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UNIVERSIDAD AUTONOMA DE TLAXCALA

FACULTAD DE DERECHO, CIENCIAS POLÍTICAS Y CRIMINOLOGÍA


LICENCIATURA EN CRIMINOLOGÍA

ALUMNO: JUAN CARLOS MORALES PLUMA

MATERIA: TEORÍA DEL DELITO

PROFESORA: MTRA. BEATRIZ TLILAYATZI XOLOCOTZI

2 “B”

16 DE MAYO DEL AÑO 2017

EL CONTRATO SOCIAL/ JEAN-JACQUES ROUSSEAU


INTRODUCCIÓN

En lo que se refiere el tema del contrato social, cabe destacar que de hecho este tema no solo
fue analizado por Rousseau, sino que varios filósfos ya habían hablado sobre dicho tema. En
el “Leviatán” de Thomas Hobbes de hecho, es el meoyo de la obra de dicho autor, titulandose
así el libro por hacer refencia de las dimensiones y poderio gigantescos que tiene un Estado.
De hecho, al Estado lo visualiza como al Leviatán (el cual es una bestia marína descrita en la
biblia gigantesca e omnipotente).

Sin embargo, la obra que se analizará hoy fue redactada más de un siglo después, es por ello
que también tienen algunas conclusiones distintas.

La obra de Rousseau fue publicada en el año de 1762, por lo tanto, algunos filósofos e
historiadores expresan que este libro pudo haber influenciado en cuanto al origen de la
Revolución Francesa.

Esta obra en su contenido ayuda a entender como es que puede haber un control social, como
es posible el forjamiento de un Estado y de que manera se lleva a cabo este proceso.

De igual forma, dicha obra viene estructurada por libros, y estos en capítulos. Que de hecho, la
mayoria de los libros (o al menos los que he leido) vienen con esta estructura. En este caso,
esta constituido por 4 libros y estos están divididos a su vez en capítulos.

Principalmente, en los primeros escritos vienen deficiones o conceptos que serán


indispensables de entender para proseguir con el meoyo del libro.

Y asi sucesivamente, se va construyendo la idea principal de lo que quiere exponer o estudiar


la obra.
DESARROLLO

El contrato social ha sido utilizado por filósofos como Thomas Hobbes, John Locke, Jean-
Jacques Rousseau y, en el siglo veinte, John Rawls, para explicar cómo puede un gobierno
detentar poder de forma legítima. La idea es que la legitimidad de un gobierno proviene del
consentimiento de los gobernados. Esto quiere decir...

Bueno, que todos los filósofos nombrados con anterioridad tienen la misma idea de que para
que un gobierno (el Estado) pueda tener un poder, capacidad y derecho de mandato sobre las
personas que habitan sobre el territorio perteneciente a dicho Estado, se necesita el
consentimiento, el “querer” por parte de los gobernados.

Para llegar a este consentimiento la teoría del control social, parte de una distinción básica
inicial entre el estado de naturaleza por un lado y el estado civil por el otro.

El estado de naturaleza es la condición en que se encuentra el hombre antes de hacer el contrato.


No existen leyes ni ninguna autoridad o fuerza policiaca para mantener el orden.

Los teóricos del contrato social describen una serie de inconvenientes que brotan de esta
carencia de autoridad y Hobbes va tan lejos para decir que la vida en semejante estado sería
“solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve”. Imagínate cómo sería la vida si mañana no
hubiera ninguna ley en vigor ni ninguna autoridad para hacerla cumplir o castigar su infracción.
¿Se volvería la sociedad salvaje? Hobbes al menos piensa que sí.

El caos que se desenvolvería se debe, según estos filósofos, a que cada quien en el estado de
naturaleza es su propio juez y autoridad, de modo que las más de las veces la única forma de
resolver disputas es mediante la fuerza bruta. Hobbes y compañía plantean que la gente se daría
cuenta de eso y, uniéndose y discutiendo la situación, llegarían a acordar renunciar este
“derecho de la naturaleza” de defenderse. En el pacto que luego harían entre todos, cada quien
renuncia este derecho y lo cede a una sola persona o asamblea de personas (una autoridad o
presidente y el gobierno que constituye).
En este acto el Estado se crea (el gran Leviatán como Hobbes lo llamó), capaz de mantener el
orden y la paz y así la gente entra en el estado civil.

Estos filósofos no argumentan que para cada pueblo hubo históricamente un estado de
naturaleza, luego un convenio hecho entre todos y de repente el estado civil (aunque se podría
entender la redacción y firma de una constitución un tanto en esos términos). Más bien,
plantean el contrato en términos hipotéticos, como algo que la gente haría bajo ciertas
condiciones

Pero histórico o no, está claro que todos los que viven actualmente hoy en día no fueron parte
de semejante pacto. ¿Entonces, cómo dan su consentimiento? Según Locke, cada quien lo da
de forma tácita. Su permanencia dentro del territorio de un gobierno determinado ratifica
implícitamente su legitimidad. La idea es que si uno no estuviera de acuerdo podría abandonar
el territorio.
Equivaler la legitimidad con el consentimiento de los gobernados es la idea básica que subyace
las democracias modernas, pero nuestros filósofos han sacado conclusiones bastante distintas
a partir de la argumentación básica que se han visto aqui

Hobbes, por ejemplo, concluye la necesidad de un monarca con poder absoluto. Locke, quien
piensa que una sociedad sin gobierno no sería tan caótico, plantea un balance de derechos y
obligaciones más parecido a las constituciones democráticas contemporáneas. Rousseau, el
más radical de los tres, argumenta que nunca hubo un contrato sino más bien un largo proceso
de socialización, lo cual ha degenerado la naturaleza del hombre, y, mediante la violencia de
los ricos sobre los pobres, la imposición de una forma de gobierno que favorece los intereses
de aquellos sobre estos. De modo que, para que se trate de un consentimiento libre e informado,
tiene que haber una revolución moral y cultural para lo cual es necesario someterse a lo que él
llama “la voluntad general”. Este cambio moral es lo que posibilitará un estado civil de verdad.
En el planteamiento de Rawls, quizá el más sofisticado de los cuatro, la noción del contrato
social se utiliza para derivar lo que Rawls llama los “principios de la justicia” que deberían
regir el funcionamiento básico de la sociedad. En su libro La Teoría de la Justicia, el estado de
naturaleza (cosa que llama la “posición original”) es un dispositivo teórico, un experimento de
pensamiento, en el que todos llegan a un acuerdo sobre los principios de justicia detrás de lo
que él llama un “velo de ignorancia”. La idea es que, si uno no supiera su lugar en la sociedad,
su posición o estatus social, derivaría principios equitativos para todos.

Ahora entremos en materia acerca de la perspectiva de Rousseau

Esta obra, escrita por Juan Jabobo Rousseau, es un ensayo de filosofía política y habla como
principales puntos rectores, la libertda y la semejanza que hay dentro de cada uno de los
individuos de las sociedades, pasando por las diferentes etapas y formas de gobiernos de las
mismas. El ensayo original consta de cuatro libros y en los que cada uno enfatiza cada capítulo
con una idea central, pero que llevan a un objetivo conciso en cada uno de ellos.

Este trabajo se limita a resumir el libro tratando de indicar cuáles son las ideas centrales en
cada parte del mismo

En el primer libro Rousseau parte de la tesis que supone que todos los hombres nacen libres e
iguales por naturaleza. Nos habla del estado originario del hombre, afirma que la familia es el
primer modelo de sociedad política. El autor toma contraparte en la afirmación del derecho del
más fuerte, no comparte ideología con esta y afirma que dicha filosofía es incorrecta. Después
de hablar sobre la inhumanidad de la esclavitud y sobre el derecho de los demás sobre una
persona, que son nulos, nos indica que es un pacto social; y dice: Cada uno de nosotros pone
en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general,
recibiendo a cada miembro como parte indivisible del todo.

El autor del ensayo original distingue tres tipos de libertades: la libertad natural, que es la que
se pierde tras el contrato, la libertad civil que está limitada por la voluntad general y la libertad
moral, "que es la única que convierte al hombre en amo de sí mismo. El pacto social convierte
en iguales a los hombres por convención y derecho.
El hombre es libre por naturaleza, sin embargo, las circunstancias sociales lo mantienen atado;
aquel que nace obligado a obedecer y obedece hace bien, pero si es capaz de enfrentarse a su
esclavitud y superarla, obra mucho mejor aun. Así demuestra que fue creado para disfrutar de
la libertad, si no tiene derecho de discutirla.

Las primera sociedad, por naturaleza es la familia, aunque el lazo se rompe al terminarse la
necesidad de un hijo hacia un padre, comúnmente sigue habiendo una relación que sin forzosa
ni natural, es más un convenio; así pues toda sociedad es un convenio. El cual tiene jefes y
subordinados. Y aunque unos nacen para mandar y otros para ser esclavos, no es porque haya
distinción, es solo porque así ha existido.

El derecho sobre los demás jamás significara nada si emana de la fuerza, ya que esta palabra
significa potencia física, y si alguien sucumbe ante la fuerza, no es un acto de obediencia, si no
un acto de necesidad o prudencia, así que el derecho no nace de la fuerza, ni se está obligado a
obedecer, además, si la razón está dada por el derecho ante los demás, significa que cada que
hubiese alguien más fuerte la razón cambiaria de significado, no teniendo jamás un sentido
común, por lo que las relaciones no podrían darse.

El derecho de esclavizar a las personas no la da la superioridad en fuerza, la esclavitud no es


parte de la naturaleza social y mucho menos de la naturaleza humana. Ni la guerra da el derecho
de esclavitud, solo el de obediencia, el derecho de matar a los enemigos en una guerra pueblo
a pueblo es sensato, solo cuando este tiene arma en mano, en caso contrario, la matanza es
inhumana y sin sentido.

La sobrevivencia individual de las personas sería imposible; así que la única forma de lograrlo
es unir fuerzas. Muchos hombres forman parte de un todo a favor de un bien común, esto es el
pacto social, pero cuando el pacto se rompe y se deshace la alianza, cada individuo recupera su
naturaleza primitiva; la libertad. Pero como el objetivo es colectivo, no debería haber intereses
personales en un pacto social, impidiendo así que se desintegre, pero si los hay, entonces ese
pacto social es tiranía.

La soberanía de cada individuo se encuentra dentro de una sociedad, existe esa alianza que
obliga al individuo a actuar bajo el bien común, pero esto no significa que tenga que estar de
acurdo con todo, sin embargo no puede incluir un interés personal hacia el resultado de la
búsqueda del bien común.
Lo que pierde el hombre por el contrato social es su libertad natural y un derecho ilimitado a
todo lo que intenta y puede alcanzar; lo que gana en él mismo es la libertad civil y la propiedad
a todo lo que posee.

El derecho de primer ocupante, aunque más real que el del más fuerte, no llega a ser un
verdadero derecho sino después de establecer la propiedad. Todo hombre tiene naturalmente
derecho a lo que le es necesario; pero el acto positivo que le hace propietario de algún bien le
excluye de todo lo que queda. Esto es que, cada individuo tiene derecho a poseer algo, pero
para esto, no debe tener ya un dueño, que solo se acupe lo necesario para vivir, y que se acupe
por medio del trabajo y no de simples actos vanos como la compra.

En el segundo libro se encarga de definir sobre todo del concepto de "voluntad general". Al
ejercicio de esta voluntad lo llama Rousseau "soberanía", destacando su inalienabilidad e
indivisibilidad. También analiza las nociones de "ley", que no sería otra cosa que un acto de la
voluntad general, es decir, donde el "pueblo" sería el "legislador".

Otro aspecto importante que se toca es este libro es la clasificación que se dan de las leyes, el
autor las divide en tres leyes principales, que son leyes políticas, leyes civiles y leyes penales,
pero anexa una más, no como ley natural, si no como parte de lo que se encarga de regir a la
sociedad, como lo son las costumbres y raíces de la misma.

