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Más bien, eso ayuda. Mal imaginamos cómo un hombre decidido a sacrificar su vida a la verdad podría hacer una
carrera política, ya sea en el más bajo escalafón o en la cima. Pues, en materia de política, no existen más que dos
cuestiones: ¿cómo acceder al poder? Y una vez alcanzada la cima, ¿cómo mantenerse en ella? Los dos
interrogantes tienen la misma respuesta: todos los medios son buenos. Llamamos maquiavelismo a este arte de
apartar completamente la moral para reducir la política a puros problemas de fuerza. En otros términos,
principalmente los del decir popular: el fin justifica los medios: todo es bueno, con tal de que se obtenga lo que se
perseguía. Desde esta perspectiva, la mentira proporciona un arma temible y eficaz.
El acceso al poder supone la demagogia, es decir, la mentira para con el pueblo. Los candidatos a las funciones
oficiales han renunciado desde siempre a la verdad para limitarse a sostener un discurso adulador destinado a los
electores: pueblo francés2, excepcional, genial, ancestral, inventivo, creador, etcétera. En lugar de atender al
interés general que la función demanda, el político ansioso de mandato busca muy a menudo el asentimiento de la
mayoría -cincuenta y uno por ciento, eso basta. Para obtenerlo, halaga, seduce, engatusa y promete, tiene un
propósito útil para recoger los votos, pero ninguna intención de hacer honor a sus promesas –de las cuales
afirmará, más tarde, que solo comprometen a quienes las creyeron.
1
En este apartado encontraremos muchas referencias a la política explícitamente francesa. En la mayoría de los casos
bastaría suprimir el adjetivo «francés/a» para que el texto gane mayor alcance.
2
Podríamos suprimir «francés», no creo que esos atributos sean «exclusivos».
Pues ningún político dice amar el poder por el disfrute que su ejercicio procura, nadie dice gustar de ese fuerte
alcohol por la embriaguez que proporciona, sino que todos hablan de su obligación de permanecer por el bien de
Francia y los franceses5, para terminar lo que no ha dado tiempo a hacer, para realizar lo que no se ha tenido
tiempo de hacer a causa del destino, de la fatalidad, de los otros, de la coyuntura —nunca de uno mismo.
Siempre triunfa la voluntad particular en detrimento del interés general. Las células de información y de
comunicación de las instancias de poder —el Estado o el Gobierno— ceban a los periodistas con informaciones
creadas para seducir. Mentira, todavía allí, asociada a la propaganda, a la publicidad, llamada hasta hace poco
reclamo. El verbo sirve para perjudicar, las palabras de un hombre de la oposición salen de su boca como si la
realidad del poder no existiese, y valen para aumentar las promesas electorales, para dar lecciones, criticar,
anunciar que se hará mejor, etc. Las declaraciones de un electo en el ejercicio del poder dan siempre la impresión
de que se ha quedado en la oposición. Porque la función política obliga a una mentira particular, caracterizada por
una práctica sofística.