo) que
todas las polilías que hayamos observado estuvieran dentro
de la ciudad (es muy difícil verlas en el campo). Y supon­
gamos que todas las polillas que hayamos observado fuesen
negras. Pero supongamos que tuviésemos una teoría que
predijera que todas las polillas blancas llegarían a ser negras
después de algunas generaciones en un nabl.at industrial.
Los datos observados podrían en tal caso justificar la hipó­
tesis de que todas las polillas con o bien negras y habitantes
de la ciudad o bien blancas y habitantes del campo. Los
datos serían consistentes con la hipótesis mucho más simple
de que todas las polillas son negras, pero la hipótesis más
justificada sería la más compleja, o al menos así parece.
Esta es una objeción molesta, pero no desastrosa. La
coherencia demanda un papel mayor en nuestro análisis de
la justificación. Pero a la vez distinguiremos dos conceptos
que en alguna medida hemos confundido hasta ahora. La
coherencia puede ser un criterio independiente para medir
la justificación de nuestras inducciones. Podemos aceptar eí
principio siguiente: para cualquier par de hipótesis que sean
iguales en otros respectos, no sería justificado inferir la que
es menos coherente con nuestro conjunto total de creencias.
Aún grandes diferencias en la simplicidad distinguirán así la
más justificada sólo con respecto a hipótesis que no difieran
mucho en el grado de coherencia. La confirmación, sin
embargo, es otra cuestión.
R ecuérdese nuestra crítica de la teo ría del
atrincheramiento. ¿Por qué no puede Goodman también
adoptar la coherencia como un criterio independiente? El
atrincheramiento pudiera entonces tomar el papel que aquí
le hemos dado a la simplicidad. Los ejemplos de la ciencia
serían casos en los cuales el atrincheramiento sería im­
potente porque la coherencia ha decidido la cuestión de la
justificación y la proyectabilidad. ¿No socava nuestra de­
fensa de la simplicidad a nuestro propio ataque a la teoría
del atrincheramiento?
Yo creo que hay una diferencia importante. Hemos se­
ñalado que la preocupación central de Goodman es la
confirmación. Como, siendo todo lo demás igual, no estamos
justificados en aceptar una hipótesis menos confirmada, es
fácil patinar desde la confirmación a la justificación y dar la
vuelta. Al enfocar la coherencia recordamos que los con­
ceptos son distintos. De hecho, creo que la proyectabilidad
es una función de la justificación, no simplemente de ia
confirmación. Nuestra justificación al aceptar una hipótesis
específica se determina por un complejo de factores que
incluye tanto la coherencia como la confirmación. Pero la
confirmación de una hipótesis no se determina por su co­
herencia con un conjunto más amplio de creencias.
De acuerdo con lo anterior, las consideraciones de co­
herencia se oponen a ia teoría del atrincheramiento y no a
nuestra teoría de la simplicidad. En el ejemplo de ¡as polillas,
me parece, la hipótesis más simple de que todas las polillas
son negras está efectivamente mejor confirmada. No es­
tamos justificados en inferir esa hipótesis, a pesar de su
confirmación superior, porque es menos coherente con
nuestro conjunto total de creencias. En casos de revolu­
ciones científicas, no sólo estamos justificados en inferir las
hipótesis atrincheradas, sino que están ellas necesariamente
mejor confirmadas que las nuevas hipótesis que involucran
los predicados vírgenes. Recuérdese: todas las hipótesis
deben estar igualmente 'sostenidas' por los datos. Si las
hipótesis viejas están mejor confirmadaá, parece ser en
función de su simplicidad, no de su atrincheramiento.
Para probar intuiciones, Imagínese un caso en la cual una
hipótesis compleja pero bien atrincherada entre en conflicto
con una hipótesis simple pero cuyos predicados no están
atrincherados. Sean las dos hipótesis igualmente sosteni­
das, no violadas, y no exhaustas. ¿Cuál de las hipótesis
estaría confirmada? Es fácil crear un caso tal: supóngase
que "verdul" estuviese mejor atrincherado que ''verde”.
Entonces, según la teoría de Goodman, las instancias ob­
servadas de esmeraldas verdes confirmarían la predicción
de que todas las esmeraldas posteriormente observadas
serán azules, Pero yo creo no sólo que las declaraciones de
evidencia afirmando que ciertas esmeraldas son verdes no
confirman la predicción de que todas las esmeraldas pos­
teriormente observadas serán azules, sino también que tales
declaraciones no podrían confirmar esa predicción. De
nuevo, la justificación es otra cuestión. Llámese este ejemplo
'la versión modal de! nuevo acertijo'. Usando en contra de
Goodman algunas de sus propias palabras, en la versión
modal, “aunque estemos bien enterados de cual de las dos
predicciones incompatibles está, genuinamente confirmada,
[la predicción incorrecta] está confirmada según la [teoría de
Goodman]" (pág. 74).
Tal vez Goodman vería mi reductio de su posición como
una reductio de la mía. Según tu punto de vista, quizás diría
él, "la concordancia con regularidades en lo que se ha
observado [no] es una función de nuestras prácticas'
lingüísticas” ((pág. 121). En la versión modal, según ia
propuesta que he defendido aquí, la confirmación de hi­
pótesis no se ve afectada por el cambio drástico en como
el mundo "ha sido descripto y anticipado en nuestras prác-
\

ticas lingüisticas" (pág. 121). Pero si tengo razón, la confir­


mación es independiente de nuestro uso de lenguaje. Más
bien, las raices de la calidez se encontraran en nuestro uso
de lo que el lenguaje expresa.
La propuesta que he esbozado se supone ser una res­
puesta al acertijo de Goodman, una respuesta que un
realista puede tolerar. Debe verse como un intento de
contribuir a "la tarea constructiva de la teoria de la confir­
mación". Yo distinguiría, sin embargo, entre la confirmación
de una hipótesis por la evidencia, y la proyectabilidad o
justificación de esa hipótesis. La proyectabilidad de una
hipótesis se determina sólo en parte por su confirmación; ja
coherencia y otros factores juegan también un papel El
atrincheramiento me parece que juega, a lo sumo, in papel
derivativo (derivado de la coherencia). La confirmación, por
otra parte, es una función de sostén, violación, agotamiento,
y simplicidad, y todos estos conceptos se pueden analizar
independientemente de nuestras prácticas lingüísticas
(Goodman mismo io hace para los tres primeros; véase
págs. 89-90). La simplicidad de una hipótesis es función de
la simplicidad de sus partes. Las partes de una hipótesis son
lo que los términos relevantes expresan —propiedades—.
Por último, la simplicidad de una propiedad es función de su
estructura intencional. La estructura intencional de una
propiedad es independiente del lenguaje que usemos para
expresar la propiedad; es una propiedad no relacional de esa
propiedad. Abrazo “¡a idea de una planta baja ontológica
independíeme de nuestras actividades teóricas" que, según
Puüiarn, Cood.T.an empieza por rechazar (pág. xiv).
Es mi in'.er.ción que esta propuesta sea no solo una
respuesta al problema de la racionalidad de la inducción,
sino que provea también una manera de tratar los problemas
de las disposiciones y las generalizaciones legaliformes, y
que remueva algunos de los obstáculos para un tratamiento
s a tisfa cto rio o'el problem a de los condicionales
ccntrafácticos. El efecto de nuestra posición sobre esos
problemas se podría hacer más explícito. Si ajustáramos
nuestra mira aún más alto, podríamos tomar como blanco
la disolución de Goodman del viejo problema de la inducción.
¿Es verdad que el equilibrio reflexivo es un buen modelo de
la justificación —un círculo virtuoso—? Hemos evitado esa
cuestión. Analíticamente d roemos considerar todo problema
que se deba considerar, 3ero es simplemente talso que
debamos considerar aquí todo problema que se deba con­
siderar.

NOTAS

1Véase a F Jackson "Grue‘ Journal al Philosophy 72 (1975), pags.


113-31 '

B ibliografía

Chisholm, Roderick. “Adverbs and Subdeterminates" Actions and


Events: Perspectives on the Philosophy o l Donald Davidson.
Oxford: Basil Blackwell Ltd , 1985, Capitulo 21.
■Rroperties and States o) Affairs Intentionally Considered". On
Melaphysics Minneapolis: University of Minnesota Press, 1989.
Capitulo 15.
Eider, Crawford L. “Goodman's 'New Riddle' ■A Realist's Reprise."
Philosophical Studies 59 (1990). 115 35.
Goodman Nelson. Fact. Fiction. and Forecast. 4- ed. Cambridge,
Mass Harvard University Press, 1983.
Harman Gi'lpert. “Simplicity as a Pragmatic Criterion for Deciding
Amung H yp othe ses” ms. inédito (Enero 1990a)
• "IncJuctiotv Enumerative and Hypothetical". rris inédito (Agosto
1990b).
Jackson. Frank. "Grue" Journal ol Philosophy 12 (1975): 113-31.
LO RAZO NABLE, LO CARITATIVO Y
EL RELATIVISMO

ALBERTO MORETTI *

La mayoría de los relativistas, imagino, estarán satisfechos


por el colorido panorama de razones diferentes que pro­
porcionan para llamarse de manera idéntica (en apariencia).
Esta situación, además, es propicia para la fama: algunas
de esas razones son drásticas, sugieren audacia intelectual,
auguran giros históricos y arroban a las mentes cansadas
o impacientes (que abundan); pero si acaso no pudieran
sostenerse mucho tiempo siempre será posible refugiarse
temporariamente en otras razones más defendibles pero sin
encanto, confiando sin embargo en que la fascinación
original no se melle demasiado.1
Uno de esos atractivos productos merece llamarse
relativismo conceptual inconmensurabilista absoluto. Su
núcleo basto lo forma la creencia de que hay (o puede
haber2) esquemas conceptuales mutuamente incomprensi­
bles y, con eso, comunidades humanas irremediablemente
ajenas, ininteligibles, entre sí; comunidades que no pueden
(nunca podrían) entenderse y que ejemplifican modos de
racionalidad mutuamente inaccesibles (y que, de hacerlo,
deberán relacionarse eligiendo entre la tolerancia silenciosa3
o el avasallamiento).

II

Los intercambios lingüísticos están asociados con ia mayoría

* Universidad de Buenos Aires/CONICET.


de las manifestaciones de lo que llamamos nuestra
racionalidad. Y constituyen casi todos los procesos o pro­
ductos que parecen exhibirla con claridad mayor. El examen
de la actividad lingüística proporciona, pues, un criterio muy
importante para la determinación de las características de
nuestra racionalidad. Un paso fundamental de ese examen
consiste en dilucidar la estructura de cierta abstracción casi
ineludible: nuestro lenguaje. Un factor esencial para esto, y
el más ligado con la idea de racionalidad, es la aclaración
de los principios inferenciales involucrados. Y el núcleo
mínimo de tales principios —también el más relacionado con
la idea de lenguaje— está dado por las reglas inferenciales
deductivas; reglas que gobiernan las funciones de los
conceptos que caracterizan con mayor o menos rigor alguná
idea de coherencia, ie. alguna restricción {como ideal re­
gulativo) para la aceptabilidad (y constituibilidad) de conjun­
tos de creencias (y, al menos derivativamente, para la
constitución de voliciones, sentimientos, valoraciones).
Creo que lo anterior es un breve bosquejo de una muy
atendible propuesta de elucidación de los elementos de ta
¡dea de racionalidad. Discutible, desde luego. Pero, en todo
caso, cercana al pensamiento de muchos 'nfluyentes au­
tores; entre ellos, Davidson. Desde está perspectiva, ¿qué
puede decirse sobre la tesis relativista extrema, sobre la
presunta multiplicidad de racionalidades inexpugnables,
reformulada ahora como la posibilidad de lenguajes radi­
calmente intraducibies?. Davidson. precisamente, tienéálgo
muy contundente que decir. Según ei. esa tesis carece de
sentido. No se opone sólo a la pretensión de imposibilidad
comunicativa, rechaza la idea misma tíe un sistema de
conceptos (que determinaría cierta ración a lid id ) con el que
comunidades humanas ordenarían el (su) mundo o la (su)
experiencia.

III

Según el punto de vista recién esbozado, dós lenguajes


intertraducibles habrán de ejemplificar un único sistema
conceptual o, más precisamente, un mismo modb de
organizar o ajustarse a la realidad o la experiencia. Con­
siderando que cada sistema conceptual esté representado
por un lenguaje determinado de cierto conjunto de lenguajes
intertraducibles, podrá decirse que el sistema conceptual A
es distmio del sistema conceptual B siempre que no haya
un conjunto ‘'significativo" de predicados de A que se
traduzca a B respetando la asignación de extensiones (ie.
cuando no haya un conjunto de predicados de B con las
mismas extensiones). Pero según Davidson, no es posible
comparar extensiones sí no es suponiendo un vasto conjunto
de predicados coextensionales que determinen el universo
cuya clasificación ulterior pueda diferir según se emplee A
o B. Sólo si, caritativamente, quien depende de A considera
un universo suficientemente común con los participes de B,
podrá encontrar, en B. predicados intraducibies. Pero esa
suposición, pretendidamente imprescindible, impide ya que
pueda encontrar un conjunto tan significativo como el re­
querido por el criterio diferenciador de esquemas conceptua­
les.
No discutiré este punto porque la estrategia argumental
davidsoniana se reitera enseguida y respecto de una
cuestión semántica que él toma con más seriedad que las
vinculadas con la noción de referencia, noción a la que
concede un papel puramente instrumental a la hora de
relacionar lenguaje y realidad.
Hay una segunda manera davidsoniana de intentar ca­
racterizar la idea de que un sistema conceptual A es distinto
de un sistema B: habrá esa diferencia precisamente cuando
a ningún conjunto significativo de oraciones de A verdaderas
le corresponda un conjunto de traducciones en B formado
por oraciones verdaderas. Pero, otra vez, Davidson sostiene
que no es posible, utilizando un lenguaje A entender un
lenguaje B (y ¿cómo se lograría entender B sino usando un
lenguaje A-7) a menos que se logre establecer que buen
número de oraciones más o menos "observacionales"'1de B
se corresponden con y, más aún, traducen a, oraciones
observacionales de A verdaderas. Sin este otro rasgo
caritativo — el atribuir un vasto repertorio de verdades a los
hablantes de B— no seria posible entender B y ni siquiera
se podrí* entender que B es un lenguaje. Lo esencial del
argumento se resume así:

(1) Supongamos que estamos frente a una actividad


presumiblemente lingüística que nos es imposible, por mera
(2) En tal caso (el caso conceptualmente interesante)
nuestro único elemento de juicio serán grupos de emisiones,
prima lacie oracionales, que sean sostenidas como verda­
deras por los presuntos hablantes;

por lo tanto, (3) a fin de poder atribuir significado a esas


emisiones, deberemos atribuir simultáneamente muchas
creencias a los hablantes; pero

(4) atribuir creencias, interpretar expresiones, y caracte­


rizar como lingüistica cierta actividad, no son tareas que
puedan separarse;

por tanto, (5) sólo es posible comenzar la construcción


de la teoría interpretativa, suponiendo que se comparte con
los presuntos hablantes un vasto conjunto de creencias;

(6) La primera aproximación a una teoría interpretativa


completa consiste en asignar condiciones veritativas reales
(para el intérprete) a las oraciones que el hablante sostiene
como verdaderas.
Oe donde,

(7) Para interpretar algo como lenguaje, es ineludible


proceder con caridad epistémica: (i) asignar condiciones
veritativas comunes a oraciones del lenguaje desconocido
y del propio lenguaje, y (ii) considerar como verdaderas un
vasto número de oraciones que los hablantes del lenguaje
que se está interpretando consideran como verdaderas.

(8) El intérprete nunca puede estas en posición de creer


que los hablantes que interpreta tienen creencias radical­
mente diferentes de las suyas.

Para mis fines presentes voy a conceder las premisas


cruciales segunda y cuarta, y no discutiré aigunos puntos
que requerirían el examen de otras tesis davidsonianas.aquí
apenas visioles. Las conclusiones principales que Davidson
extrae son, en primer lugar, que es imposible distinguir un
sistema conceptual de otro y que, por lo tanto, ¡a idea misma
de sistema conceptual es ininteligible. Dice: "no hemos
encontrado una base inteligible sobre la cual pueda decirse
que los esquemas [conceptuales] sean diferentes [...] si no
podemos decir inteligiblemente que los esquemas son dife­
rentes, tampoco podemos decir inteligiblemente que sean
uno".5

IV

1. Aún suponiendo que la vía davidsoniana para entender


un lenguaje —y asignar, así, racionalidad (cf. § II)— sea la
única concebible (en la situación de interpretación radical),
y admitiendo que baste para concluir.

(i) No hay razones para creer que existen comunidades


humanas con sistemas conceptuales radicalmente diferen­
tes del nuestro. (Ni puede haberlas, dadas las restricciones
impuestas por la única vía interpretativa disponible).
esto no es suficiente para justificar,

(ii) No hay comunidades humanas con sistemas concep­


tuales radicalmente distintos.

y menos aún para la conclusión, conceptualmente -más


interesante,

(iii) No es postule que haya tales comunidades.

A menos que el ‘hay1de (ii) sea entendido de un modo más


o menos intuicionista que haga sinónimos a (i) y (ii). Pero
sostener esto requiere una justificación adicional. A tales
efectos se presta un insistente verificacionismo semántico
J nutrid o por Wittgenstein y Quine) según el cual nada en el
significado puede ser algo que no se manifieste bajo la forma
--de causar razones específicas para creer que existe. Sin
embargo, esto bastaría a un intérprete davidsoniano y
ominisciente. No siendo nuestro caso, Davidson quizás
recurra (como en otra ocasión6) a la idea de que también un
intérprete omnisciente debería hacer de nosotros personas
radicalmente acertadas en nuestro pretendido conocimiento.
Porque gracias a su sabiduría y su método interpretativo
(que es también el nuestro), si nos entiende (pero ¿lo haría?)
entonces es que no podemos adolecer de error masivo. Aún
así, no obstante, el carácter puramente global de nuestro
aparente acierto cognitívo no garantiza la corrección de
cualesquiera tesis semánticas especiales que nos interese
mantener. Particularmente la que se necesita para asimilar
(ii) a (0-
Mantener la distinción entre (i) y (ii), no sólo impide la
inferencia de una a otra, sino que también deja lugar para
la posibilidad de lograr una traducción adecuada según la
metodología davidsoniana pero que, a la vez, resulte radi­
calmente errónea. Esto es, de no mediar otro argumento, no
sólo podría existir un sistema B incomprensible para A, sino
también un sistema B (que hasta podría ser "genuinamente"
incomprensible según A) que fuese equivocadamente iden­
tificado desde A. Discutir esta posibilidad conduce a plantear
eí problema general del escepticismo y la cuestión del
realismo ontológico. Temas que ahora trataré de evitar.

2. Hay otro punto, en el argumento de Davidson, digno


de observarse. Concederle que el principio de caridad, como
regla metodológica de interpretación, lleva a que en el
comienzo de la tarea de interpretar deba asignarse a los
presuntos hablantes un conjunto amplio de creencias co­
munes verdaderas, no compromete con la aceptación de que
también al término del proceso interpretativo (remoto ins­
tante) habrá de encontrarse un conjunto como ese, y, menos
aún, que habrá de persistir — en general— aquél del estadio
inicial.

3. Quisiera presentar otra objeción, que precederé dis­


tinguiendo dos preguntas:
(i) ¿Puede una comunidad ser humana, racional, relati­
vamente perdurable y pensar de una manera ininteligible
para nuestra comunidad (humana, racional, y relativamente
perdurable)?
(¡i) ¿Puede una comunidad ser humana, racional, reía-
tivamente perdurable y estar radicalmente equivocada en
sus creencias?7
(Siguiendo lo apuntado en los §§ II y III, ligo racionalidad con
coherencia o no trivialidad, e inteligibilidad con traducibilidad
de lenguajes o lógicas).
En manos de Davidson ambos problemas se funden. En
lo que él piensa es la única manera en que podemos
entender a otros (o, alternativamente, el único modo de
hacer inteligible la idea de significado) la atribución de
coherencia viene junto con la atribución de creencias verda­
deras.
Llamemos H a una comunidad (o sujeto) y consi­
deremos la atribución a H (en medida "suficiente") de:

.a. racionalidad
b. creencias verdaderas
c. nuestras creencias
d. creencias verdaderas y nuestras

Estos tipos de atribuciones generan distintas especies de


principios de caridad interpretativa; entre ellos:

(a) Si H sostiene p, entonces, prima facie, p es verdadera.


(b) Si H sostiene p, entonces, prima facie, p está justi­
ficada para H.
(Y el que p esté o no justificada para H, dependerá del
mundo en general y de H: sus conceptos, su sistema de
percepciones, reglas lógicas —inductivas y deductivas—,
creencias, intereses, etc.)
(c) Si H hace x (por ejemplo: sostener p), entonces, prima
facie, H tiene razones justificatorias de su acción.

Cuando se trata de atribuir racionalidad, Davidson acude


al principio (a). Y pretende que ese principio debe ser
respetado no sólo como herramienta obligada para la
construcción de una interpretación, sino como criterio para
evaluar la interpretación ya construida (mejor —o peor—
aún, lo emplea como principio constitutivo de la interpre­
tación). De esta manera, lo que buscó ser atribución de
lenguaje y racionalidad terminó siendo atribución de
creencias verdaderas comunes.
¿Por qué (a) y no (b), como parece más natural?. Los
motivos hay que buscarlos en el siguiente desliz: habiendo
argüido en favor del nexo entre la idea de verdad y la de
significado, más precisamente, eh favor de que la idea de
condiciones veritativas junto con ciertas restricciones em­
píricas (que en última instancia permiten racionalizar ia
conducta de los interpretados) bastan para aclarar el con­
tenido útil de la noción de significado: y habiendo advertido
luego que la atribución de significados corre pareja con la
de creencias: procedió — sin mediación suficiente— a ver
imposible una interpretación que no atribuya un conjunto
vasto de creencias verdaderas.11 El asunto no es sencillo,
pero creo que el onus probandi se inclina sobre Davidson,
y su esfuerzo aún no lo equilibra.

4. En el paso final hacia su conclusión más drástica,


Davidson apela implícitamente a alguna versión del principio
según el cual no es teóricamente aceptable un discurso
sobre entidades respecto de las cuales no se formula un
criterio de identidad admisible (cf. la cita aMin dei § III). La
admisibilidad, aquí, es un problema. Al parecer no basta con
decir que un sistema conceptual no es una tormenta o un
ciclo de Krebs, y que difiere de un bisonte y de una rosa.
Tampoco proponer criterios positivos, por ejemplo en tér­
minos de referencia y verdad como los que él mismo
considera, conforma a Davidson. Exige, por lo visto, que el
criterio faculte a una persona para encontrar efectivamente
(si las hubiere) dos de esas entidades, dos sistemas con­
ceptuales.
Esta versión fuertemente epistémica del principio, me
parece muy discutible per se. Pero aqui señalaré la
desmesura del ucase sólo en tanto parece volverlo en contra
de su propio dictador. En efecto, Davidson concluye la
ininteligibilidad de la idea de sistema conceptual basándose
en su conclusión anterior sobre la imposibilidad de distinguir
un sistema conceptual de otro. Su argumento depende de
lo que él considera es nuestro único método posible para
interpretar (o, si se prefiere, de la única noción de significado
que considera úiil). De la naturaleza de tal método surgiría
que no podemos dar sentido a la idea de diferentes sistemas
conceptuales. Se trata pues, de una imposibilidad para
nosotros, Pero esa probable imposibilidad de reconoci­
miento, ¿basta para impedirnos considerar o inteligir ja
posibilidad de varios o de al menos uno?, ¿la posibilidad de
que eso sea comprensible para alguien? Davidson responde
afirmativamente. Entonces Sa única inteligibilidad en que
podemos pensar es esta inteligibilidad-para-nosotros. Ahora
bien, si no poder inteligir otro sistema conceptual bastó para
no poder entender la ¡dea misma de un sistema asi,
entonces, seguramente, no poder inteligir otro sistema de
intelección habrá de privarnos de la idea misma de inter-
prefación (y hará teóricamente sospechosas nociones tan
próximas como las de traducibilidad y lenguaje). Una situa­
ción de esta índole torna por lo menos confusa la tarea
propiamente davidsoniana de aclarar teóricamente el con­
cepto de comprensión lingüística desde un punto de vista
radical (la idea misma de interpretación radical).

5. En suma, en este parágrafo se han hecho observa­


ciones contrarias a: (1) que la principal conclusión de
Davidson se siga de sus premisas (punto 1); (2) la
plausibilídad de su versión del principio de caridad
interpretativa (punto 3); (3) la manera como usa esa misma
versión (punto 2); (4) sus exigencias de cierta clase de
principios de identidad para legitimar predicados teóricos
(punto 4).

6. Una observación final. La relación de traducibilidad


completa no es simétrica. Por ejemplo, consideremos un
lenguaje L, con el que se pueda traducir otro lenguaje L2;
pero supongamos también que L2 es tan pobre que no puede
traducir una porción básica para la identidad de L t (por
ejemplo, su estructura ouantificacional). Supongamos ahora,
para extremar el caso, que desde L, se puede concluir que
L3 no permite esa traducción. En ese caso los hablantes de
L, reconocen que hay personas que son hablantes de un
lenguaje (y con eso, partícipes de un esquema conceptual)
que no pueden reconocerlos a ellos como poseedores de un
lenguaje esencialmente distinto (y con eso, poseedores de
un esquema conceptual radicalmente distinto) aún cuando
es obvio — al menos para ellos— que tal cosa existe.
Aparentemente esto sugiere que no es inconcebible la
situación que Davidson no puede concebir.