La soberanía es inalienable porque es el ejercicio de la voluntad general, jamás deberá separarse


del individuo miembro de una sociedad, y que el soberano, que no es mas que un ser colectivo
no puede ser representado por alguien mas, solo por el mismo; el poder se transmite, pero no
la voluntad. Aunque no es imposible que la voluntad personal sea igual que la voluntad
colectiva, si es imposible que este acuerdo este presente siempre; aunque si esto llegara a
ocurrir seria solo coincidencia y no parte del proceso

La soberanía también es indivisible porque cada persona tiene voluntad y esta crea una
voluntad general, la declaración de esta voluntad es soberanía y por tanto es ley.
No se puede dividir la soberanía en su concepto, por lo que muy a menudo lo hacen en su
objetivo, es como si dividieran a una persona, a uno les toca una parte, y muchos políticos lo
hacen a los ojos de todo el pueblo.

La voluntad general es recta y tiende constantemente a la utilidad publica; pero no siempre las
deliberaciones del pueblo tengan la misma rectitud, Siempre quiere uno su bien, pero no se lo
ve siempre bien; nunca se corrompe al pueblo, pero se le engaña a menudo, y entonces es
cuando parece querer lo que es malo. Asi pues, para tener una buena voluntad publica general,
es necesario que no existan sociedades dentro de los estados, si no que cada persona opine de
acuerdo con su modo de pensar.

El pacto social da al cuerpo político poder absoluto sobre todos los suyos, este mismo poder,
que dirigido por la voluntad general, toma el nombre de soberanía. Cada individuo enajena,
mediante el pacto social, bienes y libertad, pero el mismo ciudadano es el juez que juzga estas
necesidades.

El contrato social tiene como fin la conservación de los contratantes, se quiere conservar la
vida a expensas de los demás, pero también se debe exponerse por los demás cuando sea
necesario. Cuando el estado le dice a un individuo que para el bien de la comunidad debe morir,
morirá, por que a expensa de ella había vivido en calma, y su vida ya no es un derecho natural,
si no un convenio con el estado. En el contrato social no se dispone de la propia vida, solo se
garantiza. Cuando se aplica la pena de muerte

, se le hace como enemigo, no como ciudadano, pues el malhechor ataca las leyes del estado y
le declara la guerra. En un estado bien gobernado hay pocos castigos, no por que se exoneren
muchas cosas, si no por que hay pocos criminales.

Es necesario que haya contratos y leyes para unir los derechos a los deberes y conducir la
justicia a su objeto. Las leyes son realmente las condiciones de la asociación civil. El pueblo
sumiso a las leyes debe ser el autor de las mismas.

Para elegir las leyes soberanas que son necesarias para la nación, sería necesaria una
inteligencia superior capaz de conocer todas las reacciones humanas sin experimentar ninguna.
El legislador es el mecánico que inventa la maquina y el que le da movimiento.
El legislador es un hombre extraordinario en el estado, no solo por su cargo si no también por
su inteligencia. El que manda a los hombres no debe mandar a las leyes, el que manda a éstas
o debe mandar a los hombres; de otro modo sus leyes, dirigido de sus pasiones, no harían a
menudo sino perpetuar sus injusticias: el legislador no podría evitar nunca que intereses
particulares alterasen la soberanía de su obra. El legislador antes de levantar leyes examina al
pueblo, para destinar las que crea convenientes y el pueblo pueda soportarlas.

El pueblo no es más que el lugar y las personas que serán gobernadas, de aquí radica el poder
que tendrá dicha nación, el pueblo debe ser disciplinado para poder alcanzar grandes metas, un
pueblo con costumbres y vicios arraigados es un problema muy grande querer corregirlo. El
pueblo pasa por etapa de juventud y de madures, comúnmente en la etapa joven es donde el
pueblo es mas dócil, en la madurez es incorregible.

Los pueblos, al igual que las personas, tienen un tamaño natural, ni tan grande para poder ser
gobernado, ni tan pequeño para que garantice su existencia. Fuera de estos parámetros se
consideran gigantes o enanos, pero que al paso del tiempo, tienden a extinguirse. En todo
cuerpo político hay un maximun de fuerza, el cual al superarse, los lazos sociales se dilatan, y
a mayor dilatación más debilitación del mismo, así que proporcionalmente, un estado pequeño
es más fuerte que uno grande.

Un cuerpo político (estado) puede medirse de dos maneras, por su extensión territorial y por el
número de habitantes. La proporción para un estado ideal imposible de dignar, pues depende
mucho de factores como la fertilidad de la tierra, del nivel de consumismo del pueblo, de
fertilidad de las mujeres, etc.

Pero es aquí donde aplica lo del nivel maximun de gobierno, cuando hay demasiado terreno, la
vigilancia se vuelve pesada, la producción insuficiente innecesaria.

Siendo esta la causa de guerras defensivas; y cuando el terreno es escaso, el estado se halla por
necesidad la adquisición de nuevas tierras, entrando así en guerras ofensivas con sus vecinos.

Todos los sistemas de legislación... se reduce a dos objetos principales: Libertad e igualdad.

La legislación debe siempre procurar la igualdad no de poder ni riqueza, si no que los


ciudadanos estén libres de toda violencia y que no se ejerza jamás solo que para cumplir las
leyes. La legislación no es igual para todos los pueblos, pues dependen de la actitud de su
pueblo para obedecerla.

Para ordenar el todo, existen diversas relaciones que es preciso considerar, la primera es la
acción de obrar el todo por el todo, o del soberano para con el estado. Las leyes que regulan las
relaciones del todo se les conocen como leyes políticas o fundamentales. Las que regulan las
relaciones entre los soberanos o el soberano con el cuerpo entero se les conoce como leyes
civiles, otro tipo de leyes son las leyes penales, que son las que dan relación entre el miembro
de la sociedad con la desobediencia y el castigo al que conlleva esta; son las sanciones. A estos
tres tipos de leyes, se le suma una más que es la de mayor importancia, y que es la que la
mayoría de los políticos ignora, se habla de los usos, costumbres y opiniones, que al fin y al
cabo, son las que rigen el comportamiento de la sociedad.

En el tercer libro, que es el más extenso, se ocupa fundamentalmente del gobierno y de sus
formas. El gobierno es "un cuerpo intermedio establecido entre los súbditos y el soberano para
su mutua correspondencia, encargado de la ejecución de las leyes y del mantenimiento de la
libertad, tanto civil como política". El gobierno no es otra cosa que el ejercicio legítimo del
poder ejecutivo. El poder legislativo, por su parte, siempre pertenece al pueblo y sólo puede
pertenecer a él.

En este mismo libro, se encarga de definir y clasificar las diferentes formas de gobierno, sin
afirmar que alguna sea mejor que otra, pero si diciendo cual puede ser mas efectiva
dependiendo de las condiciones sociales, y dice que la forma de gobierno mas efectiva es
aquella que preserva el objetivo primordial de los pactos sociales, que es la conservación y
multiplicación de la especie humana.

El gobierno no es más que un cuerpo intermediario establecido entre los súbditos y soberanos
para su mutua comunicación, encargado de la ejecución de las leyes y del mantenimiento de la
libertad, tanto civil como política. Los miembros de estos cuerpos se llaman magistrados o
reyes; es decir, gobernadores.

En el gobierno se distinguen dos partes que mueven el poder, uno lo conocemos como el poder
legislativo y el otro como el poder ejecutivo. El poder legislativo pertenece al pueblo, pero el
poder ejecutivo no puede pertenecer a la generalidad ni a la soberanía, porque este poder se
basa en actos particulares que no son la base de la ley, pero que rigen a la sociedad.

El gobierno, para ser bueno, tiene que ser mas fuerte conforme su población crece. Además
debe haber un equilibrio, el gobierno debe disponer de gran fuerza para contener al pueblo
mientras que el cuerpo soberano debe ser igual de fuerte para contener al gobierno. Aunque es
necesario que en el gobierno haya un yo particular con sensibilidad propia que tienda a la
conservación, existen asambleas, consejos etc, que ayudan a deliberar y resolver problemas
para que no haya intereses propios arraigados en el mando.

En una legislación perfecta, la voluntad propia debe ser nula; la voluntad común, propia del
gobierno, debe estar muy subordinada; y, por lo tanto, la voluntad general debe ser la dominante
y constituir la regla única de las otras. En el orden natural, distinto al ideal, la voluntad general
es siempre la más débil, la del cuerpo ocupa el segundo rango y la partícula el primero de todo.
El gobierno se debilita a medida que los magistrados crecen, también mientas mas se
incrementa el pueblo, mas la fuerza reprimida.

La división del gobierno se efectúa de la siguiente forma: la parte soberana es la mayoría,


cuando hay más soberanos magistrados que simples individuos a esto se le conoce como
democracia. Cuando hay más simples ciudadanos y el poder queda en mano de la minoría, a
esto se le conoce como aristocracia. Y cuando todo el poder queda en mano de un solo
magistrado, se le denomina monarquía. Existen mas formas de gobiernos, cuando un gobierno
se subdivide y se combinan las formas de gobiernos estas se multiplican y salen nuevas formas
para gobernar. Siempre se ha deliberado que si cual es la mejor forma de gobierno, lo que no
se ha considerado es que cada una es mejor en diferente tiempo y en diferente circunstancias y
en otras la peor.

En la democracia, es donde las decisiones son tomadas por el mayor número de personas. No
es bueno que el que hace la ley las ejecute. Nada es tan peligroso como las influencias privadas
en los negocios públicos. No ha existido ni existirá jamás una verdadera democracia, es contra
las leyes naturales que el mayor numero de personas gobiernen y que un menor numero sea
gobernado. Un gobierno tan perfecto no es propio de hombres.

La aristocracia, es donde la minoría del pueblo gobierna a una mayoría. En la aristocracia,


existen dos voluntades generales, una con relación a todos los ciudadanos, y la otra de todos
los miembros de la administración. Existen tres clases de aristocracias, natural, electiva y
hereditaria, la primera es propia de los pueblos pequeños, la tercera es la peor que puede existir,
y la mejor, propiamente dicha, es la segunda, donde se eligen a los gobernantes.

En la monarquía se considera a un solo soberano como poseedor de todo el poder, único en


disponer las condiciones de las leyes, llamado monarca o rey. Este individuo representa una
colectividad moral, la voluntad del pueblo, del príncipe, la fuerza publica del estado y particular
del gobierno se ven reflejados en el mismo ente. En este sistema de gobierno, todo se dirige
hacia un mismo fin, pero que nunca es la felicidad del pueblo, y constantemente se cambia la
administración en perjuicio del pueblo. La filosofía monárquica marca que los reyes quieren
ser tiranos, para dejar huella, además de que buscan que el pueblo sea miserable y débil para
evitar que este se le resista, los gobiernan a partir del miedo.

No existe gobierno cuya forma sea simple, es necesario que un jefe único tenga magistrados y
que un gobierno popular tenga un jefe único, así en la participación del poder ejecutivo existen
varios niveles, donde el inferior depende el superior y viceversa. La forma simple de gobierno
es buena por el simple hecho de ser simple, pero cuando este no se da abasto es necesario
dividir el gobierno, por lo cual concluimos que la forma de gobierno ideal tiene mucho que ver
con el pueblo y la situación en la que se esté.

La libertad no es fruto de todos los climas, y por lo tanto no está al alcance de todos los pueblos.
Las diferentes formas de gobiernos encajan mejor en diferentes circunstancias y en diferentes
ambientes, en la democracia, el pueblo sufre menos, pero su producción es menor, la
aristocracia, el pueblo es relativamente más castigado, pero son pueblos medianos, y en la
monarquía, cae todo el peso del sufrimiento en el ciudadano, pero son pueblos muy grandes y
prósperos. He aquí porque cada forma de gobierno encaja mejor en una diferente circunstancia.

Determinar cuál es la mejor forma de gobierno no es una tarea ni fácil no posible, por las ya
aclaradas circunstancias.

Pero determinar si el gobierno que se tiene va por buen camino es relativamente sencillo, si
volvemos a las bases de las asociaciones, y recordamos cual es el punto principal de estas, que
es la supervivencia de los soberanos, podemos decir que un pueblo que se multiplica y crece,
sin importar el régimen que tenga, va por buen camino, mientas que otro que se declina y
muere, va por mal camino.

