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La interpretación de los sueños. Volumen 1
La interpretación de los sueños. Volumen 1
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Ebook339 pages5 hours

La interpretación de los sueños. Volumen 1

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Para muchos los sueños son una ventana a un mundo místico, para otros son el vaticinios. Sin embargo, para el padre del psicoanálisis los sueños son una realización alucinatoria de los deseos, es decir, que realmente es nuestra mente mostrando ansiedades y deseos, miedos y alegrías. Publicada por primera vez en 1899, este clásico de la psicología, considerada como la mejor contribución de Freud a esta ciencia médica, sigue tan vigente como aquel día...

LanguageEspañol
Release dateJul 7, 2014
ISBN9781943387281
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    La interpretación de los sueños. Volumen 1 - Sigmund Freud

    Al proponerme exponer la interpretación de los sueños no creo haber trascendido los ámbitos del interés neuropatológico, pues el examen psicológico nos presenta el sueño como primer eslabón de una serie de fenómenos psíquicos anormales, entre cuyos elementos subsiguientes, las fobias histéricas y las formaciones obsesivas y delirantes, conciernen al médico por motivos prácticos. Desde luego, como ya lo demostraremos, el sueño no puede pretender análoga importancia práctica; pero tanto mayor es su valor teórico como paradigma, al punto que quien no logre explicarse la génesis de las imágenes oníricas, se esforzará en vano por comprender las fobias, las ideas obsesivas, los delirios, y por ejercer sobre estos fenómenos un posible influjo terapéutico.

    Más precisamente esta vinculación, a la que nuestro tema debe toda su importancia, es también el motivo de los defectos de que adolece el presente trabajo, pues el frecuente carácter fragmentario de su exposición corresponde a otros tantos puntos de contacto, a cuyo nivel los problemas de la formación onírica toman injerencia en los problemas más amplios de la psicopatología, que no pudieron ser considerados en esta ocasión y que serán motivo de trabajos futuros, siempre que para ello alcancen el tiempo, la energía y el nuevo material de observación.

    Además, esta publicación me ha sido difícil por particularidades del material que empleo para ilustrar la interpretación de los sueños. La lectura misma del trabajo permitirá advertir por qué no podían servir para mis fines los sueños narrados en la literatura o recogidos por personas desconocidas; debía elegir, entre mis propios sueños y los de mis pacientes en tratamiento psicoanalítico. La utilización de este último material me fue vedada por la circunstancia de que estos procesos oníricos sufren una complicación inconveniente debida a la intervención de características neuróticas. Por otra parte, la comunicación de mis propios sueños implicaba inevitablemente someter las intimidades de mi propia vida psíquica a miradas extrañas, en mayor medida de la que podía serme grata y de la que, en general, me concierne a un autor que no es poeta, sino hombre de ciencia. Esta circunstancia era penosa pero inevitable, de modo que me sometí a ella para no tener que renunciar, en principio, a la demostración de mis resultados psicológicos. Sin embargo, no pude resistir, naturalmente a la tentación de truncar muchas indiscreciones, omitiendo y suplantando algunas cosas; cada vez que procedí de tal manera no pude menos de perjudicar sensiblemente el valor de los ejemplos utilizados. Sólo me queda expresar la esperanza de que los lectores de este trabajo comprenderán mi difícil situación, aceptándola benévolamente, y espero, además, que todas las personas que se sientan afectadas por los sueños comunicados no pretenderán negar la libertad del pensamiento también a la vida onírica.

    Capítulo 1

    La literatura científica sobre los problemas oníricos

    En las páginas que siguen aportaré la demostración de la existencia de una técnica psicológica que permite interpretar los sueños, y merced a la cual se revela cada uno de ellos como un producto psíquico pleno de sentido al que puede asignarse un lugar perfectamente determinado en la actividad anímica de la vida despierta. Además, intentaré esclarecer los procesos de los que depende la singular e impenetrable apariencia de los sueños y deducir de dichos procesos una conclusión sobre la naturaleza de aquellas fuerzas psíquicas de cuya acción conjunta u opuesta surge el fenómeno onírico. Conseguido esto, daré por terminada mi exposición, pues habré llegado en ella al punto en el que el problema de los sueños desemboca en otros más amplios, cuya solución ha de buscarse por el examen de un distinto material.

