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- Historiadores del siglo II: Floro

El Epítome atribuido a Floro parece haber sido escrito hacia el 140 d.C. Pero su autor
es otro de los muchos misterios que ha dejado sin resolver la historia de la literatura
latina. De él no podemos afirmar con certeza ni siquiera su nombre. Se le suele llamar
Lucio Anneo Floro a partir de lo que nos transmite el Codex Nazarianus. En cambio,
el mejor de los códices (Bambergensis) le llama Iulius. Otras fuentes le llaman
Publius. Por otra parte, las fuentes históricas nos citan hasta cinco personajes bajo
el nombre de Floro por esa misma época. A uno de ellos se le atribuye el famoso
poema Perviglium Veneris y unos epigramas incluidos en la Antología Latina. De ser
él, habría nacido en África hacia los años 74-78. Fue maestro de retórica en Tarraco
durante unos cinco años y regresó a Roma. La obra en sí transmite muy pocas
referencias para poder datarle, aparte de su elogio a la nobleza y valor de los
hispanos. Otros le colocan bajo Trajano, aunque hay también quienes le ubican en la
época de Antonino Pío.
El breve texto conocido desde la Antigüedad con el nombre de Epitome de
Tito Livio bellorum omnium annorum DCC, cuyo prologo equipara la vida del pueblo
Romano hasta Augusto con las cuatro edades de un hombre, consta de dos libros de
diferente extensión: el primero, de 47 capítulos con otros tantos epígrafes (que son,
por cierto, un añadido de los copistas de la obra), incluye la infancia (Monarquía); la
adolescencia, con la progresiva conquista de Italia; y parte de la juventud con los
grandes triunfos de los ss. III-I (el último, el de la Galia), aunque se cierra con la
derrota de Craso por los partos. El segundo, de solo 34 capítulos, acaba con las
guerras de pacificación de Augusto y su tarea de restauración interior: el cierre del
templo de Jano, la paz con los partos, tras la devolución de las enseñas capturadas
en Carras, y la concesión al Princeps del título de Augusto. Sin embargo, Frente a
esta reciente división en dos libros, debida al Codex Bambergensis otros códices
que seguían la versión de un copista probablemente influido por la división en edades
del Prólogo, los ampliaban a cuatro (esta es, por ejemplo, la división que aún podemos
ver en manuales antiguos de literatura latina como es el de von Albrecht). No
obstante, la desproporción entre la longitud de ambos libros es notable.
El eje del Epítome es el crecimiento del Imperio, desde la fundación de la Ciudad
hasta que, tras las convulsiones del último siglo de la República, a los setecientos
años de su nacimiento, Augusto acaba la conquista del orbe y pone fin a la
conflictividad interna. El autor distingue en la tercera edad unos primeros años
“dorados”, coincidentes con las grandes victorias — Cartago, Corinto y España—, y
otros “férreos”, abiertos con las sangrientas reformas de los Gracos (I 34 [II 19],
2-3). Pero esa dramática antítesis entre el “siglo de oro/siglo de hierro”, cuyo punto
de inflexión es la destrucción de Numancia y las primeras infamias de Roma contra
sus rivales, responde solo a un hábil procedimiento retórico que anuncia la etapa de
crisis eticopolítica de los últimos anos de la Republica a la que pondrá fin la
reconstrucción de Augusto.
La idea de Floro de establecer una analogía entre la historia de Roma y las etapas
de la vida humana no es en modo alguno original: ya la habían empleado antes que él
Catón, Varrón, Cicerón, Salustio, Livio, Veleyo o Séneca el Rhetor, entre otros. Para
Floro, la cuarta etapa, según dice en el prólogo a la obra, parece llegar hasta la época
de Trajano, en que escribe, al parecer, el autor: desde Cesar Augusto hasta nuestro
siglo han transcurrido no mucho menos de doscientos años..., hasta que bajo Trajano
movió sus yertos miembros y..., la senectud del Imperio comienza a reverdecer de
nuevo.
El Epítome no es tal, al menos si por el término se entiende un simple resumen de
Livio, con una mínima adición de otras fuentes, y sin elaboración propia. Homenajear,
replicar, aludir, incluso utilizar, la obra de Tito Livio no implica resumirla. Ni Floro lo
sigue con fidelidad, ni nadie puede negarle una originalidad extraordinaria en la
selección, distribución y recreación formal de la materia histórica. Floro, a
diferencia de Tito Livio, no mantiene la secuencia cronológica analística. La trabazón
de muchos de sus bloques se debe más al hilo dramático particular que a un ordena
temporal — por ejemplo, la guerra mitridática o el desastre de Carras se narran
antes que las reformas de los Gracos y sus secuelas;...—; y, a veces, sucesos
ocurridos al mismo tiempo y protagonizados por las mismas personas están separados