En el momento en que el gobierno usurpa la soberanía, el contrato social se rompe; y los


simples ciudadanos que entran por derecho en su libertad natural tienen que obedecer no por
obligación, sino por violencia. Es entonces cuando el estado puede entrar en disolución, esto
puede ocurrir de dos maneras: primeramente cuando el gobernante no administra el pueblo de
acuerdo a las leyes y usurpa el poder soberano, y este se vuelve dueño y tirano del pueblo. O
cuando los miembros del gobierno usurpan el poder que deben ejercer en conjunto, infracción
de las leyes que produce desorden.

Es parte de la inclinación natural que los gobiernos mueran, si los imperios mas poderosos han
decaído, por que esperar que alguno perdure para siempre. Como todo gobierno lo que da vida
es la soberanía, donde las leyes envejecen pueden asegurarse que no hay poder legislativo y
que el Estado ha muerto.

Poblar uniformemente el territorio, establecer en todo él los mismos derechos; llevar a todas
partes la abundancia y la vida; así es como el Estado será a un tiempo el más fuerte y el mejor
gobernado. Recordar d que los muros de las ciudades se forman solamente con los restos de las
casas del campo. Como analogía, diremos que, cuando se ve levantar en la capital de un país
un palacio para el gobernante, se puede ver la caída del mismo.

No hay necesidad de encerrase entre muros para sobrevivir, es necesario darle identidad a la
nación para lograr la conservación del Estado.

El gobierno no tiene jurisdicción cuando el pueblo se encuentra frente a éste, porque "allí donde
se encuentra el representado ya no hay representante.

Toda ley que no haya sido ratificada por el pueblo en persona es nula, y no es ley. Puede
reunirse el poder exterior de un gran pueblo con la administración fácil y con el buen orden de
un Estado pequeño. Es necesario que el individuo no sea apático con el llevar de la nación y
que toda ley que conlleva este propósito tiene que ser ratificada por el pueblo en persona, caso
contrario esta no es valedero.

Establecer a la nación en Estados pequeños donde la administración de todo cuanto sea ha de


ser mas fácil, y se detiene en ofrecer un estudio mas amplio respecto de la confederaciones y
sus principios
Hay sólo un contrato en el Estado y es el de la asociación; y éste excluye todos los demás. El
Estado no existe si no por un contrato estipulado, entre El Estado, Ley y Ciudadanía, además
de los cuerpos de administración de dar leyes y de ejecutarlas.

En el último libro, el cuarto, comienza hablando de la bondad y rectitud de los hombres


sencillos. Éstos necesitan pocas leyes. Vuelve a insistir en la noción de voluntad general, la
voluntad constante de todos los miembros del Estado.

Tras hablar de las elecciones, hace un largo capítulo sobre la historia de Roma y, a
continuación, defiende la necesidad de la dictadura como elemento para prevenir y solucionar
los momentos de crisis en las repúblicas. También entiende que es necesaria la censura, que es
la manifestación de la opinión pública. Al final de este capítulo ataca a la religión cristiana,
pues es incompatible con la libertad; lo cristiano es opuesto a la república. Rousseau aboga por
una profesión de fe completamente civil y propone frente a los dogmas de religión las normas
de sociabilidad.

Mientras que varios hombres reunidos se consideren como un solo cuerpo, no tienen sino una
sola voluntad, que se refiere a la conservación común y el bienestar general. Entonces todos
los resortes del Estado son sencillos y vigorosos; sus máximas son claras y luminosas; no
existen intereses embrollados no contradictorios; el bien común se muestra evidente en todas
partes..."

Es necesario que el acto soberano del voto se ejerce con toda libertad, así como el de opinión,
proponer, de dividir y de discutir, estas son voluntades que van ah a vigorizar al Estado y lograr
una existencia holgada.

"El hombre, nacido libre, es dueño de sí mismo, y nadie puede, bajo ningún pretexto, someterlo
sin su consentimiento."

Es de necesidad que el hombre, que no es más que parte del pueblo pueda ejercer su derecho a
voto, afín de que exista un Estado de derecho, de elección universal que le va a dar la necesaria
autoridad para existir. Para la elección se necesita de la inteligencia propia, para la suerte
bastará solo el buen sentido, la justicia y la integridad, sea uno u otro hay que asegurar que
todo el universo del pueblo esté presente en estas elecciones, se describe como esto también se
manejaba políticamente, que cada asunto o peculiaridad, eran usadas a provecho muy personal.

Las tribus de la ciudad que estaban más a la mano fueron a menudo más fuertes en los comicios,
y vendieron el Estado a los que compraban los votos de la canalla que componían aquellas.

Describe la forma de organización comunal que tenían los romanos a fin de tener los comicios
mas organizados de la época, así se organizaban den curias, decurias, centurias y cantones.
Eran interesantes las técnicas de voto como el secreto y público, sus pros y contras, además
que aun allí ya existía que los votos se vendían y así se compraban y vendían decisiones y
consciencias. Este mal ya era realidad aquellos días, a hoy esto se a refinado muy técnicamente,
pero tienen al mismo actor repugnante, al hombre.

El tribunado, es el conservador de las leyes y del poder legislativo. Sirve algunas veces para
proteger al soberano contra el gobierno, otras para sostener al gobierno contra el pueblo.
También para mantener el equilibrio de una parte y de otra. Es mas sagrado y reverenciado,
como defensor de las leyes, que el príncipe que las ejecuta y el soberano que las da."

El tribuno obra de acuerdo al poder de la ley, y es imparcial a la existencia de la constitución.


En la crisis que hacen establecer la dictadura, el Estado es pronto salvado o destruido, y pasada
la apremiante necesidad, la dictadura se hace tiránica o inútil.

A pesar que nunca se debe de detener la sagrada fuerza de las leyes, hay tiempos donde por la
salud de la patria, la ley da paso a la designación de un dictador para sanar a la patria de un
eminente ruptura del gobierno, el mandato era defender la patria sin atentar contra ella, para
ello el tiempo de permanencia del dictador debería ser muy corto, así se le daba a éste sólo el
tiempo para lo cual se le nombró. Así como la declaración de la voluntad general se manifiesta
por la ley, así la declaración del juicio público se manifiesta por la censura.

La opinión pública es una especie de ley cuyo censor es el ministro. Es necesario tener una
estima muy elevada para censurar al Estado. A veces el pueblo aún no lo puede hacer por que
el mismo estaría censurándose, y solo sirviera para conservar las costumbres y opiniones rectas.
Los hombres no tuvieron al principio otros reyes que los dioses, no otro gobierno que el
teocrático. Se describe a un pueblo muy religioso, que tenían muchos dioses, resalta las
circunstancias de la venida de Jesús, a establecer un reino espiritual sobre la tierra, la separación
saludable del Estado a la religión. Pues este reino de Jesús era de otro mundo.
Las religiones que debe haber dentro de un pueblo son:

· La religión del hombre, esta no tiene templos, altares ni ritos, su culto es interior del
Dios supremo, a los deberes eternos de la moral, es en resumen la religión pura del evangelio.

· La religión del ciudadano, es asentada en determinado país, da a éste sus dioses, sus
tutelares, tiene dogmas y sus cultos prescritos por leyes, los que lo hacen fuera son infieles.

· La religión extravagante, que da a los hombres dos legislaciones, dos jefes, dos patrias,
y que los somete a deberes contradictorios, resulta de esto una especie de derecho mixto e
insociable, que no tiene nombre.

Considera políticamente estas tres clases de religión. Y concluye el tema aún mas excelente:
no hay ni puede haber religión exclusivas, se deben tolerar todas las tolerantes, con tal de que
sus dogmas no se opongan a los deberes del ciudadano.

Esta obra, a pesar de tener algunos años ya de haber sido escrita, es muy explícita a la hora de
definir qué es y cómo funciona una sociedad, parte de los puntos básicos de la misma, trata de
explicar, aunque con un lenguaje un tanto especializado, los conceptos generales, además
profundiza y marca especial interés en los mismos.

Una obra muy completa que nos enseña cual es la forma de gobierno, como se clasifican, cómo
interactúan, para que sirven, como se crearon, cuáles han sido sus filosofías, las condiciones
en las que se han desarrollado. Por que funcionan así, cuáles han sido sus objetivos, la
funcionalidad que han tenido.

Podemos identificar como un gobierno es funcional o disfuncional, la razón de ser del mismo,
la filosofía en que se maneja y muchos aspectos más del mismo.

Cuando nos marca el ejemplo acerca de la diferencia entre un gobierno democrático y otro
aristocrático, es cuando podemos identificar la funcionalidad de los sistemas de gobierno, y el
por qué no se puede decir cuando un sistema es mejor que otro, porque cada uno es bueno, de
acuerdo al punto de vista que se esté planteando, además de cuales sean los objetivos o el rumbo
que deba dicho pueblo.
También nos explica el por qué un gobierno no puede ser perfecto, y es por el simple hecho
que tal perfección no se encuentra dentro de la naturaleza humana, todo régimen de leyes
perfectas vienen de dios, y si los humanos tuviéramos la capacidad de recibir órdenes de desde
tan alto, no habría la necesidad de crear alianzas como lo son los pueblos.

En la obra de Rousseau, también nos dice cuales deben ser las condiciones necesarias para que
un pueblo pueda subsistir por varios años, pero no es tardío en aclarar que la eternidad en un
pueblo es simplemente inexistente, si las potencias más poderosas han caído sin importar cual
tarde o temprano, eso nos garantiza que ningún pueblo existirá por siempre, además enfatiza
que cuando la voluntad general del pueblo comienza a ser desplazada por los intereses
personales de uno o de unos cuantos es cuando el pueblo se va de pique en la decadencia.

Así pues, he presentado la obra del gran filósofo político Juan Jacobo Rousseau, tratando de
no excluir ninguno de los puntos importantes que el manejo en su recopilación y descripción
de conceptos y datos.

A mi parecer, esta es una obra especializada pero que esta dirigida no solo para conocedores
del tema, pues lleva de la mano al ir hilando todos los conceptos dirigiéndonos hasta donde el
autor nos quiere llevar.

Pero es una obra difícil de seguir, pues maneja demasiados conceptos que no están incluidos
dentro del lenguaje común y que no son dominio de cualquier persona. Por lo que en lo
personal, me fue muy difícil tratar de entender la gran cantidad de analogías y reflexiones del
autor.

Tuve que consultar varias terminologias, pues necesite en repetidas ocasiones buscar cual era
el concepto de palabras que en mi vida había escuchado, pero me fue de mucho aporte en mi
cultura persona, pues al investigarlas encontré nuevas y refinadas formas de decir que una cosa
es difícil (oneroso) y muchas que por el momento se me pasan por alto, pero creo recordare, si
no para el resto de mi vida, si por algún tiempo.

Rousseau es un autor que disfruta de rebuscar palabras, y que lleva la literatura hasta un nivel
más elevado que la literatura común, pero que no deja al lector con dudas, pues cita a tiempo
cuando está siendo contradictorio en su obra, o cuando está utilizando aportes directos de otras
obras.
Para el tiempo que tuve para leer la obra, que en lo personal fue un poco corto, trate de digerir
todos sus conceptos e ideas, pero algunas me quedaron en el aire, pues a pesar de saber el
significado de las palabras, el orden en que las ponía y la manera de expresarlas no son de toda
mi comprensión, pero creo haber comprendido parte significativa de la misma.

Quizá no pueda expresar con claridad las mismas ideas que maneja el autor, pero al menos voy
encaminado a ello.

Al realizar el trabajo, trate de ser lo más explicito posible, pero es un poco tedioso tratar de
sacar la idea principal en cada capítulo, incluso algunos son un tanto repetitivos o
continuaciones del anterior, por lo que complican identificar cual es la orientación principal
del mismo.

Sin mas ideas que aportar, doy por concluido mi trabajo, no sin antes mencionar que es una
obra un poco complicada que le daré una segunda lectura para tratar de terminar de comprender,
pero ya con más calma, que me dé tiempo de analizar y sacar bien definida mi conclusión.

La obra tiene cuatro libros pero en realidad es un proyecto inacabado. El autor hace saber al
lector la causa que le llevó a no poder completar dicha empresa: “Este pequeño tratado se ha
extraído de una obra más extensa, iniciada sin haber consultado mis fuerzas y abandonada
después de un tiempo. De los diversos fragmentos que podían extraerse de ella, este es el más
considerable y el que me ha parecido menos indigno de ser ofrecido al público. El resto ha
desaparecido.”