    Si comienzo por exponer aquí una visión de conjunto de la literatura existente hasta el momento sobre los sueños y del estado científico actual de los problemas oníricos, ello obedece a que en el curso de mi estudio no se me han de presentar muchas ocasiones de volver sobre dichos temas. La comprensión científica de los sueños no ha realizado en más de diez siglos sino muy escasos progresos; circunstancia tan generalmente reconocida por todos los que de este tema se han ocupado, que me parece inútil citar aquí a detalle opiniones aisladas. En la literatura onírica hallamos gran cantidad de sugestivas observaciones y un rico e interesantísimo material relativo al objeto de nuestro estudio; pero, en cambio, nada o muy poco que se refiera a la esencia de los sueños o resuelva definitivamente el enigma que los mismos nos plantean. Como es lógico, el conocimiento de que estas cuestiones ha pasado al núcleo general de hombres cultos, pero no dedicados a la investigación científica, resulta aún más incompleto.

    Cuál fue la concepción que en los primeros tiempos de la humanidad se formaron de los sueños los pueblos primitivos, y qué influencia ejerció el fenómeno onírico en su comprensión del mundo y del alma, son cuestiones de tan alto interés, que sólo obligadamente y a disgusto me he decidido a excluir su estudio del conjunto del presente trabajo y a limitarme a remitir al lector a las conocidas obras de sir. J. Lubbock, H. Spencer, E. B. Taylor y otros, añadiendo únicamente por mi cuenta que el alcance de estos problemas y especulaciones no podrá ofrecérsenos comprensible hasta después de haber llevado a buen término la labor que aquí nos hemos marcado, es decir, la de interpretación de los sueños.

    Un eco de la primitiva concepción de los sueños se nos muestra indudablemente como base en la idea que de ellos se formaban los pueblos de la antigüedad clásica .Admitían estos que los sueños se hallaban en relación con el mundo de seres sobrehumanos de su mitología y traían consigo revelaciones divinas o demoniacas, poseyendo, además, una determinada intención muy importante con respecto al sujeto; generalmente, la de anunciarle el porvenir. De todos modos, la extraordinaria variedad de su contenido y de la impresión por ellos producida hacía muy difícil llegar a establecer una concepción unitaria, y obligó a constituir múltiples diferenciaciones y agrupaciones de los sueños, conforme a su valor y autenticidad. Naturalmente, la opinión de los filósofos antiguos sobre el fenómeno onírico hubo de depender de la importancia que cada uno de ellos concedía a la adivinación.

    En los dos estudios que Aristóteles consagra a esta materia pasan ya los sueños a constituir objeto de la Psicología. No son de naturaleza divina, sino demoniaca, pues la Naturaleza es demoniaca y no divina; o dicho de otro modo: no corresponden a una revelación sobrenatural, sino que obedecen a leyes de nuestro espíritu humano, aunque desde luego éste se relaciona con la divinidad. Los sueños quedan así definidos como la actividad anímica del durmiente durante el estado de reposo.

    Aristóteles muestra conocer algunos de los caracteres de la vida onírica. Así, el que los sueños amplían los pequeños estímulos percibidos durante el estado de reposo (una insignificante elevación de temperatura en uno de nuestros miembros nos hace creer en el sueño que andamos a través de las llamas y sufrimos un ardiente calor), y deduce de esta circunstancia que la conclusión de que los sueños pueden muy bien revelar al médico los primeros indicios de una reciente alteración física, no advertida durante el día3 (bis).

    Los autores antiguos anteriores a Aristóteles no consideraban el sueño como producto del alma soñadora, sino como una inspiración de los dioses, y señalaban ya en ellos las dos corrientes contrarias que habremos de hallar siempre en la estimación de la vida onírica. Se distinguían dos especies de sueños: los verdaderos y valiosos, enviados al durmiente a título de advertencia o revelación del porvenir, y los vanos, engañosos y fútiles, cuyo propósito era desorientar al sujeto o causar su perdición.