por muchos capítulos o insertos en distinto campo. Y es que la obra de Floro, como
decimos, no es un mero resumen de la de tito Livio. Podemos hallar en ella ecos
numerosos de los poetas (Horacio, Virgilio, Silio Itálico, Estacio) y de numerosos
prosistas, como Cicerón, César, Salustio, Plinio, Veleyo y, sobre todo, de Catón.
La obra de Floro ha recibido severos juicios por parte de amplios sectores de
la crítica, que le acusan de no pasar de ser un panegírico patriótico y retórico de
Roma que nada añade a las fuentes históricas que ya tenemos. La obra está plagada
de anécdotas, frases sentenciosas y reflexiones moralizantes, pero también de
exageraciones e imprecisiones: De acuerdo con el carácter artístico de su historia,
redondea las cifras y las fechas jamás da una fecha exacta, salvo al registrar
analísticamente los consulados; y cae en múltiples exageraciones e imprecisiones
histórico-geográficas. Lo más problemático, sin embargo, es que, frente a detalles
innecesarios o poco relevantes, suprime eventos sustanciales o se concentra solo en
los episodios más atractivos de los conflictos, margina a un protagonista en beneficio
de otro, y, en aras de su disposición dramática, modifica el orden de acontecimientos
o concentra dos o varios en uno. En su obra, a diferencia de la tradición
historiográfica, no hay excursos, retratos ni discursos puestos en boca de los
actores principales de los hechos. Muy en la línea de una historia trágica y llena de
patetismo, gusta de describirnos escenas de asedios y destrucción de ciudades;
hambre, batallas, derrotas y masacres; generosos o modélicos suicidios.
Hacia Roma apenas hay crítica (no es así a la hora de hablar de los pueblos bárbaros):
subraya sus virtudes, en especial su capacidad de recuperación ante los desastres
—simple prueba que demuestra su valor—; y destaca sus éxitos y su rápida y fácil
obtención, ligada con frecuencia a su rapidez de acción, junto a su generosa y presta
ayuda a otros pueblos. Para Floro, a lo largo de toda la historia d Roma se ve una
lucha entre Fortuna y virtus: ésta hace poderosa a Roma y reina del mundo, pero,
también a lo largo de su historia, la Fortuna, envidiosa, suscita las disensiones y los
conflictos civiles.
Su estilo es profundamente retorizante. Tal vez habría que considerar marca de
estilo propia las infinitas paradojas y antítesis, utilizadas, sobre todo para cerrar,
en composiciones anulares, sus episodios más notables. Y esa variatio, superior
incluso a la de Tácito, que utiliza hasta en formulas tradicionales o respecto a las de
otros autores. También en el léxico, en el destacan su riqueza y precisión, sus
poetismos, neologismos y términos únicos o atestiguados por primera vez en él, sin
olvidar zeugmas y litotes. Hay, además, muchas hipérboles, pleonasmos, y juegos de
palabras; y múltiples exclamaciones e interrogaciones retóricas para acentuar lo
increíble de los acontecimientos que narra. La obra, pues, no es tanto un ejercicio
de investigación histórica sino una recreación retórica de una materia ampliamente
conocida y destinada a ser degustada en los círculos intelectuales y cultivados de
su tiempo.
Por último, señalemos que Floro fue un autor muy vinculado a Hispania, ya que
no habla elogiosamente de la Península y de sus habitantes, fruto ello, sin duda, de
su estancia en taraco. Que el tema de Hispania adquiere una relevancia especial en
el Epitome es algo evidente. Se ha destacado el énfasis puesto sobre la nobleza de
sus varones y armas en la segunda guerra púnica; o el calificativo de Hispaniae
Romulus para Viriato. Es él quien nos cuenta la lucha contra celtiberos, los lusitanos
y los numantinos. Sin embargo y pese a ello, Floro ha sido un autor que ha pasado
desapercibido prácticamente en España.
La fortuna de Floro ha sido muy diversa, desde su influencia en autores tardíos y el
interés, casi extraordinario, que mereció hasta el s. XVIII —como lo prueban sus
numerosas ediciones, especialmente en Alemania, Países Bajos y Francia—, hasta la
reciente atención que ha suscitado en notables investigadores. Ya en la antigüedad
dejó huellas en Tertuliano y Amiano en lo relativo al tema de las edades; pero
también en autores tardíos y cristianos como Minucio Félix, san Jerónimo, Festo,
Orosio o Jordanes. A lo largo de la historia, floro ha recibido el elogio aislado de
algunas de las más grandes figuras de la cultura: Petrarca, Racine, Montesquieu o
Leopardi.

Hinojo Andrés, Gregorio & Moreno Ferrero, Isabel. Floro. Epítome de la Historia de
Tito Livio. Madrid Gredos (BCG 278) 2000. Es la mejor traducción de Floro en
castellano, precedida, además, de un interesante y completo prologo introductorio

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