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Hay un segundo grupo de beneficiarios, por decirlo de una manera, que son
todos aquellas personas en lo individual o en familia que se dedican a
vender el hidrocarburo robado. No es algo menor, pues se calcula que ya
son cientos de sitios junto a carreteras, en barrios alejados, cerca de
centros de abasto de alimentos, en rancherías y áreas suburbanas que se
dedican a comercializar el combustible, que tiene miles de clientes.
Y para otras cientos de familias que sus miembros encuentren trabajo en las
redes que tienen que ver con el robo de combustible, sin contar la derrama
económica que por esa actividad captan los pequeños, medianos y grandes
establecimientos comerciales.