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Nada nuevo en las ideas de Trump - 15/02/2017 – Clarín

Víctor A. Beker. Economista. Ex Director de Estadísticas Económicas del INDEC. Profesor de la Universidad
de Belgrano y la UBA
Las propuestas políticas y económicas del flamante presidente americano tienen desconcertados a la mayoría
de los analistas.
En particular, en el plano económico, estábamos acostumbrados a que el discurso proveniente del
Norte fuera en defensa del libre comercio y súbitamente aparece un líder con ideas semejantes a las que
veníamos escuchando de boca de los dirigentes tercermundistas.
Sin embargo, estas ideas no son nuevas en la dirigencia estadounidense. Más aún, salvo en el periodo
posterior a la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos fue un país esencialmente proteccionista.
Tras independizarse de Gran Bretaña, la segunda ley aprobada bajo la presidencia de George Washington
fue la que establecía las tarifas sobre las importaciones. No por nada el primer Secretario del Tesoro era
Alexander Hamilton, un destacado defensor del proteccionismo económico. Sostenía que “mantener una
competencia en igualdad de condiciones, tanto en cuanto a calidad como a precio, entre un establecimiento
nuevo de un país y los establecimientos de larga maduración de otro país, es, en la mayoría de los casos,
impracticable”. Concluía en la necesidad de una ayuda extraordinaria y protección del gobierno para
desarrollar la industria local.
Los únicos defensores del librecambio en Estados Unidos eran los dueños de las plantaciones del
Sur, que, gracias a la mano de obra esclava, podían vender barata su producción en el mercado mundial.
Sus votos se inclinaban mayoritariamente hacia el partido Demócrata. Lincoln –un republicano y convencido
proteccionista- quebró la resistencia del principal bastión librecambista en el país.

Mientras Gran Bretaña fue la primera potencia económica mundial, Estados Unidos –al igual que
Alemania, Francia y Japón- abrazaron el proteccionismo para impedir que la competencia de las
importaciones baratas de aquel país impidiera el desarrollo de la industria local.
En palabras del presidente republicano William McKinley (1897-1901): “Bajo el libre comercio, el comerciante
es el amo y el productor es el esclavo. El proteccionismo no es sino la ley de la naturaleza”.
Todo cambió tras la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos surgió como la primera potencia mundial y allí
abrazó el credo del librecambio como forma de abrir los mercados externos a sus exportaciones. Así lo había
vaticinado el presidente Ulisses Grant (1869-1877): “Después de dos siglos (de proteccionismo),
Inglaterra ha encontrado conveniente adoptar el libre comercio porque piensa que no hay ya nada que
el proteccionismo pueda ofrecerle. Muy bien, caballeros, mi conocimiento de nuestro país me lleva a
pensar que dentro de 200 años, cuando Estados Unidos haya obtenido de la protección todo lo que
ella puede ofrecer, también adoptará libre comercio”.
Quizá no hay palabras que mejor expresen el pensamiento trumpista que las del varias veces precandidato a
presidente por el partido Republicano Pat Buchanan y ferviente partidario del nuevo presidente: “Detrás de un
muro tarifario construido por Washington, Hamilton, Clay, Lincoln y los presidentes republicanos que
siguieron, los Estados Unidos han pasado de ser una república agraria costera a convertirse en la mayor
potencia industrial que el mundo jamás ha visto, en apenas un siglo”.
No hay nada novedoso en el credo económico adoptado por el presidente Trump que regresa a las
tradiciones del partido republicano dejadas de lado sólo durante el periodo 1950-2016.

El librecambio ha sido históricamente la bandera de los que tienen todo para ganar del comercio
internacional. Lo fue de Gran Bretaña hasta 1930, la de Estados Unidos posteriormente y es la de
China actualmente. Por eso mismo el mercado laboral y el de productos agrícolas de los países centrales
permanecieron, aún durante el proceso liberalizador, guarecidos tras poderosas barreras a la inmigración y a
la importación de tales productos.

La liberalización de los flujos de capital estimuló la inversión en los países donde la producción era más
barata. En un mundo totalmente globalizado, buena parte de la producción industrial se concentraría en
China, por el bajo costo de su mano de obra. Para evitarlo, Trump intenta trabar la circulación de capital
imponiendo sanciones a las empresas que inviertan en el exterior. Su objetivo es generar empleos
industriales en estados como Ohio, Pennsylvania o Illinois, que son críticos en la definición de cualquier
elección nacional. Su postura sirve para recordar que en materia de comercio e inversión internacional las
naciones no se guían por principios sino por intereses.
El giro hacia el proteccionismo no dejará de producir efectos. Los consumidores americanos deberán pagar
más caros los productos que hoy importan y seguramente habrá represalias de los países que resulten
perjudicados, que abrazarán esquemas igualmente proteccionistas.
Frente a este panorama, Argentina debería repensar su estrategia comercial pensada para un mundo que no
es el que imperará en los próximos años. ¡Ojalá esta vez no lleguemos a la estación cuando el tren ya haya
partido!

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