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¿Cuántos no caben en un libro vacío?

Enid Álvarez
Universidad de Puerto Rico

Un escritor es alguien que juega con el


cuerpo de su madre.
Roland Barthes

Desde el principio de El libro vacío, José García, su protagonista, aparece como


un sujeto agónico que se debate entre su deseo de escribir y su incapacidad
para hacerlo; entre una vida mediocre y un anhelo de trascendencia a través de
la creación. No puede abandonar este proyecto imposible que lo atormenta
en el presente actual del relato y lo ha atormentado a lo largo de veinte años.
La escritura aparece como una experiencia de goce, que produce dolor y
placer simultáneamente. Su deseo de escritura no encuentra realización en
un libro lleno, el libro se mantiene como un “lugar-marco”, un espacio vacío
donde se despliega la palabra deseante. Este espacio vacío estaría dado como
condición necesaria de la creación (Vicens, 1958: 2).1
José está condenado a comenzar y recomenzar la escritura de un libro
que no alcanza a materializarse porque su pluma (nótese lo significativo del
símbolo) siempre topa con obstáculos insalvables, le salen al paso palabras
“fatales”, “desobedientes”, “áridas” o “frías” que lo hacen retroceder. Hay
palabras peligrosas con “gancho en la punta”, las hay con una enorme capa-
cidad destructiva, son las palabras “proyectil” que estallan, que golpean.
Escribir es librar un combate cuerpo a cuerpo con el lenguaje. Para José
García, escribir además es enfrentar una prohibición, atravesar un no, cuyo
origen desconoce, pero cuya efectividad es implacable.
Un libro no puede escribirse fácilmente, nos advierte José. Hace falta
mucha audacia para enfrentar el lenguaje. Las palabras nunca son inocentes,

1
A partir de este momento, todas las citas tomadas de El libro vacío se presentarán entre comillas y, si
es necesario, sólo anotaremos entre paréntesis el número de la página.

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cargan siempre una memoria de sentidos previos que se deslizan en medio de
las significaciones nuevas. Para Roland Barthes, la escritura es precisamente
ese compromiso entre una libertad y un recuerdo (1986). Este viaje del
cuerpo a través del lenguaje es lo que me interesa abordar en estas páginas.

La letra con sangre entra

[…] y esto plantea la sospecha de que la narrativa en general,


desde el cuento popular a la novela, desde los anales a la historia
plenamente realizada tiene que ver con temas como la
ley, la legalidad, o más en general, la autoridad.

Hayden White

Tatuar es introducir tinta en la capa superior de la piel por medio de agujas o


instrumentos filosos. Las dos marcas que José exhibe: la letra E tatuada en su
muñeca y la cicatriz que se hace en el brazo, son una cifra de su vida erótica,
son las huellas de su educación sentimental. En sus relaciones incestuosas
elige mujeres mucho mayores que él, experimentadas, poderosas, que lo
humillan, lo lastiman y ante quienes él se coloca en una posición sumisa.
Estas mujeres lo marcan simbólica y literalmente.
Estas marcas unen el cuerpo a la letra, los tatuajes son parte de una
escritura privada e íntima. Más adelante, José explora otros modos de
unir el cuerpo a las palabras a través de la escritura. Comienza entonces a
fantasear con la posibilidad de ver su nombre escrito en el lomo de un libro,
lo que supondría el paso de lo privado a lo público. Se escribe el cuerpo para
particularizarse. Las agujas sobre la piel, lo mismo que la tinta sobre la página,
le sirven, además, para preservar la memoria que se desdibuja. Podemos
tomar estos tatuajes como las primeras inscripciones del viaje difícil del
cuerpo a través del lenguaje.
El tatuaje de José es parte de un rito de iniciación, marca el pasaje de la
niñez a la adolescencia, se anuda a una doble identificación: con el mundo de
los adultos, en general, y con cierto ideal de masculinidad que en el texto en-
carnan los marineros. José se hace marcas, se escribe y a su vez es escrito por

