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“La palabra saca el goce del cuerpo y toma a su cargo el dar cuerpo al goce, otro cuerpo, un cuerpo de

discurso.”

1. ENTRE GOCE Y LENGUAJE

“Todo sujeto es y es llamado a ser”. Todo sujeto es, hay un Otro latente, insistente, que pugna por dar
cuenta de su existencia, por ser nombrado y la única forma de dar cuenta de su insistencia y de su
existencia es a través de la palabra, sujetándose al lenguaje y a la cultura. Permitirse existir, entonces,
exige un pago, una deuda cuya forma de saldarse es a través de una renuncia de orden simbólico que
permita reducir el goce al ser nombrado, establecer demandas que permitan de cierto modo la
articulación de un deseo. Sin embargo, no hay manera de saber si este pago y esta renuncia son
balanceados, “más bien, hay que resignarse a la pérdida que implica entregar algo real a cambio de una
recompensa que es simbólica”. Esta transacción realizada no sería posible sin una regulación, una Ley
que establezca prohibiciones, que introduzca al sujeto en el deseo del Otro y permita la conversión del
goce en vergüenza, asco y dolor. Un goce del cual solo queda una marca que se actualiza, que debe
buscar otros caminos, salirse del cuerpo porque el cuerpo ya no es suficiente, para someterse a los
imperativos del ideal del yo. Este goce entonces pasará a ser un goce fálico que partirá de la Cosa al
fantasma, de lo innombrable a lo nombrado, de lo inalcanzable a lo alcanzado. Allí donde esto no es
suficiente, en el plus del goce, donde lo que queda por decir da paso a bordear el objeto a, un objeto
que permita producir quitando, un objeto causa de deseo, un deseo que permite ser y reduce de a poco
ese goce que insiste pero cuya insistencia es ahora dirigida.

2. EL GOCE (NO) ES LA SATISFACCIÓN DE UNA PULSIÓN

En este apartado el autor trata de esclarecer lo referente a la cita “El goce es la satisfacción de una
pulsión” de Lacan para desmentir el mal entendido que surge en torno a esta. La pulsión, pues, es una
tendencia a la satisfacción pero al ser tendencia es importante que no se satisfaga que sea parcial para
que movilice y sea insistente, exploradora, inagotable, que busque la repetición, haga memoria, en este
sentido si el goce es satisfacción es porque es la satisfacción de la pulsión de muerte. Goce, que subyace
a una pulsión que tiende a la destrucción y busca retornar, ubicado en una Spaltung (escisión) que se
escapa de las palabras y se hace difícil de acceder, pero que cuyo acceso solo es posible a través de la
creación, del lenguaje.

En el campo analítico se podrá evidenciar la existencia de la pulsión en dos sentidos, la pulsión sexual,
parcial que apunta hacia el objeto y lo falla, y la pulsión de muerte cuya voluntad es la destrucción y
conduce al sujeto a inscribirse en la cadena significante. Ambas “pueden reunirse en tanto que la meta
última de toda pulsión es este registro de la vida en lo simbólico a través, no de la obediencia, sino de la
trasgresión del principio del placer.”

La pulsión, propia de la demanda, en tanto significante es imposible de su realización. Hay un Otro al


que esta demanda va dirigida. En este sentido, el goce en tanto pulsional se debe a la insatisfacción, que
es estructural, y que anima a la repetición, “el goce es el saldo del movimiento pulsional alrededor del
objeto”, un bordeo del vacío de la Cosa. Por otra parte, existe la consideración del estado conservacional
de las pulsiones cuyo retorno empuja entonces a un estado presubjetivo, encerrado en el cuerpo, a un
estado que va más allá de la vida: la muerte. Así, la vida es una transacción subjetiva con el Otro, por la
existencia del cuerpo a través del significante que permita el movimiento pulsional y que osa por
recuperar ese estado anterior, de la Cosa como objeto de deseo, de ese goce del ser que permite la
existencia del sujeto y será accesible a través de la palabra, a modo de goce fálico. De esta manera,
puede decirse que la palabra siempre es palabra de la Ley pues prohíbe el goce. Ante esa expulsión
(exteriorización) queda obstruido el camino de regreso a la Cosa, al reconocer su carácter inaccesible.

