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Einheit in der Vielfalt im Lichte der "Hierarchie der Wahrheiten", Glaube im Prozess,
Christsein nach dem II. Vatikanum. Für Karl Rahner. E. Klinger - K. Wittstadt ed.
(1984) 356-364
Para ello es preciso, no sólo que la Iglesia católica reflexione sobre la "jerarquía de
verdades" que ella proclama, sino que las otras Iglesias establezcan una jerarquización
de verdades para sí mismas.
Quisiera aplicar a las verdades reveladas la misma tesis que desarrollé en varios
artículos sobre la variedad de los carismas: no uniformidad, sino unidad en la variedad.
Supuesta la necesidad de que todos aceptemos el núcleo de la revelación, habrá que
renunciar, de entrada, a la utopía de una sincronización de las distintas "jerarquías de
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verdades". Esto, además de ser una utopía, contradiría la más íntima naturaleza de las
verdades de fe, que están en íntima conexión con el Espíritu Santo, creador constante de
unidad en la diversidad, y con. el carisma otorgado a cada Iglesia: A dones del Espíritu
peculiares corresponde una profundización también peculiar de las verdades de fe.
Por tanto, con los cambios correspondientes, vale aquí lo mismo que para los carismas:
así como "hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu" (1 Co 12,4), también
hay diversidad en la jerarquización de las verdades reveladas, pero. una misma fuente
de Revelación.
La pluralidad de verdades deja de ser riqueza tan pronto como falla su referencia al
vértice de la "jerarquía". Para el catolicismo resulta especialmente importante fijar una
gradación de ve rdades, porque para él la Tradición incluye un mayor número de
verdades vinculantes y, consiguientemente, el peligro de sincretismo es mayor. Así se
explica que el concepto de jerarquía de verdades haya surgido precisamente en el
catolicismo.
¿Hay un criterio objetivo que nos permita precisar más este centro? Escribí [1943] mi
estudio sobre las fórmulas de fe más primitivas del N.T. principalmente con la intención
de determinar qué es lo que los autores del N.T. consideraban esencial en sus propios
escritos (sin que ello supusiera descuidar las demás verdades bíblicas).
Karl Rahner propuso como condición esencial la aceptación, por parte de todos, de los
llamados Credo apostólico y Credo Niceno-constantinopolitano. Esta razonable
condición ya se ha cumplido ampliamente. A lo más, podría uno preguntarse si entre las
verdades proclamadas en estos credos, que a su vez presentan una multiplicidad, unas
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son más centrales que otras, sin que por ello su obligatoriedad quede en entredicho. ¿No
podría también establecerse una gradación entre las verdades contenidas en las fórmulas
de fe neotestamentarias? ¿No tienen un peso mayor las referentes a la muerte y
resurrección de Jesucristo?
Con esto no debe renunciarse a la exigencia de Karl Rahner. En todo caso, hoy es
posible un acuerdo obre un núcleo fundamental. Pero hay que evitar un error peligroso:
la subordinación al núcleo fundamental, en ningún caso, debe sacrificarse a la unidad
Eso lo ha hecho a veces un ecumenismo superficial, como si lo principal fuera la unidad
"a cualquier precio".
Naturalmente la lista de la Iglesia católica, que incluye la Tradición, será más larga que
la de los protestantes, que se reduce a la Biblia. El problema del "demasiado" de uña
parte y "demasiado poco" de la otra, es obvio. Puede ser misión del protestantismo
poner en guardia al catolicismo del "demasiado" y del catolicismo hacer lo propio con
un excesivo reduccionismo de los protestantes. El punto de referencia . ha de ser el
núcleo fundamental.
Siempre será imprescindible la trabazón de las verdades: de cada una con el núcleo
fundamental aceptado por todos y de las verdades subordinadas entre sí.
Todo aislamiento de una verdad de fe, por importante que sea, lleva consigo una
perturbación de la armonía y un exclusivismo sectario. Hay muchos ejemplos de esto en
la historia de la Iglesia. Puede suceder que la verdad que se ha aislado desplace la
verdad superior a la que debería subordinarse. Así, por ej., la libertad proclamada por:
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Las fronteras del reconocimiento mutuo del orden propio de cada Iglesia