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los deseos de los otros. ¿No es acaso todo cuerpo, en tanto cuerpo humano,
el lugar de una escritura? Cada cuerpo es el espacio de un tatuaje invisible,
donde se cifran las miradas, las primeras caricias, los rechazos, la falta, etc. Es
sabido que la hoja en blanco, la ausencia de escritura es un mito y que siempre
estamos escritos por los deseos del otro. Hay una escritura subterránea, un
tatuaje invisible inscrito en El libro vacío, esa flor que la abuela deja en la
memoria del joven que se rebela en público, pero que en privado acepta estos
juegos. Lo interesante es cómo estas marcas del cuerpo abren surcos en el
corpus textual, a través de una retórica negativa y del juicio adverso.
José se impone una serie de mandatos: no usarás el discurso en primera
persona, no hablarás del entorno familiar, no usarás la voz íntima, no usarás
un lenguaje engolado, y no te detendrás en asuntos de interés particulares,
sólo para mencionar los más importantes. Este conjunto de normas funciona
como una especie de contrato que él formula siempre a partir de una
negación. Estas normas limitan su libertad, encausan sus desbordamientos y
le ponen un freno a su goce. Una reglamentación estricta debiera pacificarlo,
pero es curioso que, después de crear un marco de legalidad, él se dedique
a violarlo sistemáticamente. Todo el tiempo transgrede sus propias reglas:
usa el discurso en primera persona después de establecer un veto, habla de la
familia después que se ha impuesto el mandato de no hacerlo. Establece un
contrato y luego atraviesa estas prohibiciones. En sí, él no se convierte: pasa
de la legalidad a la ilegalidad. Es evidente que aquí se dirime un conflicto con
la ley y la autoridad. Es un “ladrón”, un “traidor” y un “impostor”, figuras
abyectas. Para José como para Maurice Blanchot: “Escribir es la violencia
más grande porque transgrede la ley, toda ley”, incluyendo la de la escritura
misma (aquí vale la pena recordar sus errores ortográficos, que son otra
forma de violentar las leyes de la lengua escrita).
El juicio adverso también ocupa un lugar importante en la retórica
negativa. José es su peor enemigo, sin duda alguna. Todo el tiempo se flagela
y se somete a una autocrítica feroz y despiadada: alega que no puede urdir
tramas, que no sabe nada de estilos; que no sabe, que no puede… José no
se considera un escritor, ni un artista. Tampoco un buen padre, ni un buen
esposo. La retórica negativa inscribe en el cuerpo textual, en cada una de las
páginas del libro vacío, ese “no” inscrito en el cuerpo del protagonista.

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Marinero en tierra

Amo el amor de los marineros que besan y se van


Pablo Neruda

José desea ser marinero, desear (en este caso) es valorar. Lo que al joven
adolescente le atrae es la idea romántica de la aventura, el mito del amor
en cada puerto. El marinero encarna un ideal de masculinidad ruda, fuerte
y potente que seduce a las mujeres y a la que el joven aspira. El hombre
maduro en el que se convierte más adelante carece de estos atributos. No le
gusta su cuerpo porque: “es débil y blando, insignificante”. José desprecia
ese cuerpo desfalleciente, que no está a la altura de las circunstancias, ese
cuerpo que carece de los atributos fálicos de fuerza, dureza y dominio que él
admira en los marineros. El libro “rígidamente contenido” es una especie de
compensación o velo que cubriría su blandura, su impotencia.
Hacerse hombre significa para él apropiarse de un lenguaje agresivo, de
una gestualidad desafiante y de una pose de dominio. Su deseo es actuar este
papel, pero encuentra un escollo en el camino: su padre. El padre se niega
rotundamente a que el hijo se haga marinero. Aunque este “no” del padre
parece perfectamente razonable, no lo es el hecho de que le imponga la
obligación de sustituirlo. José está llamado a ser el “hombre de la familia”
cuando el padre ya no pueda hacerse cargo. Ha sido elegido para ocupar el
lugar del padre impotente. El deber del hijo, tal como lo plantea el padre, es
proveer y proteger a la familia. El hijo representa la continuidad, su esperanza
en la vejez. El “no” del padre se inscribe, de esta manera, como prohibición,
dominio, imposición, mandato. José cancela su proyecto, sus sueños para
complacer al padre. Se trata de la ley que se impone al deseo.
Sabemos que el deseo es lo que abre la posibilidad de la existencia y que
el pasaje de la nada al “algo” pasa por el deseo. Solo éste puede dar cuenta
del movimiento y el cambio. Si el deseo produce la diferencia, la función
del padre, en El libro vacío, es la de cancelar esta posibilidad para el hijo. El
“no” paterno se inscribe como obstáculo insalvable que no le permite al hijo
desplazarse, circular en busca de sus espacios, sino que lo sujeta a un lugar,
donde está en calidad de sustituto. Es sabido que los marineros besan y se
van. José besa, pero no se puede ir. El padre no hace el corte liberador, no le