De esta manera, la pulsión es una aspiración por reconocer al Otro y por el cuál debe pagarse. Por lo
tanto, el goce no subyace a la satisfacción de una pulsión sino a una satisfacción del yo. “La pulsión no
tranquiliza ni sacia. La pulsión historiza, hace lo memorable como trasgresión, confina con el fracaso al
llevar a lo real como imposible y es así como alcanza su meta.”

3. LA PALABRA, DIAFRAGMA DEL GOCE.

En ese goce del ser que deja de ser gracias a la palabra donde siempre queda algo que se escapa ahí es
donde se articula el deseo. Este deseo, el Wunsch freudiano, es el de recuperar algo de ese goce
perdido, donde por un instante se pueda vivir en el cuerpo el goce de la Cosa y que son
representaciones de cosas que parecen ajenas pero que finalmente deberán nombrarse, representarse
por la palabra, para obtener algo y a su vez limitarse por las condiciones del Otro del lenguaje para
simbolizar lo perdido, la renuncia del goce. Esto que se escapa buscará articularse también en el
discurso en forma de demandas “para reconocer al Otro y aceptarlo como condición de satisfacción” sin
lograrlo. No hay posibilidad de significar ese goce, no hay palabra que lo diga todo. Así el sujeto es
“efecto de la cadena de un significante uno (S1) que lo representa ante otro significante (S2).” Lo que
queda de esta articulación es un real, irreductible al significante, el objeto a, causa de deseo,
representado por un plus de goce. Este encuentro, entre el sujeto como significado y el objeto como
goce faltante es, con excepción en la psicosis, imposible.

Así, desde Freud y con Freud, el goce en la articulación significante se va repartiendo en momentos que
serán delimitados por las fases de la teoría freudiana de la evolución psicosexual, fases marcadas por la
renuncia al goce del cuerpo, renuncias que irán preparando al sujeto para una renuncia final que los
resignifica retroactivamente. Después del atravesamiento edípico de la castración donde se han
producido todas las renuncias del goce corporal solamente queda la producción del lenguaje para dar
cuenta del Otro. Aquello que queda en el cuerpo, que no es sepultado por la castración retorna de la
represión bajo la forma de síntomas que al ser nombrados obtendrán la forma de un goce fálico. En el
caso de la niña, estará dividida entre un goce fálico que proviene del clítoris y uno vaginal,
complementario y absorbente. De esta manera, surgirán demandas hechas al padre cuyo saldo y
compensación será devengado por un equivalente simbólico, un hijo. Este goce será inscrito entonces
en otros objetos que serán permitidos a través de la instauración de la Ley que determinará también los
distintos modos de satisfacción de aquel que habla.

Esto será desglosado en distintos textos donde se describe el reemplazo del principio del placer por el
principio de realidad. Este placer (Lustprinzip) del que se habla es el mismo goce, goce que corresponde
al yo-real propio del cuerpo y encerrado en el cuerpo; y la realidad proveniente del Otro para
superponer y desplazar el goce del cuerpo, provocando otra división en el sujeto entre dos Otros difíciles
de conciliar: “El cuerpo como Otro que le es ajeno en tanto que sostiene aspiraciones prohibidas de
goce (goce del Otro) y el Otro del lenguaje que reclama renuncias al goce que siempre se suscribirán con
desgano y son el fundamento de los síntomas y de la psicopatología de la vida cotidiana.” Es entonces, a
través de esta significación, procedente de la castración, que es posible incluir la función imaginaria del
falo, así, todo goce que sea accesible será tachado y deberá desplazarse a lo largo de la cadena
significante, fuera del cuerpo.
La forma de hacer cuerpo es a través del lenguaje y el sujeto será constituido por el modo en que el Otro
significa y responde a la demanda, limitando, imponiendo condiciones. El sujeto será entonces una
consecuencia de nombrar lo que en un principio no podía ser nombrado y aquello que no pueda ser
articulado por el significante reaparecerá pues en formaciones inconscientes, que trangreden la Ley y
serán condición para ser estructuradas por el lenguaje y así estructurar el inconsciente, aun cuando
siempre quede algo por decir, algo que falte.

En este sentido, la única forma de dar cuenta del goce es a través de la palabra. Habrá pues un goce
previo, propio del cuerpo, y un goce ulterior que será cosa de hablantes que construye cuerpo. Así, la
palabra es el diafragma del goce, servirá como filtro para aquello que se escapa y produce excesos. En el
caso del neurótico produce barreras y limitaciones por parte del Otro que no serán suficientes para el
psicótico y otras condiciones clínicas. Esto permitirá dar cuenta de que la experiencia y la cura analítica
son distintas en cada una de las condiciones y da acceso a lo que se juega en la transferencia, una
transferencia del saber y la constitución del sujeto supuesto saber bajo la guía del deseo del analista.