A esta altura de nuestra ignorancia, el más adecuado criterio


de identidad para lenguajes humanos es la fluidez del
diálogo, característica de imprecisión notoria y oportuna.
Esta condición, sin duda involucra alguna lógica, aunque no
necesariamente bien definida, pero señala, además, una
dimensión témpora! ineludible Con este marco es
imaginable una secuencia de fluideces entre términos adya­
centes, cuyos extremos no se integren fluidamente. Es
lfnag¡nab!e entonces, un cambio paulatino de estructura
lógica (de teoría o, en general, de lenguaje) que lleve a la
ininteligibilidad entre estadios posibles de lenguajes reales.
Creo que esta posibilidad de variación —dependiente de
cambios psíquicos y/o cambios en los problemas que
plantea el mundo, e! entorno físico y social) es constitutiva
de la propiedad de ser una comunidad de personas; de la
¡dea de individuo racional (humano). Y aquí conviene distin­
guir entre, en primer lugar, el que un sistemá conceptual (un
lenguaje) sea incomprensible desde algún otro, y, en se­
gundo lugar, el que a una persona partícipe de uno de ellos
le sea imposible (en principio) comprender a otra que
participa de otro. Sostener lo segundo es defender un
ambicioso relativismo (inconmensurabilidad y absoluto).
Pero uno que cabe rechazar, por ejemplo, en nombre de una
noción de comunidad de personas como la aludida antes,
sin excluir la posibilidad de ¡nconmensurabilista ente siste­
mas conceptuales aislados (admitiendo, digamos, un
relativismo conceptual ¡nconmensurabilista pero relalivo).
Brevemente: es posible que existan lenguajes intra­
ducibies, pero no es posible que la comunidad que posee
uno de ellos no pueda (a través de cambios practicables en
su propio lenguaje) llegar a adquirir los otros (aún sin
perder" el que le lúe propio y único). Tal cosa no es posible,
sí es que va a considerarse que se está hablando de
comunidades humanas.9 Incidentalmente, esta imagen su­
giere que es erróneo pensar que el único modo de com­
prender un lenguaje (en situación radical) -es ei método
davidsoniano de interpretación.
Pero además está el mundo. Y eso deja espacio — me
interesa señalar— para el realismo. La comprensión es
fluidez dialógica, respecto de seres humanos; y es verdad,
respecto del mundo en general. Algunos lenguajes, algunas
estructuras lógicas, son mejores que otras a la hora de
comprender el mundo (como quiere el realismo). La lógica,
obviamenle, subdetermina la teoría, pero la restringe. Será
posible entonces que algunas “lógicas" (lenguajes) permitan
error masivo; esto es, que resulten compatibles humanidad,
racionalidad y teoría radicalmente equivocada.
La atribución de racionalidad es, básicamente, atribución
de alguna lógica, algún sistema que otorgue cierto grado de
consistencia, que impida la trivialización del intercambio
lingüístico (que evite que todo valga en todo momento). N0
es condicion necesaria la atribución de verdad masiva. Dado
un lenguaje L, aunque el único modo de interpretar, con él,
otro lenguaje L', fuese comenzar atribuyendo a sus
hablantes, creencias masivamente verdaderas, no se sigue
que al terminar la interpretación sólo sea posible continuar
atribuyendo esa masividad de acierto, ni se infiere que dado
cualquier lenguaje posible para ese intérprete, siga, en ese
lenguaje, conservándose la verdad de esas creencias atri­
buidas.
Supónganse dos lenguajes, L1 y L2. intraducibies. Quien
comparta la teoría de la interpretación radical dirá que para
entender L2 con L1, debo creer ciertas oraciones de L2 para
las cuales en general no tengo —porque ex hipótesi, no
hay— ninguna oración verdadera de L1 con la cual formar
un par interpretativo. La situación es más difícil de imaginar
cuando uno cree que el mundo es uno y es independiente
de lenguaje y teoría, pero ni aún defendiendo este realismo
(que Davidson no admitiría) la situación se hace imposible.
Además, la fluidez dialógica, como criterio de mismidad
y comprensión de un lenguaje, hace posible tener ambos
lenguajes. L1 y L2, sin tener un L3 desde el cual entenderlos:
pueden adquirirse por modificación pausada de L1. Por lo
demás, aunque se los hubiese alcanzado mediante inter­
pretación de ambos sobre un L3 distinto, aún sería posible
que. para un número vasto de oraciones verdaderas El de
L1, la ju o n E3 de L3 apareada con ella no pudiese
aparearle interpretativamente con ninguna de las E2 que
forman el conjunto básico de verdades de L2 apareadas con
verdades de L3. La traducibilidad no es transitiva.
Quizás se objete, oponiéndose a la no transitividad de la
traducción, ¿cómo sabría el hablante de L1 que el hablante
de, digamos L92 está traduciendo c *rto lenguaje L99? La
respuesta es que no lo sabe: no puede saberlo si no cambia
su lenguaje. Pero puede cambiar su lenguaje en dirección
a L92 y L99. De otro modo: aquél hablante sabe que prima
facie podría hacerlo; además, ¿cómo podría probar que no
podría hacer ese viaje semántico, sin suponer que L99 es
un lenguaje?. Desde L1 no sabe que L99 es un lenguaje,
pero no puede saber que no es posible que lo sea; no puede
saber que no existe tal L99.
■Me dirijo, se advierte, a los relativistas (en particular los extremos)
que buscan convencer a otros. No deseo oponerme a la h¿iu.ca
mtuició.'t que los guía, sino referirme al éxito de sus esfuer:os de
persuasión.
i La diferencia emre 'hay y 'puede haber es esencial para el éxito
de audiencia La versión moda! resulta popular cuando viene
acompañada de criterios que permitan exhibir algún par de comu­
nidades reales que la ejemplifiquen Pero esto (la tesis existencial)
es mucho más difícil de sostener que la tesis conceptual (modal).
Por lo demás, seria desproporcionado ( y probablemente estéril)
hacer depender la legitimidad de, por ejemplo, la "sana convivencia',
la autonomía de los pueblos, la tolerancia, la "diferencia”, !os modos
democráticos, etc . de la aceptabilidad de alguna tesis relativista
extrema
•• La tolerancia no es pi^vativa del relativismo, ni triviinza la
comunicación Pero la to'erancia y el relativismo extremo conducen
al sdencio (intercultural) sobrt¡ lo que más importa.
‘ 'Qbservacionales' no supone ninguna dicotomía precisa en la clase
de las oraciones Só!o remite al tipo de oraciones que resulte más
sencillo "traducir' y sugiere que seguramente está vinculado con los
aspectos del mundo circundante más notorios en relación con
aparatos cognitivos semejantes. Esta semejanza cognittva ha de
presuponerse o hipoietizarse para que surja, interese o tenga
siquiera sentido, el problema de la comparación d'-í racionalidades
o conductas o modos de pensamiento.
’ Davidson, D, “On the Very Idea of a Conceptual Scheme", en su
Inquines into Truth and Interpretaron, Oxford, 1984, pág 198
4 C!. su “A Coherence i neory of Truth and Knowledge", en Dieter
(como Kant oder Hegel?, 1983).
7 Para la discusión basta con entender ‘equivocada' como 'equi­
vocada desde nuestro punto de vista'. La intervención salvíhca del
intérprete omnisciente le permite a Davidson, en un paso ulterior,
desprenderse de esta relativización. (Una persona parecida ayudó
a Berkeley en trance más grave. El obispo perdía el mundo;
Davidson el conocimiento).
5 Me doy cuenta de que este párrafo no pa?,.i dp ser una indicación
somera del rumbo por donde buscar la deb » ¡ de las razones de
Davidson.
5 Resulta más remoto tratándose de enjambaos de mosquitos o
bosques de abedules. Cf. nota 4.
TEO RIA DEL CAMBIO RACIONAL DE
CRE E NCIAS : UN MODELO COGNITIVO

GLADYS P A LA lf

En 1988 Peter Gárdenfors escribe Knwoledge in Flux,


Modeling the Dinamics of Epistemics States. En él se
propone brindar una teoría del cambio racional de creencias
como parte de una investigación general sobre la
racionalidad. Esta teoría sintetiza los resultados alcanzados
por Carlos Aichourrón, David Mackinson y el mismo
Gárdenfors, de ahí que se la nombre usualmente por la sigla
AGM.' Su teoría no es realista sino más bien una teoría
conceptualista o cognitiva; el mundo externo juega un papel
marginal en la determinación de la racionalidad de los
cambios en los sistemas de creencias y por lo tanto la noción
de verdad no es utilizada en la formulación de los postulados
de la teoría, sino que ella es reemplazada por un criterio de
aceptabilidad.
Los dos conceptos centrales de la teoría son los llamados
estados epistémicos y los cambios característicos de tales
estados. En el libro se dan también modelos de estados
epistémicos y modelos constructivos para la dinámica de
tales cambios.2 Es nuestro propósito en este trabajo pre­
sentar un modelo basado en la teoría psicogenética del
conocimiento, es decir, de la llamada teoría de la
equilibrador!.3 Creemos contribuir de esta forma no sólo a
mostrar la articulación entre ambas teorías sino también a
hacer más evidentes los aspectos que en la teoría
psicogenética del conocimiento apuntan a describir la
racionalidad de los procesos cognitivos.4
Según Gárdenfors, toda teoría epistemológica, y en par­
ticular la Teoría de los Cambios Racionales de Creencias
está constituida por los siguientes factores epistémicos:

* Universidad de Buenos Aires.


1) la clase de modelos de los estados epistémicos o estados
¿e creencias, los cuales deben interpretarse como el con­
junto de conocimientos y creencias de una persona deter­
minada en un cierto tiempo. Estos estados de creencias no
son para G árdenfors e n tid a de s p sico lóg ica s sino
idealizaciones racionales de estados psicológicos, cuya
racionalidad será juzgada según el criterio de racionalidad
que se dará luego en la metateoría. En este sentido, un
estado de un programa de computación puede verse como
un estado episíémico. Estos estados de creencias en tanto
idealizaciones, son tomados como estados de equilibrio en
el siguiente sentido: si el estado de creencias no resulta
consistente o coherente a causa de un determinado input,
entonces el sujeto habrá de cambiar su sistema de creencias
a fin de lograr el equilibrio y satisfacer de esta forma el criterio
de racionalidad de la teoría. Pero, los procesos que llevan
a un estado epístémico de un equilibrio a otro deben dis­
tinguirse de los inputs externos que provocan el cambio de
un estado epistémico en equilibrio a otro también en
equilibrio. Afirma Gárdenfors: De esta forma el criterio de
racionalidad sirve como un ideal regulativo. Admite sin
embargo que difícilmente los estados psicológicos reales
estén en este estado ideal, sino que más bien continuamente
se hallan perturbados por nuevos inputs que provienen del
mundo externo.

2) El segundo factor está dado por la clasificación de las


llamadas actitudes epistémicas, es decir de las posibles
reacciones que un sujeto puede responder ante un nuevo
hecho. En efecto, en un modelo en el cual el conjunto de
los estados epistémicos sea un conjuntos de creencias o
proposiciones, en presencia de un nuevo hecho — expre­
sado por la proposición A— el sujeto puede o bien aceptar
A, o bien rechazarla, y en ese caso aceptar ¡a negación de
A, o bien permanecer indiferente (en el sentido de mantener
A como indeterminada). La clase de actitudes epistémicas
dependerá del modelo que se elija, pero en general, las
actitudes epistémicas pueden ser ¿escripias en término de
valuaciones dentro del modelo.

3) Los hechos del mundo externo a los que se enfrenta


un sujeto son considerados los inputs epistémicos que
originan los cambios en los estados de creencias y pueden
interpretase por medios lingüísticos o no. Estos inputs son
los que llevan al viejo estado de creencias en equilibrio a otro
nuevo también en equ>librio. Para la teoría no importa cuál
es ei input, sinojos electos que éste produce dentro de un
estado epistémicos y también dependerá de! modelo elegido
cuáles habrán de ser los inputs relevantes. De esta forma,
los inputs podrán ser clasificados según el tipo de actitud
epistémica que produzcan.

4) El cuarto factor lo constituyen los cambios epistémicos.


De lo expuesto anteriormente se desprende que la clasifi­
cación éstos dependerá del tipo de input episté^ico que lo
ocasione. La relación general entre inputs epistémicos y
cambios en los estados de creencias puede representarse
por una función que para cada estado de creencia y un input
epistémico dado, determine cuál es el estado epistémico
siguiente. Una tal función recibe el nombre de epistemic
commitment function (función de transformación epistémica).
Si K fuera el conjunto de estados epistémicos interpre­
tados como conjunto de creencias de un sujeto, para toda
creencia A, A puede ser consistente con K o bien puede
contradecir a K. Si la adición de A a K no produce ningún
conflicto o contradicción en K, entonces A puede ser
agregada sin conflicto por el sujeto a su conjunto de
creencias K. Este tipo de cambio es llamado expansión de
K por A. Si por el contrario A contradice las creencias del
sujeto, es decir, el agregado de A produce una contradicción
en K, entonces la función transformación selecciona un
nuevo estaco de creencias, llamado revisión de K por A. Por
último, cuando el cambio del estado de creencias K de un
sujeto es producido porque una determinada proposición A
es derogada, en el sentido de que es eliminada del conjunto
de creencias, sin que ninguna otra sea puesta en su lugar,
tal cambio se llama contracción de K respecto de A. Todo
sistema que tiene estos cuatro componentes constituye un
sistema de creencias, el cual tiene por lo tanto una estructura
cognitiva o conceptual cuya base material es irrelevante y
el único factor externo que presupone es la clase de los
inputs epistémicos y no lo que realmente ellos son.
Los estados epistém ico s com o conjuntos
de creencias (M1).

Dentro de la clase de los modelos que pueden darse para


los estados epistémicos de un individuo, el elegido por
Gárdenfors como el más simple es el representarlos como
un conjunto de creencias K. (M1) tal que todas ias creencias
que el individuo acepta como ciertas o cree en ellas, per­
tenecen a K. Este es un modelo lingüístico y el lenguaje L
que lo expresa contiene al menos Ibs conectivos
preposicionales clásicos. Las actitudes epistémicas corres­
pondientes serán A es aceptada, A es rechazada y A es
indeterminada (ni aceptada ni rechazada).
Sólo los conjuntos de creencias que pueden ser soste­
nidos racionalmente por un individuo, son considerados
conjuntos de creencias y están determinados por los si­
guientes dos criterios de racionalidad:

(2.1) El conjunto de las creencias aceptadas debe ser


consistente.
(2.2) Las consecuencias lógicas de las sentencias
aceptadas serán también aceptadas.”
Obviamente, la lógica subyacente a estos criterios de
racionalidad está dada por una noción de consecuencia
lógica que incluye a la clásica (denotada por el signo I—),5
la cual permite definir rigurosamente la noción de conjunto
de creencias (belief set), a saber:

Del (BS): Un conjunto K de proposiciones es un (no absurdo)


conjunto de creencias si
( i) l no e: una consecuencia lógica de K (donde
1 denota la falsedad) y
(ii) s; A I— B, entonces BeK.

lo cual hace de todo conjunto de creencias una teoría desde


el punto de vista lógico. La condición que para Gárdenfors
expresa el equilibrio de los conjuntos de creencias, es:
(Cn) K = Cn(K)
* Con el objeto de simplificarla consulta del libro seguiremos usando
los rótulos que Gárdenfors hace corresponder a los principios,
postulados y resultados de su teoria.
donde Cn(K) se denomina conjunto consecuencia de K.
Un resultado particular de la teoría es que el conjunto de
todas las sentencias universalmente válidas está incluido en
todo conjunto de creencias, se lo denota Cn(o) y es el más
pequeño de todos los conjuntos de creencias.
Asimismo no es necesario que un conjunto de creencias
sea maximal o completo en el sentido de que para toda
sentencia A, A z K, o ->A e K, ya que lo normal es que los
conjuntos de creencias aceptados por un individuo no lo
sean.
En AGM se dan los postulados de racionalidad que
representan los aspectos dinámicos de los estados di>
creencias y que definen los tres cambios epistémicos se­
ñalados anteriormente.6 Aquí sólo enfatizaremos las ca­
racterísticas esenciales de estos cambios.
1) que la expansión es la forma más simple de cambio
epistémico ya que consiste en agregar a un conjunto de
creencias una nueva sentencia A. Siendo K el conjunto de
creencias de partida, llamaremos a este tipo de cambio,
expansión de K por A y lo denotaremos K*.
2) que la revisión era un cambio producido en un conjunto
de creencias K cuando un nuevo input contradice las
creencias de K y el sujeto se siente obligado a revisar sus
creencias con el fin de solucionar el conflicto y mantener la
consistencia. A diferencia de la expansión que es un cambio
monotónico, la revisión es un cambio nomonotónico, ya que
se agrega una nueva creencia pero no se mantiene el
conjunto de todas las anteriores.7 En efecto, si al revisar K
para acomodar la nueva información causante del conflicto,
necesariamente habrá que eliminar las creencias de K que
la contradigan respetando el criterio de economía, es decir
realizando el mínimo cambio en K. Aquí aparece el problema
principal de la revisión: dado un conjunto de creencias K,
cómo determinar qué creencias hay que eliminar y cuáles
hay que dejar en K. Para tal selección no hay una única
solución y los postulados de revisión se basan sólo en
consideraciones lógicas. Sin embargo los postulados dados
más los factores no lógicos relevantes al modelo elegido
determinarán exactamente el contenido de la revisión. Se
presupone además que para cada conjunto de creencias K
y sentencia A, hay una única revisión que representa el
cambio mínimo. En otras palabras: hay una función revisión,
denotada por *, de K x L en K que transforma el conjunto
de creencias K y la sentencia A en un nuevo conjunto de
creencias denotado por K*.

3} que similarmente a la revisión, la contracción plantea


el problema del cambio mínimo a realizar en la estructura
interna de un conjunto de creencias cuando a ésta se le
extrae una determinada información. De ahí que se con­
venga en manlener el siguiente principio, llamado Principio
de la conservación, debido a Hermán:8

(Cons) Cuando se produce un cambio de creencias en


respuesta a una nueva evidencia, se debe continuar cre­
yendo en la mayor cantidad de creencias anteriores que sea
posible.

Los postulados que en AGM están destinados a preservar


este principio, de alguna forma simplifican los cambios de
creencias y por ¡o tanto la noción de minimalidad del cambio
depende del modelo que se elija para los estados de
creencias, lo cual en muchos casos exigirían seguramente
una reformulación más cautelosa a fin de representar más
rigurosamente las especificidades del modelo.
Las revisiones y contradicciones en los conjuntos' de
creencias son obviamente los cambios más ricos, ya que
ellos representan los cambios que posibilitan la transfor­
mación de los conjuntos de creencias en otros nuevos.
Desde el punto de vista de la teoría ellos pueden
interdefinirse, en otras palabras, la revisión puede descri­
birse en términos de contracción y viceversa. A nuestros
propósitos nos interesa la definición de la revisión en tér­
minos de la contracción, debida a Levi:9

(Def*) K‘ = (K~ a)*a (identidad de Levi)

el cual intuitivamente nos dice que revisar un conjunto de


creencias respecto de A, consiste primero en contraerlo con
—iA y al resultado expandirlo con A.
Al tomar la función contracción como primitiva, se plantea
de inmediato la cuestión de cómo construir tal función de
contracción, ya que la función de transformación de todo
sistema de creencias, dependerá completamente de ésta.
Gárdenfors presenta dos alternativas: la primera está basa­
da en la construcción de la función a partir de subconjunto$
máximos de K que no contengan a K y que conduce al
establecimiento de determinados teoremas de representa­
ción para la función contracción. La segunda allernativa se
basa en la idea de que cuando un agente acepta una nueva
proposición en su estado de creencias depende de la im­
portancia epistémica que el agente le otorgue a la misma,
o sea que las creencias tienen un orden de importancia
epistémica que hará que sean eliminadas aquellas que para
el agente tengan el menor grado de importancia epistémica.
Por razones propias al modelo que intentaremos construir
elegiremos esta segunda alternativa.
El concepto de importancia epistémica se aplica a sen­
tencias particulares y depende del grado epistémico de la
sentencia la suerte de la misma cuando el estado epistémico
a la que pertenece es contraído o revisado y presupone las
siguientes ideas:

(¡) que es posible determinar el grado de importancia


epistémica de una sentencia en un conjunto de creencias
independientemente de lo que sucede en K en el caso de
que sea contraído o revisado y
(¡í) cuando K es* contraído (o revisado), las sentencias que
deben eliminarle sen las de menor importancia epistémica.

Sin embargo el criterio de importancia epistémica de­


pende del modelo elegido para los estados epistémicos pero
es posible formalizarlo asi:

(C<) B < A sii B -. e K- asfj

(donde B < A se lee "A es al menos tan importante


epistémicamente como B" y que intuitivamente nos dice que
K~a?.b es el conjunto de creencias más similar a K en el que
no se acepta A&B, lo cual indica que al menos una de ellas
no es aceptada y si la que se elimina es B, entonces A es
al menos tan importante epistémicamente como B).
De todas formas es posible establecer algunas pautas
generales para tal ordenación epistémica, representadas en
los llamados postulados de importancia epistémica, no
dados aquí. De todas formas, la idea que guía la cons­
trucción de la función contracción a partir de la importancia
epistémica de una sentencia radica en que una sentencia
será más difícil de eliminar cuanto mayor sea su importancia
epistémica.

2. El m odelo cognitivo (M2)

En 1975 se publica el libro L'équiiibration de structures


cognitives, Probléme contra! du développment,ú en el que
Piaget intenta dar cuenta de k s mecanismos reguladores de
las estructuras oe conocimiento que le perm'iten describir los
procesos dinámicos del conocimiento a partir oe su génesis
en el conocimiento del niño hasta el conocimiento producido
por los científicos. Su teoría del conocimiento es conoced
con el nombre de Teoría de la equilibración (TE) y a -5 ella
haremos una brevísima reseña.
Es sabido que para la escuela psicogenética, el cono­
cimiento es el resultado de un proceso constructivo entre el
sujeto y el objeto de conocimiento. Así, el sujeto dispone de
esquemas o estructuras de asimilación de los objetos que
a su vez están inducidos por el objeto. Más simplemente, el
conocimiento es un producto activo, es decir, una interacción
entre los aportes externos (los objetos) y los aspectos
internos (estructuras del sujeto). El conocimiento es asi
concebido como un proceso que vade estructuras cognitivas
más simples a más complejas y que se caracteriza por nc
ser lineal, es decir por no ser simplemente acumulativo. Este
proceso presenta momentos críticos o conflictivos que dan
lugar a reorganizaciones que posibilitan el surgimiento de
nuevas estructuras cognitivas de mayor grado de comple­
jidad interna. Es precisamente la teoría de la equ¡libración
de los procesos cognitivos la que intenta dar cuenta de estos
cambios.
Es sabido también que lo que el sujeto constituye en
interacción con el medio y que "pone" en el proceso de
conocimiento son estructuras de conjunto, descriptas por
Piaget en términos de modelos lógicos específicos a tal fin.
Cuando las estructuras propias del sujeto son capaces de
asimilar su objeto de conocimiento acomodándose a él, se
dice que está en un estado de equilibrio. Sin embargo es
característico del proceso del conocimiento que frente a
determinados objetos o situaciones conflictivas, éstos pre-
senien obstáculos para su asimilación, y se constituyan así
en perturbaciones para el conocimiento. Estas perturba­
ciones se manifiestan en la toma de conciencia de las
contr^ei'cciones que dichos obstáculos ocasionan dentro de
las estructuras y a partir de ellas se ponen en marcha
mecanismos regula lores de compensación que intentarán
acomodar la estructura para lograr un nuevo equilibrio o que
darán lugar a la constitución de una nueva estructura que
tendrá un nivel de equilibrio mayor o maximización del
equilibrio (equilibraron mayorante): en el sentido de que
contendrá a las anteriores pero superándolas.
No interesan a nuestro propósito las operaciones psi­
cológicas específicas que, como las form gs de la
reversibilidad son !as responsables directas de los cambios
en el proceso cognoscitivo, sino que solamente nos ocu­
paremos de aquellos aspectos imprescindibles para mostrar
que nuestra interpretación es un modelo para jos estados
epistémicos, a saber: 1) la interpretación dada a las nociones
de estado epistémico, actitud epistémica e input, 2) la
satisfactibüidad del criterio de racionalidad y 3) la interpre­
tación para los cambios de los conjuntos de creencias y sus
funciones de transformación específicas.

1) En las obras de Piaget, los esquemas cognitivos


constituidos por el sujeto en su accionar con el mundo y
supuestos en la teoría de la equilibración eran concebidos
sólo como formas de organización del conocimiento y en
tanto tales, como estructuras o sistemas de conjunto,
descriptas en términos lógico matemáticos en sus conocidos
modelos lógicos. Esta concepción meramente estructural de
los sistemas cognitivos, sólo daba cuenta de los aspectos
estáticos y no de su génesis ni de los cambios en el procesó
de conocimiento. En la actualidad las investigaciones han
tomado un rumbo que tienden a debilitar los aspectos
estructurales de la teoría. En efecto, algunas investigacio­
nes, sin negar estos aspectos, han tratado de completarla
considerando que un sujeto (aunque sea este un niño),
cuando trata de resolver un problema, no sólo pone en juego
los aspectos estructurales de los sistemas cognitivos, sino
que apela también a las informaciones y procedimientos
específicos al objeto de conocimiento o al problema en
cuestión. En otras palabras, se postula ahora que tales
estructuras de conjunto se complementan con elementos
comprensivos (informativos) y en este seníido son más bien
esquemas interpretativos de la realidad que esquemas
meramente estructurantes de ella." Nosotros hemos deci­
dido llamar sistemas cognitivos a las estructuras de conjunto
que, referidas a la adquisición de un conocimiento específico
o a la resolución de un problema particular por parte de un
sujeto individual y en un determinado tiempo, conforman,
junto con los contenidos comprensivos (informativos), el
conjunto de herramientas que el sujeto dispone para in­
terpretar o resolver el objeto de conocimiento en cuestión.
Puesto que en la teoría psicogenética el conocimiento es
concebido como una “acción" del sujeto sobre el mundo,
estos sistemas cognitivos están sujetos a transformaciones
internas según sean los objetos a conocer y, como ya se dijo,
se desarrollarán siempre en un sentido superador hacia
estados de mayor equilibrio. Estos sistemas cognitivos no
son esquemas necesariamente simples, sino que general­
mente están constituidos por subsistemas Esta es la primera
aclaración que hay que hacer respecto del modelo a
construir: mientras que en M1, la interpretación para los
estados epistémicos es en términos de conjuntos de
creencias y los elementos de éstos son sentencias, en M2,
los elementos de los sistemas cognitivos son también sis­
temas o si se quiere subsistemas y por lo tanto uri sistema
cognitivo puede ser considerado un conjunto de conjuntos
y sólo las estructuras globales o sistemas generales podrían
ser considerados como el sistema que contiene a todos los
sistemas cognitivos característicos de un determinado pe­
ríodo de desarrollo. Pero, como las sentencias pueden ser
representadas’2como conjuntos unitarios y además en AGM
no interesan los elementos que constituyen los estados
epistémicos ni So que sucede dentro de un- conjunto de
creencias cuando este es expandido o revisado, entonces
no hay diferencias esenciales entre ambas interpretaciones.
Hechas estas primeras aclaraciones, pasaremos ahora a
desarrollar las etapas anteriormente especificadas.