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permite poner distancia, separarse, irse. Por el contrario, lo amarra a deberes,
lo ata a la madre.
Si el deseo produce la diferencia, en el sentido de que el deseo nunca
coincide consigo mismo y también en el sentido de que particulariza, se
puede decir que el “no” enunciado por el padre la impide. El “no” queda
tatuado en su ser y toma la forma de “una prohibición implacable” que le
cierra el paso, esto se traducirá en su incapacidad para pasar al otro lado: es
decir, del cuaderno lleno al libro que permanece vacío. No logra dotarse de
autoridad a través del uso de la palabra. Para José renunciar a sus deseos es
una manera de morir. El “espléndido joven” se ahoga, por la impotencia, por
su incapacidad de darle “aliento” a sus aspiraciones. Es el aire lo que le falta.
Quizás le falta la distancia. Convertido en un “cadáver”, queda sepultado
bajo “la tierra caliza que ha sido mi vida”. En cierto sentido el cuaderno es
una especie de tumba donde entierra al marinero que nunca pudo ser y “al
barco en plena tempestad” que nunca pudo abordar. A través de la escritura
recupera la memoria de este sueño que en el fondo nunca abandona del todo
y que, al final del texto, reaparece modificado (¿domesticado?) en la fantasía
de retirarse a una casita frente al mar. Es importante destacar, además, que al
retomar esta fantasía, José considera la posibilidad de hacer un corte. Quiere
abandonar los deberes que lo mantienen anclado a la familia. Quiere estar
cerca del mar y lejos de su mujer, aunque al final no se anime a hacerlo. En
el texto abundan las imágenes que aluden al agua. El cuaderno es un pozo;
el yo escindido tiene una vertiente seca y otra que “conserva una gota”; su
esposa aparece como “un lago” mientras que la falta, se tematiza en una sed
que no logra saciar.
Por su parte, Octavio Paz plantea en su escritura una lucha por someter al
lenguaje, “ese cordón umbilical que nos ata al abominable vientre rumiante.
[Es necesario atreverse] a decir No para un día poder decir mejor Sí” (1979-
1981: 169). José carece de esta audacia. Él aparece como lleno de este “no”,
marcado radicalmente por la negación. Para él, la escritura es un ejercicio de
domesticación de esas fuerzas que lo someten. A través de la escritura intenta
vaciarse a sí mismo de todo lo que los otros lo llenaron. José va dejando en
cada página por lo menos un “no”. Van cayendo en todas las páginas, como
huella de un conflicto más profundo. Caben muchos “no” en un libro vacío,
pero no los suficientes para abrirle un espacio al sí; para pasar de la negación

