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Ensayo sobre el caso Dreyfus

Para que el mal triunfe, solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada.
Edmund Burke

Si podemos percibir que hay algo incorrecto en el fallo del caso en el que se condena
a Alfred Dreyfus por un crimen que no cometió, no solo es porque con base en las
pruebas con las que contaba el tribunal, había una duda más que razonable sobre
su participación en los actos de traición contra su patria de los cuales fue acusado,
sino, principalmente por las numerosas irregularidades que desembocaron en un
fallo que, no solo fue contrario a los principios básicos de los procesos penales, sino
que resulto antitético de cualquier concepción racional de la justicia que se pueda
llegar a sustentar1. En este breve ensayo, nos proponemos abordar algunas de las
irregularidades suscitadas en torno al proceso de Dreyfus, no solo en lo que se
refiere a las cuestiones netamente jurídicas, sino también abordando aquellas
cuestiones de carácter social que influyeron en el devenir de este caso.

Tomando como como referencia la teoría de sistemas de Niklas Luhmann, hemos


de decir que el derecho es un subsistema de la sociedad que opera bajo un código
binario: conforme a derecho/no conforme a derecho, reconociendo como propias
únicamente a las comunicaciones que entran bajo el dominio de dicho código,
desconociendo así a aquellas que no operan bajo esta dinámica. Es así que, en
principio, el derecho no reconoce como propios códigos que funcionan bajo
binomios tales como bueno/malo o justo/injusto, los cuales son propios del lenguaje
de la moral y de la ética, mismos que sólo son reconocidos por el sistema jurídico,
1 En relación a ello, Amartya Sen considera que: “El contenido de la razón pública viene dado por
una familia de concepciones políticas de la justicia y no por una sola concepción. Existen muchos
liberalismos y opiniones relacionadas, y por consiguiente muchas formas de razón pública,
determinadas por una familia de concepciones políticas razonables [...] En el corazón del problema
particular de una solución imparcial única para la sociedad perfectamente justa radica la posible
sostenibilidad de las razones plurales y rivales para la justicia, que tienen todas aspiraciones a la
imparcialidad y que no obstante difieren unas de otras y compiten entre sí.” Sen Amartya, La idea de
Justicia, primera edición, Santillana ediciones, México, 2010 pp. 43 y 44.
cuando se encuentran contenidos en el lenguaje del derecho, ya que de otro modo
son desechados al considerarlos elementos ajenos. El derecho, al utilizar el código
que le es propio, en las comunicaciones que corresponden a este sistema, aspira a
disminuir la complejidad y la incertidumbre de los casos sometidos a su
consideración. Pese a lo dicho, por un lado, es improbable desvincular ciertos
contenidos teleológicos a la práctica jurídica, los cuales, están generalmente están
relacionados con una determinada idea de la justicia imperante en una comunidad
determinada, y por otro, la función de proporcionar certeza a las relaciones que
entran bajo el dominio del derecho, no puede ser suficiente para justificar su
acatamiento por las personas que integran una comunidad. Es en esta doble
observación que podemos vislumbrar dos aspectos de la “irritación” que el sistema
social tiene sobre el sistema jurídico, es que podemos hablar de ciertas expectativas
que el mismo genera en la sociedad. En el caso que nos atañe, es claro que la
manera en la que actúan los jueces encargados de resolver sobre la inocencia o
culpabilidad de Dreyfus, es contraria a derecho y contraria a las exceptivas de la
función que su rol debe cumplir dentro de la sociedad, pues, dejando de lado las
cuestiones relativas a los fines que perseguían al emitir su sentencia, lo cierto es
que la misma se lleva a cabo en un marco que no tenía como presupuestos la
ausencia de prejuicios y la imparcialidad. Los jueces son ciudadanos con una
importante labor dentro de la sociedad, labor que no pueden ni deben delegar en la
prensa o la opinión pública, pues la primera, en ocasiones no tiene como premisa
la búsqueda de la verdad, sino la venta de información y la segunda, puede estar
bajo influencias de las que es difícil que adquiera conciencia. Un poco más adelante
ahondaremos sobre estas cuestiones, pero ahora nos referiremos la función
jurisdiccional y su importancia dentro del Estado.