Libro I

Rousseau parte de la tesis que supone que todos los hombres nacen libres e iguales por
naturaleza. Nos habla del estado originario del hombre (que había desarrollado con amplitud
en el Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres), afirma
que la familia “es el primer modelo de sociedad política”. Rousseau argumenta contra el
derecho del más fuerte: “Convengamos, pues, en que la fuerza no constituye derecho, y que
únicamente se está obligado a obedecer a los poderes legítimos”. El fundamento único de toda
autoridad legítima serán las convenciones. Tras una breve referencia a la guerra y la esclavitud,
el ginebrino presentará su idea acerca del pacto social, que formula en los siguientes términos:
“Cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección
de la voluntad general, recibiendo a cada miembro como parte indivisible del todo”.

Rousseau distingue tres tipos de libertades: la libertad natural, que es la que se pierde tras el
contrato, la libertad civil que está limitada por la voluntad general y la libertad moral, “que es
la única que convierte al hombre en amo de sí mismo”. El pacto social convierte en iguales a
los hombres por convención y derecho.

Libro II

Esta parte de la obra se ocupa sobre todo del concepto de “voluntad general” (volonté générale).
Al ejercicio de esta voluntad lo llama Rousseau “soberanía”, destacando su inalienabilidad e
indivisibilidad. También analiza las nociones de “ley”, que no sería otra cosa que un acto de la
voluntad general, es decir, donde el “pueblo” sería el “legislador”. Rousseau hace que sea
imprescindible la figura del legislador representante, que es “un hombre extraordinario” en el
Estado.

Rousseau hace un poco de aritmética política, al establecer ciertas proporciones entre el número
de habitantes, la extensión de los países… El objetivo de todo pueblo es conseguir abundancia
y paz. Cree que el lugar más apto para construir un Estado perfecto es la isla de Córcega.
Rousseau coincide con Aristóteles en la necesidad de una clase media, aunque en el ginebrino
hay una mayor tendencia a una homogeneización. Piensa que la libertad subsiste gracias a la
igualdad:

“Es precisamente porque la fuerza de las cosas tiende siempre a destruir la igualdad, por lo que
la fuerza de la legislación debe siempre tender a mantenerla” (pág 52).

Al final de este Libro Segundo, Rousseau distingue tres clases de leyes: políticas, civiles y
criminales. También habla de una cuarta clase de leyes: los hábitos o costumbres, de las que se
ocuparía en secreto “el gran Legislador”. Rousseau elude el tema mentado y dice ceñirse a las
leyes políticas.

Libro III

Este libro es el más extenso, y se ocupa fundamentalmente del gobierno y de sus formas. El
gobierno es “un cuerpo intermedio establecido entre los súbditos y el soberano para su mutua
correspondencia, encargado de la ejecución de las leyes y del mantenimiento de la libertad,
tanto civil como política” (pág 56). El gobierno no es otra cosa que el ejercicio legítimo del
poder ejecutivo. El poder legislativo, por su parte, siempre pertenece al pueblo y sólo puede
pertenecer a él. Rousseau sigue desarrollando su particular aritmética política:

“cuanto más crece el Estado, más disminuye la libertad”.

“el gobierno, para ser bueno, debe ser relativamente más fuerte a medida que el pueblo es más
numeroso”.

“cuanto más numerosos son los magistrados, más débil es el gobierno”

“la resolución de los asuntos se vuelve más lenta a medida que se encarga de ellos mayor
número de personas”.

“la relación de los magistrados con el gobierno debe ser inversa a la relación de los súbditos
con el soberano”.

Este afán calculador lo lleva hasta tales extremos que afirma unas páginas después que “un
español viviría ocho días con la comida de un alemán”. Rousseau considera que la forma de
gobierno más adecuada a un país depende del número de habitantes y de su extensión. De este
modo, “el gobierno democrático conviene a los pequeños Estados, el aristocrático a los
medianos y la monarquía a los grandes”.

Rousseau opina que la democracia es una forma tan perfecta de gobierno que no se da nunca
en su forma pura; los dioses se gobiernan democráticamente, “pero un gobierno tan perfecto
no es propio de hombres”.

Rousseau ataca al lujo como obstáculo para la construcción de esa república democrática ideal,
que además requiere ser una Ciudad-Estado de ciudadanos virtuosos. Todo este libro está
atravesado por la misma estructura de la Política aristotélica (aunque los análisis del ginebrino
son más áridos y menos fundamentados históricamente que los del Estagirita). También tiene
como fuente a Montesquieu al dar importancia al clima en el carácter (Herder) de los pueblos:
“el despotismo conviene a los países cálidos, la barbarie a los fríos y la civilización a las
regiones intermedias”. Otra relación establecida por Rousseau le lleva a afirmar que la
opulencia corresponde a las monarquías, la riqueza y extensión medias a las aristocracias, y la
pobreza y pequeñez de territorio a las democracias.

Tras dar las características de un buen gobierno (cuyo mejor criterio es la multiplicación de sus
miembros) y arremeter contra las letras y las artes que traen la decadencia a los pueblos, el
ginebrino plantea su propia teoría de las revoluciones, también más imperfecta y menos
acabada que la de Aristóteles. Rousseau afirma tajantemente: “si queremos una institución
duradera, no pensemos en hacerla eterna”. También es tajante al afirmar el carácter de
fenómeno exclusivamente cultural de la política: la constitución del Estado es obra del arte.

Al final nos habla de la corrupción que supone para el Estado la aparición de representantes, y
nos da algunas indicaciones sobre su concepto de “asamblea”.

Libro IV

Este último libro comienza hablando de la bondad y rectitud de los hombres sencillos. Éstos
necesitan pocas leyes; Rousseau se siente emocionado “cuando se ve en la nación más feliz del
mundo a grupos de campesinos resolver los asuntos del Estado bajo una encina y conducirse
siempre con acierto”.Vuelve a insistir en la noción de voluntad general, “la voluntad constante
de todos los miembros del Estado”.

Tras hablar de las elecciones, hace un largo capítulo sobre la historia de Roma y, a
continuación, defiende la necesidad de la dictadura como elemento para prevenir y solucionar
los momentos de crisis en las repúblicas. También entiende que es necesaria la censura, que es
la manifestación de la opinión pública. Al final de este capítulo ataca a la religión cristiana,
pues es incompatible con la libertad; lo cristiano es opuesto a la república. Rousseau aboga por
una profesión de fe completamente civil y propone frente a los dogmas de religión las normas
de sociabilidad.

El libro primero se refiere a encontrar las condiciones de existencia legítima de una sociedad. Comienza
el capítulo I con palabras que lo dicen todo: “El hombre ha nacido libre, y en todas partes está
encadenado. Hay quien se cree señor de los demás y es más esclavo que ellos. ¿Cómo se ha
producido este cambio? [...]”. Finalmente, termina anticipando lo que pensaríamos que diría
al final, estableciendo qué es el pacto social, señalando su necesidad en los siguientes términos:

"... Ahora bien, como los hombres no pueden engendrar nuevas fuerzas, sino solamente aunar
y dirigir las que existen, no les queda otro medio para subsistir que formar por agregación
una suma de fuerzas que pueda superar la resistencia, ponerlas en juego mediante un solo
móvil y hacerlas actuar de consuno [...] De este modo, si se separa del pacto social lo que no
forma parte de su esencia, resultará que se reduce a los términos siguientes: Cada uno de
nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad
general; y recibimos en cuerpo a cada miembro como parte indivisible del todo...".

El libro segundo nos habla de ya en extenso de la voluntad general (el abuelito de lo que hoy
conocemos como soberanía) y sus características, además de referirse a la ley y su fuente, el
legislador. He aquí una frase que desborda talento y olfato político, anticipándose con siglos a
realidades actuales, como la de la falsa representación de nuestro cuerpo legislativo:

“Ya he dicho que no hay voluntad general sobre un objeto particular. En efecto, este objeto
particular está dentro del Estado o fuera del Estado. Si está fuera del Estado, una voluntad
que le es extraña no es general con relación a él; y si ese objeto está dentro del Estado forma
parte del mismo: entonces se establece entre el todo y la parte una relación de la que surgen
dos entes separados; por un lado la parte, y por otro el todo menos esta misma parte. Pero el
todo menos una parte no es el todo, y mientras subsista esa relación no existe el todo, sino dos
partes desiguales; de donde resulta que la voluntad de la una no es tampoco general con
respecto a la otra [...]".

Se agradece en esta parte la gran cantidad de referencias que se hace a sistemas de gobierno de
la antigüedad.

El libro tercero (a mi parecer el más interesante de todos), nos habla de algo muy importante:
La colectividad aplica las leyes a los actos particulares, y lo hace a través del Gobierno. Aquí
nos paseamos en un estudio comparado y detallista por todos los sistemas de gobierno
conocidos hasta la fecha (fundamentalmente gobiernos monárquicos, aristocráticos y
democráticos), sacando sus conclusiones de cada uno.

Ojo, señores: Rousseau desecha la democracia como forma de gobierno, considerando críticas
como:

1.- Va contra el orden natural el que gobierne el gran número en desmedro de la minoría
poderosa
2.- Es imposible (en democracias directas) que el pueblo esté permanentemente reunido, lo que
conllevaría necesariamente a la representación, con la consiguiente creación y aristocratización
de una clase política
3.- Requiere altísimos esfuerzos para que todos los ciudadanos estén informados para tomar
decisiones serias
4.- Requiere una gran sencillez en las costumbres de los sectores del Estado, que impidan las
discusiones espinosas
5.- Se hace imposible prescindir de un importante grado de igualdad entre las clases sociales y
en las fortunas, sin lo cual la igualdad social no puede sobrevivir en el derecho
6.- Por su forma, tendiente siempre a cambiar de forma y amoldarse a situaciones sociales
“inestables” dentro de los procesos históricos propios de renovaciones y revoluciones, es un
gobierno muy expuesto a las guerras civiles y agitaciones internas

7.- Por último, se hace imperativa la inexistencia o escasa existencia del lujo, factor que
corrompe al rico y al pobre: a uno por su posesión y al otro por su codicia.

Para concluir este punto, termina con una frase categórica:


“Si hubiera un pueblo de dioses, se gobernaría democráticamente. Un gobierno tan perfecto
no conviene a los hombres[...]”.

Finalmente, en el libro Cuarto empezamos a redondear la idea antes de terminar: El individuo,


al aceptar el pacto social, colabora a que la voluntad general sea la voluntad de todos, dando
libertad a las leyes para que sean aceptadas, aún cuando lo castiguen si viola alguna. La
obligación social del contrato no se fundaría en la fuerza, ni en la autoridad natural, ni en
ninguna autoridad “superior” (jódanse los iusnaturalistas), sino que deriva, sencillamente, del
libre compromiso del individuo que se obliga. El pacto social es legítimo cuando nace de un
consentimiento unánime.

Respecto de ello, nada mejor para redondear la idea de un pasaje francamente impresionante,
que debiéramos dejar para reflexionar:
“[...] Finalmente, cuando el Estado, cerca de su ruina, ya no subsiste más que en una forma
ilusoria y vana, cuando se ha roto en todos los corazones el vínculo social, cuando el más vil
interés toma descaradamente el sagrado nombre de bien público, entonces la voluntad general
enmudece; todos, guiados por motivos secretos, dejan absolutamente de opinar como
ciudadanos, como si el Estado no hubiera existido jamás; y se hacen pasar falsamente con el
nombre de leyes decretos inicuos que no tienen más finalidad que el interés particular[...]”

Esta lectura determina a la perfección como debería de estructurarse, las funciones y como
debería de comportarse cada uno de los actores para tener un pacto social en nuestra sociedad.

Rousseau inicia definiendo a la familia como base de la sociedad, lugar donde salen formados
los ciudadanos, estructura donde se enseñan los deberes y derechos para con la sociedad, y
establece al padre como estado y los hijos como pueblo libre e iguales, al cual el padre debe
protección y cariño.

