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¿Genocidio en 5655 641 666

México?
PEDRO SALMERÓN SANGINÉS

E
l término genocidio, adoptado por la ONU en 1948 para efectos
jurídicos, significa, según el diccionario: Exterminio o eliminación
sistemática de un grupo social por motivo de raza, etnia, religión,
política o nacionalidad”; aunque se ha abusado del término, muchas
veces con afanes políticos, para los analistas más serios el término
implica la voluntad (llevada a la práctica) de eliminar a una colectividad humana.

Por ello se discute si puede aplicarse a la conquista española, pues si bien


parece difícil encontrar una voluntad explícita de exterminio, sí existe la
voluntad de destruir la identidad cultural (religiosa) de las naciones indígenas. En
realidad, el genocidio, como voluntad de exterminio del diferente, está ligado
íntimamente al concepto “científico” de “raza” originado en el siglo XIX. Las
masacres y exterminios anteriores responden a otras pulsiones y merecen otros
nombres.

Una serie de argumentos con pretensiones científicas –cientificidad refutada


sistemáticamente por la antropología de la segunda mitad del siglo XX– fundaba
la superioridad de los “blancos” en argumentos biologicistas, organicistas y
evolucionistas, y hablaba de la división de la humanidad en “razas”, y de “razas
puras” y “razas superiores”. En El asalto a la razón, G. Lukács fundamentó la
construcción ideológica del concepto científico de “raza” y su uso por los
imperialismos europeos decimonónicos y cómo de ahí sólo había un paso a la
justificación “científica” del exterminio de gitanos y judíos, y la sumisión de los
eslavos “subhumanos” por parte de los nazis.

Simultáneo al ejercicio imperialista de esos conceptos raciales y organicistas


fue, en México, el porfiriato, que convirtió las guerras endémicas contra apaches,
yaquis y mayas en guerras de exterminio fundadas en el mismo tipo de
argumentos “científicos” con los que el imperialismo británico justificaba las
atrocidades que perpetraba en África ecuatorial o del sur; el francés en Argelia o
la corona belga en el Congo (los mismos argumentos de las leyes de segregación
vigentes en Estados Unidos hasta bien entrado el siglo XX, segregación que aún
se practica). En ese aspecto, como en otros, el porfirista fue un régimen cipayo al
servicio de los intereses económicos de las grandes potencias, cuyo lenguaje
repetía.
En el porfiriato se hablaba abiertamente de “civilizar o exterminar” a apaches,
comanches, yaquis y mayas. Ese genocidio, oculto bajo otras palabras, está
siendo develado por los trabajos de autores como Martha Rodríguez, Víctor
Orozco, Victoria Reifler, Cuauhtémoc Velasco y muy recientemente para el caso
yaqui, Paco Ignacio Taibo II, quien devela el genocidio y su justificación
“científica”.

Ese discurso pretendidamente científico fue absorbido por importantes


sectores de las clases medias y populares y persiste hasta nuestros días: en
México lo vemos presente en la actitud de muchos sectores frente al EZLN,
disfrazado de clasismo frente a la disidencia magisterial, en los brotes de
antisemitismo que hemos venido denunciando. Regresando a la historia, la
difusión del racismo permitió otros dos genocidios: consustanciales al carácter
del régimen porfirista son las campañas de exterminio contra zapatistas entre
1911 y 1914; campañas que continuaron por mano de los carrancistas, como ha
mostrado Francisco Pineda, quien no duda en llamar genocidas a estas campañas
y ha desenmascarado su lenguaje cientificista en Ejército Libertador: 1915.

Fueron revolucionarios de extracción popular quienes exterminaron a los


chinos de Torreón, en mayo de 1911. Juan Puig ha explicado la matanza por la
transpolación de los agravios de los sectores más humildes en un grupo
vulnerable y fácilmente. A los chinos de Torreón los mató el pueblo, los asesinos
fueron los humildes, los olvidados. Sus iras se volcaron contra los chinos, tan
distintos aparentemente. No se castigó a nadie: “fue una Fuenteovejuna que mató
al igual y perdonó al tirano” ( Entre el río Perla y el río Nazas, pp. 311 y 312).

No se castigó a nadie: Ramón Corral y los artífices del genocidio yaqui


murieron en sus camas, y, como los genocidas de apaches Bernardo Reyes y Luis
Terrazas, eran consentidos de Porfirio Díaz. Y si se castigó a Victoriano Huerta
no fue por su participación en el genocidio de mayas y zapatistas. Genocidios o
matanzas posteriores quedan en la misma impunidad: Díaz Ordaz murió en
cama, y quien era secretario de Gobernación cuando las matanzas de Acteal y
Aguas Blancas es ahora secretario de Educación Pública y se le insta (y parece
que por sus ganas no queda) a repetir semejantes acciones contra los maestros
disidentes a quienes el régimen jamás escuchó, como sus predecesores jamás
escucharon a apaches, yaquis, mayas ni chinos.

psalme@yahoo.com

Twitter: @salme_villista

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