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DELIRIO A DÚO
Eugene IONESCO
PERSONAJES
ELLA
ÉL
Habitación corriente, sillas, cama, tocador, ventana en el fondo, puerta a la izquierda, puerta a la derecha, Ella está
sentada frente al tocador que está cerca de la puerta, en primer término a la izquierda. Él pasea por la habitación, un
poco nervioso, pero no demasiado, con las manos cruzadas a la espalda, con los ojos como papando moscas. Se oyen
fuera ruidos, vociferaciones, disparos de armas de fuego. Representación sin palabras -paseo del hombre, tocado de
la mujer- durante sesenta segundos. Los dos personajes están en bata, y calzan zapatillas. La bata del hombre está
bastante sucia; la de la mujer manifiesta veleidades de coquetería. Él no está afeitado. No son jóvenes.
Ella: ¡La vida que me prometiste! ¡Y la que me das! Dejé a un marido por seguir a un amante. ¡El romanticismo! ¡El
marido valía diez veces más, seductor! Él no me llevaba la contra estúpidamente.
Él: Yo no te llevo la contra por capricho. Cuando dices cosas que no son verdad, no puedo aceptarlas. Tengo la pasión
de la verdad.
Ella: ¿De qué verdad? Puesto que te digo que no hay diferencia. Esa es la verdad: caracol, tortuga, es lo mismo.
Ella: ¿Qué quieres que escuche? Después de diecisiete años que llevo escuchándote. Diecisiete años que me
arrancaste a mi marido, a mi hogar.
Ella: ¡Se acabó! Ya no hay cuestión. El caracol y la tortuga son el mismo animal.
Él: ¿Y qué?
Ella: La tortuga o el caracol, ¿no es un animal lento, baboso, de cuerpo corvo? ¿No es una especie de reptil pequeño?
Ella: Entonces, ya lo ves. Yo pruebo lo que afirmo. ¿No se dice: Lento como una tortuga, lento como un caracol? Y el
caracol, es decir, la tortuga, ¿no se arrastra?
Él: No exactamente.
Él: Sí.
Ella: La tortuga, es decir, el caracol, se pasea con la casa a cuestas. La ha construido él mismo.
Él: La babosa tiene parentesco con el caracol. Es un caracol sin casa. Pero la tortuga nada tiene que ver con la
babosa. ¡Ah! Ya estás viendo que no tienes razón.
Ella: Pero, explícame, zoólogo, explícame porque no tengo razón.
Él: Las diferencias consisten en que... En que... Es inútil puesto que no quieres admitirlas, y además yo estoy muy
cansado. Ya te lo he explicado todo, no vamos a volver a empezar. Estoy harto.
Ella: No quieres explicarlo porque no tienes razón. No puedes dar razones sencillamente porque no las tienes. Si
tuvieras buena fe lo confesarías. Tienes mala fe, siempre has tenido mala fe.
Él: Dices tonterías, siempre dices tonterías. Vamos a ver, la babosa forma parte... O, mejor dicho, el caracol... y en
cambio, la tortuga...
Ella: ¡Ay, basta! ¡Callate! Mejor será. No puedo seguir oyéndote divagar.
Él: Yo tampoco puedo seguir oyéndote. ¡No quiero volver a oír nada! (Ruido de una fuerte explosión)
Él: ¿Cómo nos vamos a entender? No nos entenderemos nunca. (Pausa) Vamos a ver. ¿La tortuga tiene cuernos?
Ella: No siempre. Cuando los saca. La tortuga es un caracol que no saca los cuernos. ¿De qué se alimenta la tortuga?
De lechuga. El caracol también. Por lo tanto, son el mismo animal. Dime lo que comes, te diré quién eres. Por otra
parte, la tortuga y el caracol son comestibles.
Ella: Y además, no se comen entre ellos. Los lobos tampoco. Porque son de la misma especie. Lo cual quiere decir, a
los más, que el uno es una variedad de la otra. Pero es la misma especie, la misma especie.
Él: Me di cuenta desde el primer día. Era ya demasiado tarde. Habría debido darme cuenta antes de conocerte. La
víspera. Desde el primer día comprendí que no nos íbamos a comprender nunca.
