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Francis Kéré: “La arquitectura es ensuciarse y empujar todos juntos”

Fue el primer niño que aprendió a leer en su pueblo de Burkina Faso. Viajó
a Berlín con una beca y se convirtió en el arquitecto más famoso de África
Su primer proyecto consistió en levantar una escuela en su poblado.
Procedente del mundo del barro, defiende la simplicidad y reivindica la
dimensión social de su profesión

En Burkina Faso, los hombres hacen el barro y las mujeres alisan el suelo
con piedras. Es la comunidad la que levanta los edificios. Por eso, cuando
uno de ellos, el primogénito del jefe de Gando, aprendió a leer, se convirtió
en carpintero y logró estudiar arquitectura, su trabajo no consistió en
dibujar planos, sino en mejorar esa manera de construir. Diébédo Francis
Kéré (Gando, Burkina Faso, 1965) tenía 38 años cuando decidió que quería
para los niños de su poblado la misma oportunidad que él había tenido.
Comenzó su primer proyecto, una escuela, reuniendo algo menos de
50.000 euros para construirla. Consiguió el dinero de instituciones y
particulares. Hoy también lo pide a grandes compañías. Hace más de una
década que inauguró aquel edificio y ahora en el pueblo ya hay mil niños
que saben leer. También hay una biblioteca y una clínica. Todas las ha
levantado la comunidad. Todas las ha ideado Kéré y su equipo de 13
arquitectos en el que trabajan tres españoles.

Sin embargo, el proyectista más famoso de África vive hoy un momento de


cambio entre Gando y Berlín, donde estudió y donde residen su mujer,
alemana, y su hija, de 14 años. Le llegan encargos para los que ya no debe
reunir el dinero y las mejores universidades del planeta (de Harvard a
Mendrisio, en Suiza) lo reclaman. ¿Cómo reaccionará ante esas
transformaciones? ¿Cómo pasará de trabajar con la comunidad, con barro
y en un marco conocido, a enfrentarse a otras culturas? Él asegura que ya
lo hizo cuando tuvo que aprender alemán para convertirse en
arquitecto. Una intervención en el Vitra Campus de Weil am Rhein ha
demostrado que su ideario de construir con poco se puede aplicar a otros
ámbitos. Su ejemplo pasa por motivar a la gente y trabajar con lo que hay
en cada lugar. Eso lo convierte en un arquitecto sin precedentes.

¿Qué hacer para que la arquitectura se disocie delpelotazo y se asocie a un


papel social? Hacer que sea necesaria. Involucrar a la gente y abandonar el
egocentrismo. Con la gente implicada, los diseños prosperan. El mejor
mantenimiento es el entusiasmo. Muchos arquitectos viven en un gueto
demasiado irracional. La arquitectura no es un capricho, sino una gran
responsabilidad.

¿La responsabilidad lo ha convertido en el arquitecto que es? Cuando viajo a


Burkina Faso veo a mis 13 hermanos y me doy cuenta de que ellos tienen
algo que en Berlín no hay: se ríen. Es cierto que no saben leer, pero sus
hijos sí. De uno que sabía leer, que era yo, hemos pasado a mil, un tercio
de la población.
¿Su novelesca historia ha contribuido más a su fama mundial que la propia
arquitectura que hace?Depende de lo que se entienda por éxito. Para
empezar, no creo ser famoso.

Tal vez deba afrontar que lo es. Puede ser. Mi origen me ha dado
oportunidades. He podido demostrar lo que se podía hacer con un
presupuesto muy limitado. Y eso es un buen principio. Pero los buenos
principios son peligrosos, exigen más esfuerzo para mantener el nivel. Si
empiezas bien, solo puedes continuar cambiando. No puedes tumbarte y
seguir haciendo lo mismo. Para mí la arquitectura todavía es un reto. Una
vía para solucionar problemas y aportar algo a la sociedad.

Construir la primera escuela en un poblado de Burkina Faso no puede


entenderse igual desde Berlín, donde estudió, que desde Gando, el
poblado. Cuando uno hace una arquitectura fuera de las leyes del mercado
debe hacerlo todo: desde recaudar el dinero hasta formar a los obreros.
Ese trabajo es extenuante. Pero permite reinventar las reglas del juego. Yo
he sido un arquitecto con entusiasmo para luchar por lo que quería realizar
y con capacidad para juntar el dinero para conseguirlo. La primera vez fue
la más difícil. Luego un proyecto termina por abrir la puerta de otro. Ya no
trabajo solo en Gando. Ni siquiera solo en Burkina Faso. Pero no soy un
tipo que lucha solo contra el mundo. He ido construyendo una estructura
de colaboradores capaz de extender una enseñanza: no se trata de hacer,
sino de enseñar a hacer.

