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He presentado oficialmente mi candidatura a los colombianos porque tengo un sueño.

El sueño de
una Colombia distinta. Para medir la dimensión del cambio que nos proponemos, quiero que nos
transportemos de manera imaginaria al mes de agosto de 2022, al fin de mi mandato. Esto es lo
que diré ese día:

Han pasado cuatro años desde cuando, en el 2018, asumí la Presidencia de la República, gracias al
mandato que me otorgaron millones de colombianos.

Ahora que finalmente ha llegado este 7 de agosto del 2022, termina un intenso período en el que
logramos convertir en realidad la mayor parte de lo que nos propusimos cuando iniciamos la
campaña de aquel entonces. Y lo hicimos con la ayuda de un equipo extraordinario.

De todos los éxitos que conseguimos el que más me llena de alegría fue el de haber sacado de la
marginalidad en la que manteníamos a millones de personas y extensas zonas del territorio.
Tantos lugares a las que no habían llegado las ventajas de la prosperidad. La Colombia invisible, la
Colombia profunda, que hoy tiene rostro. El rostro de la igualdad.

Cuando vi el informe del DANE sobre empleo correspondiente al segundo trimestre de 2022 en el
que Quibdó ya no figura como la capital con más alta tasa de desempleo, sino que está por debajo
del promedio nacional y ha mantenido en los últimos años una cifra de desocupación de solo un
dígito, pedí que reunieran al equipo de brillantes economistas jóvenes afrodescendientes. Los
que me acompañaron en la Consejería Económica en Palacio estos cuatro años. Los abracé y les
dije: ¡acertamos!

Con ellos y un grupo de los economistas nuevos más connotados del país, habíamos gastado largas
horas durante la campaña a diseñar medidas que nos aseguraran construir y dinamizar los
mercados y asegurar la localización de empresas en las zonas más afectadas por la pobreza y el
subdesarrollo. Logramos que, con incentivos económicos, dotación de infraestructura pública y
medidas de coyuntura como el uso de las compras estatales, entre otras, se ubicaran, no solo en
Quibdó, sino también en Buenaventura, Tumaco, Florencia, Sincelejo, un importante número de
empresas de sectores con intensa demanda de mano de obra que no solo redujeron el desempleo,
especialmente el que tanto afectaba a jóvenes y mujeres, sino que crearon nuevos polos de
desarrollo que nos permitirán en los próximos años tener un crecimiento más equilibrado y una
mejor ocupación del territorio.

Hace cuatro años no eran fáciles esas reuniones porque había un ambiente de pesimismo y
confrontación que parecía no dejar espacio para la esperanza. Sin embargo, ese trabajo nos
llenaba de energía y nos daba fuerza para ir a todos los rincones de Colombia a hablar con
hombres y mujeres a los que logramos impregnar de ilusión, nos aceptaron construir sueños
compartidos y contra todas las apuestas habíamos ganado en la primera vuelta de la elección
presidencial. La esperanza había vencido el miedo. Gracias a Dios los colombianos no tomaron el
camino de la venganza, del odio, del pasado. Eso nos permitió alejar de Colombia el riesgo de los
populismos de diverso signo pero de igual resultado: miseria, desgobierno e inseguridad.

El lunes pasado, cuando hicimos el último consejo de ministros, la ministra de hacienda resaltó
que en 2021, Colombia había sido el país de América Latina que más había crecido en la región.
Que el 6% de crecimiento no lo había alcanzado ningún otro país. Y que los expertos
internacionales mostraban como ejemplo que nuestras decisiones en materia tributaria habían
dinamizado a los sectores productivos y habían conseguido un sistema mucho más progresivo y
equitativo.

La ministra de la ciencia, la tecnología y la innovación, hizo ver que ese logro se había alcanzado
precisamente por habernos decidido a invertir en investigación e innovación en todos los campos
y que eso haría que el crecimiento fuera sostenido y no como en el pasado, basado en bonanzas
pasajeras siempre mal gastadas y que no sembraban desarrollo.

Clara López, la coequipera de todas las horas, dijo que se declaraba satisfecha porque hubiéramos
logrado reducir la enorme brecha entre los ingresos de una pequeña minoría y los de la inmensa
masa de trabajadores de colombianos. No solo se había reducido la desigualdad en el desarrollo
regional, sino que también habíamos disminuido la desigualdad por ingresos. Y celebró
especialmente que habíamos acabado con una práctica abominable. Que a las mujeres, por el
hecho de serlo, se les remunerara con casi un 30% menos de lo que se les paga a los hombres.

A Clara quiero no solo agradecerle de todo corazón que me hubiera acompañado en todo esta
travesía, sino que hubiera coordinado el equipo social del gobierno durante estos cuatro años para
que los trabajadores, asalariados e independientes hoy tengan mejores ingresos y una seguridad
social más estable y eficiente. No solo avanzamos hacia el pleno empleo, sino que logramos
promover “trabajo decente” como le gustaba a ella llamarlo.

Cuando nos sentábamos, por allá a finales del 2017, en los cafés de las universidades a compartir
sueños con los estudiantes sobre como tener un país mejor, alguno me dijo que los “grandes”
solían tener más recuerdos que sueños.

Me quedé pensando un poco y creo que nunca perdí la capacidad de soñar porque la vida siempre
me dio la oportunidad de convertir esos sueños en realidad.