Ella: Habrías debido dejarme con mi marido, con el cariño de los míos, habrías debido decírmelo, dejarme cumplir mi
deber. Un deber que era un placer de todos los instantes, de día y de noche.
Ella: Fuiste tú quien me arrastraste. ¡Seductor! ¡Hace diecisiete años! A esa edad no sabe una lo que hace. Abandoné
a mis hijos. No tenía ninguno. Pero habría podido tenerlos. Todos los que hubiese querido. Habría podido tener hijos
que me hubiesen rodeado, que habría podido defenderme. ¡Diecisiete años!
Él: ¡Y habrán otros diecisiete! ¡Diecisiete años más va a seguir dando vueltas la máquina!
Ella: Porque no quieres admitir las evidencias. Empezando porque la babosa de seguro tiene su casita escondida.
Luego es un caracol. Por lo cual, es una tortuga.
Él: ¡Ah!, pero el caracol es molusco, un molusco gasterópodo.
Ella: El molusco eres tú. El molusco es un animal blando. Como la tortuga. Como el caracol. No hay diferencias. Si
asustas al caracol, se esconde en su cáscara. Exactamente como la tortuga. Una prueba más de que son el mismo
animal.
Él: Después de todo, me da lo mismo. Años enteros llevamos disputando por la tortuga y el caracol.
Él: Como se te antoje. Ya no quiero oír hablar más de ello. (Pausa) Yo también dejé a mi mujer. Claro, es verdad, que
ya estaba divorciado. Se consuela uno pensando que eso le ha sucedido a muchísima gente. No se debe uno
divorciar. Si no me hubiera casado, no me habría divorciado. Nunca sabe uno.
Ella: ¡Ah, sí, contigo nunca se sabe! Eres capaz de todo. No eres capaz de nada.
Él: Una vida sin porvenir no es nunca otra cosa que una vida sin porvenir. Ni siquiera eso.
Ella: Hay personas que tienen suerte. Los afortunados. Los desafortunados no la tienen.
Él: ¿Ves cómo no nos entendemos? Nunca nos entendemos. Voy a abrir la ventana.
Ella: Sí, lo has dicho. El año pasado. Ya no sabes ni lo que dices. Te contradices.
Él: Eso es lo que tengo que echarte en cara; el que tengas frío cuando tengo calor, el que tengas calor cuando tengo
frío. Nunca tenemos frío ni calor al mismo tiempo.
Él: No. No soy un hombre como los demás, afortunadamente (Se oye una explosión)
Él: ¡Afortunadamente! (Explosión) No soy un hombre vulgar, soy un idiota. Como todos los idiotas a quienes tú has
conocido. (Explosión)
Él: ¡No soy un cualquiera! He estado invitado en casa de princesas que iban escotadas hasta el ombligo y para tapar
el escote se ponían encima chaquetitas, sin lo cual habrían estado desnudas. Tenía ideas geniales, hubiese podido
escribirlas, me lo habrían pedido. Habría sido un poeta.
Ella: Te figuras que eres más listo que los demás; yo también lo creí, un día en que estuve loca. No es verdad. Fingí
creerlo. Porque me sedujiste pero no eres más que un cretino.
Él: ¡Cretina!
Él: Yo también te desenmascaro. Toma, te quito las pinturas. (Le da una buena bofetada)
Ella: ¡Don Juan! (Le da una bofetada) ¡Te está bien empleado!
Él: ¡Cállate! ¡Escucha! (Los ruidos de fuera se intensifican, las vociferaciones, los disparos que se han estado oyendo
vagamente a lo lejos se han acercado, están bajo la ventana. Él que se preparaba a reaccionar violentamente ante
los insultos de Ella, se detiene de pronto, y ella también)
Él: Es verdad, por una vez es verdad, embustera. Además, ahora no vas a tener frío. La cosa está que arde. (Abre la
ventana y mira)
Ella: No abras. (Él abre la ventana) ¿Por qué se han marchado? Respóndeme. Pero cierra esa ventana. Tengo frío. (Él
cierra la ventana) Nos vamos a asfixiar.
Él: Sin embargo, se ve que están espiando. Se ven sus cabezas, ahí en cada esquina. Todavía no podemos salir a dar
un paseo. Tomaremos decisiones más adelante. Mañana.