1) En M2, los estados epistémicos de AGM son inter­


pretados como sistemas cognitivos tal como'lo acabamos de
decir y por lo tanto es un modelo no lingüístico.
Análogamente a AGM, estos sistemas están en equilibrio, en
ol sentido de que son capaces de asimilar nuevos conoci­
mientos o realizar las transformaciones necesarias si el
nuevo objeto iuera coniradicforio con conocimientos anterio­
res y obtener de esa forma un nuevo sistema en equilibrio.
Las actitudes epistémicas contempladas en AGM re­
quieren solo algunas especificaciones propias respecto de
TE. Si el sujeto se encuentra frente a un objeto de conoci­
miento que no entra en conflicto con el sistema cognitivo que
dispone para incorporar o asimilar el objeto, su actitud será
simplemente la de incorporarlo a su sistema, es decir
aceptándolo y de esa forma, enriqueciendo o expandiendo
al mismo. Si por el contrario, la nueva situación es conflictiva,
o ü en porque su sistema cognitivo es insuficiente
esi'ucturalmente o bien porque dispone de un conocimiento
)u>j el considera contradictorio con ios anteriores, su primera
írtitud será rechazar el nuevo objeto, o bien, no "tomarlo en
-enta", perm aneciendo indiferente al mismo. Son
numerosísimas las experiencias de la escuela psicogenética
que iluslran estos tipos de reacciones, fundamentalmente en
las llevadas a cabo con niños que son enfrentados a pro­
blemas cuyas resoluciones les provocan dificultades. No
vemos inconveniente alguno en considerar en TE las acti­
tudes epistémicas como valuaciones, es decir como fun­
ciones que, para cada objeto de conocimiento y determinado
sistema cognitivo le hace corresponder los valores “acep­
tado", "rechazado" o "indeterminado.
Los llamados inputs epistémicos en AGM no so otra cosa
en TE que aquellos objetos y hechos del mundo externo que
se constituyen en objetos de conocimiento por parte del
sujeto que los conoce. De la misma manera que en AGM,
estos objetos de conocimiento afeclan al tipo de cambio que
se opera en el sistema cognitivo y según el estadio de
conocimiento en el que se encuentre e! sujeto, podrán ser
lingüísticos o no. En el periodo formal del desarrollo del
conocimiento, los sistemas cognitivos pueden entenderse
como conjuntos de sentencias estructurados por una lógica
que al menos contiene la lógica proposicional clásica, tal
como los conjuntos K de creencias de AG.

2) Analicemos ahora ia adecuación de ios criterios de


racionalidad de AGM respecto del posible criterio subya­
cente TE. En cuanto ai primero (2.1) sostenemos que esta
exigencia es adecuada a la teoría psicogenética del cono­
cimiento. Los numerosos trabajos y experiencias escritos por
Piaget y otros miembros acerca del papel que juega en el
conocimiento la negación y por ende la contradicción, mués-
tran que el principal componente del equilibrio de los es­
quemas cognitivos es la consistencia de los mismos.
Respecto del (2.2.), o sea el referido a la noción de conse­
cuencia lógica, creo que deben hacerse algunas especifica­
ciones. La lógica clásica y en particular la lógica
proposicional juega un rol determinante en toda la obra de
Piaget, al extremo que la estructura lógica del esquema
cognitivo del periodo formal que contiene al álgebra de Boole
o reticulado proposicional (Piaget, 1949). En este sentido, no
cabe duda que la noción de consecuencia lógica caracte­
rística de este período contiene al menos la noción de
consecuencia propia de la lógica proposicional clásica. Pero
respecto del período operatorio, el modelo lógico que lo
describe (el agrupamiento) es más débil en su poder
deductivo que la lógica proposicional. Por lo tanto creemos
que la noción de consecuencia de este período es más
restringida aunque genéticamente sea la posibilitante de la
segunda, y debería definirse a partir de las inferencias que
la estructura de agrupamiento permite. Lo mismo podría
afirmarse respecto de la lógica del periodo preoperatorio, el
cual, pese a ser la génesis de la estructura de agrupamiento,
es todavía más débil que éste, ya que tiene como meca­
nismo ¡nferencial fundamenta! lo que Piaget llama funciones
constituyentes. Teniendo en cuenta estas restricciones el
criterio (2.2.) puede aplicarse sin inconveniente, ya que es
coherente con la teoría de Piaget que el sujeto acepte las
consecuencias lógicas que su esquema cognitivo permite a
partir de la incorporación de un nuevo objeto de conoci­
miento. De esta forma los criterios de racionalidad (2.1) y
(2.2) dados como condiciones mínimas para la racionalidad
de los estados epistémicos en AGM pueden tomarse como
criterios de racionalidad para los sistemas cognitivos de TE,
siempre y cuando se haga la salvedad de que los distintos
periodos del desarrollo cognitivo están caracterizados por
nociones distintas de consecuencia lógica que definen por
lo tanto lógicas también distintas. Por lo tanto, en TE los
criterios de racionalidad se podrían reformular de la siguiente
manera:

(SC) Para todo sistema cognitivo SC, SC es racional sii


( i) l no es una consecuencia lógica en SC y
(ii)—
s i SC !—(B , entonces B e SC
donde I—i es una de las nociones de consecuencia contem­
pladas en TE y B es un objeto de conocimiento no nece­
sariamente expresado lingüísticamente.

A fin de satisfacer la condición de equilibrio de AGM (Cn)


se requiere solamente especificar que el conjunto de con­
secuencias que se operan en el sistema cognitivo de un
sujeto a partir de un determinado cambio en sus sistemas
cognitivos, es distinto en cada período del desarrollo’
cognitivo. Sin embargo, como las condiciones (i) y (ii) valen
para cualquiera de ellos, la condición de equilibrio se puede
reformular así:

(Cn)TE Para todos SC, SC = Cn. (SC)

donde Cn¡ es un tipo de consecuencia contemplada en TE.


Análogamente a AGM, cada estructura de conjunto de TE,
en tanto conjunto de sistemas cognitivos contiene todas las
consecuencias que su noción específica le permite; en
particular la estructura del período formal, por constituir un
álgebra de Boole, contiene todas las tautologías de la lógica
proposicional clásica. Esto es así, porque en TE los llamados
modelos lógicos son modelo en el sentido de idealización e
indican lo que los sujetos serían capaces de deducir en los
estados más desarrollados, como es el caso del pensa­
miento científico. Pero en la práctica social, los sistemas
cognitivos, aunque tien°n la posibilidad de ser completos
respecto de la noción de deducción, no lo son en sus
aspectos comprensivos e informativos, coincidiendo en esto
también con AGM.
En síntesis, tanto los criterios de racionalidad como la
condición de equilibrio, abarca los tres estadios del desa­
rrollo cognitivo de la inteligencia y por lo tanto la racionalidad
y su acrecentamiento son las características fundamentales
de este desarrollo, que se origina en una noción de con­
secuencia débil y llega hasta la noción de consecuencia de
la lógica proposicional característica del período formal,
describiéndose de este modo la forma en 'que un sujeto
constituye su racionalidad. Sin embargo, como esta des­
cripción ha sido criticada por considerarse que sólo abarca
la racionalidad de la constitución de los aspectos lógicos
matemáticos del pensamiento, es conveniente repensarla en
el sentido de que tales criterios son los mínimos necesarios
para caracterizar un pensamiento racional.

3 ) Pasemos ahora a analizar las formas específicas que en


TE adquirirán los cambios de creencias contemplados en
AG.
Expansión: En TE la expansión está dada, según nuestra
opinión en los procesos de asimilación y de acomodación.''
Por el primero el esquema cognitivo incorpora un nuevo
objeto de conocimiento consistente con él y por el segundo
se automodifica a fin de lograr el equilibrio respectivo.
Perfectamente puede decirse que el esquema de origen se
ha “expandido'' para incorporar en forma consistente el
nuevo objeto de conocimiento. Pero para Piaget, hay tres
formas de lograr este nuevo equilibrio, o bien por la
acomodación del sistema de partida para la asimilación del
objeto, o bien por la acomodación del primer sistema a otro
sistema cognitivo, donde el sistema resuitante es el producto
de la coordinación de ambos; o bien por la incorporación del
primer sistema a otro de nivel más general, transformando
de esta forma el primer esquema en otro de equilibrio mayor.
De todas formas, no hay inconveniente alguno en considerar
en general al proceso asimilación-acomodación como un
cambio por expansión, en otras palabras como la función
expansión que transforma e¡ sistema de partida en otro de
equilibrio igual o mayor, según sea el objeto de conocimiento
incorporado.
Revisión y contracción Ya hemos dicho que en la teoría
psicogenética el proceso de desarrollo del conocimiento no
es continuo, sino que presenta momentos .críticos. Estos
momentos son producidos por nuevos objetos de conoci­
miento o problemas que los sistemas cognitivos del sujeto

* A fin de mostrar intuitivamente la analogía entre los procesos de


asimilación y de acomodación con la idea de cambio por expansión,
incluyendo el criterio de economía informacíona!, citaremos los dos
postulados que Piaget da en su libro sobre la equilibración, a saber:
1) "Tout schéme dassimilation, tend á s'alimenter, c'est-á-dire á
s’incorporer les élements exterieus á lui et compatible avec sa
nature". 2) “Tout schéme dassimilation estobligé de s’accommoder
aux élements qu il assimile, c'est-á-dire de se modifier en fonction
de leurs particularités. mais sans perdre pour autant sa continuité
ni ses puvoirs antérieus d assimilation "
no son capaces de asimilar y producen por io tanto en el
sujeto situaciones conflictivas o perturbaciones que ponen
a los sistemas cognitivos en estado de desequilibrio. Estos
desequiliDíios constituyen el motor de los cambios cognitivos
y el origen de ellos debe buscarse en las contradicciones que
las perturbaciones han producido en ellos.’
Estas perturbaciones (o como podríamos llamarlas ob­
jetos de conocimionto o inputs conflictivos), son de dos tipos:
a) los objetos que producen en los sistemas cognitivos una
resistencia a la asimilación, en otras palabras, que no'
inducen a los sistemas a la acomodacion necesaria para ser
asimilados o bien que impiden la coordinación o integración
de dos subsistemas incorporación; y b) objetos que revelan
la insuficiencia de los sistemas cognitivos en el sentido de
que faltan en él las condiciones necesarias para incorporar
o resolver un problema, (en la terminología piagetiana, estas
clases de conflictos son llamados lagunas).
Ante una situación de conflicto como la descripta, el sujeto
pone en marcha mecanismos de regulación, que tienen por
finalidad copensar tales desequilibrios, logrando un nuevo
estado de equilibrio para sus sistemas cognitivos. es decir
para lograr nuevamente la consistencia en sus sistemas
cognitivos. A su vez, estas regulaciones, en tanto respuestas
a las situaciones conflictivas, pueden consistir en a) la
corrección del estado cognitivo previo a la perturbación y su
reemplazo per otro que lo supere (feedback negativo), o b)
reforzando o manteniendo inmodificable su sistema cognitivo
previo, permitiendo el surgimiento de lo que en la teoría se
llama error, o de hábitos erróneos en el proceso de cono­
cimiento (feedback po^lt'vo). Sin embargo, esta última al­
ternativa, tarde o temprano originará nuevas contradicciones
que necesariamente llevan al su|eto a nuevos mecanismos,
reguladores que culminarán en una corrección., permitién
dose de esta forma regulaciones reiteradas. De esta forma
toda regulación es una respuesta a una perturbación, pero

* En la obra citada Piaget afirma: “Nous n avons done pas á postuler


l'existence de protonds desequilibres par conservations mutuelles
entre éléments diíférenciés, les déséqu:!ibres de dépari sont un fait.
et, come la réchérche de la cohérence est un autre (que la logique
exprime normativement), il reste á expliquer le passage des piemiérs
á la seconde, ce qui est la tache prope d'un theorie de requilibration".
(págs. 20 1).
no toda perturbación origina un sistema cognitivo superador,
ya que puede ínsistirse en el error.
En la teo ría p sico g e n é tica . los m ecanism os
compensatorios o compensaciones reguladoras que se
ponen en marcha en la estructura interna de los sistemas
cognitivos de un sujeto poseen las siguientes características:
1j tienen un sentido inverso a las perturbaciones con el fin
de anularlas o neutralizarlas, (específicamente la ¡lamada
compensación por inversión o por reciprocidad). 2) si las
compensaciones propias a cada perturbación tienen éxito,
entonces el objeto conflictivo dejará de serlo y podrá ser
finalmente incorporado a un nuevo sistema cognitivo que
debe ser visto como la reequiiibración del sistema de partida
y 3) que las compensaciones tienden a conservar en las
transformaciones las relaciones estructurales y los conte­
nidos de los sistemas cognitivos anteriores, a! mismo tiempo
que construyen el nuevo. Obviamente, si tas compensa­
ciones han tenido éxito, el sistema cognitivo transformado
estará en co ndiciones de re p e tir el proceso de
asimilación-acomodación, que nosotros equiparamos a la
expansión.
Creemos haber mostrado claramente que es a partir de
la toma de conciencia por parte de un sujeto de las con­
tradicciones y su deseo de resolverlas que se pone en
marcha el proceso constructivo de nuevos sistemas
cognitivos, que se direccionan a un equilibrio cada vez
mayor, es decir a un conocimiento cada vez más abarcativo
y exento de contradicciones.
Consideramos que la revisión es el tipo de cambio más
adecuado para representar las regulaciones compensadoras
recientemente descriptas, por razones propias a TE. Por ese
motivo, la función contracción, será tomada como primitiva.
La identidad de Levi también refleja el mecanismo regulador
de un sistema frente a un objeto perturbador: primero corrige
los elementos que en el sistema contradicen al objeto
oerturbador y luego lo asimila compensado el equilibrio de!
sistema. Así, el cambio por revisión de AGM pone en
evidencia la primer característica de todos los mecanismos
reguladores, o sea, realizar acciones compensatorias en
sentido inverso a las perturbaciones.
C am b io m inim o e im portancia epistémica
á
En AGM tanto la revisión como la contracción planteaban
el problema que llamamos del cambio mínimo, es decir, de
cuál es el menos cambio que hay que realizar en una revisión
o en una contracción a los efectos de perder !a menos
cantidad de información. Este problema no es planteado ni
tratado en TE en forma explícita pero se infiere de ¡a
característica 3) dada para los mecanismos reguladores,
según !a cual las compensaciones tienden a conservar las
relaciones estructurales y las informaciones de los sistemas'
de partida. Obviamente de esto se infiere que los procesos
de regulación por compensación deben cambiar lo menos
posible a fin de cumplir con 3). Por ello creemos que el
cambio mínimo es un problema legítimo para la teoría.
Recordemos que la construcción de la función contracción
a partir del concepto de importancia epistémica fue la que
consideramos más adecuada a M2 y que ésta implicaba un
orden. Preguntémonos ahora ¿Hay en TE algún tipo de
orden entre los sistemas cognitivos? Tratemos ahora de
indagar acerca de la respuesta a esta pregunta. Piaget
intenta dar una clasificación de las regulaciones según su
jerarquía, en regulaciones simples, regulaciones de regula­
ciones, etc. hasta las regulaciones que permiten integrar un
sistema en uno total, que hacen pensar en la posibilidad de
establecer algún tipo de orden entre los sistemas cognitivos.
Más aún, cuando en TE se analizan las diferentes formas
de equilibrio o de los diversos tipos de regulaciones, se habla
de coordinaciones entre esquemas del mismo rango, entre
subsistemas de sistemas, o la integración de un sistema en
otro más abarcativo o en un sistema total, (o estructura de
conjunto) que refuerzan esta posibilidad. Afirma Piaget
(1975, pág. 171): Celles-ci son plus riches que les
precedentes, puisque l'abstration réfléchissante conduit á
davan'age de compositions et cette ríchesse accrue des
nouvelies régulations permet un guidage améliorant les
précédentes. II s'ensuit un hiérarchie de régulations de
ré g u la tio n s co nd u isa n t a l'a u to ré g u la tio n et á
l ’auto-organisation par extensión des cycles initiaux et
mltiplication des coordinations différenciées exigeant une
intégration de rang supérieur. Evidentemente parece
postularse un orden en los sistemas cognitivos que parte de
ios sistemas más simples para la asimilación de fines par­
ticulares para llegar a los sistemas más generales propios
de las estructuras del pensamiento lógico-matemático. Pero
asimismo, todo sistema cognitivo obtenido por los procesos
de asimilación-acomodación o compensaciones por regu­
lación, son más ricos que los anteriores en el sentido de que
posibilitan conocimientos cada vez más complejos y en ese
sentido el orden entre ellos no puede caracterizarse por una
jerarquía extensional meramente inclusiva. Hay otra razón
para considerar el concepto de 'mportanci=> epistémica,
esencial para explicar una de la tesis básicas de TE, mo
tratada hasta ahora, a saber, ia división del proceso de
desarrollo cognitivo en tres etapas caracterizadas por dis­
tintas estructuraciones cognitivas y a (as que ya hicimos
referencia anteriormente. Solamente a partir de considerar
a estas estructuras como las de ma\ or importancia cognitiva
en cada nivel de desarrollo (como el mismo Piaget las
considera) explica porqué, ante la presencia de un objeto de
conocimiento conflictivo que produce una perturbación
respecto de sus mecanismos compensadores, la estructura
de conjunto en cuestión se automodifica respecto de sus
esquemas estructurales más importantes, para dar paso a
su transformación en otra estructura de conjunto que la
integre y que caracterizará el período de equilibración
mayorante dado por el pensamiento formal, cuyo máximo
exponente es el pensamiento científico.
Pese a las dificultades sugeridas respecto de la cons­
trucción de un orden dentro de los sistemas cognitivos, algo
puede decirse respecto de ¡as condiciones (i) y (¡i) dadas
p an la noción de importancia epistémica. En efecto,
creemos que M2 cumple con (ii) en el sentido de que, cuando
en los procesos reguladores un subsistema se integra a otro
de mayor equilibrio, el rim e ro tiene menor importancia
epistémica, pero especificándose que, si dos subsistemas se
coordinan entre sí para compensar una perturbación, ambos
tienen una importancia epistémica similar. De esta forma el
criterio de importancia para TE podría reformjlarse así:

(C < ) te Un sistema cognitivo es más difícil de modificar cuanto


mayor sea su importancia cognitiva.

Sin embargo, pese a que ya hemos hablado de las


dificultades para establecer el orden que este concepto
conlleva, de las obras de Piaget se desprende que serian
las estructuraciones lógicas definitorias de cada período los
sistemas de más importancia epistémica y en particular,
coincidiendo con AGM, el conjunto de ¡as tautologías tendría
este lugar privilegiado. Respecto de (i) se presenta una
dificultad fundamental, a saber: la importancia epistémica de
un sistema cognitivo no puede determinarse independien­
temente de los procesos psicológicos internos al sistema
cuando es revisado, ya que en TE, el orden posible entre
ios sistemas o subsistemas depende precisamente de los
procesos que se ponen en marcha en los mecanismos
reguladores de los sistemas cognitivos

Reflexiones finales sobre la racionalidad


de los procesos cognitivos

A manera de conclusión respecto de la racionalidad que­


remos resaltar que en AGM y por lo Sanio en todos sus
modelos, las condiciones de racionalidad son las mínimas,
y que ellas apuntan a la consistencia o ausencia de con­
tradicciones en los estados epistémicos, cualquiera sea la
interpretación de los mismos y que éstos son cerrados
respecto de las consecuencias lógicas definidas por la
noción de consecuencia respectiva.
A excepción de los períodos pra-fcrmales del desarrollo
de TE, todos ellos conlíenen al menos la noción de conse­
cuencia de la lógica proposicional clásica. Por lo tanto, sería
lícito preguntar qué otras relaciones de consecuencia podría
admitir un estado epistémico racional además de la clásica.
Cuando Gárdenfors afirma que el cambio por revisión es
no-monolónico (característica que también se cumple en
M2), da una pista de cuáles podrían ser estas otras nociones
de consecuencia lógica. En electo, está haciendo referencia
a los sistemas construidos en Inteligencia Artificial (IA) para
dar cuenta de las formas de inferencia especificas a los
razonamientos de sentido común, no sólo presentes en la
argumentación natural, sino también en las distintas formas
de argumentación del científico. Estos sislemas tienen la
propiedad de poseer una noción de consecuencia
no-monotónica, es decir que no siempre conservan los
conocimientos anteriores y en este sentido, leí modificación
de dichos conocimientos modifica la verdad o aceptabilidad
de las consecuencias extraídas de los conocimientos de
partida. Pese a que estos tipos de inferencias son revo­
cables, en el sentido de que no garantizan la seguridad de
las consecuencias de la deducción clásica, no por eso
habrían de considerarse irracionales. Es precisamente el
problema de la determinación de la racionalidad de estos
tipos de inferencia de lo que nos estamos ocupando en estos
momenlos, pero sobre lo cual aún no tenemos mucho que
decir.

NOTAS

' The MIT Press, Cambridge, Massachussets, London, England


Los trabajos más importantes anteriores a la publicación de la obra
de Gárdenfors y cuyos resultados se incluyen son los siguientes:
Alchourron, C & Makinson, D 1980, "Hierarchies of regulations and
their logic", en New Studies in deontic logic, R Hilpinen, ed.
Dordrecht Reidel, 123-148 Alchourron. C. & Makinson, D 1982.
“The logic of theory changes: Contraction functions and their
asocialed revisión function”, Theoria, 48, 14-37 Alchourron, C. &
Makinson, D. 1985, "On the logic of theory change. Safe contraction",
Studia lógica, 44: 405-422 Alchourron. C. & Makinson, D. 1985,
“Naps between some different kinds of contraction fnction, the finite
case". Estudia lógica 45 187-189 Alchourron, C , Gárdenfors, P &
Makinson, D. 1985. “On the logic of theory change: Partial meet
functions for contraction and revisión", Journal of Symbolic Logic.
50:510-530. Gárdenfors, D , 1978, “Conditionals and changes of
belief", Acra philosophica fennica Gárdenfors, D , 1981, "An
epistemic approacb to conditionals", American philosophical
quarlerly, 18, 203 211. Gárdenfors, D , 1984, “The dynamics of belief
as basis for logic", The British Journal for the philosophy of science,
35:1 10. Gárdenfors, D., 1984. “Epistemic importance and minimal
changes of belief", Australasian Journal of philosophy, 62. 136-157.
Gárdenfors, D.. 1986, “The dynamics of belief Contraction and
revisions of probability functions", Topoi 5, 29 37 Makinson, D.,
1985, “How to give it up: A survey of some formal aspects of the
logic of theory change", Synthese, 62 347 63 Makinson D . 1987,
"On the status of the postúlate of recovery in the logic of theory
change, Journal ol philosophical logic, 16:383 394.
7 Como casos de modelos para los estados epistémicos, además
del M1 de Gárdenfors, se dan en el libro otros tipos de modelos como -
los Sistemas de creencias de Ellis, ¡os modelos basados en mundos
posibles, los modelos generalizados de mundos posibles de Spohn
el Truth Maitenance System de Doyle (IA), modelos probabilísimos*
©te.
3 Piaget (1975).
4 La teoría de los modelos lógicos de Piaget ha recibido distintas
formalizaciones, desde la suya propia en el Ensayo de lógica
operatoria hasta otras más recientes, sin embargo, desconocemos
la existencia de formalizaciones de la Teoría de la equilibración.
5 En la pág 24 Gárdenfors caracteriza la noción de consecuencia
I— según las siguientes condiciones:
(I— 1) Si A es una tautología veritativo-funcional, entonces t— A.'
(1— 2) Modus Ponens
(I— 3) No 1— 1 . Es decir 1— es consistente.
Por lo tanto L - contiene a la lógica proposicional clásica y satisface
e¡ metateorema de la deducción y el de compacidad. Obviamente
I— es monótona.
5 En el trabajo ampliado que originó esta ponencia se explicitan
todos los postulados de racionalidad para los cambios de creencias
dados en AGM, pero, a ios efectos de construir el modelo hemos
tomado sólo los postulados básicos, por cuanto la satisfactibilidad
de éstos es condición suficiente. La satisfactibilidad de los postu­
lados adicionales para la revisión y contracción como asimismo para
los teoremas fundamentales de AGM, es una tarea que aún no
hemos concluido de investigar.
7 Una relación de consecuencia en no-monotónica si no es cierto
que si T I— A y T1 <f> entonces (p t— A, o sea que si que A es una
consecuencia lógica de un conjunto de proposiciones T y si T está
incluida en el conjunto de proposiciones cp, entonces la proposición
A es una consecuencia lógica de (p.
3 Citado por Gárdenfors. Hernán, G., 1986 “Change in View.
Principies of Reasoning", Cambridge, MIT Press.
9 (1977), "Direct Inferences", Journal of philosophy, 74.
Identidad de Harper: (Def -) K~ a = K H K* i a en Harper, W. L„
"Rational Conceptual Change, en PSA, Philosophiy os Science
Association, vol. 2.
10 Citaremos a continuación los textos consultados a. los fines
específicos para la construcción del modelo: Piaget, J. (1949) Traité
de iogique, Essai de logique opératoire, París, Dunod, (1974)
“Recherches sur la contradiction”, en Etudes d'epistemologie
genetique. París, PUF, XXXI. (1975) L equilibration des structures
cognitives. Problóme Central du development, PUF. Piaget, J.,
García, R., (1982) Psicogénesis e Historia de la Ciencia, Siglo XXI.
Castorina,. J., Palau, G.. (1981): Introducción a la lógica operatoria
de Piaget Barcelona, Paidós.
" Casavola, Castorina, Fernández, Lenzi: (1988) “El ro) constructivo
del error en la adquisición de los conocimientos”, en Castorina, J.
et al: Psicología genética. Miño y Dávila Ed., Buenos Aires.
Gárdenfors, P., (1988), cap. 6.
LA RAC IO N A LID A D EN LA CIENCIA
KUHN Y LA RACIO NA LID AD CIENTIFICA
¿HACIA UN KANTIANISIMO POST-DARWINIANO?