Muchos arquitectos viven en un gueto irracional”

La arquitectura que hace en África es esencial, necesaria, indica maneras de


prosperar, apunta hacia la colaboración y el trabajo comunitario. Sin
embargo, al salir de allí se convierte en una pieza de museo. ¿Cómo le hace
sentir esa dicotomía? Cuando expuse en Londres, en la Royal Academy,
quise demostrar que había otras formas de construir. Con la tienda que he
edificado en el Campus de Vitra he demostrado que esas maneras son
reales, no solo artísticas o teóricas. Lo que hago en África –trabajar con
materiales económicos y con imaginación– se puede realizar en el mundo
occidental. Por otro lado, trabajar en Europa hace que conozcan nuestra
historia, que vean otro mundo y que se planteen si pueden o no existir
otras maneras de hacer las cosas.
Alguien podría decir que se ha vendido a la arquitectura comercial. Defiendo
una arquitectura de más con menos. Incluso para los comercios.
Sustituyendo el dinero por esfuerzo e imaginación.

En cualquier caso, fuera de África, su papel como arquitecto cambia. No


tiene que conseguir el dinero cuando le encargan una tienda. ¿Se siente
mejor o peor cuando no necesita recaudar? He necesitado recolocarme.
Cuando no tengo que buscar dinero puedo dedicarme a diseñar. Pero yo
trabajo a partir de la realidad, no a partir de la teoría. Por eso, incluso en
Alemania, me planteé cuál era el material disponible, el más lógico, para un
uso limitado y en un lugar en el que hay de todo. Se trata de que la gente
vea que se puede construir de muchas maneras. Incluso desde la escasez.
En mi poblado doy poder a la comunidad para que ellos puedan construir
sus edificios. Aquí lo que hago es ampliar el horizonte de muchos
arquitectos.

¿Trabajar con poco es una necesidad, una respuesta o una ideología? Las
tres cosas. Y también un anuncio: la escasez y el ingenio pueden ser
mejores que la abundancia.

¿Cómo envejecen sus edificios? Muy bien. Están pensados para tener un
mantenimiento casi nulo.

Ha trabajado en China, donde la apuesta más generalizada ha sido no limitar


los presupuestos y arrasar con todo lo que había. Wang Shu [el arquitecto
chino, premio Pritzker, que trabaja con material de desecho] nos llamó
para diseñar con él el puerto de Zhoushan. Pensó que hoy los chinos llevan
a África mercancías baratas producidas industrialmente, que en África
todavía se trabaja con las manos y que China tenía una gran tradición
artesana. Al final aprendes tanto como enseñas. No dejaba de pensar: “Eso
se puede utilizar en África en lugar del plástico”.
¿Qué cree que aporta como arquitecto? No llego con la foto hecha. Aseguro
que solucionaré los problemas, pero no sé con qué forma porque este
aspecto pasa a un segundo plano. La arquitectura es siempre un reto
aunque los objetivos y los problemas varíen. En Occidente, el arquitecto no
organiza a los obreros ni recauda el dinero. Trato de demostrar la
importancia (económica y estética) de dar con un método constructivo
antes de ponerse a construir.

¿En Occidente trata de demostrar que la arquitectura que hace no es solo


para los pobres?Es una manera de aclarar que lo bueno no tiene por qué
ser caro. Y personalmente me permite exponerme más allá de la imagen de
un tipo que levantó una pequeña escuela en África. Uno ha de seguir
creciendo. Se lo debe a sí mismo. Eso no quiere decir que quiera dejar de
hacer lo que hago en África.

¿Se siente igual de seguro cuando trabaja en África que cuando lo hace en el
mundo occidental?Estudié en Berlín, mi formación es occidental. Pero
admito que al principio me costó. El primer proyecto que hice fue una
exposición sobre Cruz Roja en Ginebra. Yo venía del mundo del barro. Pero
lo que es barato en África puede ser extremadamente caro en el mundo
occidental. Eso te obliga a cambiar y a pensar en otras maneras de
conseguir resultados similares con otros materiales.