4. LA COSA Y EL OBJETO @

Sólo es posible dar cuenta de la existencia del goce gracias a un efecto significante, es decir, al uso de la
palabra que no es suficiente pero que a su vez lo somete a limitaciones propias de un goce fálico. Sin
embargo, no es posible pensar en su existencia sin un mito que sería propiamente el de la pérdida del
primer objeto amoroso, la aparición de la Cosa, “aquello de lo real primordial que padece de
significante.” Esto permite pensar entonces en la existencia de la Cosa, innombrable. No obstante, dicha
existencia, y no solo la de la Cosa sino de toda construcción fantasmática, solo es posible por el
apalabramiento, para dar cuenta del lugar de la falta y, a su vez, de la falta en la falta, así como también
de un goce no limitado y así la Cosa se presentará como la meta absoluta de deseo y de todo goce.
“Vivir, para el ser que habla, es elegir los caminos hacia la muerte, deambular por los senderos del
extravío y la errancia del goce con vistas a su recuperación.” En este sentido, la Cosa, en tanto objeto
absoluto de deseo, da paso a pensar en una existencia de un goce del ser como un retroactivo del
lenguaje y se coloca más allá de la cosa, sirviéndose no como un referente sino como el referente. Así, el
lenguaje, el cual queda al costado del referente, nos introduce en la cuestión de Ser o No-Ser debido a
su insuficiencia y permite dar cuenta de la pérdida fundamental. Entonces, el sujeto al ser sujeto,
introducido en el lenguaje, es convocado a decirse, a nombrarse, a articularse a sí y a su mundo a través
de significantes que faltan y hacen falta para poder Ser. Esta articulación de significantes “supone un
real previo, un más acá, el de la Cosa, y produce un saldo inasimilable e inconmensurable, el goce
perdido, la causa del deseo, que es el objeto a, un real ulterior”, generador de demandas dirigidas al
Otro, tachado pues son demandas a las que no puede responder. La Cosa sería entonces
irrepresentable, conocer de la Cosa solo sería posible a través de la repetición y eterno retorno de las
demandas, de los objetos, del fantasma a la pérdida que buscan sustituir a la Cosa misma, repetición
que forma vacío, que hace historia. Conocer de la Cosa, entonces, sólo es posible a través de
significantes que a su vez se deslizan, dejan algo por decir, otro vacío. Un vacío donde se situará el
deseo, donde será posible elevar un objeto a la dignidad de la Cosa. Un espacio donde “se confrontan el
goce del Uno y el goce del Otro: un espacio de imposibilidad ubicado en la confluencia de lo imaginario y
lo real, sin mediación simbólica, donde el sujeto se precipita y se disuelve.”
5. LA CASTRACIÓN Y EL NOMBRE DEL PADRE

Anteriormente se había hablado de cómo el lenguaje impone limitaciones a un goce del ser y se sitúa en
el exterior del cuerpo a través de la palabra. Así también, se habló de la pérdida del primer objeto
amoroso como causa última de todo deseo, es decir, volver a ser uno con la Cosa. Entonces, la Cosa que
en un principio no sería un vacío sino es propiamente el retorno de la insatisfacción que produce el
significante por el deslizamiento de las palabras, de las cosas a las que intenta acceder el sujeto, de la
insatisfacción en sí de la pulsión de muerte. El lenguaje sirve entonces como un separador de la Cosa,
instaura un Falo que representa al goce absoluto como imposible pero sin el cual no seríamos seres
hablantes, es la Ley cuyo efecto producido es la castración del sujeto. La castración no sería otra cosa
que la Ley de prohibición del incesto, la renuncia al deseo de la Madre. Así, el Falo es el significante de la
prohibición, que señala el lugar y la imposibilidad de la Cosa y de su goce, que da soporte a la Ley y
designa la falta en el Otro, la incompletud del andrógino. De esta manera se impide un acceso total y
absoluto del goce, abriendo así los caminos del deseo, la búsqueda del sujeto con todos los objetos a los
que pueda acceder y designar un goce fuera del cuerpo que surge a partir del significante de todos los
objetos y la instauración del falo que se presenta como negativo debido a la castración que lo vuelve
deseante, que vuelve al a como causa de deseo. Por otra parte, el Falo ausente en la cadena significante,
impronunciable debe trazarse como -1 respecto de lo que puede decirse designando en el Otro una falta
de significante y a los significantes condenarlos al semblante. “Falo es el nombre del significante que
desvía de la Cosa intangible hacia los objetos del deseo”.