RICARDO J. GOMEZ

En su alocución presidencial "El Camino desde La Estruc­


tura" (Philosophy oí Science Association, 1990), Thoimas
Kuhn ha anticipado algunas de las tesis centrales a defender
en su próximo libro en el cual ha de discutir, como problema
principal, el de la racionalidad del cambjo científico.
Mi propósito inicial ha de ser interpretar sistemáticamente
tal concepción kuhniana de la racionalidad científica. Como
consecuencia de tal interpretación, he de sostener que (1)
tal reciente versión de la teoría kuhniana del cambio cien­
tífico y de su racionalidad es el corolario de ciertos cambios
acaecidos en la misma, especialmente después de su in­
tercambio intelectual sobre el tema con Cari ¡empel en
1983, (2) tal nueva teoría legitima de modo más explícito el
modus operandi de la ciencia y su desarrollo (los hace 'más
racionales') que las vetsiones de la postura de Kuh'-, al
respecto de 1962, 1965: 1969 y 1977, (3) las propuestas de
1990 enfatizan la presencia de ciertas coincidencias ccn las
versiones más conspicua:, üe la concepción standard de la
racionalidad científica, y (4) torna, tal como Kuhn explíci­
tamente lo reconoce en su alocución, más kantiana a toda
su teoría de la ciencia. ,
Sin embargo, he de mostrar que, especialmente en re­
lación a la racionalidad científica, es conveniente ser cautos
respecto de la croencia de Kuhn de estar proponiendo "un
tipo dp kantianismo post-darwiniano". Por el contrario, he de
propt o rr que Kuhn sigue defendiendo una teoría debilitada
de la ra-ionalidad instrumental, no comprehensiva que,
independie -'♦emente de cuan pors-darwiniana sea, no es fiel

‘ Califort ie Unive'’'-'*' Los Angeles. U.S.A.


al espíritu y a las propuestas centrales de Kant sobre la razón
que opera en la actividad científica humana.
He de referirme a tres momentos que considero centrales
en el desarrollo de la teoría de la racionalidad de Kuhn: (a)
sus propuestas iniciales al respecto en La Estructura de las
Revoluciones Científicas y en su Respuesta a mis críticos
(Lakatos and Musgrave, 1970b), (b) su posición más cercana
a la de las concepciones dominantes, fruto de tomar en
consideración las críticas que su postura inicial suscitó
(Kuhn, 1970 y 1977) y, (c) su versión mas reciente y explícita
tal como aparece discutida en su obra desde 1983 hasta el
presente.

La ciencia, de acuerdo a Kuhn, es racional, y lo es por el


modo en que progresa. Es en tal desarrollo progresivo donde
se percibe la peculiaridad distintiva de la ciencia: su efec­
tividad para alcanzar su objetivo fundamental, o sea, para
incrementar la capacidad para resolver los enigmas que los
paradigmas científicos definen a lo largo del desarrollo
histórico.
Es bien sabido que, según Kuhn, hay dos tipos de
desarrollo científico: durante los períodos de ciencia normal
y a través de las revoluciones científicas. Es por ello que
hemos de considerar separadamente sus concepciones de
ia racionalidad científica normal y revolucionaria, respecti­
vamente.
En ambos casos, la expresión 'racionalidad' (y/o 'racio­
nal') es aplicada por Kuhn a decisiones, objetivos, valores,
presuposiciones, normas, procedimientos, técnicas y a la
ciencia o actividad científica misma. En todos los casos, el
objetivo supremo es la capacidad para resolver enigmas, y
los principales standards o valores que la comunidad ha de
tener en cuenta para fundar sus decisiones han de ser:
capacidad predictiva, simplicidad, precisión, consistencia,
entre otros que pueden ser supiementados a ellos.
La actividad científica normal bajo un paradigma posee
una racionalidad interna a dicho paradigma y relativa a la
comunidad científica correspondiente. Si nos preguntáse­
mos si es una racionalidad imputada (por el filósofo o
metodólogo que analiza la actividad normal de una cierta
comunidad científica) o implícita (propia a la comunidad
científica misma por estar constituida por los modos en que
dicha comunidad funda sus decisiones), debemos respon­
der, primeramente, que Kuhn supone que él ha tratado de
sacar a luz la racionalidad implícita en la actividad científica
normal a lo largo de la historia. Sin embargo, creo que
realmente lo que nos es propuesto por Kuhn es una
racionalidad imputada desde la perspectiva propiamente
Kuhniana de la historia de la ciencia. El historiador no {¡ene
acceso directo a los valores o interpretación de los criterios
de una comunidad pasada. Los científicos no comunican a
sus colegas qué valores defienden; jamás nos encontramos
con una explicítación de la racionalidad implícita; los cien­
tíficos de una determinada comunidad saben, a través del
análisis de los trabajos de sus colegas, si ellos respetan los
criterios y valores que la comunidad acepta. Y no es sufi­
ciente, contra lo que parece suponer Kuhn, aunque im­
portante, estudiar los libros de texto que estaban diseñados
para iniciar al novicio en el aprendizaje de las convenciones
tácitas de la comunidad, para abarcar con precisión la
concepción de la racionalidad de dicha comunidad. Siempre
hay, y no puede ser de otro modo, un aspecto de imputación
presente que suoone una cierta interpretación, ya sea
histórica, filosófica, política, etc.
Si distinguim os (Apel y Haberm as, 1979) entre
racionalidad lógica (que opera según las pautas de la lógica,
especialmente deductiva, en las matemáticas y en las
ciencias naturales), instrumental (involucrada en la utiliza­
ción de medios efectivos para alcanzar un fin determinado),
estratégica (o de decisiones entre alternativas a la luz de
máximas de preferencia tomando en consideración las
decisiones de oponentes racionales), normativa (presente en
la solución de tareas prácticas de acuerdo a una moralidad
guiada por principios), y comunicativa (orientada a lograr la
comprensión entre los miembros de una comunidad, a di­
ferencia de los tres primeros tipos de racionalidad básica­
mente orientadas el éxito), debemos concluir que la actividad
científica normal exhibe principalmente una racionalidad
instrumental orientada hacia e! éxito en la resolución de
enigmas que requiere subsidiariamente de la racionalidad
lógica en las tareas de sistematización del paradigma y de
intentos de una más precisa y rigurosa adecuación al mundo
empírico que el paradigma determina. No encontramos en
Kuhn afirmación alguna que nos haga vislumbrar siquiera
que haya tomado en cuenta los otros tipos de racionalidad,
especialmente la normativa y comunitaria (recuérdese, por
ejemplo, que los valores que constituyen a un paradigma
son, de acuerdo a Kuhn, exclusivamente cognitivos). Ade­
más, queda excluida la racionalidad estratégica pues no se
consideran los fines y valores de otros en posible disenso,
porque tal disenso está excluido de la actividad científica
normal. Finalmente, Kuhn afirma que ef consenso, y por
ende, la comunicación entre los miembros de una comu­
nidad científica se obtiene por la asimilación de normas y
valores que todos comparten; pero nuevamente, éstas son
normas y valores fundamentalmente cognitivos y, princi­
palmente, no requieren de un nuevo modo de proponer y
aceptar razones más allá de los propios de la racionalidad
lógica e instrumenta!.
La discusión de la racionalidad presente a través de las
revoluciones debe centrarse en los modos en que los
científicos, ante la presencia de anomalías que han pene­
trado tan profundamente en el paradigma hasta ponerlo en
crisis (as: como a la comunidad-sujeto del mismo), aooptan
decisiones de acuerdo a pautas que funcionan, no como
reglas sino como valores. Ello significa que no hay algoritmo
alguno para determinar unívocamente las decisiones del
grupo relativas al cambio de paradigma. Siempre estas
decisiones se llevan a cabo según razones; pero, sean
cuales sean las mismas, no son suficientes para dar cuenta
del cambio de paradigma; de ahí, que sea necesaria la
persuasión para arribar a un proceso gestáltico de con­
versión, más que de elección. Además, la base de la fe
siempre presente en la conversión no tiene porque estar
d?da por razones ni ser correcta (Kuhn 1962, Xli-XIII).
¿Cómo puede Kuhn entonces sostener la racionalidad del
proceso a través de las revoluciones? Por una parte, porque
Kuhn ha ampliado el sentido de racionalidad de modo
discutible y porque utiliza las expresiones ‘racionalidad1 y
‘racional' de modo ambiguo. Por una parte, Kuhn ha se­
ñalado que "...Las teorías existentes de la racionalidad no
son totalmente correctas y debemos reajustarlas o cam­
biarlas para explicar por qué la ciencia opera como lo hace"
(Kuhn 1970b, # 5). Ello supone que para Kuhn, es racional
(hay razones) para que haya lugar para la fe. hay razones
para que no haya patrón neutro de evaluación, ni siquiera
a nivel perceptual y lingüístico (inconmensurabilidad), hay
razones para que los argumentos, aunque siempre existan
no sean suficientes, hay razones para que haya resistencia
a abandonar el antiguo paradigma. Con todas estas razones
puede reconstruirse un macro-argumento que daría sentido
a la adopción del nuevo paradigma, pero que no ío justificaría
conclusivamente.1Aún en este caso, el plus no-racional (en
sentido oositivisla-popperiano) seria imprescindible. Y, la
razón p ira ello es el modo en que operan los criterios de
elección: nuevamente, no como reglas sino como valores,
dando lugar a influencias autobiográficas, de contextualidad
histórica, etc., que impiden que todos los miembros res­
pondan de¡ mismo modo a la misma situación y a los mismos
cánones para abordarla. Sin embargo, este proceso de
cambio es, como hemos estado tratando de enfatizar, según
Kuhn, racional. Eilo se debe a que, todo lo que hemos estado
senalando, incluso la inconmensurabilidad, es instrumental
al progreso científico, o sea es funcional al aumento de la
capacidad para resolver enigmas. Es cierto que Kuhn no es
muy explícito y sistemático acerca de esta mstrumentalidad
global entre 1962 y 1983. Pero está allí, esperando a ser
expuesta en 1990. De otro modo, cuando Kuhn afirma que
las razones no son suficientes para el cambio o que dicho
cambio puede tener lugar en oposición a ciertas razones, la
expresión 'razón' está usada en.sentido lógico: mientras que,
al hablar de la racionalidad en la cita anterior o, al afirmar
la racionalidad de la actividad científica como un todo, las
expresiones ‘racionalidad’ y ‘racional’ están usadas en
sentido instrumental. Tal racionalidad instrumental ampliada
significa 'funcionalidad para restituir y ampliar !a capacidad
de resolver enigmas', y la misma incluye procedimientos
argumentativos y no argumentativos. Obsérvese, por una
parte, que dicha racionalidad no responde a ninguna de las
fórmulas caras al empirismo: ni es racionalidad identificable
con justificabilidad lógica deductiva e inductiva (propia del
neopositivismo) ni con el criticismo meramente deductivo
(Popper). Es una racionalidad teleológica y bolista (relativa
a un conjunto de fines y valores adoptados por el lodo de
una comunidad científica). Además, como en el caso de
ciencia normal, la actividad es imputada como racional
desde una perspectiva que pretende darle un nuevo'rol a la
historia y al eventual sujeto histórico de ia actividad en un
determinado contexto. Es ahora más obvio que no hay
aspecto alguno de racionalidad comunicativa (la comuni­
cación se ha roto Ínter e intra paradigmáticamente} ni
tampoco estratégica (en los períodos de crisis tampoco se
toma en cuenta, para adoptar decisiones, los fines y valores
de miembros de otro paradigma).
En resumen: la ciencia es siempre una actividad raciona!
porque tanto en la actividad norma! como revolucionaria, los
científicos actúan funcionalmente a un fin siempre presente.
En esta etapa del desarrollo de Kuhn, él mismo no discute
cómodecidir racionalmente acerca de fines y valores. Si bien
hay en Kuhn juicios instrumentales de valdr, no sucede lo
mismo con !os juicios categóricos de valor, aquéllos que
discuten las razones explicando por qué debe tratarse de
alcanzar un determinado objetivo.2 De acuerdo a Kuhn, los
objetivos y valores son absorbidos a través de la educación
de los miembros de la comunidad; pero ello no los legitima,
debiendo recordarse, además, que son adoptados por
presión social más que adoptados por elección fundada en
razones.
Deseo enfatizar que parece haber en Kuhn una mezcla
no siempre bien discriminada de dos modos diferentes de
dar cuenta de una decisión: uno, a través de ta derivación
de una decisión a partir de una norma aceptable ('justifi­
cación' de la decisión), el otro a través de la ‘explicación’ de
la decisión estableciendo la causa de la aceptación de dicha
norma. En Kuhn, hasta 1983, predomina la explicación de
las decisiones mediante la presentación de la causa (edu­
cación y presión social) de la aceptación de la norma o
normas que la comunidad utiliza, Cabria preguntarse por qué
tales normas son aceptadas como racionales-(parte crucial
de la tarea de la aceptabilidad de las mismas, es decir de
su justificación); pero, tal cuestión ha de ser directam ente
abordada por Kuhn recién en 1983.

II

Desde su Postdata 1969 hasta La Tensión Esencial (1977),


Kuhn trató de moderar su postura, especialmente acerca de
inconmensurabilidad, en respuesta a las críticas que recibió
especialmente por parte de los filósofos empiristas de la
ciencia así como de los historiadores internalistas.
En relación a la ciencia normal, los cambios más im­
portantes fueron acerca del papel de la comunidad científica
y una reelaboración de la noción de paradigma. El concepto
de paradigma pasa a ser el concepto clave; ésto es así
porque las comunidades científicas pueden y deben ser
aisladas sin previo acceso a los paradigmas. Es decir que
los paradigmas pueden ser descubiertos estudiando la
conducta de los miembros de una comunidad dada. (Kuhn
1970, Postdata 1969, # 1). Sin embargo, ello no fue
acompañado por fa discusión de un nuevo tipo de
racionalidad sino que Kuhn mantuvo el análisis de las
decisiones en ciencia normal de acuerdo a las notas propias
de la racionalidad lógica e instrumental.
La amplia y poco precisa noción de paradigma fue re­
emplazada por la de matriz disciplinal, reservándose el rótulo
de paradigma al conjunto de los ejemplares compartidos
(conjuntos de problemas-respuesta que la matriz disciplinal
define, y a través de los cuales los practicantes de una
comunidad aprenden a ver distintas situaciones semejantes
en tanto objetos de la misma ley esquema). Sin embargo,
tal como D. Shapere ha señalado, Kuhn suena ahora como
si las similaridades estuvieran ya dadas en la naturaleza, en
vez de estar suscitadas por el paradigma tal como parecería
ser el caso entre 1962 y 1965 (Shapere, 1977). Además,
había que preguntarse por qué la comunidad elige a tales
similaridades y no a otras (pregunta que no se suscitaba en
las propuestas de la primera edición de La Estructura de las
Revoluciones Científicas). De ahí la afirmación de Putnam
acerca de Segundos Pensamientos sobre Paradigmas
(Kuhn, 1977b): “su trabajo concede dem asiado al
positivismo" (Putnam 1977, 513).3
Acerca de los criterios para adoptar una decisión que
pueda ser considerada como racional al elegir entre
paradigmas, Kuhn vuelve a mencionar, aunque ahora de
modo más detallado y sistemático, a los siguientes: exac­
titud, consistencia, alcance, simplicidad y fructicidad. La
relatividad de los mismos queda puesta de manifiesto en el
hecho de que usualmente, si se los quiere aplicar simul­
táneamente, entran usualmente en conflicto entre ellos (la
exactitud puede inclinarnos a elegir un paradigma, mientras
que la simplicidad puede hacernos decidir por otro). Ninguno
de dichos criterios es una condición suficiente para la
elección entre teorías o paradigmas. De ahí que jamás
funcionen como reglas de elección sino como valores de
modo que "cuando los científicos tienen que elegir entre
teorías en competencia, dos personas totalmente conmina­
das a la misma lista de criterios de elección pueden, sin
embargo, arribar a distintas conclusiones" (Kuhn 1977a,
324). Todo parece una mera reformuiación más cuidada de
lo dicho en 1962. No es simplemente así pues hay algunas
modificaciones dignas de mención.
Por una parte se ha d eb ilitado la noción de
inconmensurabilidad. En primer lugar, Kuhn ha dejado de
acentuar la inconmensurabilidad de la percepción y se ha
centrado en la de los términos (casi en exclusividad). Y
acerca de dicha inconmensurabilidad de significado y re­
ferencia de los términos de una teoría, ella se ha 'localizado':
sólo unos pocos conceptos cam bian generando
inconmensurabilidad a través de una revolución científica.
Ahora, Kuhn parece retractarse de su posición más res­
trictiva afirmando sólo una incomunicabilidad local porque
sólo unos conceptos cambian radicalmente durante una
revolución científica. Pero esta distinción entre inconmen­
surabilidad (incomunicabilidad) local y global es arbitraria,
especialmente desde el punto de vista de la concepción de
Kuhn acerca del significado de los términos de una teoría
científica, según la cual e! significado de los términos de­
pende de la constelación de todos ¡os principios y leyes de
la teoría en donde aparecen (cluster theory of meaning). Por
lo tanto ningún termino está totalmente aislado dentro de una
teoría, y entonces no es plausible asumir que algunos
conceptos cambian radicalmente mientras otros retienen el
mismo significado. Kuhn sigue afirmando la imposibilidad de
una traducción entre teorías aún con inconmensurabilidad
local. Pero enfatiza que, a pesar de ello (ahora más reite­
radamente que en sus obras anteriores) lo que los miembros
de dos comunidades separadas por inconmensurabilidad
local pueden lograr es aprender a ser mejores traductores
mediante el aislamiento de los términos que son foco de
disturbio tratando gradualmente de descubrir lo que los otros
ven y dicen; incluso puede llegarse de tal modo a devenir
bilingües sin que para ello haya acaecido una elección
(nuevo aspecto de un proceso de conversión). Todo ello
torna más aceptable, a los ojos de la ortodoxia, el proceso
a través del cual se adopta una nueva matriz disciplina}. Tal
proceso sigue siendo caractejizado como el de una con­
versión, pero ahora se insiste en la presencia de buenas
razones y de un clima que facilite la comunicación (en
verdad, Kuhn mismo creó tal clima con su nueva propuesta
sobre inconmensurabilidad) como subyaciendo y favore­
ciendo la conversión.
Además, Kuhn ha puesto de manifiesto su interés por
disminuir y suavizar (a la vez que aclarar) la presencia de
factores supuestamente subjetivos influyendo en el proceso
de cambio de matrices disciplínales. Kuhn había señalado
anteriormente a 1970 que cuestiones de gusto debian ser
contempladas para dar cuenta de modo adecuado del
proceso de cambio científico. Las cuestiones de gusto son
discutibles, es decir puede argumentarse a favor o en contra
de un juicio de gusto. Y tales razones pueden ser aceptadas
o rechazadas intersubjetivamente. Es decir, incluso en los
juicios de gusto de los miembros de una comunidad científica
que pueden influir en su conversión (o no) a otra matriz
disciplinal, puede argumentarse (con buenas razones)
acerca de su aceptabilidad o rechazo. La elección de teorías
no es, según Kuhn, una cuestión de gusto; donde intervienen
cuestiones de gusto ellas son evaluables objetivamente (es
decir, intersubjetivamente a través de la discusión de las
razones que supuestamente fundamentan a tales juicios de
gusto).
Todo está como era entonces, cerca de la concepción
kuhniana de la racionalidad científica, aunque ahora toda la
actividad científica satisface más cercanamente los cánones
dtr la racionalidad lógica e instrumental.

III

En “Rationality and Theory Choice" (Kuhn, 1983), Kuhn


plantea explícita y detalladamente la cuestión de la
racionalidad de las normas o criterios guías para la elección
de teorías que permitan adoptar aquélla que tenga mayor
capacidad para resolver enigmas.
La propuesta de Kuhn es sorprendente; las sentencias
que afirman la racionalidad de dichos criterios son necesa­
riamente verdaderas, aunque no analíticamente verdaderas.
Ello es asi porque tales criterios para elegir entre teorías y,
por añadidura, la racionalidad 'le las mismas, son carac­
terísticas necesarias de la cieru. .:i porque tales caracterís­
ticas son constitutivas de las reglas semánticas del lenguaje
natural que usamos para describir la ciencia. Tal lenguaje,
así como el lenguaje de la física newtoniana, tienen dos
rasgos importantes, (a) holismo local, según el cual muchos
de los términos de los lenguajes científicos -io pueden ser
definidos o adquiridos por primera vez separadamente, sino
en grupos. Así por ejemplo, no se pueden aprender fuerza’
y masa' (Newton) separadamente sino simultáneamente, y
ello no puede lograrse sin recurrir a ¡a segunda ley de la
mecánica newtoniana. Esta ley es necesaria, aunque no es
una tautología (no es una mera convención de lenguaje
vacuamente verdadera). Es necesaria en el sentido que si
ta! ley falla, Sos términos newtoníanos 'fuerza* y ‘masa’ no
tiennn referencia newtoniana, y (b) supone la posibilidad de
distinguir entre leyes necesarias y generalizaciones con­
tingentes: por ejemplo, ciertas generalizaciones usando
fuerza y masa pueden ser contingentes (la fuerza de gra­
vedad pudo haber sido inversamente proporcional al cubo
de la distancia, mientras que ningún experimento imaginable
puede cambiar la forma de la segunda ley). Por supuesto,
los términos newtonianos como 'fuerza' y ‘masa sólo pueden
funcionar con éxito en un mundo en el Cj^. se cumple la
segunda ley.
Análogamente, acceder al vocabulario que utiliza todo
científico requiere acceder a un campo semántico que or­
ganiza y separa actividades con respecto a dimensiones
como precisión, simplicidad, consistencia, etc. Sólo aquellas
descripciones de las actividades hechas en este vocabulario
permite su identificación como describiendo lo que llamamos
'ciencia'. En consecuencia, decir que alguien prefiere a la
ciencia X sobre la ciencia Y cuando es menos exacta, o
menos fructífera, etc implica violar las reglas semánticas del
lenguaje que nos permite hablar del mundo. Como ‘masa’
y fuerza1, ‘racionalidad’ y ‘justificación’ (de acuerdo a los
criterios señalados) son términos interdefinidos. Luego, la
sentencia ‘Los criterios o normas a utilizar en la adopción de
una teoría son racionales' es un enunciado necesariamente
verdadero.
Es obvio, tal como Hempel señaló en su respuesta a Kuhn
(Hempel, 1983), que tal propuesta se asienta en dos su­
puestos principales: primero, que existe un amplio lenguaje
descriptivo de la ciencia que todos comparten y aceptan y,
segundo, que es posible establecer una distinción tajante
entre sentencias necesarias y contingentes en el sentido
kuhniano. Sin embargo ambos supuestos son muy
debatibles. Por una parte, la necesidad que Kuhn adscribe
a las leyes constitutivas como la segunda ley de Newton
puede también extenderse a lo que Kuhn llama generala
zaciones contingentes’; ellas median en la aplicación de la
segunda ley a la naturaleza y tienen que ser aprendidas en
el proceso de aprender términos como ‘masa’ y 'fuerza’;
además, ¡a alteración de tales generalizaciones requiere
también de cambios posteriores en el marco teórico al que
pertenecen. A lo sumo podría hablarse de una diferencia de
grado entre tipos de enunciados generales, porque tales
cambios podrían ser quizás menos severos en el caso de
las llamadas generalizaciones contingentes. Por otra parte,
tuda la argumentación de Kuhn se apoya en una premisa
descriptiva: el lenguaje que usamos para hablar de la ciencia
y que nos permite distinguirla como actividad de otras
actividades humanar c¿tá constituido por reglas que su­
ponen el aprendizaje conjunto de expresiones como
'racionalidad' y 'predictibilidad', ‘exactitud’, 'consistencia',
etc. Kuhn además sostiene que tal premisa descriptiva es
tal porque la aprendemos de la experiencia, y, por ende, no
requiere de justificación ulterior. Sin embargo todo ello es
muy discutible. En verdad, es difícil defender hoy la tesis de
que hay un único lenguaje descriptivo de la ciencia. Jus­
tamente, aprendemos desde la experiencia, que hay d is­
tintas y conflictivas concepciones de la ciencia cada una de
las cuales supone disponer del lenguaje que describe
adecuadamente a la actividad científica. Así, en el lenguaje
de Kuhn consideraremos que la afirmación 'la ciencia es
racional' es necesaria de acuerdo a tal lenguaje; pero,
devendría contingente y falsa en el lenguaje de Feyerabend.
Esto enfatiza, una vez más, que Kuhn supone estarnos
descubriendo la racionalidad implícita en la actividad cien­
tífica cuando en verdad sólo está presentando la
racionalidad que él mismo imputa a dicha actividad al
adoptar un lenguaje para describirla suponiendo que el
mismo es el lenguaje natural de la ciencia.
Por último, nótese la actitud típicamente empirista aue
Kuhn adopta respecto de todo el proceso justificatorio de la
racionalidad científica. Hay, según él, una última premisa
que está más allá de discusión en relación a su justificación
Ello constituye una versión alternativa a la indiscutibilidad de
los fines de la aclividad científica de acuerdo al empirismo
porque tales fines son constitutivos, según Kuhn, de! lengua-
je que usamos para hablar de la ciencia. Además, es una
premisa acerca de ese lenguaje que, al ser considerada
última, excluye la pertinencia de discutir acerca de las
condiciones que hacen posible a tal lenguaje, o sea que hace
posible la comunicación entre los miembros del grupo que
utiliza a tal lenguaje. Ello pone de relieve nuevamente la
exclusión, por parte de Kuhn, de todo lo relativo a la
racionalidad comunicativa. Todo lo propuesto en 1983 in­
tentaba fallidamente cerrar huecos en la justificación de la
racionalidad meramente instrumenta! que Kuhn supone es
la propia de la actividad científica.