Diébédó Francis Kéré


Gando, Burkina Faso, 1965. No guarda un retrato de cuando era niño. “No
teníamos cámara”, explica. Primogénito del jefe de un poblado que todavía
no cuenta con agua ni con electricidad, Kéré fue también el primero de su
pueblo que aprendió a leer. Gracias a una beca, estudió carpintería en
Berlín. Allí también se convirtió en arquitecto. Su primer trabajo consistió
en reunir dinero para levantar una escuela en su localidad. A esa escuela le
siguió otra. Y el año pasado inauguró una clínica. Hoy ha realizado encargos
en otros países, como el Museo del Barro en Malí. Su obra aspira a reforzar
la cultura local, mejorar la vida de las personas y replantear el papel del
arquitecto.

¿Se siente –con el mencionado Wang Shu o el japonés Shigeru Ban– parte
de un grupo de arquitectos humanitarios?Admiro a Wang Shu, que fue
capaz de nadar a contracorriente y de indicar un camino –cuando recuperó
materiales de desecho para levantar su museo de historia en Ningbo–.
De Shigeru Ban admiro su capacidad para idear estructuras sencillas con
tubos de papel. Pero también que, ahora que firma proyectos millonarios,
guarde tiempo para ayudar a los necesitados. No sé si formo parte de ese
grupo, pero justo eso, ofrecer un servicio a los necesitados, es lo que he
intentado hacer desde el principio.

¿Qué es un arquitecto humanitario? Humanitario no significa solo dar.


Significa descender al nivel de los necesitados. Y hablarle a la gente de lo
que pueden comprender. Establecer ese idioma comprensible es clave
para que el trabajo mejore la vida de las personas. La caridad o la
imposición no solucionan las vidas de las comunidades.

¿Puede un arquitecto comercial ser también humanitario? Podría serlo si al


desplegar su conocimiento recibiera otro que le hiciera cuestionarse el
suyo propio. Porque eso es lo que ocurre cuando uno sale de su mundo
cerrado. Pero esto no es privativo de la arquitectura. Es extensible a
cualquier profesión. La llamada arquitectura humanitaria responde a
necesidades puntuales, como un terremoto, pero en África responde a los
derechos fundamentales: el derecho de tener una casa, de poder
construirla, de poder dormir bajo techo y comenzar una vida. No hace falta
esperar a que llegue un terremoto.

La arquitectura siempre se ha asociado con el poder. Nunca con los


desfavorecidos. Puede que haya llegado el momento, incluso para los
poderosos, de devolver algo de lo que han recibido. De bajarse del
pedestal para conocer esta realidad. De mirar a la gente a los ojos. Cada
vez hay más gente que lo hace. Pero sigue sin ser suficiente.

Habla de mirar a la gente a los ojos. ¿Usted todavía lo hace? ¿Todavía


enseña a construir? Y todavía pongo ladrillos si me dejan. Yo formo a la
gente, pero aprendo tanto como ellos. La manera en que entiendo la
arquitectura pasa por ensuciarse las manos y por empujar todos juntos. No
puede ser de otra forma, para que la enseñanza sea creíble primero hay
que demostrar las cosas.

¿Cómo lo hizo al principio ante gente que no sabe leer ni escribir? Saben
otras cosas. El principio siempre consiste en vencer el miedo a lo diferente.
Les demostraba cómo funcionaban mis estructuras subiéndome a ellas.

¿Cómo lidia con los obreros? Algunos arquitectos españoles trabajando en


África se quejan de la diferencia de ritmo, seriedad y exigencia a la hora de
construir… Alegan que muchos días no aparecen por la obra y con la excusa
de que se les ha muerto un familiar. Cuando llegué a Alemania necesité
mucho tiempo para entender la sociedad. En África sucede lo mismo. Allí
es casi imposible trabajar sin entusiasmo. Esa es una de las claves,
entusiasmar a la gente. El español Albert Faus lo ha conseguido. Hizo un
buen trabajo en Burkina. Fue capaz de construir, pero seguro que supo
ponerse en la piel de los demás. En mi país, si alguien muere, es
importante parar.

¿Parar cada semana? No es fácil de entender. Pero en África un padre es


una figura, no solo un progenitor. Esa idea extiende la idea de familia a
muchas más personas. Y, lamentablemente, también se mueren muchas.
Hay que tratar de entender las cosas desde su punto de vista. La
impaciencia del mundo occidental no es algo que me gustaría aprender.
Triunfar en África requiere paciencia y empeño. Puede que también
asociarse con alguien de allí. Ni yo mismo podría organizarme solo.