Nuestra sociedad ha ido perdiendo poco a poco la formación en los hogares, ciertamente la
familia es la micro-sociedad y es ahí donde se debería de enseñar los deberes y derechos que
tenemos para la sociedad; hoy en día el trabajo y las exigencias de un mundo globalizado no
es empuja a pasar menos tiempo con nuestras familias y por ende se encarece la educación de
hogar (valores, derechos, deberes), quizás este sea uno de los factores vitales para que en
nuestro país se viva una ola de corrupción, delincuencia, anti-patriotismo, falta de participación
ciudadana entre otros muchos problemas que se podrían mejorar con una formación correcta
en nuestros hogares.

Uno de los temas más sensibles que se tocan en este libro es la “voluntad general” como
dirigente principal de las decisiones para un país, y que los representantes tiene que dirigirse
por lo que quiere el pueblo; además de que la voluntad general no se puede enajenar y que el
soberano es un ente colectivo; con todas estas definiciones es fácil entender que las personas
que designamos en cargos de poder deben de responder a las necesidades y llamados del
pueblo, pero como es bien conocido en la función política de nuestro país sucede todo lo
contrario, los políticos suben a los cargos de poder y se olvidan de sus representados, utilizando
sus puestos para servirse y no para servir.

Pero porque sucede esto, a mi criterio por varias razones entre ellas, que no es toda la persona
que nace para servir y ostentar cargos de poder, la preparación académica y personal entre otras
muchas cosas, es entonces en donde comparto hasta cierto punto el criterio de la aristocracia
en donde el poder lo deben ostentar las personas mejor preparadas, porque al menos si la
mayoría de padres de la patria conocieran este y otros libros básicos de filosofía política no
pecarían tanto en contra del pueblo.

En la literatura también se menciona la democracia y la legislación, da una idea clara de la


división de poderes, pesos y contra pesos; interesante cuando describe un problema que
tenemos actualmente y es la maraña de leyes y burocracia que entraba el progreso de nuestro
país y que deben de estar lejos los intereses personales de los negocios públicos, cosa extraña
en nuestras instituciones y ministerios.

Notablemente se la una parálisis del poder ejecutivo y legislativo, el ejecutivo por la


incapacidad de proponer proyectos de agenda nacional en el parlamento (entre otras muchas
cosas), como la inoperancia de la asamblea legislativa de aprobar o improbar dichos proyectos;
entonces en esta coyuntura la ciudadanía ve fallido el sistema y ataca con todo su armamento
a los muchos funcionarios públicos que no realizan su trabajo y no representan los intereses de
“ los mas”, se podría decir entonces que es el sistema político sufre un colapso.

Interesante resulta leer que Rousseau habla de los diputados y sus diferentes características y
es fácil darse cuenta nuevamente que está lejos de nuestra realidad, y me voy a permitir
transcribir textualmente un fragmento del libro que lo dice todo …” En un estado bien arreglado
cada cual corre á las asambleas; bajo un mal gobierno, nadie quiere dar un paso para ir á ellas,
porque nadie toma interés en lo que se hace, pues se prevé que la voluntad general no será la
que domine, y en fin porque los cuidados domésticos ocupan toda la atención. Las buenas leyes
hacen dictar otras mejores, las malas son seguidas de otras peores.”*, para la desgracia de
nuestro país esto aplica, son pocos los ciudadanos que asisten a los despachos de los diputados
a presentar sus ideas o proyectos para sus comunidades porque saben, que en la mayoría de
casos, no serán tomados en cuenta y cometemos el error de conformarnos con los pobres y a
veces desfasados proyectos que presenta el poder ejecutivo.

En el libro también se desarrollan diferentes temas como lo es la igualdad, la esclavitud y el


cómo conservar el poder, etc, pero he querido enfocarme en estos aspectos porque se adaptan
al contexto de nuestro país.

En conclusión, puedo decir que para ejercer cargos de poder, designados por el pueblo es
necesario tener una vocación y un compromiso con los ciudadanos y con la patria, pero hay
que ir más allá, me parece vital la formación política en todos sus ámbitos, desde la filosófica
hasta la económica. Lo más importante es que el cambiar los errores del pasado y del presente
está en nuestras manos, la preparación y el amor a la patria gobierna en muchos, que amamos
nuestro país.

Fue uno de los representantes de la ilustración, defendíó los ideales de tolerancia y libertad.
Pero también fue uno de los críticos más duros por dos razones: Revindicaba como valor
superior el sentimiento, impuso el sentimiento frente a la razón, defendíó el subjetivismo, la
libertad y también rechazó la idea de progreso y optimismo ilustrado sosteniendo que la cultura
y la civilización no mejoran al hombre, sino que son el origen de la desigualdad entre los
hombres. La sociedad ha hecho peor al hombre enseñándole el lujo y el goce. El pensamiento
de Rousseau fue una fuente de inspiración de grandes revoluciones

Rousseau desarrolla su teoría contractualista (la sociedad y el estado son producto de un pacto.
Son algo artificial y no algo natural). Esta teoría sirve para legitimar o justificar los sistemas
políticos (en el de Rousseau justifica la democracia). Rousseau analiza el paso del estado
natural al estado social (hipótesis). El estado de naturaleza es un estado donde el hombre vive
feliz y libre, donde hay armónía y bondad. Todos los hombres sienten solidaridad por los
demás. Este estado de naturaleza ya no existe; la sociedad nos ha conducido a la degeneración,
al egoísmo, desigualdad e individualismo gracias a la propiedad privada. Se puede reformar la
sociedad a través de un contrato social. El contrato social es un pacto de todos los individuos.
Este acuerdo viene del pueblo y nace la voluntad general (colectividad). Esta voluntad general
no son intereses particulares sino es el pueblo tomado como un todo. EL individuo se identifica
con la comunidad. Esta voluntad generales:
Soberana

La autoridad recae sobre el pueblo. Su finalidad es el bien común. Su objetivo es elaborar leyes
que garanticen la igualdad y la libertad.

Inalienable

El poder es ejecutado por todos.

Indivisible:

No hay división de poderes. Los ciudadanos a través del contrato se convierten en Soberanos:
Elaboran leyes.

Súbditos:

Las obedecen. Todos los ciudadanos renuncian a los intereses particulares para pensar en la
comunidad.

Cada individuo se identifica con el todo. Las leyes son justas porque piensan en el interés
general. Rousseau se inspira en la democracia directa participativa propia de la polis griega y
Roma. En ellas existía el sentimiento de solidaridad, cooperación y fraternidad.

Es partidario de la religión natural o deísmo. El deísmo admite la existencia de Dios, así como
la creación y el gobierno del mundo, por parte de Dios pero rechaza las instituciones religiosas
ya que no son fruto del miedo. Se oponen a la visión mecanicista del mundo que interpreta la
naturaleza como una maquina compuesta de materia. Para Rousseau la naturaleza tiene un
orden fijado, por lo que existe un destino que los hombres tienen que aceptar. Al estar todo
planificado por la mente divina, dirá que el mal es el fruto del libre albedrío del ser humano.
Afirma la inmortabilidad del alma. Hablará también de una religión civil que es educar con los
conocimientos de los deberes.

La obra de Rousseau es inclasificable, pues aparece caracterizado con rasgos contradictorios:

ilustrado y romántico (o antiilustrado), individualista y colectivista, idealizador del «buen


salvaje» y del «contrato social», reformista y revolucionario. Para algunos es precursor de
Marx, al establecer la total absorción del individuo por parte de la vida social y de la
cancelación de los intereses antagónicos en el seno del Estado. Por otra parte, Kant lo llamó el
«Newton de la moral». De Rousseau se remonta la idea de una autolegislación, de que la
obediencia a la ley autoimpuesta es libertad, mientras que en Kant el deber es la libre sumisión
a la ley moral impuesta por la propia razón. En otro ámbito, Rousseau es el gran teórico de la
pedagogía moderna, en el que la educación está basada desde la infancia en el desarrollo
sensorial, en experiencias programadas y en los intereses y necesidades de la persona.

Es incluso considerado un precursor indiscutible de pedagogos románticos como Pestalozzi

y Froebel, de la «escuela activa» de Dewey y Montessori, y de las «pedagogías libertarias».

En todo caso, Rousseau es uno de los filósofos más importantes del siglo XVIII y ha habido

en nuestro tiempo una especie de renacimiento roussoniano, pues también se lo percibe como
un precursor de las polaridades existencialistas de la autenticidad y la mala fe, o como un
precursor de la posmodernidad, al haber sido un crítico del progreso y la cultura moderna.

El Contrato Social de Rousseau significa un prisma desde el cual pueden verse los diversos
colores de la realidad política. Pero no sólo de su tiempo, porque también nos permiten repensar
nociones que se enfrentan como libertad o derecho del más fuerte, participación política del
pueblo o representatividad, bien común o interés privado, unidad política o divisibilidad de
poderes de la república, voluntad general o pluralismo político, soberanía o gobierno.

Estas problemáticas se analizan en este artículo, principalmente relacionándolas con aspectos


de la política contemporánea, sobre todo para destacar la necesidad de fomentar Estados cada
vez más soberanos y donde el gobierno ejerza un papel menos protagónico.
I. EL PACTO SOCIAL Y LA VOLUNTAD

GENERAL

«El hombre ha nacido libre, y sin embargo, en todas partes se halla encadenado. Hay quien se
cree amo de los demás, cuando no deja de ser más esclavo que ellos. ¿Cómo se ha producido
este cambio? Lo ignoro. ¿Qué puede legitimarlo? Creo poder responder a esta cuestión». Estas
líneas famosas dan apertura al Contrato Social y su autor es claro de que no trata de referirse a
un asunto de historia, sino de legitimidad, de derecho a la libertad humana como una
característica natural e inalienable.

Nadie debe atentar o despojar de la libertad a ningún ser humano bajo ningún pretexto y, en
caso de hacerla, su dominio es ilegítimo. Por eso la obligación social no podría fundarse
legítimamente en la fuerza. Así las cosas, no hay derecho del más fuerte. Se obedece por
necesidad y no por deber, incluso se deja de obedecer cuando la fuerza cesa.

Rousseau critica la máxima de San Pablo, según la cual «todo poder viene de Dios»,
recomendando la obediencia pasiva a los esclavos (Colosenses, III, 22-25). En su lugar, se
antepone el ejemplo del Cíclope que había encerrado en su caverna a Ulises y sus compañeros
con el fin de devorarlos, y que éstos en lugar de aguardar con tranquilidad a que les tocara su
turno, más bien se revelaron picándole su único ojo mediante un engaño.

Otro argumento que tampoco tiene validez es que la obligación social está fundada en la
autoridad del padre, y que el gobernante vendría a ser su sustituto. Todas estas son tesis
absolutistas, que creen que «el género humano pertenece a un centenar de hombres», o que «la
especie humana se divide en rebaños de ganado, cada uno con su jefe que lo guarda para
devorarlo», y «que los reyes son dioses y los pueblos animales».

El único fundamento legítimo de la obligación se encuentra en el contrato establecido entre


todos los miembros que se integran en sociedad, con el fin de no perder la libertad original y
ganar los beneficios que derivan de la vida asociada. En esta línea Rousseau se traza como
objetivo: «Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja de toda la fuerza común
la persona y los bienes de cada asociado, y por la cual, uniéndose cada uno a todos, no
obedezca, sin embargo, más que a sí mismo y quede tan libre como antes».
Existe un giro vertiginoso que se opera del Discurso sobre la desigualdad al Contrato Social,
pues ya no se focaliza los factores negativos de la sociabilidad, sino que se subrayan las
prerrogativas de vivir en comunidad:

«Este pasaje desde el estado de naturaleza hasta el estado social produce en el hombre un
cambio muy notable, reemplazando en su conducta el instinto por la justicia y otorgando a sus
acciones unas relaciones morales de las que antes estaban exentas. Sólo así, cuando la voz del
deber sustituye el impulso físico y el derecho sustituye el apetito, el hombre que hasta entonces
se había limitado a contemplarse a sí mismo, se ve obligado a actuar según otros principios,
consultando con su razón antes de escuchar a sus inclinaciones.

Sin embargo, aunque en este nuevo estado se prive de muchas de las ventajas que le concede
la naturaleza, obtiene compensaciones muy grandes, sus facultades se ejercitan y se amplían,
sus ideas se desarrollan, sus sentimientos se ennoblecen y su alma se eleva hasta un grado tal
que -si el mal uso de la nueva condición a menudo no le degradase, haciendo que baje más
abajo incluso de su nivel originario- tendría que bendecir sin pausa el feliz instante que lo
arrancó para siempre de allí, convirtiendo al animal estúpido y limitado que era, en un ser
inteligente, en un hombre» (pp. 26-27).