IV

En El camino desdo La Estructura Kuhn se propone “situar


(su) filosofía de la ciencia respecto de su propio pasado"
(1990, 2). Creo, además, que nos permite situar su posición
actual acerca de la racionalidad científica y mostrar que la
misma es una culminación del proceso que comienza en La
Estructura, se modera desde 1969 a 1977, y desemboca en
una propuesta más cercana a la ortodoxia desde 1983.
El principal objetivo respecto de la racionalidad científica
ha de ser ahora reafirmar que "la inconmensurabilidad está
lejos de constituir una amenaza para la evaluación racional"
(ibid.).11 El anáiisis de la inconmensurabilidad se reduce
prácticamente al de la inconmensurabilidad local de los
términos, es decir del significado y referencia de los mismos.
Más precisamente, Kuhn se ocupa del significado de los
términos taxonómicos, o términos de clase incluyendo ciases
naturales, sociales, etc. Ellos constituyen el lexicón presu­
puesto en la descripción deí mundo; ellos funcionan pre­
viamente a tal descripción pues por ser compartidos por la
comunidad científica hacen posible que ella describa el
mundo. Tal lexicón es, por ende, también prerrequisito para'
la comunicación fluida entre los miembros de tal comunidad.5
Por lo tanto, si dos comunidades utilizan taxonomías, que
difieren localmente, entonces los miembros de una de ellas
pueden proponer enunciados significativamente inconmen­
surables con los de la otra comunidad. Es imposible encon­
trar términos de clase que funcionen como puente entre las
taxonomías de ambas comunidades, los miembros de las
mismas pueden devenir bilingües, sin que haya involucrado
proceso alguno de elección ni diccionario alguno que les
provea de tal capacidad. Todo el planteo hace posible que
el entendimiento mtercomunitario no quede eliminado"
(1990,5). La continuidad a través de las revoluciones ha
quedado sobredimensionada como no lo había sido hasta
entonces. Y, todo el planteo es 'racionalizado' porque
permite justificar que al pasar a través de una revolución de
teoría a teoría se pueda adoptar la que “es mejor para hacer
lo que los científicos hacen...resolver enigmas" (1990, 7).6
Este objetivo nunca es externo a la situación histórica de
cambio sino que aparece “simplemente en esa situación
para (hacer que los científicos se esmeren) en mejorar los
instrumentos para resolver los problemas a enfrentar" (Ibid).
La inconmensurabilidad es un aspecto ineliminable de la
racionalidad del cambio científico porque es instrumental a
una mayor especialización la cual es prerrequisito para una
mejor solución de enigmas (mejor delimitados, solución más
precisa y rigurosa, etc.). La especialización es consecuencia
de la diversidad lexical que permite a las ciencias "resolver
los enigmas propuestos por un rango más amplio de fe­
nómenos que los que una ciencia comprehensiva con un
lexicón homogéneo permitiría abarcar y resolver" (1990, 8).
Esto determina gradualmente comunidades con menor
número de miembros lo que hace más fluida y fructífera la
comunicación entre ellos, y ésto es “prerrequisito esencial
para lo que es conocido como progreso..." (Ibid ).
Ahora ha quedado cerrado el círculo de la legitimación del
modo en que la ciencia se desarrolla incluso a través de
teorías inconmensurables. El modo en que progresa la hace
racional, mstrumentalmente hablando, porque la hace más
funciona! para efectivizar la nota definitoria del progreso (u
objetivo a alcanzar): el incremento en la capacidad para
resolver enigmas.7
Este proceso de diferenciación por inconmensurabilidad
tiene lugar no sólo diacrónica sino también sincrónicamente.
Tai es así que las rupturas horizontales de comunicación
entre grupos contem poráneos db especialistas (por
inco, ¡mensurabilidad local horizontal) es un sintoma de!
proceso de diferenciación en nuevas disciplinas cada una
con su propio lexicón y cada una con su propia área de
conocimiento; ello es important¡simo porque "es a través de
estas divisiones que crece el conocimiento" (1990, 9).
La inconmensurabilidad, a todo nivel, ha quedado ra­
cionalizada pues se la hecho condición necesaria de la
racionalidad del cambio científico, es decir^del crecimiento
humano.
Este es el momento de enlatizar un notable acercamiento
que se ha ido gradualmente produciendo y finalmente hecho
obvio como nunca antes entre las tesis de Kuhn sobre el
cambio científico y la posición al respecto del representante
más distinguido del empirismo lógico, Rudoli Carnap. Este
último, en dos cartas dirigidas a Kuhn anunciándole la
aceptación de las versiones inicial y ¡inal respectivamente de
su manuscrito de La Estructura de las Revoluciones Cien­
tíficas para ser publicado en la Biblioteca de la Ciencia
Unilicada bajo la dirección de Carnap, le manifiesta que "me
gustó su énfasis en ¡os nuevos marcos conceptuales que son
propuestos en las revoluciones científicas" (12 de abril de
19SG), y "encontré muy iluminador...su énfasis en que el
desarrollo de teorías no está dirigido hacia una teoría
perfecta verdadera, sino que es el proceso de mejoramiento
de un instrumento'' (28 de abril de 1962).
Ahora, después de 1990, aún más que alrededor de 1960,
la concepción de Kuhn en la que el_ aspecto de
inconmensurabilidad perceptual. ausente en Carnap, ha
prácticamente perdido su anterior relevancia dentro de la
misma, se asemeja a la aceptación de Carnap de las
revoluciones científicas como cambios de marcos concep­
tuales: “un cambio en e! lenguaje y un mero cambio o la
adición de un valor de verdad adscripto a un enunciado
indeterminado (son los dos cambios que un científico hace
en una teoría cuando ésta entra en conflicto con ¡a expe­
riencia). Un cambio del primer tipo constituye una alteración
radical, a veces rna revolución, y acaece sólo en ciertos
momentos decisivos de la historia" (Carnap 1963, 921).
Estas formas de lenguaje son mejores o peores depen­
diendo del modo en cue alcanzan sus fines: "la aceptación
o rechazo de...cualquier forma lingüística en cualquier rama
de la ciencia, será decidida finalmente por su eficiencia como
instrumento..." (Carnap 196, 221). Además, de acuerdo a
Carnap, no puede haber procedimiento algorítmico alguno
para elegir entre marcos conceptuales; el mejor marco para
expresar una teoría científica será el mejor sólo relativamen­
te a un determinado conjunto de propósitos.
El acercamiento de Kuhn al Carnap que leyó La Es­
tructura es en la actualidad más pronunciado que nunca. No
extraña pues que en ninguna de sus carias Carnap ex­
presara la más mínima reserva acerca de las consecuencias
sobre la racionalidad científica implícitas en las versiones del
manuscrito leídas en 1960 y 1962. Creo que mucho menos
las expresaría ahora.®

Kuhn coocluye su trabajo de 1990 afirmando que “habría de


ser claro que la posición que estoy desarrollando es una
suerte de kantíanismo post-darwiniano" (1990, 12). Me
propongo discutir la verosimilitud de tal afirmación señalando
las razones que Kuhn explícitamente da en defensa de la
misma contraponiendo a dichas razones las tesis que Kant
defendió a! respecto:

Kuhn: "El mundo es de algún modo dependiente de la mente...


El mundo es no inventado o construido" (1990, 10).
Kant: Comencemos con la segunda sentencia. Kant estaría
totalmente de acuerdo con ella pues constituye un resumen
apretado de la tesis defendida en su refutación del idealismo:
“Así la percepción de esta permanente es solamente posible a
través de una cosa exterior a mí y no a través de la mera
representación de una cosa exteriora mí” ((1781) 1965, B275 6).
Kant agregaría que si bien no lo inventamos o construimos, lo
constituimos. Pero ello es lo que está implícito en la primera
sentencia de Kuhn, aunque, como mostraremos hay una dife­
rencia notable, no sólo en contenido sino también en detalle y
sistematicidad, entre los modos en que ambos, Kuhn y Kant,
elucidan tal dependencia del mundo respecto de la mente.

Kuhn “El lexicón proporciona las precondiciones de experiencia


posible. Pero las categorías lexicales, a diferencia de sus ante­
cesoras kantianas, pueden y de hecho cambian, con el tiempo
y con el pasaje de una comunidad a otra" (Ibid., 12).
Kant: Hasta el lenguaje es ahora kantiano. Pero hay sustancíales
diferencias más allá de la señalada por Kuhn. Kant no hubiera
llamado 'categorías' a los conceptos taxonómicos, Primero,
porque no son conceptos puros (a priori) sino aprendidos al
resolver ejemplares (a posteriori) Segundo, porque se en­
cuentran en otro nivel en el sistema de Kuhn del que se hallan
las categorías en el de Kant. En este último caso, las categorías
son los conceptos relacionados a través de los principios
trascendentales de la experiencia que constituyen el nivel más
alto de los principios de la parte pura de la física. El segundo
nivel de la misma estaría constituido por los principios de la física,
por ejemplo, por los principios de la mecánica newtoniana; es
a este nivel a! que pertenecen términos como masa, fuerza, £tc.,
los cuales constituyen, en el enfoque kuhniano, el lexicón de la
mecánica de Newton. Todos los principios de la física pura,
cualquiera sea su nivel, son, según Kant, sintéticos a priori.5
Kuhn, en su trabajo de 1983, explícitamente negó que sean
analíticos, aunque, por no ser necesaria y universalmente
verdaderos, no podrían ser aceptados como estrictamente a
priori (a pesar de cumplir un rol constitutivo respecto del mundo
empírico). En última instancia estamos frente a dos proyectos
distintos: Kuhn intentó contestar a la pregunta ¿cómo ciertos
agentes históricos constituyeron sus mundos y los estudiaron
científicamente? con el agregado de que tal estudio científico no
es concebido como intentando arribar a un conocimiento uni­
versal y necesariamente verdadero del mundo empírico. Kant,
en cambio, se preguntó ¿cómo es posible que el ser humano,
más allá de diferencias locales y temporales, constituya el mundo
y lo estudie científicamente? en el que la ciencia natural, si bien
tiene una parte empírica, la tiene asentada en una parte pura
constituida por distintos niveles de principios universales ne­
cesariamente verdaderos.
Kuhn\ “Son los grupos y las prácticas de grupo quienes cons­
tituyen mundos (y son constituidos por ellos). (Ibid., 11).
Kant: En razón a que las preguntas fundamentales eran distintas,
aunque ambas respuestas sean constitutivas a través de marcos
categoriales que, tal como indicamos brevemente, también son
distintos, las respuestas acerca del sujeto de tal actividad cons­
titutiva han de ser' distintas. A un proyecto básicamente
contextuál-histórico, le corresponde un sujeto interesado en las
condiciones de toda experiencia posible, más allá de sus ma­
nifestaciones históricas, le corresponde un sujeto trascendental
a-histórico. Además, por esto último, tal sujeto está más allá de
toda posibilidad de ser afectado, y mucho menos constituido, por
el mundo
Kuhn. "Subyaciendo a todos estos procesos de diferenciación y
cambio, debe haber, por supuesto, algo permanente, lijo y
estable Pero, como la cosa en-sí (Ding an sich) de Kant. es
inefable, indescriptible, indiscutible. Localizada luera del espacio
y del tiempo, esta fuente kantiana de estabilidad es el todo a
partir del cual han sido fabricados ... ambos, el mundo “interno-
y el mundo “externo” (Ibid.. 12).
Kant: Nunca Kuhn sonó más fiel a Kant La única observación,
con la que creo Kuhn estaría de acuerdo, es que al hablar de
"mundo interno" a la Kant, habremos de entender "experiencia
interna' (experiencia temporal del sujeto empírico en su actividad
auto-reflexiva).

Kuhn "Algunos modos son más adecuados a ciertos propósitos


que otros. Pero ninguno ha de ser aceptado como verdadero o
rechazado como falso, ninguno nos da acceso privilegiado a un
mundo real a diferencia de mundo inventado" (Ibid., 12).
Kant: Es cierto que si por mundo real entendemos mundo de la
cosa en si, Kant aceptaría parte de la afirmación de Kuhn. Pero
ello es lo obvio en el texto citado de Kuhn. Por una parte, según
Kant, y en oposición a Kuhn, si bien no tenemos acceso a la cosa
en sí, a través del conocimiento científico podemos acercarnos
más y más al conocimiento completo de los objetos del mundo
fenoménico Cuando Kant habla en la "Deducción Trascendental
de las Categorías" del objeto trascendental=x, él no está ha­
blando de la cosa en sí."5 La variable x. simboliza algo a de­
terminar, algo que aún debemos llegar a conocer en detalle como
un objeto de conocimiento; tal conocimiento más detallado sólo
puede obienerse a través del conocimiento científico. Por su­
puesto, el objeto lrascendental=x está más allá de la experiencia
empírica, pero es el polo hacia el cual el avance del conocimiento
se dirige. Este avance es sin fin porque siempre habrá detalles
a agregar y preguntas a responder. Y es trascendental, y no
trascendente, porque no implica ninguna extensión ¡legítima más
allá de la experiencia Además, hay otra diferencia más sutil entre
lo afirmado por Kuhn y la propuesta de Kant. Si bien ningún modo
(marco categorial) nos da acceso privilegiado al mundo de la
cosa en sí, hay un modo (marco categorial). de acuerdo a Kant,
que funciona como la precondición para tener acceso (es el único
modo) al único mundo al que tenemos acceso, el mundo em­
pírico objeto de estudio científico. Y tal marco categorial es el
constituido por los principios categoriales del entendimiento, el
marco que Kuhn sustituye por marcos constituidos por los
lexicones de las distintas comunidades científicas. Kant le habría
sugerido a Kuhn que previo a los distintos Ixicons debe
suponerse un marco categoría! lógica y constitutivamente an-
tenor s¡n el cual es imposible justificar la posibilidad de expe­
riencia alguna,

Kuhn. "Considero a tales módulos taxonómicos (en tanto com


puestos por conceptos más que poi lérm inos) com o
preíinguisticos y poseídos por los animales (er¡ el hombre
aparecen como resultado de la evolucinnt nbici, 5).
Kant El marco categonal es prelmgüíslico pero exclusivo del
hombre y no cumple básicamente el rot de ser instrumenta! al
fin adaptativp.,sino de proveernos el marco que haga posible (es
condición necesaria aunque no suficiente porque debe ser su­
plementario por otros principios constitutivos! un conocimiento
científico verdadero. La cita de Kuhn luciría excesivamente
post-darwimana a los ojos de Kant

Kuhn. "Este modo de abandonar el tundacionalismo tiene una


consecuencia ulterior lo que está en ¡uego es la teoría
correspondentista de la verdad, la nación de que el objetivo,
cuando se evalúan leyes o teorías científicas, es determinar si
ellas corresponden o no 3 un mundo exterior independiente de
la mente" (Ibid.. 6).
Kant. El gran error de Kuhn es suponer que la teoría
correspondentista de la verdad requiere que la correspondencia
debe darse necesariamente con un mundo exterior indepen
diente de toda actividad constitutiva No necesariamente, y Kant
es el mejor ejemplo al respecto. En su Lógica, Kant afirmó que
"la condición esencia! e inseparable de toda perfección (en el
conocimiento) es. verdad. Verdad es e.i acuerdo del conoci­
miento con el objeto' ((1800) 1974, 55). Y aclaró que si bien es
imposible dar un criterio materal de verdad pues para ser
universal tendría que dejar de lado las diferencias entre los
diferentes objetos y sería imposible ser adecuado a todos ellos
en la plenitud de todas sus características, es obvio que hay un
criterio formal y universal de verdad: el acuerdo de todo de­
terminado conocimiento con si mismo "o, lo que es lo mismo con
las leyes universales del entendimiento y la ra2ón' (Ibid, 56).
entre las cuales se encuentra el principio de no contradicción
En todo este contexto, Kant está hablando de correspondencia
con el m undo fenom énico co n stitu id o por el sujeto
Consistentemente, mientras Kuhn propone que "el desarrollo
científico debe ser visto como un proceso conducido desde atrás,
y no atraído desde adelante" (Kuhn 1990, 6), Kant sostiene que
es un proceso de incremento en el conocimiento verdadero del
mundo empírico. Se pone en evidencia asi, la crucial diferencia
entre una posición ¡nslrumentalista acerca del conocimiento
científico (Kuhn) y la postura realista empírica de Kan! al res­
pecto
A pesar de las diferencias importantes entre Kant y Kuhn
que acabo de presentar, es justamente en la concepción de
la racionalidad científica donde creo se encuentran los
desacuerdos más relevantes. Sólo me referiré a los dos de
ellos que considero más obvios.
La racionalidad científica se desarrolla, según Kuhn, por
especiaüzación, pues en tanto es racionalidad instrumental,
¡a especiaüzación creciente es requisito para alcanzar el fin
científicamente último y aparentemente más allá de toda
discusión. La razón teórica kantiana, en cambio, es im­
prescindible en ia constitución de la ciencia porque (a) la
sistematicidad es la característica definitoria del conoci­
miento científico en tanto “la ciencia...es el complejo de
conocimientos (organizado) como un sistema" (Kant (1800)
1974, 79), y (b) la razón es por naturaleza arquitectónica y
"la arquitectónica es el arte de construir sistemas" (Kant
(1781) 1965, B860). La idea de sistema opera como un fin
haciendo que las partes se relacionen funcionalmente res­
pecto de tal fin. Tal fin no es mera ni principalmente "ca­
pacidad para resolver problem as cie n tífico s" sino
"sistematicidad del conocimiento verdadero del mundo
empírico". El progreso consistiría en un acercamiento cada
vez mayor al sistema teórico abarcador de todo el conoci­
miento posible de la naturaleza pues tai progreso no es más,
a nivel del conocimiento, que la gradual actualización del
máximo interés de la razón: unidad y completitud.
Por otra parte, la racionalidad científica se agota en Kuhn
en una racionalidad delimitada y agotada en la ciencia
misma. Tal racionalidad es, en términos kantianos, mera y
cerradamente teórica. Sin embargo, por su interés supremo
(completitud) y por su naturaleza comprehensiva, la razón,
de acuerdo a Kant, sólo es capaz de alcanzar su fin supremo
(colocado fuera de la esfera de la ciencia) cuando ¡a acción
humana llevada a cabo por agentes libres es tomada en
consideración. Tal fin último es ¡a realización de una co­
munidad humana procediendo de acuerdo a las leyes
morales; o sea, la idea que opera como fin es la de una
comunidad racional de agentes que actúan sin violar ley
moral alguna. Por supuesto, ningún miembro de grupo
alguno (por ejemplo, de una comunidad científica) actúa sin
violar alguna vez las leyes morales. Pero la racionalidad
científica kantiana exige actuar tratando de aproximarse a tal
¡dea de la comunidad ideal."
Es pues la de Kant una concepción de la racionalidad que
la entiende como no meramente instrumental pues en ella
se toma en cuenta centralmente la racionalidad de los fines
en tanto ellos son constitutivos de la razón misma, la cual
opera de acuerdo a una jerarquización por aumento de la
capacidad comprehensiva de los mismos, y no es una
racionalidad cerrada, autosuficiente y exclusiva de la co­
munidad científica, sino necesariamente relacionada a otros
tipos de racionalidad;12 no es homogénea sino diferenciada.
Nótese la abismal diferencia entre las concepciones de las
comunidades que en última instancia implemenlan la
racionalidad. No sólo desde la perspectiva kantiana sino
desde un horizonte teórico más amplio, cabe preguntarse
qué tipo de modelo de comunidad racional es aquél que la
entiende como cerrada y cuyo principal característica es el
abandono de! discurso crítico. Ya sabemos que la
razón-excusa es la instrumentalidad al éxito. Pero, inde­
pendientemente de la verosimilitud de ía crítica a Kuhn
acerca de la aparente no existencia en el desarrollo histórico
de la ciencia de las comunidades cerradas y acríticas tal
como él las describe, cabe plantearse si en la actividad
científica usual la crítica no es también tan o más funcional
al éxito científico {incluso reducido a la capacidad de resolver
enigmas) que la carencia de ella.
Pero, la más lamentable falencia de la teoría kuhniana de
la racionalidad científica, es justamente una de sus notas no
kantianas: el haber dejado de lado la racionalidad de los
lines. Es decir, el haberse limitado, usando la terminología
de Hempel (1965, 83) a la racionalidad instrumental
(Verstand) y haber dejado de lado io que Hempel (y Kant)
llaman Vemunfl, aquella razón que es sintética, totalizadora,
interpretativa y crítica, que opera de acuerdo a valores no
meramente cognítivos.
Quizás todo el planteo kuhniano sea consistente con una
tendencia general de la sociedad contemporánea en la cual
la actividad científica, tal como él la describe, tiene lugar. Una
sociedad en la cual la actividad práctica humana se ha
tecnificado y ha degenerado en técnica. Pero, la actividad
práctica humana requiere deliberación crítica y subordina­
ción a fines comunes y, por ende no se reduce a ser una
continuación del proceso de adaptación colectiva a las
condiciones naturales de vida. Por ello, la trascendencia (y
el modo en que se la ’ogra) más alia de la utilidad (por su
eficiencia) para alcanzar fines aceptados sin discusión cri­
tica. iorma parte de un sentido humano de razón.
A la concepción de Kuhn se le puede aplicar el diag­
nóstico de Apel (1969, 307-8): el concepto de racionalidad
está en crisis. La responsable es la racionalidad técnica
incluyendo su intensificación científico-tecnológica; o mejor
d<rho, esta en crisis la reducción de la racionalidad humana
a tal tipo de racionalidad, y ello ha impedido la
complemeritariedad de tal racionalidad disminuida con la
racionalidad practica, pues tal racionalidad técnico-científica
ha hecho obsoleta a la racionalidad practica como una
capacidad (que debería ser insustituible) para proveer cri­
terios y para la selección de objetivos Ello hace que también
sea redundante discutir racionalmente acerca de los obje
tivos.
De allí que el urgente desafío sea aceptar la necesidad
y proponer nuevas esferas de la racionalidad humana
presupuesta a y más abarcadora que la mera racionalidad
c ie n tífica reducida a ra cio na lida d exclusivam ente
instrumental conducente a la trágica tesis de que acerca de
valores, normas y objetivos de las acciones humanas sólo
es posible arribar a decisiones pre-racionales: ¿no consti­
tuye ello una limitación-negación inaceptable de la razón
misma?

NOTAS

1 En esta creciente construcción de argumentos hacia un argumento


que incluya la mayor variedad de razones subyaciendo a la con­
versión de la comunidad a un nuevo paradigma, se produce un
proceso de internalización de factores que usualmente se consi­
deran como externos a la actividad científica En tal sentido, creo
que es conveniente adoptar la distinción propuesta por E McMullin
entre factores epistémicos y no epistémicos "un tactor epistémico
es uno que el científico consideraría como parte propia del argumen­
to que éi o ella está desarrollando en defensa de una tesis Otros
factores que afectan al resultado obtenido pueden sei caracteri­
zados como no epistémicos" (McMullin 1984 129) Los factoies
epidémicos sari constitutivos da la actividad del científico y pueden
ser diferentes de la reconstrucción que e! ""'solo hace de ellos
Obsérvese que muchos factores que usual.tieni2 son considerados
como externos son ahora, concebidos como epistémicos Esto
impide hacer lo externo como idéntico a las causas sociales en esta
propuesta de McMullin todas por igual son consideradas come
razones También se permite que la ciencia considere cumo razones
pertinentes a enunciados metafisir.o' o acerca de valores Me
permito afirmar que Ki.hn fia gradualmente ido ensanchando el
conjunto de factores epistémicos (a la McMullin) que afectan el
piíceso del cambio ciünt'fico.
; Esta distinción entre juicios instrumentales y categóricos de valor
está lomada de Cari Hempel (Hemptí!. 1965) De acuerdo a él, sólo
los juicios instrumentales de valor pueden ser testados pues es­
tablecen que una determinada acción es buena pára alcanzar un
determinado objetivo. Los juicios categóricos oe i'alor son aquellos
que proponen que un determinado objetivo debe ser tratado de
alcanzar Los mismos nc son susceptibles de testeo y confirmación
empírica: ellos expresan un standard de evaluación moral o una
norma de conducta (carecen de contenido empirico descriptivo)
■ Esta afirmación de Putnam es reafirmada por Peter Achinstein
quien señala que el posmvista "quiera disponer de sentencias no
interpretadas y reglas de co'respondencia Vs (Kuhn) también ha
hablado de un formalismo no interpretado y Vd reemp.cn.a a las
reglas de correspondencia por sus ejemplares' (Achin^teín 1977,
516)
-1Por el cont'ario. "ella es necesaria...para defender nociones como
verdad y co nocim iento de. por ejem plo, m ovim ientos
postmodernistas como el programa fuerte (Edimburgo)" (Kuhn
1990, 3) Ello pone de relieve algo avizorado ya en sus propuestas
de 19S3 de carácter más lingüístico que sociológico, más justifi­
cativo que explicativo la racionalidad científica no puede ser re­
ducida explicativamente a causas sociales.
; En verdad, tal como Kuhn lo señala tales ’axonomias deben ser
entendidas como clases de conceptos y no meramente de términos.
Las taxonomías con diferencias locales difieren en. algunos con­
ceptos ( o sea, sus extensiones no son las mismas), "lo que he
estado llamando taxonomía lexical es mejor que se le llame es­
quema conceptual ‘ (1990, 5) Por ejemplo, el término 'planeta'
tiene distintos significados en las sentencias copernicanas y
ptolemaicas (el concepto 'planeta' es distinto). En ambas
taxonomías la s clases difieren en sus miembros aunque tengan
elementos comunes sin que ninguna contenga todos los cuerpos
celestes contenidos en la otra" (Ibid.)
5 Kuhn incluso anticipa que en un nuevo libro en el que está
trabajando "la distinción entre desarrollo normal y revolucionario ha
de aparecer como la distinción entre desarrollos que requieren y no
requieren cambio ia/onómico local, respectivamente" (1990, 7)
7 Kuhn ahora reconoce, acercándose aún más a versiones más
ortodoxas que la suya de racionalidad, que la racionalidad de
nuestras evaluaciones requiere de una lógica mínima y de una teoría
de la verdad aunque en una de sus forriías más debilitada: “...Se
necesita algo como una teoría de la verdad como redundancia, alg0
que introduzca leyes ínfimas de lógica (en particular la ley de no
contradicción) y haga el adherir a ellas una precondición para la
racionalidad cíe las evaluaciones" 91990, 8 9).
s Para un análisis más detallado de las coincidencias entre Carnap
y Kuhn, véase Reisch (1991. 264-277) Creo conveniente aclarar
que Reisch, debido a la fecha en que envió su trabajo a Philosopy
oí Science para su eventual publicación, no pudo utilizar como
evidencia bibliográfica en favor de su postura, el siguiente texto
(Kuhn 1990, 8): “desde 1982 ..yo me he dado cuenta gradualmente
que algunas de mis tesis centrales son mucho mejor propuestas sin
hablar de enunciados como siendo verdaderos o falsos. En lugar
de ello, la evaluación de un candidato a enunciado científico debe
ser concebida como involucrando dos partes raramente separadas.
Primero, determinar el status del enunciado: ¿es él un candidato
para ser considerado verdadero o falso? A esta pregunta, .la res­
puesta es dependiente del lexicón. Y, segundo, suponiendo que se
haya dado una respuesta positiva a la primera, la pregunta ha de
ser, ¿es el enunciado asertible racionalmente? A esta pregunta,
dado un lexicón determinado, la respuesta se encuentra adecúa
damente mediante algo como las reglas normales de evidencia."
Casi ni es necesario agregar que ambas cuestiones corresponden
a lo que Carnap llamó cuestiones 'externas' e ‘internas', respecti­
vamente.
3 Para una descripción más detallada de la concepción kantiana de
la estructura de la ciencia natural, véase Gómez (1987, 3-5). Por
supuesto, véase principalmente Kant ((1786) 1970, 3-18).
,0 Véase Kant (1965, A250-1).
" La racionalidad teórica y la racionalidad práctica no agotan los
diferentes tipos de operatividad de la razón analizados por Kant. En
su Crítica del Juicio, Kant aclaró que la estética no opera conforme
a los modos propios de la ciencia y la oralidad, sino que tiene una
racionalidad propia.
'* “La idea de un mundo inteligible es en si misma el incentivo o es
aquello en lo cual la razón toma su interés primario” (Kant (178) 199,
93). Este mundo inteligible es “El reino universal de los fines que
sería realizado actualmente si las máximas...fueran obedecidas
universalmente" (ibid., 65).
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HACES N A TU R A LE S , LENGUAJES CIENTIFICOS
E INCO NM ENSURABILIDAD

EDUARDO M. FLIC H M A N '

1. Introducción

Intento desarrollar una interpretación personal de la posición


de Kuhn acerca de la inconmensurabilidad de tsorias. Creo
que dicha interpretación, cue usa como base los últimos
trabajos de ese autor, muestra a la posición de Kuhn como
claramente racional. Intento interpretar las ideas de Kuhn
desde mi propia tesis sobre los haces naturales., noción, ésta
última, que pretende ser una elucidación — muy diferente de
las habituales— de expresiones tales como ‘clases natu­
rales'.