¿África está de moda? Lo pregunto porque si está de moda hoy, no lo estará


mañana. Es un mundo por descubrir para mucha gente. Pero sin prejuicios.
Occidente puede aprender de África valores que ha perdido. Las modas
pueden dar a conocer algunas cosas, pero también engañar. Cada vez más
arquitectos llegan a África dispuestos a construir allí. Mi consejo es que
primero estudien, analicen la cultura y los medios. Si es que realmente
quieren contribuir.

¿Cuál es el mayor prejuicio respecto a África? Se trata a un continente como


si fuera un país. Eso elimina diversidad y riqueza.

Usted vive en Berlín. ¿Cada cuánto viaja a África?Depende de los proyectos


en marcha, tres o cuatro veces al mes. Mi hija no lleva bien que viaje tanto.

¿Ha tenido que sacrificar algo para poder realizar su trabajo? No. Siento que
he ganado mucho. No lo vivo como un sacrificio.

Pero dice que no ve a su hija. Es cierto que me falta tiempo. Pero mi idea de
la vida no es llegar a casa y dormir con mi familia. Quiero decir que no es
solo eso. Creo que no solo la presencia es importante. También lo es la
intensidad. Y el ejemplo.
ampliar fotoEl
arquitecto Francis Kéré, en una instalación de la exposición sobre sus
proyectos que tuvo lugar en la Royal Academy of Arts de Londres en
2014. CARL COURT GETTY

¿No se ha vuelto impaciente viviendo en Occidente? Supongo que venía


vacunado. Además, necesité mucho tiempo para aprender alemán y para
comenzar una nueva vida.

¿Su carácter tampoco ha cambiado? Sería extraño que una variación de


circunstancia vital no me cambiara. Me veo como un puente entre África y
Occidente. Y tengo una gran responsabilidad. Claro que noto diferencias.
En África están relajados. En Alemania, no tanto [risas]. De modo que en
África se toman su tiempo. Es fácil pensar que pueden ser vagos, es más
serio plantearse qué puede haber detrás de esa tranquilidad.

¿No ha tenido problemas con los trabajadores?Muchos. Algunos proyectos


no he podido terminarlos. Pero esa es la circunstancia allí. De nada sirve
quejarse. Nuestro deber es buscar la manera de motivar a la gente, de
hacerla participar.

¿Y cómo se consigue? Con logros. Demostrando que su vida puede mejorar.


Si los proyectos no funcionan, tú eres el que debe cambiar. No se puede
llegar a un lugar y trabajar pensando que vas a poder cambiar a la gente.

¿Cree que los arquitectos del siglo XXI deben ser más guías que artistas? En
Burkina no había trabajadores cualificados. De modo que la única manera
de construir pasaba por formarlos.

¿Cómo se forma a alguien que no ha salido de su poblado y tiene una idea


de la arquitectura muy tribal? Ahondando en esa tradición. Simplificando la
manera de construir. El problema es que cuando se convierten en mano de
obra cualificada, muchos te abandonan porque se van a trabajar para
alguien –generalmente europeo– que les promete mucho dinero. Entonces
la comunidad queda en un segundo plano. Dar continuidad a la calidad
arquitectónica no es fácil.

¿Cómo mantener la credibilidad en medio de tanta corrupción? Es muy


difícil. Especialmente en un lugar donde la gente tiene hambre y sufre. En
Burkina, un lujo es una motocicleta. Y cuando alguien la consigue, los
demás pueden pensar que esa persona es la que sabe cómo salir de pobre.
El dinero fácil es muy peligroso, lleva a la corrupción. Eso es dramático con
los adolescentes. Lleva a perder la paciencia y a dejar de contribuir a la
comunidad, que es, a mi entender, la manera de construir los cimientos del
progreso.

Muchos de los problemas occidentales derivan del consumismo. Sin


embargo, ¿cómo decirle a la gente de su pueblo que no aspiren a tener
televisiones y coches? Allí no hay ni agua ni electricidad, así que, de
momento, nadie piensa en televisores. El problema con la cultura
occidental es que resulta atractiva por poderosa y por eso devora todo tipo
de culturas. Mi opinión es que cuando no saben qué tiene la gente en
Europa, en mi pueblo son felices. Pero cuando piensan que es mejor…, su
vida empeora.

