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Discurso De Ellsworth Toohey – El Manantial

—¿Qué... desea..., Ellsworth? —El poder, Peter. —Usted siempre dijo... —empezó Keating
estúpidamente, y al punto se calló. —Yo siempre he dicho eso, en efecto. Clara, precisa y abiertamente.
No es culpa mía si usted no lo tomó en cuenta. Yo dije que quería gobernar, como todos mis
predecesores espirituales; pero yo soy más afortunado que ellos. Yo he heredado el fruto de sus
esfuerzos y seré el único que vea el gran sueño hecho realidad. Gobernaré. —¿A quién? —A usted. Al
mundo. Sólo es cuestión de descubrir la palanca. Si aprendo a gobernar el alma de un solo hombre,
puedo conseguir gobernar el resto de la humanidad. Se trata del alma, Peter, del alma. Ni látigos, ni
espadas, ni hogueras, ni fusiles. He ahí la razón por la cual los Césares, los Atilas y los Napoleones
resultaron tontos y no hicieron nada duradero. Nosotros lo haremos. El alma, Peter, es la que no puede
ser gobernada. Tiene que ser rota. Métale una cuña, ponga sus dedos en ella, y el hombre es suyo. No
necesita látigo; el se lo traerá y le pedirá que lo azote. Póngalo al revés, y su propio mecanismo obrará
en favor suyo. Empléelo contra sí mismo. ¿Quiere saber cómo se hace? Fíjese si alguna vez le he
mentido. Mire si no lo ha oído durante años; pero no le quiso prestar atención, y la culpa no es mía,
sino suya. Hay muchos procedimientos. Éste es uno: haga que un hombre se sienta pequeño. Haga que
se sienta culpable. Mátele su aspiración y su integridad. El peor de ustedes anda en busca de un ideal
en su propia y retorcida manera. Mate la integridad por la corrupción interna. Predique el altruismo.
Dígale al hombre que debe vivir para los otros. Dígale que el altruismo es el ideal. Ninguno lo ha
realizado ni lo realizará. Su instinto viviente grita contra eso. Pero ¿no ve lo que consigue? El hombre
se da cuenta de que es incapaz de realizar lo que se acepta como la más noble de las virtudes, y esto le
da un sentimiento de culpa, de pecado, de su propia indignidad fundamental. Desde el momento en
que el ideal supremo es ir más allá de lo que él puede aferrar, desiste de todo ideal, de toda aspiración,
de todo sentido de su valor personal. Se cree obligado a predicar lo que no puede practicar. Hay que
librar una batalla difícil para poder preservar la propia integridad. ¿Para qué preservar lo que uno sabe
que ya está corrompido? Su alma desiste del propio respeto. Entonces estará contento de obedecer,
porque no puede confiar en sí mismo, se siente inseguro, se siente impuro. Ése es un camino. “Hay
otro: destruya en el hombre el sentido del valor. Destruya la capacidad para reconocer la grandeza o
para realizarla. Los grandes hombres no pueden ser gobernados. No queremos ningún gran hombre.
Neguemos la concepción de la grandeza. Ensalce tipos de obras accesibles a todos, a los más ineptos, y
detenga el ímpetu y el esfuerzo de todos los hombres, grandes y pequeños. Ríase de Roark y tome a
Peter Keating como a un gran arquitecto, y habrá destruido la arquitectura. Eleve a Lois Cook, y habrá
destruido la literatura. Vocifere el nombre de Ike, y habrá destruido el teatro. Glorifique a Lancelot, y
habrá destruido el periodismo. No se ponga a destruir todos los santuarios; eso asustaría a los hombres.
Conserve a la mediocridad como santuario. Hay todavía otro procedimiento: destruir por medio de la
risa. La risa, exponente de la alegría humana; aprenda a usarla como arma de destrucción. Es sencillo:
diga a la gente que se ría de todo. Dígale que el sentido del humor es una virtud ilimitada. No deje que
quede nada sagrado en el alma del hombre, y habrá destruido al héroe.” »Y hay, finalmente, otro
procedimiento. Éste es el más importante: no permita que los hombres sean felices. La felicidad es un
contenido en sí misma y es suficiente por sí misma. Los hombres felices no tienen tiempo y no le sirven
a usted. Los hombres felices son hombres libres. De manera que debe destruirles la alegría de vivir.
Quíteles todo lo que les sea grato e importante. No les permita nunca que tengan lo que quieren.