    Grupe (Griechische Mithologie undReligionsgeschichte, p. 390) reproduce una visión de los sueños, tomándola de Macrobio y Artemidoro: "Dividíanse los sueños en dos clases. A la primera, influida tan solo por el presente (o el pasado), y falta, en cambio, de significación con respecto al porvenir, pertenecían los aünvía, insomnia, que reproducen inmediatamente la representación dada o su contraria; por ejemplo, el hambre o su satisfacción, y los janasmapata, que amplían fantásticamente la representación dada; por ejemplo, la pesadilla, ephialtes. La segunda era considerada como determinante del porvenir, y en ella se incluían: 1o., el oráculo directo, recibido en el sueño (^avreío, oraculum) 2o., la predicción de un suceso futuro (to ópa^a, visio), y 3o., el sueño simbólico, necesidad de interpretación (óveipo, somnium). Esta teoría se ha mantenido en vigor durante muchos siglos".

    De esta diversa estimación de los sueños surgió la necesidad de una interpretación onírica. Considerándolos en general como fuentes de importantísimas revelaciones, pero no siendo posible lograr una inmediata comprensión de todos y cada uno de ellos ni tampoco saber si un determinado sueño incomprensible entrañaba o no algo importante, tenía que nacer el impulso o hallar un medio de sustituir su contenido incomprensible por otro inteligible y pleno de sentido. Durante toda la antigüedad se consideró como máxima autoridad en la interpretación de los sueños a Artemidoro de Dalcis, cuya extensa obra, conservada hasta nuestros días, nos compensa de las muchas otras del mismo contenido que se han perdido.

    La concepción precientífica de los antiguos sobre los sueños se hallaba seguramente de completo acuerdo con su total concepción del Universo, en la que acostumbraban proyectar como realidad en el mundo exterior aquello que sólo dentro de la vida anímica la poseía. Esta concepción del fenómeno onírico tomaba, además, en cuenta la impresión que la vida despierta recibe el recuerdo que del sueño perdura por la mañana, pues en este recuerdo aparece el sueño en oposición al contenido psíquico restante, como algo ajeno a nosotros y procedente de un mundo distinto. Sería, sin embargo, equivocado suponer que esta teoría del origen sobrenatural de los sueños carece ya de partidarios en nuestros días. Haciendo abstracción de los escritores místicos y piadosos —que obran consecuentemente, defendiendo los últimos reductos de lo sobrenatural hasta que los procesos científicos consigan desalojarlos de ellos—, hallamos todavía hombres de sutil ingenio, e inclinados a todo lo extraordinario, que intentan apoyar precisamente en la insolubilidad del enigma de los sueños su fe religiosa en la existencia y la intervención de fuerzas espirituales sobrehumanas (Haffner). La valoración dada a la vida onírica por algunas escuelas filosóficas — así, la de Schelling— es un claro eco del origen divino que en la antigüedad se reconocía a los sueños. Tampoco la discusión sobre el poder adivinatorio y revelador del porvenir atribuido a los sueños puede considerarse terminada, pues, no obstante la inequívoca inclinación del pensamiento científico a rechazar la hipótesis afirmativa, las tentativas de hallar una explicación psicológica válida para todo el considerable material reunido no han permitido establecer a una conclusión definitiva.

    La dificultad de escribir una historia de nuestro conocimiento científico de los problemas oníricos estriba en que, por valioso que el mismo haya llegado a ser con respecto a algunos extremos, no ha realizado progreso alguno en determinadas direcciones. Por otro lado, tampoco se ha conseguido establecer una firme base de resultados indiscutibles sobre la que otros investigadores pudieran seguir construyendo, sino que cada autor ha comenzado de nuevo y desde el origen el estudio de los mismos problemas. De este modo, si quisiera atenerme al orden cronológico de los autores y exponer sintéticamente las opiniones de cada uno de ellos, tendría que renunciar a ofrecer al lector un claro cuadro de conjunto del estado actual del conocimiento de los sueños, y, por tanto, he preferido adaptar mi exposición a los temas y no a los autores, indicando en el estudio de cada uno de los problemas oníricos el material que para la solución del mismo podemos hallar en obras anteriores. Sin embargo, y dado que no me ha sido posible dominar toda la literatura existente sobre esta materia —literatura en extremo dispersa, y que se extiende muchas veces a objetos muy distintos—, he de rogar al lector se dé por satisfecho, con la seguridad de que ningún hecho fundamental ni ningún punto de vista importante dejarán de ser consignados en mi exposición.

