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LA AYUDA QUE AYUDA

SIRVE A LA PAZ
Servir a la Vida es servir a la Paz
LA AYUDA QUE AYUDA
SIRVE A LA PAZ

DEDICATORIA Y AGRADECIMIENTOS
TABLA DE CONTENIDOS
P RÓLOGO
P ARA COMENZAR
CAPÍTULO I
¿P OR QUÉ ESTE LIBRO?
¿Por qué un libro para ayudar?
Lo que hay, lo que vemos
¿Cómo nace la ayuda?
El anhelo de ayudar
CAPÍTULO II
UNA MIRADA SOBRE LA AYUDA QUE AYUDA
¿Qué es ayudar?
Particularidades de la ayuda que ayuda
Ayudar es contener
Ayudar es servir desde un estado de presencia
Ayudar es acompañar
¿A quién ayudamos?
¿Desde dónde ayudamos y cuándo ayudamos?
Herenca y destino en Lipot Szondi
CAPÍTULO III
¿EN QUÉ SE CIMIENTA LA AYUDA QUE AYUDA?
¿La ayuda necesita fundamentos?
¿Qué pretende la ayuda que ayuda?
CAPÍTULO IV
EL TRIÁNGULO DRAMÁTICO EXPRESIÓN DEL DOLOR P RIMARIO: LA HERIDA
BÁSICA Y LA HUELLA SAGRADA

¿Qué podemos decir sobre la herida básica?


Expresiones de la huella sagrada
Triángulo dramático
¿Qué papel juegan los juegos psicológicos?
El niño en supervivencia y el adulto dramático
CAPÍTULO V
DEL TRIÁNGULO DRAMÁTICO AL CREATIVO
¿Qué es el triángulo creativo?
¿Cómo transformar lo dramático en creativo?
Los órdenes del amor y los triángulos de Karpman
Del adulto sabio al niño de luz y genuino
CAPÍTULO VI
LOS ÓRDENES DEL AMOR

De cómo surgen los órdenes del amor y la ayuda que ayuda


La pertenencia
La jerarquía
La compensación
Transcendencia de los órdenes del amor en la vida cotidiana
CAPÍTULO VII
BASES DE LOS ÓRDENES DE LA AYUDA QUE AYUDA
De la compensación a la ayuda
¿Cuáles son los órdenes de la ayuda?
CAPÍTULO VIII
M ÁXIMAS EN LAS ESTACIONES DE LA AYUDA QUE AYUDA
Las estaciones de la ayuda
Da solo lo que tienes y toma lo que necesitas
Las circunstancias limitan tu ayuda
Comunicarnos como adultos es el camino
El que ayuda, desde su corazón, actúa con empatía hacia todos
¿Qué es bueno? ¿Qué es malo? ¿Quién sabe? Reconciliar es la clave
Asiente al destino y serás feliz
Si quieres ayudar, primero conócete
Destino final
CAPÍTULO IX
DEL AYUDADOR IDÓNEO
¿Todos somos ayudadores?
¿Estamos en capacidad de ayudar?
Cualidades del ayudador
Autocuidado
CAPÍTULO X
LA AYUDA QUE AYUDA
Decálogo
Epílogo
BIBLIOGRAFÍA

DEDICATORIA
A la Unidad para la Atención y Reparación Integral de las Víctimas, por creer en las
metodologías innovadoras para el autocuidado de las personas que ayudan y, en
nosotras para la aplicación del modelo de intervención planteado en este libro.
Marianela y Rosa Elena

A la vida misma que fluye libremente en quienes albergamos paz en el corazón.


A mis padres, quienes, con amor, cuidados y guía, me dieron la vida y mucho más.
A mi familia toda, de hoy y de siempre, que imprime fuerza a mi vida.
A lo más Grande que nos alberga, contiene y guía.
A quienes expanden su luz al construir la paz.
Marianela

Reconocimiento y honra a mi madre,


la mujer más exitosa de mi universo.
A mi padre, mi respeto y, en él,
a todos los hombres.
Rosa Elena
AGRADECIMIENTOS
Agradecer desde el corazón es abrirnos a la vida que irradia la paz.

Gracias a la Doctora Paula Gaviria Betancur por su solidaridad, respeto, acogida y


actitud de especial colaboración, reflejada en su gestión, el quehacer y en quienes la
acompañan.
¡Paula: promotora de paz!
Marianela y Rosa Elena

“Gracias a la vida que me ha dado tanto”, en especial, familia, amigas y amigos.


Gracias a Argelia Londoño Vélez y a Marleny Barrera López por la juiciosa revisión
del manuscrito. Cual faro de luz, nos guiaron para corregir y perfeccionar esta obra.
Rosa Elena

Gracias a la vida que nos condujo a escribir éstas páginas.


Gracias a quienes con amor impulsaron nuestra labor.
Gracias a Bert Hellinger, inspirador de vida.
Gracias al Grupo CUDEC por su apoyo.
Gracias a Saha, magnífica coautora.
Marianela
PRÓLOGO

Este libro nace en un momento coyuntural para Colombia, cuando después de


sesenta años de conflicto armado se pone fin al fuego bilateral y se abre la gran
compuerta de la construcción de un proceso de paz, que inicia en nuestro ámbito
familiar para irradiarse a las escuelas, colegios y universidades generando la cultura
educativa que se requiere para forjar un futuro social, político y económico basado en
la ayuda que ayuda.
Por ello, con admiración y respeto presento el libro de las doctoras Marianela
Vallejo Valencia y Rosa Elena Cárdenas Roa, quienes con su experiencia profesional y
de vida han ahondado en un tema de tanta trascendencia y relevancia personal, social y
política.
Las autoras nos invitan, a través de sus líneas, a descubrir el tema desde dos
miradas: los Órdenes del Amor y los Órdenes de la Ayuda, como los plantea el gran
filósofo, pedagogo, psicoterapeuta y pensador alemán Bert Hellinger; y, la herida
básica, huella sagrada o dolor original ineludible en los seres humanos propuestos por
Tim Kelley y Carole Kammen, así como los estudios de Paloma Cabadas y
desarrollados por Stephen Karpman en el triángulo dramático, determinantes de los
juegos psicológicos de Eric Berne, que empañan nuestra visión a la hora de ayudar.
Con lucidez diáfana, conoceremos y comprenderemos los Órdenes del Amor de
Bert Hellinger. Cada párrafo nos llevará, como bien lo expresan las autoras, a analizar
nuestras propias estructuras vinculares: la pertenencia que nos hará comprender el
arraigo, la solidaridad, el respeto y la honra de cada uno de los sistemas iniciando por
el familiar, seguidos por el escolar, laboral y social; la jerarquía que nos permite ver la
organización de dichos vínculos y, la compensación y su trascendencia en el día a día.
Esta obra, sería vana sin el planteamiento de los Órdenes de la Ayuda, los cuales
se convierten, a mi manera de ver, en las herramientas básicas y caminos
incuestionables para que el lector profesional, el servidor público, el trabajador, el
ama o amo de casa o la ciudadanía en general, implementen los procesos de la ayuda
que ayuda para construir la paz, tanto en sus hogares, como en los diferentes ámbitos y
regiones en que sus vidas se desenvuelven.
A través de la lectura descubriremos no solo el ¿qué? sino el ¿cómo?, para
alcanzar el equilibrio, ocupar nuestro lugar y la humildad que se requiere para pedir y
dar ayuda. Al mismo tiempo nos plantea el reto de trascender las limitaciones
inconscientes. Para “ayudar a ayudar” es preciso liberarnos de las ataduras que nos
atraviesan.
Al lograr nuestra liberación podremos facilitar la expansión del ser, hacer y tener
de otros, desarrollando potencialidades, autonomía y responsabilidad en quienes
solicitan ayuda, es decir, apoyarlos en transformar el triángulo dramático en triángulo
creativo, en tal forma que se propicia convertir al perseguidor en un ser empático y
confiado; al salvador en una persona con poder personal, siendo asertivo y creando
límites sanos y a la víctima, en un ser responsable ante su proyecto de vida.
El libro trasciende las buenas intenciones al concebir una metodología integradora
de los conceptos y planteamientos de los autores citados, en especial de Bert Hellinger
sobre los Órdenes del Amor y de la Ayuda, partiendo de la premisa de que el
equilibrio entre el dar y recibir se convierte en el regulador fundamental de los
procesos de ayuda. A esto se aúna la importancia de reconocer en el ayudado sus
potencialidades, capacidades y recursos para que pueda desplazarse del triángulo
dramático al triángulo creativo, en forma tal, que se permita enfrentar y construir con
solvencia y creatividad su propio sendero.
Para lograr lo anterior las autoras, despliegan, entre otros, tres fundamentos de la
verdadera ayuda, al señalar que esta implica: Contener, es decir, sentirse comprendido
e incluido. Servir desde el estado de Presencia, confiando en las fortalezas y valores de
quien es susceptible de ayuda. Acompañar con nuestros cinco sentidos, en sintonía con
el otro, teniendo en cuenta su historia personal, capacidades y sistemas en los que se
desempeña o a los que pertenece. Nos presentan, además, de manera magistral y
sencilla los planteamientos del psicoanalista húngaro Lipot Szondi, para asentir al
destino y, de esta manera poder forjar nuestro futuro desde la orilla de la consciencia.
Por este sendero nos conducen rastreando mensajes e historias familiares, mirando
la otredad desde su verdadera dimensión y convirtiendo la ayuda en un intercambio
equivalente, con empatía y, transitando por caminos de empoderamiento, partiendo de
las posibilidades y fortalezas de quien es objeto de ayuda. La vía propuesta nos aleja
de la limitación, la sobreprotección y, tal vez, lo más importante nos señala como
brindar la ayuda desde la posición de quien la solicita reconociéndolo como adulto y,
no desde la visión limitada y carencias de quien la brinda.
Las autoras concluyen el compendio, con una pregunta magistral: ¿Habrá luz que
alumbre este sendero y nos conduzca hasta dónde queremos llegar? La respuesta es
acertada, esperanzadora y objetiva.
Por ello, apreciados lectores los invito a que se dejen llevar por la pluma
magistral de las doctoras Vallejo Valencia y Cárdenas Roa, porque estoy segura que al
final encontraremos no solo respuestas, sino elementos y herramientas que nos
permitirán llevar a la acción la verdadera ayuda que ayuda en todos los ámbitos de
nuestras vidas.
Este ejemplar es una verdadera joya para nuestra vida.

Gloria A. Valenzuela Becerra


Ph.D en Educación con énfasis en Mediación Pedagógica
Bogotá, junio de 2016
PARA COMENZAR
Nacimos para ayudar expandiendo el ser, el hacer y el tener.

Este libro conjuga dos miradas complementarias que brindan un nuevo abordaje al
quehacer de las personas cuya misión de vida es ayudar y a todos, en general, cuando
las circunstancias del discurrir vital nos colocan en situaciones especiales en las que
necesitamos ayudar o debemos brindar ayuda.
Nuestra experiencia y vivencia nos hizo ver que, en general, en nuestro medio
circula poca formación e información respecto de lo que es ayudar y lo que ello
implica; de manera habitual, cuando de ayudar se trata, actuamos de buena voluntad
tratando de hacer lo mejor posible. Sin embargo, esa ayuda, en muchas ocasiones, es
poco eficaz para lograr que las personas puedan restablecer su bienestar y asumir la
responsabilidad de sus circunstancias de vida.
Por ello, nos comprometimos en la búsqueda e integración de las más novedosas
herramientas y estrategias de intervención para conocer los supuestos básicos de la
ayuda y aprender sobre los parámetros bajo los cuales nos es posible brindarla.
Así las cosas, partimos de los conceptos de Bert Hellinger respecto de los órdenes
del amor y de la ayuda, al verlos como los cimientos esenciales en la conformación de
los vínculos. Estos planteamientos forjan el compromiso y la necesidad de ayudar en
los seres humanos y, de acuerdo a cómo los integremos en nuestras vidas, la ayuda
fortalecerá o debilitará al ayudado.
Los Órdenes del Amor con sus tres principios esenciales de pertenencia,
jerarquía y compensación o equilibrio entre el tomar, dar y recibir, son los hilos que
conforman la red cuyo entramado perfecto nos provee de solvencia, fuerza y claridad
para saber si estamos en capacidad de ayudar y si nos está permitido brindarla.
Los Órdenes de la Ayuda nos guían paso a paso, como un tren que va de estación
en estación hasta el destino final, acerca del camino que debemos recorrer y observar
para que la ayuda tenga peso, sea acertada, útil y, realmente, esté al servicio de la vida,
al servicio de la paz.
Mencionamos, en primer lugar, los órdenes del amor y de la ayuda, porque ellos
fueron y son nuestro motor de vida, hacen parte de nuestro quehacer profesional en el
día a día y conocemos, desde su aplicación y vivencia, la contundencia en la reparación
y la sanación pronta, rápida y eficaz de los destinos difíciles.
Por esto, pensamos en estos órdenes como claves para descubrir, explorar y
reconocer la herida básica inherente a todos los seres humanos. Dicha herida se
expresa en el triángulo dramático, los traumas nucleares y los mensajes de infancia, que
determinan los juegos psicológicos, y que con un trabajo serio y consciente podemos
transformar en el triángulo creativo.
Para ilustrar a los lectores expondremos lo planteado por Stephen Karpman en su
triángulo dramático, respecto de la conjugación manifiesta de las diferentes posiciones de
víctima, victimario y salvador, que los seres humanos asumimos a lo largo de nuestras vidas
y que son dinámicas, en tanto rotan de lugar, y funcionan como defensas estructurantes de la
personalidad en conexión con la herida básica.
Los planteamientos de Paloma Cabadas relacionados con los traumas nucleares, en
tanto que son resolutivos de las experiencias primarias del sentirse abandonado,
rechazado o intolerante hacia la autoridad, ligados con el triángulo dramático. Así
mismo, nos referiremos a los estudios de Tim Kelley y Carole Kammen, respecto del
dolor primario o herida sagrada, por su trascendencia en nuestras vidas, especialmente,
cuando no nos hacemos conscientes de su existencia.
Tomamos de Eric Berne, sus mensajes de infancia, determinantes de los juegos
psicológicos como formas de evasión específicas en las relaciones para impedir los
encuentros cercanos y conjurar la intimidad. Los planteamientos de Berne rastrean las
historias familiares en tanto mensajes recibidos, tales como: no sientas, no vivas o
complace por encima de todo; estos se convierten en sustratos motivadores de las tres
posiciones del triángulo de Karpman.
También, por la trascendencia de su trabajo del inconsciente genético familiar,
introducimos el estudio de Lipot Szondi, quien desarrolló el concepto de destino
como las huellas que portamos de nuestros antepasados y que, inconscientemente,
afloran en nuestro quehacer, especialmente, cuando desconocemos nuestra herida
básica y nos quedamos inmersos en los juegos piscológicos al actuar desde las
posiciones del triángulo dramático.
Al hacer está revisión, nos propusimos consolidar una metodología para lograr
una ayuda con impacto social, real y posible de brindar desde el lugar que cada quien
ocupa.
En este intercambio plasmamos reflexiones, objetivos y propósitos para unificar
criterios en torno a una ayuda eficaz; por eso, este libro lo hemos titulado: La Ayuda
que Ayuda, Sirve a la Paz . Unimos la ayuda a la paz, en tanto que la vida está para
servir a la paz como el bien más preciado de la humanidad y cuando se recibe un apoyo
adecuado en circunstancias difíciles, además de bienestar, se genera paz.
En este sentido, La Ayuda que Ayuda permite una experiencia innovadora,
transformadora, reconciliadora y constructora de paz.
Esta metodología nos lleva a tomar conciencia de cómo ayudamos y, hoy,
queremos entregártela para enriquecer tu mirada, ampliarla, y acompañarte en el
desarrollo de habilidades específicas, que te permitan ayudar con la certeza de que tu
esfuerzo y tu deseo profundo de acompañar al otro en su crecimiento puedan llegar,
realmente, a tocar su corazón y puedas construir un intercambio fructífero para ti y para
los otros.
El libro que tienes en tus manos es una suma de comprensiones y de vivencias, no
solamente extraídas de lo teórico, sino, fundamentalmente, de la experiencia como
ayudadoras y como acompañantes en procesos de crecimiento humano.
En este momento que atraviesa el país queremos volcar en estas páginas el camino
que hemos encontrado novedoso, práctico y eficaz para acompañar a quien necesita
ayuda y que, en el fondo del corazón, todos anhelamos brindar. Es el camino para
acceder a una paz interna que irradie a nuestra familia, nuestra comunidad, nuestras
instituciones y nuestro país.
Capítulo I
¿POR QUÉ ESTE LIBRO?
La Ayuda que Ayuda es ciencia que se aprende y
arte que se afina.

¿P OR QUÉ UN LIBRO PARA AYUDAR?