En nuestro día a día, se suele hablar de impartición de justicia para aludir a la


actividad realizada por la organización burocrática del Estado encargada de decidir
lo que es conforme a derecho o contrario a derecho en un caso concreto. En
específico aquí nos referimos a los tribunales creados para resolver conflictos que
atañen al sistema jurídico. Es en este tipo de actividades donde toman sentido
expresiones tales como “la organización de justicia” o “hacer justicia”. Esta última
expresión suele utilizarse para referirse a los pronunciamientos judiciales, es decir
a las resoluciones que los jueces emiten en el ámbito de sus competencias. La
administración de justicia está en manos de los jueces que integran el Poder Judicial
del correspondiente aparato estatal del que se trate. Dentro de una sociedad, las
instituciones del sistema jurídico llevan a cabo distintos tipos de funciones, entre las
cuales, haremos referencia a las funciones manifiestas y las funciones latentes. La
función manifiesta de los tribunales se encuentra ligada a las normas jurídicas del
sistema, las cuales determinan tanto su forma de actuación como aquellos ámbitos
sobre los cuales se puede resolver. Por otro lado, las funciones latentes están
ligadas a normas no jurídicas, sino a normas económicas, políticas y sociales,
mismas que por regla general, no están escritas, siendo en su mayor parte
implícitas. Dicho lo anterior, es que podemos considerar que, como titulares de los
tribunales, es en los jueces en quienes recae la labor de decir en un caso concreto
aquello que es conforme a derecho o no conforme a derecho, ello sin dejar de
considerar que su actividad no puede desligarse de las expectativas que la misma
genera en la sociedad. Por esto último, es también de los jueces de quienes
depende que se concrete un determinado ideal de justicia arraigado en la sociedad.

La importancia en el desempeño adecuado del rol como juez es fundamental al


tener en cuenta, además de las consideraciones antes mencionadas, que de sus
resoluciones dependen la libertad, el honor, el patrimonio, y, en suma, la vida y los
derechos de los individuos. Sin buenos jueces no puede haber justicia, sino sólo
una parodia de la misma. De ahí, la ineludible necesidad de que los jueces tengan
una sólida formación jurídica, política y filosófica que les permita, dentro del marco
de la ley, actuar con prudencia, equidad e imparcialidad.

No escapa a nuestra consideración el que, en el caso en comento, la posibilidad


obtener una sentencia conforme a derecho y, de forma ideal, que en la misma se
vieran plasmados ciertos ideales de justicia, depende no sólo de contar con buenas
leyes y con buenos jueces sino, además, de tener una eficiente organización
judicial. Para Alfred Dreyfus, independientemente de la evaluación general que se
pudiera llevar a cabo sobre el sistema de justicia francés de su época, la realidad
social condiciono negativamente su acceso a una decisión judicial adecuada. Desde
luego, lo antes referido no es una situación que haya quedado en el pasado, sino
que lastimosamente, es algo que, por una u otra circunstancia, sucede con
regularidad en nuestros días. La cotidianeidad de esta problemática nos lleva a
reflexionar sobre los numerosos problemas que las personas pueden enfrentar a
diario en la búsqueda de hacer valer sus derechos, pues, volviendo a referirnos a
Luhmann, el derecho, en no pocas ocasiones, más que una fuente de seguridad
resulta ser el origen de una gran cantidad de incertidumbres.

Entre los principales obstáculos que impiden un adecuado funcionamiento del


sistema jurídico podemos identificar una gran cantidad de variables. En primer
término, hemos de decir que el acceso a la justicia que imparten los tribunales es
menoscabado por cuestiones de facto como la discriminación que afecta a minorías
y grupos vulnerables. En el ámbito del derecho penal las fiscalías, ministerios
públicos y procuradurías son las primeras instancias que deben ser abordadas con
el objetivo de que un determinado caso pueda ser sometido a la consideración de
un juez. Sin embargo, para un gran número de personas, no hay una respuesta
satisfactoria por parte de estas instituciones y el hecho de pertenecer a un
determinado sector de la sociedad puede acentuar negativamente dicha situación.
Pese a los numerosos intentos institucionales por parte del Estado, mediante
legislación o la creación y puesta en marcha de órganos especializados, en nuestras
sociedades, la discriminación por razones étnicas, de género, identidad sexual,
entre muchas otras, sigue persistiendo como un problema fundamental, del cual, el
sistema jurídico no escapa. En el caso que nos atañe, el hecho de que el capitán
Dreyfus fuera parte de la comunidad judía, misma que en la coyuntura histórica y
social en la que vivió, se empezaba a erigir como el chivo expiatorio al cual culpar
de los males que en ese entonces aquejaban a la sociedad francesa, lo colocó de
inmediato en el foco de las sospechas, lo cual dificultó la posibilidad de lograr que
su voz fuera escuchada sin prejuicios, no solo por el aparato de justicia francés, sino
principalmente por su sociedad. En el punto culminante de las acusaciones que se
vertían sobre su persona, una gran parte de la sociedad francesa lo excluyo casi
por completo del orden civil, negándole así uno de sus derechos más
fundamentales: la presunción de inocencia. Lo anterior, y retomando el concepto
del pensador italiano Giorgio Agamben, por un momento situó a Dreyfus en calidad
de Homo Sacer, de alguien que después de haber sido juzgado por el pueblo se
vuelve sacrificable, a alguien a quien se puede incluso dar muerte sin
consecuencias. Esta situación concreta se convierte en profética de lo que
eventualmente ha de suscitarse en el marco del Tercer Reich, en donde no solo
judíos sino romaníes (gitanos), discapacitados, homosexuales etc. fueron
considerados completamente desechables. En nuestros días, situaciones como
esta continúan presentes, únicamente variando en cuanto a las personas y grupos
a los cuales la calificación de homo sacer se dirige.