    Hasta hace poco se han visto impulsados casi todos los autores a tratar conjuntamente el estado de reposo y de los sueños, así como a agregar al estudio de estos últimos el de estados y fenómenos análogos, pertenecientes ya a los dominios de la Psicopatología (alucinaciones, visiones, etc.). "En cambio, en los trabajos más modernos aparece una tendencia a seleccionar un tema restringido, y no tomar como objeto sino uno solo de los muchos problemas de la vida onírica, transformación en la que quisiéramos ver una expresión del convencimiento de que en problemas tan oscuros sólo por medio de una serie de investigaciones de detalle puede llegarse a un esclarecimiento y a un acuerdo definitivos. Una de dichas investigaciones parciales y de naturaleza especialmente psicológica es lo que aquí me propongo ofreceros. No habiendo tenido gran ocasión de ocuparme del problema del estado de reposo —problema esencialmente fisiológico, aunque en la característica de dicho estado tenga que hallarse contenida la transformación de las condiciones de funcionamiento del aparato anímico—, quedará desde luego descartada de mi exposición la literatura existente sobre tal problema.

    El interés científico por los problemas oníricos en sí conduce a las interrogaciones que siguen, interdependientes en parte:

    a) Relación del sueño con la vida despierta

    El ingenuo juicio del individuo despierto acepta que el sueño, aunque ya no de origen extraterreno, si ha raptado al durmiente a otro mundo distinto. El viejo fisiólogo Burdach, al que debemos una concienzuda y sutil descripción de los problemas oníricos, ha expresado esta convicción en una frase, muy citada y conocida: .. .Nunca se repite la vida diurna, con sus trabajos y placeres, sus alegrías y dolores; por lo contrario, tiende el sueño a libertarnos de ella. Aun en aquellos momentos en que toda nuestra alma se halla saturada por un objeto, en que un profundo dolor desgarra nuestra vida interior, o una labor acapara todas nuestras fuerzas espirituales, nos da el sueño algo totalmente ajeno a nuestra situación; no toma para sus combinaciones sino significantes fragmentos de la realidad, o se limita a adquirir el tono de nuestro estado de ánimo y simboliza las circunstancias reales. J. H. Fichte (1-541) habla en el mismo sentido de sueños de complementos (Ergaenzugtraüme) y los considera como uno de los secretos beneficiosos de la Naturaleza, autocurativa del espíritu. Análogamente se expresa también L. Strümpell en su estudio sobre la naturaleza y génesis de los sueños (p. 16), obra que goza justamente de un general renombre: El sujeto que sueña vuelve la espalda al mundo de la conciencia despierta. Página 17: En el sueño perdemos por completo la memoria con respecto al ordenado contenido de la conciencia despierta y de su funcionamiento normal. Página 19: La separación, casi desprovista de recuerdo, que en los sueños se establece entre el alma, y el contenido y el curso regular de la vida despierta.

    La inmensa mayoría de los autores concibe, sin embargo, la relación de sueños con la vida despierta en una forma totalmente opuesta. Así Haffner: Al principio continúa el sueño de la vida despierta. Nuestros sueños se agregan siempre a las representaciones que poco antes han residido en la conciencia, y una cuidadosa observación encontrará casi siempre el hilo que los enlaza a los sucesos del día anterior. Weygandt contradice directamente la afirmación de Burdach antes citada, pues observa que la mayoría de los sueños nos conducen de nuevo a la vida ordinaria en vez de liberarnos de ella. Maury dice en una sintética fórmula: Nous revons de ce que nous a avons vu dit, désiré ou fait, y Jessen, en su Psicología (1855, p. 530), manifiesta, algo más ampliamente: En mayor o menor grado, el contenido de los sueños queda siempre determinado por la personalidad individual, por la edad, el sexo, la posición, el grado de cultura y el género de vida habitual del sujeto, y por los sucesos y enseñanzas de su pasado individual.