Antes de comenzar a escribir, nos preguntamos: ¿por qué un libro para ayudar?, ¿la
ayuda es natural a nuestra esencia humana?, ¿la ayuda es algo que se da en cada minuto
de nuestra existencia?, ¿la ayuda es algo que, permanentemente, estamos brindando y
quizás también, permanentemente, estamos necesitando?
Después de idas y venidas, al pensar sobre qué es ayudar y después de
conclusiones que se nos brindaron en un trabajo teórico-vivencial con personas
dedicadas a ayudar, observamos que ayudar es un quehacer que requiere destrezas
factibles de implementar; ayudar es un saber mirar al otro en su verdadera dimensión,
quizás más allá de lo humano, con todas las partes que lo componen, aún aquellas que,
por diversas circunstancias, no haya podido manifestar.
Finalmente, ayudar es un arte que, felizmente, se puede aprender para lograr
desarrollar las habilidades especiales que permitan establecer un vínculo sano en el
proceso de ayuda.
La ayuda se brinda y, fundamentalmente, se recibe. En este sentido, la ayuda
genera unos interrogantes esenciales: ¿desde dónde queremos ayudar al otro?, ¿cómo
vemos a quien ayudamos?, ¿qué destrezas desarrollamos para ayudar?, ¿qué recorrido
evolutivo tenemos en nuestra personalidad?, ¿qué metas o qué peldaños en nuestro
propio desarrollo hemos alcanzado? Las respuestas, entretejidas, a todas estas
preguntas son esenciales para una ayuda que ayuda.
Ayudar hace parte de nuestra vida profesional. Así una de nosotras comparte su
vivencia:
“Hace unos años cuando me enfrenté a elegir el quehacer profesional, ese que
creía mi camino para que respondiera a la misión que vibraba en mí, lo
encontré en la terapéutica. Ese quehacer, que desde hace tantos años me
acompaña, estaba en el fondo relacionado en cómo ayudar a otros”.
Tal vez tú también, amigo lector, tienes este libro en tus manos pensando en:
¿cómo encontrar un camino para ayudar a otros? Al respecto, una de nosotras, te puede
decir:
“Esa fue mi motivación consciente cuando busqué mi profesión y mi quehacer.
Con el correr del tiempo, muchos caminos fui conociendo, muchas
metodologías fui incorporando y, en medio de toda esa riqueza de horizontes,
descubrí que la ayuda primera, aquella que era básica y prerrequisito para
cualquier otra, era la que yo necesitaba para conocer acerca de mí misma: mis
sombras, mis bloqueos, mi historia, mis ancestros; solamente al encontrar una
salida a estas vivencias, a estas condiciones personales de las cuales no tenía
registro, podría afinar mi instrumento personal para brindar una ayuda que
realmente ayudara”.
El sendero que hemos transitado y que, probablemente, es el que también han
recorrido con diversos faros y estaciones, tal vez, contiene para ustedes, amigos
lectores, una pregunta de fondo: ¿cómo ayudar para que esta ayuda pueda ser útil,
efectiva y pertinente?, ¿cómo elegir la via que conduzca a una ayuda compasiva y cómo
lograr ver al otro en su realidad? Y, ¿cómo comprender que hay un camino que no
ayuda?
Quizás, la primera respuesta está esbozada en líneas anteriores y tiene que ver con
que lo imprescindible de La Ayuda que Ayuda radica en la necesidad de plantearla
desde la claridad de ver al otro en su justa dimensión, en su condición real, en sus
características y diferencias.
Allá llegamos luego de bucear en nuestro mundo interno y poner en orden aquellas
cosas que, de una u otra manera, pueden bloquear nuestra plenitud, felicidad y salud.
Entonces, podemos concluir que la ayuda que no ayuda es aquella que centra la mirada
en sí mismo antes de ver al otro.
Cuando la motivación de ayudar está enfocada en uno mismo, así sea de manera
inconsciente, se ayuda al otro desde la aparente función de acompañarlo, por no tener
limpio el propio espejo interior. Nos proyectamos en el otro y lo que vemos son
nuestras partes oscuras que intentamos sanar en el proceso de acompañar al otro.
¿Por qué un libro para ayudar? Cuando nos formulamos esta pregunta, una de
nosotras decidió compartir la siguiente vivencia:
“No pude evitar remontarme a la época en la que mi trabajo me puso
frente a personas que estaban siendo vulneradas o tenían una vivencia
muy fuerte y yo no tenía ninguna herramienta para ayudarlas.
Simplemente, de una parte, atenderlas era mi labor, es decir, la función
que tenía que desarrollar; de otra parte, sentía el impacto al ver el dolor
de las personas y una responsabilidad muy grande al creer que yo tenía la
obligación, el deber de ayudarlas, cuando, en verdad, no tenía ni conocía
ninguna herramienta para hacerlo, era como una experiencia de ´ensayo y
error´.
Solo tenía mi propia vivencia para hacer algo, así que cuando lograba que la
persona pudiera salir un poco más tranquila, con una sonrisa o con una
esperanza, me sentía muy bien. Pero, también, muchísimas veces, me encontré
con que la persona me demandaba más y más cosas, que lo que me pedía no
estaba en mis manos; entonces, me sentía realmente desbordada y, desde ahí,
me preguntaba: ¿será que lo estoy haciendo bien?, ¿será que estoy haciendo
daño o haciéndolo mal?, ¿será que existe alguna metodología o alguna manera
para abordar este trabajo?
Sencillamente la vida me había colocado en ese lugar y desde mi ignorancia,
pero también desde mi profundo deseo de servir, de ayudar, de crecer como
persona, yo hacía lo mejor que podía. Por eso, cuando encontré innovadoras
metodologías como constelaciones familiares y los órdenes de la ayuda,
comencé a pensar que era preciso explorar y determinar hasta dónde iba mi
responsabilidad y en dónde empezaba la responsabilidad del otro.
Esta experiencia me llenó de esperanza, entonces me dije: he trabajado toda mi
vida en relación con ayudar, sin saber realmente ayudar y ahora veo como
existen metodologías con diversidad de herramientas, que si las aprendo, me
ponen en un camino en donde la ayuda que quiero brindar, realmente, la puedo
brindar, no solamente con amor y cariño, sino con eficacia y respeto por el
otro, en forma tal que le permita salir del lugar donde ésta”.
Estas vivencias nos condujeron a diseñar una estrategia que contuviera una serie
de valiosas herramientas para aquellas personas a quienes la vida, desde su trabajo y la
cotidianidad, las coloca frente a otra persona vulnerada y a quienes les corresponde o
desean realizar alguna acción para ayudar.
Por su sencillez y claridad esta metodología es válida para todos los seres
humanos en la vida diaria, por cuanto, de una u otra manera, desarrollamos
actividades y hacemos cosas por lo demás: la vida nos enseña que a veces nosotros
necesitamos ayuda y a veces otros necesitan la nuestra.
Por esto, regocijadas por terminar esta tarea de unificar planteamientos,
herramientas y metodologías para aprender a ayudar en forma efectiva, estamos seguras
de que este libro de La Ayuda que Ayuda Sirve a la Paz será una fortaleza y una guía
para quienes quieren ayudar en forma real.
LO QUE HAY, LO QUE VEMOS
Al mirar a nuestro alrededor podemos observar cómo las personas creen,
equivocadamente, que La Ayuda que Ayuda es aquella en la que nuestras acciones
permiten que la persona salga satisfecha; que La Ayuda que Ayuda es aquella en la que
la persona obtiene de nosotros aquello que necesita; que La Ayuda que Ayuda es la
ayuda en la que esa persona se restablece completamente.
Pensamos, también, que la ayuda es responsabilidad del ayudador, que éste tiene
la obligación de satisfacer las necesidades del ayudado, en tanto que esta persona
confía en él, al poner en sus manos aquello que la aqueja.
Sin embargo, con el correr del tiempo y con la sensación de impotencia de los
ayudadores, vemos con claridad que lo anterior no es cierto. No es posible reparar, ni
llenar los vacíos o hacernos cargo de los asuntos de otros. Si lo hiciéramos
terminaríamos haciéndonos uno más con ellos, victimizando a quien se ayuda y
tornándonos en víctimas. En lugar de tener una víctima en el escenario aparecerían dos
víctimas.
Entonces, es importante reconocer que si bien la persona está en una dificultad y
que, seguramente, contamos con recursos para apoyarla a salir de esa situación,
solamente nos corresponde tenderle la mano y brindarle una ayuda para que haga algo
bueno con ella y con sus recursos se responsabilice de su vida.
Esta nueva postura nos libera de la carga del otro, nos permite hacernos
responsables únicamente de lo nuestro y busca que el ayudado se comprometa con lo
suyo. Así, podemos verlo en su grandeza.
Un caso que ilustra lo anterior: un padre de familia consultó por diversas y
penosas circunstancias familiares. Era tal su abrumadora narrativa que se mostraba
como un niño al que la vida le había quedado grande. Luego de escucharlo con
atención, el terapeuta le preguntó: ¿cómo quieres que te trate: cómo un niño o cómo un
hombre adulto? Esta pregunta marca la diferencia entre la ayuda que sobreprotege e
impide el crecimiento al tratarlo como un infante y La Ayuda que Ayuda orientada a
permitirle rescatar sus recursos, al verlo en su grandeza, como adulto.
El telón de fondo que ilumina el camino hacia el despertar de los recursos de la
persona que busca ayuda es, sin duda alguna, inducirla hacia el desarrollo de su
responsabilidad.
¿CÓMO NACE LA AYUDA?
Te has hecho la pregunta: ¿qué recibí al nacer? Para estar aquí, en este momento,
tú recibiste, a manos llenas y más allá de la vida, un acompañamiento permanente de tu
madre, durante tu vida intrauterina, y de tu padre o de los adultos que la contuvieron a
ella durante el embarazo.
¿Has reflexionado sobre la ayuda que ellos te brindaron con los cuidados que tú
necesitabas para que pudieras crecer, para que llegaras a culminar tu ciclo de gestación
y lograras nacer? Ellos te lo entregaron todo, con generosidad y un dar ilimitado.
De todo esto, quizás, no tomamos clara conciencia, pero así comienza nuestra
vida: recibiendo infinita ayuda. Primero, porque nos dieron el maravilloso don de la
vida con el relicario-cuerpo que la contiene; segundo, porque para que seamos lo que
hoy somos nos cuidaron de tal manera que por sus esmeros es que estamos aquí y ahora,
y, tercero, porque fue tu crecimiento y tu proceso de convertirte en un ser autónomo, el
que fue limitando cuánta presencia de otros necesitabas, cuánta ayuda requerías. Cada
vez que crecías esa presencia fue siendo menos necesaria en tanto tú desarrollabas
algunas habilidades específicas que fueron creciendo con la edad.
EL ANHELO DE AYUDAR
Es necesario reflexionar sobre el deseo que tenemos de ayudar, ya que desde
nuestra experiencia profesional descubrimos que la voluntad no basta para lograr una
ayuda que ayude, por más que el corazón este comprometido en hacerlo. Por ejemplo,
como cuando una pareja enamorada comienza a tener desencuentros y conflictos se da
cuenta de que el amor que se tienen no es suficiente.
¿Nos permites acompañarte en este viaje?
Queremos acompañarte, querido lector, en el camino que debemos recorrer para
profundizar en nuestro ser, para descubrir las dinámicas que aún no conocemos y que, sin
saberlo, pueden limitar la grandeza de nuestra vida y el bienestar, especialmente, cuando
estamos comprometidos en ayudar, ya sea en nuestra cotidianidad o en el quehacer laboral.
Sabemos, también, que lo aquí planteado te servirá de estrategia para abrir puertas
e implementar un autocuidado integral y reducir tus niveles de estrés cuando se
presenten circunstancias difíciles.
¿Quieres que te acompañemos a ampliar la consciencia?
Te guiamos para que revises si al forjar vínculos fructíferos se presentan
alteraciones que afecten los sistemas a los que perteneces, tanto en lo personal, como
en lo familiar, laboral o comunitario.
Para La Ayuda que Ayuda es necesario:
Ampliar la conciencia y tener claridad respecto de la pertenencia a los sistemas en
los que te desempeñas, respetar el orden de los lugares y la compensación o equilibrio
entre el dar y el recibir, reguladores de los encuentros entre los seres humanos, es
decir, “la vincularidad” . De esta manera, se te facilitará reconocer la forma como te
relacionas.
Mirar cuánto de la actitud de ayuda y de servicio pueden estar contaminadas, en
algún ámbito, por carencias personales que atrapan tu atención ignorando las
necesidades del otro.
Descubrir la herida básica presente en cada uno de nosotros cuando te relacionas
con las personas a quienes tú vas a ayudar.
Ampliar tu capacidad de empatía, de auto responsabilidad y la conciencia de tu
propio poder personal.
Incorporar caminos de una ayuda sana, desde la cual puedas acompañar, auto-
responsabilizar y empoderar a quienes ayudas. Y, al mismo tiempo, partir de que en ti
mismo esos caminos ya estén trabajados.
Capítulo II
UNA MIRADA SOBRE LA AYUDA QUE AYUDA
La ayuda que ayuda siembra y cosecha frutos, paz y bienestar.

Asimilar La Ayuda que Ayuda conduce a ver la ayuda limitante para


transformarla en la que realmente ayuda y valida al otro para llegar a “ser”. La ayuda
que limita, aún en niveles sutiles, niega el derecho del otro e invalida sus necesidades,
puesto que se ven desde el lente personal de quien ayuda, sin captar la verdadera
realidad de quien espera ser ayudado.

¿QUÉ ES AYUDAR?
La Ayuda que Ayuda consiste en acompañar en forma tal que quien es ayudado
pueda afrontar su vida y su destino por duros que sean. Prerrequisito para esto es ver a
ese ser humano en la grandeza de la cual es portador, porque la lleva consigo; respetar
el destino que tiene que enfrentar y comprender que por severo que parezca, en algún
ámbito, es el que necesita enfrentar según el aprendizaje de su discurrir vital o según el
nivel de conciencia alcanzado.
Podemos decir, entonces, que ayudar es un proceso de acompañamiento, de auto-
responsabilidad y de auto-empoderamiento, que permite aflorar lo mejor de sí mismo y
de quien recibe la ayuda.

P ARTICULARIDADES DE LA AYUDA QUE AYUDA


Para ayudar es preciso entrar en sintonía con el otro, su destino, la historia recorrida,
su sistema, sus capacidades y su alma para que pueda crecer y descubrir lo mejor de sí.
Esto nos lleva a varias reflexiones en relación con las características particulares de La
Ayuda que Ayuda : ayudar significa, entonces, contener, servir desde un estado de
presencia y acompañar. Veremos más ampliamente estos significados.
AYUDAR ES CONTENER
Aquí contener significa sentirse comprendido, abrazado, incluido, cuidado,
protegido, es decir, a salvo; es sentirse aceptado tal cual se es, sin juicios, ni
prejuicios, que, desde luego, sesgan la percepción.
Sentirse contenido cuando se recibe ayuda remite a la primera experiencia de
vida. Permite vivenciar, a quien protege, de manera incondicional la valía propia de
quien es ayudado.
En su sentido más profundo, el aceptar ser ayudado exige confianza en quien
ayuda. Así, se puede permitir recibir la ayuda, como paso precedente al tomar, es decir,
a hacer propio aquello que se le ha dado. Cuando de ayudar se trata, este hecho, en más
de una ocasión, se pasa por alto. No en vano, tantas veces escuchamos que es más fácil
dar que recibir.
Abrirse a recibir lo que el otro tiene para dar, sólo es posible desde una actitud de
confianza que acceda a sentirse contenido, es decir, a salvo, protegido, más no
sobreprotegido, ni invalidado.
Recibir implica darse cuenta de la necesidad propia, además, requiere humildad
para poder pedir ayuda.
Ser humilde es permitirnos reconocer que el otro tiene algo con lo cual podríamos
solucionar nuestra urgencia, más allá de poder expresarle nuestra necesidad.

AYUDAR ES SERVIR DESDE UN ESTADO DE PRESENCIA


Ayudar por ayudar no es ayudar. Cuando la ayuda se da por conveniencia o por
obligación no tiene fuerza y, por tanto, se pierde. Lo único a lograr, en esta dirección,
es la ingratitud y la dependencia.
Para ayudar se requiere ese vínculo energético creado al estar presente, es decir,
con los cinco sentidos y la total disponibilidad de escucha y atención para quien
requiere nuestra ayuda. Así, esa persona se puede sentir vista, validada y valiosa, capaz
de sacar lo mejor de sí para sobreponerse a las circunstancias que la tienen en
dificultad.
Al recibir la ayuda, desde un estado de presencia, quien la necesita puede
recordar sus logros, sus fortalezas y los valores, que le han permitido sobreponerse en
otras circunstancias de su vida. Por tanto, puede reconocer sus cualidades, posibles de
potencializar para optimizar los recursos internos y externos para afrontar los retos que
la vida le propone en este momento.
Solo desde el estado de presencia podemos percibir al otro en su verdadera realidad.
Solo desde este estado percibimos lejos de juicios y de prejuicios. Solo desde allí podemos
captar la verdadera necesidad del otro. Solo con la presencia que se ha cultivado con el
correr de los días, podemos manifestar la verdadera esencia que habita en todos.

AYUDAR ES ACOMPAÑAR
¿Por qué la ayuda implica acompañar? Porque cuando estamos atravesando una
circunstancia difícil o un evento frente al cual nos consideramos incapaces de resolver,
sentirnos acompañados nos permite entrar en un estado de presencia que nos lleva a
observar lo que nos aqueja en ese momento.
Requerimos de la compañía de otro porque el dolor en soledad es difícil verlo,
enfrentarlo y, más aún, transitarlo; el dolor en compañía es posible afrontarlo para
tramitarlo.
En muchos contextos se prefiere hablar de acompañar como sinónimo o sustituto
de ayudar, y se entiende esta diferencia al resaltar que quien tiene la responsabilidad de
asumir una acción para salir del asunto en cuestión es quien tiene el problema, no
quien acompaña y menos quien ayuda .
En esta misma línea, se lee ayudar como sinónimo de responsabilizar a quien
necesita la ayuda. Al ayudado es a quien le corresponde hacerse cargo del asunto que lo
aqueja.
Ayudar requiere de una actitud despierta, compasiva y pertinente toda vez que la
esencia de la vida es la diferencia. La ayuda es impulso al crecimiento. En este libro la
significamos de esta manera.

¿A QUIÉN AYUDAMOS?
Esta parece una pregunta necia, sin embargo, la consideramos vital; en especial,
cuando, de manera coloquial, se responde: “a las víctimas”, sin tener presente la pesada
carga que conlleva este rótulo para quien desea salir de las circunstancias difíciles
vividas. Genéricamente, se conoce como “víctima” a una persona impotente, sin
capacidad para defenderse o asumir lo que le ocurre y le corresponde.
Planteamos que quién necesita ayuda es un ser humano común y corriente, que
atraviesa una dificultad y requiere sentirse visto con buenos ojos para transformarla.
Solo el amor real permite el cambio real, entendiendo el cambio como un proceso de
desarrollo y crecimiento.
Como ya lo mencionamos es preciso que la persona a más de tener conciencia de
su necesidad tenga la capacidad de solicitar la ayuda, para lo cual requiere de una
buena dosis de humildad que le permita abrirse al otro para solicitar su presencia y
lograr expresarle sus difíciles circunstancias.

¿DESDE DÓNDE AYUDAMOS CUANDO AYUDAMOS?


Querido lector, ¿desde dónde ayudas cuando ayudas? Tómate un momento para
responder antes de seguir leyendo.
En general, siempre se ayuda desde la propia vivencia, desde la propia carencia o
desde los recursos disponibles. La ayuda se da desde nuestro propio ser, por tanto,
desde lo que se percibe, lo que se siente y lo fácil o difícil que, desde nuestra creencia,
representa dicha circunstancia; así que, si nuestra vivencia fue de carencia, cuando
alguien dice, por ejemplo, que no tiene con qué comer, se puede sentir de inmediato que
tendríamos que brindarle algo para calmar su necesidad y las posibilidades para que no
pase hambre, con lo cual se responde desde nuestros recuerdos, ante circunstancias que,
salvando diferencias, fueron similares.
En ocasiones, tampoco nos percatamos desde donde nos están pidiendo la ayuda,
resaltamos que es diferente que un niño necesite ayuda a que sea una persona adulta,
quien la necesite o la pida. Destacamos que en este libro solamente nos referimos a la
ayuda que se le brinda a una persona mayor de edad.
Para encontrar la respuesta a la pregunta: ¿desde dónde ayudamos?, conviene
explorar si lo hacemos desde nuestras vivencias y carencias o como adultos que
sabemos ocupar nuestro lugar. Esto lo podemos determinar si trabajamos nuestra herida
básica y sus manifestaciones en el triángulo dramático y revisamos si estamos alineados
con los órdenes del amor y de la ayuda.
La vivencia de sentirnos el centro del universo obedece a que somos el referente
de lo que vemos, de lo que sentimos, de lo que pensamos, de lo que entregamos, lo que
hicimos y, por tanto, de cómo ayudamos.
Somos el instrumento por excelencia a través del cual brindamos la ayuda. La
posibilidad de conocernos en profundidad, de saber qué contienen los archivos del
alma, dónde hemos guardado nuestras satisfacciones, dolores, emociones, carencias o
lo que hemos tomado y quizás no queremos recodar, es esencial. Son esos cajoncitos y
la pujanza que ellos tienen en nuestra alma los que manejan y determinan nuestra
percepción, nuestro ser, nuestro quehacer y, desde luego, nuestra forma de ayudar.
Entre más descubramos el contenido de esos archivos o cajoncitos, entre más
hayamos trabajado para conocerlos, explorarlos, honrarlos y convertirlos en fuerza de
vida, más libres estamos de creencias y carencias que matizan y limitan la percepción
del mundo que habitamos.
La limpieza de ellos, determina la mayor o menor capacidad para reconocer
realmente la necesidad del otro y, en consecuencia, la mayor eficacia en el logro de
ayudar.
Ayudar devela el sentir de cuánto valemos, cuánto tenemos y cuánto podemos
compartir y es, también, la manifestación de cómo experimentamos el mundo y quienes nos
rodean: si los creemos compañeros de camino compartimos el dar con mayor generosidad y
tranquilidad; más, si hemos vivido experiencias dolorosas, difíciles y traumáticas, muy
probablemente han generado una actitud de alerta, una conducta defensiva ante otros y,
probablemente, brindamos la ayuda con recelo; dudamos de cuál será el destino que nuestra
ayuda puede correr en el corazón del otro.
La vivencia que tenemos de nosotros mismos y de los vínculos primarios con
mamá y papá nos han llevado a construir la imagen de nosotros ante el mundo. Es una
repetición caleidoscópica de lo guardado en nuestra alma y en nuestro inconsciente.
El bagaje de las vivencias uterinas, de la infancia y, también, de todo lo
transpersonal que va más allá de lo transgeneracional, cual equipaje, determina la
postura de nosotros ante la ayuda y matiza si es una ayuda para ganar reconocimientos;
si es una ayuda para acompañar al otro en el proceso de descubrir las herramientas que
impulsen su ser autónomo, o, si es una ayuda para reforzar nuestro ego o nuestra
autovaloración.