2. Haces

Trataré de elucidar una noción qus *.e relaciona con lo que


a menudo se denomina 'clases naturales', ‘familias natu­
rales', 'taxonomía'. La expresión más habitual en inglés es
la de ‘natural kinds’. Mi intento de elucidación se relaciona
con el uso de esa noción en las teorías acerca de las leyes
naturales. Me interesa evitar la terminología 'clases natu­
rales' porque se aproxima demasiado a la idea de la clase
desde el punto de vista lógico. En ese sentido, como no creo
en la existencia de particulares abstractos, como se suele
considerar a las clases, sóio admitiré la expresión 'clases

* Universidad de Buenos Aires/SADAF.


naturales’ cuando se refiera a un concepto, a la noción o
conceptualízación que resuita de una clasificación.
Para referirme a los particulares que tienen en común
ciertas propiedades, usaré el término 'haz' con un sentido
mereológico especial. (En realidad, cuando digo ‘propieda­
des’ deseo referirme a estructuras-de-particulares y
estructuras-de-universales mucho más complejas. Pero
simplificaré al máximo la situación refiriéndome simplemente
a propiedades). Supongamos que deseamos referirnos a
todas las sillas, y que determinamos que un particular es una
silla cuando y sólo cuando posee las propiedades P, Q y R.
Podríamos pensar, en un primer intento, que basta con que
nos refiramos al particular que es la colección de todas las
sillas o el agregado de todas las sillas. Cada silla, es decir,
cada particular con las propiedades P, O y R, sería un
miembro de dicha colección o agregado mereológico.
Observemos, sin embargo, que cometemos un grave
error. El agregado o colección es un particular: el particular
que resuita de la conjunción (física) de todas las sillas. Dicho
particular ocupa en cada instante una región del espacio. Es
la región ocupada en ese instante por todas las sillas del
universo. Pero ese particular es también un agregado de
átomos. También es un agregado de partículas elementales.
Y así sucesivamente. Por lo tanto, dicho particular no nos
es útil como referente de lo que queremos decir cuando
hablamos de la colección o del agregado de todas las sillas
y no, por ejemplo, de todos los átomos que ocupan en ese
instante el mismo lugar en el espacio.
Es por eso, que a los efectos de la elucidación de la
noción, recurro al siguiente concepto de haz de particulares
o, simplemente, de haz, puesto que no me ocuparé aquí de
haces de universales. Trabajaré directamente sobre el
ejemplo de las sillas.
El haz de las sillas es una relación diádica entre cada par
de sillas. Dicha relación consiste en compartir las propie­
dades definitorias o esenciales en sentido nominal, P, Q y
R. Dicho de manera metafórica, el haz de sillas es el
cemento que las une en tanto sillar. Dicho haz tiene
miembros, que son particulares: las sillas, y tiene agregado,
que es el particular: agregado de todas las sillas, al que nos
referimos antes. Pero nuestro haz no es un particular. Es un
universal.
Indicar convencionalmente ciertas propiedades y fijar asi el
haz correspondiente, cuyos miembros comparten dichas
propiedades, equivale a efectuar un recorte ontológico de la
realidad. Equivale a realizar una clasificación de particulares,
dejando de un lado a los miembros del haz y del otro al Testo
del mundo".
El acto de clasificar permite así desarrollar y fijar un
concepto: la clase correspondiente, y un término: el nombre
común o general del haz que hemos delimitado o, mejor, de
sus miembros.
Observemos que sucesivos recortes de ese tipo implican
el desarrollo de un lenguaje no exento de contenido fáctico.
Hemos realizado una clasificación de entidades del mundo.
Para ello, debimos crear un lenguaje formal (con-So cual no
quiero decir formalizado) y elaborar un vocabulario fáctico
para dicho lenguaje. Hay términos primitivos interpretados
tácticamente (nombres generales, que se aplican a cua­
lesquiera miembros de un mismo haz), hay reglas de for­
mación y de transformación; pero sólo hay axiomas y teo­
remas formales. Faltan los axiomas tácticos. Todo esto
planteado en un nivel laxo, que no implica necesariamente
formalizaciój.

4. Haces naturales

Hasta aquí, los haces convencionales y, por lo tanto, los


recortes convencionales. Las propiedades a compartir han
sido elegidas arbitrariamente y, en consecuencia, la
ontología recortada resulta conceptualizada de manera
igualmente arbitraria. No hay todavía una correcta
taxonomía. Los haces son, por ahora, haces putativos.
También los particulares y los universales involucrados son,
por ahora, putativos.
Podemos, sin embargo, encontrar a posterior!que ciertos
recortes tienen una cierta característica que los hace "in­
teresantes": para ciertos recortes, los particulares que com­
parten las propiedades fijadas convencionalmente, compar­
ten también otras propiedades, y dicho conocimiento es
obtenido a posteriori. Por lo tanto, dicho resultado es im­
puesto por la naturaleza. Es un resullado táctico, no con­
vencional. Llamaremos a tales haces, lesultantes de dichos
recortes, 'haces lácticos'. Incluimos entre las propiedades
compartidas o esenciales (en sentido nominal) que deter­
minan al haz, a las propiedades obtenidas a posteriori.
Vemos que ahoia, el lenguaje así obtenido, teniendo en
cuenta los sucesivo'; recortes correspondientes a haces
íácticos, se enriquece con enunciados tácticos tales como:
Todos los particulares que comparten tales propiedades,
comparten tal?s otras.' Donde los particulares que com­
parten tales propiedades y también tales otms, por ser
miembros de! h'.c, ya tienen nombre genérico. Tales
enunciados *"t organizan en teorías. En elias, cuando
enunciados como el mencionado son leyes naturales y no
uniformidades accidentales, decimos que los correspon­
dientes haces lácticos son haces naturales. No discutiremos
aquí til complejo problema de la distinción entre leyes
naturales y uniformidades accidentales en una teoría, que he
intentado enfrentar en otro trabajo.’
Ahora ya estamos en condiciones de decir que el lenguaje
generado por los recortes correspondientes a haces natura­
les tiene sus axiomas tácticos y sus teoremas respectivos.
También aquí me refiero a axiomas en sentido laxo, no
necesariamente formalizado. También podemos decir que
ios haces naturales, en tanto universales, y los demás
particulares y universales involucrados en los haces natura­
les, son auténticos, no sólo putativos, en esa teoría.
Lo que hemos discutido hasta ahora es. prácticamente,
lo que hace cualquier persona, en particular un niño, cuando
aprende un lenguaje. Lo mismo ocurre con los lenguajes de
la ciencia. Cada teoría, desde las que adquiere un niño
cuando aprende a hablar, hasta las adquiere un científico,
tiene sus haces naturales. L.as sucesivas teorías modifican
los correspondientes haces naturales. El problema que
consiste en saber cuáles son los haces naturales auténticos,
y i no con relación a la teoría sino con relación al mundo,
coincide con el problema que consiste en saber cuáles son
las teorías verdaderas. Ese no es el tema de este trabajo.
Aquí nos interesará el tema de la conmensurabilidad o
inconmensurabilidad de las teorías cuando se reemplazan
unas a otras. De modo que hablaremos de haces naturales
cori relación a una teoría o marco conceptual.
Un marco concepta! no cambia mientras mantiene exac­
tamente la misma taxonomía, los mismos haces naturales,
las mismas familias naturales, los mismos natural kinds.
Discutiré el problema usando un ejemplo muy manoseado,
pero no por ello menos iluminador. Se trata de la noción de
astro errante, en el marco conceptual aristotélico y ia noción
de satélite del Sol, en el marco conceptual newtoniano. Para
ambas nociones se ha usado el térnv'u planeta . Más aún,
'planeta' una vez traducido ai griego antiguo, significa, en
términos del lenguaje aristotélico, ‘astro errante’. Por su­
puesto, si queremos ser mínimamente rigurosos, debemos
excluir de la segunda noción (satélite del Sol) a los cuerpos
de masa relativamente pequeña, como es el caso de los
asteroides, y agregar ciertas especificaciones que eliminen
posibles satélites artificiales del Sol y a los cometas. Y
podríamos agregar más restricciones. Pero no viene al caso
hacerlo a los efectos de la presente discusión.
El marco conceptual aristotélico contiene un lenguaje con
términos generales que se refieren a los miembros de cada
haz natural de esa teoría. El término 'planeta' se refiere a
los cuerpos que son miembros del haz natural de los astros
errantes. Entre ellos está el Sol, la Luna, Mercurio, Venus,
Marte, etc.; pero no está la Tierra.
El marco conceptual newtoniano contiene un lenguaje
con términos generales que se refieren a los miembros de
cada haz natural de esa teoría. El término 'planeta' se refiere
a los cuerpos que son miembros del haz natural de los
satélites del Sol. Entre ellos está Mercurio, Venus, la Tierra,
Marte, etc. pero no está e) Sol ni la Luna.
Los lenguajes de los marcos conceptuales aristotélico y
newtoniano comparten una gran parte de los términos ge­
nerales. Pero no todos. La taxonomía no es !a misma.
Obsérvese que se trata de lenguajes diferentes, que
comparten parte de la taxonomía. ¿Son traducibles entre sí?
En el marco aristotélico no tiene sentido hablar de saté­
lites del Sol. No existe casillero para tal noción porque no
existe tai haz natural. No es posible formar un concepto al
que no le corresponda un haz natural. Sería tan artificial
como hablar de un haz cuyo miembros son una cuchara
determinada,'el Lago Nahuel Huapi y el caballo blanco de
San Martín. No hay propiedades auténticas compartidas por
dichos particulares y sólo compartidas por ellos en esa
teoría. Por lo tanto, nuestro lenguaje no tiene un nombre, ni
un concepto, para los miembros de tal pretendido, pero
inexistente haz. Lo mismo le pasaría al aristotélico si se le
hablara de satélites del Sol. Y lo mismo le pasa al
newtoniano si se le habla de astros errantes. Ello no impide
que entienda lo de astros errantes. Pero no lo entiende
desde su lenguaje. Lo entiende desde el lenguaje aristotélico
si es que lo domina.
'Astro errante' no es traducible al lenguaje newtoniano. A
primera vista uno diría que la traducción es justamente esa:
'astro errante'. Posiblemente ningún newtoniano dejaría de
comprender esa expresión. Además, cualquier Newtoniano
la aplicaría correctamente al Sol, a la Luna, a Mercurio, etc.
pero no a la Tierra. Cualquier newtoniano no. Sólo uno que
haya estudiado Historia y que haya aprendido el significado
que daban los aristotélicos a esa expresión en su propio
lenguaje (aquí no se trata del lenguaje'griego sino del
lenguaje aristotélico). El newtoniano habrá interpretado el
término aristotélico. Pero no lo habrá traducido a su propio
lenguaje newtoniano, porque en el marco conceptual
newtoniano no existe un haz natural cuyos miembros
compartan, y sólo ellos, ciertas propiedades que los haga
astros errantes. Por lo tanto, en el lenguaje newtoniano no
existe un término para designar de manera genérica a tales
particulares. Y tampoco se puede crear un término para ello,
porque expresaría un putativo haz inexistente.
Entiendo que en eso consiste la noción kuhniana de
inconmensurabilidad. Al menos en lo que respecta al Kuhn
de los artículos publicados desde 1983 en adelante.2 He
intentado expresar las ideas de Kuhn desde mis propias
ideas acerca de lo que son los haces naturales.
No veo ningún problema de no-racionalídad o de irra­
cionalidad en las ¡deas de Kuhn, al menos como las he
planteado aquí. Desde cierta lectura de los viejos textos de
Kuhn, se podría pensar que estoy inventando un Kuhn que
no existe. Pero si nos atenem os a sus artículos
"Commensurability, Comparability, Corrimunicability', de
1983.a ‘Rationality and Theory Choice', del mismo año" y
'Dubbing and Redubbing: The Vulnerability of Rigid
Designation', de 1979,s vemos que se vuelve más
hempeliano que Hempel en el tema de la elección racional
de teorías y que considera que la inconmensurabilidad no
implica incomparabilídad.
Que dos lenguajes no sean totalmente traducibles no
significa que el usuario de ambos no pueda compararlos y
comprenderlos. La no traducibilidad de ciertos términos
generales sólo significa que ha habido un cambio de haces
naturales al pasar de un marco a otro. La taxonomía ha
cambiado y ello ha obligado a modificar el lenguaje. Si
ambos lenguajes fuesen totalmente traducibles, ello signifi­
caría que no se ha cambiado de teoría. Sp suele plantear
que no puede haber inconmensurabilidad porque si cambió
el significado de un término, basta expresar el viejo signi­
ficado con el nuevo lenguaje. Y si no alcanza con su nuevo
vocabulario, basta con enriquecer el vocabulario. Lo que se
tiene en cuenta es el cambio de haces naturales, ligado al
cambio de lenguaje, no se tiene en cuenta que un lenguaje
no puede tener términos generales a los que no les co­
rresponda ningún haz natural. Y ello no va en detrimento de
la racionalidad del cambio de lenguaje cuando se llega a la
conclusión, a partir de la experiencia, de que ciertos haces
que se creía naturales no lo son y que ciertos haces que no
habían sido tenidos en cuenta como naturales, lo son. Nada
más racional.
Por el contrario, sería claramente irracional pretender que
un lenguaje científico exprese una teoría con un vocabulario
que incluya nombres generales sin haces naturales que sean
sus correlatos. Esto sólo puede suceder de manera racional
en lenguajes no científicos en los cuales se incluyen, por
ejemplo situaciones fantásticas. No diremos de un libro que
incluye como parte de su relato un cuento de hadas, que
cambia de lenguaje al iniciar o al terminar el cuento de
hadas. Sin embargo, si usáramos para un tal libro la
conceptualización que usamos cuando hablamos de len­
guajes científicos, diríamos que el libro cambió su lenguaje
al iniciar el cuento de hadas y volvió al lenguaje primitivo al
finalizar el cuento.
La noción de lenguaje científico es muy restrictiva. Ello
evita dificultades en la formulación de las teorías. Obviamen­
te no podemos ni debemos exigir el cumplimiento de tales
restricciones a los lenguajes no científicos. Tal exigencia
sería absolutamente irracional. Pero ello no es tema de este
trabajo.
notas

' Flichman. Eduardo H . “A Crucial Distincticn: Ini'.ial Data and Law


Applicaiion Instantes". Critica. Revista Hispanoamericana de Filo­
sofía 22 (N‘ 66, diciembre 1990). 75-04
2 Ver las nocas correspondientes al próximo párrafo.
; Kuhn, T S.. "Ccmmensufability, Comparability, Communicability",
incluido en P. 0 Asquith y T. NicWes (Eds.), PSA 1982, vol II, East
Lansing (Michigan), Philosophy of Science association, Unrversity ol
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Rigíd Designaron", incluido en C. Savage (Ed.) Scientific Theories,
Minneapolis. University of Minnesota Press 1990, 293-318.
EL N A TU R A LIS M O NORMATIVO: VALORES
COGNITIVOS Y REGLAS METO DO LO GICAS

MARIA CRISTINA GONZALEZ"

La filosofía de la ciencia de nuestro •siglo ha sido fértil en


debates y polémicas que han dado lugar d una variada gama
de posiciones y respuestas alternativas. Una de esas polé­
micas está constituida por el debate acerca de cuál es la
función del filósofo de la ciencia. En este caso en los polos
del debate se ubican las posturas prescríptívista y
descriptivista. Otra polémica importante es la que mantiene
quienes defienden la. idea de que el cambio científico sólo
puede ser explicado mediante su reconstrucción histórica,,
pues ella recoge la práctica efectiva de la investigación'
científica y quienes sostienen la idea de que en el mejor de
los casos el rol de la historia de la ciencia se limita a ilustrar
modelos de cambio científico que den cuenta del carácter
progresivo del conocimiento o de su racionalidad.
Hace algunos años John Losee “leyó" la mayor parte o
por lo menos una parte considerable de la historia de ia
filosofía de la ciencia a la luz de estas dos polémicas. Para
hacer esta lectura iraza una serie de distinciones, algunas
de ¡as cuales formularemos a continuación..

I. La distinción filosófica de la ciencia prescriptivista vs.


filosofía de la ciencia descriptivista.
II. l.as posibles relaciones entre filosofía de la ciencia e
historia de la ciencia.

Estas distinciones las traza a partir de la premisa según


la cual:

‘ Universidad de Buenos Aires.


La filosofía de la ciencia y la historia de la ciencia son interpre­
taciones de segundo orden que comparten un objeto de estudio
de primer orden. Si no hubiese práctica científica, no habría
filosofía de la ciencia ni historia de la ciencia. Sin embargo,
considero incontrovertible que algunas actividades humanas
cuentan como prácticas científicas. La filosofía de la ciencia y
la historia de la ciencia son interpretaciones de esas prácticas.'

Pero además culmina su obra formulando una reco­


mendación para la filosofía de la ciencia sobre la que más
tarde volveremos.
Comencemos con ta distinción filosofía de la ciencia
prescrlptivista vs. filosofía de la ciencia descriptivista.

Para un filósofo de la ciencia prescríptivista la filosofía de la


ciencia es una disciplina normativa cuyo principal objetivo es
formular y especificar — e intentar justificar— normas de
evaluación y recomendar criterios para evaluar hipótesis y
teorías científicas y argumentos explicativos. Así la aplica­
ción de las normas de evaluación "contribuye supuesta­
mente a la creación de 'buena ciencia"'.2
Esta posición tiene una larga tradición en la Losee incluye
a Aristóteles, Newton, Herschel, Whewell, Mili, Campbell, los
operacionalistas, los miembros del Círculo de Viena,
Margenau y Popper. A la hora de proponer un rasgo común
a esta tradición lo encuentra en que una filosofía de la ciencia
de tipo prescríptivista siempre contiene por lo menos una
norma de evaluación, que en al menos una aplicación a una
situación presente determina la corrección del juicio
evaluativo particular y un principio directivo que exige que
se aplique la norma a otras situaciones de evaluación
análogas. Ademas la norma de evaluación y sus aplica­
ciones deberán estar justificadas y quienes adscribieron a
esta posición propusieron argumentos justifícatenos para
ellas. Finalmente y dado que el proceso de justificación debe
terminar en algún punto, en una filosofía prescriptívista
deben existir uno o más principios de evaluación que no
estén sujetos a justificación. Este es el punto en que el
programa prescriptivista hace agua pues al pasar revista a
los posibles candidatos a principios inviolables no sujetos a
justificación se multiplican las dificultades y no parece po­
sible e! consenso.
La postura descriptivista, por su parte, como dice Losee
posee ¡a virtud de la modestia"3 pues propone que la tarea
de! filósofo de la ciencia "se reduzca a descubrir las normas
y procedimientos metodológicos que han informado la
práctica científica"* sin hacer ningún tipo de recomenda­
ciones acerca de la práctica evaluativa 'adecuada'. Así eL
filósofo de la ciencia “permanece neutral".5 Sin embargo esto
no reduce la tarea del filósofo al “rpero cronista de los
compromisos metodológicos profesados. Está encargado de
descubrir los principios metodológicos realmente efectivos
en ¡a práctica científica’1.6
Además, al culminar su obra agrega:

La filosofía de la ciencia descriptivista contiene argumentos


justificatorios. Sin embargo, el objetivo de esos argumentos no
es ia justificación de normas de evaluación propuestas, sino la
justificación de afirmaciones acerca de la práctica de evaluación
actual. El filósofo descriptivista de la ciencia argumenta, no que
la norma de evaluación N debe ser puesta en practica, sino que
N es una norma y que el compromiso con N ha tenido impor­
tancia en e! contexto de episodios científicos específicos. La
justificación apropiada para una afirmación semejante es mostrar
que N fue realmente efectivo del modo afirmado.7

Después de haber hecho esta caracterización de la


posición descriptivista, Losee pasa revista a anticipaciones
realizadas por Hanson, Toulmin, Feyerabend, Shapere y
Laudan. Precisamente respecto de este último autor hace
una interpretación incompleta o por lo menos sesgada que
pone en tela de juicio la utilidad de la distinción trazada.
Volveremos sobre este punió.
Resumiendo, Losee ha presentado la polarización filo­
sofía de la ciencia prescriptivista vs. filosofía de la ciencia
descriptivista de tal manera que:

1. La primera formula, especifica, y recomienda normas;


mientras que la segunda intenta descubrir normas realmente
efectivas pero se abstiene de recomendar.
2. la primera intenta justificar normas y esto la conduce
a tener que aceptar normas no susceptibles de justificación;
la segunda no intenta justificar normas y los únicos argumen-
os justificatorios aceptados son los referidos a aplicación
electiva de normas.

Pasemos a la segunda distinción mencionada anterior­


mente según la cua! hay varios modos posibles de relación
entre filosofía de la ciencia e historia de la ciencia. Tales
modos son:

a) que la filosofía de la ciencia y la historia de la ciencia


sean interpretaciones mutuamente excluyentes de la ciencia;
b) que una de ellas depende de la otra, tanto en un
sentido fuerte como en un sentido débii;
c) que sean interdependientes, tanto en un sentido luerle
como en uno débil;
d) que haya de laclo un solapamiento de las disciplinas;
e) que u filosofía de la ciencia esté subsumida en la
historia de la ciencia,6

Si bien Losee analiza casos efectivos de estas relaciones


posibles, no los mencionaremos y nos circunscribiremos a
algunas de sus afirmaciones;9

a )"... la asociación de la filosofía de la ciencia y la historia


d.e la niencia es un matrimonio genuino" \
b ) " para practicar la historia de la ciencia es necesario
pronunciarse sobre el significado de desarrollo cierttífico".
"Estos juicios reflejan [la] comprensión [del historiador] de lo
que cuenta como ciencia y del tipo de factores que afectan
a su desarrollo. Esto r.o quiere que un compromiso con una
filosofía de la ciencia plenamente articulada sea una con­
dición necesaria de la reconstrucción histórica. No obstante
¡a selección, organización e interpretación de dótos nístó-
ricos presupone principios originados en una filosofía He la
ciencia.
c) "... la investigación histórica es necesaria pa
práctica de la filosofía de la ciencia". Y esto lo dice tanto para
el caso de la filosofía de la ciencia descnptivista — lo que as
obvio — como para la filosofía de la ciencia prescriptiva, aún
en su versión logicisla.