    El filósofo J. G. E. Maas (Sobre las pasiones, 1805) es quien adopta con respecto a esta cuestión una actitud más inequívoca: La experiencia confirma nuestra afirmación de que el contenido más frecuente de nuestros sueños se halla constituido por aquellos objetos sobre los que recaen nuestras más ardientes pasiones. Esto nos demuestra que nuestras pasiones tienen que poseer una influencia sobre la génesis de nuestros sueños. El ambicioso sueña con los laureles alcanzados (quizá tan solo en su imaginación) o por alcanzar, y el enamorado, con el objeto de sus tiernas esperanzas. Todas las ansias o repulsas sexuales que dormitan en nuestro corazón pueden motivar, cuando son estimuladas por una razón cualquiera, la génesis de un sueño compuesto por las representaciones a ellas asociadas, o la intercalación de dichas representaciones en un sueño ya formado. (Comunicado por Winterstein en la Zbl. Für Psychoanalyse.)

    Idénticamente opinaban los antiguos sobre la relación de dependencia existente entre el contenido del sueño y la vida. Radestock nos cita el siguiente hecho: Cuando Jerjes, antes de su campaña contra Grecia, se veía disuadido de sus propósitos bélicos por sus consejeros, y, en cambio, impulsado a realizar por continuos sueños alentadores, Artabanos, el racional onirocrítico persa, le advirtió acertadamente que las visiones de los sueños contenían casi siempre lo que el sujeto pensaba en la vida despierta.

    En el poema didáctico de Lucrecio titulado De rerum natura hallamos los siguientes versos (IV, v. 959):

    El quo quisque fere studio devinctus adheret,

    aut quibus in rebús multum summus ante moratti

    atque in ea rationefut contenta megis mens,

    in somnis eadenplerumque videmur obire:

    causidice causas agree el componere leges,

    induperatores pugnare ac proelia obire, etc.

    Y Cicerón (De divinatione), II, anticipándose en muchos siglos a Maury, escribe: Maximeque reliquiae earum rerum moventur in animis et agitantur, de quibus vigilantes aut cogitavimus aut egimus.

    La contradicción manifiesta en que se hallan estas dos opiniones sobre la relación de la vida onírica con la vida despierta parece realmente inconciliable. Será, oportuno recordar aquí las teorías de F. W Hildebrandt (1875), según el cual las peculiaridades del sueño no pueden ser descritas sino por medio de una serie de antítesis que llegan aparentemente hasta la contradicción. La primera de estas antítesis queda constituida por la separación rigurosísima y la indiscutible íntima dependencia que simultáneamente observamos entre los sueños y la vida despierta. El sueño es algo totalmente ajeno a la realidad vivida en estado de vigilancia. Podríamos decir que constituye una existencia aparte, herméticamente encerrada en sí misma y separada de la vida real por un infranqueable abismo. Nos aparta de la realidad, extingue en nosotros el normal recuerdo de la misma, y nos sitúa en un mundo distinto y una historia vital por completo diferente exenta en el fondo de todo punto de contacto con la real. A continuación expone Hildebrandt cómo al dormirnos desaparece todo nuestro ser con todas sus formas de existencia. Entonces hacemos, por ejemplo en sueños, un viaje a Santa Elena para ofrecer al cautivo emperador Napoleón una excelente marca de vinos del Mosela. Somos recibidos amabilísimamente por el desterrado, y casi sentimos que el despertar venga a interrumpir aquellas interesantes ilusiones. Una vez despiertos comparamos la situación onírica con la realidad. No hemos sido nunca comerciantes en vinos, ni siquiera hemos pensado en dedicarnos a esa actividad. Tampoco hemos realizado jamás una travesía, y si hubiéramos de emprenderla no elegiríamos seguramente Santa Elena como fin de la misma. Napoleón no nos inspira simpatía alguna, sino, al contrario, una patriótica aversión. Por último, cuando Bonaparte murió en el destierro no habíamos nacido aún, y, por tanto, no existe posibilidad alguna de suponer una relación personal. De este modo nuestras aventuras oníricas se nos muestran como algo ajeno a nosotros intercalando entre dos fragmentos homogéneos y subsiguientes de nuestra vida.