HERENCIA Y DESTINO EN LIPOT SZONDI


Otro aspecto importante a tener en cuenta para determinar desde dónde ayudamos,
nos lo muestra el psicoanalista húngaro Lipot Szondi, profesor de la doctora Marianela
Vallejo Valencia en la Universidad de Lovaina, con sus planteamientos del inconsciente
familiar.
Szondi nació a principios del siglo pasado en Niyitra, Hungría, y falleció en 1998
en Suiza, solía describirse como “el menos conocido entre los más importantes y el
más importante entre los menos conocidos” , y es, quizás, el primer psicoanalista que
habló del “destino anankástico o atenazante” , marcado por las pulsiones; en
oposición, al destino de libre albedrío marcado por la consciencia que libera.
Fue pionero al descubrir el inconsciente genético familiar como genealogía. En
la topografía del psiquismo humano, la genealogía está ubicada entre el inconsciente
individual freudiano, que constituye la ontología, y el inconsciente colectivo descrito
por Carl Gustav Jung, como arquelogía del psiquismo humano.
Lipot Szondi investigó cinco mil árboles genealógicos y, a partir de una
observación aguda sobre escritores famosos como Balzac y Dostoievski, y del
comportamiento de las parejas en relación con las historias de vida de sus antepasados,
formuló y describió, con bastante exactitud, cinco formas de destino conformadas por
las huellas que portamos de nuestros antepasados y que, de una u otra manera, pugnan
por salir a través de manifestaciones en nuestros destinos.
La descripción de estos cinco destinos cuya determinación y elección es
inconsciente, los denominó tropismos, entendiendo por tropismo “la inclinación hacia”.
Los clasificó de la siguiente manera:
E rototropismo, en virtud del cual elegimos la pareja.
L ibidotropismo, por el cual elegimos las amistades.
Morbotropismo o elección de las enfermedades.
T anatropismo, en virtud del cual elegimos la forma de muerte , y
Operotropismo , el destino relacionado con nuestro quehacer, que
probablemente, en nuestro discurrir, es el que en estos momentos más nos ocupa
y nos interesa.
Aceptar los planteamientos de Lipot Szondies entender que, inconscientemente,
honramos la historia de nuestros antepasados a través de la forma de vida que
llevamos, expresada en nuestro destino y, especialmente, desde el
mencionado operotropismo , es decir, con nuestro quehacer.
Por esto, al preguntarnos: ¿qué nos lleva a que busquemos ayudar?, encontramos
que la respuesta evidencia la presencia de los anteriores descubrimientos. Es que
ayudando en el presente a quienes hoy podemos ver cara a cara, inconscientemente,
ayudamos a nuestros ancestros, aquellos a quienes, por algún motivo y desde nuestro
quehacer, los reconocemos y honramos en el día a día.
Esto implica una mirada que contempla nuestra humanidad y, en ella, a los
asuntos pendientes transgeneracionales que hemos recibido a través de nuestros
padres, abuelos, bisabuelos y muchas generaciones atrás.
Desde dónde se ofrece la ayuda determina la motivación que buscamos en ella. No
comprender el entretejido de estos elementos torna complejo el proceso de ayuda; por
el contrario, comprenderlo, nos brinda una comprensión multigeneracional.
Si ayudamos desde la herida básica sin reconocerla y desde luego sin sanarla,
actuamos desde una de las tres posiciones del triángulo dramático, bien sea desde una
conducta de salvador, censurador o experimentando nuestro quehacer como una gran
carga, lo cual lo enmarca dentro de un deber sin escapatoria más que dentro de una
consciencia de servicio. Por el contrario, al actuar desde la empatía y el
empoderamiento, no solo impulsamos la responsabilidad, sino que además, libres de
cargas personales, percibimos con claridad el presente que condensa lo
transgeneracional.
Capítulo III
¿EN QUÉ SE CIMIENTA LA AYUDA QUE AYUDA?
Ayudar se logra viendo al otro en su grandeza,
desde un amor real.

Cuando se trata de ayudar en forma efectiva es preciso ir más allá de las buenas
intenciones, más allá de creer que lo mejor es lo que sentimos. Incluso, más allá de
hacer lo que nosotros quisiéramos recibir, si estuviéramos en esas circunstancias.
Desde ahí actuamos en forma ciega y sin ningún norte, ante todo, sin tener en cuenta las
reales necesidades de quien requiere la ayuda. Actuamos desde un amor ciego, que no
honra el amor despierto, no honra a quien se ayuda ni le permite forjar su espiral del
crecimiento.
Por todo lo anterior, a partir de nuestra experiencia nos lanzamos a la aventura de
plasmar una metodología integradora, como camino a seguir para lograr La Ayuda que
Ayuda .
¿LA AYUDA NECESITA FUNDAMENTOS?
Con certeza, nuestra respuesta es afirmativa: La Ayuda que Ayuda necesita
fundamentos. No se trata, simplemente, de ayudar por ayudar o de hacer lo mejor que
se pueda ante las dificultades de otra persona. Cuando ayudamos por ayudar, lo más
probable es que salgamos no tan bien librados, ya sea porque nos atribuimos asuntos
que no nos competen, cargándonos o lastimándonos o, incluso, porque podemos
llegar a perder el vínculo con el ayudado por no satisfacer sus expectativas a causa
de no ponerle límites y terminar viéndolo y tratándolo como un niño.
Entre las fuentes que hemos explorado y a las cuales hemos recurrido para estudiar
los procesos de ayuda, encontramos formulaciones como los planteamientos de Bert
Hellinger en lo referente a ciertos órdenes que marcan un derrotero tanto acerca del
amor como de la ayuda.
Los Órdenes del Amor descubren los principios básicos del funcionamiento
vincular: la pertenencia a la familia y, posteriormente, a los sistemas a los cuales nos
integramos; el respeto por el orden de llegada , y la compensación que rige los
encuentros humanos expresados en el equilibrio entre el dar y el recibir. Estos
principios signan “la vincularidad” , develan si nuestra mirada está puesta en la vida o
en la muerte y diseñan un destino difícil o uno fácil y dador de vida, como lo señala
Bert Hellinger.
Los Órdenes de la Ayuda, descritos, también, por Bert Hellinger, señalan
el derrotero a seguir para brindar La Ayuda que Ayuda . Estos órdenes basados en Los
Órdenes del Amor enfatizan, especialmente, el equilibrio entre el dar y el recibir,
regulador fundamental de los procesos de ayuda.
Los planteamientos de Tim Kelley y Carole Kammen sobre el dolor original o
huella sagrada remiten a esa herida que por su carácter primario se denomina sagrada,
en tanto que determina nuestro destino, es decir, las circunstancias vividas y las que nos
esperan si no nos hacemos conscientes de ella. Los hechos que hemos atravesado están
íntimamente relacionados con la misión de vida y el propósito de la misma y, desde
luego, caracterizan una determinada y específica manera de enfocar la ayuda con miras
a liberar la energía atrapada en la huella sagrada. De esta forma, el propósito de la vida
se puede evidenciar más y más en nuestra cotidianidad.
También, más que valiosos, son imprescindibles los descubrimientos de Paloma
Cabadas sobre el trauma nuclear, al plantear la separación en el momento de la
concepción del neonato y, posteriormente, su nacimiento como fuente innegable del
dolor de separación, núcleo del abandono, del rechazo o del temor a la autoridad frente
a los cuales el bebé estructura determinadas defensas, según el significado y las
consecuencias de ese dolor primario o trauma nuclear.
Si el bebé se siente rechazado y minusválido genera la máscara de la víctima para
compensar lo que considera que no recibió. Si se siente abandonado neutraliza su
soledad con la máscara del salvador para distraer sus sentimientos dando a otros lo que
él hubiera querido recibir. Y si experimenta haber sido ofendido e incomprendido, se
protege con la máscara del perseguidor o victimario para reparar el maltrato que
recibió de niño.
Las reacciones defensivas ante estas heridas primarias fueron sabiamente
comprendidas por Eric Berne en el Análisis Transaccional y su planteamiento de los
juegos psicológicos.
Además, fueron exploradas y sistematizadas por Stephen Karpman, en lo que se
conoce como defensas de víctima, salvador y victimario o perseguidor que conforman
el llamado Triángulo Dramático. La predominancia o mayor tendencia de uno u otro
determinan el estilo de quien ayuda. El trabajo para transmutar dicho triángulo en
triángulo creativo permite el pasaje de una ayuda que no ayuda a La ayuda que ayuda.

¿QUÉ PRETENDE LA AYUDA QUE AYUDA?


La Ayuda que Ayuda pretende servir apoyando al ayudado a reconocer y hacer
uso de sus habilidades y recursos para que pueda enfrentar las circunstancias que lo
aquejan; procura buscar, encontrar y llevar a feliz término las actividades que sean
necesarias para solucionar sus asuntos en forma tal que se sienta empoderado,
responsable y libre para disfrutar de la vida con todo lo bueno y lo que considera no tan
bueno.
Es por esto que La Ayuda que Ayuda actúa desde un amor claro, despierto y
comprensivo, al contrario de la ayuda que limita y actúa desde un amor ciego. El amor
ciego no ve la realidad del otro, sólo cree percibirlo y lo hace desde la percepción de
sus propias carencias. Es decir, solo se ve a sí mismo, no al otro.
La Ayuda que Ayuda , la que sí ayuda, pretende acompañar al ayudado para:
Generar confianza en sí mismo
La confianza es la piedra angular para desempeñarnos con éxito y poder. Quien
necesita ayuda puede obnubilarse ante las circunstancias que está viviendo. Rescatar
esa fuerza de vida, impulsora del crecimiento y necesaria para salir del estado por el
que atraviesa es el camino que el ayudador puede estimular e implementar.
Creer en las habilidades propias
Todos en nuestro camino vital hemos desarrollado habilidades y talentos de
acuerdo con nuestros intereses, nuestra personalidad, nuestro medio de vida y las
circunstancias que nos rodean, como también, ante las exigencias de la vida. Estas
habilidades quedan impregnadas en nosotros, así en estados de crisis no se perciban.
De ahí la importancia de impulsar a quien necesita ayuda a revitalizarlas.
Desarrollar las potencialidades
Más allá de habilidades y talentos, el ayudado, como todos los seres humanos,
cuenta con enormes potencialidades que quizá aún ni ha vislumbrado. De ahí que,
trabajar para que las reconozca y las ponga a su servicio es fundamental, de tal forma
que cuente con mayor solvencia y capacidad para encarar las circunstancias de
aprendizaje que la vida le ha puesto, con miras al crecimiento que le corresponde.
Sentirse útil
Nada más grato para una persona que sentirse útil. Sin embargo, quien se
encuentra en un estado de necesidad pierde su sentido de servicio, dada la
generalización e invasión energética que vive en ese momento. Al enfrascarse en sus
propios problemas pierde de vista otros horizontes. Es función del ayudador apoyarlo
para limitar las circunstancias que lo aquejan liberando, así, la energía que le permita
ver, que incluso a pesar de sus dificultades sigue siendo útil.
Generar autonomía
Es de vital importancia velar para que el ayudado sea autónomo, reconozca que,
en última instancia, salir avante de lo que le sucede depende de él y solo de él, que
quienes están a su lado únicamente le pueden brindar apoyo o soporte para recuperarse
de las circunstancias que lo aquejan.
Hacerse responsable de su vida
La responsabilidad como aglutinante de los aspectos anteriores es imprescindible
impulsarla en la persona que necesita la ayuda, sólo así podrá encontrar las soluciones
a su problemática y tomar las acciones para lograrlo; de lo contrario, se volverá una
carga para quien pretenda ayudarlo, ya que asumiría la actitud de un niño carente de la
fuerza que se requiere para vivir como un adulto.
Capítulo IV
EL TRIÁNGULO DRAMÁTICO EXPRESIÓN DEL
DOLOR PRIMARIO
La herida básica y la huella sagrada
El abandono, la traición y la soledad
son las tres facetas de un destino.

Todos los seres humanos, por el solo hecho de nacer, albergamos una huella
llamada sagrada, que por resonancia con situaciones similares a las de esa herida
básica, nos impide fluir de manera adecuada, libre, feliz y plena.
Quizás, para muchos de nuestros lectores, esta afirmación es sorpresiva. Jamás se
les ocurrió que esa marca primitiva e inconsciente condicionara la posibilidad de ser
felices.
Tal vez, les haya llamado la atención la plenitud y ternura que un bebé irradia,
invitándonos a experimentar alegría, amor y confianza en una vida maravillosa para ese
chiquillo y, también para nosotros, si retomamos el festejo que se despliega ante
nuestros ojos por una nueva vida.
Y luego, surge la pregunta: ¿qué es lo que nos pasa más adelante, cuándo nos
colocamos los lentes de lo insuficiente de nosotros mismos, de los hombres, de las
mujeres? Como si de pronto nuestras vidas ya no fueran maravillosas ni aceptadas.
Quizás, sin saberlo, estamos descubriendo como esos lentes son producto de aquella
huella sagrada mencionada en líneas anteriores. Seguramente a todos nos acompaña la
herida básica, que brota desde el momento de la concepción o desde el momento del
nacimiento y que, posteriormente, se refuerza con nuestro crecimiento y se exacerba ante
determinadas circunstancias. Además de todas estas variables es difícil reconocerla por
ser poderosamente inconsciente. Justamente porque escapa a nuestra consciencia no
sabemos en qué momento se forjó en nosotros.
Felizmente y para nuestro bienestar, estudiosos en esta materia nos brindan
caminos de exploración y comprensión, que permiten nuevos discernimientos sobre este
tema fundamental en la vida humana.

¿QUÉ PODEMOS DECIR SOBRE LA HERIDA BÁSICA?


La herida básica es ese dolor primario profundo que, desde una visión
trascendente de la vida, puede surgir desde el momento de la concepción. Lectura que
nos conecta con el origen divino del cual venimos o también, con el dolor por la
separación de la madre en el momento del nacimiento, desde una perspectiva que nos
conecta con la separación del útero-paraíso, en donde todo lo teníamos y nada nos
faltaba. Esta segunda mirada podría equivaler, y de hecho lo hace, a la situación de
haber perdido la fuente nutricia original, la fuente divina.
EXPRESIONES DE LA HUELLA SAGRADA
Esta herida básica la recreamos a lo largo de nuestra vida a partir de todas las
separaciones, de todos los dolores y, de acuerdo a como la incorporemos puede tener
matices de sentirnos abandonados, traicionados o solos.
El intento para defendernos y poder sobrevivir frente a esa situación de separación
toma varias características y expresiones especiales, así:
La defensa para sobrevivir por habernos sentido abandonados genera una postura
de víctima, en donde necesitamos que alguien venga a auxiliarnos, a cubrirnos ese
abandono originario, a arrullarnos porque sentimos que solos no somos capaces de
afrontar el dolor del abandono.
Cuando está herida básica se lee desde haber sido traicionados, reaccionamos,
probablemente, con la sensación de desconfianza, de no entrega y necesitamos controlar a
través de conductas de sometimiento al otro, con fachada de victimario, de exigencia, de
perpetrador y nos alejamos de la posibilidad de experimentar al otro desde una
comunicación profunda que nos permita ser empáticos.
Cuando la herida básica se percibe desde una situación de soledad comenzamos a
generar defensas para no mostrar nuestra vulnerabilidad, para cubrir nuestro dolor y nuestros
sentimientos de incompetencia a través de conductas de poder salvar al otro, de sentirnos
necesitados por el otro. De esa forma intentamos tapar la soledad interior y la poca auto-
valoración que experimentamos y, de manera compensatoria, brindamos una ayuda salvadora
que nos nutre con el reconocimiento externo porque carecemos internamente de él.
Los matices a través de los cuales leemos está herida básica, en función de las
distintas experiencias que han rodeado nuestro nacimiento, los cuidados que nos fueron
brindados y las circunstancias que nos acompañaron, determinan una u otra característica
especial para sobrevivir.
La dependencia por la necesidad de sentirnos protegidos, porque nos creemos incapaces
de sobrevivir por nosotros mismos provoca que adoptemos conductas de víctima. La
necesidad de ocultar nuestra vulnerabilidad por el temor enorme de volver a ser traicionados,
propicia control y sometimiento al otro a través de conductas persecutorias. La posibilidad de
encubrir nuestra soledad y nuestra sensación de poca valía interior provoca sentirnos
necesitados con una conducta de salvadores, con la cual no solamente nos mostramos a salvo
de no necesitar nada, sino que, fundamentalmente, generamos un reconocimiento externo y una
dependencia para llenar los vacíos de nuestra propia minusvalía.
El eje fundamental de La Ayuda que Ayuda es el reconocimiento de la herida
básica o el dolor primario innato del ser humano, porque gesta la defensa inconsciente
para protegernos del dolor por la frustración ante la relación ilusoria que esperamos de
unos padres ideales; ya sea porque realmente hubo maltrato o por la lectura egocéntrica
que hacemos de niños acerca de los procesos naturales de la vida, como sería, por
ejemplo, una hospitalización o el dejar los hijos para ir a trabajar o dejarlos en el jardín
infantil.
TRIÁNGULO DRAMÁTICO
Ante la herida básica se crean defensas para sobrevivir, expresadas a través de las
máscaras o comportamientos que conforman los vértices del llamado triángulo
dramático.
Como lo hemos explicado la herida básica induce el rol asumido en los juegos
psicológicos, que en el fondo generan distancia en las relaciones y una incapacidad
para establecer intimidad. Se expresan desde una de las siguientes posiciones: víctima,
perpetrador y salvador.
Desde cada uno de esos roles se crean defensas para lograr sobrevivir ante el
dolor profundo de la herida básica, así, las víctimas por temor al abandono se aferran a
la dependencia; los perseguidores usan el control para defenderse del miedo a ser
traicionados, y los salvadores sobreprotegen para defenderse de la soledad.
Las víctimasse experimentan débiles e incapaces y dada su necesidad buscan al
salvador. Dicen: “Pobrecito yo” .
Los salvadores protegen y excusan a las víctimas, castigan a los victimarios y dan
consejos que no son solicitados. Dicen: “Yo te protejo” .
Los victimariosculpan, intimidan, etiquetan, descalifican, abusan del poder y amenazan.
Dicen: “Tú eres culpable” .
Estas tres instancias que conforman el triángulo dramático desde el cual
adoptamos diferentes posiciones para relacionarnos con los demás y, desde luego,
como posiciones rotativas, refuerzan, cada vez más, este triángulo conmovedor
generando la tendencia a perpetuarse infinitamente.
El vínculo que ofrecemos al ayudar está, también, cargado de estas tres
características cuando vivimos aún presos de nuestra herida básica.
Cuando no hemos podido profundizar en nuestra herida básica, ni conocerla,
explorarla o transmutarla, brindamos la ayuda, desde:
La actitud de víctima, cuando nos sentimos recargados, desbordados por nuestro
trabajo o por quien pide la ayuda.
Desde una actitud persecutoria ante quien requiere de nuestra ayuda, porque
sentimos que es excesiva su demanda o ya le hemos dado todo, entonces, la reacción
lejos de ser compasiva, necesaria en el proceso de ayuda, es de impaciencia,
intolerancia y censura.
El ser salvador , cuando a quien pide ayuda lo vemos como víctima y le
brindamos apoyo con una actitud de sobre-protección, así, lo infantilizamos, llegando a
darle mucho más de lo que necesita; en esta forma, cubrimos sus limitaciones con
creces y generamos una dependencia extrema de parte nuestra para reforzar la
necesidad interna de ser indispensables. En el fondo, esta intervención, no produce
realmente un cambio en quien necesita la ayuda, el ayudador perpetúa el sentirse
imprescindible para calmar su ansía de reconocimiento, por lo que está lejos de querer
ayudar auténticamente.
Reconocer el triángulo dramático permite darnos cuenta de cómo el sufrimiento se
hace tácito en cada uno de nosotros. La introspección nos conduce hacia el camino del
triángulo de la creatividad, de tal forma que, el perseguidor, al registrar su confianza en
el otro, logra soltar el control y va hacia la empatía; la víctima, al rescatar su capacidad
de realización, puede responsabilizarse de su vida, y el salvador, al reconocer su poder
y su valor personal, experimenta la interconexión a la cual pertenecemos y se permite
sentirse en comunión con el otro.

