CARACOL CARTAGENA Cartagena de Indias 09/02/2018 - 12:54 COT
El corazón del ser humano siempre ha sido un asunto complejo. Rómulo
Bustos, un poeta colombiano, dice que es un cuenco sediento y extraño que jamás se llena, incluso si sobre él se derrama el cielo como una cosecha de llanto. Metáfora del sentimiento y la irracionalidad, fruta de trueno, el corazón es la puerta por donde entran las premisas sin la necesidad de tanto argumento. Por eso creemos en el amor y al mismo tiempo no sabemos explicarlo, o tenemos fe en algo divino sin sentir que es una obligación justificarnos. De esa forma, las personas pueden conservar un equilibrio entre el mundo racional y la maravillosa certeza de lo desconocido.
Pero, ¿qué pasaría si ese equilibrio se perturbara? ¿Qué ocurriría si la sociedad
fuera llevada a renunciar completamente al plano de la argumentación, abandonando la razón por la emoción del momento? Obtendríamos lo que ciertos grupos de extrema derecha quieren para Colombia: un país donde el odio y la desinformación entran como verdades absolutas en el corazón de la gente. Ya lo hemos visto en las redes: cadenas virales de WhatsApp que son acogidas sin criterio y que hablan de un gobierno de transición de las FARC, del uso de los datos del censo para realizar un fraude electoral en el voto electrónico o de venezolanos militantes del gobierno de Maduro que cruzan la frontera para votar por Timochenko. Ya lo hemos visto en las calles: habitantes enardecidos lanzándole piedras, palos y huevos a Rodrigo Londoño –candidato presidencial de las FARC–, pinchando las llantas de su camioneta, insultándolo sin parar, confundiendo la censura social con el linchamiento.
Un país de rápida credulidad y de venganza desatada es el ambiente perfecto
para políticos sin propuestas ni planes de gobierno serios. Es más fácil aspirar a la presidencia sin tener que probar por qué merece uno ser presidente, es más cómodo salir al ruedo de los debates públicos hablando sobre asuntos tan absurdos como la amenaza del “castrochavismo” que tratar de convencer a la ciudadanía con propuestas nuevas, libres de sesgos populistas y sustentadas en estudios científicos. Todo es más sencillo para el que no argumenta, para el que sólo requiere de las emociones siniestras del corazón humano.
Es cierto que las personas necesitamos del pensamiento irracional para
sobrellevar esta vida. Sin él no podríamos intentar hablar de la esperanza, la amistad, la nostalgia, la tristeza, la religión o el dolor: elementos esenciales para el desarrollo del arte y la política. Sin embargo, frente al sufragio y la toma de decisiones gubernamentales, siempre es bueno que el aspecto dominante sea el de la razón, mediante el cual todo sea pensado en virtud de la ley y del sentido común, en donde nuestros rencores y nuestra idea personal de justicia no se impongan al contrato social que hemos firmado con los demás para tratar de convivir en medio de nuestras diferencias. Ese es el ideal de toda democracia: que sepamos votar con conciencia y por aquel que nos ha convencido con verdaderos planteamientos, no por el embustero de turno. Si el corazón interviene, que sea por darnos un pálpito, un presagio de que nuestro voto inteligente servirá para construir un país mejor.