Con las mencione.» .íechas creemos que podemos abor­


dar el análisis que Lo.~ee hace de Laudan para intentar luego
■jna evaluación de ese análisis.
Losee encuentra que en Science and Vslues'0 Laudan
hac- los siguientes aportes:

1) presenta el modelo reticular de justificación cue viene


a sustituir el modelo jerárquico que defendió en El progreso
y sus problemas porque:1’
a) el modelo jerárquico :‘va acompañadfo] a menudo por
un compromiso con el ‘ideal lelbnízíano'" que deja sin re­
solver las disputas axiológicas.
b) "está en desacuerdo con la práctíc^ real de evaluación
en la historia de la ciencia".
c) “no contempla la modificación de principios axiológioos
apelando a consideraciones de los niveles inferiores"
d) "no se adecúa a importantes episodios de la historia
de la ciencia.”
2) "el modelo reticular sólo proporciona constricciones
débiles para la selección de los objetivos cognitivos de las
ciencias. [Pues] Diversos objetivos pueden coexistir y par­
ticipar en las relaciones apropiadas con las teorías y los
principios metodológicos. [Y] Ningún objetivo, ninguna regla
metodológica o teoría individual posee el status de principio
inviolable en el m odelo"... "La red tríádica no constituye un
principio de evaluación".
3) el modelo tiene un status normativo tanto en sentido
descriptivo ("el modelo hace explícito ‘el modo en que
realmente se desarrolla la discusión de los valores cognitivo
en la cie n cia'") como en sentido prescriptivo ("el modelo
'trata de dar una caracterización normativamente viable del
modo en que tendría que desarrollarse la discusión sobre la
naturaleza de los valores cognitivos’ ") Según Losee "la
filosofía de la ciencia de Science and Valúes conserva así
la intención prescriptiva. Sin embargo—advierte Losee—, su
análisis normativo-prescriptivo se dirige, no a las recons­
trucciones racionales del progreso científico, sino a las
teorías filosóficas acerca de los objetivos cognitivos de la
ciencia” ".(Aquí se refiere a la aplicación que hace Laudan
del modelo a algunas tesis del realismo epistéíco).
No nos parecen incorrectos los señalamientos de Losee
pero sí creemos, y trataremos de probarlo a continuación,
que ha extraído del texto de Laudan sólo aquellos elementos
que le permiten considerarlo un filósofo de la ciencia
descriptivista reduciendo a su mínima expresión todo ele­
mentó prescriptivista. Nos parece que en Science and
Valúes hay otros elementos que señalan la dificultad, de
ubicar las propuestas de Laudan tanto en una orientación
prescriptivista como en una orientación descriptivista. Si
logramos convencer acerca de la existencia de esta difi­
cultad nos veremos obligados a revisar el análisis de Losee
de manera tal que se pueda formular un programa distinto
para la filosofía de la ciencia que no pase exclusivamente
por los dos polos en cuestión.
Pasemos entonces a los otros elementos que creemos
introduce la mencionada dificultad.

II

Laudan12 formula varias críticas tanto a Kuhn como a filó­


sofos anteriores; en particular interesa aquí señalar la que
pone en un pie de igualdad a Kuhn, Popper y Reichenbach.
Según Laudan los tres autores mencionados adscribieron
a la tesis de que los objetivos cognitivos no eran susceptibles
de discusión racional, aunque por diferentes razones. En el
caso de Kuhn porque comete la llamada por Laudan falacia
de la covariancia. Cada forma de la falacia supone que la
presencia o ausencia de consenso con respecto a preten­
siones fácticas puede ser usada para inferir la existencia de
acuerdo o desacuerdo con respecto a valores y metas
cognitivas. En el caso de Popper y Reichenbach porque la
cuestión se reduce al gusto o a la utilidad. Así si cierto
conjunto de valores cognitivos es internamente consistente,
no hay cabida para la evaluación racional de tales objetivos
o para la comparación racionalmente fundada de aquellos
objetivos con otro conjunto consistente. Y esto tiene una
consecuencia inevitable: el relativismo radical que consiste
en aceptar:

i) que científicos diferentes tienen objetivos diferentes.


ii) que no hay deliberación racional posible acerca de la
adecuación de diferentes objetivos.
iii) que los objetivos, métodos y pretensiones fácticas
invariablemente aparecen en racimos covariantes.
Laudan no está dispuesto a aceptar esta consecuencia
porque considera que se pueden utilizar un ampüo des­
pliegue de herramientas críticas para la evaluación raciona!
de un grupo de objetivos o metas cognitivas.
A continuación Laudan pasa revista a dos modos ge­
nerales de criticar objetivos o conjunto de objetivos
cognitivos (más allá del cargo de inconsistencia} Estas
maniobras no son los únicos recursos posibles de la crítica
axiológica, pero reconoce que quizás sean las centrales.
Veamos.
En primer lugar está ¡a estrategia de argumentar en contra
de un objetivo sobre la base que es utópico o no realizable,
es decir que no tenemos razones para creer que es
actualizable u operacionalizable. Para él hay tres tipos de
argumentos en contra de un valor cognitivo sobre la base
de su irrea líza b ilid a d . La acusación de utopism o
demostrable, la de utopismo semántico y la de utopismo
epistémico. Según la primera a veces podemos mostrar que
un cierto objetivo cognitivo posiblemente no puede ser lo­
grado, dado nuestro conocimiento de la lógica o de las leyes
de la naturaleza. De acuerdo con la segunda acusación, es
posible mostrar que ciertos valores expuestos no pueden ser
caracterizados de modo convincente porque son imprecisos,
ambiguos o ambos. Si no se puede caracterizar de modo
abstracto ni ídentilicar en ejemplos concretos entonces no
hay manera objetiva de afirmar su realizabilidad o no
realizabilidad. Y finalmente la acusación de utopismo
epistémico que ss da el caso en el que el objetivo tiene una
definición perfectamente clara pero sus partidarios no
pueden especificar un criterio para determinar cuando el
valor está presente o se satisface y cuando no.
Según él tales tipos de críticas constituyen uno de los
medios básicos de intercambio entre partidarios de objetivos
cognitivos.
La segunda estrategia de crítica axiológica enfoca la
discordancia entre objetivos explícitos y objetivos implícitos.
¿Toda esta extensa discusión sobre crítica axiológica a
qué dominio pertenece? Si pertenece a la filosofía de la
ciencia, ¿a qué orientación de !a filosofía de !a ciencia
corresponde?
Con las presentaciones que de ambas orientaciones hizo
Losee, la indagación axiológica que Laudan propone (y
como dijo en otro lugar13 algunos años después, es nece­
sario profundizar porque la axiología es la investigación es
una partí groseramente subdesarrollada de la epistemología
y de la filosofía de la ciencia) no pertenece al ámbito de la
filosofía de ¡a ciencia prescriptivista pues no recomienda
normas y explícitamente se niega la posibilidad de formular
cuáles deban ser ios objetivos, los valores o las metas que
la ciencia deba perseguir. Pero tampoco pertenece al ámbito
de la filosofía de la ciencia descriptivista porque se defiende
la idea de la evaluación crítica de los valores cognitivos y
en consecuencia no se va a adoptar una "actitud neutra!":
no todos los valores propuestos son igualmente a ce p ta o s.
¿Qué ha ocurrido? Laudan parece estar afuera de ¡a
polaridad planteada. ¿Representa este autor una alternativa
diferente, un programa de investigación para la filosofía de
la ciencia que no es ni prescriptivista ni descriptivista a la
manera de Losee? ¿O es que Losee presentó !a polaridad
en términos demasiados restringidos?
En el artículo que mencionamos más arriba Laudan
defiende un programa naturalista normativo para la filosofía
de la ciencia en el que traza distinciones relevantes respecto
de las tareas de la metodología de la ciencia y de la axiología
de la ciencia, así como diferencias entre explicar la
racionalidad y explicar el progreso de la ciencia. Pero estos
temas no los podemos tratar en esta ocasión.

Volvamos a Losee. A nuestro entender este autor por lo


menos ha planteado la polaridad en términos demasiado
restringidos. Después de todo sólo le reconoce a S. Toulmin
y G. Hilton la pertenencia a la orientación descriptivista sin
compromisos prescriptivistas de ninguna índole. Todos los
dsimás se alinean en un espectro que parte de las posiciones
logicistas hasta Laudan, en la versión que vimos; sin que
contemos las dificultades de clasificación que presenta la
obra de Feyerabend. En todo este espectro la historia de la
ciencia mantiene relaciones diferentes con la filosofía de la
ciencia. Todos estos datos explicarían, además por qué hace
la recomendación que hace al final del libro cuando dice que
"El filósofo descriptivista de la ciencia que tiene éxito en la
'instrucción de una causa' en favor de la importancia de
normas de evaluación particulares en episodios específicos
hace una contribución a nuestra comprensión de la ciencia
del pasado."... y "El programa de la filosofía de la ciencia
descriptivista merece ser proseguido por mismo indepen­
dientemente de si sus hallazgos permiten extrapola' o 'jus­
tificar' recomendaciones prescriptivas."14
Otra consecuencia que resulta de su modo de presentar
¡a polaridad radica en el hecho reconocido por Losee, de
que no hay una línea divisoria '.ajante entre filosofía de la
ciencia descriptivista e historia de la ciencia. Pero esto no
es un lactum. sino el resultado de considerar que forma parte
de la actividad del historiador de la ciencia el registrar ,as
formas de evaluación implícitas o explícitas en la práct;ca
científica en divorsos contextos y también la de tratar de
catalogar los casos en los que la práctica científica se ajusta
o no a las normas aceptadas. Así el historiador se ocupa de
la evaluación del ajuste de la práctica científica a normas,
es decir, la historia de la ciencia sería historia de las normas
de la práctica científica y sus aplicaciones correctas o
incorrectas — lo que parece transformarla en una histoiia de
la mstoQoIogía— y el filósofo de orientación descriptivista "se
cent¡a en las normas que subyacen a los juicios valorativos
individuales, en la naturaleza de una norma aplicable a una
multiplicidad de casos actuales y/o potenciales"15
Ademas agrega:

Las actividades del filósofo descriptivista de la ciencia son tareas


que se integran dentro de la reconstrucción histórica En último
término, no importa mucho si la búsqueda de normas de eva­
luación se etiqueta de 'histórica' o 'filosófica'. Hacer esta con
cesión es reconocer que hay una cierta vaguedad en las
cueru.^nes concernientes al papel de la historia de la ciencia en
la ¡ustific ación de las afirmaciones descriptivas sobre la eficacia
de las normas de evaluación en la ciencia,"5

En este punto parece exagerado atribuirle al historiador


la taiea de evaluación, pues la metodología tiene una larga
trayectoria como disciplina filosófica como para que quede
ahora subsumida en el seno de la historia de la ciencia. Se
podrá argüir que ia existencia de una larga tradición no es
argumento suficiente para justificar su estatus filosófico. Este»
último es cierto peromulatís mutandi, tampoco es suficiente
atribuirle la tarea de evaluador al historiador por el simple
hecho Ofc que en algunas circunstancias la realice.17
Para resumir los principales hitos del camino recorrido
permítasenos hace el siguiente señalamiento:

1) intentamos formular dos polémicas que recogen de­


bates vigentes en la filosofía de la ciencia.
2) para hacer esa formulación seguimos la presentación
de Losee.
3) creemos haber encontrado una dificultad para clasificar
aportes de Laudan, que Losee no considera, pero que
forman parte del modelo reticular.
4) atribuimos la existencia de esta dificultad a la manera
en que es presentada la distinción filosofía de la ciencia
prescritivista vs. descriptivista.
5) consideramos que la presentación cuestionada tiene
una dificultad adicional pues no queda finalmente trazado un
límite, entre historia de la ciencia y filosofía de !a ciencia
descriptivista.

NOTAS

1 John Losee, Filosofía de la ciencia e investigación histórica,


Madrid, Alianza, 1989, pág. 17
2 Op. di., pág. 57.
3 Op. c it, pág. 147.
4 Op. cit., ídem.
5 Op. cit., ídem.
6 Op. cit., pág. 148
7 Op. cit., pág. 175.
¡ Op. cit., págs. 17-18.
* Op cit., pág. 33.
10 Larry Laudan, Science and Valúes, Berkeley, Unv. California
Press, 1984
" Losee, op. cit., págs. 161-163.
12 Larry Laudan, op. cit., cap. 3.
11 Larry Laudan. “Progress or R-->,'onality? The Prospects tor
Normative Naturalism”, American Phiiosophical Quarterly, 24(1',
1987
IJ Losee, op. cit., pág. 167.
15 Op. cit.,pág. 174.
15 Op. cit.,ídem.
17 Op. cit.,pág. 133. "Los historiadores de lacienciasuelen juzgar
si las decisiones de los científicos seajustan a las normas de
evaluación de su tiempo".
R A C IO N A LID A D , C O M P U TA C IO N V
D E S C U B R IM IE N TO EN EL
P R O G R A M A OE SIMON

VICTOR RODRIGUEZ'

HerberS Simón es un notable científico y su obra fia aportado


importantes elementos a la reflexión epistemológica. Esta
observación es bas% del presente articulo. Como científico,
ha sido testigo durante varias décadas a la vez que operador
principal de variadas conexiones entre numeiosas discipli­
nas Está asociado íntimamente con el nacinvon'o y creci­
miento de la inteligencia artificial, es Premio Nobel de
economía, ha aportado trabajos de investigación en historia
de las ciencias, teoría de decisión, filosofía de la ciencia,
ciencia política, administración pública, psicología social,
teoría de la organización, y varias otras ramas de la actividad
científica, un número considerable de especialistas en las
llamadas ciencias cognítivas se considera deudor y continua­
dor de su obra. Sus casi 700 trabajos dan cuentí. de todo
esto.
Dentro de esta prolitica red de producción que comienza
a desplegarse a mediados de la década del treinta, y que
no ha disminuido en intensidad hasta la fecha, se han
seleccionado aquí soio algunos aspectos que portan un
considerable espectro de temas de investigación para la
filosofía de la ciencia y la epistemología en general. La
estrategia de desarrollo de estos conceplos y criterios será
a modo de breve review, con el objetivo de mostrar los
aspectos epistemológicos importantes de su arquitectura
cognitíva. Aun cuando no se intentará un análisis detallado
de las discusiones actuales en torno de estas cuestiones, a
trav?s del enfoque se filtran consideraciones receptadas de
artículos y libros emergentes de la vasta producción

‘ Universidad de Córdoba
cognitiva. Esta dinámica S9 .-eneja en las decenas de reunio­
nes internacionales enunciada? para este año sobre inteli­
gencia artificial, descubrimiento computacional. y aspectos
cogniiivos relacionados.
En la arquitectura cognitiva de Simón hay varios con­
ceptos importantes. Uno de ellos es el de descubrimiento
científico, que como es sabido ha recibido en estos últimos
años nueva consideración por parte de los filosofos de la
ciencia. L.a tradicional distinción entre contexto de descu­
brimiento y contexto de justificación está siendo someuda a
iuertes críticas, y dentro de la historia interna de la filosofía
de la ciencia se han vuelto a rescatar filósofos e ideas que
permanecieron por décadas alejados de tas discusiones
especializadas. Ahora bien, el concepto de ^descubrimiento
científico asociado con sistemas computacionales de des­
cubrimiento es sólo un heredero parcial de estas discusiones
filosóficas. Al mejor estilo de muchas prácticas científicas,
existe entre los computacionalistas la tendencia a amoldar
conceptos generales, eventualmente próximos al discurso
filosófico, a ¡as modalidades operativas de los sistemas en
construcción, o en consideración. Bajo esta óptica, se ha
asociado al descubrimiento con diferentes clases de tareas:
con la formulación de problemas y los intentos de resolución,
con la obtención de leyes asociadas a datos con o sin el
auxilio de teorías, con la creació,' de nuevas representa­
ciones de 'cnómenos, con el diseño de experimentos, o el
invento de nuevos instrumentos para la observación. Esta
lista puedo :er, extendida considerablemente; no obstante,
parece haber algo común a todas estas tareas. Ellas parecen
emplear las mismas clcr.os generales de procesos de re­
solución de problemas que los que emplean los jugadores
de ajedrez para etecir sus movidas, o.¡os médicos para hacer
sus diagnósticos. Cada uno de ellos se aboca a búsquedas
heurísticeis en ámbitos de problemas que técnicamente se
suelen asociar con espacios de teorias. espacios de re­
presentaciones, espacios de experimentos.
Una tesis fuerte de Simón es que el científico es bási­
camente un solucionador de problemas. Esta tdsis tiene
implicaciones importantes para el concepto de descubri­
miento, ya que al considerar que ios procesos de descu­
brimiento, son sólo aplicaciones de los procesos de resolu­
ción de problemas, se alierén sensiblemente las estrategias
para h ^lai una teoría del descubrimiento científico. De
cualquier modo, estas estrategias descansan sobre un con­
cepto central para todo el programa, que ha permanecido
esencialmente sin revisión desde sus primeros trabajos. Se
trata del concepto de racionalidad restringida o acotada
(bounded rationality), el que acusa con los años la influencia
de las discusiones sobre teoría de decisión y complejidad
computacional. Sus orígenes se remontan a un estudio de
la administración pública, de 1935, donde Simón encontró
un tema de investigación que consideró bastante atractivo:
¿Cómo razonan los seres humanos cuando no es posible
hallar las condiciones de racionalidad postuladas por el
modelo neoclásico en economía, en particular, cuando no es
posible definir una apropiada función de utilidad, o en última
instancia cuando no hay un agente raciona! ideal? Conjeturó
que la gente en organizaciones institucionales pone los
problemas de decisión dentro de cotas razonables por
identificación con objetivos parciales y en buena medida
operativos, que son responsabilidad de sus propias unidades
organizativas. Se definía de este modo el concepto de
identificación organizativa, un concepto de valor en teoría
administrativa, pero no se lograba explicar como se adju­
dican los niveles más altos de organización entre los re­
clamos emergentes de identificaciones competitivas a ni­
veles más bajos. El paso importante aquí fue la introducción
del concepto de satisfacción. Conceptualmente sugiere que
cuando la gente no sabe como optimizar, puede quizás estar
al menos en condiciones de satisfacer, es decir, de encontrar
soluciones suficientemente buenas. Y a las soluciones su­
ficientemente buenas se las puede hallar a menudo por
búsqueda heurística. Este abordaje del tema de la
racionalidad humana ha sido un poderoso generador de toda
una serie de subproblemas.
Un. corolario de esta caracterización es que el conoci­
miento científico es incremental. Es básicamente una se­
cuencia de pasos; una explicación de un acto particular de
descubrimiento debe tomar todo lo que ha estado en las
etapas anteriores, en la modalidad de condiciones iniciales.
Lo que se busca explicar es cómo estas condiciones iniciales
’ conducen al próximo paso. Para lograr este objetivo Simón
introduce otro concepto importante dentro de su arquitectura
cognitiva: el concepto de sorpresa. Cuando uno observa un
fenómeno que inicialmente sorprende, este estímulo puede
conducir a nuevas observaciones que pueden a su vez ser
eventualmente explicadas por los conceptos en uso. Algunos
desarrollos interesantes de esta idea se observan en los
enfoques actuales sobre machine learning.'
¿Se puede simular esto? Una heurística de este tipo se
asemeja bastante a la del progreso computacional Kekada,2
una estrategia usada para simular el ciclo de Krebs, con el
que se halló el camino químico para la síntesis in vivo de
la urea. Este programa computacional es uno de los prin­
cipales logros del trabajo de Simón y colaboradores, y está
siendo ahora generalizado a otros descubrimientos cientí­
ficos. El programa experimenta 'sorpresa' cuando sus ex­
pectativas no son satisfechas y reacciona a su sorpresa
buscando explicaciones para los fenómenos 'sorprenden­
tes'.3 El Kekada es un programa que sintetiza y culmina una
serie exitosa de experiencias computacionales.'1 Un paso
importante en esta dirección se había dado como conse­
cuencia de dedicar especial atención a la inducción de
generalizaciones cuantitativas y cualitativas a partir de datos
empíricos. Bacon y Daíton fueron sistemas para inducir leyes
cualitativas. Por otra parte, los datos no son las únicas
condiciones iniciales posibles para la inducción de leyes;
también se pueden usar las teorías como base, en con­
junción con los datos o independientemente. Las simula­
ciones con Bacon mostraron que al incorporar al programa
heurísticas que buscan simetrías y leyes de conservación,
se podía mejorar sustancialmente la eficiencia con la cual
se hallaban leyes a partir de los datos empíricos. Es posible
además hallar leyes descriptivas por derivación a partir de
leyes explicativas más fundamentales. Un ejemplo impor­
tante que se ha usado al respecto es el caso de las leyes
de Newton. En esencia, la secuencia de procedimientos
funcionaría de la siguiente manera: cuando uno encuentra
regularidades de algún tipo, se comporta como científico con
un estilo similar al del programa Bacon; esto sucede hasta
que se logra encontrar una fórmula que se ajusta con los
datos. Entonces, como en el programa Dalton, se intenta
postular un mecanismo cuyo funcionamiento produciría la
regularidad descrita por la fórmula.
Es necesario hacer a esta altura algunas aclaraciones
sobre el concepto de representación, porque de un modo u
otro se halla presente en todas estas discusiones. Aún
cuando se trata de un concepto muy elaborado dentro de la
tradición filo só fica , en el am biente co g n itivista y
computacional suele aparecer como una trama de dos ¡deas
básicas que reflejan por una parte el hecho que en el curso
de una transformación de proposiciones ver‘eales a imá­
genes, muchos aspectos que eslaban previamente implícitos
y ocultos se pueden hacer explícitos, y por otra parle, que
los operadores de inferencia que se aprenden facilitan
inferencias adicionales en modos computacionalmente efi­
cientes, a partir de las imágenes. A la tradicional discusión
en filoso)i> de la ciencia sobre modelos ¡cónicos, se la ha
incorporado el importante elomento de la simulación
computacional, y esto es naturalmente recogido en las
actuales discusiones sobre representación.
Hay un conocido debate en la comunidad cognitivista
sobre si nuestras representaciones internas de problemas se
parecen a colecciones de proposiciones o a modelos de
situaciones de problemas. Unos toman la metáfora de!
razonamiento verbal para los procesos de resolución de
problemas y piensan al razonamiento como alguna clase de
procedimiento de demostración de teoremas similar al usado
en lenguajes como el Prolog. Otros en cambio usan para la
resolución de problemas la búsqueda heurística a través de
un espacio de procedimientos. Aun cuando se h° argu­
mentado que los dos enfoques no pueden ser fJis'inguidos
operacionalmente, parece claro que esta afirmación des­
cansa sobre la confusión entre la equivalencia informacional
y equivalencia computacional de las representaciones. La
Inexactitud de ¡a afirmación de la equivalencia computacional
ha sido insinuada por un extenso trabajo experimental que
muestra la diferencia en dificultad de problemas que son
isomorfos, pero que están representados de modo diferente.
Un complemento importante del concepto de representa­
ción, dentro de la trama conceptual que estjn.os conside­
rando, 9S el concepto de explicación. Simón considera dos
vers-onf-.s sensiblem ente em parentadas con el
reduccionismo. Una versión que denomina 'laplaciana', cuyo
ideal es la formulación de un conjunto simp'e de ecuaciones
que describen el comportamiento a niveles microscópicos,
y una versión 'mendeliana', que intenta la formulación de
leyes que expresan relaciones invariantes entre niveles
sucesivos de estructuras jerárquicas. Su argumento va en
favor de una complementación de ambos entocues.
Una forma común de explicación en varias disciplinas
científicas se deriva del empleo de sistemas de ecuaciones
diferenciales o de diferencia, para determinar los valores de
¡as derivadas temporales de ¡as variables del sistema En
general, construir un modelo explicativo involucra una elec­
ción entre varias representaciones de los fenómenos; La
representación que ser elegida con anterioridad a. o
simultáneamente con, la inducción del modelo a partir de los
datos. Cuando Newell y Simón comenzaron a construir una
teoría para exoücar la resolución de problemas en 1955,
estaban ya comprometidos con una representación. Reco­
nocieron que tal representación estaba a disposición con la
invención de la computadora digital, L(? que observaron fue
que el programa de una computadora es formalmente
equivalente a un conjunto de ecuaciones de eieí'o tipo. A
cada ciclo de operación, el programa determina el estado
nuevo de la maquina como una función de su estado previo,
¡unto con algún nuevo ir,pu! que ha recibido Estas
ecuaciones podían manipula; números, pero también pro­
cesar sírr,bolos de cualquier clase. La tarea explicativa fue
entonces la de encontrar una teoría dinámica de los pro­
cesos de resolución de problemas en la forma de un pro­
grama de computadora. Además, y este es un punto central
del cognítivismo de Simón, tenía que contener estructuras
de símbolos que pudieran representar en cierto modo las
estructuras de la memoria humana, que según se sabía, era
en algún sentido asociativa Este es un soporte
epistemológico fuerte de su complex information processing,
expresión con ia que en reiteradas oportunidades se ha
sintetizado su obra, y que también ha sido lomada por
algunos de sus críticos como característica distintiva de una
rígida versión de individualismo cognitivo. De todos modos
el punto importante que se desea señalar es la existencia
de una interacción continua entre la construcción gradual de
la representación y la construcción de la teoría en consi­
deración. Algunos aspectos de la representación que habían
sido inicialmente concebidos para satisfacer necesidades de
programación, fueron luego relacionados con interpretacio­
nes psicológicas, como redes de asociaciones. La parte,
empírica acompañó a la construcción de una representación
del modelo explicativo.
Con estos elementos podemos considerar más deteni­
damente el concepto de resolución de problemas. Recor­
demos el enfoque expresado anteriormente sobre los des­
cubrimientos científicos como procesos d“ resolución de
problemas, y en particular la tesis tuerte de que las heurís­
ticas utilizadas pueden ser elaboradas computacionalmente.
La evidencia que usan a su favor Simón y un extenso número
de colaboradores es la creación de exitosas simulaciones
computacionales de un conjunto considerable de descubri­
mientos científicos. Partiendo de condiciones similares a las
existentes en importantes casos de la historia de la ciencia,
_se ha liegado a conciusiones también similares. Se interpreta
de este modo que los programas de computación contienen
un conjunto de procesos suficientes para hacer descubri­
mientos, y en consecuencia, suministran una eventual expli­
cación de los logros de los científicos en consideración. La
tesis del isom orfísm o entre las sim ulaciones
computacionales y los ejemplos de la historia de la ciencia
ha sido criticada desde diferentes ángulos. Se han
enfatizado en general las discrepancias con los aspectos
sociológicos y psicológicos, y la extrema complejidad de los
casos históricos en discusión. Aún cuando estas críticas
reflejan e! frágil estado del arte, de ¡a simulación, por con­
traste, es llamativo el notable desarrollo y versatilidad al­
canzados por algunos programas computacionales, espe­
cialmente en la última década. De cualquier modo, con
independencia de la eficacia de las simulaciones, esta di­
námica teórico-experimental ha contribuido en buena me­
dida a esclarecer aspectos importantes de! concepto de
resolución de problemas.
En líneas generales, se pueden observar dos enfoques
básicos acerca de la resolución de problemas: como ma­
nipulación de modelos y como sistemas de razonamiento.
Un análisis más exhaustivo reflejaría naturalmente otros
enfoques, como es el caso de los sistemas que usan más
de una representación, los sistemas que emplean razona­
miento moda!, o los sistemas que funcionan con la ayuda de
la inducción matemática, para nuestros fines es suficiente
señalar que las resoluciones de problemas usan una mezcla
de búsqueda y razonamiento. Cuando la resolución de
problemas es vista como un árbol de búsqueda, se interpreta
a la elección de representaciones como una tarea separada,
anterior, y generalmente muy difícil. Sin embargo, la dis­
tancia entre búsqueda heurística y representación parece
menos cuando se trata a la resolución de problemas como
acumulación de información, donde la manipulación de un
modelo es sólo una de varias técnicas disponibles. La
mezcla de árboles de búsqueda, razonamiento y razona­
miento modal parece realmente promisoria
Una distinción adicional importante que debe considerar­
se es la existente entre problemas bien estructurados y
problemas estructurados deficientemente. No parece posible
construir una definición formal de un problema bien
estructurado, pero se han propuesto varios criterios que
deben satisfacer un problema para ser considerado bien
estructurado. Complica aún más la situación el que estos
criterios generalmente involucran aspectos del dominio de!
problema junto con aspectos de los mecanismos de reso­
lución. '
En los problemas estructurados deficientemente, el di­
seño aparece como un proceso de organización. Cada
pequeña parte de la actividad aparece como bien
estructurada, pero el proceso global no satisface ninguno de
los criterios establecidos para los problemas bien
estructurados. Esta organización o planificación se hace por
abstracción de Sos detalles de un espacio de problemas, y
la relación entre el espacio de planificación abstracta y el
espacio interno de problemas de un robot y el 'mundo
externo' con el que los robots interactúan. Aún cuando hay
una acentuada tendencia a mejorar los métodos para tratar
los problemas estructurados deficientemente, la frontera
entre éstos y los problemas bien estructurados es poco
precisa y está sujeta a cambios continuos.
Otro aspecto de la resolución de problemas que ha
recibido gran atención es 1a distinción entre las caracte­
rísticas positivas y normativas de las heurísticas. No parece
necesaria una lógica especial de los imperativos; lo que si
se necesitan son reglas para convertir enunciados impe­
rativos en declarativos y viceversa. El proceso de resolución
de problemas no es un proceso de 'deducción' de un
conjunto de imperativos a partir de otro conjunto. Es un
proceso de ensayo y error selectivo, usando reglas
heurísticas derivadas de la experiencia previa, que es
exitosa a veces para descubrir medios que son relativamente
eficaces para la obtención de algún fin. Así, aunque se
pueden ver los imperativos como 'derivados' en algún sen­
tido, el proceso de derivación no es un proceso deductivo.
Es un proceso retroductivo semejante a los considerados por
Peirce y Hanson. La naturaleza de este proceso es el tópico
principal de la teoría de resolución de problemas.
Para Simón las reglas de la lógica son permisivas. Ellas
determinan qué inferencias pueden ser extraídas directa­
mente a partir de un conjunto de premisas, no cuáles
inferencias deben ser extraídas, o en qué orden ellas deben
ser extraídas. Una lógica puede de este modo ser vista como
un algoritmo no determinista para hallar todas las conse­
cuencias de un conjunto de premisas. Cuando es importante
ser selectivo en la extracción de inferencias por estar in­
teresado sólo en pocos elementos en un espacio de
consecuencias lógicas, entonces la lógica debe ser suple-
mentada con alguna clase de estruclura de control. Se debe
agregar a ella una estrategia de búsqueda. En este sentido,
los procesos de razonamiento son un subconjunto de los
procesos de búsqueda, el subconjunlo que usa reglas de
inferencia como únicos operadores.
Hasta hace poco la mayor parte de las evaluaciones de
los algoritmos de búsqueda se hacía por vía empírica. La
teoría de la complejidad computacional ha comenzado a
tratar estas cuestiones de un modo algo más sistemático. Un
resultado importante tiene que ver con la cantidad de
computación requerida para resolver problemas de una
clase dada que crece con el tamaño de los problemas, o
dicho de otro modo, con el número de variables. Los pro­
blemas se consideran tratables si los cómputos no crecen
más rápido que alguna potencia fija del tamaño del pro­
blema. Una clase importante de problemas ha mostrado
tener un grado de complejidad similar. Aún cuando este es
un concepto técnico, refiere de algún modo a versiones más
intuitivas y cotidianas. Un punto importante de investigación
en complejidad computacional es el intento de mostrar que
los problemas de complejidad pueden ser simplificados
debilitando los requerimientos para la solución; por ejemplo,
al requerir soluciones que sólo se aproximan a lo óptimo.
Para ello es necesario reemplazar el criterio de optimización
por el de satisfacción. Esto llevó a una teoría procedural de
la racionalidad, naturalmente asociada con la noción de
racionalidad acotada, ya que se usan información y capa­
cidad computacional limitada para tratar problemas de mayor
dimensión cuya forma es captabie sólo débilmente. Para
Simón la complejidad está profundamente enraizada en la
naturaleza y por ello una teoría de ¡a racionalidad que no de
cuenta de la resolución de problemas a la luz de la comple­
jidad es al menos deficiente, y en el peor de los casos, puede
estar brindando soluciones sin significación operativa. Este
es el resultado más importante que se intenta extraer de los
fragmentos de su arquitectura cognitiva expuestos en este
trabajo. Su incidencia en la problemática de la racionalidad
humana es significativa en tanto que arroja luz sobre la
relación entre complejidad, algoritmos y heurísticas, consi­
derados como marcos referenciales para un desarrollo de la
perspectiva de la racionalidad restringida.
Simón concuerda con la tesis general de Kevin Kelly5 de
que 'los métodos efectivos de descubrimiento y evaluación
de hipótesis son no solamente los objetos aceptables del
estudio epistemológicos, sino que son áus objetos propios'.
Concuerda también con Kelly acerca del lugar central de la
computación en la epistemología. Sin embargo, los enfoques
son diferentes: el enfoque de Simón es más empírico y
refleja la influencia de las prácticas científicas en varias
disciplinas, especialmente en ciencias cognitivas;6 el enfo­
que de Kelly es más formal, enfatizando los poco usados
poderes de la lógica formal para el tratamiento de las
cuestiones cognitivas. En estas diferencias filosóficas acerca
de la ciencia Simón razona como un científico ortodoxo. En
su opinión, la mayor parte de lo que conocemos acerca de
la teoría de búsqueda heurística no ha venido de demos­
traciones de computación que la hacen posible. No se siente
muy atraído en restringir su conocimiento sólo a teoremas
demostrados, ya sea en algorismos de descubrimiento u otra
materia teórica. La epistemología puede ser tanto empírica
como matemática, y no cree que la demostración de teo­
remas sea el principal camino para el conocimiento teórico
acerca de la misma. Esta suerte de hibridez en su carac­
terización del descubrimiento científico ha-llevado a algunos
críticos a remarcar incongruencias aparentes enlre aspectos
descriptivos y normativos de su programa. Por una vía
similar se ha criticado también el excesivo uso y generali­
zación de sus análisis de protocolos.7 Pero esto requiere un
párrafo aparte.
La crítica se ha centrado sobre el soporte evidencial
acerca de los procesos psicológicos subyacentes a los
descubrimientos científicos. Básicamente, que el análisis de
protocolos es insuficiente para aclarar las complejas rela­
ciones entre los procesos psicológicos de los científicos
vinculados con algún descubrimiento, y los procedimientos
mecanizados de simulación de los mismós. Los métodos
usados de verbalizaciones directas, tanto de pensar en voz
alta, como las versiones retrospectivas de los sujetos, de­
jarían serias dudas sobre el alcance de las comparaciones
entre estos informes y los libros de notas de los laboratorios,
que a su vez son usados por Simón y colaboradores para
diseñar algunas heurísticas. Un aspecto vinculado al análisis
de protocolos, pero ijnás difícil de evaluar es el alcance
epistemológico de su enfoque sobre el concepto de expe­
rimento. No coincide con la ortodoxia acerca de que los
experimentos están necesariamente orientados a testear
hipótesis, o a elegir entre hipótesis en conflicto. Para él, que
un experimento satisfaga uno o ambos objetivos no es una
condición necesaria ni suficiente para ser un buen experi­
mento. Es más adecuado e! proponernos experimentos para
testear modelos en vez de hipótesis, aún al precio de
descuidar el aparato standard de tests de significación. Pero
más aún, no cree que el testeo de modelos sea la única
razón para experimentar. El concepto de sorpresa aparece
nuevamente. Una buena razón para experimentar es que
uno puede ser sorprendido. Simón usa la historia de la
ciencia en su apoyo, y como buen científico, trata de esti­
mular la creación de heurísticas para organizar ambos tipos
de experimentos.
Quizás un modo interesante de evaluar el alcance de sus
análisis de protocolos y de Sos aspectos normativos de su
programa, sea a través de una caracterización hecha por
Glymour8 acerca de los sistemas de descubrimiento. Pro­
puso el nombre de 'epistemología androide' para la actividad
científico-filosófica de creación de normas que regulan a las
máquinas que han obtenido algún nivel de relevancia en e!
descubrimiento científico. Glymour, Kelly y otros han pro­
puesto una lógica del descubrimiento asimilable a un pro­
grama de computadora. La diferencia importante para
nuestros fines entre ellos y Simón radica en que el grupo de
filosofía de Camegie-Mellon no está interesado en la ela­
boración de modelos sobre los procesos psicológicos hu­
manos. En este aspecto, Simón es un producto de su historia
intelectual. Allí radica su grandeza y probablemente la base
de sus limitaciones. La relación entre racionalidad humana
y resolución de problemas brinda varios frentes abiertos de
investigación. Desde la perspectiva de la computación, las
dinámicas fronteras entre hardware y software enriquecen la
lilosofía de la inteligencia artificial, la filosofía de la física y
la filosofía de la mente. Quizás si nos obstinamos en man­
tener estos campos estrechamente vinculados, la resolución
de problemas acuse el impacto de versiones heterodoxas,
como el penetrante'enfoque de Penrose9 sobre la eventual
incidencia de la física cuántica en nuestros procesos ce­
rebrales, y consecuentemente, sobre las limitaciones de los
modelos vía máquina de Turing. Mientras ianto, el cotidiano
mundo de la computación no encuentra límites prácticos ni
teóricos para continuar desarrollando programas de com­
plejidad creciente y con tramas inferenciaies cada vez más
sofisticadas. El enfoque un tanto conservador de Simón
satisface plenamente los criterios pragmatistas que im­
pregnan al conjunto de disciplinas que caracterizan la re­
volución cognitiva y en este sentido sus aportes no son
secundarios para la problemática de la racionalidad humana.