¿QUÉ PAPEL JUEGAN LOS JUEGOS PSICOLÓGICOS?


Las manifestaciones de la herida básica se dan a través de juegos psicológicos
como una forma específica de vinculación, surgen del entramado de recursos y defensas
para evitar relaciones profundas y encuentros íntimos, así:
El perseguidor aprovecha las debilidades o equivocaciones de los demás para
ocultar su vulnerabilidad, deseos, frustraciones y anhelos. Abusa de su poder con
sentimientos hostiles y utiliza cualquier ocasión para soltar sus resentimientos. Proyecta
en otros la rabia y la culpa contenidas en él. Desde la venganza y la soberbia provoca
en los demás humillación y desde su necesidad de mostrarse fuerte, busca dominar y
controlar. Esto lo hace en secreto, puesto que teme ser desenmascarado e
inconscientemente cobra su dolor y lo sufrido en la infancia vengándose desde la
víctima que un día fue.
Desde su temor a la intimidad y a volver a ser traicionado no se permite
relacionarse desde la compasión, el amor, y la paz. Responde al mandato de infancia:
“No te acerques”, “No sientas”.
La víctima no tiene confianza en sí misma, tiene miedo de existir por ella misma,
de afirmarse, de fracasar, de ser abandonada. El inmenso vacío interior la lleva a
sentirse incapaz de hacerse responsable de sus retos vitales y al anular su capacidad de
generar recursos propios frente a lo que le aqueja, no toma decisiones, ni asume
responsabilidades ni crece, dada su insaciabilidad se deja sobreproteger por el
salvador.
De cara al perseguidor se apoca, se auto-compadece y busca salvadores que ataquen
al perseguidor en su nombre. Lloros, incredulidad y rebelión son sus modos de expresión,
en cuanto responde al mandato de infancia: “No vivas” .
El salvador , mientras se ocupa de los otros, evita cuidar de sí y al no valorarse
necesita reconocimiento de los demás en quienes busca aprobación, respeto y poder. Al
conseguir reconocimiento y gratitud complace a los otros sometiéndose a su autoridad.
Le cuesta establecer límites por temor a dañar. Se siente obligado a ayudar y, desde la
culpa, da más de lo justo; desde el orgullo y la arrogancia, compensa sentimientos de
inferioridad.
Para existir como salvador necesita de una víctima a la cual salvar, así
inconscientemente, no está interesado en ayudar, ya que sería el final de su rol.
Sobreprotege y genera dependencia, puesto que responde al mandato de
infancia: “Complace” . Termina como perseguidor de quien pretende salvar.
EL NIÑO EN SUPERVIVENCIA Y EL ADULTO DRAMÁTICO
La herida básica se expresa a través de las conductas del llamado “niño en
supervivencia” desplegadas, posteriormente, por “el adulto en supervivencia” . Cómo
esta denominación se refiere a los roles del triángulo dramático, aquí lo llamamos: el
Adulto Dramático.
NIÑO EN SUPERVIVENCIA ADULTO DRAMÁTICO

Se auto-compadece Culpabiliza enviando mensajes TÚ

Se devalúa a sí y a los demás Egocéntrico, narcisista

Rebelde, terco Controlador, enjuiciador

Resignado y mentiroso Crítico y racionalizador

Berrinchudo, desconfiado Seudo-independiente

Se compara con otros Se defiende ante el dolor

Anhela algo de manera continua Peleonero, vengativo

Inconsolable Quejumbroso

Hipersensible al dolor Demandante

Defensivo, evasivo, avergonzado Autoritario


Capítulo V
DEL TRIÁNGULO DRAMÁTICO AL TRIÁNGULO
CREATIVO
Lo creativo y el drama coexisten como las dos caras de una misma moneda.

Los humanos somos seres sociales, nos necesitamos entre sí para vivir y nos
relacionamos en formas complejas. Según el nivel de conciencia nos vinculamos de
forma sana hacia el crecer o de manera poco constructiva hacia la involución.

¿QUÉ ES EL TRIÁNGULO CREATIVO?


El triángulo creativo implica la realización del proceso de transformación de los
roles limitantes del triángulo dramático hacia la elaboración de los mismos, la
liberación de las restricciones y su cambio en cualidades que permiten la expansión del
ser, del hacer y del tener.
Puesto que ayudamos desde el rol que habitamos es preciso pasar del drama a la
creatividad, evolucionar del triángulo dramático al triángulo creativo. Este último se
conforma por la transformación del perseguidor en empático, de la víctima en
responsable y del salvador en empoderamiento personal.
Así, el salvador, al encontrar en su interior la fuente de poder, renuncia a la
búsqueda externa de reconocimiento y entra a la arista del poder personal, con
capacidad para ser asertivo y establecer límites sanos, en forma tal que puede decir:
“Me auto valoro y auto-reconozco”.
El perseguidor transforma su agresividad en fuerza para crear, al descubrir que
impera un poder superior que lo protege, pierde el temor a ser traicionado, se permite
sentir con el otro y al experimentar empatía, puede decir: “Confío y puedo soltar el
control”.
La víctimadescubre la fuente de amparo y protección en su interior y de ahí deriva
su fuerza para tomar la vida. Descubre el goce de dar y recibir equitativamente y se
hace responsable, así logra decir: “Puedo con mi vida”.

¿CÓMO TRANSFORMAR LO DRAMÁTICO EN CREATIVO?


Tramitar ese triángulo exige contactarnos con el núcleo de abandono para
transformar la pasividad infantil de la víctima en responsabilidad de su propia vida; el
control del perpetrador causado por el dolor de la traición, en el desarrollo de la
empatía frente al otro. La soledad del salvador con la consecuente búsqueda de
reconocimiento externo, en la conquista de su valía y de su poder interior.
Responsabilidad, empatía y empoderamiento conforman el llamado triángulo
creativo, desde el cual se puede brindar una ayuda saludable que impulsa al
crecimiento, en lugar del estancamiento del triángulo dramático, limitante e
infantilizante.
En ocasiones, se realizan intervenciones de ayuda a partir de las injusticias
vividas en la infancia y, por consiguiente, se pretende reparar, inconscientemente, el
propio dolor a través del quehacer del ayudador, con lo cual se proyectan los propios
sentimientos en quien solicita la ayuda.
En otros momentos, se ayuda desde una igualdad simétrica, reflejo de una ayuda en
un equilibrio de pares y no desde la obviedad de la jerarquía que el ayudador puede
contener en esa circunstancia.
Resaltamos que sólo desde la humildad se puede brindar La Ayuda que Ayuda,
asintiendo a la historia y a las circunstancias tal como fueron y a los recursos con los
que se cuenta tal como son.
LOS ÓRDENES DEL AMOR Y LOS TRIÁNGULOS DE KARPMAN
Los regalos y los dones en la vida se pueden presentar con fachadas de obstáculos,
como sucede en el triángulo dramático. Sin embargo, dichos impedimentos son gestores
del triángulo creativo. Cuando nos hacemos conscientes de las dinámicas inconscientes,
impulsoras de conductas repetitivas y sin aparente salida, podemos salir, cambiar la
posición de víctima, perseguidor o salvador.
Pues bien, la sensación de incapacidad frente a las situaciones que puede estar
viviendo una persona necesitada de ayuda desde el rol de víctima, probablemente se
relaciona con un lugar no claro o equívoco dentro de su sistema al no haber reconocido
y honrado a todos aquellos a quienes ha correspondido incluir en su sistema. En
consecuencia, se siente débil e incompleto, sin raíces profundas al contravenir el orden
de pertenencia.
Trabajar sistémicamente los tres órdenes del amor y la sensación de abandono
primario permite un re-ordenamiento que impulsa la integración y la inclusión con la
consecuencia de propiciar el advenimiento de su propio lugar. Desde allí, se puede
responsabilizar de su vida para acceder, así, a uno de los vértices del llamado triángulo
creativo y emprender la transformación de los aspectos que le corresponden.
El rol de perseguidor tiene que ver con la alteración en el orden jerárquico
deslizado hacia lugares ancestrales, probablemente desde un amor ciego, pretende
apropiarse del lugar de un antecesor. El proceso sistémico brindado por los órdenes del
amor y la revisión de conductas de control y defensivas de traiciones vividas para
someter a otros, libera al perseguidor del profundo miedo por haber asumido un lugar
que no le correspondía y por el control ejercido para poder sobrevivir. Esta nueva
dinámica despliega tranquilidad ante los vínculos y propicia un encuentro empático con
el otro.
En el último matiz referido al salvador , se hace referencia a una alteración en el
principio de compensación, con lo cual se experimenta la culpa que lo induce a dar más
de lo justo para granjearse el lugar necesario para pertenecer, ser y hacer. Al explorar y
honrar la sensación de soledad determinante de dinámicas para ser indispensable puede
expresar su propia valía interna, sin necesidad de depender del reconocimiento externo.
Desde el triángulo creativo circulamos por la empatía, el empoderamiento y la
responsabilidad y, de esta manera, es posible emprender un proceso de ayuda que
libere al otro de ataduras inconscientes para apoyarlo en el encuentro de su propia
responsabilidad, valía y capacidad empática frente al otro.
Para acceder al triángulo de la creatividad, el perseguidor trasforma su
agresividad en fuerza para creer, experimenta un poder superior que lo protege y pierde
el temor a ser traicionado, se permite, así, sentir con el otro y desarrollar empatía.
La víctima descubre la fuente del amparo y la protección en su interior y, de ahí,
deriva la fuerza para tomar la vida, expresar el goce de dar y recibir equitativamente y
hacerse responsable.
El salvador, al encontrar en su interior la fuente de poder, renuncia a la búsqueda
externa de reconocimiento, entra al anhelado poder personal con capacidad para ser
asertivo y establecer límites sanos.
DEL ADULTO SABIO AL NIÑO DE LUZ Y GENUINO
En la familia, un adulto en supervivencia cría niños en supervivencia; mientras que
los padres sabios generan niños de luz y genuinos.

NIÑOS DE LUZ Y
PADRES SABIOS
GENUINOS

Protectores Llenos de amor


Escucha activa Viven plenamente
Amorosos, abiertos Abiertos y curiosos
Dispuestos a vincularse Receptivos y alertas
Sociables, con humor Dispuestos a aprender
Capaces de sentir dolor Reconocen sus sentimientos
Justos en sus acciones Auténticos
Libres en su voluntad Sensibles
Fuertes y despiertos Alegres
Guía y ejemplo Veraces
Capítulo VI
LOS ÓRDENES DEL AMOR
Inclusión, orden y equilibrio son los gestores del destino
y de la felicidad.

DE CÓMO SURGEN LOS ÓRDENES DEL AMOR


Los llamados Órdenes del Amor de Bert Hellinger fueron encontrados, descritos y
sistematizados por él como rectores del funcionamiento vincular armónico de las
personas en todos los ámbitos y en todos los sistemas que conforman.
Bert Hellinger, filósofo, pedagogo, teólogo, terapeuta y notable pensador de
nuestro tiempo, nació en Alemania en 1925. Con la vitalidad que lo caracteriza y la
lucidez que siempre lo acompaña sigue entregándonos enseñanzas y hallazgos
profundos en los procesos de comprensión de la existencia humana. Plantea los
Órdenes del Amor, como determinantes de la urdimbre sobre la cual se desarrolla
nuestra vida.
Gracias a su fina observación y cualidades investigativas encontró y descubrió
estos órdenes; no fueron creados ni inventados por él. Agrupados como él nos los
entregó, los Órdenes del Amor son los principios del funcionamiento armónico
vincular, como elementos interrelacionados permanentemente entre sí, que marcan la
calidad de nuestra vida.
Bert Hellinger dice que cuando uno de estos órdenes se altera, los demás también
se trastocan, pues se encuentran interrelacionados. Felizmente, por ser dinámicos e
interactuantes, así mismo, cuando uno de ellos comienza a alinearse, los otros dos
también lo hacen.
La implementación de ellos conduce a la forma como abordamos la vida y la
vivenciamos dentro de un destino fácil o difícil; de esta manera, avanzamos en la vida con una
misión acorde con nuestro propósito o alejada de nuestra esencia.
Los movimientos de la vida son generadores de más salud, más bienestar, más
plenitud, más éxito y más logros o sus opuestos, que marcan menos salud, menos
felicidad, menos logros, menos fluidez.
Como determinantes, los Órdenes del Amor marcan la pauta de la vida: si va en
vía de la expansión y la realización o en la vía de los bloqueos y los obstáculos por
doquier. Si la vida va hacia más o hacia menos.
Estarás preguntándote: ¿existen sistemas que van hacia la expansión y otros que,
por alteraciones, generan dificultades específicas? Exactamente, así como las personas
enferman y necesitan revisar lo pendiente, lo que sucede y lo que se debe hacer para
reorientar la vida hacia la salud, los sistemas también se enferman.
En efecto, se enferman cuando los principios del funcionamiento vincular están en
desorden; cuando hay exclusiones, de una u otra manera, se altera no solo la
pertenencia, sino también el orden de origen y los principios del dar y del recibir.

