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La Soberanía de Dios

Dios es soberano. Su voluntad es suprema. Dios, lejos de estar bajo una ley, es ley
en sí mismo, así pues, cualquier cosa que él haga, es justa. “Ay del que pleitea con
su Hacedor, siendo nada más un pedazo de tiesto entre los tiestos de la tierra! ¿Dirá
el barro al que lo labra «¿Qué haces?»?” (Isa. 45:9). Sin embargo, la soberanía de
Dios no quita la responsabilidad del hombre, al contrario, esta nace de la misma
soberanía del Creador.

La Inmutabilidad de Dios
Dios es comparable a una roca (Deut. 32:4) que permanece inmovible cuando el
océano entero que la rodea fluctúa continuamente; aunque todas las criaturas
estén sujetas a cambios, Dios es inmutable. Dios es el mismo perpetuamente; no
está sujeto a cambio alguno en su ser, atributos o determinaciones. Sólo él puede
decir “Yo soy el que soy” (Ex. 3:14). El correr del tiempo no le afecta en absoluto. En
el rostro eterno no hay vejez. Por lo tanto, su poder nunca puede disminuir, ni su

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gloria palidecer.

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