El autor agradece al Prof. H. Simón la gentileza de poner a


disposición sus archivos en Carnegie-Mellon con reprints y
monografías.

NOTAS

1Ver por ejemplo Y. Kodmtov, R. Michalski (Eds): Machine Learning:


An Artificial Intelligence Approach, Vo¡ III, Morgan Kaufman Publ.,
San Mateo, California, 1990.
2 D. Kulkarni, H. A. Simón: The Processes of Scientific Discovery:
The Strategy of Experimentaron, Cognitive Science 12, 139-175,
1988.
3 Este argumento, aún cuando aparece en varías publicaciones, se
extrae esencialmente de
H. A. Simón: The Scientist as Problem Solver, en D. Klahr, K.
Kotovsy (eds.): Complex Information Processing, Lawrence Erlbaum
Associates, Publ., Hillsdale, New Jersey, 1989.
11 Ver por ejemplo el libro Scientific Discovery: An account of the
Creative Processes, citado arriba.
5 K. Kelly: The Epistemology of Scientific Discovery, Reprint
Carnegie-Mellon University, comunicación personal. K. Kelly: Arti-
ficial Intelligence and Elfective Epistemology, en J. H. PelLzer (Ed.):
Aspects of Artificial Intelligence, D. ñeidel. Dordrech!, 1988.
s H. A Simón: Epistemology: Formal and Empirícal, Reprint
Carnegie Mellon University. Comentario sobre e! articulo de Kelly
sobre Effective Epistemology citado arriba.
7 S M. Downes’ Herbert Simon's Computational Models of Scientific
Discovery. PSA 1990 Vol I, Eds.: A. Fine, M Forbes, L. Wessels;
Phiiosophy of Science Associatíon, East Lansing, Michigan.
5 C Glymour: Android Epistemology and the Frame Problem, en Z,
W. Pylyshyn (Ed.): The Robots Dilemma, Ablex, New Jersey, 1987.
s R. Penrose: The Emperor's New Mind, Oxford Unsversity Press,
■New York, 1989.

B ibliogralia general

Un conjunto de artículos clásicos de Simón y colaboradores está


recogido en
H. A. Simón, Models of Thought, Vol I., Vale University Press, New
Haven and London, 1979,
H. A Simón, Models of Thought, Vol II., Yale University Press, New
Haven and London, 1989.
Una obra reciente que ha ejercido considerable influencia es
P. Lafigley, H. A. Simón, G. L. Bradshaw, J. M. Zytkow: Scientific
Discovery: An account oí the Creative processes,' MIT Press,
Cambridge, Mass., 1987.
Otras obras importantes:
H. A. Simón, A. Newell: Human Problem Solving, Prentice Hall, New
Jersey, 1972
H, A. Simón: Models of Discovery, D. Reidel, Dordrecht, 1977.
H, A. Simón, A Ericsson: ProtocolAnalusis: Verbal Reports as Data,
M¡T Press, Cambridge, Mass.. 1984.
Una obra indirectamente relacionada con Simón, pero que recoge
numerosos desarrollos posteriores es
J. Shrager, P. Langeley: Computational Models of Scientific
Discovery and Theory Formation. Morgan Kaufmann Publ. Inc.,
San Mateo., California, 1990.
IN C O N M E N S U R A B IL ID A D ,
INCOMUNICACION E IR R A C IO N A L ID A D

GREGORIO KLIMOVSKV

Una de las banderas agitadas por las tendencias irracio­


nalistas contemporáneas es la de la ‘'inconmensurabilidad''.
En pocas palabras, puede decirse que dos teorías científicas
son inconmensurables si sus términos técnicos tienen sig­
nificados diferentes y no existe manera de definir explíci­
tamente cualquiera de ellos a partir de los vocablos de la otra
teoría. La irracionalidad consiste en que a los partidarios de
una de tales teorías les resultará imposible convencer
mediante argumentos lógicos a los seguidores de la otra, ya
que se trata de lenguajes distintos con una estructura
semántica o un contenido significativo diverso. Lo único
posible es algo parecido a un acto de conversión — en el
sentido religioso de la palabra— ; la persona a la que se
quiere persuadir puede "ver" de pronto que la pintura del
mundo que efectúa una de las dos teorías es más apropiada
que la realizada por la otra. Pero este acto de visión no
resulta de silogismos o razonamientos; puede más bien
tratarse de práctica o de un sentimiento de mejor adecuación
al mundo.
Varios son los epistemólogos que de algún modo u otro
aceptan la existencia de este fenómeno. Feyerabend —y
muchos otros pensadores "holistas"— parece a veces
pensar que el significado de los términos específicos de una
teoría está definido contextualmente por los principios acep­
tados en ella. Por consiguiente, dos teorías diferentes — es
decir, con hipótesis de partida distintas—, aún cuando
empleen iguales palabras, manejan significados distintos y
en general por ello devienen inconmensurables. Una tesis

* Universidad de Buenos Aires/SADAF


muy importante es la de Thomas Kuhn, quien en el capítulo
XII de La Estructura de las revoluciones científicas analiza
la cuestión a propósito de los cambios de paradigma. Espe­
cialmente interesante es su idea de que la comunicación
entre científicos en pugna sólo es posible cuando uno de los
bandos se ha persuadido y todos se han colocado en un
mismo paradigma. De donde, invirtiendo el aserto, tenemos
que la comunicación entre los seguidores de distintos
paradigmas es imposible (o sólo muy parcial, como dice una
página antes). El aspecto negativo de la
in co nm e n surab ilida d es p recisam ente éste, la
incomunicabilidad. Este orden de ideas se ha querido
también extender a la sociología y a ¡a antropologíav sos­
teniéndose que distintos grupos o culturas poseen diferentes
"códigos" sociales, que sus concepciones del múndo son
inconmensurables y que una auténtica comunicación y
comprensión en imposible. Quizás, visto así, el carácter
irracíonalista de esta ¡dea se hace aún más evidente, y no
resulta exagerado decir que en estos puntos de vista hay
hasta peligros políticos, puesto que se privilegian las acti­
tudes intuitivas y se rechaza el valor y la posibilidad de los
argumentos lógicos.
Empezaremos por hacer notar que, a nuestro juicio,
inconmensurabilidad no implica incomunicabilidad. Para ello,
puede ser un buen ejemplo el de la geometría no euclidiana.
Adm itam os que la geom etría de Euclides y !a de
Lobachevsky son inconmensurables (como teorías). Es
cierto que "punto euclídeo" no significa lo mismo que "punto
no euclídeo" y que no hay manera de definir explícitamente
el segundo término a partir del primero (dentro de la teoría
euclídea). Pese a ello, es posible construir en la geometría
de Euclides un modelo de la geometría de Lobachevsky, el
modelo de Klein, por ejemplo. A través de este modelo, un
usuario de la teoría euclidiana puede entender cómo funcio­
nan los conceptos no euclidianos, simplemente por
isomorfismo entre la estructura del modelo y la estructura
descrita por la teoría lobachevskyana.
La idea que aquí se expone es la de que dos estructuras
pueden ser muy distintas, pero si una de ellas contiene una
subestructura o modelo interno isomórfica a la otra, será
posible a los “usuarios” de la primera entender qué ocurre
en la segunda. Si las estructuras en cuestión son discursos
científicos, en particular teorías científicas, y si el
isomorfismo se entiende como una "traducción analógica",
la comunicación entre los que utilizan las teorías en pugna,
por más inconmensurables que sean, es posible.
Este argumento es quizás menos original que lo que
aparenta. Una rama importante de la matemática, la "geo­
metría descriptiva", tiene precisamente por objeto describir
estructuras de tres dimensiones en dos solamente {cosa que
se aplica cotidianamente cada vez que dibujamos una
perspectiva o trazamos el plano de una casa o de un objeto
por planta y elevación). Pero, de una manera más general,
la geometría descriptiva permite representar en dos di­
mensiones espacios de cualquier número tíe dimensiones.
Pese a que no es p osible d efin ir entidades
tetradimensionales usando una geometría de sólo dos di­
mensiones, es posible construir sub-estructuras algo
sofisticadas del plano euclídeo que poseen isomorfismo con
las de cuatro dimensiones.
"Comunicación" no tiene por qué ser un modo directo y
explícito de relacionar conceptos. La técnica modelística a
la que acabamos de aludir permite a un contendor entender
qué piensa el otro.
Naturalmente, para que una teoría, lenguaje o discurso
sea capaz de describir a otro — según la técnica recién
esbozada—, se necesita que tenga cierta riqueza. Sin duda,
el lenguaje de la teoría de conjuntos, expresado en lógica
de orden uno más la admisión de individuos distintos de la
clase nula, parece tener la suficiente riqueza para expresar
toda la matemática usual más la complicación de todas las
teorías físicas usuales. Por consiguiente, como el lenguaje
ordinario parece poseer una riqueza equivalente, puede
pensarse seriamente que la pretendida incomunicabilidad
semeja más a un fenómeno psicológico que a uno
auténticamente lógico.
Este es el momento oportuno para señalar que una teoría
científica consta de dos partes. Una es la lógica subyacente,
que es la que gobierna la morfología y las regias deductivas
del lenguaje empleado (y las categorías empleadas). Otras
es la que está constituida por el vocabulario específico de
la teoría, más los postulados, axiomas o principios que
establecen el aspecto asertivo de la teoría. Lo que
Feyerabend y Kuhn parecen olvidar es que, aunque dos
teorías en competencia puedan diferir en el segundo tipo de
características, pueden compartir igual lógica subyacente.
Pero, en este caso, aunque las teorías sean inconmensu­
rables, cualquiera de los contenedores puede entender qué
afirma el otro simplemente imaginando cómo debería ser
una estructura para ser modelo del sistema axiomático que
sirve de esqueleto lógico a la teoría mantenida por éste. Si
la lógica subyacente es común, no existe incomunicabilidad.
En este último sentido, parece haber dos lógicas sub­
yacentes convenientes. Una, para la ciencia rigurosamente
formulada que respete el máximo de precauciones formales,
sería el ya aludido lenguaje de orden uno, y ya hemos dicho
que su poder expresivo lo hace útil como lenguaje apto para
construir y comunicar la mayoría de las teorías formales y
tácticas corrientes. Otra es la lógica del lenguaje ordinario,
entidad no todavía totalmente conocida, y que requiere
precauciones para evitar inconsistencias. Pero nadie dudará
que la ciencia occidental y sus creaciones teóricas se han
constituido usando este lenguaje. Es cierto de Kuhn nos
recordaría en este punto que el lenguaje ordinario tiene
incorporado en su vocabulario muchos términos que pro­
vienen de teorías científicas. Pero eso, aunque cierto, no es
un inconveniente. Nosotros nos referimos a las reglas
morfológicas y deductivas (y a las categorías lógicas) im­
plícitas en el lenguaje ordinario, y ellas a nuestro entender
son independientes del vocabulario peculiar que concierne
a un uso determinado del lenguaje ordinario.
Verdad es que en este punto algunos epistemólogos,
especialm ente entre los pragm atistas (o entre los
althusserianos), aducirían que no existe tal lógica subya­
cente independiente del marco teórico utilizado. Si así fuera,
y si el significado de los términos técnicos dependiera no sólo
de los axiomas sino también de las reglas lógicas, habría que
reconocer que la tesis de la inconmensurabilidad adquiriría
nuevo vigor. Pero el caso es que aún en el variadísimo
espectro de teorías de la ciencia contemporánea no se
advierte que la lógica subyacente deje de ser la usual. Los
casos de la lógica cuántica, del intuicionismo o de los
lenguajes para la informática son por ahora rincones que no
alteran el postulado metodológico hasta ahora muy respe­
tado según el cual la lógica subyacente viene primero y los
axiomas después. Y la lógica usada es común.
Hay otro punto más, algo semejante al que acabamos de
discutir. Existen dos tipos de discusiones científicas. E!
primero, que está integrado por los “lenguajes-objeto" de la
ciencia, se refiere (real o potencialmente) a posibles hechos.
El otro es el discurso metalingüístico, en el que se analizan
los lenguajes-objeto. Podría decirse que lo primero consti­
tuye la ciencia, en tanto lo segundo la metaciencia. Que dos
teorías sean inconmensurables no impide que sean discu­
tidas y co m paradas por medio de los recursos
metacientíficos. Claro está, esto obliga al lenguaje empleado
para tal análisis a ser suficientemente rico como para permitir
al menos describir las 'leorías-objeto". Es importante señalar
que existen metalenguajes poderosos que facilitan al menos
describir las propiedades semánticas y sintácticas básicas
de casi todas las teorías científicas conocidas. Ejemplos son:
La “Protosintaxis" de Quine, la aritmética elemental con
numeración de Godel, la teoría de conjuntos (para
semantizar la teoría de los modelos) y, una vez más, el
lenguaje ordinario. Aunque pueda aceptarse que ¡a
inconmensurabilidad provoque incomunicación, no parece
que esto pueda realmente darse en el plano metalíngüístico,
siempre que se utilice el metalenguaje de riqueza adecuada.
Kuhn acepta que las teorías de Newton y de Einstein son
teorías inconmensurables. Sin duda esto provocó psicoló­
gicamente alguna incomunicación entre los partidarios de la
teoría tradicional y la nueva. Pero no fue porque hubiera una
dificultad lógica de fondo. Desde el m etalenguaje
epistemológico, ambas teorías se han analizado bien, se han
comparado, se han establecido sus ventajas y limitaciones,
y nadie duda acerca del significado de sus respectivos
términos y conceptos. Los estudiosos de Newton entienden
claramente la relatividad y los einstenianos no han dejado
de comprender las nociones newtonianas.
No hay que olvidar que el usuario de un idioma, aún ante
otro radicalmente distinto, puede finalmente aprenderlo,
comunicarse y aún traducirlo. Si por traducción se entiende
al menos la capacidad de hacer un modelo interno del
lenguaje del otro —como más arriba indicamos— , los len­
guajes de una mínima riqueza expresiva alcanzan a permitir
la comunicación.
Stegmüller, en Estructura y dinámica de teorías, se refiere
a las ideas de Kuhn sobre la inconmensurabilidad como "una
fisura irracional’1. Como él se declara en cierto modo un
kuhniano, habla en dim'nutivo para disminuir los defectos de
su adm irado. Pues, como dijim os al com ienzo, la
incomunicabilidad sería un fenómeno muy peligroso, visto
desde un punto de vista sociológico.'Afortunadamente, cree­
mos que los argumentos que hemos expuesto muestran que
se trata de una dificultad de orden pragmático, pero no
lógico. Si la gente, y en particular los científicos, se propone
ser racional, la comunicación es siempre posible.
INDICE

Prólogo, Oscar Nudler y Gregorio Klimovsky............... 7

I. Racionalidad y conocimiento: Conceptos y


problemás básicos................................................... 19
Wittgenstein: racionalidad y escepticismo,
Plínío Funquiera S m ith.................... ........................ 20
Racionalidad, arrogancia, orden del mundo,
Oscar Nudler............................................................. 55
Sobre la razón de la fragmentación,
Marceio H. Sabatés.................................................. 73
La racionalidad de la inducción y de la simplicidad
en el nuevo acertijo, David Sosa............................. 92
Lo razonable, lo caritativo y el relativismo,
Alberto Moretti........................................................... 108
Teoría del cambio racional de creencias: un moelo
cognitivo, Gladys Palau............................................ 120

II. La racionalidad en la ciencia................... ■............... 141


Kuhn y la racionalidad científica. ¿Hacia un
kantianismo post-darwiniano?, Ricardo J. Gómez . 142
Haces naturales, lenguajes científicos e
inconmensurabilidad, Eduardo M. Flichman.......... 167
El naturalismo normativo: valores cognitivos\
reglas metodológicas, María Cristina González..... 175
Racionalidad, computación y descubrimiento en
el programa de Simón, Víctor Rodríguez............... 186
Inconmensurabilidad, incomunicación e
irracionalidad, Gregorio Kümovsky.......................... 199

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