LOS ÓRDENES DEL AMOR Y LA AYUDA QUE AYUDA


La Ayuda que Ayuda se sostiene en los Órdenes del Amor y la mejor manera de
conocerlos y de dar cuenta de lo que son y de cómo integrarlos en nuestra vida está en
los hilos que se entretejen para formar una red.
Los Órdenes del Amor se constituyen en el entretejido que sostiene la red de La
Ayuda que Ayuda . Podemos decir que existe una red invisible, como si fuera una
atarraya que desde el fondo del mar estuviera conteniendo a todos los seres humanos y,
a su vez, dentro de ella existieran redes determinadas, desde luego invisibles, para
sostener cada sistema, incluso los más inmediatos que tenemos: nuestro cuerpo físico,
nuestro cuerpo energético y el funcionamiento neuro-fisio-biológico, que nos
acompañan y que nos permiten estar en este trozo de existencia humana.
A la vista, se resaltan unas redes mayores de sostén de los sistemas familiares,
laborales o comunitarios. Son sistemas en crecimiento, en donde cada uno contiene al
siguiente, redes tejidas entre sí, en colores y texturas diferentes.
Cuando esta red está completa se plasma el impulso de vida, de lo expansivo, de
lo añorado, de más felicidad, más bienestar, mayores logros, más encuentros, más
vínculos creativos y fructíferos, y todo esto atravesado por la única y real fuerza de la
vida presente en todos los seres: la fuerza del amor, aglutinante de un bien común, de
Algo más Grande. El amor como fuerza creativa.
Si observamos los hilos de esa red bien organizada, tal vez la primera imagen que se
nos revela es la del orden regulador del bienestar, que atraviesa la red con un color
especial. Nos preguntamos, quizás: ¿orden de qué?, el orden de las características de los
sistemas, expresados en tres diferentes colores: la pertenencia, la jerarquía y la
compensación.
La Pertenencia
El primero de estos principios se denomina pertenencia y quiere decir que todos,
por el hecho de estar dentro de esa red, como la vida misma, tenemos derecho a
pertenecer y esto es inherente a nuestra existencia.
La pertenencia es un derecho inalienable, indivisible e imprescriptible, es un
derecho humano fundamental. Todos por el simple hecho de existir tenemos derecho a
pertenecer, inicialmente a la familia en la cual nacimos y, posteriormente, a los sistemas
en los cuales nos desempeñamos. La pertenencia, como su nombre lo indica, es sentirse
parte de un sistema.
La vida de la humanidad ha sido posible gracias a la pertenencia, ya que
solamente podemos existir en tanto otros nos dieron la vida y, además, la cuidaron.
Pertenecer genera arraigo, confianza y seguridad, y, desde el inter-juego con el orden y
la jerarquía, produce la certeza del lugar que ocupamos, desde donde surge nuestra
identidad y experimentamos el derecho de ser.
Si uno de los nudos de la red se soltara, veríamos cómo se escaparían elementos y
características, haciéndose un agujero cada vez mayor, por donde se esfumarían muchos
de los aspectos y las situaciones esenciales del ser humano. La completud del sistema
contiene e impulsa la fuerza unificante que existe en esa red, es decir, contiene a la
pertenencia.
Cuando observamos uno de esos nudos ya deshecho, es como si por allí se
escapara algo que consideramos no pertenece, algo que hemos olvidado porque no ha
sido reconocido o, por prejuicios sociales o morales, le negamos su existencia; a esto
lo denominamos exclusión .
La exclusión se considera el mayor pecado de la pertenencia, porque por el vacío
que deja, por ese espacio, se escapa la fuerza vital, el impulso para construir y,
paradójicamente, al buscarla comenzamos a extrañar aquel faltante, aquello que fue
excluido.
El orden de la pertenencia avala el de la jerarquía; por eso, la exclusión revierte
la mirada hacia el pasado, lo cual altera este otro orden. Al quedarnos buscando lo
perdido en el pasado, dejamos de mirar el presente y no podemos construir el futuro.
En general no somos conscientes de pertenecer aunque nacemos en el seno de una
familia con unos padres que a más de transmitirnos la vida, como precioso don
depositado en el relicario sagrado de nuestro cuerpo, nos entregaron sus cuidados y,
como seres, crecimos y adoptamos su postura ante la vida, siendo ésta la base de
nuestra pertenencia.
A medida que crecemos y nos relacionamos con otras personas comenzamos a
pertenecer a otros sistemas , a otros espacios y según cómo nos comportemos, estos
sistemas nos permiten estar ahí si cumplimos algunas reglas implícitas o, de lo
contrario, somos excluidos; esto lo podemos ver a través de la vida. Al pertenecer a
otros sistemas afloran varios matices del primer color.
Efectivamente, la vida comienza a mostrarnos otros espacios y, al hacer uso de
nuestra libertad y nuestra voluntad, en ocasiones, no acatamos esos patrones, esas
reglas. Cuando observamos que alguien ha dejado de cumplir las reglas, nos creemos
con el derecho de excluir, de negar su pertenencia, con lo cual, entorpecemos el
derecho humano, inalienable, indivisible e imprescriptible a pertenecer. Olvidamos que
reconocer plenamente la pertenencia genera una vida amable, liviana y feliz.
Cuando me doy cuenta de que surgen trabas por mis razonamientos, mi lógica o mis
justificaciones para excluir a alguien, puedo reversar la exclusión para recobrar la calma, la
paz y la integridad. Entonces, simplemente, me permito honrar lo que es, tal cual es. Y, desde
este asentimiento, la vida fluye.
En nuestras indagaciones de corte socio-emocional y conductual en el ámbito
laboral verificamos el impacto de pertenecer. Nosotras confirmamos que quienes
reconocían su origen al colocar imaginariamente a sus padres detrás de ellos, se
sintieron con más peso, más seguridad y más cohesión que quienes no lo hicieron.
Para corroborar nuestra observación destacamos lo expresado por algunos de los
participantes en un taller sobre La Ayuda que Ayuda :
“Me pareció muy importante afianzar los sentimientos de respeto y admiración
hacia los padres en las relaciones humanas, con ello se experimenta el
pertenecer y se va al interior y a lo más profundo que tiene el ser humano para
que mejore en su comportamiento familiar y laboral”.
Otro asistente señaló:
“El principio de la pertenencia conduce a no excluir y a evitar no ver a los
otros o al otro”.
Otro participante, además, dijo :
“Fue muy reconfortante toda vez que compartimos sentimientos de solidaridad,
sentido de pertenencia, integración laboral, compromiso mutuo, alegría y
orgullo de hacer y ser parte de esta entidad. Se vivió un momento de
compañerismo y necesidad de trabajar en equipo”.
De esta manera se resalta la importancia del reconocimiento de nuestro origen, de
tener en el corazón a quienes nos dieron la vida, a nuestros padres y, en la medida en
que tomamos su fuerza, llega la vitalidad a nuestro diario vivir. La inclusión de las
personas excluidas en nuestro sistema, también, genera dinamismo y fuerza vigorizante
hacia nuestra completud.
La Jerarquía
El orden llamado jerarquía implica ver, reconocer y honrar nuestro origen y nuestra
historia como impulso hacia la construcción del mañana anhelado a partir del momento en el
que llegamos y desde el lugar que ocupamos en el sistema.
Este orden impulsa nuestra vida para construir un futuro apoyado por la fuerza de
los ancestros.
En esa red aparece un segundo color nítido o no, según como se conserve el
principio de la pertenencia. Al observar la red y los nudos que la conforman nos damos
cuenta de que unos aparecieron primero y otros después. La secuencia de aquellos
quienes surgieron antes que los posteriores constituye el llamado orden de origen y
connota el orden de llegada, quien arribó antes tiene prelación sobre el que lo hizo
después.
La jerarquía es el orden que organiza los vínculos; por ejemplo, entre padres e
hijos sin importar edad, conocimientos de los hijos, haberes o saberes la realidad
incuestionable es que los padres llegaron primero y ellos, independiente de cualquier
circunstancia, son los mayores, cómo tales merecen reconocimiento y honra.
Cuando la pertenencia se completa, así sea con el recurso de incluir en nuestra
mente a todos aquellos que fueron excluidos, el orden de origen se alinea, por tanto, los
vacíos de los pendientes por las exclusiones del sistema vuelven a llenarse y, en
consecuencia, reaparece el orden entre los primeros en llegar y quienes,
posteriormente, fueron apareciendo.
Esta jerarquía o respeto por el orden de origen arroja, con claridad, el lugar que
nos corresponde dentro del sistema al que pertenecemos y en donde existieron muchos
seres en el escenario antes de nuestra aparición, nuestros antecesores y, probablemente
otros, cuya llegada fue posterior y se constituyen en nuestros descendientes.
En este sentido, somos una cadena inagotable y nosotros sólo un eslabón, que
alcanza a recibir la influencia de muchas generaciones atrás y, también, a muchas
generaciones que continuarán con nuestro legado.
Apreciar el orden de la jerarquía en acción es realmente valioso e interesante. Por
ejemplo, cuando se trabaja con mujeres madres cabeza de familia, en general, se
percibe como ellas se sienten orgullosas de sus hijos, en especial, de sus hijos varones,
quienes al ver a sus mamás solas, independientemente de la causa por la cual no están
en pareja, adoptan, en forma inconsciente, el papel o el rol de padre de sus hermanos y
de pareja de ellas.
En una ocasión escuchamos a una madre cabeza de familia decir:
“Yo soy muy feliz, pero no puedo tener ningún otro hombre, porque mi hijo no
me lo permite, no me deja salir con nadie, es muy celoso”.
Y cuando le preguntamos si esa era una función o el rol de un hijo, respondió:
“Pues no, pero como él es el hombre de la casa, porque como me abandonaron y
estoy sola, para mí está bien que así sea”.
Con este ejemplo vemos de manera diáfana como se rompe este principio de la
jerarquía por amor y en aras de brindar un servicio y de ayudar a llenar ese vacío de
soledad de la madre, en aras de suplir las dificultades, muchas veces económicas;
frente a los otros hermanos, el mayor se cree el grande y toma el lugar que no le
corresponde.
En situaciones como esta, con el tiempo, se observa cómo el hijo que,
inconscientemente, se desplazó de su lugar, no consigue pareja o los hermanos no
agradecen su ayuda y, por el contrario, están enojados y furiosos por haber usurpado el
rol paterno.
Quien así ayuda sin comprender esas reacciones, se pregunta: ¿qué pasa, sí lo que hice
fue ayudar? Sí, justamente lo hizo por ellos, de hecho, probablemente, sacrificó sus sueños
para sacarlos adelante. Sin embargo, la potencia de los principios es inexorable. Aquí vemos
la fuerza de este orden, independientemente de las circunstancias se torna incuestionable
respetar el lugar. Así, el grande es el grande y el pequeño es el pequeño, el padre es el padre
y el hijo es el hijo.
El trabajo realizado con mujeres cabeza de familia ilustra el efecto respecto de
este orden. Después de las intervenciones realizadas en el programa, se percibió que
comenzaron a entender la importancia del lugar correspondiente de cada uno de los
miembros de la familia. Comprendieron cómo sus hijos estaban realizando una labor no
pertinente y si bien, ellas se sentían orgullosas de eso, lo evidente era que al interior de
su familia, eso estaba generando inconformidad, ruido, peleas y descontentos.
Confirmamos el cambio cuando algunas mujeres comentaron que a raíz de lo
aprendido en el programa pudieron plantearlo y conversarlo con sus hijos. Acá el relato
de una de ellas:
“Le dije a mi hijo: tú no eres mi pareja, ni el papá de tus hermanos; está bien
que me ayudes desde donde tú puedas, sin reemplazar a tu padre; no te
corresponde opinar sobre si salgo o no salgo”.
Narró cómo, ante esto, su hijo mirándola hizo una exhalación de alivio y cómo
empezaron a mejorar las relaciones con sus hermanos, a tener un clima diferente dentro
del ámbito familiar.
Si se ha respetado la pertenencia, poner en práctica el orden de la jerarquía se
torna fácil y hasta obvio. Se comienza tomando conciencia del lugar ocupado, en qué
momento llegué a este sistema, quién, realmente, dadas las circunstancias, ocupa un
lugar más grande o de mayor y, al contrario, quién ocupa un lugar de pequeño o de
menor y, con ello, a tomar acciones desde el lugar correspondiente.
El orden de jerarquía aplica en todos los sistemas, no solamente al interior de la
familia, también, en la empresa uno es el jefe, otra la secretaria, otro el coordinador, otro el
operador y, así, cada quien desde su propio lugar tiene su propia función. Si cada quien tiene
conciencia de: ¿a dónde llegó?, ¿cuándo llegó? y ¿cuál es su labor? y respeta ese lugar su vida
comienza a fluir tanto como sus relaciones. Desde allí, igualmente, comienza a hacerse
consciente de cuál es su lugar para ayudar y a quién compete ayudar. Y, con ello, tiene
claridad respecto de: ¿a quién puede ayudar? y ¿cómo lo puede hacer?
El inter-juego de la pertenencia y el respeto por la jerarquía se materializa en el
lugar desde el cual experimentamos el pleno derecho de ser y el poder para hacer y, a
la vez, asumimos la responsabilidad que nos corresponde desde ese lugar determinado.
La Compensación
Esa red sostén invisible de los sistemas impulsa nuestra expansión, cuando está
completa, respetada y ordenada. Con ella, aparece un tercer color, el color significante
del cómo se intercambian los hilos, de cómo se entrelazan en el dar y el recibir para
poder seguir construyendo la red e ir entretejiendo los nudos que la sostienen y la
consolidan. Símil reflejo del intercambio vincular a partir del cual construimos
relaciones y encuentros.
De esta manera, se constituye el tercero de los órdenes,
denominado compensación o equilibrio entre lo que damos y recibimos. En el recibir
incluimos lo que nos permitimos tomar.
Empezamos la vida al tomar lo entregado por la madre y el padre en la concepción
y de los cuidados y las provisiones recibidas al nacer. Tomar el alimento es, quizás, el
primer acto de recibir del neonato que incorpora para luego dar. Así, el bebé satisfecho
llena de alegría a sus padres al verlo placido, así, su sonrisa se graba en sus corazones
con el gozo de tener en sus manos esa vida que comienza.
El equilibrio entre lo dado, lo tomado, lo recibido y lo entregado marca el
encuentro vincular y el entretejido social forjado desde ellos para continuar nuestro
crecimiento.
Si este dar y recibir se gesta entre personas de la misma jerarquía, como los
hermanos, los socios, las parejas o los amigos, tenemos una relación de pares,
simétrica. Si observamos con cuidado nuestro comportamiento en esos vínculos
veremos cómo, una vez que entregamos algo, nos sentimos en libertad de recibir de
vuelta, sin culpa, ni obligación.
La imagen del péndulo en su movimiento de ir y regresar de un lado al otro,
impulsado con la misma energía en reciprocidad, refleja la calidad de nuestros
intercambios marcados por un equilibrio armónico y simétrico, cual reflejo del orden
del universo.
La espiral del crecimiento se forma dando cosas maravillosas al otro y
recibiéndolas de vuelta; así, experimentamos la profundidad del vínculo con un piso
sólido para reforzarla. Cuando, por el contrario, se presenta un desequilibrio
comenzamos a sentir que el vínculo se resquebraja y algo extraño sucede, la energía ya
no fluye de la misma manera, vemos el vínculo ir hacia la disolución, cada vez los
intercambios son más espaciados y más distantes y, entramos en la espiral del desamor.
Cuando el encuentro vincular se da en relaciones asimétricas, por ejemplo, entre
padres e hijos, docentes y alumnos, jefes y subalternos, los órdenes del equilibrio y del
dar y del recibir son diferentes.
Lo que prima es que el mayor dé y el pequeño reciba. Lo vemos, así, en una madre
que cuida a su criatura recién nacida; durante el periodo del crecimiento de nuestros
hijos; en el proceso de aprendizaje del chiquillo cuando empieza a realizar sus
primeros palotes o a aprender las primeras letras, o con el nuevo empleado que
comienza a incorporar los aprendizajes específicos de su nuevo trabajo.
Este es un equilibrio en donde quien recibe siente gratitud y devuelve lo recibido
de otra manera, al ser imposible restituir a nuestros padres la vida recibida a través de
ellos o devolver a nuestros maestros lo enseñado.
Sin embargo, es posible entregarlo progresivamente a quienes dependen de
nosotros y, en esta forma, la cadena del dar y del recibir va de la mano de la cadena del
orden de aparición en cada sistema. Recibimos la vida de nuestros padres y la
entregamos a los hijos; recibimos la formación académica y la transmitimos en el
quehacer profesional; recibimos las instrucciones en el trabajo y hacemos algo bueno
con ellas al desempeñarnos de manera eficiente.
Este equilibrio asimétrico, también, se armoniza con unas profundas gracias de
corazón: gracias por lo que me has entregado, gracias y gracias por todo lo recibido.
Cuando realmente nos permitimos recibir y tomamos lo que nos es dado surge la
gratitud; cuando la ayuda se toma y, con eso se hace algo bueno ya se compensa lo
recibido, en especial, cuando se asume la responsabilidad de la propia vida surge la
espiral del crecimiento, la evolución y la expansión.
TRASCENDENCIA DE LOS ÓRDENES DEL AMOR EN LA VIDA COTIDIANA
Te estarás preguntando: ¿qué trascendencia tienen estos tres órdenes del amor en la
vida cotidiana?
El intercambio libre y liviano dentro del cual damos y recibimos inocentemente es
el que construye la profundidad de los vínculos y permite que la ayuda se entregue a
quien realmente la necesita para que pueda tomarla con humildad y gratitud.
Si estos órdenes están alineados o no, marcan la calidad de nuestras realizaciones
y de nuestra ayuda. Hellinger habla de situaciones vitales que constituyen el destino,
que puede ser difícil cuando nos pesa, nos quita la paz, la salud, la alegría, las ganas de
vivir.
En general, los destinos difíciles contienen manifestaciones como enfermedades
crónicas, muertes tempranas, separaciones conyugales, suicidios, adicciones, quiebras
empresariales, rupturas y dificultades en los vínculos, alteraciones en el manejo de la
autoridad. Estos destinos difíciles son síntomas y expresiones de asuntos
transgeneracionales pendientes, es decir, de generaciones anteriores y, como tales,
contienen alteraciones en estos principios del funcionamiento vincular.
En este sentido, los síntomas tienen una nueva dimensión, en tanto son mensajeros
de los Órdenes del Amor alterados y, como voz presente, develan a quien fuera
proscrito para ser visto, reconocido y honrado, en tal forma que no sólo la generación
actual quede cubierta, sino también aquellas en las cuales sucedió el hecho. Así se
genera alivio en esas generaciones y en las posteriores.
Justamente el entretejido vincular y único de esa red familiar alcanza generaciones
atrás y pone en evidencia que cuando uno de los nudos del sistema se modifica, se
organizan los demás.
Bert Hellinger, también, menciona caminos amables de expansión de conciencia y
crecimiento. Estos son los destinos de plenitud, esas vidas llenas y felices con lo
alcanzado y con lo que se tiene. La gratitud en su corazón, les permite darse cuenta de
lo recibido y abrirlo para dar con generosidad y entregar lo posible. Significan el
premio por haber honrado la vida que desde lo ancestral fue trasmitida y por haber
mirado el amor desde un orden que recuperase abre el abanico de posibilidades
creativas.
Entonces, vemos cómo el bienestar en nuestra cotidianidad está atravesado por el
respeto de los órdenes del amor, mientras que su inobservancia genera circunstancias
nefastas, así:
Cuando no nos percatamos de la exclusión como desorden de la pertenencia, les pasa
una factura costosa a las generaciones posteriores. Si las conductas de aquellos excluidos,
rechazados social o moralmente no fueron aceptadas, vistas o incluidas, aparecen en
generaciones posteriores, a través de un síntoma o conducta similar a la del proscrito como
recordatorio de la exclusión y llama la atención al sistema, para que el expulsado en
generaciones anteriores y su implicado en el presente, puedan ser incluidos.
Cuando el orden de jerarquía está alterado lleva de la mano a la exclusión. En
efecto, cuando un faltante aparece en un sistema, una persona menor pretende llenar ese
espacio y se implica con alguien de diferente jerarquía, ocupa su lugar con la
consecuente alteración del orden de origen.
El orden de origen influye en los órdenes de la ayuda, así, observamos cómo al
alterarse el orden de origen perdemos la fuerza para ayudar. La capacidad de entregar
una ayuda que fortalezca y que no debilite requiere estar parados en el propio lugar;
solo, así, logramos el arraigo necesario, solo desde unas profundas raíces que den
cuenta de nuestra historia, encontramos respuestas para vincularnos sanamente.
En ocasiones, el dar y el recibir también surgen desde la culpa, es un dar forzado y
es un recibir obligado, y eso es una alteración del orden de la compensación. Cuando
devolvemos por una exigencia externa, por una presión de la sociedad estamos
devolviendo desde la imposición y, justamente, no es esto lo que construye. Cuando
recibimos desde la obligatoriedad estamos haciendo lo mismo y esto es lo que evita el
fluir en los vínculos.
Esta mirada liberadora invita a darnos cuenta de los principios de este
funcionamiento que necesitamos revisar, incluir y honrar. También, permite
preguntarnos: ¿cómo damos e implementamos la ayuda?, ¿cómo es nuestro dar y
recibir? Así, podemos revisar y mirar lo que necesita atención, en tal forma que pueda
volver a fluir el amor, esa energía que todo lo construye y que va dejando huellas
amables por donde ejerce su función y su poder.

Capítulo VII
BASES DE LOS ÓRDENES DE LA AYUDA QUE
AYUDA
Quien ayuda en sintonía respeta los límites,
la grandeza y el sistema del otro.

En este capítulo nos adentramos en el núcleo esencial de lo que es La Ayuda que


Ayuda . Partimos de la visión de Bert Hellinger y la llevamos a la práctica en la vida
cotidiana, al considerar que, en la medida en que entendemos, comprendemos,
incorporamos y actuamos bajo esos parámetros, vamos a brindar una ayuda eficaz que
redundará tanto en la autonomía del ayudado -que no es víctima- y su bienestar, como
en la satisfacción personal y el cuidado de nosotros mismos al lograr hacernos
responsables, únicamente, de lo que nos corresponde: ayudar sin perder nuestro norte y
nuestra paz.
Para entender la ayuda
La ayuda, tal como la plantea Bert Hellinger, también tiene un orden, unos
parámetros mínimos que, de no ser observados, generan el desorden que matiza el
proceso de la ayuda para convertirla en acompañamiento sobreprotector, limitante y
sesgado, nacido de las propias carencias inconscientes de quien la brinda y olvida la
real necesidad de la persona que busca la ayuda.
Quien recibe la ayuda precisa ser escuchado en su dolor, visto en su grandeza y en
sus recursos para abrirse a las posibilidades de responder a las exigencias de su vida a
partir de asentir su destino, su dolor y la riqueza de su ser, que, sin duda alguna, sigue
presente aun cuando a simple vista no sea perceptible para él.

¿CUÁLES SON ESOS ÓRDENES DE LA AYUDA QUE AYUDA?


Los órdenes de la ayuda desde su inicial planteamiento por Bert Hellinger han
tenido diversas aplicaciones prácticas y un desarrollo amplio; por ello, presentamos a
continuación un compendio de estos.