He aquí la recuperación de la antigua naturaleza, esta vez bajo condiciones sociales.

Ello consiste en una traslación de un estado a otro, donde no se puede dejar de ganar. En torno
a estos puntos comenta Chevallier (1972, 152):

«La transformación del hombre natural en ciudadano transformó sus instintos, los modificó

químicamente. El hombre fue, para su bien y para el bien de todos, desnaturado por la
institución social legítima (opuesta a la sociedad falsa e injusta, estigmatizada en el famoso
Discurso sobre el origen de la desigualdad, anterior al Contrato). El hombre transportó su "yo
a la unidad común, de suerte que cada particular no se cree ya uno, sino parte del todo"».

Este principio de regeneración estaría dado por un nuevo orden social, cuyo poder legítimo que
garantiza el verdadero contrato está constituido por la voluntad general: «Cada uno de nosotros
pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general, y
recibimos en cuerpo a cada miembro como parte indivisible del todo» (p. 23).
Esta frase apunta a que cada asociado se priva por completo, con todos sus derechos, a favor
de la comunidad. Por consiguiente, la condición es igual para todos, pues cada uno se
compromete hacia los demás.

O dicho en otros términos, cada uno dándose a todos, no se da a nadie en particular. Por eso la
elaboración de un nuevo tipo de sociedad con derechos legítimos sólo puede darse con plena
libertad de parte de sus contratantes, tratándose de un acto de deliberación previa. En este
sentido Grimsley considera: «La constitución de la sociedad depende de una opción racional y
no de sentimientos espontáneos» (1977, p. 119).

¿Pero qué es exactamente la «voluntad general»? La idea de la voluntad general presupone una
alta moralidad o una regeneración moral, pues es «en cada individuo un acto puro del
entendimiento que razona, permaneciendo las pasiones en silencio». Significa renunciar a los
intereses egoístas y particulares, en beneficio del bienestar colectivo. No se trata de la totalidad
absoluta, sino de la mayoría moralmente calificada, para decidir sobre el bienestar general o el
bien común. La voluntad general implica un estado de conciencia moral para decidir el destino
general de la comunidad.

Así lo explica Hampsher-Monk: «La voluntad general es aquello que la Asamblea soberana de
todos los ciudadanos debe decidir, si sus deliberaciones fueran tal como deben ser» (1996, p.
216).

Puede apreciarse que de acuerdo con Rousseau existen tres períodos sobre los cuales pasa el
ser humano: el estado de inocencia, caracterizado por el estado natural, el de decadencia,

caracterizado por el estado social vigente, y el de restauración moral, caracterizado por el


contrato ocial. Asimismo, en el estado de naturaleza predominaba a obediencia humana a los
instintos aturales, en el estado social predominan las asiones y voluntades particulares, y en el
contrato ocial predominaría la obediencia humana a la oluntad general y a los derechos
legítimos.

La verdadera libertad, que supone una revia moralidad, es la facultad de hacer prevalecer obre
la voluntad particular la voluntad general, liminando el amor de sí mismo en beneficio el amor
del grupo. Su origen se remonta de la iedad natural hacia el prójimo, transformada ediante la
educación moral al plano político del nterés común, al de la solidaridad como el valor
máselevado.

La teoría política de Rousseau es una adical socialización humana, una total colectivización,
on el propósito de que no aparezcan pululen los intereses privados. En este sentido l contrato
social garantiza una igualdad, pues odos los asociados tienen iguales derechos en el eno de la
comunidad.

11. LA SOBERANÍA

El soberano es la voluntad general, como voluntad, es actividad, decisión. El soberano quiere


el interés general, constituyéndose omo un cuerpo, como un todo, cuya existencia ctiva se da
cuando el pueblo está reunido. a soberanía, o poder del cuerpo político sobre odos sus
miembros, se identifica con la voluntad eneral, y sus características fundamentales son:
nalienable, indivisible, infalible y absoluta. nalienable.

En los Estados mal dirigidos o que se transmite es el poder, pero no la voluntad. a voluntad
general no puede alienarse, sea, cambiar de naturaleza, cederse o representarse.

Una voluntad no puede encadenarse ara el futuro delegándola en un representante diputado:

«El soberano puede muy bien decir: en este omento quiero lo que quiere tal hombre, o, al enos,
lo que él dice que quiere; pero no puede ecir: lo que este hombre quiera mañana, lo uerré yo
también; puesto que es absurdo que la oluntad se encadene para el porvenir» (p. 32).

El modelo de Rousseau es el de la democracia inebrina, con sus plebiscitos en que cada ual
decide, sobre las leyes propuestas por los agistrados. Rechaza en cambio el régimen
epresentativo, no impresionándole el Parlamento nglés: «El pueblo inglés cree ser libre, pero
se quivoca; sólo lo es durante la elección de los iembros del Parlamento; una vez elegidos, se
onvierte en esclavo, no es nada». Por eso no se ebe de identificar «soberanía del pueblo» con
representación electoral».

Indivisible. Por la misma razón que la soberanía es inalienable, es indivisible.


Cuando la voluntad es general se refiere al cuerpo del pueblo, se declara un acto de soberanía
y se convierte en ley. Por el contrario, cuando la voluntad no es general se refiere solamente a
una parte del pueblo, siendo una voluntad particular, un acto de magistratura o un decreto.

Dividir la soberanía es matarla. Y aún reconociéndola una en su principio, pero en la práctica


dividiéndola en poder legislativo, ejecutivo, judicial y ministerios, es también debilitarla.

Los políticos realizarían desde la perspectiva roussoniana un Frankenstein político, como si


compusiesen al hombre con varios cuerpos, como si hiciesen del soberano un ser fantástico,
formado de partes unidas. Su equivocación es haber tomado los poderes como «partes», cuando
no son ni pueden ser más que «emanaciones» de la soberanía.

Teóricos como Montesquieu, que dividen la república en poderes autónomos en condición de


igualdad, siguen una lógica que no es favorable al pueblo en su conjunto. Infalible.

La voluntad general no puede errar, porque ésta «es siempre recta y siempre tiende a la utilidad
pública» (p. 35). El principio democrático es que el pueblo que se ha colectivizado, que ha
silenciado los intereses particulares, quiere siempre y necesariamente el bien de todos y de cada
uno. Sin embargo, ello no implica que las deliberaciones de otros pueblos tengan siempre la
misma rectitud, pues a menudo se les engaña y parece querer su mal.

Hay que distinguir, por tanto, dos tipos de voluntades, la «voluntad de todos», que mira

hacia el interés privado, que es la suma de las voluntades particulares, y la «voluntad general»,
que mira hacia el interés común, formado por el pueblo calificado, que no se ha dejado
manipular en su elección.

Para que haya voluntad general cada ciudadano debidamente informado «sólo opinarápor sí
mismo», y se eliminará la «sociedad parcial en el Estado».

Ello significa extirpar del seno social los partidos, asociaciones o facciones, que se constituyen
en contra del gran cuerpo político. La postura roussoniana estaría en contra de la tendencia
moderna basada en el «pluralismo», que considera que la esencia de un Estado democrático se
halla en la proliferación de una rica variedad de organizaciones y grupos de presión que buscan
influir sobre el electorado y la opinión pública.

Ello generaría un contrafuerte contra la «dictadura de la mayoría », a fin de que la diversidad


de los grupos garantice hasta cierto punto a los ciudadanos el que sus puntos de vista sean
llevados a la arena política. Pero la soberanía del filósofo ginebrino no podría permitir una
«competencia entre partidos », una elección periódica entre líderes políticos, pues todos ellos
no son más que enemigos del conjunto social, al buscar llevar a la práctica sus intereses
particulares.

La filosofía política roussoniana, que pretende eliminar las sociedades parciales dentro del
Estado, no concordaría con la perspectiva de Maquiavelo, quien no considera que los «tumultos
» que protestan o las facciones que pugnan con intereses contrarios a los que tienen el poder,
sean nocivos para la libertad de una república.

Tanto el filósofo florentino como Rousseau estiman que la antigua Roma fue el mejor gobierno
que ha existido. Sin embargo, Maquiavelo en los Discursos dice que Roma, como cualquier
otra república, hubo en todo tiempo «dos disposiciones distintas», la de la plebe y la de sus
adversarios las clases superiores, el senado o patricios.

En el conflicto de estas clases antagónicas se formó un equilibrio tensamente establecido, que


incidió para que ninguno de los dos bandos pudiese oprimir o pisotear los intereses del otro.

Su conclusión es que «quienes condenan las pugnas entre nobles y plebeyos están denigrando
las cosas mismas que fueron la causa básica de que Roma conservara su libertad». De la
discordia civil es de donde surgen leyes que benefician el conjunto de la comunidad y los
«tumultos», que «merecen el mayor elogio», fueron en la antigua

Roma la consecuencia de una intensa participación política y de las virtudes cívicas más
elevadas.

Por consiguiente, «toda legislación favorable a la libertad es producida por el choque entre las
clases», siendo el conflicto de los intereses de clases no el elemento corrosivo, sino más bien
los pilares de una sociedad activamente política.
A partir de estos aspectos, surgirían las preguntas: ¿La cancelación los intereses distintos de
las clases sociales en el seno de una comunidad, no implicaría sino un único punto de vista que
podría conducir a una dictadura?

¿Podría ocurrir una «tiranía de la mayoría», donde éstas voten para despojar a las minorías de
sus legítimos derechos, actuando de una forma opresora y transgrediendo el sustento igualitario
de la democracia?

El autor del Contrato Social argumentaría que esa posibilidad se da cuando prevalece la
«voluntad de todos», como reunión de intereses particulares o masas engañadas por las
«sociedades parciales». La voluntad general acontece cuando el pueblo participa por
razonesmorales y comparte el principio de preservar la 141 unidad de la libertad, la igualdad,
la fraternidad y la tolerancia, que impiden precisamente una conducta «tiránica» por parte de
la mayoría.

Absoluta. La soberanía es un poder absoluto, sin límites en lo que respecta a su propia


supervivencia y bienestar:

«Si el Estado o la Ciudad no es más que una persona moral cuya vida consiste en la unión de
sus miembros, y si el más importante de sus cuidados es el de su propia conservación, necesita
una fuerza universal y coercitiva para mover y disponer cada parte de la forma más conveniente
al todo. Igual que la naturaleza da a cada hombre un poder absoluto sobre todos sus miembros,
el pacto social da al cuerpo político un poder absoluto sobre todos los suyos, y es este mismo
poder el que, dirigido por la voluntad general, lleva como he dicho el nombre de soberanía» (p.
36).

Rousseau anteriormente había hecho la distinción del doble rol de los individuos como
«ciudadanos», como partícipes en la autoridad soberana, y como «súbditos», en cuanto
sometidos a las leyes del Estado.

El carácter de absolutade la soberanía implica este último aspecto.

Con ello Rousseau no niega los derechos naturales del individuo, los que deben de gozar

en calidad de seres humanos. Pero el soberano, como cuerpo colectivo y persona moral, tiene
también derechos, en el que todos sus miembros al haber aceptado el pacto social que los
beneficia, deben cumplir con todas las obligaciones que se les demande, siempre que no sea
«ninguna cadena inútil a la comunidad».

El término «absoluto» ha sido quizás poco feliz, pero Rousseau le quiso otorgar a la soberanía
del pueblo, a los ciudadanos en corporación, un carácter por el cual éstos nunca corren peligro
en manos de un absolutismo monárquico. A la frase de Luis XIV «el Estado soy yo», se le
antepondría el Estado somos activamente nosotros.

La soberanía roussoniana, además de ser inalienable, indivisible, infalible y absoluta, es


también sagrada e inviolable. Los atributos religiosos le confieren mayor aceptación en el
pueblo.

Incluso se convierten en «dogmas positivos», que hacen que se «arraiguen en el fondo de los
corazones», como lo es la «santidad del contrato social y de las leyes».