Continuando con la exposición de las dificultades inherentes al funcionamiento de


los sistemas jurídicos, nos referiremos ahora a la cuestión de la independencia
judicial. A pesar de que conforme a nuestras disposiciones legales el poder judicial
goza de independencia objetiva, en no raras ocasiones jueces que carecen
idoneidad, valor moral o integridad suficiente, admiten ser menoscabados por parte
de los otros poderes del Estado. De la misma forma, y tal como sucede en el caso
Dreyfus, personajes o grupos influyentes e incluso el sentimiento o las pasiones de
las masas pueden llegar a influir en sus decisiones. Para hacer una adecuada
referencia a los puntos antes mencionados, nos referiremos primero a la cuestión
de la independencia objetiva, en relación a la cual, haremos referencia a lo teorizado
por el Dr. Jorge Chaires Zaragoza, quien en relación a la misma señala tiene como
condición la ausencia de presiones externas en el funcionamiento del poder judicial,
debiendo estar prohibida la injerencia de los poderes ejecutivo y legislativo. En ese
sentido, una de las cuestiones fundamentales para lograrla consiste en limitar la
actuación administrativa sobre los funcionarios del poder judicial para que, de esta
forma, sea posible evitar que influencias provenientes de los poderes ejecutivo y
legislativo puedan interferir en la independencia que debe caracterizar a los jueces
en el ejercicio de sus funciones. Una adecuada delimitación de los poderes del
Estado y un sistema de pesos y contrapesos que logre impedir que uno de ellos se
imponga sobre los otros resulta ser un aspecto crucial en el correcto funcionamiento
de los mismos.
Ahora bien, en lo que se refiere a las influencias provenientes de personas o grupos
de personas ajenas a los aparatos estatales antes mencionados hemos de
referirnos a varias cuestiones. En primer término, nos referiremos a estos factores
de influencia, y para ello, es pertinente traer a colación la idea de Jurgen Habermas
del mundo de la vida (Lebenswelt). Este concepto, que el filósofo alemán retoma de
la fenomenología de Husserl, nos puede ayudar a comprender el contexto en el que
se suscita el caso de Alfred Dreyfus. Ello es así, porque por mundo de la vida puede
entenderse al hecho de que las personas que interactúan dentro de una sociedad
suelen compartir un trasfondo de experiencias y vivencias prereflexivas, el cual,
suelen tomar como fundamento para dotar de sentido a sus interacciones con los
demás miembros de la sociedad. En la teoría de Habermas, es por medio del
lenguaje que se adquieren e interiorizan todo tipo de ideas, mismas que la mayoría
de las veces, se integran al trasfondo prereflexivo de las personas sin que estas
lleven a cabo un examen crítico sobre las mismas. Lo relevante de estas ideas y la
importancia que tiene referirnos a ellas, radica en el hecho de que las mismas,
pueden llegar a determinar la manera en cómo las personas hablamos, sentimos,
pensamos y actuamos. Es así que los aspectos más importantes que nos conforman
como individuos, pueden llegar a estar completamente determinado por el mundo
de la vida en el cual nos desarrollemos. En el caso concreto, y de nuevo
refiriéndonos al contexto social imperante en la Francia de inicios del siglo XX,
podemos afirmar que en las ideas que las personas adquirían por medio del
lenguaje persistía la sospecha y el resentimiento hacia los miembros de la
comunidad judía. Es así que no podemos desviar la atención de lo determinantes
que fueron los deseos de una buena parte del pueblo francés por ver condenado a
Dreyfus. En relación a esta parcialidad, hemos de señalar que más que un grupo de
ciudadanos organizados, estas personas se transformaron en una masa de
hombres que, en su punto más álgido, devino en una turba que ya solo sabía linchar
(al capitan Dreyfus) o aclamar (a los jueces que dieron un sustento jurídico a sus
reclamas), y de la cual ya solo cabía esperar lo peor. Queda claro que esta es una
situación que puede presentarse dentro de cualquier sociedad donde sus
integrantes no acostumbren reflexionar por sí mismos. Una de las lecciones que
Inmanuel Kant, uno de los pensadores más influyentes en el pensamiento
occidental, nos legó hace más de doscientos años, es que el hombre solo puede
salir de su culpable, y en muchas ocasiones autoimpuesta, minoría de edad, a
través del esfuerzo de pensar críticamente por uno mismo, y para ello, uno de los
presupuestos esenciales, es tomar conciencia de aquellos prejuicios irracionales
que hemos internalizado que pueden llegar a condicionar nuestros puntos de vista,
y sobre todo, tenerlos en consideración al momento de deliberar sobre un tema
determinado. Nuestros prejuicios constituyen un elemento indispensable de la forma
en como experimentamos el mundo, y hasta cierto punto, tienen una función social
en los ámbitos de la sociabilización (al facilitar la convivencia con aquellos que
comparten un mundo de la vida similar), y también nos ayudan a no caer en la
desorganización mental y el caos, proporcionándonos cierta seguridad en un mundo
cada vez más volátil. Pese a ello, hay que tener presente que, cuanto más se
endurecen, es menos probable que podamos cambiar nuestras ideas
preconcebidas, incluso con la adquisición de nuevas experiencias.