P RIMER ORDEN
Solo dar lo que se tiene y tomar solo lo que se necesita
El balance entre el tomar y el dar permite tomar lo que se necesita y dar desde
lo que se tiene
El orden
El dar y el tomar tiene límites: percibir esos límites y respetarlos forma parte de
La Ayuda que Ayuda.
Precisa de humildad y renuncia a las expectativas ante el dolor.
El desorden
Cuando se da lo que no se tiene y el otro quiere tomar lo que no necesita.
Cuando se espera y se exige de otro lo que no puede dar porque no lo tiene.
Cuando no se debe dar. Implica asumir lo que le corresponde a otro.
Cuando me aproximo al otro para dar desde la comunicación empática basada en
el amor puedo reconocer los propios límites, los del otro y los de la situación, así como
descubrir cuál es la justa medida. De esta manera, impulso el crecimiento de quien pide
la ayuda y favorezco su independencia y su autonomía.
Al contrario, cuando me aproximo al otro para dar sin reconocerlo actúo desde el
sentir del ego compensando mis carencias y reafirmando mi creencia de superioridad.
Todo esto motivado por la envidia, el control, la arrogancia y la omnipotencia,
generalmente, inconscientes.

SEGUNDO ORDEN
Las circunstancias determinan el límite de la intervención
El contexto determina la bondad y efectividad de La Ayuda que Ayuda
El orden
La ayuda eficaz está al servicio de la vida en su desarrollo y crecimiento, y asiente
a las circunstancias internas y externas.
La ayuda eficaz fluye con la misión personal de quien pide ayuda, con las
implicaciones del destino de otros miembros de la familia y con los efectos que sobre
el sistema tiene La Ayuda que Ayuda.
El desorden
Negar o ignorar las circunstancias del contexto o la del mundo interno, sin
confrontarlas directamente con la persona que busca ayuda.
La pretensión de ayudar en contra de dichas circunstancias debilita tanto a quien
da la ayuda como a la persona que espera la ayuda.

TERCER ORDEN
Establecer una relación y comunicación de adulto a adulto
Solo desde el lugar correspondiente, el ayudador puede asumir su rol de una
manera adulta
El orden
Ante quien solicita ayuda corresponde al ayudador comportarse como adulto, solo
así refuerza la autonomía de quien necesita la ayuda.
En consecuencia, es preciso no ubicarse en el lugar de sus padres.
El desorden
Consiste en permitir que el ayudado demande del ayudador tal como un niño lo
hace con sus padres.
En consecuencia, quien ayuda lo trata como si fuera un niño y asume, en su lugar,
asuntos cuyas responsabilidades debe asumir quien pide y necesita la ayuda dentro de
su proceso de responsabilizarse de su vida.

CUARTO ORDEN
La empatía del ayudador es fundamentalmente sistémica.
En la totalidad del sistema, el ayudador ocupa la posición final, solo así, su
actitud de ayuda concuerda con el Orden Más Grande.
El orden
Todo individuo como perteneciente a un sistema debe ser visto y recibido dentro
de su contexto sistémico.
El orden se encuentra en trabajar de manera sistémica.
Solo cuando el ayudador ve y recibe al ayudado dentro del sistema social y
familiar al que pertenece puede darse cuenta de su compromiso y necesidad de ayudar
para compensar, en su propia historia, la deuda sistémica y ancestral que
inconscientemente carga.
El desorden
No mirar ni reconocer a otras personas decisivas, que, por así decirlo, pueden tener en
sus manos la clave para la solución. Por ejemplo: los excluidos del sistema familiar o social.
Ver a la persona que solicita ayuda en un contexto personal únicamente y olvidar
el sistema al cual pertenece.
El trabajo sistémico se inicia en el alma de cada quien, esto significa que no solo
corresponde ver al ayudado, sino siempre también a su sistema. Si ese sistema recibe un lugar
honroso en el alma del ayudador, se está listo y en plena concordancia para respetar el orden
y se tendrá la fuerza para servir.
La empatía sistémica contiene el Orden Mayor: el proceso de la ayuda tiene en
cuenta el Todo Mayor que sistémicamente engloba al ayudador, al ayudado y sus
circunstancias difíciles. Al Todo Mayor pertenecen los padres, las familias de origen,
las familias actuales y los destinos resultantes del sistema al que se pertenece.

QUINTO ORDEN
Asentir a la vida y al sistema del ayudado hacia la reconciliación
La Ayuda que Ayuda incluye pertenecer y reconciliar
El orden
Reconciliar e integrar: se opone a la distinción entre buenos y malos.
El ayudador incluye al otro y a su sistema, así se torna parte suya.
Lo que se ha reconciliado en su corazón, también puede reconciliarse en el
corazón de todos los implicados.
El desorden
Juzgar al ayudado y/o a los miembros de su sistema.
Dar soluciones según las propias creencias, valores y/o teorías psico-sociales.
Reconciliar o integrar se opone a la distinción entre buenos y malos. Negarnos a
hacer esa diferencia es importante cuando ayudamos a alguien, ya que casi que de
manera inconsciente, cotidiana o natural, tendemos a aliarnos con él como si fuera el
bueno y quien propició su situación el malo o el victimario.
En realidad, en el corazón de todas las personas no hay diferencia, no puede
haber oposición. El buen logro y el desarrollo de nuestra vida como seres humanos
es la reconciliación hacia la paz y, cuando estamos en una situación de ayuda, no
podemos hablar de víctimas ni de victimarios, todos nos hacemos cargo de lo
sucedido, a todos nos corresponde trascender esta diferenciación e ir hacia la
reconciliación, si en verdad queremos vivir en paz.
SEXTO ORDEN
Asentir al destino tal como fue y tal cual es
En La Ayuda que Ayuda, lo que corresponde es servir a la vida tal y como es, sin
deseo de que sea diferente a lo que es
El orden
Entrar en el campo del sistema del ayudado mirando la situación tal como fue y
como es y de una manera solidaria.
En destinos difíciles rendirse ante un orden superior y asintiendo a lo que fue, tal
cual fue.
El desorden
Compadecerse con la situación de los ayudados o de miembros del sistema desde
una conducta de lástima.
Negar lo que el campo presenta a causa del dolor o establecer alianzas para entrar
en juegos psicológicos.
La plenitud de la vida significa llevar al corazón lo que es tal cual es y lo que fue
tal como fue, en tanto que lo que es, es Lo Más Grande, así:
A los padres tal y como son.
A las parejas tal y como son.
A los hijos tal y como son.
Al pasado tal y como fue.
A la historia del país tal y como fue.
A los ayudados tal como son.
Y a las circunstancias difíciles del ayudado tal y como fueron y tal y como son.

SÉPTIMO ORDEN
El compromiso del ayudador con su crecimiento y la expansión de su conciencia para pasar
del deber al servir a la vida
Solo está en capacidad de ayudar quien ha tomado a la vida y a sus padres.
Sólo así, se sintoniza con el destino del ayudado
El orden
Compromiso permanente del ayudador de avanzar en el conocimiento de sí mismo.
La resolución de creencias falsas para lograr un servicio honesto, respetuoso y
amoroso con quienes han vivido situaciones victimizantes o difíciles.
Restituir la conexión con lo excluido y con el dolor no reconocido.
Esto solo es posible para el ayudador cuando está en contacto con su dolor, su
sombra, sus temores y su destino, es decir, con lo que le ha sucedido y lo que es tal cual
es.
El desorden
Entrar en juegos psicológicos de salvador, perseguidor o víctima.
Ignorar el sistema del ayudado en tanto reflejo de problemáticas propias no
resueltas.
Este orden nos muestra el valor real de la humildad y el compromiso con nuestro
crecimiento dentro de una mirada sistémica para ayudar desde la esencia de nuestro ser
y no desde nuestras carencias.
Así, cuando ayudamos lo hacemos desde el amor compasivo que mira al otro en su
grandeza y desde la humildad que no impone criterios. Esto implica cuidarse primero
así mismo, verse a sí mismo, de tal manera que pueda ver al otro.
Capítulo VIII
MÁXIMAS DE LAS ESTACIONES DE LA AYUDA QUE
AYUDA
La ayuda en sus varias estaciones nos conduce con seguridad a la luz que ilumina el
sendero para llegar a donde queremos arribar.

Al recorrer este camino que te estamos planteando, quizás, te puedes preguntar:


¿habrá una luz que ilumine ese sendero y que nos conduzca con certeza a dónde
queremos llegar?
Claro que tenemos una luz, es la luz que desde su sabiduría nos ha entregado Bert
Hellinger y que desde nuestra experiencia la hemos adaptado a los diferentes
quehaceres y caminos que nos depara la vida.
Así como la urdimbre que sostiene nuestros vínculos, la red que conforma los
Órdenes del Amor, Bert Hellinger exploró, observó y señaló un camino del cómo
ayudar para responder a nuestros deseos más profundos y lograr una ayuda que ayuda.
Los Órdenes de la Ayuda tienen siete estaciones y vamos a recorrerlas una por una
con el tren que lleva la luz y haremos unas paradas especiales.
Este camino lo hacemos para liberarnos o protegernos de aquella ayuda que limita
y que no ayuda y que termina frustrándonos no sólo a nosotros como ayudadores, sino
también a quienes reciben la ayuda, porque termina frenando su crecimiento, su
responsabilidad y sus posibilidades de ser.

¿CUÁLES SON LAS ESTACIONES DE LA AYUDA QUE AYUDA?


