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ideología y corrupción
Beatriz Sarlo es una interlocutora de lujo, por su método incisivo y
sofisticado. En esta conversación cataloga la corrupción kirchnerista
como una variante menor de la plutocracia rusa, se muestra escéptica
sobre un eventual mani pulite, le saca la ficha al patrimonialismo
macrista, hace autocrítica, patea la mesa cuando cuestionamos al
socialismo santafesino, y persevera en el republicano sueño de una
democracia donde no ganen siempre los multimillonarios.
POR: HERNÁN VANOLI - MARIO SANTUCHO - MARIANO CANAL
11 DE ENERO DE 2017
crisis #26
Cuando el gobierno de Cambiemos estaba recién despuntando, a comienzos de
2016, un asado reunió a varios integrantes de crisis para debatir con Beatriz
Sarlo sobre el presente que nos tocaba en suerte. Ese día la escritora propuso
un reto singular: “la revista tiene que hablar sobre la corrupción del
kirchnerismo”. La sugerencia de Sarlo tuvo algo de anticlímax. Un reflejo
elemental nos indicaba que si en la agenda de los medios televisivos y los
grandes diarios esta cuestión ocupaba el trending topic absoluto, hasta
convertirse en el principal argumento de impugnación de lo realizado durante
el largo ciclo de gobiernos populistas en América Latina, era preciso ir mas allá
y sospechar de la ola moralizadora. Sin embargo, en cierto momento el desafío
se tornó impostergable. La eficacia demoledora de la maquinaria oficialista para
avanzar con sus estrategias de desmonte y reorganización nacional, se debió en
gran medida al declive de quienes estaban llamados a ejercer el rol de principal
oposición. Entre las causas del desmembramiento y la pérdida de autoridad
padecidas por el otrora omnipotente movimiento kirchnerista, hay que apuntar
la relación entre negocios y democracia, dinero y política, el vil metal y la
retórica progresista.
Por un lado, José López y su famosos bolsos en el convento. Por el otro, los
Panamá Papers. ¿Podríamos hablar de dos tipos de relación con el dinero muy
distintas?
—Había otra forma que teníamos a la vista, mucho más tradicional: me refiero
a las propiedades de las que todos ellos son dueños. Digo, antes de llegar a
Panamá Papers, al dinero que está en lugares virtuales o reales, todos sabíamos
que ellos invertían en ladrillos, Cristina y Néstor para empezar: veíamos los
ladrillos. Es decir, que había una forma de aparición de las coimas de la
corrupción que tenía una materialidad absolutamente tradicional. De alguna
manera me parece que Báez, Néstor y Cristina tenían algo de antiguo, en el
sentido de asegurar propiedades en un lugar que era, como decía Cristina, su
lugar en el mundo, y de eso no cabe ninguna duda: lo poseía todo, era su lugar
en el mundo. O sea que la aparición de los billetes y los bolsos, porque primero
vimos contar billetes físicos, y no me escandaliza ver gente contando billetes en
un cuartucho de cuatro por cuatro, fue una imagen que casi todo el mundo
relacionó con el cine (hay quienes mencionan a Tarantino) pero que le quita
entidad a lo otro. Finalmente eran nueve millones de toda esa inmensidad que
se cosechó en estos años. Hay algo que [Hernán] Brienza expresó del modo más
torpe: así hacen la política los que no son ricos de origen; y también dijo que
esto es una manera de democratizar. Había ahí una verdad según la cual para
hacer política se necesita ser multimillonario; esa era la verdad de ellos. Es decir,
no solamente que para hacer política hay que tener dinero, sino además con el
plus de que se precisa ser multimillonario. En Estados Unidos, en general, esto
es un hecho. Pero Bernie Sanders te demuestra que con aportes de 27 dólares
se puede hacer una campaña, más cuatro canciones de Simon & Garfunkel que
las escuchás y son una melancolía, y sin embargo se convirtieron en un himno
juvenil de transformación. Te demuestra que en el país donde más plata tienen
los que hacen política, donde al Senado lo llaman el “Club de los Millonarios”,
ese tipo hizo política de otro modo.
¿No te parece que hay una relación entre corrupción y modelo económico? Es
decir, un tipo de corrupción más propia de un modelo neoliberal y otro
característico del populismo.
—¿Sabés a que lo veo muy parecido? A cómo hizo Putin su plata y la de sus
amigos en Rusia. Putin tenía la plata de la KGB, que debía ser cuantiosa, están
las cifras en una investigación. Ese dinero estaba en el exterior, naturalmente,
porque era plata de la KGB. La primera gran compra de sus amigos fue Gazprom.