Ella: Y así va a seguir, así va a seguir esto. Cuando no es la tormenta, es la huelga de los ferrocarriles, cuando no es la
gripe, es la guerra. Cuando no es la guerra de todos modos es la guerra. ¡Ay, es fácil! ¿Y qué tenemos, al cabo del
tiempo? Demasiado sabemos de lo que tenemos al cabo del tiempo.
Él: ¿No acabas de peinarte y volverte a peinar? Ya estás bastante hermosa, no has de estar más hermosa de lo que
eres.
Ella: Cuando estoy despeinada, no te parece bien.
Ella: Me adelanto a mi tiempo. Me embellezco para las mañanas hermosas. (Una bala procedente de la calle rompe
un vidrio de la ventana)
Él: Voy a dar una queja al casero. ¿Cómo puede permitir esto? ¿Dónde está nuestro casero? En la calle, de seguro,
divertidísimo. ¡Ay, estas gentes!
Ella: ¡Pero cierra los postigos! (Él cierra los postigos. Apagón) ¡Pero enciende la luz! No podemos quedarnos a
oscuras.
Él: Como me dijiste que cerrase los postigos. (Se dirije hacia el interruptor de la luz en la oscuridad, y tropieza contra
un mueble) ¡Ay! Me hice daño.
Ella: ¡Torpe!
Él: Eso es, insúltame. ¿Dónde está ese chisme? No es fácil de conocer la casa del casero. No sabe uno nunca dónde
ha hecho que pongan los interruptores. No se mueven y, sin embargo, siempre están cambiando de sitio. (Ella se
levanta y a oscuras se dirige hacia el interruptor. Tropieza con Él)
Él: ¡Lo has hecho a propósito! (Van a sentarse cada uno en una silla. Pausa) Si no te hubiera visto, no nos habríamos
conocido... ¿Cómo habría sido?... Acaso yo hubiera sido pintor. Tal vez otra cosa... ¿Cómo hubiera podido ser? Tal
vez estaría viajando. Tal vez sería más joven.
Ella: Tal vez habrías muerto en un asilo. Puede que, a pesar de todo, nos hubiésemos encontrado otro día. Puede
que “de otro modo” no exista. ¿Qué sabe uno?
Él: Quizás no me estaría preguntando si tengo razones de vivir. O tal vez hubiera tenido otras razones de no estar
contento.
Ella: Habría visto crecer a mis hijos. O me habría dedicado a hacer cine. Viviría en un hermoso castillo con flores, con
guirnaldas. Habría hecho... ¿qué habría hecho yo? ¿Qué sería yo?
Él: Me marcho. (Toma el sombrero, se dirige hacia la puerta. Se oye un gran ruido. Se detiene delante de la puerta)
¿Oyes?
Ella: Aunque estuvieras decidido, no podríamos pasar de ningún modo. Estamos entre dos fuegos. ¿Qué idea te dio
de elegir esta habitación en el límite de dos barrios?
Él: No tienes memoria o finges no tenerla. Querías este piso por la belleza de la perspectiva. Decías que eso me haría
cambiar de ideas.
Él: ¿Cómo habría podido hacerlo, si no tenía la menor idea? O lo uno o lo otro.
Ella: Elegimos porque sí. (Ruidos más fuertes, fuera. Gritos, golpazos en las escaleras.} Suben. Cierra bien la puerta.
Él: Cálmate, no nos buscan a nosotros. Están llamando a la puerta de enfrente. (Escuchan. Los golpes continúan)
Ella: Bajan.
Ella: Bajan.
Ella: Bajan. Ni siquiera sabes ya interpretar los ruidos. Es el miedo que tienes.
Ella: Levantemos una barricada, El armario. Empuja el armario delante de la puerta. ¡Y dices que tienes ideas!
Ella: El armario, vamos, empuja el armario. (Toman el armario que está a la derecha y lo empujan hasta tapar la
puerta que está a la izquierda) Estaremos más tranquilos. Si quiera eso.
Ella: Seguro, porque contigo no puede decir una que está tranquila. Contigo nunca está una tranquila.
Ella: Me pones nerviosa. No me pongas nerviosa. De todos modos, has de alterame los nervios.
Él: No volveré a decir nada, no volveré a hacer nada. Seguirás diciendo que te pongo nerviosa. De sobra sé lo que te
anda rondando por la cabeza.
Él: No.