    Y, sin embargo —prosigue Hildebrandt—, lo aparentemente contrario es igualmente cierto y verdadero. Quiero decir que simultáneamente a esta separación existe una íntima relación. Podemos incluso afirmar que, por extraño que sea lo que el sueño nos ofrezca, ha tomado él mismo sus materiales de la realidad y de la vida espiritual que en torno a esta realidad se desarrolla. Por singulares que sean sus formaciones no puede hacerse independiente del mundo real, y todas sus creaciones, tanto las más sublimes como las más ridículas, tienen siempre que tomar su tema fundamental de aquello que en el mundo sensorial ha aparecido ante nuestros ojos o ha encontrado en una forma cualquiera un lugar de nuestro pensamiento despierto; esto es, de aquello que ya hemos vivido antes exterior o interiormente.

    b) El material onírico. La memoria en el sueño

    Que todo el material que compone el contenido del sueño procede, en igual forma, de lo vivido y es, por tanto, reproducido —recordado— en el sueño, es cosa generalmente reconocida y aceptada. Sin embargo, sería un error suponer que basta una mera comparación del sueño con la vida despierta para evidenciar la relación existente entre ambos. Por lo contrario, sólo después de una penosa y atenta labor logramos descubrirla, y en toda una serie de casos consigue permanecer oculta durante mucho tiempo. Motivo de ello es un gran número de peculiaridades que la capacidad de recordar muestra en el sueño, y que, aunque generalmente observadas, han escapado hasta ahora a todo esclarecimiento. Creo interesante estudiar detenidamente tales caracteres.

    Observamos, ante todo, que en el contenido del sueño aparece un material que después, en la vida despierta, no reconoce como perteneciente a nuestros conocimientos o a nuestra experiencia. Recordamos, desde luego, que hemos soñado aquello, pero no recordamos haberlo vivido jamás. Así, no nos explicamos de qué fuente ha tomado el sueño sus componentes y nos inclinamos a atribuirle una independiente capacidad productiva, hasta que con frecuencia, al cabo de largo tiempo, vuelve un nuevo suceso a atraer a la conciencia el perdido recuerdo de un suceso anterior, y nos descubre con ello la fuente del sueño. Entonces tenemos que confesarnos que hemos sabido y recordado en él algo que durante la vida despierta había sido robado a nuestra facultad de recordar.

    Delboeuf relata un interesantísimo ejemplo de este género, constituido por uno de sus propios sueños. En él vio el patio de su casa cubierto de nieve, y bajo ésta halló enterradas y medio heladas dos lagartijas. Queriendo salvarles la vida, las recogió, las calentó y las cobijó después en una rendija de la pared, donde tenían su madriguera, introduciendo además en esta última algunas hojas de cierto helecho que crecía sobre el muro y que él sabía ser muy gustado por los lacértidos. En su sueño conocía incluso al nombre de dicha planta: asplenium ruta muralis. Llegado a este punto, tomó el sueño un camino diferente, pero después de una corta digresión tornó a las lagartijas y mostró a Delboeuf dos nuevos animalitos de este género que habían acudido a los restos del helecho por él cortado. Luego, mirando en torno suyo, descubrió otro par de lagartijas que se encaminaban hacia la hendidura de la pared, y, por último, quedó cubierta la calle entera por una procesión de lagartijas, que avanzaban todas en la misma dirección.

    El pensamiento despierto de Delboeuf no conocía sino muy pocos nombres latinos de plantas y entre ellos se hallaba el de asplenium. Mas, con gran asombro, comprobó que existía un helecho así llamado —el asplenium rutamuraria— nombre que el sueño había deformado algo. No siendo posible pensar en la coincidencia casual, resultaba para Delboeuf un misterio el origen del conocimiento que el nombre asplenium había poseído en su sueño.