Aquello que resulta del eterno retorno de la pulsión, de los objetos que se añaden a la cadena
significante y bordean el vacío de la cosa, las demandas del sujeto tropiezan con la falta del Otro,
deseante enigmático, designando el goce como prohibido. El goce, entonces, es eso que debe ser
abandonado en el instante de la enunciación, ya que es causa de la misma, siendo la castración el
resultado de la misma. “La condición de la enunciación es que no falte la falta, que la castración
simbólica se haya efectuado, que haya existido el corte que hace del sujeto un súbdito de la Ley.” Esta
falta es un efecto del Falo, pues sitúa a la Cosa como inalcanzable ubicando al nombre-del-Padre como
significante estructural que realiza la castración, y que además es articulable, funciona como S1 y como
enganche para S2. Este S2 es el inconsciente que sirve de soporte al S1, “significando allí la Ley que
decreta la exclusión de la cosa como Real imposible”, dejando a su vez un resto que es el objeto a,
contorneado por la pulsión y exterior a lo simbólico. S1 cumple la función que no puede realizar el Falo
como -1, ser punto de referencia para la articulación discursiva. En este sentido, es posible establecer la
diferencia entre el Falo como significante del goce y el falo como significante del deseo, consecutivo a la
intervención del nombre-del-Padre, permitiendo que el sujeto advertido de su falta pueda investir con
aquello que no tiene, devenirse como deseante.

Es así, la palabra la que divide al goce del ser y al goce del Otro, el femenino, encontrando a su vez en
esta división, en la articulación de significantes un nuevo goce propio del lenguaje, el goce fálico. Sin
embargo no es el único tipo de goce y es importante estar advertidos de esto en la clínica pues en la
diversificación del goce originario es posible encontrar: un goce que se produce por la no instauración
(forclusión) del nombre-del-Padre, “un goce no regulado por el significante y por la castración, fuera del
lenguaje en tanto que sumisión a las leyes del intercambio y de las regulaciones recíprocas, fuera de la
Ley del deseo, un goce que no espera ni aspira a recibir del Otro una respuesta a la falta en ser, un goce
psicótico, en fin, más acá de la palabra, inundante, invasor, ilimitado”, propio de quienes viven el goce
en su cuerpo como un real alucinatorio. A su vez, es posible encontrar un goce posterior a la castración
que es también un goce fálico pero que no puede simbolizarse por medio de la palabra, sintomático. Así
también, puede encontrarse un goce del ser que “deja el cuerpo a merced del Otro y de su deseo”, un
goce a disposición del sujeto del cual consigue liberarse de la castración por el desplazamiento hacia un
objeto degradado, un goce perverso. Y un goce que adviene después de la intervención del nombre-del-
Padre que es un quantum de goce alcanzable por vías del camino del deseo.

6. LAS BARRERAS AL GOCE

Las principales barreras del goce no son precisamente el lenguaje sino el placer, pues hace de un sujeto
que sea tachado, y el deseo. Sin embargo, el lenguaje cumple una función: la de imponer renuncias al
goce, desgocifica el cuerpo y lo significa alrededor del Falo por vía de la castración, que es la base del
deseo, y mantiene al goce como imposible, encontrando objetos, añadiendo significantes. Así, el deseo
es en el deseo del Otro y escenifica las aspiraciones del goce en el fantasma que se impone con la
promesa de gratificación imaginaria, de completud. “Los objetos, los fetiches, las mercancías
constituyen a la realidad que tiene la misma sustancia que el fantasma, que sirven como él para encubrir
lo real, como pantallas que ponen a distancia de la Cosa vedada por la Ley. Esa Ley que no prohíbe sino
que impone el deseo y el deseo en vano: esforzarse, romperse tras el objeto que por otra parte, no es
más que engaño, apariencia, semblante. Escurridizo.” En este sentido, la imposibilidad de la satisfacción,
del apoderamiento fantasmático del real por los significantes ubica a la Cosa como objeto de deseo, se
constituyen como barrera de defensa del goce que va más allá de la primera defensa que es el placer.
“En este contexto la sexualidad, función vinculada tanto al deseo como al placer, regulada por la Ley, es
también cebo ofrecido y a la vez barrera al goce”. Así, el Falo, innombrable es el significante del goce
que sólo es alcanzable por la Ley del Otro, el lenguaje. No obstante, pasar de la Cosa a la estructuración
discursiva que es la falta en ser cumple dos funciones: permitir que el goce sea posible e imposible “al
obligarlo a aceptar la Ley que ordena su conversión de lo real a lo simbólico y que induce efectos
imaginarios.”