Ella: Sí.
Él: No.
Él: Para saber que son insinuaciones, hay que saber lo que son las insinuaciones. Dame la definición de insinuación;
reclamo la definición de insinuación.
Ella: Ya ves cómo bajan. Se han llevado los del descansillo. Ya no gritan. ¿Qué les habrán hecho?
Ella: Qué idea tan graciosa. ¡Ay, no, no es ina idea graciosa! Pero ¿por qué los han degollado?
Ella: Puede que no los hayan degollado, después de todo; es posible que les hayan hecho otra cosa. (Clamores,
ruidos fuera, las peredes vacilan)
Él: ¿Oyes?
Ella: ¿Ves?
Ella: Está demasiado hondo. No se figuran que gentes como nosotros o ni siquiera como nosotros vayan a pasar la
existencia como animales, en los abismos.
Ella: No tienes más que marcharte. No he de ser yo quien te impida salir. Toma el aire, aprovecha la situación para
inventarte otra existencia. Anda a ver si existe otra existencia.
Él: Ahora soy yo. Tengo frío en la espalda. Tengo derecho a tener frío en la espalda.
Ella: Tú tienes todos los derecho, es evidente. Yo, no tengo ninguno. Ni siquiera el de tener calor. Ya estás viendo la
vida que me ofreciste. Mira esto. Mira si es alegre con todo esto. (Indica los postigos cerrados, el armario delante de
la puerta)
Él: Eso que estás diciendo es estúpido. No puedes pretender que yo soy responsable de los acontecimientos, del
furor de la gente.
Ella: Te digo que habrías debido prever. En todo caso habrías debido arreglártelas para que esto no sucediese
estando nosotros aquí. Eres la personificación de la mala suerte.
Él: Bueno. Entonces, voy a desaparecer. Mi sombrero. (Quiere ir a buscar su sombrero. Un proyectil atraviesa la
ventana y los postigos y cae en el centro del piso. Se quedan mirando el proyectil)
Ella: Da lo mismo.
Ella: No pierdas el tiempo. Busca un refugio. (Va a esconderse en un rincón. Él se dirige hacia la granada) Te vas a
matar. ¡Imprudente, imbécil!
Él: No podemos dejarla aquí, en el centro de la habitación. (Toma la granada; la tira por la ventana. Se oye afuera el
ruido de una gran explosión)
Ella: Ya ves cómo estalla. Puede que dentro de casa no hubiera estallado, porque dentro de casa no hay bastante
aire. Puede que hayas matado a alguien. ¡Asesino!
Él: En el punto a que han llegado, ni se darán cuenta, en el montón. En todo caso, estamos una vez más fuera de
peligro... por el momento. (Gran ruido fuera)
Él: Ya lo ves, no basta con cerrar los postigos. Hay que poner un colchón. Pongamos el colchón.
Ella: Habrías debido pensarlo antes. Hasta si se te ocurre una idea, siempre te llega demasiado tarde.
Ella: Filósofo, imbécil, seductor. Date prisa, el colchón. Pero ayúdame. (Quitan el colchón de la cama y van a
colocarlo tapando la ventana)
Ella: Culpa tuya es que no haya siquiera dos colchones en la casa. Mi marido, a quien me hiciste abandonar, tenía
siempre muchos. No eran colchones lo que faltaba en esa casa.
Él: Pero, en otras circunstancias, no la tenía. Linda debía estar vuestra casa con colchones por todos lados.
Ella: No era un colchonero vulgar. Era colchonero aficionado, hacía colchones por amor al arte. Y por amor a mi,
¿qué es lo que tú haces? ¿Qué haces por mi amor?
Él: Sí.
Ella: En todo caso, no te fatiga. Perezoso. (Otra vez ruido. La puerta de la derecha se viene al suelo. Humo)
Él: Es demasiado. En cuanto se cierra una puerta siempre deba haber otra que se abra.
Ella: Vas a acabar por ponerme enferma. Ya lo estoy. Padezco del corazón.
Ella: ¿Qué vamos a hacer con esa puerta? Vuelve a ponerla en su lugar.
Él: (mirando desde el quicio) En casa del vecino, no hay nadie. Se deben haber ido de vacaciones. Se han dejado en el
cuarto los explosivos.