    Sucedía esto en 1862. Dieciséis años después, halló Delboeuf, en casa de un amigo suyo, un pequeño álbum con flores secas, semejantes a aquellos que en algunas regiones de Suiza se venden como recuerdo a los extranjeros. Al verlo sintió surgir en su memoria un lejano recuerdo; abrió el herbario y halló en él el asplenium de su sueño, reconociendo, además, su propia letra, manuscrita en el nombre latino escrito al pie de la página. En efecto, una hermana del amigo en cuya casa se hallaba había visitado a Delboeuf en el curso de su viaje de bodas, dos años antes del sueño de las lagartijas, es decir, en 1860, y le había mostrado aquel álbum, que pensaba regalar, como recuerdo, a su hermano. Amablemente, se prestó entonces Delboeuf a consignar en el herbario el nombre correspondiente a cada planta, pequeño trabajo que llevó a cabo bajo la dirección de un botánico que le fue dictando dichos nombres.

    Otra de las felices casualidades que tanto interés dan a este ejemplo permitió a Delboeuf referir un nuevo fragmento de su sueño a su correspondiente origen olvidado. En 1877 cayó un día en sus manos una antigua colección de una revista ilustrada, y al hojearla tropezó con un dibujo que representaba aquella procesión de lagartijas que había visto en su sueño del año 1862. El número de la revista era de 1861, y Delboeuf pudo recordar que en esta fecha se hallaba suscrito a ella.

    Esta libre disposición del sueño sobre recuerdos inaccesibles a la vida despierta constituye un hecho tan singular y de tan gran importancia teórica, que quiero atraer aún más sobre él la atención de mis lectores, por la comunicación de otros sueños hipermnésticos. Maury relata que durante algún tiempo se le venía a las mientes varias veces al día la palabra Mussidan, de la que no sabía sino que era el nombre de una ciudad francesa. Pero una noche soñó hallarse dialogando con cierta persona que le dijo acababa de llegar de Mussidan, y habiéndole preguntado dónde se hallaba tal ciudad, recibió la respuesta de que Mussidan era una capital de distrito del departamento de la Dordoña. Al despertar no dio Maury crédito alguno a la información recibida obtenida en un sueño, pero el Diccionario geográfico le demostró la total exactitud de la misma. En este caso se comprobó el mayor conocimiento del sueño, pero no fue encontrada la olvidada fuente de dicho conocimiento.

    Jessen relata un análogo suceso onírico de la época más antigua: "A estos sueños pertenece, entre otros, el de Escalígero el Viejo (Hennings 1, c., p. 300), al que, cuando se hallaba terminando un poema dedicado a los hombres célebres de Verona, se le apareció en sueños un individuo que dijo llamarse Brugnolo y se lamentó de haber sido olvidado en la composición. Aunque Escalígero no recordaba haber oído jamás hablar de él, incluyó unos versos en su honor, y tiempo después averiguó en Verona, por un hijo suyo, que el tal Brugnolo había gozado largos años atrás en dicha ciudad un cierto renombre como crítico".

    Un sueño hipermnéstico, que se distingue por la peculiaridad de que otro sueño posterior trajo consigo la admisión del recuerdo no reconocido al principio nos es relatado por el marqués D’Hervey de St. Denis (según Vaschide, p. 232): Soñé una vez con una joven de cabellos dorados a la que veía conversando con mi hermana mientras le ensañaba un bordado. En el sueño me parecía conocerla y creía incluso haberla visto repetidas veces. Al despertar siguió apareciéndoseme con toda precisión aquel bello rostro, pero me fue imposible reconocerlo. Luego al volver a conciliar el reposo, se repitió la misma imagen onírica. En este nuevo sueño hablé ya con la rubia señora y le pregunté si había tenido el placer de verla anteriormente en algún lado. Ciertamente —me respondió—; acuérdese de la playa de ‘Pornic’. Inmediatamente desperté y recordé con toda claridad las circunstancias reales relacionadas con aquella amable imagen onírica."

    El mismo autor (según Vaschide, p. 233) nos relata lo siguiente: Un músico conocido suyo oyó una vez en sueños una melodía que le pareció completamente nueva. Varios años después la encontró en una vieja colección de piezas musicales, pero no pudo recordar haber tenido nunca dicha colección entre sus manos.

    En revista que, desgraciadamente, no me es accesible (Proceedings of the Society for

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