111. LA LEY Y EL LEGISLADOR

La ley, expresión de la voluntad general, es la más importante realización de la sociedad,


otorgándole su movimiento. A los ojos de Rousseau la ley tiene un carácter sagrado y debe
sentirse hacia ella un respeto prácticamente religioso. Gracias a las leyes los individuos
obedecen y sirven sin tener un «amo». Las leyes otorgan al que las cumple libertad, porque su
observancia se da a partir de su propio consentimiento.

Cinco años después del Contrato Social, en 1767, le escribió al marqués de Mirabeau: «Según
mis viejas ideas, el gran problema de la política, que yo comparo al de la cuadratura del círculo
en geometría, es encontrar una forma de gobierno que coloque la ley por encima del hombre »
(1994, p. 157).

La ley no puede ser manifestación arbitraria porque la materia hacia la cual estatuye es general,
al igual que la voluntad que la cristalizó. Así, la ley considera a los súbditos como corporación
y a las acciones como abstractas, jamás a un ser humano como individuo particular ni a una
condición específica para nadie.

Por ejemplo, la ley puede establecer privilegios, pero no darlos nominalmente a nadie. La ley
está diseñada para el beneficio de la colectividad y no de particulares. Aquí la ley no puede ser
injusta, porque «nadie es injusto hacia sí mismo». Nuestros Parlamentos y Asambleas
Legislativas modernos no son más que el reflejo desordenado de pasiones e intereses privados,
cuyos proyectos de ley están por lo común destinados al disfrute de una minoría en perjuicio
de la mayoría.

Si no son los «representantes del pueblo» los encomendados a labor tan trascendente,¿a quién
o a quiénes se les dará esa sagrada tarea? ¿Será acaso el propio pueblo? El mismo Rousseau al
principio nos desconcierta, o, más bien, nos lanza a una tempestad de la que después
encontramos puerto seguro:

«¿Cómo una multitud ciega, que con frecuencia no sabe lo que quiere porque raramente sabe
lo que es bueno para eLLa,ejecutaría por sí misma una empresa tan grande, tan difícil como un
sistema de legislación? Por sí mismo el pueblo siempre quiere el bien, pero por sí mismo no
siempre lo ve. La voluntad general es siempre recta, pero el juicio que la guía no siempre es
esclarecido. Hay que hacerle ver los objetos tales como son, a veces tales como deben parecerle,
mostrarle el buen camino que busca, garantizarle contra la seducción de las voluntades
particulares, aproximar a sus ojos los lugares y los tiempos, contrapesar el atractivo de las
ventajas presentes y sensibles con el peligro de los males lejanos y ocultos.

Los particulares ven el bien que rechazan; el público quiere el bien que no ve. Todos tienen por
igual necesidad de guías. Es necesario obligar a los unos a conformar sus voluntades
(particulares) con su razón; es necesario enseñar al otro a conocer lo que quiere. Entonces, de
las luces públicas resulta la unión de la voluntad y del entendimiento en el cuerpo social; de
ahí la exacta concurrencia de las partes, y.finalmente, la mayor fuerza del todo. He aquí de
donde nace la necesidad de un legislador» (pp. 44-45).

El giro inesperado hacia la figura del legislador, como personaje singular, después de hablar
del carácter general de la voluntad y de la ley, se basa en razones históricas. Alaba a Moisés,
que otorgó leyes a los judíos, Solón que lo hizo con Atenas, Licurgo con Esparta y Calvino con
Ginebra. El legislador debe poseer un genio elevado, una inteligencia superior más allá de las
pasiones humanas. Su cargo tiene condiciones diametralmente opuestas al de los legisladores
de los parlamentos actuales, pues sus actos no son ni de magistratura ni de soberanía. El que
hace la ley no debe beneficiarse de ella y por eso no debe mandar a los hombres:

«Quien redacta las leyes no tiene, pues, ni debe tener, ningún derecho legislativo, y el pueblo
mismo no puede, aunque quiera, despojarse de este derecho intransferible; porque según el
pacto fundamental sólo la voluntad general obliga a los particulares, y nunca se puede asegurar
que una voluntad particular es conforme a la voluntad general hasta después de haberla
sometido a los sufragios libres del pueblo» (p. 47).

El legislador es parte del Estado, pero las leyes que realiza no las aprueba ni ejecuta, a ello le
corresponde únicamente a la soberanía del pueblo. Con frecuencia el legislador puede ser un
extranjero, pues no hay profeta en su propia tierra, como en el caso de Calvino en Ginebra.

Pero existen dos elementos que parecen incompatibles: por un lado, el hecho de que un
personaje tan fuera de serie aparezca, que surja alguien por encima del común de la humanidad,
y, por otro, que haya una autoridad que lo respalde.

Tampoco el pueblo suele entender el lenguaje de los sabios, y resulta complejo transmitirle las
ventajas que se derivan de algunas privaciones que imponen las buenas leyes. Se describe que
en los Estados nacientes, al no apelarse ni a la fuerza ni al razonamiento, se ha recurrido a
simular una intervención divina. Los «padres de las naciones» han invocado la intervención
del cielo, a fin de que los ciudadanos «obedeciesen con libertad y portasen dócilmente el yugo
de la felicidad pública». El legislador hábil ha «puesto sus decisiones en boca de los inmortales,
para arrastrar mediante la autoridad divina a aquellos a quienes no podía poner en movimiento
la prudencia humana».

¿Pero el legislador lo resume Rousseau en un mero impostor? De ninguna manera, porque «no
a todo hombre corresponde hacer hablar a los dioses, ni ser creído cuando se anuncia como su
intérprete». Desde época inmemorial la religión ha servido como instrumento de la política y
resultaría difícil encontrar una comunidad donde no exista del todo esa injerencia. El último
capítulo del Contrato Social se titula De la religión civil, que es la «religión del ciudadano»,
carente de un contenido dogmático, de donde nace la intolerancia. Cada cual puede tener las
opiniones que le plazcan y lo más importante de la religión es extender los lazos de
sociabilidad.

Si consideramos la analogía de que antes de construir un gran edificio se hace un estudio

de suelos que determine la factibilidad de su realización, en el caso de la labor de un legislador


143 éste «no empieza por redactar leyes buenas en sí mismas, sino que antes examina si el
pueblo al que las destina es apto para soportarlas». Lo más importante de las leyes, ya sean
fundamentales o constitucionales, civiles y criminales, es su observancia. El hecho que se
cumplan es algo «que no se graba ni en el mármol ni en el bronce, sino en los corazones de los
ciudadanos»; cuando las leyes, las instituciones y la autoridad pierden su fuerza, ésta es
reanimada por el hábito.

Es en las costumbres, usos y la opinión que depende el éxito de la política. El legislador es un


genio creativo que sabe formar leyes convenientes según las costumbres del lugar, mientras
que los meros imitadores realizan injertos que no florecen, como Pedro el Grande, quien se dio
a la tarea de europeizar a los rusos, cuando debió primero por «empezar por hacer rusos».

IV. EL GOBIERNO COMO SOSPECHOSO DE ANTENTAR SIEMPRE CONTRA LA


SOBERANÍA

Después de hablarnos de la dificultad de encontrar esa figura extraordinaria, de ese profeta


altruista de la política, aparece otro obstáculo, que es la aplicación de la ley. La excelencia de
ley estriba en que está por encima de los seres humanos y su objeto es lo «general». Pero
ejecutar la leyes «reducirla a actos particulares», implicando que hombres determinados den
órdenes particulares a otros hombres.

Se tendrá que recurrir a un gobierno, que es distinto al soberano. Se trata de la tajante distinción
entre el soberano, pueblo en corporación que vota las leyes, y el gobierno, grupo de
hombresparticulares que las ejecutan. El soberano como voluntad general quiere, mientras que
el gobierno obra, ejecuta por medio de actos particulares.

En el poder legislativo como manifestación de la voluntad general, «el pueblo no puede ser
representado; pero puede y debe serio en el poder ejecutivo, que no es más que la fuerza
aplicada a la ley». Sin embargo, el gobierno tendrá un papel subordinado con respecto al
soberano, pues siempre será sospechoso de «esforzarse»por naturaleza en contra de él.

El gobierno es un mal necesario. Éste no debe tener la preponderancia que históricamente se le


ha asignado, pues es sólo «el ministro del soberano». El gobierno no es más que un «cuerpo
intermedio establecido entre los súbditos y el soberano para su mutua correspondencia,
encargado de la ejecución de las leyes y del mantenimiento de la libertad, tanto civil como
política».

Este cuerpo lo conforman magistrados, reyes, príncipes o gobernantes, y no son legítimamente


«soberanos». No existe tampoco ningún «contrato » con el gobierno, pues el único pacto social
es el que fundó a la sociedad y creó la soberanía.
Con respecto al gobierno no puede haber ningún «pacto de sumisión», por el cual la sociedad
le transfiere poderes dándose a sí misma un superior, un amo, un soberano. El único
sometimiento del Estado es hacia la ley. Por eso «los depositarios del poder ejecutivo no son
los amos del pueblo, sino sus oficiales; él puede establecerlos y destituirlos cuando le plazca;
no se trata para ellos de contratar, sino de obedecer». El gobierno no tiene «en absoluto más
que una comisión, un empleo, en el cual, como simples oficiales del soberano, ejercen en su
nombre el poder de que les hizo depositarios, y que él puede limitar, modificar y recobrar
cuando le plazca».

Este «depósito» del poder da origen a diversas formas de gobierno. Se trata de un criterio
numérico en cuanto a la cantidad de miembros que fungen como cuerpo intermedio encargado
de ejecutar las leyes. Cuando ha sido «encomendado» a todo el pueblo o a su mayor parte, se
le da el nombre de democracia; cuando se le asigna a un pequeño número, es una aristocracia;
y cuando recae en manos de uno solo es una monarquía.

No se trata de la clásica división de Aristóteles de los gobiernos legítimos. Ello porque


Rousseau distinguió de forma radical, soberano y gobierno, y en la subordinación del segundo
hacia el primero reside la legitimidad del poder. El Estado, en el que el pueblo como cuerpo
soberano aprueba o rechaza las leyes propuestas por el legislador, funciona directamente como
poder legislativo. Si esto se cumple todo gobierno resulta legítimo, funcionando como poder
ejecutivo. Así las cosas, el gobierno no ejerce usurpación sobre el soberano, sino que se limita
a ser su ministro, su dependiente, su ejecutor fiel de su voluntad general.

También Rousseau rompe con la antigua discusión sobre cuál es la mejor forma de gobierno,
porque eso es un asunto relativo en cada caso y porque ningún autor antes de él le asignó un
carácter subalterno con respecto a la soberanía.

En el análisis de las formas de gobierno la democracia es el «poder legislativo y ejecutivos


unidos», designa al pueblo en corporación que no sólo vota las leyes, sino también las medidas
particulares requeridas para su ejecución. Confusión de poderes, gobierno directo en el que el
mayor número de ciudadanos realizan al mismo tiempo los actos generales (leyes) y los actos
particulares (aplicación de las leyes). Es un mal gobierno, porque «no es bueno que el que hace
las leyes las ejecute, ni que el cuerpo del pueblo desvíe su atención de las miras generales para
volverla a los objetos particulares». No hay nada más dañinoque la corrupción del poder
legislativo, «consecuencia infalible de las miras particulares».
Este gobierno supone muchas cosas difíciles de conciliar, como un Estado muy pequeño donde
el pueblo constantemente se reúna, así como una igualdad en las clases sociales y las fortunas,
y soportar la inestabilidad de las agitaciones internas y las guerras civiles. La desaprobación
roussoniana del gobierno democrático por su peculiaridad de impráctico y alejado de la
naturaleza humana se refleja en el texto: «Tomado la palabra en el rigor de la acepción, jamás
existió verdadera democracia, ni existirá nunca. Es contra el orden natural que el mayor número
gobierne y los menos sean gobernados.

No es concebible que el pueblo permanezca incesantemente reunido para ocuparse de los


negocios públicos, siendo fácil comprender que no podría delegar tal función sin que la forma
de administración cambie [. . .] Si hubiera un pueblo de dioses, se gobernaría
democráticamente.