Hágales sentir que el mero hecho de tener un deseo personal es malo. Condúzcalos a un estado en que
decir «yo quiero» no constituya ya un derecho natural, sino algo vergonzoso. El altruismo es una gran
ayuda para esto. Los hombres desdichados irán hacia usted. Irán en busca de consuelo, de apoyo, de
fuga. La naturaleza no permite el vacío. Vacíe el alma de un hombre, y el espacio queda a merced de
usted para ser llenado. Esto es lo más viejo que hay. Mire hacia atrás, en la Historia. Mire cualquier gran
sistema de ética que haya surgido del Oriente. ¿No predicen todos el sacrificio de la alegría personal?
¿Bajo todas las complicaciones de la verbosidad, no tienen todos un mismo motivo: sacrificio,
renunciación, negación de sí mismo? Mire la atmósfera moral de nuestros días. Todo lo que es motivo
de gozo, desde los cigarrillos al sexo, desde la ambición al provecho, todo es considerado como
depravado y pecaminoso. Demuestre que una cosa hace feliz al hombre, y ya la habrá condenado.
Hemos uncido a la felicidad con la culpabilidad. Y hemos agarrado al género humano por el cuello.
Arroje el primogénito al horno, yazca en un lecho de clavos, vaya al desierto y mortifique su carne; no
baile, no trate de enriquecerse, no fume, no beba. Todo es la misma línea. La gran línea. Todo sistema
de ética que predicó el sacrificio tuvo un gran poder humano y gobernó a millones de seres. Dicen a las
personas que alcanzarán una felicidad superior sí dejan todo lo que las hace felices. No tiene que ser
demasiado claro en esto. Emplee grandes palabras vagas: «Armonía universal», «Nirvana», «Paraíso»,
«Supremacía racial», «Dictadura del proletariado». La corrupción interna, Peter. Ése es el camino más
antiguo. La farsa ha continuado durante siglos y los hombres caen en ella todavía. El hombre que habla
de sacrificio, habla de esclavos y amos. Y piensa ser el amo. Pero si alguna vez oye hablar a un hombre
que le dice que debe ser feliz, que ése es su derecho natural, que es su primer deber para usted mismo,
es porque ese hombre no anda detrás de su alma. Los hombres tienen una arma de defensa: la razón.
Córteles ese soporte con cuidado. Pero no niegue francamente. No niegue nada francamente; si no, le
descubrirán el juego. No diga que la razón es mala, aunque algunos hayan ido tan lejos con
sorprendente éxito. Diga sólo que la razón es limitada. Que hay algo por encima de ella. ¿Qué? Tampoco
tiene que ser demasiado claro: «Instinto», «Sentimiento», «Revelación», «Intuición», «Dialéctica
materialista». Si llega a un punto crucial y alguien le dice que su doctrina carece de sentido, tiene que
estar preparado para contestar. Dígale que hay algo por encima de los sentidos. De ahí que no debe
tratar de pensar, sino de «sentir». Él debe «creer». Suspenda la razón y juegue a su manera. La cosa
marcha de cualquier manera que usted lo desee y cuando lo necesite. Ya lo ha conseguido. ¿Puede
gobernar a un hombre de pensamiento? No queremos a ningún hombre de pensamiento. Keating se
había sentado en el suelo, junto al tocador. Quería sentirse más seguro apoyado en él, como si todavía
estuviera allí guardada la carta que había entregado. —Peter, ya lo ha oído. Me ha visto a mí
practicando durante diez años. Habrá visto que todo el mudo lo practica. ¿Por qué está disgustado? No
tiene derecho a estar sentado ahí y clavarme la vista con la virtuosa superioridad de un ser ofendido.
No lo está. Usted ha tenido su participación. Tiene temor de ver hacia dónde va. Yo no temo. Se lo diré.
Conduce al mundo futuro. A un mundo de obediencia y de unidad. A un mundo en que el pensamiento
de cada hombre no sea su propio pensamiento, sino un intento de adivinar el pensamiento del cerebro
del vecino, que no tendrá pensamiento, sino el deseo de adivinar el pensamiento del vecino más
próximo, que no tendrá pensamiento..., y así sucesivamente, Peter, en todo el globo. Un mundo donde
ningún hombre tendrá un deseo para sí mismo, sino que dirigirá sus esfuerzos a satisfacer los deseos
de un vecino que no tendrá deseos, salvo para satisfacer los deseos de otro vecino que tampoco tendrá
deseos. Un mundo con un solo corazón, al cual se le dará impulso a mano. Con mi mano y las manos de
unos pocos, muy pocos hombres como yo. Aquellos que saben qué es lo que los mueve a ustedes.