Sin embargo, es válido recalcar que el nombre-del-Padre no es barrera al goce puesto que su función es
la de conjugar la Ley, que sí es un obstáculo, con el deseo; entonces, la castración cumple con la función
de habilitar el goce y regular el goce del Otro. Esa función es habilitada por el inconsciente que llevará al
goce del cuerpo fuera del cuerpo. No obstante, este goce que se pone fuera del cuerpo a través de la
palabra, el lenguaje, sólo sirve de barrera en el instante de la enunciación, allí donde “se producen
efectos de sentido, de comprensión, de soldadura de lo simbólico con lo imaginario” y allí donde hay
sentido el goce queda excluído.

De esta manera, se podrá ubicar al objeto a y al goce en el anudamiento de los tres registros donde el
goce del Otro se presenta sin simbólico, el fálico sin imaginario y el sentido sin real y sin goce. Allí, en
estos tres registros será posible ubicar a la ciencia como devorador que quiere apodarse de lo real por
medio de lo simbólico y es análoga al goce fálico; la ideología en el lugar del sentido en tanto se
horroriza con la realidad y, la religión, consagrada al goce del gran Otro ubicada en el lugar de lo real y lo
imaginario. Esto permite ubicar al psicoanálisis, como conocedor de esta estructura, en el lugar del
objeto a, del suplemento, dejando siempre algo por decir.

7. LA “CAUSACIÓN DEL SUJETO” O MÁS ALLÁ DE LA ANGUSTIA

“El sujeto es y está llamado a ser”. Es una respuesta por parte del sujeto a las demandas del Otro, a ser
su completud como si estuviese llamado a la castración. Es un efecto de la significación. “En el principio
era el goce” no la Cosa pues de la cosa sólo se sabe a partir del lenguaje articulado porque para el goce
el cuerpo no es suficiente, no lo detiene. Entonces, entre este llamado del Otro y el goce surge el sujeto
del significante, del deseo. Es el goce el que lleva a existir. En este sentido, sólo es posible hablar del
sujeto del goce antes de un encuentro con el Otro que también es deseante, demandante, es decir, que
algo le falta y así el sujeto devendrá a lo que él cree podrá desde su posición de sujeto, desde su a, con
el fin de completar. Pero el Otro lo rechaza y lo angustia. El goce se hace insoportable, le muestra al
sujeto su falta y la falta del Otro que en el caso del neurótico será una falta que querrá negar. Habrá
entonces que aceptarse como sujeto separado del fantasma sin renunciar al Otro. Allí donde el sujeto no
puede completar pero tampoco se puede separar del Otro habrá de poner algo, un lugar
correspondiente al objeto a que permita aceptar las dos faltas, la del sujeto y la del Otro.

En un primer momento será entonces el goce que permita inscribir al sujeto en el Otro, no ya para que
vea al Otro completo sino para asimilar que hay también algo que le falta, esto es angustiante y
permitirá reconocer entonces también su división, entonces será un sujeto tachado, un sujeto del deseo
inconsciente. Sujeto que terminará por desvanecerse instantáneamente en el goce del Otro, sumido en
un real insoportable para condenarlo a la no-relación sexual. De esta división habrá de ceder el lugar a la
causación erguida por la angustia, cuya función es intermediar entre goce y deseo. Según Freud, ante
esta exposición a lo angustiante de la falta obligará al sujeto a retroceder en su deseo. Allí Lacan difiere
asimilando esto que es angustiante, donde el goce desborda, como un punto de inicio, como un soborno
al Otro, ser un suplemento. Es entonces la falta “lo que permite que el cuerpo del Otro se transforme en
objeto causa de deseo”. Así, el sujeto deberá asumir una posición de dos: lo angustiante por la falta de
la falta o el amor que es dar la falta. La experiencia del análisis conduce del goce al deseo. De la angustia
al amor.

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