Quiero ser millonario, quiero que mis amigos sean millonarios, y además quiero
ser presidente de Rusia. El modelo es bastante similar. Claro que la falta de
desarrollo de la Argentina hace que vos no puedas tener Gazprom, no sos el
mayor proveedor de gas y petróleo de toda Europa. Pero la transferencia es esa:
grandes partidas de dinero del Estado que son transferidas a sectores privados,
y en primer lugar al sector privado del propio Néstor Kirchner. Cuando vos ves
la fortuna que se le atribuye a De Vido, ves que se convirtió en un capitalista.
O sea, vos no percibís tanto una acumulación para la política, sino que en lo
esencial es una apropiación para sí mismo.
Visto desde hoy parece raro que el tema corrupción no haya estado presente en
la campaña deCambiemos como una cuestión central.
—Es que ideológicamente no puede ser nunca la bandera de Macri. Digo, hasta
Macri tiene ideología. Un hijo de la burguesía argentina, presidente de Boca que
dejó a Angelici como sucesor, la idea de que va a pasar a la historia por un
manipulite no está en su horizonte de posibilidades. ¿Por qué uno siente que
Macri está tan por debajo de las tareas presidenciales? Porque no tiene, y he
sido muy criticada por decir esto, un horizonte propio de posibilidades políticas.
Esto que decíamos sobre Kirchner, sobre cómo se propuso conseguir
legitimidad a partir de capturar al movimiento de Derechos Humanos; bueno,
Macri no tiene ninguno de esos gestos que caracterizan un proyecto grande.
¿Compañeros de colegio?
El disparador del diferendo fueron los gobiernos socialistas de Santa Fe, una
administración que ha sido penetrada por flujos dinerarios cuyos orígenes se
pierden en las nebulosas de la opacidad financiera, procedentes de la evasión
sojera, la especulación inmobiliaria y la plusvalía narco. ¿Se puede pensar una
regulación efectiva por parte del Estado y el sistema político respecto de este
poder económico que perfora la noción misma de soberanía? La reacción fue
entonada: “Soy una ciudadana que habla de lo que sabe. Todavía creo en la
autonomía de la política para enfrentar estos problemas. Si tengo que creer que
toda la política la financia el narco, me voy al convento de las monjitas de
López”.
A esta altura las preguntas salían a borbotones: ¿Cuánto de sistémico hay en los
fenómenos que etiquetamos como “corrupción”? ¿Qué grado de complicidad e
interrelación existe entre las caras visibles de la república posmoderna y los
poderes semi-ocultos de la elite económica?
Lo que el kirchnerismo dice es que por debajo del discurso de la corrupción hay
una confrontación política que queda solapada.
—Raúl Alfonsín podría haber tenido una respuesta. Porque cuando Alfonsín
comienza su campaña prometiendo el juicio a las juntas militares, los partidos
políticos no estaban sensibilizados sobre la cuestión de los derechos humanos.
Los medios más o menos, no tanto. Es el político el que tiene la iniciativa de
buscar dónde están las zonas en la esfera pública y en la voluntad colectiva que
puede interpelar. Y una elección que al principio parecía ganada por el
peronismo, simplemente porque se aferró a esa bandera que no tomaba ningún
partido político la pudo ganar Alfonsín. Y la ganó con el rezo de la Constitución
y la promesa del juicio a las juntas. Es decir, ¿quién puede salir de este brete,
quién puede convertir este tema en una cuestión política? Lo puede hacer un
político con la suficiente sensibilidad para politizar un dilema que los medios te
presentan como si fuera una película de Tarantino. Tiene que ser un político que
tome el tema en un sentido profundo, es decir que lo conviertan en un asunto
crucial para la Argentina. Como todavía pienso que es la política la que tiene la
capacidad de acción, no veo otra solución posible. Para eso es fundamental salir
del análisis de los medios. Salir de los bolsos, de Vicky Xipolitakis. Imágenes que
funcionan como coartadas para no decir lo que hay que decir. Cuando uno
piensa en la corrupción tiene que pensar en el hueso desnudo. Después si se
parece a una película de Hugo del Carril o de Godard, es otra cosa. Lo que los
medios hacen es espectacularizar algo para que se pierda lo fundamental. Y lo
fundamental es que hay varios presidentes de la nación que inventaron un
mecanismo corrupto.