Él: Tal vez pudiéramos salir. La puerta de los vecinos da a la calle de atrás, que está más tranquila.
Ella: No estás pensando más que en marcharte. Espera. Me pondré el sombrero. (Él sale por la derecha) ¿Pero dónde
vas?
Él: (entre bastidores) No se puede salir. Naturalmente, la pared se ha hundido sobre el descansillo. Un montón de
piedras. (Entra) No se puede pasar, hay que esperar a que esto se calme en nuestra calle. Quitaremos el armario y
podremos pasar.
Él: (solo) Si me hubiese marchado antes. Hace tres años. O el año pasado o siquiera el sábado pasado. Ahora estaría
lejos, con mi mujer, reconciliado. Se ha vuelto a casar. Bueno, estaría con otra. En la montaña. Estoy prisionero de un
amor desdichado. Y culpable. Puede decirse que es un justo castigo.
Ella: He encontrado salchichón en su placard. Y cerveza. El corcho ha saltado. ¿Dónde podemos instalarnos para
comer?
Ella: ¡El mundo al revés! (Se acurrucan en el suelo junto a la silla. Se oye ruido fuera. Gritos. Disparos) Han subido.
Esta vez, han subido.
Ella: Siquiera, afortunadamente, me dejas esta posibilidad. (De un agujero que acaba de abrirse en el techo, cae una
estatuilla que se rompe sobre la botella de cerveza, que se rompe también). ¡Ay, mi vestido! El mejor que tengo. El
único. Un gran modisto pidió en otro tiempo mi mano.
Él: (recogiendo los restos de la estatuilla). Es una reproducción en pequeño de la Venus de Milo.
Ella: Va a haber que barrer todo esto. Limpiar mi vestido. ¿Dónde encontrar ahora un tintorero? Ahora están
haciéndose la guerra. Les parece que con eso descansan (Mirando los restos de la estatuilla) No es la Venus de Milo,
es la estatua de la Libertad.
Ella: No.
Ella: Tú no ves más que Venus por todas partes. Es la estatua de la Libertad.
Ella: (interrumpiéndole) No tengo gana de que me demuestres nada. Quiero estar tranquila.
Él: Tú eres la que tiene que dejarme tranquilo. Quiero estar tranquilo.
Ella: Yo también quiero estar tranquila. Pero contigo... (Otro proyectil atraviesa la pared y cae al suelo) Ya ves que
contigo, no es posible.
Él: No es posible que estemos tranquilos, sí. Pero está fuera de nuestra voluntad. No es posible objetivamente.
Ella: Estoy harta de tu manía de objetividad. Más valdrá que tengas cuidado con el proyectil. Va a estallar... como el
otro...
Él: No, no. Éste no es una granada. (Lo toca con el pie).
Él: Pero un casco de obús, es una cosa que ha estallado ya. De modo que ya no estalla.
Ella: Tartamudeas. (Nuevo proyectil que rompe el espejo del tocador). Han roto el espejo. Han roto el espejo.
Ella: ¿Cómo voy a arreglármelas para peinarme? Ahora vas a decir que soy demasiado coqueta.
Él: Más valdrá que te comas el salchichón (Ruido en el piso superior. Caen del cielo raso pedazos de cascote. Ella y Él
se esconden debajo de la cama. Los ruidos se intensifican. Disparos de ametralladoras se mezclan con hurras. Están
debajo de la cama, uno junto a otro, de frente al público)
Ella: Cuando yo era pequeña, era una niña. Los niños de mi edad también eran pequeños. Chicos pequeños, chicas
pequeñas. No éramos todos de la misma estatura. Siempre hay más pequeños, más altos, niños rubios, niños
morenos, niños ni rubios ni morenos. Aprendíamos a leer, a escribir, a contar. Restas, divisiones, multiplicaciones,
adiciones. Porque íbamos a la escuela. Los hay que aprendían en su casa. Había un lago, no estaba muy lejos. Con
peces; los peces viven en el agua. No como nosotros. Nosotros no podemos, ni cuando es uno pequeño; sin
embargo, deberíamos poder. ¿Por qué no?
Él: Si yo hubiera aprendido técnica, sería técnico, fabricaría objetos. Objetos complicados. Eso simplificaría la
existencia.