El recorrido tiene en total siete estaciones, cada una se distingue con una máxima,
a saber:
1. Da solo lo que tienes y toma solo lo que necesitas
En esta estación encontramos que solo podemos entregar aquello que tenemos y
solo debemos tomar lo que realmente necesitamos.
Dar solo lo que se tiene nos restringe a ayudar únicamente con las herramientas, los
medios y lo que realmente contamos y depende de nosotros, es insano desbordarse en
aras de querer satisfacer en su totalidad las carencias del ayudado, si no se cuenta con la
debida solvencia.
Tomar solo lo que se necesita hace relación con la persona que viene a solicitar la
ayuda e impide el abuso de nuestra buena voluntad al colocar límites precisos; de lo
contrario, el ayudador termina debilitándose y haciéndose víctima quedando atrapado
en las circunstancias que afectan al ayudado.
El desorden se presenta cuando se da lo que no se tiene y el otro quiere tomar lo
que no necesita; cuando se espera y se exige del otro lo que no puede dar porque no lo
tiene. Actuar de esta manera, surge de un lugar que no corresponde, de la carencia y, en
consecuencia, se genera el desorden.
También hay desorden cuando “no se debe dar”, porque esto implica asumir el
lugar de otro. Esto se presenta cuando otra persona es quien tiene que actuar o resolver
el asunto, pero nos conduele ante la inactividad, la tardanza o negligencia de ese otro y
hacemos lo que no nos corresponde. De ahí, la importancia de tener total claridad de
nuestro lugar.
De otra parte, cuando conocemos nuestra sombra estamos en capacidad de brindar
ayuda y, también, de permitir que esa ayuda se desplace, se deslice por los canales más
adecuados para generar abundancia y prosperidad, para hacernos gestores de la alegría
y la responsabilidad.
Ahora que conoces los caminos del triángulo dramático y los del triángulo
creativo puedes darte cuenta de la interacción y su entretejido con los Órdenes de la
Ayuda.
Podrás comprender que cuando actuamos desde el salvador omitimos este orden; y
que solo cuando el salvador ya no necesita reconocimiento externo comienza a dar solo
lo que corresponde; cuando el salvador ha llegado a desarrollar su propio poder
interno y su valía puede tolerar y acogerse a los límites externos que la realidad ofrece,
pide y exige.
2. Las circunstancias limitan tu ayuda
Pasamos, ahora, a la segunda estación que nos muestra la necesidad de
mantenernos dentro de las posibilidades que nos brindan las circunstancias externas y,
sobre todo, el contexto dentro del cual nos desenvolvemos.
Estos límites se relacionan con un aspecto personal. En la medida en que tú
representas para el ayudado “su tabla de salvación” , conscientemente o no, tienes poder
e influencia ante ella, por tanto, lo correspondiente es actuar desde la conexión con lo que
haces y desde el lugar que ocupas.
La ayuda eficaz está al servicio de la vida y tiende hacia el desarrollo y el
crecimiento. Solamente asintiendo a las circunstancias internas y externas podemos
reconocer qué es lo que necesita el otro y cuáles son las necesidades que lo motivan
para solicitar la ayuda. No someternos a esas circunstancias y querer intervenir más
allá, es condolernos, estar dentro del triángulo dramático y no ocupar nuestro lugar.
Es necesario tener en cuenta el contexto para evitar generar un desorden e ir más
allá de lo que podemos realizar; por lo cual, para fluir con la vida, antes de ayudar, es
preciso conocer las respuestas a las siguientes preguntas:
¿Qué fue lo que sucedió realmente?
¿Quiénes más están involucrados?
¿Cuáles son los recursos de quien pide la ayuda?
¿Qué sistema social está implicado?
¿Qué lugar ocupo en esas circunstancias?
La Ayuda que Ayuda nos permite dar solo lo que podemos dar y ayudar a la
persona que está frente a nosotros a que haga lo mejor con lo que tiene, actuar desde el
ser interno y el reconocimiento de la capacidad para salir avante.
El desorden se relaciona con negar o ignorar las circunstancias del contexto o del
mundo interno de la persona. No es lo mismo, quien se crio en el interior del país y que
ha incorporado una forma especial de familia, a aquella que nació en la Costa Caribe,
por ejemplo.
Si desconocemos el contexto, comenzamos a ayudar desde lo que nosotros
sabemos y concebimos, pero no desde la necesidad del otro, como si no fuéramos
capaces de verlo, experimentarlo, sentirlo, reconocerlo y honrarlo. Así que, cuando
pretendemos ayudar a una persona más allá de los límites que nos corresponden y de su
contexto, en lugar de ayudar debilitamos, porque de una u otra manera lo vemos como
víctima y desconocemos su dignidad, su fuerza y su capacidad para hacer algo bueno
con su vida.
La Ayuda que Ayuda ofrece un apoyo como impulso para que el ayudado solvente
su dificultad. Como dijo Arquímedes: “Dame un punto de apoyo y mover é el
mundo”.
Este orden invita a reflexionar sobre la trascendencia de los límites, pues son ellos
los que nos permiten crecer. El contexto y la realidad bio-psico-emocional nos llevan a
integrar unos límites, a respetarlos y a asentirlos para poder crecer.
Aceptar los límites implica asentir a las exigencias impuestas por el contexto: ir al
colegio nos exige dejar a nuestra familia por un ratito; dejamos el colegio y los
compañeros y, con esa contención básica que nos permitió soltarnos de nuestro hogar,
seguimos a una educación intermedia y, luego, a una educación de adultos como es la
que nos brinda la universidad. Tuvimos que tener un límite para acceder a una
educación más formal, autónoma y más exigente.
Justamente, estas estaciones nos hablan de que solo al respetar los límites
inherentes a la propia evolución de la vida podemos acceder a ayudar. De esta forma,
la ayuda se convierte en La Ayuda que Ayuda a nuestro propio crecimiento y
evolución, así como a los del ayudado.
3. Comunicarnos como adultos es el camino
Al llegar a esta estación vemos que para poder realmente impulsar el crecimiento
es necesario estar en una posición de adulto y ver al que recibe la ayuda, al que la pide
o quien la necesita desde su ser adulto.
Ante quien pide ayuda nos corresponde comportarnos como adultos y tratarlo
como adulto, solo así, se refuerza la autonomía de quien necesita la ayuda.
Tenemos que ser conscientes de que al aceptar ayudar nace para nosotros una
responsabilidad que es necesario asumirla desde lo que nos corresponde. Es preciso no
ubicarnos o no desplazarnos hacia el lugar de los padres de la persona que pide ayuda y
entender que los padres son quienes tienen la obligación de satisfacer la totalidad de
las necesidades de los niños: el niño pide y el padre se afana por cubrir sus
necesidades, más no la de las personas adultas y capaces.
Esta tercera estación nos invita a estar más livianos en el proceso de ayuda al ver
al otro en su dimensión real para ayudarle a abrir puertas a su responsabilidad, a
redescubrir y usar los recursos que la situación le exige. Así, nosotros como
ayudadores, al actuar desde el ser adulto, tenemos menos desgaste y compromiso
emocional porque dejamos con el ayudado la responsabilidad para que descubra el
camino a seguir y para que haga algo fructífero con su vida.
La tendencia a deslizarnos de nuestro lugar ubicándonos en el lugar de los padres
del ayudado produce un efecto nefasto, pues infantilizamos a quien pide la ayuda, ya
que no solamente queremos darle todo desde un ámbito de asistencialismo, sino que
también omitimos los límites que la realidad nos impone.
4. El que ayuda , desde su corazón, actúa con empatía hacia todos
Al llegar a esta estación nos damos cuenta de que no debemos mirar al ayudado
desde su herida básica de víctima, sino desde su sistema, porque es la totalidad de su
sistema la que requiere una visión compasiva y una ayuda integral. Si percibimos a
quien pide o necesita ayuda como un individuo solo, probablemente nos aliamos con él
inconscientemente y no nos acercamos a la posibilidad de ser correspondientes con La
Ayuda que Ayuda y de llegar a la siguiente estación.
Todo individuo, como perteneciente a un sistema, se debe percibir dentro del
contexto sistémico y no en el contexto individual o personal.
Esto quiere decir que no podemos olvidar que la persona viene no solamente de su
contexto familiar o núcleo primario básico, sino de su familia extendida y su población,
de esos lugares donde nació su dificultad y corresponde verlo dentro de su sistema total,
de lo contrario, podríamos excluir personas vitales y necesarias en la solución.
Mirar todo el sistema permite darnos cuenta de quien realmente necesita nuestra
empatía; a veces, no es precisamente quien pide la ayuda, quien la requiere, al
contrario, en ocasiones tenemos que confrontarlo para que pueda mostrar empatía hacia
otros en lugar de esperarla del ayudador y de su entorno.
Aunque las circunstancias sean muy dolorosas, solamente dentro del sistema en el
cual ocurrieron los hechos que lo afectan, se encuentra, también, lo que se debe ver. Así
que, si no apoyamos al ayudado para ampliar la mirada, se quedará con los ojos
cerrados y creyendo que nada puede hacer y terminamos quitándole la fuerza y el poder
para que reconcilie su alma con lo sucedido. Se trata de acompañarlo para que pueda
tener una mirada que abarque no solamente el problema, sino también la solución.
Efectivamente, ampliar la mirada para comprender que estamos inmersos en un
sistema es parte de la tarea que nos convoca. Cuando ayudamos, no ayudamos
solamente a un individuo y solo a él, pues detrás de él están sus padres, detrás sus
abuelos y, así, de generación en generación; y delante de esa persona están sus hijos y,
vale decir, todos los pertenecientes a su sistema.
Hacer esto conlleva una enorme diferencia: ver al otro en su individualidad y en
su sufrimiento, habitualmente nos lleva, inconscientemente, a aliarnos con su dolor y a
sentir como persecutorios a aquellos o aquello que lo colocó en esa situación de
vulnerabilidad; lo cual quiere decir que nos aliamos con los mecanismos de exclusión
del sistema y de la persona misma y la exclusión debilita en lugar de fortalecer.
Solo cuando podemos ver a un individuo, que por sus circunstancias consideramos
una víctima, dentro de su sistema, podemos comprender que la víctima y el victimario
no son más que polaridades dinámicas del mismo sistema y que, en este momento, la
víctima está en uno de los polos y pronto puede estar en el otro polo.
Justamente, el desarrollo de la conciencia de Algo Mayor al sistema al cual
pertenecemos es lo que puede llevarnos a comprender esas polaridades más fácilmente.
Cuando vemos a los individuos como parte de un sistema, las contradicciones se van
disolviendo en una conciencia superior que integra los opuestos; por eso, un paso vital
es comenzar a ejercitarnos en percibir al ayudado desde lo sistémico.
¿ .5Qué es bueno? ¿Qué es malo? ¿Quién sabe? Reconciliar es la clave
Está estación nos llama a la reconciliación. Solo podemos ayudar a quien pide la
ayuda si lo conducimos a reconciliarse con su historia, su destino y su sistema; cuando lo
vemos en la totalidad del sistema al que pertenece, su pasado y su futuro sin hacer
distinciones entre buenos y malos.
Acompañarlo en el proceso de reconciliación significa ser capaz de integrar los
diferentes puntos de vista y tener la capacidad de respetar las discrepancias. Este es un
paso definitivo en el crecimiento.
De esta manera, al ayudar incluimos al otro y su sistema, y nos hacemos parte de
él; nos ponemos en sus zapatos. Lo que se reconcilia en el corazón de quien ayuda,
también puede ser reconciliado en el corazón de quien necesita ayuda o la pide.
Es necesario aclarar algo en este punto: cuando hablamos de no hacer distinción
entre buenos y malos, no estamos diciendo que quien causa un daño intencionalmente
queda eximido de ser sancionado. De hecho, una de las necesidades fundamentales del
alma de los seres humanos es la de recibir una sanción o reproche cuando ocasiona un
daño o lesiona a alguien.
Así, se hace responsable de sus acciones y se siente incluido dentro del sistema,
de lo contrario, se siente no visto, no tenido en cuenta, como si le dijeran: “no haces
parte”. Por ejemplo, en la época victoriana, uno de los castigos más fuertes aplicados
a los niños era hacer caso omiso de su existencia, no tenerlos en cuenta para nada.
Al respecto, queremos resaltar la importancia de reconocer el lugar que ocupamos
y la misión que desde este tenemos, para asentir a los límites que nos impone la vida,
tal como lo señala Bert Hellinger en esta cita:
“Si miro el mundo en serio veo que no puedo penetrar ni solucionar el misterio
de la justicia y de la injusticia, tal como nosotros las entendemos. Y eso es duro.
Encarar este hecho es más profundo que clamar que todo sea justo”.
El desorden en esta estación se presenta cuando juzgamos a quien pide ayuda o a
los miembros de su sistema y, esto nos ocurre, inconscientemente con facilidad y,
generalmente, con la mejor de las intenciones y en aras de ayudar, por ejemplo, cuando
decimos: ¿por qué no hiciste tal cosa? y ¿qué estabas haciendo ahí?
Otro ejemplo clásico lo encontramos en los casos de agresión sexual, en donde
nos compadecemos con la persona violentada. Sin embargo, al consolarla, le decimos:
¿y por qué te fuiste tan tarde?, ¿para qué ibas vestida así¿ ,?por qué le sonreíste?Desde
un nivel inconsciente le estamos diciendo: “tuviste la culpa”, “te pusiste en ese
lugar”, “te lo buscaste”. Con estas preguntas, la juzgamos.
También, se presenta esta situación cuando comenzamos a dar soluciones según
nuestras propias creencias, valores y teorías desde lo social, desde lo psicológico o
desde el ser. Hacer esto es dejar de mirar a la persona, de verla en su dimensión y en su
historia.
Cuando le decimos a otra persona: “si yo hubiera sido tú, habr ía hecho tal
cosa,”ignoramos su historia, su sistema, su ser, sus vivencias. Al contrario, estamos
hablando desde nuestra historia, sistema, ser y vivencias y, cuando vemos al otro desde
nosotros, no hay reconciliación. La verdad es que, lo que podríamos decir, sería: “ si
yo fuera tú, haría y sentiría exactamente lo que tú estas haciendo y sintiendo”.
Existen dos movimientos en la vida que determinan el camino hacia la opacidad o
el camino hacia la plenitud de nuestra existencia:
En el camino de la opacidad nos apreciamos infravalorados, devaluados, pobres,
sin darnos cuenta de la cantidad de recursos que tenemos. Nos sentimos con un peso en
la historia, cuando hemos excluido partes nuestras. Esto nos quita la fuerza, no sólo en
nosotros mismos, sino en el sistema de arraigo, el sistema en el cual corresponde que
nos arraiguemos.
Por su parte, en el camino de la plenitud nos integramos. Se trata de ver nuestra
vida en la totalidad del escenario, de lo que nos ha correspondido vivir y asentirlo tal
cual fue para integrarlo, vale decir, reconciliarnos como un principio básico para el
logro de aquello que deseamos, para ser felices.
Tomar a nuestros padres tal cual fueron para poderlos hacer parte nuestra y
reconocer en ellos el origen de nuestra vida es reconciliarnos con ellos; asumir nuestras
partes oscuras es reconciliarnos con ellas; asumir a aquel que hemos sentido
victimario, perpetrador o enemigo es reconciliarnos con él en nuestro corazón.
Nada de esto nos exige o nos obliga a amarlos, es, simplemente, reconocer el
vínculo que tenemos con todo lo que hemos segregado, escindido o excluido; es darnos
cuenta que son parte nuestra para integrarlos cada vez con mayor plenitud. El proceso
de reconciliación es recorrer el camino de la vida que nos lleva a mayor expansión,
mayor amor, mayor plenitud, mayor ser, mayor conciencia.
6. Asiente al destino y serás feliz
Las anteriores paradas nos conducen a la sexta estación y nos permiten
comprender los hechos, que aquejan a quien solicita la ayuda, tal cual fueron y tal cual
son. Esto significa que podemos acompañarlo a ver su destino tal cual es, su historia tal
cual fue y su vida actual tal cual es; su destino como una sumatoria de las circunstancias
que ya fueron y, como tales, así nos produzcan dolor, son incuestionables porque lo que
quedó escrito en la historia así fue.
De la historia podemos cambiar nuestra percepción, pero no los hechos en sí
mismos. Del futuro todo lo podemos hacer.
Asentir a lo que sucedió es, generalmente, un asunto bastante difícil, entre más
grave sea la vulneración, el daño, la lesión o las circunstancias de quien pide ayuda,
más nos resistimos a aceptar los hechos. Por esto, entrar en el campo de su sistema
mirando la situación tal como fue y como es, de una manera solidaria, nos permite
rendirnos ante estos destinos difíciles y, también, rendirnos ante un orden superior.
Es fundamental rendirnos ante una circunstancia que está en el pasado y, por tanto,
imposible de modificar. Solamente nos debilita el decir: “eso no debió ser”, es un
inaceptable familiar, un inaceptable de la sociedad, un inaceptable de la humanidad.
Recordemos que solamente podemos hacer algo de ahora en adelante y la queja, lo
único que hace es quitarnos fuerza para agradecer que estamos con vida, que en
nosotros existe un impulso que nos permite recuperarnos de eso que sucedió.
Por tanto, es un desorden el compadecernos de la situación de la persona que pide
ayuda desde una conducta caritativa, de lástima o de dolor. Cuando hacemos esto,
estamos viendo a la persona como pobrecita y contrariamos, inconscientemente, el
deseo de ayudarla a que se recupere, a que sane las heridas sufridas ante las
circunstancias que la han colocado en situación de necesidad o vulnerabilidad.
Mirar fijamente lo que el campo presenta a causa del dolor nos hace cómplices del
dolor. Y con La Ayuda que Ayuda se trata de que seamos mensajeros de una nueva luz
y de las infinitas posibilidades de crecer y sanar.
Asentir al destino y a la historia tal cual fue, asentir a lo que hemos vivido tal y
como nos acompañó, implica dos elementos básicos: uno, ocupar nuestro lugar; el otro,
rendirnos ante lo que fue.
El primer aspecto, ocupar nuestro lugar. Cuando lo hacemos nos damos cuenta de
que hay Algo Más Grande que nosotros; registramos los sistemas en expansión, además,
de ver con claridad nuestra pertenencia inicialmente a nuestra familia, después a
nuestro sistema educativo, al laboral, a una comunidad que nos contiene, un Estado, un
país, un continente, un planeta, el universo.
Indefectiblemente nos damos cuenta de que pertenecer a Algo Más Grande nos
cubre a todos y al darnos cuenta de que existe un Orden Mayor, comprendemos, que
también lo protestado hace parte de ese Orden Mayor.
El segundo aspecto es rendirnos con humildad al darnos cuenta que lo que es, es.
Filósofos y maestros de todos los tiempos nos han contado desde una profunda
sabiduría que la felicidad en la vida radica en asentir y tomar la vida que hemos vivido
tal cual fue y tal cual es para tomar nuestro presente en la plenitud de lo que nos brinda,
es decir, tal como es ahora y como lo deseamos construir.
7. Si quieres ayudar, primero conócete
Así, llegamos a la séptima estación, que desde la academia y nuestra experiencia
personal es importante incluir y podemos llamar: proceso de transformación personal.
Se trata de integrar no solamente aquello más grande a lo cual todos pertenecemos,
sino también, lo más íntimo de nuestra humanidad: nuestra sombra, nuestra historia,
nuestro destino y los sentimientos que afloran cuando pensamos en nuestra muerte.
El compromiso permanente del ayudador de avanzar en el conocimiento de sí
mismo es el mayor reto de cualquier persona, porque el crecimiento, la evolución y la
expansión de la conciencia van hasta el infinito. En el día a día, en cada momento y
cada acción podemos lograr más sabiduría y un mejor bienestar.
Cuando olvidamos trabajar en esta parte de nuestro ser entramos en los juegos
psicológicos de salvar en lugar de ayudar, perseguir en lugar de acompañar,
victimizarnos ante el agobio del deber ser. Así, terminamos reflejándonos en el otro o
reflejando en él nuestra herida básica, por tanto, prestando una ayuda que no ayuda.
Dentro de la secuencia de estaciones recorridas, la séptima, de alguna manera,
reúne todas las anteriores, pues, implica la humildad para reconocer y asentir la
humanidad que nos habita. Es decir, la humildad para reconocer nuestra sombra, honrar
nuestra historia, nuestro destino y nuestro sistema para estar al servicio de la persona
que pretendemos ayudar.
De esta manera, tendremos la certeza de que, también, pertenecemos a Algo Más
Grande y de que lo que nos corresponde es dar lo mejor de nosotros, y esto sólo es
posible cuando asentimos plenamente a la oscuridad de nuestra humanidad: somos
buenos y, también, humanos.
Así, al aproximarnos al otro para dar, respaldados por el amor y el
reconocimiento humilde de quienes somos y lo que hemos vivido, podemos aceptar los
propios límites y los del otro, y, además, someternos a la situación, conocer la justa
medida en la que podemos entregar, favorecer la independencia y la autonomía de quien
la recibe y estimularla hacia el crecimiento.

DESTINO FINAL
Estas siete estaciones son los mandamientos que pueden guiarnos para culminar el
proceso de ayudar dentro del marco referencial de La Ayuda que Ayuda.
Si reflexionas sobre estas siete estaciones descritas puedes darte cuenta que van
de la mano de dos circunstancias fundamentales en nuestro crecimiento:
La primera es la humildad y consiste en asentir a las restricciones que tenemos
para dar solo lo que podemos; adaptarnos a las circunstancias, al contexto que fija el
límite; trabajar desde lo que podemos dar al adulto que nos pide ayuda; ver el sistema
en su totalidad para reconciliarlo; asentir a que la vida es lo que es y no diferente, y,
finalmente, integrar que somos pequeños en relación con nuestro sistema y que cada
sistema está incluido en uno más grande hasta llegar a un sistema de Algo Mayor que
nos cobija a todos.
Igualmente, la humildad implica asentir y reconocer no solamente nuestras partes
buenas, sino también, nuestras partes humanas: nuestra sombra y nuestra historia;
aquellos sentimientos que hemos excluido porque nos pesan y que, paradójicamente,
incluyéndolos pesan menos y pueden convertirse en fuerzas aliadas; y, por último, los
temores que tenemos ante la muerte y lo que hemos hecho con nuestra vida.
El segundo factor consiste en acompañar el proceso de crecimiento. Este proceso
tiene como finalidad que cada quien descubra sus principales recursos, ver al otro en su
grandeza, en las posibilidades de su desarrollo y aceptar las limitaciones del momento
evolutivo que atraviesa para seguir caminando y poder expandir su conciencia.
También, aceptar y asentir a las circunstancias limitantes del contexto del otro,
viéndolas con respeto para que pueda tomarlas y crecer. Igualmente, corresponde verlo
con capacidad para responsabilizarse y no sobreprotegerlo como a un niño, así puede
dar el siguiente paso en la construcción de su vida.
Ver a quien requiere ayuda, nos lleva a permitirle salir del egocentrismo primario
de los niños para que pueda ver a los otros y comprenda que todos pertenecemos a un
sistema y que su presencia e interacción produce los resultados que tenemos en cada
uno de nosotros.
Al recorrer estas siete estaciones te invitamos a observar aquello que resuena
contigo y, desde esa conciencia, disponerte a abrir tu corazón. Al abrir tu corazón se
amplía tu conciencia y, con ello, se tiene un radio de acción más expandido, más
potente y, con certeza, más satisfactorio en la realización de la ayuda que quieres
brindar.
Capítulo IX
DEL AYUDADOR IDÓNEO
Más allá del contexto, solo es posible ayudar desde el lugar correspondiente, con
equilibrio y dentro del sistema al cual se pertenece.

Llegó la hora de mirar en profundidad lo que se requiere para ser un ayudador


desde los planteamientos de La Ayuda que Ayuda .

¿SOMOS TODOS AYUDADORES?


Es una pregunta interesante porque a veces se dice: “no, yo jamás ayudo a
nadie”, “eso no me corresponde” ; sin embargo, si reflexionamos sobre nuestra
cotidianidad y la forma como hemos vivido, nos percatamos que en todo momento
ayudamos a alguien y alguien nos ayuda, aunque, generalmente, usamos diferentes
acepciones para nombrar a la ayuda.
En realidad, las relaciones humanas se fundamentan y se mantienen con el
intercambio, se dan, justamente, cuando ayudamos y cuando nos ayudan.
Nuestras vivencias nos permiten generar el modo mediante el cual desarrollamos
la capacidad y el arte de ayudar. Remontarnos a la niñez nos permite recordar cuando
nuestros padres y los adultos que nos cuidaban decían: “tráeme eso”, “haz esto, haz lo
otro”; así, sin darnos cuenta, desde esos momentos comenzamos a ayudar.
En principio, podemos creer que solo estábamos cumpliendo órdenes, sin
embargo, la forma como aprendimos a ayudar la encontramos en esos hechos tan
simples. Es decir, cuando nos piden algo y respondemos a lo que nos solicitan; cuando
nos agradecen o agradecemos lo que hacen por nosotros.
Todo esto se entrelaza con la manera como establecemos los vínculos y el contexto
en el cual nos relacionamos. Algunas veces empezamos a ayudar sintiéndolo como un
deber, al decir: “tengo que”, “debo realizar”, “debo darle gusto” ; otras, lo hacemos
desde el placer de responder a lo solicitado o a lo recibido.
En este mundo en donde tomamos, recibimos y aprendimos a dar, vivenciamos que
la ayuda es algo natural en el intercambio de las relaciones, allí donde se da algo y se
recibe algo se marca la calidad del encuentro humano que se establece con el otro.
En ese devenir del encuentro humano se comienza a desarrollar la necesidad de
devolver inocentemente, es decir, de ayudar, de compensar naturalmente; el otro,
también y de una manera inocente, con una sonrisa en el corazón quiere devolver lo
recibido. Se establece así, un espiral de crecimiento humano en el dar y en el recibir, en
el ayudar y en el recibir la ayuda.
Desde la experiencia humana, todos tenemos esta marca profunda del intercambio
a partir de los vínculos. La relación establecida entre el dar y el tomar parte del hecho
básico de haber recibido la vida, inicialmente del encuentro de nuestros padres y,
posteriormente, de vínculos que nos han nutrido para ser lo que somos. Esta
reciprocidad nos enriquece y permite expandirnos y crecer.
Esta es la semilla del dar y el recibir ayuda, que vibra en el fondo de nuestro ser y
palpita en cada una de nuestras células. Desde luego, también, en ti que has llegado
hasta estas páginas en este libro sobre cómo ayudar.
Más allá de estas circunstancias naturales a todos, las ciencias humanas han ido
enriqueciendo su mirada sobre la ayuda, al punto de que hoy podemos formular caminos
con los cuales se facilita ayudar cuando el otro puede recibir la ayuda, en el entendido
que la ha pedido y tiene conciencia de su necesidad.

¿ESTAMOS EN CAPACIDAD DE AYUDAR?