¿Nunca se desarrollarán? Sería un error hacerlo. La energía es limitada. Los


recursos, también. Solo llegaríamos al umbral del disfrute tal como este se
entiende en Occidente. Mientras que en algunos aspectos su vida es mejor
que la occidental. La idea potente es creer o no creer en la comunidad. Esa
es la clave.

El mundo actual, con diferencias entre la poca gente con mucho dinero y la
mucha con poco, ¿no le ha hecho preguntarse que tal vez no pueda cambiar
un sistema tan arraigado? La construcción suele esconder los mayores casos
de corrupción.Tengo una conexión muy fuerte con África y una deuda con
mi comunidad. Además, siento que soy necesario. No me hice arquitecto
para ganar mucho dinero.

La escasez y el ingenio pueden ser mejor que la abundancia”

Pero el dinero es lo que le permite construir. Sin duda. Pero creo que he
demostrado que no hace falta mucho para levantar los proyectos que
diseño.

¿Usted tampoco quiere ganar más? Es cierto que llega un momento en que
podría hacerlo, pero no trabajando para comunidades africanas, que es lo
que hago fundamentalmente y que no quiero dejar de hacer.

¿Por qué? He visto las consecuencias de tener mucho dinero. No solo las
ganancias, también las pérdidas. No me interesa.
Sin embargo, trabaja fuera de África. Sí. Lo hago para aprender. En África,
hoy día, no se puede apenas innovar. Y las mejoras nacen de las
innovaciones, de las mezclas, de lo que se aprende de otros lugares. Yo
quiero aprender e innovar para mejorar no solo mi arquitectura, también
el servicio que esta pueda ofrecer.

¿Cuánto cuesta construir en África? Con el dinero que cuesta levantar un


edificio allí no se podría hacer nada en Occidente. La razón es que es la
comunidad la que lo construye. A cambio de que sea para ellos. Eso es
imposible en el mundo occidental.

No tanto. El activismo ciudadano está cada vez más extendido. Anecdótico


en Europa, no es minoritario en Latinoamérica. Es cierto. Pero fíjese que
depende casi siempre de una persona, alguien capaz de esforzarse en
comunicar entusiasmo a una comunidad.

¿Nunca paga a sus obreros? Alguna vez. Si el trabajador no pertenece a la


comunidad recibe algo, porque no va a poder utilizar el edificio. Y tengo
grupos de recién graduados que cobran lo justo para poder vivir allí.

¿Y usted? ¿Cobra un porcentaje? Yo vivo de las clases que doy. Pero un


proyecto sostenible tiene que poder pagar a los arquitectos. Aunque no los
enriquezca mucho. Si te matas trabajando y no puedes vivir con lo que
ganas con ese trabajo haces un flaco favor a la comunidad. A mí me pasa
de todo. Cuando construyo una escuela, algunos familiares me preguntan
por qué no les doy a ellos ese dinero.

¿Le resulta más fácil recaudar dinero ahora que la fama le precede? Otro
asunto delicado. Los proyectos que he hecho en África me han
proporcionado credibilidad. Ahora la gente sabe que soy capaz de cumplir
lo que propongo y es más sencillo, sin ser fácil, recaudar fondos. Les
sucede a todos los arquitectos. Esta es una profesión que históricamente
se basó en la confianza.

Si eres capaz de hacer algo bien, ¿puedes dar otro paso e intentar hacer algo
más difícil? Eso es. Y esa idea, ir paso a paso, en lugar de querer inventar la
pólvora con un primer proyecto, es toda una lección para cualquier
arquitecto del mundo. Puede que yo trabaje en escala pequeña, pero creo
que nuestros proyectos ayudan a romper prejuicios.

¿A qué se refiere? El mundo occidental ve, porque la hay, mucha


corrupción en África. Mucho abuso. Trabajar creando equipos, formando a
la gente, dirigiendo la autoconstrucción, demuestra que las cosas se
pueden hacer de otra manera.

Es la gente la que está demostrando eso, no los políticos. Justamente. Cada


vez hay más gente que piensa que compartiendo conocimiento se pueden
mejorar las cosas. En mi país, cada vez hay más personas que se sienten
capaces de hacer cosas. Que uno sienta que la educación y el aprendizaje
tienen resultados palpables es una vía importante para vencer apatías,
para hacer que la gente valore sus pueblos, su continente y sus tradiciones,
y para liberar la creatividad dormida en otras personas. Tenemos suerte
con lo que hemos conseguido. Pero se podría hacer mucho más.

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