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a la afirmación. Él no logra compensar el vacío del ser con la escritura. Cada
palabra es un retroceso a la primera y todas juntas (las que están escritas y las
que faltan por escribir) serán “únicamente el burdo contorno de un hueco, de
un vacío esencial”. Es muy significativo el hecho de que el “no” aparezca en
el texto como lo propio del hombre, mientras que el “sí” se percibe como un
gesto de docilidad femenina. Es importante también destacar que la mayor
parte de los “sí” que aparecen en el texto se manifiestan en un contexto
emotivo, en el terreno de la afectividad.
Escribir es una práctica de goce, un enfrentamiento con el lenguaje, una
aventura, una tarea imposible, en la medida en que no se puede atrapar la cosa
y es también una manera de exponerse. Escribir es desnudarse. Es exhibir
los fracasos, las inseguridades y las limitaciones. Es mostrar las cicatrices y
los tatuajes, en un sentido literal y metafórico. José tiene escrito en su cuerpo
una letra, la inicial de un nombre femenino, tiene además otras cicatrices
invisibles que el corpus textual hará visibles. Escribir es, sobre todo, “jugar
con el cuerpo de la madre”, es decir el cuerpo de la madre es la matriz del
juego de la escritura.

4UBCBU.BUFS

Del mismo modo que el ruido hace audible el silencio y la escritura hace
visible la ausencia de escritura, la ausencia de la madre hace más audible su
presencia como matriz generadora del texto. Lo que José despliega es una
intención de abrir un espacio del que se puede sustraer, dejando claro que se
abstiene, que se ausenta, que crea un silencio: un vacío, un hueco. El primer
capitulo tendría que haberse titulado “Mi madre”, según anuncia el autor, sin
embargo este capítulo no se concreta. El pudor lo inhibe. No quiere que el
lector se dé cuenta de que sigue “asido a la falda de mi madre”. Sabe que este
apartado podría aclarar muchas cosas, pero después que lo anuncia, nos deja
esperándolo. Este capítulo aparece para todos los efectos prácticos como
tachado. Y es justamente en tanto tachada que su presencia se hace más
fuerte al punto que el cuaderno deviene “autobiografía: la escritura del otro
en mí, de la marca del otro que me funda, que me sella”, ese otro que está en
su mismidad es la madre. Por eso se puede decir que, tomando la palabra de

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Vanesa Vilches, El libro vacío es una matergrafía (2003: 38).
El texto de José García se configura como una confesión autobiográfica,
como un viaje narrativo en búsqueda del origen maternal: “el mundo
principia en la cabeza y termina en los pies de una mujer. No hay otros
contornos, no hay otro horizonte. Ella, sólo ella, su pequeña dimensión, lo
contiene todo”, la mujer aparece como principio y fin. La lengua materna, la
génesis lingüística también nos remite a la mujer (con ese “cordón umbilical
que nos ata al abominable vientre rumiante”, según Octavio Paz).
A pesar de que el texto da vueltas alrededor de la madre, ésta aparece en
una sola escena: se trata de la noche en que el hijo le anuncia a sus padres
su deseo de poner distancia, de irse en un barco como marino. Mientras el
padre se enfrenta al hijo y le dicta un destino, la madre sufre en silencio y
observa: “Aun veo los ojos de mi madre; expresaban tal congoja, que me
dio la impresión de que en el tiempo brevísimo que transcurrió entre mis
palabras y su mirada, había presentido mi destino y contemplaba a un hijo
muerto” (63).
Mientras que la mujer permanece como continente oscuro, la madre
en cambio es asible conceptualmente. Julia Kristeva nos recuerda que en
nuestra sociedad la representación consagrada de la feminidad la absorbe
la maternidad. Lo que resulta paradójico es que esta idea de maternidad es,
en realidad, una fantasía que alimenta el adulto y que aparece bajo la forma
de un “continente perdido”. Idealizamos la relación que nos une a ella. Esta
idealización es ilocalizable y Kristeva la asocia al narcisismo primario. La
representación literaria de la madre toma la forma de la Mater Dolorosa, tal
como aparece en El libro vacío. “No se pare con dolor”, dice Kristeva, “se
pare el dolor”. Así, la madre de José se instala en el dolor como corresponde
a una buena madre: ella está marcada por el dolor. La Mater Dolorosa “no
conoce más cuerpo masculino que el de su hijo muerto, y su única emoción
es la de las lágrimas sobre un cadáver” (215).
En la literatura, el vínculo con lo materno se ha tematizado como aquello
que no tiene forma. Uno de los problemas centrales de José es, justamente,
qué forma darle a su libro. Lo innombrable es otra de las maneras en que
aparece el vínculo maternal. José siente que las palabras son abstractas y no
le permiten dar cuenta de un bullicio subterráneo; hay múltiples referencias a
lo “invisible”: la voz que le ordena escribir, sus pensamientos recónditos que