Podemos generar una matriz, cual urdimbre invisible, dentro de la que todos nos
creemos con la capacidad de ayudar. Esta se crea a partir de nuestra esencia básica,
desde la cual nos construimos en un intercambio del dar y recibir, al darnos cuenta de que
lo recibido lo tomamos y, a su vez, lo entregamos a otros honrando lo que nos fue dado.
Sin embargo, con el correr del tiempo observamos que ayudar es todo un arte y,
por qué no decirlo, una ciencia. Si bien se apoya en el proceso natural de donde todos
surgimos como producto de un intercambio entre un hombre y una mujer y como
resultado de los cuidados que nos fueron brindados, nos damos cuenta que aquello que
creíamos que era de nuestra naturaleza básica no siempre logra el fin que pretendemos.
Tal vez ante un encuentro desafortunado o una frustración, cuando hemos querido
ayudar, comenzamos a reflexionar sobre cómo es esto de ayudar.
En el camino recorrido para conocer metodologías, procesos y técnicas acerca de
cómo implementar una ayuda que realmente pueda llegar a su objetivo, nos dimos
cuenta de que más allá del deseo profundo de hacer feliz a otro, se requiere equilibrar
la ecuación de lo recibido en pro de nuestro bienestar.
Entendimos que ayudar exige que miremos con honestidad y profundidad nuestra
historia para limpiar lo pertinente, es decir, nuestras heridas y nuestras sombras, para
dejar el ensayo y el error al ayudar.
En efecto, en ocasiones, recibimos o damos una ayuda inadecuada, que va por la
línea del bloqueo y las limitaciones del crecimiento; en otras, podemos recibir una
ayuda que conduzca a superar obstáculos, a ampliar la visión que tenemos de la
realidad, a ser cada vez más nosotros mismos, a generar responsabilidad y a
desarrollar las virtudes que están dormidas.
Y ahora te estarás preguntando: ¿cómo es eso de que para ayudar tengo que
mirar mi sombra? Cuando aceptas ayudar a una persona es necesario que mires más
allá de lo que te está pidiendo porque, quieras o no, estás comprometiendo tu vida, tus
recursos, tu ser; además, si el objetivo es que la persona salga de las circunstancias
difíciles en las que se encuentra, eso exige lograr que actúe con responsabilidad para
que no se torne dependiente de ti y para lograrlo necesitas saber en dónde estás tú,
quién realmente eres.
Si nos hubieran preguntado hace cinco o diez años si estábamos en capacidad de
ayudar, la respuesta inmediata hubiera sido: “sí, claro que sí, de hecho todos
ayudamos”. Pero, ahora luego de reflexionar, nos preguntamos: “ ¿de verdad estamos
en capacidad de hacerlo?, ¿es cierto que cuando brindamos alguna ayuda es válida esa
ayuda?, ¿en realidad tenemos todos los recursos para brindar ayuda? ” La respuesta,
ahora, no es tan sencilla.
Todo lo visto y estudiado y las vivencias y experiencias en diferentes talleres nos
hacen concluir que un asunto es que todos deseemos ayudar, que siempre estemos
dispuestos a dar; y otro, totalmente, diferente es que, de verdad, hayamos desarrollado
esa capacidad de ver y de comprender qué es la ayuda, de ver y de comprender qué es
lo que estamos aportando a quien busca en nosotros un soporte para salir de las
circunstancias que lo agobian.
También, podríamos decir que hay diferentes posibilidades de ayuda: algunas que
surgen de la cotidianidad, del simple hecho de convivir o de vivir en sociedad; otras
mucho más complejas, por ejemplo, cuando ocurre un desastre natural que a todos nos
desborda y nos lleva a ver cómo podríamos ayudar, qué podríamos hacer para apoyar a
los sobrevivientes y, aún, otras más graves que surgen de las acciones de los hombres
como guerras y conflictos armados.
Un tema específico que nos muestra cómo se da el proceso de ayuda colectiva, lo
podemos observar en los casos de desplazamiento masivo, tan común en el mundo
actual. Un ejemplo contundente, lo encontramos en el episodio en el cual Venezuela
deportó muchos colombianos y los dejó en la frontera con Cúcuta. Ante el impacto de
las imágenes de los noticieros, mucha gente quiso ayudar enviando alimentos, frazadas
y vestuario; sin embargo, las personas que organizaban la ayuda humanitaria en ese
lugar, dijeron:
“Por favor, por favor, sabemos que ustedes nos quieren ayudar, pero no nos
envíen más comida, no nos envíen ropa, estamos saturados”.
Así, podemos ver cómo nos volcamos a ayudar, dando por sentado qué es lo que
necesita quien requiere la ayuda, cuando, realmente, no lo sabemos, es una presunción
basada en nuestras creencias y circunstancias, no en la realidad del otro.
Por esto, ante la pregunta de si estamos en capacidad para ayudar, creemos que si
bien, todos tenemos ese deseo natural de servir, de dar, sobre todo cuando alguien está
en dificultades, es necesario y sería nuestro deber mirar un poco más allá de las
suposiciones y hacer una reflexión respecto de lo que realmente se necesita para que
esa ayuda sea efectiva y bien recibida por el ayudado.
Con la experiencia descubrimos que cuando alguien brinda un acompañamiento
que alcanza los objetivos de una ayuda eficaz, es porque conoce y sigue un lineamiento
específico y sistemático para implementar la ayuda.
Por esto, tendremos la solvencia para ayudar adecuadamente, cuando
desarrollemos el poder de ver al otro en su verdadera dimensión, en sus diferencias, en
su ser, en sus características particulares, en su inteligencia; es decir, en lo que él es y
en nuestra capacidad de respetar esas diferencias.
La Ayuda que Ayuda es aquella que se puede brindar a un otro realmente visto y,
la que no ayuda es aquella que se brinda respondiendo a las fantasías y a los deseos que
tenemos sobre las necesidades del otro.
CUALIDADES DEL AYUDADOR
Vamos a describir las cualidades o características básicas de un ayudador que
brinda una ayuda que ayuda.
Reconocer la pertinencia
La Ayuda que Ayuda implica un darse cuenta y reconocer cuándo es posible y
adecuada brindar la ayuda, y cuándo se debe retirar. Como dijimos, no toda ayuda en
realidad ayuda. Es necesario tener claro nuestro lugar y nuestras posibilidades, así como
las de quien recibe la ayuda.
Desarrollar destrezas
La Ayuda que Ayuda requiere de destrezas que se pueden aprender y ejercitar.
Esta ayuda implica una comunicación que valida sentimientos para que el ayudado
pueda vislumbrar nuevos caminos. Esto es: comprender el motivo que aqueja a la
víctima y que, al mismo tiempo, la desborda; lo que hace necesario apreciarla en su
grandeza y verla con compasión, no con lástima.
Sintonizarse empáticamente
Para ello es necesario establecer rapport , es decir, sintonizarse empáticamente;
validar al otro; apoyarlo en ampliar su mirada; recibir su mensaje como si fuese nuevo
y único; respetar el valor de cada quien; tener en cuenta sus necesidades y reconocer su
desempeño y logros.
Expansión de conciencia hacia una plena inclusión
La Ayuda que Ayuda requiere fuerza y un amor tan amplio, que no haya lugar a
exclusiones de ninguna naturaleza, ni se tome partido por una u otra parte. Desde luego,
esta nueva postura solo se alcanza dentro de un proceso de expansión de conciencia,
que, en su evolución, acceda a un peldaño más para trascender los juicios que separan y
excluyen.
La ayuda contiene la inclusión que integra opuestos y respeta diferencias. En un
mundo unificado abre puertas hacia la reconciliación consigo mismo y con el otro, y
forja, así, el camino hacia la paz.
Respeto por el lugar ocupado
La Ayuda que Ayuda también exige el claro respeto por el lugar desde el cual se
brinda dicha ayuda. Solo se puede ayudar sin afectar el bienestar propio cuando se
hace, exclusivamente, desde el lugar que tenemos frente a quien solicita la ayuda.
Por ejemplo, una amiga viene a contarnos que su hijo está muy rebelde y le
damos consejos como si fuéramos su mamá. Aquí, de una parte, nos desplazamos a un
lugar que no nos corresponde (la mamá de la amiga) y de otra, no la vemos como una
persona adulta, sino como una niña.
Respetar al ayudado
A un adulto que no respetamos lo infantilizamos; lo incapacitamos para que realice
por sí mismo sus sueños; no le permitimos que asuma la responsabilidad de su vida y lo
mantenemos en sumisión.
Actuar sin juicios ni prejuicios
Una de las formas más nocivas para ayudar es hacerlo desde los juicios y
prejuicios del ayudador, pues estos no le permiten ver el abanico de posibilidades que
la vida brinda y le impiden ver al ayudado en su grandeza y con sus propias
posibilidades y sueños.
Reconocer la grandeza del ayudado
Este es un factor definitivo para establecer una ayuda que si ayude.
En relación con este aspecto, las universidades de Columbia y Wisconsin-Madison
llevaron a cabo una serie de estudios acerca del llamado Efecto Pigmalión , referido a
la manera cómo las creencias sobre una persona pueden influir en su rendimiento y
desempeño. En consecuencia, la imagen que el docente, en este caso el ayudador, tiene
del alumno, es decir, del ayudado, es un elemento anticipatorio del desempeño y el
rendimiento del educando.
Nuestras creencias generan lo que vivimos. Creamos lo que creemos. Así que ver
y creer en las capacidades de quien pide ayuda es una condición imprescindible para
impulsarlo a ser quien verdaderamente es, sin las limitaciones que han frenado su ser y
su quehacer.
Asumir el lugar que se tiene frente al ayudado
Solo desde el lugar correspondiente de quien ayuda es posible apoyar el
crecimiento y la expansión de quien recibe la ayuda, esto es ser solidario con su
esencia y no con sus limitaciones humanas. Deslizarse al lugar de los padres en el
proceso de ayudar es perder la objetividad frente al ayudado. Percibirlo como un niño
limita su crecimiento.
Validar los sentimientos del ayudado
Validar es asentir en nuestro corazón plenamente al otro. Un camino para lograrlo
es volver a escuchar o repetir lo que nos dice sin juzgar, como si fuéramos un espejo.
Por el contrario, cuando se hacen comentarios, tales como: ¿has debido?, ¿tienes qué,?
¿si hubieras hecho?, aún con el ánimo de ayudar, se invalidan los sentimientos y
conduce a que el otro se cierre, se distancie y se coloque a la defensiva, lo cual genera
que no pueda recibir la ayuda.
Sentirnos validados provoca bienestar y abre el corazón para continuar el diálogo
en un encuentro humano y, en ocasiones, íntimo. Validar los sentimientos del otro no
significa que estamos de acuerdo con la forma como el hecho lo afecta, ni con la
manera como lo gestiona, sencillamente, lo aceptamos y respetamos como ser humano.
Validar los sentimientos tiene que ver con el lenguaje que usamos para
comunicarnos y el giro que le demos. La siguiente anécdota ilustra lo que queremos
plantear:
“Un faraón soñó que se le caían los dientes y al pedir a sus magos que le
interpretaran el sueño, uno le dijo: ‘Va a morir toda tu familia’, ante está
respuesta lo mandó decapitar. El otro le dijo: ‘Vas a sobrevivir a toda tu
familia’, a él le regalo 20 monedas de oro”.
La idoneidad del ayudador contiene la sumatoria de todos los factores que hemos
planteado y, en esa medida, su vida será cada vez más placentera, coherente y
fructífera.

CONSECUENCIAS DE LAS CUALIDADES DEL AYUDADOR


CUALIDADES CONSECUENCIAS

Sintonizarse empáticamente con la Contiene y acompaña, desde un estado


ayuda solicitada. de presencia.

Responder con pertinencia a lo Genera responsabilidad, fuerza,


solicitado. bienestar y autonomía.

Respetar el lugar de quien ayuda y de Genera un vínculo de adulto a adulto


quien se ayuda. hacia el crecimiento.

Consciencia expandida sin diferencias y Establece plena inclusión sin juicios,


total inclusión. siempre excluyentes.
AUTOCUIDADO REFLEJO DE UNA AYUDA SANA
El autocuidado implica cuidarse primero a sí mismo y sanar la herida básica.
Todos los seres humanos y, especialmente, quienes asumen como misión de vida la
ayuda, se exponen en forma permanente al dolor, a la cruda realidad de los destinos
difíciles, que, quiérase o no, impactan la vida emocional. Por eso, tener en cuenta y
aplicar los planteamientos compartidos en este libro, sirve de escudo protector, para
cuidar la salud. Así:
Los Órdenes del Amor son la llave hacia la felicidad. Funcionan cuando quienes
conforman nuestro sistema tienen un lugar en nuestro corazón, respetamos el orden de
origen y el equilibrio entre el dar y el tomar. Cuando así lo hemos incorporado, lo
podemos poner en acción en cada una de nuestras realizaciones.
Los Órdenes de la Ayuda son el camino para hacer realidad La Ayuda que
Ayuda , desde una postura adulta, saludable, sin expectativas, generosa, con libertad y
seguridad, al respetar el propio destino y el del ayudado, su sistema y su grandeza para
desarrollar sus habilidades.
Se acompaña desde lo que se tiene, acorde con las posibilidades; se asiente a lo
que fue tal cual fue; se conduce hacia la reconciliación y la paz. Quien ayuda con
integridad ha transformado su triángulo dramático en triángulo creativo, es decir, ha
pasado del perseguidor a la empatía, del salvador al poder personal, de la víctima a la
responsabilidad.
Tomar responsabilidad en la aplicación de estrategias de autocuidado implica
integrar cuatro aspectos:
Tomar conciencia de la misión de vida.
Implementar los Órdenes del Amor.
Respetar los Órdenes de la Ayuda.
Transformar el triángulo dramático en triángulo creativo.
Capítulo X
LA AYUDA QUE AYUDA
Cuando sirves a los demás, la vida te sirve a ti.

La Ayuda que Ayuda cree en las personas, en sus potencialidades y habilidades;


es solidaria, observa el orden, genera autonomía, confianza e integridad; se coloca en el
lugar del otro; reconoce su grandeza, honra y respeta su sistema, sus circunstancias y su
destino.
Al contrario, vimos que existe una ayuda que no ayuda, porque genera
dependencia, asistencialismo y desorden; crea subordinación nociva que anula al
ayudado al impedirle desarrollar sus potencialidades y criterios; es permisiva, no
propositiva ni incluyente.
Para llegar a La Ayuda que Ayuda hicimos un recorrido por los órdenes del
amor, de la ayuda, la herida básica y pasamos del triángulo dramático hacia el triángulo
creativo, que en su conjugación y en su aplicación generan un cambio en la forma de
ayudar y transforman la vida del ayudador y del ayudado. Así vimos como:
Los Órdenes del Amor son la llave hacia la felicidad, funcionan cuando quienes
conforman nuestro sistema tienen un lugar en nuestro corazón, respetamos el orden de
origen y el equilibrio entre el dar y el tomar.
Los Órdenes de la Ayuda son las estaciones que debemos transitar en el camino
de La Ayuda que Ayuda desde una postura adulta, saludable, sin expectativas,
generosa, con libertad y seguridad, que respeta el propio destino y el del ayudado, su
sistema y su grandeza para desarrollar habilidades. Acompaña desde lo que se tiene,
acorde con las posibilidades y asiente a lo que fue tal cual fue, hacia la reconciliación.
Así, sanamos la herida básica o sagrada con su expresión dentro del triángulo
dramático de víctima, perseguidor y salvador para dar paso al triángulo creativo hacia
la responsabilidad, la empatía y el poder personal, respectivamente.
Este modelo, llevado a la práctica en varios seminarios, les permitió a los
participantes llegar a niveles profundos en poco tiempo y les facilitó darse cuenta de
los eventos guardados en el inconsciente, tanto en lo individual como en lo colectivo
del grupo, que les impedía desempeñarse con mayor solvencia. También, alcanzó a
transformar aspectos personales y del equipo para lograr una vida con más bienestar y
una gestión más eficiente.
La combinación de los enfoques que conforman esta metodología y su aplicación
permiten descubrir, elaborar e integrar las dinámicas inconscientes que afectan los
ámbitos personal, familiar, laboral y comunitario para acceder a una mirada amplia y
expansiva, integrativa y compasiva sobre la sociedad con miras a la construcción de
Paz.
Para culminar el trabajo aquí presentado y como conclusión de lo aprendido
proponemos el siguiente Decálogo como guía para el ayudador que aplica La Ayuda
que Ayuda .
DECÁLOGO DE LA BUENA AYUDA

Quien realmente ayuda:


1. Asiente a las limitaciones propias y del contexto.
2. Asiste al ayudado como adulto y asume su rol como tal.
3. Actúa desde una empatía sistémica incluyendo todas las partes que
confluyen en la necesidad del ayudado.
4. Propicia la reconciliación de los opuestos o participantes en el
conflicto.
5. Asiente a la vida tal y como es y tal y como fue, sin lamentar los
hechos.
6. Trabaja para restituir la conexión con lo excluido y con el dolor no
reconocido, tanto en el ayudado como en sí mismo.
7. Reconoce su destino y mira su sombra para actuar con
responsabilidad y comprensión compasiva.
8. Honra la pertenencia de todos, el lugar de cada quien y la necesidad
de compensar lo entregado con lo recibido.
9. Impulsa la transformación de las manifestaciones de la herida
básica -v í ctima, victimario y salvador-, en responsabilidad, empatía y poder
personal.
10. Ayuda para servir a la vida y al servir a la vida construye la Paz.
EPÍLOGO

La Ayuda que Ayuda conjuga la misión de vida hacia la paz, con la realización del
ser y el quehacer.
Cuando actuamos desde los parámetros de La Ayuda que Ayuda , estamos
cuidando tanto de la persona que ayudamos como de nosotros mismos, en tanto que su
aplicación nos lleva a un plano más profundo. De esta manera:
Cuando actuamos desde los Órdenes del Amor estamos al servicio de la vida y,
así, cuidamos nuestra propia vida y conservamos el equilibrio en todas las áreas.
Cuando actuamos desde los Órdenes de la Ayuda estamos al servicio del
crecimiento y, así, apoyamos la expansión del otro sin afectar nuestro bienestar.
Cuando actuamos desde el triángulo creativo estamos al servicio de la paz y, así,
acrecentamos nuestra capacidad para vivir en una paz responsable, empoderada y con
empatía sistémica, en donde todos tenemos cabida, sin excepciones.
Así, podemos vivir en consonancia con lo planteado por Bert Hellinger en la
siguiente frase:
“El corazón de aquel que comprende lo presente en resonancia con el pasado,
tanto en lo bueno como en lo malo, está en plena sintonía con el mundo”.

“Los Órdenes del Amor


al servicio de la vida.
Los Órdenes de la Ayuda
al servicio del crecimiento.
La integración de lo creativo
al servicio de la paz”
MARIANELA VALLEJO VALENCIA
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SOBRE LAS AUTORAS

MARIANELA VALLEJO VALENCIA con una vida rica en experiencias y


salpicada de duelos, hoy, como madre y abuela feliz abraza en amor y plenitud el don
de la vida. Como profesional, al servicio de la psicología, en su aplicación terapéutica,
investigación, docencia e innovación, ha brindado nuevas miradas, con desafíos a los
planteamientos clásicos convencionales para la comprensión e intervención terapéutica
en las ciencias psicológicas.
En la actualidad es conferencista y docente internacional de su Modelo de
intervención en Neopsicología Sistémica en Constelaciones Familiares. Está
dedicada a la práctica psicoterapéutica privada en el contexto individual y vincular,
dentro del modelo de intervención terapéutica de Neopsicología, del cual es
creadora. Plantea nuevos caminos de investigación con miras a comprobar clínica y
experimentalmente intervenciones de vanguardia.
Entre sus libros se destacan: Realizando nuestros sueños. Experiencias de
Pedagogía Sistémica en Colombia ; Constelaciones Familiares. Para liberar la
energía del amor y de la vida ; El coraje de emprender, Bestselleren Amazon en
2015; Si yo pude tú también puedes, Bestselleren Amazon en 2015; Un modelo de
Supervisión en Constelaciones Familiares, Bestseller en Amazon en 2016.

ROSA ELENA CÁRDENAS ROA , una profesional integral, además de


graduarse en Ciencias Penales y Criminológicas, Derechos Humanos y Psicología,
realizó estudios en Pedagogía Sistémica, Constelaciones Familiares, Cellular Memory
Release y es maestra de meditación Ishaya.
Su gran pasión ha sido la investigación, en especial, en violencia sexual e
intrafamiliar desde la perspectiva de los derechos humanos y la búsqueda de
alternativas y terapias innovadoras para abordar, tratar y superar estos flagelos de la
humanidad. Se ha destacado como conferencista en temas de derecho, de talento
humano, manejo del estrés y meditación.
Ha escrito varios artículos sobre delitos sexuales y violencia intrafamiliar,
destacándose sus “Comentarios a la Ley 360 de 1997, Avances y dificultades de la
nueva Ley”, de la cual fue impulsora dentro del Proyecto de Asistencia del Fondo de
Población de Naciones Unidas, en su calidad de Jefe de la Unidad de Delitos contra la
Libertad Sexual y la Dignidad Humana de la Fiscalía General de la Nación
y “Violencia intrafamiliar: sin víctimas ni victimarios” , como coautora.
CONTACTOS

Para obtener más información sobre el tema y para la programación y realización


de seminarios y talleres de La Ayuda que Ayuda sirve a la Paz , entra en contacto con:

Fundación Marianela Vallejo. Neopsicología


Sede principal Bogotá - COLOMBIA

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