Un gobierno tan perfecto no conviene a los hombres» (p. 72). Este tipo de democracia absoluta,
que se implantó en la Atenas antigua, con sus asambleas tumultuosas que además de aprobar
leyes, caían en el desacierto de realizar actos particulares referidos a personas, es algo que le
disgusta a Rousseau. Pero no debe malentenderse sus afirmaciones sacando la conclusión de
que es antidemocrático, ni mucho menos que su colectivismo social conduce a un totalitarismo.
Lo que critica Rousseau es la democracia únicamente vistacomo gobierno, porque la
soberanía, «el corazón mismo del Estado», implica una constante participación, una
corporación activa del pueblo que aprueba las leyes conducentes al bien común.

La democracia representativa moderna posee, desde la óptica roussoniana, un nivel inferior al


de la democracia directa antigua, porque el pueblo no cuenta con el poder legislativo y
ejecutivo.

Sólo se limita nombrar periódicamente a sus «representantes», que lo que hacen es usurpar una
soberanía de un pueblo que no está acostumbradoa la libertad, porque no se lo ha «obligado a
ser libre». En nuestro tiempo con medios tecnológicos cada vez más sofisticados las
limitaciones de población y territorio ya no son obstáculo para la constante participación
ciudadana, ya sea para una Asamblea Nacional Constituyente a fin de efectuar reformas
constitucionales o la realización continua de referendum, votación del pueblo por la que éste
aprueba o rechaza un proyecto que le presenta el gobierno. El Estado suizo en la actualidad es
uno de los mayores ejemplos en el mundo del uso constante del referendum y de la gran
responsabilidad y poder que tiene el pueblo en sus decisiones.

Rousseau es un defensor de la libertad e igualdad, pero en su tiempo predominaba un


liberalismo asociado a la propiedad y a la desigualdad.

Por eso Touchard (1999, p. 329) interpreta que como las condiciones de la democracia todavía
no existían ni en los hechos ni en las ideas, Rousseau elabora una utopía racional, que el mismo
autor nunca creyó que pudiese llegar a realizarse.

La aristocracia es el gobierno dirigido por un pequeño número. Esto fue propio de las primeras
sociedades, donde los jefes de familia deliberaban los asuntos públicos y donde se valoraba la
autoridad de la experiencia. Hay tres tipos de aristocracia: 1) natural, que conviene a pueblos
145 sencillos; 2) electiva, es la mejor, porque el pueblo elige a un pequeño número en función
de su integridad, su conocimiento y experiencia; y 3) hereditaria, la peor de todas, como los
gobiernos absolutistas del siglo XVIII.

La aristocracia electiva podría ser uno de los mejores gobiernos. Pero debe cumplir con el
requisito de que «los más sabios gobiernen a la multitud cuando se está seguro de que la
gobernarán en provecho de ella y no para el suyo particular; no hay que multiplicar vanamente
las competencias, ni hacer con veinte mil hombres lo que cien hombres escogidos puede hacer
aún mejor». Sin embargo, la aristocracia exige «la moderación en los ricos y contento en los
pobres», que es difícil de cumplir. También la aristocracia riñe con la igualdad rigurosa, lo cual
terminaría atentando contra la soberanía del pueblo. Además habría que educar al pueblo para
que entienda «que hay en el mérito de los hombres razones de preferencia más importantes que
la riqueza».

La monarquía es el poder ejecutivo reunido en manos de un solo hombre. Este gobierno


representa, por un lado, la mayor unidad y vigor porque «todo camina hacia el mismo fin».

Esta sería la monarquía legítima, la electiva, donde el pueblo en corporación es el soberano y


el rey no es más que el depositario único del poder ejecutivo. Este sería el caso ideal, pero el
real, o de hecho, es el que vivió Rousseau y al que lanza sus mayores dardos antimonárquicos.
En este gobierno predomina «el que la voluntad particulartenga mayor imperio y domine más
fácilmente a las demás». Esta última característica hace que no se busque la felicidad pública
y la fuerza de la administración se vuelva en perjuicio del Estado.
Los monarcas quieren ser absolutos, nunca desean dejar de ser los amos. Si su afán es solo
gobernar su Estado, prefiere un pueblo débil y miserable que no pueda nunca oponérsele; o si
prefiere hacerse temer o conquistar a sus vecinos, hace poderoso al pueblo cuando ese poder
es el suyo.

En conclusión, no hay, pues, un gobierno en esencia bueno, ni siquiera si se hacen mezclas


entre ellos como en los casos de gobiernosmixtos. ¿Cuál es el mejor gobierno? Eso es algo
relativo y es mejor en ciertos casos y peor en otros. Cualquier forma de gobierno no es
conveniente para cualquier país, porque «la libertad, por no ser un fruto de todos los climas, no
está al alcance de todos los pueblos». La discusión sobre el mejor gobierno posible es un tema
estéril, pues resulta inconveniente querer imponer una forma única en todas partes. Por eso el
problema del gobierno es secundario, lo más importante consiste en estar prevenidos a observar
su tendencia a degenerar y a traicionar a la soberanía.

Rousseau nos enseña a prevenirnos en contra del gobierno, pues en éste existe una propensión
natural a corromperse, incluso en caso de que empiece siendo un mero depositario ejecutivo
del poder soberano del pueblo. La máxima del vicio esencial del gobierno es: «Así como la
voluntad particular obra sin cesar contra la voluntad general, así el gobierno se esfuerza contra
la soberanía». Mientras esto no se entienda con toda su evidencia, los pueblos seguirán
esclavizados.

El gobierno es solo un cuerpo intermedio entre el soberano y los súbditos, un grupo


determinado de hombres en el seno del gran cuerpo político que es el Estado, una sociedad
parcial en la grande.

Este cuerpo intermedio tiene su «yo particular», su propia naturaleza de cuerpo parcial, su
tendencia a aumentar su poder a expensas de la gran sociedad. Así la mayor parte de los
gobiernos no han sido más que la usurpación y apropiación de la soberanía: «Este es el vicio
inherente e inevitable que desde el nacimiento del cuerpo político tiende sin tregua a destruirlo,
de igual forma que la vejez y la muerte destruyen el cuerpo del hombre». Panorama
desalentador.
Si la Roma antigua pereció, que cuidó tanto de sus leyes, «¿qué Estado puede esperar durar
siempre? Si queremos establecer uno duradero, no pensemos, pues, en hacerla eterno».

Así como el cuerpo humano empieza a morir desde que nace, de la misma manera el Estado
lleva en sí mismo las causas de su destrucción. Lo importante es hacer una constitución robusta
cuya vida política se sustente en la autoridad soberana o poder legislativo del pueblo, y que
prevalezca y se le subordine alguna de las formas de gobierno mencionadas. El ejemplo
histórico de la aristocracia Rousseau la visual izó en el gobierno de Ginebra, representado por
el Pequeño Consejo, cuerpo restringido de magistrados ejecutores, siempre impulsados a
usurpar al soberano o Consejo general, compuesto de la totalidad de ciudadanos. La
degeneración del gobierno significa «la muerte del cuerpo político», y son los abusos del
gobierno en contra del Estado, los que toman el nombre genérico de anarquía. Aquí la
democracia degenera en oclocracia (mandato de la muchedumbre o plebe), la aristocracia en
oligarquía (mandato de los ricos), y la monarquía en tiranía, como sinónimo de despotismo.

Cuando se cae en estos niveles anárquicos, la autoridad soberana puede retomarse, pues la
voluntad general es «indestructible». Para ello pueden aplicarse remedios normales y
excepcionales. El modelo roussoniano es el de la Roma antigua, con sus comicios y dictaduras
temporales.

El remedio normal ante el caos político son las Asambleas frecuentes de todos los ciudadanos,
pues la soberanía la constituye la Asamblea del pueblo en corporación y el fin último de tales
congregaciones es mantener el pacto social:

«Al no tener el soberano otra fuerza que el poder legislativo, no actúa más que por leyes, y no
siendo las leyes más que actos auténticos de la voluntad general, el soberano sólo podría actuar
cuando el pueblo está reunido. ¡El pueblo reunido], dirá alguien. [Que quimera! Es una quimera
hoy, pero no lo era hace dos mil años. ¿Han cambiado los hombres de naturaleza? » (p. 93).

Cuando la ley manda la realización de la Asamblea, el poder del gobierno cesa, el poder
ejecutivo queda suspendido. Estos actos políticos significan el horror de los jefes, la coraza del
gran cuerpo político y el freno del gobierno.

El remedio excepcional que aplicó Roma para salvar sus instituciones fue la «dictadura», donde
se le entregaba el poder al más digno y capaz para que restaurara el orden y salvara al Estado
de perecer. Una medida extrema en crisis extremas.
Así como se apeló a un personaje extraordinario, al legislador, aquí también se apela a un
individuo excepcional para una tarea excepcional.

Debe recordarse que en la Roma republicana, el dictador era un magistrado que ejercía todos
los poderes durante un máximo de seis meses, a fin de restaurar el antiguo orden

El Contrato Social es una de las obras de teoría política más sabias y menos entendidas.

Para algunos es un sueño político, una utopía, que el propio autor sabe que es irrealizable. No
es en modo alguno un liberalismo, porque ese sistema hace perder la unidad del Estado y las
ideas sociales roussonianas se orientan hacia una cierta equivalencia en la propiedad y en
acercar los extremos en las clases sociales, en que no haya una distancia tan abrupta entre ricos
y pobres. También su obra se la interpreta desde una doble óptica no compatible: como un puro
colectivismo, donde se renuncia a los intereses particulares con vistas al bien común, a pesar
de que su propio autor era un individualista, un «paseante solitario». Como un antepasado
lejano del totalitarismo, es quizás, una de las perspectivas menos prometedoras.

No es tampoco una obra revolucionaria, siendo inexactas las palabras del poeta alemán H.
Heine cuando situó a Rousseau como «la cabeza revolucionaria de la cual Robespierre no fue
más que el brazo ejecutor». Su contribución es más bien indirecta y no de causalidad, al haber
significado una inspiración que enriqueció el conjunto de ideas que fueron el trasfondo de la
Revolución Francesa.

No se puede negar que el concepto de libertad roussoniana como inalienable, en donde


«renunciar a la libertad es renunciar a la cualidad de hombre», fue recogida por la Declaración
de los Derechos del hombre y del ciudadano en su artículo 1: «Los hombres nacen y
permanecen libres e iguales en derechos». Tampoco se puede dejar de ver cómo penetró la obra
del filósofo ginebrino sobre los líderes de las revoluciones y nacimientos de las repúblicas
americanas.

Estudiar el Contrato Social es fortalecer nuestra percepción del Estado, a pesar de los excesos
de su autor, como su extrema unidad, su Todo social casi sagrado, la exclusión de partidos,
restringir el fenómeno religioso a un asunto civil, recomendar la dictadura para la salud pública
apelando a personajes extraordinarios, o a la figura de un ser inspirado como el legislador.

Sus mayores aportes son, quizás, la soberanía del pueblo y la ley como expresión de la voluntad
general, así como de la constante sospecha de atentar en su contra por parte del gobierno.
CONCLUSIÓN

La hipótesis central de Rousseau fue la distinción entre hombre natural y hombre social, el
hombre salvaje y el hombre civil o de cultura. El hombre en estado de naturaleza era bueno,
feliz y libre. La naturaleza cumplía todas las necesidades. Aquí, todos los hombres eran libres
e iguales. El paso del estado natural a la sociedad ha provocado la decadencia del hombre. La
sociedad lo transforma en un esclavo, en un ser desgraciado y malo. La destrucción del estado
de naturaleza tiene su origen en la aparición de la propiedad privada, en ella están las
desigualdades y los males de la sociedad. Rousseau afirma que se puede mejorar las
condiciones de la realidad social a través de la educación y el pacto social. En el “Emilio” obra
que trata el tema de la educación dirá que el hombre es bueno por naturaleza, entonces debemos
dejar actuar por la naturaleza que surjan los sentimientos de solidaridad, así como la moralidad
es el desarrollo de las pasiones y sentimientos del hombre. El hombre en su estado normal de
naturaleza no se mueve por intereses egoístas sino que está movido por la piedad y la
compasión natural hacia los hombres. La pasión natural del hombre es el amor de si
(sentimiento de conservación de la vida pero no es egoísmo sino que va acompañado de la
solidaridad). Rousseau quiere formar ciudadanos antes que consumidores. La sociedad
capitalista convierte a los individuos en seres aislados y egoístas.

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