Él: (mientra habla, sigue cayendo cascote del techo. Por fin, la habitación se quedará sin techo. Y sin paredes. Se
podrá ver, en su lugar, algo a modo de escaleras, siluetas, acaso banderas). Un arcoiris, dos arcoiris, tres arcoiris. Los
contaba. Quizá más. Me preguntaba. Había que responder la pregunta. ¿En realidad, de qué pregunta se trataba? No
podía saberse. Para obtener la respuesta no había más remedio que formular la pregunta... La pregunta. ¿Cómo es
posible lograr la respuesta si no se formula la pregunta? Entonces, a pesar de todo, formulaba la pregunta; no sabía
cuál era la pregunta, pero de todos modos, formulaba la pregunta. Es lo menos malo que podía hacer. Los que
conocen la pregunta son listos... Uno se pregunta si la respuesta depende de la pregunta o si es la pregunta la que
depende de la respuesta. Ésa es otra pregunta. No, es la misma. Un arcoiris, dos arcoiris, tres arcoiris, cuatro...
Él: (escuchando los ruidos, mirando caer el cascote y los proyectiles. Estos proyectiles deben ser cómicos o absurdos;
pedazos de tazas, fragmentos de pipas, cabezas de muñecas, etc). En vez de morir solos, hay gentes que se hacen
matar por los demás. No tienen paciencia. O les divierte.
Ella: Es la comunidad.
Él: (vuelve a tomar el hilo del recuerdo) Estaba en el quicio de una puerta. Miraba.
Ella: Árboles que crecían más deprisa que nosotros. Con hojas. En el otoño, las hojas se caen. (Proyectiles que no se
ven hacen grandes agujeros en la pared. Caen escombros en derredor de ellos, sobre la cama)
Él: ¡Ay!
Ella: ¡Eso! Habla de los demás. Siempre tienes miedo de lo que pudiera sucederte. Eres un inquieto, por no decir un
cobarde; en vez de tener un oficio, que es lo que hace vivir a un hombre. Todo el mundo necesita tener un oficio. Si
hay guerra, no se lo llevan. (Gran ruido en las escaleras)
Ella: Porque siempre quieres tener razón. (Los proyectiles han cesado)
Ella: Por lo visto, es la hora del recreo. (Salen de debajo de la cama y se ponen de pie. Miran el suelo sembrado de
proyectiles, los agujeros que se han ido agregando poco a poco en la pared) Tal vez podríamos salir por ahí.
(Indicando uno de los agujeros de la pared) ¿A dónde da esto?
Él: Por lo cual, más vale quedarnos aquí. No te pongas el sombrero; no vale la pena ponerte el sombrero.
Ella: Las salidas que encuentras tú son siempre males. ¿Por qué se te ocurre la idea de salir si no podemos?
Él: No se me ocurrió la idea de salir sino en el caso de que hubiese habido la posibilidad de salir.
Él: Te digo que no pienso en la posibilidad de salir. Te digo que habría pensado en ella en el caso de que la
posibilidad hubiera sido posible.
Ella: No necesito que me des lecciones de lógica. Tengo más lógica que tú. Lo he demostrado toda mi vida.
Él: Menos.
Ella: Es un consuelo.
Ella: Suben.
Él: Suben.
Ella: Suben cantando. (Se ven por los agujeros de las paredes siluetas que pasan, se oyen cantar)
Él: Ya no se baten.
Ella: He tenido menos miedo que tú. (El colchón se desprende. Por la ventana se ven banderas. Iluminaciones.
Petardos). ¡Bueno, bueno, bueno! ¿Y esto qué es? ¿Volvemos a empezar? Precisamente cuando se ha caído el
colchón. Escondámonos debajo de la cama.
Él: No, mujer. Es la fiesta, es la ceremonia de la victoria. Desfilan por las calles. Sin duda les complace desfilar. Nunca
se sabe.
Ella: ¿No iran a arrastrarnos en su desfile? ¡A ver si nos dejan tranquilos! Ni cuando es la paz dejan a la gente
tranquila.
Él: De todos modos, así estamos más tranquilos. Estamos mejor. A pesar de todo.
Ella: (con desprecio.} Filosofía. Filosofía. No te curarás nunca de ella. Las experiencias de la vida no te sirven de nada.
Te hacen filósofo. Decías que querías salir. Sal si quieres.