Después de salir con mi familia desplazado por la violencia de mi pueblo, Manzanares en Caldas,
soñé que podíamos hacer algo para acabar con esa violencia. Casi 60 años después el Presidente
Juan Manuel Santos me dio la enorme oportunidad de conducir un proceso que desarmó a la
guerrilla más antigua del mundo y que evitó que siguiéramos contando por millones las víctimas.
En estos cuatro años logramos resarcir a las víctimas. Los victimarios respondieron ante la justicia
y con el conocimiento y el respeto a la verdad pasamos para siempre la página del conflicto.
Quienes no estuvieron dispuestos a cumplir con lo acordado o pretendieron engañar a las víctimas
fueron ejemplarmente sancionados y logramos vencer la crispación y garantizar la vida de líderes
sociales y de los ex combatientes que se la jugaron sin sombra de duda por la democracia.
En las épocas de estudiante de la Universidad de Caldas, una universidad pública de provincia,
soñé con que podríamos tener un país más abierto, con más derechos para la gente, menos
confesional, con una democracia abierta y vigorosa. Mi madre trabajó toda su vida como
educadora. De ella aprendí a sortear las necesidades pero también aprendí que la vocación todo lo
puede. Por una confianza casi desmesurada y todavía inexplicable para mí, el Presidente César
Gaviria me confió el inmenso honor y la enorme responsabilidad de ser el vocero del gobierno
ante la Asamblea Nacional Constituyente que expidió una nueva constitución en 1991.
Varios de los sueños se me hicieron realidad. Había soñado con la posibilidad de que no hubiera
discriminación por ninguna razón y cada vez que alguien acude a la tutela para hacer valer sus
derechos siento que esa idea está más cercana.

En estos últimos cuatro años conseguimos reducir esa especie de karma que pesaba sobre vastos
sectores de la población que parecían condenados desde el momento del nacimiento. Haber
logrado distribuir por todo el mapa de Colombia los colegios con mejores resultados de calidad, las
universidades con acreditación institucional, el número de doctores, las posibilidades de trabajo y
de realización del proyecto de vida de cada quien en cualquier lugar del territorio, fueron todos
factores que aportaron mucho para que los niños y niñas de padres en situación de pobreza y sin
haber alcanzado el bachillerato completo, ubicados en las costas, de raza negra o indígena, ya no
estén condenados a vivir en la pobreza y sin posibilidad de realizar sus sueños.

Cuando logramos acordar las condiciones para silenciar miles de fusiles soñé con que se abría la
enorme oportunidad de promover los cambios profundos que necesitábamos para tener una
sociedad más igualitaria y una democracia más legítima y eficaz. Ahí fueron millones de
colombianos que nos dieron la oportunidad de liderar esos cambios.

Una política de desarrollo rural integral que cambiara la condición de pobreza en que estaban
sumidos millones de campesinos y una reforma política profunda, eran enunciados que estaban en
los acuerdos y que se hubieran quedado escritos, si la mayoría de los colombianos se hubiera
dejado llevar por los miedos que distribuían a diestra y siniestra. Creyeron que asustándonos
íbamos a renunciar a los reclamos de cambio y correríamos a proteger un inmobilismo a todas
luces injusto.

Parecía frustrado el sueño de garantizar los derechos sociales. El sistema de salud estaba más en el
papel que en la realidad y hoy el médico llega a golpear a la casa sin esperar a que lo llamen.

Los estudiantes me habían puesto a soñar con un modelo de desarrollo respetuoso con el medio
ambiente. Las comunidades de diversas zonas de Colombia me hicieron soñar con que era posible
una minería responsable y con que habría un gobierno que nunca dudaría entre hacer minería a
cielo abierto y preservar el agua. Primero el agua. Los jóvenes me hicieron apostatar de prácticas
como asistir a corridas de toros y los nietos me sensibilizaron por el respeto a los animales y el uso
de energía renovables.

Desde mis épocas de juventud había soñado en la capacidad transformadora del ser humano que
tienen las manifestaciones culturales y había soñado que con el ejemplo y la decisión habría un
gobierno que erradicaría la corrupción y promovería castigo ejemplar para los corruptos. Había
soñado que no solo con castigo y justicia, sino también con oportunidades para los jóvenes y la
sustitución de mercados ilegales por prósperos y formales negocios legales podíamos reducir la
inseguridad en las calles de nuestras ciudades.

Haber logrado, en estos cuatro años, proteger los páramos, prohibir las corridas de toros y
convencer con educación a la inmensa mayoría de la sociedad que lo que garantiza nuestra
existencia como comunidad hacia el futuro es el respeto a la ley y a los derechos de los demás, me
permitió ver cumplidos esos sueños. Les vamos a dejar a mis nietos y a los hijos y nietos de todos,
una sociedad mejor que la que nosotros habíamos tenido.
Cómo fue de útil haber conformado un equipo del más alto nivel integrado mayoritariamente por
mujeres, con personas provenientes de todas las regiones de Colombia, con visiones distintas y
propósitos comunes. Cómo sirvió esa cirugía que le hicimos al diseño del estado para hacerlo
eficiente y para que dejara de ser un obstáculo.

Había soñado volver a tener un liberalismo liderando una agenda transformadora, ahora
acompañado de otras varias fuerzas sociales y políticas que convierten el sistema político en más
incluyente y legítimo.

No hubiese sido posible hacer realidad esos sueños sin la compañía y el amor de Rosalba y toda mi
familia. Gracias de verdad. Ayer le dije: Creo que le cumplimos a Alvaro, a Mayerli, a Sergio, a
Leyner, a Felipe. Les cumplimos la promesa del día de la inscripción cuando me confiaron una
responsabilidad que, ese día, juré cumplirles. Hemos cumplido. Tenemos una Colombia mejor,
más justa, más amable, más segura. Tenemos una Colombia en la que cabemos todos.

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