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le provocan vergüenza y sentido de culpa, las deudas, los desajustes entre lo
que es y lo que lo representa, el espacio vacío, el hueco, lo que se pierde en
la trascripción, el abismo, etc. Otra manera como se tematiza esta relación es
a través del “temblor” y del “estremecimiento”, tema que aparece en el libro
referido a la abuela que es otra figura materna en el texto: “Veo, escritas por
mí, esas frases cuyo recuerdo todavía me estremece, y que sin embargo se
quedan desnudas, dulzonas porque no tienen ya, ni puedo lograr que tengan
al escribirlas eso que las hacía respetables y conmovedoras, el temblor de los
labios” (27).
Hay un pudor que le impide al nieto preferido hablar de la abuela, no
quiere “desmantelarla”, ni “exhibirla” sin recato. Discretamente le permite
“conservar oculto” aquello que ella quiso preservar. La abuela siempre lo
comparaba con flores. Esto no deja de ser curioso. El joven se avergonzaba
de ello porque no le parecía apropiado, pero lo aceptaba siempre que fuera en
privado. Las palabras de la abuela quedan como cicatriz que pasa del cuerpo
al corpus textual, a través de la presencia en el cuaderno de floreros, flores
e incluso de nombres propios que aluden de manera directa a rosas u otras
flores: Augusto de la Rosa, Rosendo Arellano y Margarita.
José se coloca en relación con sus hijos como una Mater Dolorosa:
destaca su vulnerabilidad, sus temores y, sobre todo, su disposición al
sacrificio. Tanto la creación (escribir) como la procreación (la paternidad)
tienen que ver con el sacrificio, desde la perspectiva del personaje. La cópula
es horrorosa porque es un acto descontrolado e inconsciente. Se siente
culpable por haber traído al mundo a una criatura condenada a la soledad.
Cuando su hijo mayor se enreda en una relación pasional que no le conviene
es la madre la que establece la ley, la que pone las cosas en su lugar, mientras
el padre mira la escena conmovido como corresponde a la madre sufriente.
José pretende configurar a su madre a partir de una palabra: mansedumbre,
sin embargo termina usándola para definirse a sí mismo. Tanto sus
compañeros de trabajo como él mismo son mansos. Están feminizados por
el poder que los somete y los deja exhaustos, “les saca el jugo” y los devuelve
a sus casas, derrotados. La jornada para estos hombres mansos es “una
condena cumplida”. La mansedumbre y el masoquismo serían las maneras
en que la huella de la madre se hace visible en el texto. Los desplazamientos
semánticos permiten establecer una identificación madre/hijo. La economía

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de lo maternal es lo que José no ha podido domesticar, sin embargo el vacío
aparece como posibilidad. El cuaderno comienza con una negación: “no he
querido hacerlo” y termina con un sí: “tengo que encontrarla”.

Bibliografía

Barthes, Roland, 1986, El grado cero de la escritura, 8ª ed., Siglo XXI, México.

Kristeva, Julia, 1997, Historias de amor, 6ª ed., Siglo XXI, Mexico.

Paz, Octavio, 1979-1981, “Águila o sol”, en Poemas (1935-1975), Editorial Seix


Barral, México, pp.160-177.

Vicens, Josefina, 1958, El libro vacío, Compañía General de Ediciones,


EDIAPSA, México.

Vilches Norat, Vanesa, 2003, De(S)madres o el rastro materno en las escrituras del
yo, Editorial Cuarto Propio, Santiago.

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