Él: No en cualquier situación. Si salgo, me molestarán, más vale esperar a que se vayan a su casa, prefiero aburrirme
en la mía. Si tú quieres salir, no te lo impido.
Ella: (mirando los destrozos y las peredes agujereadas). Ya me has puesto en ella. Ya estamos en la calle.
Ella: Están alegres, comen, beben, dan vueltas, son terribles, pueden hacer Dios sabe qué, pueden arrojarse sobre
quien les parezca, sobre una pobre mujer. Si una se lo figura, a pesar de todo, con cualquiera, prefiero a un idiota.
Siquiera un idiota no tiene proyectos.
Ella: Encuentra tú por ellos. No puedes. No quieres exprimirte los sesos, no te interesa. ¿Por qué no te interesa?
Dales razones puesto que dices que las andan buscando.
Ella: ¿A nosotros qué puede importarnos? A parte del peligro, es verdad. Puesto que dices que no puede
importarnos nada, puedes vivir en el interior, tu vida está aquí. (Le muestra la casa.} Si quisieras, pero no eres capaz
de hacer nada. Te falta imaginación. Mi marido era un genio Tuve la mala idea de tomar un amante, peor para mí.
Ella: Es justo, Ha estallado la paz; han declarado la paz. ¿Qué va a ser de nosotros? ¿Qué va a ser de nosotros?
(Rumores ligeros en la calle)
Él: No puede uno encontrar un solo artesano, están todos celebrando la fiesta. Se divierten, andan todos por ahí.
Hace un momento, estaban todos inmovilizados por la guerra, ahora están inmovilizados por la paz. Da lo mismo.
Nunca están a mano.
Ella: Es porque están siempre por todas partes. (Cesa el ruido progresivamente).
Ella: Tú nunca estás contento con la tuya. Siempre envidias a los demás. Sea como sea, tenemos que arreglar esta
casa. No podemos quedarnos así. Bien que te gustaría que estuviese aquí mi marido el colchonero. (Aparece la
cabeza del Soldado por uno de los agujeros de la pared).
Ella: Aqui no hay Juanita. No hay Juanita ninguna. (Aparecen dos Vecinos por la puerta de la derecha que se cayó)
Vecino: Acabamos de llegar. ¡Qué sorpresa! ¿Han estado ustedes aquí todo el tiempo?
Vecino: Estábamos de vacaciones, no hemos sabido nada, pero nos hemos divertido mucho en otra parte.
Vecina: No somos difíciles. Nos divertimos en todas partes mientras haya conflictos.
Él: (al Soldado). Aquí no hay ninguna Juanita, no, no hay Juanita ninguna.
Soldado: Me preocupa.
Ella: (a Él) Hay que reparar los destrozos. Échame una mano. Ya saldrás después.
Ella: Hay corrientes de aire. Hay gripe, hay los microbios y además, ¡hay que prever!
Soldado: ¿No saben quién podrá haberla visto? (Ella pone la cama tapando el agujero por el cual se veía al Soldado,
después cierran la puerta en la cara a los Vecinos. Se oye arriba el ruido de una sierra)
Ella: Oyes, ves, vuelve a empezar. Te había dicho que volvería a empezar. Me llevaste la contra. Y tengo razón.
Él: No vuelve a empezar. (Se ven descender lentamente del techo cuerpos sin cabeza que cuelgan, cabezas de
muñeca sin cuerpo).
Ella: ¿Qué es esto? (Huye porque uno de los pies de los cuerpos que bajan le toca la cabeza) ¡Ay! (Se acerca a tocar
una de las cabezas, mira las otras) ¡Son lindas muñecas! ¿Dime qué es esto? ¡Habla! Tú que eres tan charlatán, estás
mudo. ¿Qué es?
Ella: Ciega estaba cuando te vi. No te había mirado. Quisiera estarlo cuando te veo.
Él: No. Hacen justicia en plena serenidad. Arriba, han instaurado la guillotina. Ya ves que es la paz.
Ella: Échame una mano. ¡Perezoso! ¡Seductor! (Sujetan el colchón a la ventana, obstruyen las puertas, mientras
siguen viéndose las siluetas y oyéndose las charrangas entre los muros ruinosos en derredor de la habitación)
Él: ¡Tortuga!
TELÓN
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