¿Conoce el destino de las criaturas que son traídas a la luz desde el fondo del mar? Eso en cuanto a los
futuros Roark. El resto sonreirá y obedecerá. ¿Se ha dado cuenta de que los imbéciles siempre sonríen?
El primer fruncimiento del entrecejo es el primer toque de Dios en nuestra frente. Es el toque del
pensamiento. Pero nosotros no tendremos ni Dios ni pensamiento. Solamente votación por sonrisas.
Palancas automáticas...Que todos digan sí... Ahora, si usted fuera un poco más inteligente, como su ex
esposa, por ejemplo, me preguntaría:«¿Qué será de los gobernantes? ¿Que será de mí, Ellsworth
Monkton Toohey? Y yo diría: «Sí, tiene usted razón. Yo no haré nada más que su deseo. No tendré
propósitos, salvo el tenerlo contento. Mentirle, halagarlo, alabarlo, inflar su vanidad. Hacer discursos
sobre el pueblo y el bien común.» Peter, mi pobre amigo, yo soy el hombre más altruista que usted
haya jamás conocido. Yo tengo menos independencia que usted, a quien he forzado a vender su alma.
Usted ha empleado a la gente, al menos, por el provecho que podía sacar para usted mismo. No quiero
nada para mí. No tengo propósitos personales. Quiero el poder. Quiero mi mundo futuro. Que todos
vivan para todos. Que todos se sacrifiquen y que ninguno se aproveche. Que todos sufran y que ninguno
goce. Que el progreso se detenga. Que todo se estanque. Que en el estancamiento haya igualdad. Todos
subyugados al deseo de todos. La esclavitud universal, sin siquiera la dignidad de un amo. La esclavitud
por la esclavitud. Un gran círculo y una igualdad total. El mundo futuro. —Ellsworth..., usted está... —
¿Loco? ¿Teme decirlo? Ahí está sentado usted, y la palabra está escrita encima, como una última
esperanza. ¿Loco? Mire en torno suyo. Tome cualquier diario y lea el encabezamiento. ¿No está
llegando? ¿No está ya aquí? ¿No se lo dice cada cosa? Todo lo que yo he dicho está contenido en una
sola palabra: colectivismo. ¿Y no es ése el dios de nuestro siglo? Actuar juntos. Pensar juntos. Sentir
juntos. Unirse, estar de acuerdo, obedecer. Obedecer, servir, sacrificarse. Dividir y conquistar, primero.
Unir y gobernar, después. Al fin hemos descubierto esto. ¿Recuerda al emperador romano que quería
que la humanidad tuviera una sola cabeza para cortársela? La gente se rió de él durante muchos siglos.
Pero la risa ha terminado. Hemos cumplido lo que él no pudo cumplir. Hemos enseñado a los hombres
a unirse. Esto hace que el cuello esté listo para la soga. Hemos encontrado la palabra mágica:
colectivismo. Un país está dedicado a cumplir la proposición de que el hombre no tiene derechos, que
lo colectivo es todo. A lo individual se lo considera como el mal, a la masa como a Dios. Ésta es una
versión. Hay otra. Un país está dedicado a cumplir la proposición de que el hombre no tiene derechos,
que el Estado lo es todo. Ningún motivo, ninguna virtud se permite, salvo que sirva a la raza. O estoy
desvariando, o es la fría realidad de dos continentes ya. Observe el movimiento de pinzas. Si está harto
de una versión, acuda a la otra. Están bajo nuestro dominio. Hemos cerrado todas las puertas. Hemos
fijado la moneda Cabezas-colectivismo, y colas-colectivismo. Combata la doctrina que degüella al
individuo con otra doctrina que degüella al individuo. Entregue su alma a un concilio o entréguesela a
un líder. Pero entregüela, entregüela, entregüela. Mi técnica, Peter, ofrecer veneno como alimento y
veneno como antídoto. Deles a los tontos una elección, déjelos que tengan sus diversiones, pero no
olvide el único propósito que tiene que cumplir. Destruya al individuo. Destruya el alma del hombre. El
resto seguirá automáticamente. Observe el mundo en el momento presente. ¿Cree todavía que estoy
loco, Peter? Keating estaba sentado en el suelo con las piernas abiertas. Levantó una mano y se observó
las yemas de los dedos; después se llevó uno de ellos a la boca y se arrancó un pellejo. Toohey se hizo
cargo de que no debía esperar ninguna respuesta; dio una palmada de resignada conclusión sobre el
brazo del sillón. —Gracias, Peter —dijo gravemente—. La sinceridad es algo difícil de desarraigar. He
pronunciado discursos ante grandes auditorios en mi vida. Éste ha sido el que nunca tuve ocasión de
pronunciar.

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