Informarse, reflexionar y discutir son los pasos que idealmente deberían seguirse
para la construcción de una opinión. Desde luego lo anterior se presenta como una
situación ideal, pues lo cierto es que es requiere menos esfuerzo simplemente emitir
una opinión con un conocimiento limitado y/o sesgado de un tema. Parafraseando
a Emil Cioran, uno de los aspectos molestos de las desgracias públicas es que
cualquiera se estima competente para opinar sobre ellas, y lo preocupante es la
seguridad y vehemencia con la que suelen hacerlo. Desde luego, no queremos decir
que las personas no puedan tener una opinión sobre una cuestión en concreto, sin
embargo, el problema radica en la pretensión de verdad que generalmente se
pretende atribuir a la misma. Más aun, teniendo en consideración que en la situación
que nos ocupa, las personas no limitaban sus pretensiones a que su forma de
pensar fuera reconocida como la verdad en el caso Dreyfus, sino que deseaban que
esa verdad fuera judicializada, y de esta forma, impuesta a toda la comunidad. Si a
lo anterior, sumamos la manipulación que los medios de comunicación llevaron a
cabo de las masas sedientas de un chivo expiatorio, el terreno para que germinara
una manifiesta injusticia se encontraba sembrado.
En relación al impacto que la participación de la prensa tuvo en caldear los ánimos
contra Dreyfus, es clara su influencia en este aspecto. En términos generales, los
medios masivos de comunicación, en algún momento de su historia, cambiaron su
perspectiva de la información y le impregnaron el elemento económico.
Comprendieron que el suyo es un negocio cuyo producto es la información,
independientemente de la fiabilidad o veracidad de la misma. Es dable pensar que
el divulgar información poco acertada, por decir lo menos, repercutiría
negativamente en la credibilidad y en los ingresos de los medios de comunicación.
Sin embargo, lo que la realidad nos enseña, es que esto no es así, ya que, por un
lado, lo que la mayoría de las personas buscan no es la verdad, sino apoyo para lo
que ellos consideran que es la verdad, y por otro, hay quienes no buscan ni la verdad
ni apoyo para sus creencias, sino simplemente entretenimiento. Mientras sigamos
empeñados en no escuchar las opiniones que difieren de las nuestras y no estemos
dispuestos a contrastarlas con las evidencias que existan para apoyarlas o
refutarlas, nuestra visión del mundo permanecerá en los límites que el contexto en
el que nos desarrollemos nos imponga.

Cabe por último reconocer la labor de aquellas personas que realizan un esfuerzo
por exponer un punto de vista sustentado en la reflexión y la crítica. No es de
sorprender que un escritor de la talla de Emile Zola haya sido una de las personas
que, una vez contrastado los hechos y las pruebas de los que tenían conocimiento
los partidarios de Dreyfus, se haya convencido de su inocencia y apoyado su causa.
Lo que queda claro es que situaciones como las que vivieron tanto Dreyfus como
sus familiares y amigos nos hacen sentirnos débiles e impotentes ante las injusticias
que son cometidas en el marco institucional de la sociedad y que pueden ser incluso
avaladas por buena parte de sus individuos, pero esta historia, además de dar
testimonio de estas cuestiones, también nos enseña que, si se suman esfuerzos,
es posible hacer frente a lo que a priori parece invencible.
Bibliografía

Comte Sponvillle, Andre, Pequeño tratado de las grandes virtudes, Paidos, primera
edición, argentina, 2008

Farina, Juan, Justicia ficción y realidad, primera edición, Abeledo-Perrot, Argentina,


1997

Luhmann, Niklas, El derecho de la sociedad, segunda edición, Universidad


Iberoamericana, México, 2005

Onfray, Michael, Antimanual de filosofía, cuarta edición, Edaf ensayo, España, 2007

Sen, Amartya, La idea de Justicia, primera edición, Santillana ediciones, México, 2010

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