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Rubén Varillas
rubenvf@gmail.com
littlenemoskat.blogspot.com
Pioneros
La referencia primera es obvia. No hay reseña o análisis de Maus que omita su Premio
Pulitzer en 1992; unos premios anuales que se conceden a los mejores trabajos de
investigación periodística. En su obra (que probablemente supuso el pistoletazo de salida al
auge contemporáneo del formato de la «novela gráfica»), Art Spiegelman narraba, mediante
una recreación fabulística protagonizada por ratones y gatos, la historia del holocausto a
través de los ojos de su padre, Vladek, superviviente de Auschwitz. Pero al mismo tiempo,
en un juego de metarrelatos y niveles narrativos, describía el proceso de recreación de ese
relato: de este modo, la obra se componía, en su primera parte, de la historia de
supervivencia de Vladek; mientras que la segunda reconstruía narrativamente los
encuentros entre Spiegelman, su padre y su madre adoptiva que hicieron posible la historia
inicial. De este modo, Maus incluye la disección de su propia génesis: el cómo se hizo
Maus.
Lo que más nos interesa aquí, sin embargo, es la naturaleza de un trabajo que tuvo mucho
de investigación y de reportaje periodístico. Spiegelman ahondó en las raíces del infierno
nazi e intentó derribar la coraza de autoprotección de algunas de sus víctimas para ofrecer
una crónica honesta de su sufrimiento sin ahorrarse en el empeño sofocos personales y
angustias existenciales.
Spiegelman rompió una barrera que llevaba décadas resquebrajándose: la que sujetaba al
cómic dentro del territorio de la ficción. Las confesiones personales de los creadores
transgresores del underground o los experimentos sociológicos y reivindicativos de los
autores europeos habían puesto en duda la naturaleza misma del cómic, demostrando que,
además de un objeto cultural o una obra de entretenimiento, el cómic era un lenguaje, que
se amoldaba a cualquier tipo de discurso narrativo. Incluido el periodístico.
La influencia de Maus se extendió con rapidez. Una vez abierto el dique, la marea fue
imparable. Persépolis, de Marjan Satrapi, también funcionaba como crónica filtrada por
vivencias subjetivas: las que experimentó la propia autora durante su niñez en Irán durante
la llegada al poder del integrismo islámico de los ayatolas. No obstante, en este caso el
relato añade multitud de elementos biográficos y simbólicos (sobre todo en su parte gráfica,
con una influencia directa de David B. y su obra La ascensión del gran mal, 1996), que
introducen unos niveles de imaginación y de recreación fantasiosa que contrastan con la
presentación objetiva y rigurosa que se le presupone a un ejercicio periodístico.
Un ejemplo similar es el de los trabajos del canadiense Guy Delisle, que se apartan del
reportaje periodístico puro y duro con intenciones humorísticas reforzadas por el empleo de
una caricatura muy sintética y expresiva. Shenzhen (2000), Pyongyang (2003) y Crónicas
birmanas (2008) son obras que se mueven a medio camino entre el relato de viajes, la
comedia costumbrista y la crónica corresponsal.